-Eso, intente olvidarlo.
«Yo no podré».
Paula vio el pensamiento masculino con total claridad.
-Necesitamos mantener una relación profesional -dijo ella, dando media vuelta para marcharse.
-Ya es un poco tarde para eso, Paula -dijo él con una sonrisa que hizo añicos su determinación-Tenga.
El suave sonido de su nombre en los labios masculinos actuó como un potente imán que la hizo volverse hacia él.
Pedro le ofrecía un tubo de cartón.
-¿Qué es eso?
-Los planos de la casa -dijo él.
Paula estiró el brazo para hacerse con ellos.
-Gracias.
-Y permítame aclarar una cosa. Yo no la contraté, lo hizo Eloisa. Por lo que a mí respecta, trabaja para ella, no para mí, lo que significa que no tenemos una relación profesional. De hecho, si de mí dependiera, usted ya no estaría aquí.
A Paula la incredulidad prácticamente la impedía hablar.
-¿De eso se trata? ¿Quiere echarme?
-Al principio ésa era mi intención, pero ahora ya no. Debo reconocer que me gusta tenerla aquí.
Sin responder, Paula se volvió y bajó con pasos rápidos las escaleras buscando el refugio de su habitación. Allí se metió en la cama y abrió el diario por donde lo había dejado.
Hoy nos hemos vuelto a ver en la cabaña, a pesar de que soy consciente del riesgo que implica. Pero no puedo mantenerme alejada de él. Me ha besado una y otra vez y yo temblaba de placer, deseando sus caricias. Después me ha tomado la mano y me ha hecho sentir su deseo. Me ha dicho que cuando esté preparada unirá su cuerpo al mío. Yo he insistido que ya lo estoy y le he suplicado que lo hiciera. Al principio se ha negado, pero cuando he abierto los brazos, ha sido como desatar algo incontrolable en él. Se ha quitado la ropa y después ha hecho lo mismo con la mía, y me ha tendido desnuda en el camastro. He sentido un ligero dolor, como él me ha advertido, pero no se podía comparar con el placer que me ha ofrecido después.
En ese momento he sabido que era suya para siempre, y que él siempre será mío.
Pero temo que lo nuestro puede terminar de forma terrible, porque al salir de la cabaña he visto a uno de los hombres de mi padre cerca de la ciénaga, y me he dado cuenta de que me han descubierto. No imagino el destino que nos aguarda a mi amante y a mí cuando regrese mi padre mañana de Savannah.
Sólo sé que pase lo que pase, cada momento que he pasado en brazos de Z. ha merecido la pena. Él es mi
único y verdadero amor.
Paula cerró el diario, apagó la luz e intentó dormir. Pensó en los amantes misteriosos y cuestionó el poder de un hombre sobre una mujer hasta el punto de que ella lo arriesgara
todo para estar con él. Quizá incluso su propia vida.
No cabía duda de que Pedro Alfonso la había hechizado.
Ahora de ella dependía recuperar su libertad y su voluntad antes de que se viera atrapada en las garras de la obsesión y le permitiera hacer de ella lo que quisiera.
****
Paula estaba convirtiéndose rápidamente en una obsesión que no lo dejaba vivir.
Pedro tenía un plan y hoy había dado el primer paso para conseguirlo. Esperaba más resistencia, y sin embargo ella reaccionó con sorprendente entusiasmo.
Desgraciadamente, incluso aquel mínimo contacto lo había excitado intensamente.
Después de desnudarse por completo, apuró el vaso de whisky y se acercó a la ventana para ver si Paula había salido a la terraza como la noche anterior, pero sólo encontró un espacio tan vacío como su alma.
Apagó las luces, se tumbó en la cama y se pasó una mano por el abdomen. Saber que Paula estaba sólo a unos metros provocó en él una fuerte erección, pero apretó los dientes y decidió no ir a ella. No lo haría hasta tener una invitación, algo que esperaba conseguir muy pronto.
Cuando Paula subía por la escalinata hacia su habitación, una extraña sensación la hizo aminorar el paso. Al doblar la esquina del pasillo a oscuras, de repente se detuvo en seco y se llevó la mano a la garganta. A poca distancia de allí estaba Pedro Alfonso, de pie, mirándola intensamente con las manos en los bolsillos. Llevaba unos pantalones de tela negros y una camisa gris y estaba inmóvil como la estatua que había a su espalda.
