miércoles, 28 de octubre de 2015

MI FANTASIA: CAPITULO 7




Cuando Paula subía por la escalinata hacia su habitación, una extraña sensación la hizo aminorar el paso. Al doblar la esquina del pasillo a oscuras, de repente se detuvo en seco y se llevó la mano a la garganta. A poca distancia de allí estaba Pedro Alfonso, de pie, mirándola intensamente con las manos en los bolsillos. Llevaba unos pantalones de tela negros y una camisa gris y estaba inmóvil como la estatua que había a su espalda.


-¿Ya se va a la cama?


-He tenido un día muy ajetreado -dijo ella, tratando de mantener la compostura-. Estoy cansada.


-¿No le apetece una pequeña aventura?


La pregunta la pilló tan desprevenida que Paula tardó unos momentos en responder.


-¿Qué clase de aventura?


Pedro dio un paso lento hacia ella.


-Eloisa me ha dicho que le interesa la historia de la casa. Tengo algo que puede satisfacerle. Se lo enseñaré.


El énfasis en «satisfacer» la afectó profundamente. Paula consultó el reloj, más por nervios que por estar interesada en la hora.


-Es tarde.


-No se arrepentirá -dijo él, bajando el tono de voz, y señaló con la cabeza hacia el despacho en el extremo opuesto del pasillo-. Está en mi despacho.


Paula se estremeció, pero el despacho parecía un lugar bastante seguro Tenía dos opciones: confiar en el o utilizar su don para adentrarse en su mente. Utilizó brevemente la segunda, pero no encontró nada similar a imágenes suyas como su prisionera ni de sufrir algún tipo de daño en sus manos. Al menos todavía no.


-Usted primero -dijo ella sin pensarlo más.


Si iba a trabajar con él, tenía que confiar con él, a menos que le demostrara que no lo merecía. Y antes de que fuera demasiado tarde para largarse de allí.


Pedro la llevó hasta su despacho y cerró la puerta tras él. 


Por un momento,Paula luchó contra el impulso de dar media vuelta y salir huyendo. Estaba atrapada. Él podía hacer lo que quisiera con ella, y probablemente Eloisa no oiría sus gritos pidiendo a auxilio. Sin embargo, no tenía ninguna vibración extraña ni la sensación de que algo horrible se avecinara. Cuando lo miró, él estaba observándola con una ligera sonrisa. La primera que le había visto hasta ahora.


-¿Qué quería enseñarme?


-Un diario -dijo él, metiéndose las manos en los bolsillos.


Paula sabía que para recrear el pasado no había nada más valioso que los escritos personales.


-¿Dónde está? -preguntó sin poder ocultar el entusiasmo que le producía el nuevo descubrimiento.


Pedro cruzo el despacho a la derecha, abrió una puerta y encendió una luz.


-Ah arriba.


Paula se acercó a la puerta y vio una angosta escalera tenuemente iluminada, y por un momento titubeó ante la idea de acompañar a su jefe aun lugar tan aislado


-Parece que ahí arriba puede haber algún que otro murciélago -comentó.


-Murciélagos no, pero seguro que arañas sí. ¿Le dan miedo las arañas, Paula?


Los insectos nunca habían sido sus animales favoritos, pero desde luego no sufría de aracnofobia.


-No. Siempre y cuando mantengan las distancias.


-Y yo, ¿le doy miedo?


Una excelente pregunta que Paula debía plantearse muy seriamente.


-¿Alguna razón para que deba dármelo?


-En absoluto.


Sonaba convincente, pero ¿podía creerlo? Normalmente Paula confiaba en sus instintos, y ahora le decían que el hombre no tenía ninguna intención de hacerle daño.


Respecto a sus otras intenciones, aunque cuestionables sin duda, se dijo que tendría que arriesgarse y mantener un férreo control sobre sí misma.


-Usted primero -dijo ella, señalando la escalera.


El dio el primer paso y, al verla vacilar, le ofreció la mano.


-Me aseguraré de que no se caiga.


Paula no temía caerse; años de clases de ballet le ayudaban a moverse con seguridad y elegancia. Lo que temía era tocarlo otra vez y volver a experimentar el impacto emocional de la primera vez. Sin embargo, en lugar de insistir en poder hacerlo sola, aceptó la mano que le ofrecía, y esta vez el contacto le envió una intensa oleada de calor por todo el cuerpo. A medida que fue subiendo las escaleras detrás de él, la sensación se hizo más fuerte, hasta que llegaron al rellano donde él la soltó.