-¿Ya se va a la cama?
-He tenido un día muy ajetreado -dijo ella, tratando de mantener la compostura-. Estoy cansada.
-¿No le apetece una pequeña aventura?
La pregunta la pilló tan desprevenida que Paula tardó unos momentos en responder.
-¿Qué clase de aventura?
Pedro dio un paso lento hacia ella.
-Eloisa me ha dicho que le interesa la historia de la casa. Tengo algo que puede satisfacerle. Se lo enseñaré.
El énfasis en «satisfacer» la afectó profundamente. Paula consultó el reloj, más por nervios que por estar interesada en la hora.
-Es tarde.
-No se arrepentirá -dijo él, bajando el tono de voz, y señaló con la cabeza hacia el despacho en el extremo opuesto del pasillo-. Está en mi despacho.
Paula se estremeció, pero el despacho parecía un lugar bastante seguro Tenía dos opciones: confiar en el o utilizar su don para adentrarse en su mente. Utilizó brevemente la segunda, pero no encontró nada similar a imágenes suyas como su prisionera ni de sufrir algún tipo de daño en sus manos. Al menos todavía no.
-Usted primero -dijo ella sin pensarlo más.
Si iba a trabajar con él, tenía que confiar con él, a menos que le demostrara que no lo merecía. Y antes de que fuera demasiado tarde para largarse de allí.
Pedro la llevó hasta su despacho y cerró la puerta tras él.
Por un momento,Paula luchó contra el impulso de dar media vuelta y salir huyendo. Estaba atrapada. Él podía hacer lo que quisiera con ella, y probablemente Eloisa no oiría sus gritos pidiendo a auxilio. Sin embargo, no tenía ninguna vibración extraña ni la sensación de que algo horrible se avecinara. Cuando lo miró, él estaba observándola con una ligera sonrisa. La primera que le había visto hasta ahora.
-¿Qué quería enseñarme?
-Un diario -dijo él, metiéndose las manos en los bolsillos.
Paula sabía que para recrear el pasado no había nada más valioso que los escritos personales.
-¿Dónde está? -preguntó sin poder ocultar el entusiasmo que le producía el nuevo descubrimiento.
Pedro cruzo el despacho a la derecha, abrió una puerta y encendió una luz.
-Ah arriba.
Paula se acercó a la puerta y vio una angosta escalera tenuemente iluminada, y por un momento titubeó ante la idea de acompañar a su jefe aun lugar tan aislado
-Parece que ahí arriba puede haber algún que otro murciélago -comentó.
-Murciélagos no, pero seguro que arañas sí. ¿Le dan miedo las arañas, Paula?
Los insectos nunca habían sido sus animales favoritos, pero desde luego no sufría de aracnofobia.
-No. Siempre y cuando mantengan las distancias.
-Y yo, ¿le doy miedo?
Una excelente pregunta que Paula debía plantearse muy seriamente.
-¿Alguna razón para que deba dármelo?
-En absoluto.
Sonaba convincente, pero ¿podía creerlo? Normalmente Paula confiaba en sus instintos, y ahora le decían que el hombre no tenía ninguna intención de hacerle daño.
Respecto a sus otras intenciones, aunque cuestionables sin duda, se dijo que tendría que arriesgarse y mantener un férreo control sobre sí misma.
-Usted primero -dijo ella, señalando la escalera.
El dio el primer paso y, al verla vacilar, le ofreció la mano.
-Me aseguraré de que no se caiga.
Paula no temía caerse; años de clases de ballet le ayudaban a moverse con seguridad y elegancia. Lo que temía era tocarlo otra vez y volver a experimentar el impacto emocional de la primera vez. Sin embargo, en lugar de insistir en poder hacerlo sola, aceptó la mano que le ofrecía, y esta vez el contacto le envió una intensa oleada de calor por todo el cuerpo. A medida que fue subiendo las escaleras detrás de él, la sensación se hizo más fuerte, hasta que llegaron al rellano donde él la soltó.
El rellano daba a otra habitación de menores dimensiones donde había una estantería con libros antiguos, una mesa de caoba y un sillón cubierto con una tela de satén rojo.
Todo estaba cubierto por una fina capa de polvo y en el techo había telarañas, pero aparte de eso no parecía un lugar amenazador.
-Antiguamente esto era la garconnerie -dijo él-, un refugio de hombres, probablemente utilizado por un propietario anterior.
-¿Su abuelo?
-No -dijo Pedro, pasándose una mano por el pelo-. A Renato no le gustaba estar mucho tiempo en un sitio. Tenía unas ansias desmedidas de conocer mundo. Un rasgo que he
heredado de él, por cierto.
-¿Le gusta viajar?
-Mucho, aunque hace un tiempo que no lo hago -se dirigió a las estanterías y la miró-. He estado por todo el mundo. Europa. África. América Central. España es uno de mis
lugares favoritos.
-No me lo diga -dijo ella, acercándose a la mesa y apoyándose en ella-. Ha corrido en los encierros de Pamplona.
-No, la verdad. Me parecen una crueldad para los pobres toros. Estoy convencido de que muchas veces los animales son más humanos que las personas.
Un punto a su favor, pensó Paula.
-O sea, que le gustan las emociones fuertes siempre y cuando no impliquen crueldad hacía los animales.
-En el pasado, sí -dijo con expresión de pesar y tono lacónico, sin dar más explicaciones.
-Yo he estado varias veces en Europa -dijo ella para romper el silencio-. Principalmente en Londres.
-¿Se ha lanzado alguna vez de cabeza desde un acantilado? -pregunto él.
-No me gustan las alturas -rió ella.
-¿Ha estado alguna vez desnuda en una playa desierta contemplando el amanecer?
Sólo en sus sueños más descabellados.
-Me temo que no.
-Debería experimentarlo alguna vez.
Poco podía imaginar él que la estaba llevando en un viaje imaginario a través de sus recuerdos, demasiado intensos para apartarlos de su mente. Paula sintió la brisa del mar en la piel desnuda y el sol en la cara; inhaló el aroma del mar y sintió las caricias de las manos masculinas en la cintura, curvándose en el abdomen y más abajo.
-He estado en lugares donde sólo dependes de ti mismo y de la naturaleza -dijo él-. Es muy emocionante.
-Ya soy mayor para eso, y mis costumbres están demasiado arraigadas para cambiarlas - rió ella.
-¿Cuántos años tiene?
-Treinta y dos. ¿Y usted?
-Treinta y cinco. ¿Qué edad tenía cuando se casó? -preguntó él, recorriendo el perímetro de la habitación y mirándola de vez en cuando, como si fuera una salvaje criatura nocturna acechando a su presa.
Era evidente que sabía muchas más cosas de ella que ella de él.
-Veinticuatro. Me divorcié hace un año.
Pedro se detuvo y se apoyó en una de las estanterías a poca distancia de ella.
-¿Lo pidió usted o lo pidió él?
Por mucho que deseara conocerlo mejor,Paula estaba cada vez más incómoda con la conversación. Hablar de su pasado con Ricardo siempre le resultaba difícil.
-Quizá podríamos ver el diario -sugirió.
-Si es lo que desea.
Pedro se dirigió directamente a ella con pasos lentos, y la mirada de Paula recorrió con interés la boca masculina, la suavidad de los labios que contrastaba con la rigidez de
la mandíbula y el hoyo en el mentón. Sólo cuando él esbozó una sonrisa se dio ella cuenta de que él había reparado en su interés.
Cuando llegó a la mesa, Paula contuvo la respiración, y lo vio pasar a su lado y abrir un cajón del que sacó un pequeño diario negro que sin duda tenía muchos años.
Pedro rodeó la mesa y se lo ofreció.
-He marcado lo que puede interesarle.
Paula tomó el diario y lo abrió por la cinta de satén rosa que marcaba la página indicada. En la parte superior de la página, una fecha: julio de 1875.
-Léalo en voz alta -dijo él.
-¿Usted no lo ha leído? -preguntó ella, mirándolo.
-Sí, pero quiero oír su voz.
La voz de él era tan sensual y sugerente que Paula no pudo oponerse. Dejó el diario sobre la mesa mientras él paseaba de nuevo por la habitación. Después de aclararse la garganta, Paula empezó a leer.
-«Esta tarde he vuelto a ver a Z. en la cabaña abandonada cerca de la ciénaga. Si mi padre descubre que me veo con su enemigo, se pondrá furioso. Si supiera lo que he hecho, seguramente lo mataría».