El rellano daba a otra habitación de menores dimensiones donde había una estantería con libros antiguos, una mesa de caoba y un sillón cubierto con una tela de satén rojo.


Todo estaba cubierto por una fina capa de polvo y en el techo había telarañas, pero aparte de eso no parecía un lugar amenazador.


-Antiguamente esto era la garconnerie -dijo él-, un refugio de hombres, probablemente utilizado por un propietario anterior.


-¿Su abuelo?


-No -dijo Pedro, pasándose una mano por el pelo-. A Renato no le gustaba estar mucho tiempo en un sitio. Tenía unas ansias desmedidas de conocer mundo. Un rasgo que he
heredado de él, por cierto.


-¿Le gusta viajar?


-Mucho, aunque hace un tiempo que no lo hago -se dirigió a las estanterías y la miró-. He estado por todo el mundo. Europa. África. América Central. España es uno de mis
lugares favoritos.


-No me lo diga -dijo ella, acercándose a la mesa y apoyándose en ella-. Ha corrido en los encierros de Pamplona.


-No, la verdad. Me parecen una crueldad para los pobres toros. Estoy convencido de que muchas veces los animales son más humanos que las personas.


Un punto a su favor, pensó Paula.


-O sea, que le gustan las emociones fuertes siempre y cuando no impliquen crueldad hacía los animales.


-En el pasado, sí -dijo con expresión de pesar y tono lacónico, sin dar más explicaciones.


-Yo he estado varias veces en Europa -dijo ella para romper el silencio-. Principalmente en Londres.


-¿Se ha lanzado alguna vez de cabeza desde un acantilado? -pregunto él.


-No me gustan las alturas -rió ella.


-¿Ha estado alguna vez desnuda en una playa desierta contemplando el amanecer?


Sólo en sus sueños más descabellados.


-Me temo que no.


-Debería experimentarlo alguna vez.


Poco podía imaginar él que la estaba llevando en un viaje imaginario a través de sus recuerdos, demasiado intensos para apartarlos de su mente. Paula sintió la brisa del mar en la piel desnuda y el sol en la cara; inhaló el aroma del mar y sintió las caricias de las manos masculinas en la cintura, curvándose en el abdomen y más abajo.


-He estado en lugares donde sólo dependes de ti mismo y de la naturaleza -dijo él-. Es muy emocionante.


-Ya soy mayor para eso, y mis costumbres están demasiado arraigadas para cambiarlas - rió ella.


-¿Cuántos años tiene?


-Treinta y dos. ¿Y usted?


-Treinta y cinco. ¿Qué edad tenía cuando se casó? -preguntó él, recorriendo el perímetro de la habitación y mirándola de vez en cuando, como si fuera una salvaje criatura nocturna acechando a su presa.


Era evidente que sabía muchas más cosas de ella que ella de él.


-Veinticuatro. Me divorcié hace un año.


Pedro se detuvo y se apoyó en una de las estanterías a poca distancia de ella.


-¿Lo pidió usted o lo pidió él?


Por mucho que deseara conocerlo mejor,Paula estaba cada vez más incómoda con la conversación. Hablar de su pasado con Ricardo siempre le resultaba difícil.


-Quizá podríamos ver el diario -sugirió.


-Si es lo que desea.


Pedro se dirigió directamente a ella con pasos lentos, y la mirada de Paula recorrió con interés la boca masculina, la suavidad de los labios que contrastaba con la rigidez de
la mandíbula y el hoyo en el mentón. Sólo cuando él esbozó una sonrisa se dio ella cuenta de que él había reparado en su interés.


Cuando llegó a la mesa, Paula contuvo la respiración, y lo vio pasar a su lado y abrir un cajón del que sacó un pequeño diario negro que sin duda tenía muchos años.


Pedro rodeó la mesa y se lo ofreció.


-He marcado lo que puede interesarle.


Paula tomó el diario y lo abrió por la cinta de satén rosa que marcaba la página indicada. En la parte superior de la página, una fecha: julio de 1875.


-Léalo en voz alta -dijo él.


-¿Usted no lo ha leído? -preguntó ella, mirándolo.


-Sí, pero quiero oír su voz.


La voz de él era tan sensual y sugerente que Paula no pudo oponerse. Dejó el diario sobre la mesa mientras él paseaba de nuevo por la habitación. Después de aclararse la garganta, Paula empezó a leer.


-«Esta tarde he vuelto a ver a Z. en la cabaña abandonada cerca de la ciénaga. Si mi padre descubre que me veo con su enemigo, se pondrá furioso. Si supiera lo que he hecho, seguramente lo mataría».


Paula se detuvo y miró a Pedro, que estaba a menos de medio metro de él.


-¿Quién escribió esto?


-No lo sé. Lo encontré hace unos meses.


-¿Cree que puede ser la mujer del retrato, Laura?


-Es posible -dijo él-. Continúe.


Paula siguió leyendo, empujada por la necesidad de saber más sobre la cita de la escritora anónima.


-«Le he entregado libremente mis afectos, y he aceptado sus besos. Z. me ha hablado de lo que hay entre un hombre y una mujer, y me ha dicho cosas que ninguna mujer decente consideraría. Sin embargo, yo le he escuchado y le he suplicado que me enseñe» -Paula alzó la vista y descubrió a Pedro aún más cerca de ella-. Me siento un poco como un voyeur.


-A mí me parece una visión muy interesante sobre las costumbres del pasado, pero si le hace sentir incómoda -dijo él en un tono ligeramente desafiante-, démelo y yo lo leeré.


-Lo haré yo -dijo ella, escuchando el reto en su voz-. «En sus brazos soy una libertina. Apenas me reconozco. Le he permitido que me quite la blusa y me acaricie los senos. Nunca antes he sentido tanto placer. Nunca antes me he sentido tan desinhibida y tan libre. Y deseaba más. Deseaba todo lo que él quisiera darme».


Paula se interrumpió al sentir una mano en el hombro. La mano de Pedro, que se deslizó despacio por el brazo desnudo.


-Continúe -dijo él en un susurro a su lado-. Se pone mucho mejor.


Paula había perdido toda capacidad de razonamiento y decisión.


-«Me ha levantado la falda y ha deslizado la mano bajo la enagua. Me ha acariciado en el lugar más secreto, de formas que jamás había imaginado. Mi cuerpo ya no era mío, le
pertenecía por completo a el».


Pedro eligió ese momento para deslizar la mano por la cadera femenina y rozarle ligeramente la pelvis antes de detenerse en el bajo vientre, a la vez que se pegaba contra
ella por la espalda.


Paula apenas tuvo fuerzas para cerrar el diario y musitar:
-Es suficiente por hoy.


Pero no le apartó la mano, no le regañó ni se movió.


-No es suficiente.


Como si la tuviera sujeta con una liana invisible y hubiera tirado de ella, Paula se volvió despacio hacia él y supo exactamente lo que él quería hacer cuando la imagen se
presentó en su mente una décima de segundos antes de que bajara la cabeza.


En cuanto sus bocas se rozaron, Paula entró en un campo de minas sensorial, bombardeada por su olor a limpio y a colonia, por el sabor a whisky en sus labios y por la sugerente incursión de su lengua. Y de repente, fue como si se fundiera en su cuerpo y en su alma, sintiendo también el placer masculino además del suyo. También supo que él necesitaba más de ella.


A pesar de todo, Paula no tenía intención de detenerle ni rechazarlo, pero la conexión mental y el contacto físico terminaron cuando él se separó de ella y se pasó una mano
por la mandíbula.


-Disculpe -dijo-. No sé qué me ha pasado.


Paula era consciente de que lo sabía perfectamente. El beso formaba parte de un plan de seducción cuidadosamente pensado y ella se había metido en la trampa sin dudar.


Recogió el diario de la mesa.


-Leeré el resto en otro momento, y olvidaremos lo que acaba de ocurrir.


Él retrocedió unos pasos y metió las manos en los bolsillos de nuevo.





martes, 27 de octubre de 2015

MI FANTASIA: CAPITULO 6







Pedro no se molestó en levantar los ojos del periódico cuando Eloisa dejó el plato cubierto delante de él.


-Si está fría, no me eches la culpa. Deberías venir a cenar como todo el mundo.


-Estoy seguro de que está bien -dijo él.


Eloisa permaneció en el sitio, evidentemente con ganas de hablar.


-¿Quieres saber qué ha estado haciendo nuestra invitada?