Paula se detuvo y miró a Pedro, que estaba a menos de medio metro de él.
-¿Quién escribió esto?
-No lo sé. Lo encontré hace unos meses.
-¿Cree que puede ser la mujer del retrato, Laura?
-Es posible -dijo él-. Continúe.
Paula siguió leyendo, empujada por la necesidad de saber más sobre la cita de la escritora anónima.
-«Le he entregado libremente mis afectos, y he aceptado sus besos. Z. me ha hablado de lo que hay entre un hombre y una mujer, y me ha dicho cosas que ninguna mujer decente consideraría. Sin embargo, yo le he escuchado y le he suplicado que me enseñe» -Paula alzó la vista y descubrió a Pedro aún más cerca de ella-. Me siento un poco como un voyeur.
-A mí me parece una visión muy interesante sobre las costumbres del pasado, pero si le hace sentir incómoda -dijo él en un tono ligeramente desafiante-, démelo y yo lo leeré.
-Lo haré yo -dijo ella, escuchando el reto en su voz-. «En sus brazos soy una libertina. Apenas me reconozco. Le he permitido que me quite la blusa y me acaricie los senos. Nunca antes he sentido tanto placer. Nunca antes me he sentido tan desinhibida y tan libre. Y deseaba más. Deseaba todo lo que él quisiera darme».
Paula se interrumpió al sentir una mano en el hombro. La mano de Pedro, que se deslizó despacio por el brazo desnudo.
-Continúe -dijo él en un susurro a su lado-. Se pone mucho mejor.
Paula había perdido toda capacidad de razonamiento y decisión.
-«Me ha levantado la falda y ha deslizado la mano bajo la enagua. Me ha acariciado en el lugar más secreto, de formas que jamás había imaginado. Mi cuerpo ya no era mío, le
pertenecía por completo a el».
Pedro eligió ese momento para deslizar la mano por la cadera femenina y rozarle ligeramente la pelvis antes de detenerse en el bajo vientre, a la vez que se pegaba contra
ella por la espalda.
Paula apenas tuvo fuerzas para cerrar el diario y musitar:
-Es suficiente por hoy.
Pero no le apartó la mano, no le regañó ni se movió.
-No es suficiente.
Como si la tuviera sujeta con una liana invisible y hubiera tirado de ella, Paula se volvió despacio hacia él y supo exactamente lo que él quería hacer cuando la imagen se
presentó en su mente una décima de segundos antes de que bajara la cabeza.
En cuanto sus bocas se rozaron, Paula entró en un campo de minas sensorial, bombardeada por su olor a limpio y a colonia, por el sabor a whisky en sus labios y por la sugerente incursión de su lengua. Y de repente, fue como si se fundiera en su cuerpo y en su alma, sintiendo también el placer masculino además del suyo. También supo que él necesitaba más de ella.
A pesar de todo, Paula no tenía intención de detenerle ni rechazarlo, pero la conexión mental y el contacto físico terminaron cuando él se separó de ella y se pasó una mano
por la mandíbula.
-Disculpe -dijo-. No sé qué me ha pasado.
Paula era consciente de que lo sabía perfectamente. El beso formaba parte de un plan de seducción cuidadosamente pensado y ella se había metido en la trampa sin dudar.
Recogió el diario de la mesa.
-Leeré el resto en otro momento, y olvidaremos lo que acaba de ocurrir.
Él retrocedió unos pasos y metió las manos en los bolsillos de nuevo.
Pedro no se molestó en levantar los ojos del periódico cuando Eloisa dejó el plato cubierto delante de él.
-Si está fría, no me eches la culpa. Deberías venir a cenar como todo el mundo.
-Estoy seguro de que está bien -dijo él.
Eloisa permaneció en el sitio, evidentemente con ganas de hablar.
-¿Quieres saber qué ha estado haciendo nuestra invitada?
Pedro lo sabía perfectamente: tenerle todo el día obsesionado y excitado aún sin ser consciente de ello.
-Te lo dije, sus planes no me interesan.
Aunque estaba muy interesado en ella.
-Preguntar por el pasado de la casa. Tú podrías ayudarla.
Pedro sólo deseaba ayudarla con una cosa y no tenía nada que ver con el pasado, sino con el futuro inmediato. Después de doblar el periódico Lo dejó a un lado.