Pedro lo sabía perfectamente: tenerle todo el día obsesionado y excitado aún sin ser consciente de ello.


-Te lo dije, sus planes no me interesan.


Aunque estaba muy interesado en ella.


-Preguntar por el pasado de la casa. Tú podrías ayudarla.


Pedro sólo deseaba ayudarla con una cosa y no tenía nada que ver con el pasado, sino con el futuro inmediato. Después de doblar el periódico Lo dejó a un lado.


-¿Qué me sugieres?


-Primero necesita los planos de la casa.


Pedro abrió un cajón y sacó un tubo de cartón.


-Toma -se los ofreció.


-Dáselos tú. Tampoco te costaría tanto ser un poco amable con ella.


Si Eloisa supiera lo mucho que deseaba ser «amable» con ella, probablemente retiraría la sugerencia.


-Lo pensaré. Pero ahora tengo trabajo. ¿Algo más que necesite mi atención?


-Tus modales -dijo la mujer, girando sobre sus talones y saliendo del despacho.


Pedro quedó pensativo. Quizá Paula quisiera pasar un rato con él aquella noche. Si quería explorar la historia de la casa, él podía ayudarla, y ofrecerle otro tipo de exploración mucho más sugerente y placentera.









MI FANTASIA: CAPITULO 5




Solo en su despacho de pie junto a la ventana,Pedro observó a Paula Chaves alejarse en su coche. La curiosidad lo llevó directamente a su habitación, para ver si se había ido definitivamente. En su experiencia, todo el mundo se iba tarde o temprano.


Pero no en este caso. El camisón blanco que llevaba la noche anterior estaba doblado al pie de la cama. Aunque la tela revelaba pocos detalles, habían sido suficientes para
tenerlo en vela toda la noche. Se acercó a la cama y acarició la tela, que era tan suave como su piel. Eso lo sabía, aunque no la había tocado. Todavía. Pero lo haría.


Había tomado una decisión: atraerla a su mundo con un plan cuidadosamente meditado que la llevaría hasta la oscuridad que él había creado. Quizá al principio ella tuviera reticencias, pero estaba seguro de que se entregaría a él sin reservas. Paula le proporcionaría una válvula de escape a sus remordimientos; sería una forma de olvidar
temporalmente lo que no había hecho. Y más significativamente, lo que había hecho... a Celeste.


Quince minutos más tarde, Paula entraba en St.Edwards y aparcaba delante de Antigüedades Abby's, un local que había visitado varias veces durante su breve estancia en la ciudad, y empujaba la puerta de cristal.


Al oír la campanilla de la puerta, la propietaria, Abby Reynolds, una mujer de cuarenta y tantos años, de pelo castaño y afables ojos avellana, levantó la cabeza y le sonrió.


-Hola, señora Chaves. Creía que se había ido.


-Resulta que voy a quedarme una temporada -dijo Paula, yendo hacia ella por el pasillo totalmente a rebosar de antigüedades-. ¿Recuerda el anunció que me enseñó? Es una plantación no muy lejos de aquí, y me han contratado para supervisar una restauración completa.


-Maison de Minuit -dijo la mujer con cierta aprensión, mirándola con el ceño fruncido-. Será un reto importante.


-Si, lo sé, y por eso he venido -Paula dejó el bolso en el mostrador y unió las manos-. ¿Conoce algún contratista que esté dispuesto a ocuparse de ello?


La mujer negó con la cabeza.


-Aquí no encontrará a nadie dispuesto a ir allí.


Lo mismo que Eloisa le había dicho poco antes.


-¿Qué tiene ese lugar que todo el mundo lo evita como si fuera una leprosería?


-Bueno, tenemos el caso de los amantes que murieron allí, y después de ellos fue la mujer que practicaba vudú. Y el loco de Giles Morrell, que afortunadamente no vivió aquí mucho tiempo. Elija.


Paula se preguntó si Laura sería uno de esos amantes.


-¿Conoce más detalles? Como nombres y cosas así. Le gustaría saber más sobre la historia de la plantación.


-Yo sólo llevo aquí un par de años -dijo Abby-, pero he oído a la gente Hablar, aunque todos tienen mucho miedo. También está la mujer que desapareció misteriosamente hará como un año.


-¿Qué mujer? -Paula apenas podía ocultar su inquietud.