-¿Qué me sugieres?
-Primero necesita los planos de la casa.
Pedro abrió un cajón y sacó un tubo de cartón.
-Toma -se los ofreció.
-Dáselos tú. Tampoco te costaría tanto ser un poco amable con ella.
Si Eloisa supiera lo mucho que deseaba ser «amable» con ella, probablemente retiraría la sugerencia.
-Lo pensaré. Pero ahora tengo trabajo. ¿Algo más que necesite mi atención?
-Tus modales -dijo la mujer, girando sobre sus talones y saliendo del despacho.
Pedro quedó pensativo. Quizá Paula quisiera pasar un rato con él aquella noche. Si quería explorar la historia de la casa, él podía ayudarla, y ofrecerle otro tipo de exploración mucho más sugerente y placentera.
Solo en su despacho de pie junto a la ventana,Pedro observó a Paula Chaves alejarse en su coche. La curiosidad lo llevó directamente a su habitación, para ver si se había ido definitivamente. En su experiencia, todo el mundo se iba tarde o temprano.
Pero no en este caso. El camisón blanco que llevaba la noche anterior estaba doblado al pie de la cama. Aunque la tela revelaba pocos detalles, habían sido suficientes para
tenerlo en vela toda la noche. Se acercó a la cama y acarició la tela, que era tan suave como su piel. Eso lo sabía, aunque no la había tocado. Todavía. Pero lo haría.
Había tomado una decisión: atraerla a su mundo con un plan cuidadosamente meditado que la llevaría hasta la oscuridad que él había creado. Quizá al principio ella tuviera reticencias, pero estaba seguro de que se entregaría a él sin reservas. Paula le proporcionaría una válvula de escape a sus remordimientos; sería una forma de olvidar
temporalmente lo que no había hecho. Y más significativamente, lo que había hecho... a Celeste.
Quince minutos más tarde, Paula entraba en St.Edwards y aparcaba delante de Antigüedades Abby's, un local que había visitado varias veces durante su breve estancia en la ciudad, y empujaba la puerta de cristal.
Al oír la campanilla de la puerta, la propietaria, Abby Reynolds, una mujer de cuarenta y tantos años, de pelo castaño y afables ojos avellana, levantó la cabeza y le sonrió.
-Hola, señora Chaves. Creía que se había ido.
-Resulta que voy a quedarme una temporada -dijo Paula, yendo hacia ella por el pasillo totalmente a rebosar de antigüedades-. ¿Recuerda el anunció que me enseñó? Es una plantación no muy lejos de aquí, y me han contratado para supervisar una restauración completa.
-Maison de Minuit -dijo la mujer con cierta aprensión, mirándola con el ceño fruncido-. Será un reto importante.
-Si, lo sé, y por eso he venido -Paula dejó el bolso en el mostrador y unió las manos-. ¿Conoce algún contratista que esté dispuesto a ocuparse de ello?
La mujer negó con la cabeza.
-Aquí no encontrará a nadie dispuesto a ir allí.
Lo mismo que Eloisa le había dicho poco antes.
-¿Qué tiene ese lugar que todo el mundo lo evita como si fuera una leprosería?
-Bueno, tenemos el caso de los amantes que murieron allí, y después de ellos fue la mujer que practicaba vudú. Y el loco de Giles Morrell, que afortunadamente no vivió aquí mucho tiempo. Elija.
Paula se preguntó si Laura sería uno de esos amantes.
-¿Conoce más detalles? Como nombres y cosas así. Le gustaría saber más sobre la historia de la plantación.
-Yo sólo llevo aquí un par de años -dijo Abby-, pero he oído a la gente Hablar, aunque todos tienen mucho miedo. También está la mujer que desapareció misteriosamente hará como un año.
-¿Qué mujer? -Paula apenas podía ocultar su inquietud.
-Por lo visto Pedro Alfonso estuvo encerrado con ella más de un año prácticamente sin salir. Ralph Alien, que solía ir a entregar paquetes todas las semanas, dice que la vio un
par de veces en una ventana del piso de arriba.
Paula no podía creer que Pedro tuviera a una mujer misteriosa rara en un dormitorio.
Era una idea totalmente ridicula. Pero sin embargo...
-¿Y se fue?