-Por lo visto Pedro Alfonso estuvo encerrado con ella más de un año prácticamente sin salir. Ralph Alien, que solía ir a entregar paquetes todas las semanas, dice que la vio un
par de veces en una ventana del piso de arriba.


Paula no podía creer que Pedro tuviera a una mujer misteriosa rara en un dormitorio.


Era una idea totalmente ridicula. Pero sin embargo...


-¿Y se fue?


-Sí. Nadie la vio, pero por lo visto desapareció. Y de repente la entrega de paquetes también se interrumpió. Ralph asegura que una mañana al pasar por allí vio el coche del
forense.


-¿La joven murió?


Abby cambió el peso de una cadera a la otra, claramente incómoda.


-No hay pruebas de nada, pero el señor Alfonso tiene dinero de sobra para comprar el silencio de quien sea, así que supongo que todo es posible. Si la quería muerta, podía
haberlo encargado.


Paula no veía a Pedro como un asesino, pero lo cierto era que no sabía nada de él, a excepción de que era un hombre muy atractivo y con una fuerte personalidad.


-Quizá se fue por voluntad propia.


-O quizá era un fantasma -dijo Abby, sonriendo-. De todas maneras, si me entero de alguien que conoce la historia de la plantación, la avisaré.


Paula rebuscó en su bolso hasta encontrar un bolígrafo y un trozo de papel, donde anotó un número de teléfono que entregó a la mujer.


-Este es el número de mi móvil. Puede llamarme a cualquier hora.


Abby sacó una hoja de debajo del mostrador y empezó a escribir.


-Le daré la dirección de una amiga mía, Linda Adams. Vive en Baton Rouge y es especialista en restauración de antigüedades -le dijo, entregándole la hoja-. Su marido es
contratista, y ha trabajado en la restauración de algunas casas históricas de la zona, asi que es probable que él esté dispuesto a ayudarla.


-Muchas gracias -dijo Paula, guardando la nota en su bolso-. Iré a verles hoy mismo.


Después de despedirse, Paula subió a su coche para ir a Baton Rouge, pero antes de arrancar oyó un nombre de mujer. El nombre no le sonaba de nada, pero la voz que
habló sí.


Era la voz de Pedro Alfonso



*****

-¿Quién es Celeste?


Paula observó la expresión primero de incredulidad y después de cautela de su interlocutora.


-¿Dónde ha oído ese nombre? -preguntó Eloisa.


- En la ciudad -dijo Paula sin atreverse a confesar que había sido en su mente. Eloisa la miró con suspicacia.


-No puede ser. En la ciudad nadie sabía nada de ella.


-Creen que aquí vivía una mujer llamada Celeste con el señor Alfonso, y que se fue. Algunos dicen que murió.


Eloisa dejó el tenedor, apartó del plato y unió las manos delante de ella encima de la mesa.


-Primero, no debe creer todo lo que le digan, Paula -le advirtió-. Y segundo, no se quién le ha hablado de ella, pero yo en su lugar, no volvería a mencionar su nombre. Nunca.


Paula no podía ignorar el tono categórico de la mujer, ni su ira, y prefirió cambiar de conversación.


-He ido a Baton Rouge y he hablado con una mujer que está dispuesta a ayudarme con la restauración del mobiliario. Su marido vendrá a hacer un presupuesto sobre la casa, pero está ocupado hasta la semana que viene.


Eloisa sonrió, agradecida.


-Ha conseguido muchas cosas en un día.


-También he ido al registro y me han dicho que si tienen los planos de la casa, tardarán unos días en localizarlos. ¿Sabe si aquí hay alguna copia que pueda utilizar?


—Estoy segura de que Pedro tiene que tenerlos, aunque tendrá que preguntarle a él -le informó-. También es probable que haya documentos antiguos en el desván. Si le
interesa, es la puerta que está al final de pasillo, más allá del despacho. Puede explorar todo lo que quiera, si se atreve, claro.


-Creo que lo haré en los próximos días.


Cuando terminó de cenar, Eloisa se puso en pie.


-Tengo que hablar con Pedro antes de que se retire.


Probablemente para hablarle de su nueva empleada, pensó Paula. Pero no le importaba.


De momento no había hecho nada malo aparte de mencionar el nombre de Celeste, un asunto sobre el que sin duda Eloisa sabía mucho más de lo que estaba dispuesta a
contarle. Un misterio que podía quedar sin resolver a menos que ella tomará la decisión consciente de lo contrario.


No, se dijo. No se metería en la mente de nadie para obtener una información que de otro modo le era negada. Lo había hecho con anterioridad, y había sufrido enormemente por ello. Si descubría algo, no sería por adentrarse en los pensamientos de Pedro.







MI FANTASIA: CAPITULO 4





Paula giró hacia la derecha y vio un cuerpo moreno sentado en un sillón de mimbre en un extremo de la terraza, a poca distancia de ella.


-Me ha asustado -dijo, llevándose una mano al escote del camisón y sujetándose con la otra a la barandilla.


-Ya lo veo -dijo él con sarcasmo.


Estupendo. Un encuentro a medianoche con un impresentable.


-Supongo que usted es el señor Alfonso.


-Correcto.


Al menos era un hombre de carne y hueso, no una aparición fantasmagórica.


Armándose de valor, se acercó a él, y a la luz de la luna pudo distinguir algunos detalles. Como que tendría unos treinta y tantos años, y no era el carcamal que ella había imaginado. Con una corta melena morena y ligeramente ondulada, el hombre tenía los labios rectos y duros, y cuando lo miró a los ojos, Paula tuvo la certeza de que se trataba de los mismos ojos que aparecieron en su mente al llegar aquella tarde a la plantación. Ojos azules, ojos de depredador, ojos que no parecían de este mundo.


También vio que no llevaba camisa, y recordó que ella sólo llevaba un camisón de algodón que apenas la cubría. No precisamente la ropa más adecuada para la primera
reunión con su jefe, pero ella no lo había elegido.


-Soy su nueva empleada, Paula Chaves-dijo ella, dando el último paso hacia él y tendiéndole la mano.


-Sé quién es -dijo él, mirándola de arriba abajo con descaro antes de detenerse en la mano extendida.


Tras una ligera vacilación, la envolvió con los dedos y le dio un apretón. Paula se tambaleó por la intensidad del contacto y el intenso y terrible dolor que emanaba de él.


Un dolor profundo que parecía no tener fondo.


Rápidamente soltó la mano y dio un paso atrás, como si le hubiera dado un calambre.


De hecho, así fue. Paula había vivido con el «don» desde siempre, sin permitir que nadie sospechara siquiera que lo tenía. Las hijas de la alta sociedad de Georgia no leían los pensamientos ajenos, sino las páginas de sociedad. Pero en todos aquellos años su telepatía sólo se había manifestado a través de imágenes y esporádicamente de palabras, pero nunca fue capaz de canalizar sentimientos. Hasta ahora.


-Encantada de conocerlo -murmuró por fin cuando logró recobrar el aplomo.


Él no respondió, pero continuó mirándola fijamente. Paula quiso salir corriendo, a pesar de que en realidad se sentía atraída irremisiblemente hacia él, hacia su aura y hacia su dolor.


Buscó algo que decir a pesar de lo embarazoso de la situación.


-Me gustaría conocer sus ideas y planes para la rehabilitación, aunque no ahora, claro.
Necesitaría algo para tomar notas. Mañana, u otro día, cuando prefiera.


Cielos, estaba divagando como una idiota.


-Sólo debe saber una cosa. Exijo perfección.


En eso no había problema. Paula sabía exactamente a qué se refería. Siempre tuvo la vida perfecta con la familia perfecta. Estudió en los colegios perfectos y se casó con el
hombre perfecto. El cerdo mentiroso perfecto, se corrigió para sus adentros.


-Haré todo lo que esté mis manos para complacerle.


Él entrelazó las manos y las apoyó en el vientre.


-Eso está por ver. No soy de fácil complacer.


A Paula no le sorprendió en absoluto la afirmación. Más aún, estaba de acuerdo con él.


Aunque, después de la reacción que tuvo al estrecharle la mano, quizá tuviera sus razones.


-¿Tiene alguna preferencia en particular?


El hombre inclinó la cabeza y estudió su rostro.


-¿Respecto a qué?


Otra imagen se coló en su mente. La de un cuerpo desnudo.


Su cuerpo desnudo.


Paula no lograba entender por qué su infalible capacidad para bloquear ese tipo de cosas le había fallado. No comprendía que él tuviera fantasías sexuales con ella, a quien sólo acababa de conocer. Y más inquietante aún, no lograba explicarse por qué eso la excitaba.


-A cómo quiere realizar la rehabilitación -dijo ella cuando se disolvieron las imágenes.