-Sí. Nadie la vio, pero por lo visto desapareció. Y de repente la entrega de paquetes también se interrumpió. Ralph asegura que una mañana al pasar por allí vio el coche del
forense.
-¿La joven murió?
Abby cambió el peso de una cadera a la otra, claramente incómoda.
-No hay pruebas de nada, pero el señor Alfonso tiene dinero de sobra para comprar el silencio de quien sea, así que supongo que todo es posible. Si la quería muerta, podía
haberlo encargado.
Paula no veía a Pedro como un asesino, pero lo cierto era que no sabía nada de él, a excepción de que era un hombre muy atractivo y con una fuerte personalidad.
-Quizá se fue por voluntad propia.
-O quizá era un fantasma -dijo Abby, sonriendo-. De todas maneras, si me entero de alguien que conoce la historia de la plantación, la avisaré.
Paula rebuscó en su bolso hasta encontrar un bolígrafo y un trozo de papel, donde anotó un número de teléfono que entregó a la mujer.
-Este es el número de mi móvil. Puede llamarme a cualquier hora.
Abby sacó una hoja de debajo del mostrador y empezó a escribir.
-Le daré la dirección de una amiga mía, Linda Adams. Vive en Baton Rouge y es especialista en restauración de antigüedades -le dijo, entregándole la hoja-. Su marido es
contratista, y ha trabajado en la restauración de algunas casas históricas de la zona, asi que es probable que él esté dispuesto a ayudarla.
-Muchas gracias -dijo Paula, guardando la nota en su bolso-. Iré a verles hoy mismo.
Después de despedirse, Paula subió a su coche para ir a Baton Rouge, pero antes de arrancar oyó un nombre de mujer. El nombre no le sonaba de nada, pero la voz que
habló sí.
Era la voz de Pedro Alfonso
*****
-¿Quién es Celeste?
Paula observó la expresión primero de incredulidad y después de cautela de su interlocutora.
-¿Dónde ha oído ese nombre? -preguntó Eloisa.
- En la ciudad -dijo Paula sin atreverse a confesar que había sido en su mente. Eloisa la miró con suspicacia.
-No puede ser. En la ciudad nadie sabía nada de ella.
-Creen que aquí vivía una mujer llamada Celeste con el señor Alfonso, y que se fue. Algunos dicen que murió.
Eloisa dejó el tenedor, apartó del plato y unió las manos delante de ella encima de la mesa.
-Primero, no debe creer todo lo que le digan, Paula -le advirtió-. Y segundo, no se quién le ha hablado de ella, pero yo en su lugar, no volvería a mencionar su nombre. Nunca.
Paula no podía ignorar el tono categórico de la mujer, ni su ira, y prefirió cambiar de conversación.
-He ido a Baton Rouge y he hablado con una mujer que está dispuesta a ayudarme con la restauración del mobiliario. Su marido vendrá a hacer un presupuesto sobre la casa, pero está ocupado hasta la semana que viene.
Eloisa sonrió, agradecida.
-Ha conseguido muchas cosas en un día.
-También he ido al registro y me han dicho que si tienen los planos de la casa, tardarán unos días en localizarlos. ¿Sabe si aquí hay alguna copia que pueda utilizar?
—Estoy segura de que Pedro tiene que tenerlos, aunque tendrá que preguntarle a él -le informó-. También es probable que haya documentos antiguos en el desván. Si le
interesa, es la puerta que está al final de pasillo, más allá del despacho. Puede explorar todo lo que quiera, si se atreve, claro.
-Creo que lo haré en los próximos días.
Cuando terminó de cenar, Eloisa se puso en pie.
-Tengo que hablar con Pedro antes de que se retire.
Probablemente para hablarle de su nueva empleada, pensó Paula. Pero no le importaba.
De momento no había hecho nada malo aparte de mencionar el nombre de Celeste, un asunto sobre el que sin duda Eloisa sabía mucho más de lo que estaba dispuesta a
contarle. Un misterio que podía quedar sin resolver a menos que ella tomará la decisión consciente de lo contrario.
No, se dijo. No se metería en la mente de nadie para obtener una información que de otro modo le era negada. Lo había hecho con anterioridad, y había sufrido enormemente por ello. Si descubría algo, no sería por adentrarse en los pensamientos de Pedro.