-Prefiero no involucrarme en eso, a no ser que usted no tenga idea -dijo él, moviéndose inquieto en la silla.


El grosero comentario la irritó profundamente y la puso en alerta.


-¿Qué le hace pensar que no tengo ni idea?


-No me ha dado ninguna prueba para hacerme creer lo contrario.


-Tengo una licenciatura en diseño de interiores; también he supervisado equipos de trabajo y he redecorado mi propia casa en el pasado.


-¿Y eso era antes o después de la partida de tenis con sus amigas en el club de campo?


A Paula le molestó más el tono condescendiente de sus palabras que el hecho de que tuviera razón. Así había sido su vida anterior.


-Creo que fue el día que tome el té con las Hijas de la Confederación -dijo, arrastrando las palabras con el típico acento sureño-. Justo antes de asistir a clase de buenos
modales y trato refinado para ocasiones especiales, como cuando te las tienes que ver con zopencos groseros y maleducados. Aunque me temo que en este momento he olvidado todo lo que aprendí.


Él pareció estar a punto de sonreír, pero no llegó a hacerlo.


-¿Me está llamando zopenco, señora Chaves?


-Oh, no, señor Alfonso. No sería apropiado.


Recorriéndola una vez más con los ojos de arriba abajo, el hombre se levantó despacio.


Tal y como ella había imaginado, debía medir casi un metro noventa, y tenía el pecho plano, bien definido y cubierto de una suave capa de vello moreno. Su proximidad la enervó y le cortó la respiración, y su olor resultaba intoxicante. Era un olor que insinuaba sensaciones misteriosas y experiencias prohibidas.


Si su intención era intimidarla, lo estaba consiguiendo. Pero Paula no iba a permitírselo. Ni a el ni a ningún otro hombre. 


Por eso en lugar de retroceder, concentró su atención en el par de ramas de parra entrelazadas que le rodeaban el poderoso bíceps, con un letrero en el centro: Imperium.


-Un tatuaje interesante. Mi latín está un poco oxidado. ¿Qué significa? -preguntó, y alzó la mirada hacia él.


-Poder absoluto -respondió él, que estaba mirándola fijamente.


Tanto sus palabras como su abrumadora presencia la paralizaron, a pesar de que supo lo que él estaba a punto de hacer. Si no se iba, él la besaría.


Obligándose a volver a la realidad, Paula cruzó los brazos para protegerse y dio un paso atrás.


-Yo no creo que el poder sea absoluto, señor Alfonso -dijo y, reuniendo la poca fuerza que le quedaba, le dio la espalda y se dirigió a su dormitorio.


Pero sólo había recorrido unos pasos cuando él dijo:
-Hay poderes absolutos, Paula. Y lo sabe. 


Paula no se atrevió a mirarlo ni a responder.


Se metió en su habitación y cerró las puertas, pero no pudo apartarlo de sus pensamientos, ni tampoco librarse del persistente calor que continuó haciéndola arder por dentro y que nada tenía que ver con la época del año.


Paula se metió en la cama y trató de dormir. Trató de pensar en algo que no fuera él, pero la imagen de Pedro Alfonso fue lo último que vio antes de que el sueño la venciera por fin.


En cuanto Paula salió del cuarto de baño del pasillo a la mañana siguiente, supo que él había estado allí. Enseguida aspiró el olor de su colonia, pero sobre todo sintió su
presencia. Una sensación intangible que la consumía.


Miró a la derecha para ver si las puertas del dormitorio del hombre estaban abiertas, pero lo primero que vio fue la diabólica estatua al fondo del pasillo del sátiro con la mujer.


«Sátiro Giles, te voy a cambiar de sitio en cuanto pueda», se dijo. Tenía que llevarlo a otro lugar, donde fuera, pero lejos de ella. De hecho, si la estatua no fuera tan pesada y ella tuviera fuerzas para arrastrarla la arrojaría a la ciénaga más cercana.


Volvió a su dormitorio, se quitó la bata y se puso unos pantalones blancos de lino y una camiseta de punto sin mangas y bajó a desayunar. Al cruzar la rotonda camino de la cocina, se detuvo delante de un cuadro colgado en la pared: era un retrato de una joven de ojos verdes con larga melena negra que, a juzgar por la postura, sentada y con las
manos recatadamente unidas sobre el regazo, y la ropa, un vestido de encaje blanco con falda ancha y larga hasta los pies, Paula imaginó que había vivido allí hacía muchos
años. Pero al Leer la inscripción en la base del marco sintió un escalofrío.


Laura. Ahora duermes con los ángeles.


Quizá fuera una de las tragedias de las que le habló Eloisa el día anterior. A pesar de lo desconcertante que era, Paula tenía especial interés en conocer mejor el pasado de la
plantación, aunque soló fuera para satisfacer su propia curiosidad. ¿Y qué mejor fuente de información que la mujer que era la mano derecha del propietario?


Paula entró en la cocina y encontró a Eloisa junto a la vieja cocina blanca preparando unos huevos revueltos y tarareando una alegre canción.


-Buenos días -dijo Paula, sentándose en una silla.


-Buenos días -respondió Eloisa, volviéndose a mirarla un momento sin dejar de cocinar.


-¿Ha dormido bien?


-Bastante bien. Tardaré un poco en acostumbrarme al lugar.


Principalmente en acostumbrarse a la idea de que Pedro Alfonso dormía en la habitación de al lado. Durante toda la noche había estado escuchando el sonido de sus pasos dando vueltas por su dormitorio de manera intermitente, como si no pudiera dormir. Igual que ella.


Eloisa le puso el plato de huevos revueltos con bacon delante, pero Paula no tenía hambre. Sólo necesitaba un café. O varios.


-Tiene una pinta deliciosa, pero por las mañanas no suelo tener hambre. Y además quiero empezar pronto.


Eloisa volvió a la mesa con una taza de café y se sentó frente a ella.


-Si se queda un rato, podrá conocer al señor Alfonso cuando baje a desayunar.


-Lo conocí anoche -dijo Paula, y esperó unos segundos a que pasara la aparente sorpresa reflejada en el rostro de la mujer-. Anoche, en la terraza de nuestras habitaciones.


-¿Qué tal fue?


Como ella jamás hubiera pensado.


-No demasiado mal. Me preguntó sobre mi experiencia profesional y me dio la impresión de que no quiere que le molesten con los detalles de la rehabilitación.


Eloisa suspiró.


-Quiere que lo dejen en paz.


Paula tuvo la misma impresión la noche anterior.


-¿A qué se dedica exactamente?


-A sanear empresas en quiebra y venderlas. Así ha sido como convirtió su herencia en una pequeña fortuna. Es muy bueno en lo que hace, o lo era hasta... -Eloisa se interrumpió.


-¿Hasta que qué?


- Hasta que decidió dejarlo todo durante una temporada -terminó la mujer en un tono que daba por zanjada la conversación.


Paula quería saber más, pero tuvo la sensación de que Eloisa no iba a revelar nada más, y prefirió cambiar de conversación.


-Si puedo utilizar un teléfono, me pondré en contacto con varios contratistas locales y concertaré algunas reuniones.


Eloisa bebió un sorbo de café.


-Tendrá que encontrar a alguien en Baton Rouge, porque aquí no habrá nadie dispuesto a venir a la plantación. La gente es muy supersticiosa y creen que el lugar está maldito.


Sin saberlo, Eloisa acababa de darle a Paula una buena oportunidad para preguntar sobre el retrato de la rotonda.


-Ese retrato que hay cerca de la escalinata, ¿tiene algo que ver con alguna de las tragedias de las que me habló?


-No estoy muy segura -respondió Eloisa-. Segumente sí, pero no conozco más detalles sobre ella.


Paula terminó el café y se levantó.


-Voy a la ciudad a ver a algunos contratistas. Quizá encuentre alguien que no sea supersticioso.


-Buena suerte -dijo la mujer.


Paula tenía prisa por irse. Presentía la inminente llegada de Pedro y no quería volver a verlo, esta vez a plena luz del día y dejando ver toda la fascinación y obsesión que tenía
con su nuevo jefe. Porque tenía que reconocer que estaba totalmente fascinada e intrigada por el. El hombre tenía muchos secretos, de eso estaba segura, secretos que
probablemente nunca llegaría a conocer.


También sabía que esos secretos eran la causa de su dolor, y la realidad le había enseñado que muchas veces las personas que estaban perdidas no deseaban ser salvadas.


Tenía el presentimiento de que Pedro Alfonso no tenía ningún deseo de que le salvaran de su dolor y su soledad.