jueves, 22 de octubre de 2015

EL DESAFIO: CAPITULO 13





Qué demonios crees que estabas haciendo?


Paula, que estaba colocando las joyas en una de las vitrinas, se detuvo en seco al oír la voz de Pedro. Se levantó lentamente y se giró hacia él comprobando que, efectivamente, estaba muy enfadado, tal como indicaban el brillo de sus ojos y la tensión de su mandíbula. En su rostro ya no quedaba ni un ápice del amante apasionado e indulgente con el que había pasado la noche.


Una noche de tanta intensidad y tanto placer que había resultado toda una revelación para ella, y que había reducido a la nada sus dos experiencias previas. Pedro había sido un amante tierno, apasionado y sensual, que la había llevado al clímax una y otra vez mientras exploraba y reclamaba cada centímetro de su cuerpo a la vez que le había permitido y la había animado a hacer lo mismo con el suyo. Se sonrojó solo de recordar la intimidad que habían compartido durante la noche. No había ni un solo centímetro de su cuerpo que hubiera quedado intacto, insatisfecho o a salvo de las manos y la boca de Pedro, y estaba segura de que ahora conocía el cuerpo de Pedro mucho mejor de lo que conocía el suyo propio.


–No pasa nada –les aseguró a Rich y a Andy al verlos moverse en dirección a Pedro.


Pedro estaba en la puerta de la sala, con ese aire tan sofisticado que desprendía siempre y un aspecto muy parecido al que había lucido la mañana que se habían conocido. Solo habían pasado tres días en tiempo real, pero toda una vida en cuanto a los cambios que habían supuesto para Paula. Y no solo se refería al placer físico que había experimentado con él la noche anterior.


Esos últimos días con Pedro y las cosas que le había dicho la noche anterior le habían hecho cuestionarse su vida y el modo en que la vivía. Bien sabía Dios que jamás querría hacerle daño a su padre, pero algunas de las cosas que Pedro le había dicho le habían calado muy hondo y habían rasgado el frágil caparazón que había instalado alrededor de sus esperanzas y sueños de futuro, obligándola a preguntarse si después de tantos años de verdad era necesario que viviera su vida bajo la sombra constante de su padre.


¿Seguro que no había algún modo de seguir sus sueños y asegurarle a su padre al mismo tiempo que estaría a salvo? ¿Un modo de poder vivir su vida sin sentirse dentro de una jaula?


–Sí que pasa –dijo mirando a los dos guardaespaldas–. Vamos a ir a mi despacho a hablar.


Al ver el brillo de sus ojos y la tensión de su boca y su mandíbula, Paula supo que Pedro estaba conteniendo su furia. 


Una furia que hasta ese momento había desconocido que tuviera ya que, normalmente, se había mostrado como un hombre despreocupado que parecía reírse del mundo.


Por otro lado, no entendía a qué venía esa actitud de ahora. 


Los dos habían salido a cenar la noche anterior y después habían pasado la noche juntos, habían disfrutado el uno del otro hasta el máximo… tal como aún lo atestiguaba todo su cuerpo… Así que, ¿qué le pasaba?


–Estoy ocupada, Pedro.


–¡Ahora, Paula! –bramó con brusquedad.


–Creo que no debería hablar a la señorita Chaves en ese tono, señor Alfonso.


–¡No te metas en esto! –le gritó Pedro al guardaespaldas. Rich o Andy, para él eran lo mismo.


Tras aceptar que Paula se hubiera marchado de su casa sin despedirse siquiera, se había enfadado al darse cuenta de que no tenía ni un número personal al que llamarla, y tampoco había tenido ganas de llamar a su padre para pedírselo… aunque, de todos modos, seguro que el hombre no lo habría ayudado lo más mínimo en ese aspecto.


Ducharse corriendo e ir al piso de Paula tampoco había resultado nada productivo porque los dos hombres apostados en la recepción se habían negado a decirle nada más que: «la señorita Chaves no se encuentra en casa en este momento». Una respuesta ambigua que le había hecho preguntarse si es que no estaba en casa de verdad o si, directamente, no quería recibirlo allí.


Enfadado, frustrado y más que un poco preocupado por las posibles razones por las que podría haberse marchado de ese modo tan repentino, había conducido hasta Arcángel, donde le habían informado de que se encontraba allí, trabajando en el ala este. Había ido directo a la sala y la había encontrado de rodillas en el suelo colocando las joyas en una de las vitrinas, así tal cual, como si no hubiera pasado nada. Verla tan tranquila lo había encendido de furia.


Una furia que, entendía, se debía al hecho de que se había entregado por completo a esa mujer la noche anterior.


–Podemos hablar aquí, Paula, o podemos hablar en mi despacho. Tú eliges.


–Muy bien, será mejor que os quedéis vigilando la colección –les ordenó a Andy y a Rich–. Solo serán unos minutos –les aseguró.


–Yo no estaría tan segura –le susurró Pedro cuando pasó por delante de él hacia la puerta.


Paula iba enfadándose cada vez más al ver a Pedro a su lado con ese gesto tan adusto, y su rabia aumentó al ver que no hizo ningún esfuerzo por explicarse, ni fuera en el pasillo, ni mientras subían al despacho.


Todo eso cambió en el momento en que entraron en él y, de pronto, se vio con la espalda pegada a la puerta y Pedro sobre ella, con las manos plantadas a ambos lados de su cabeza y mirándola fijamente. Se sintió molesta al verse aprisionada por sus manos y por su cercanía; una cercanía a la que su traicionero cuerpo reaccionó de inmediato excitándose, inflamando sus pezones bajo la camiseta y empapando la unión de sus muslos.


–¿A qué viene todo esto, Pedro? –preguntó irritada.


–Te has marchado.


–¿Qué?


–¿Por qué te has marchado esta mañana, Paula?


–No entiendo la pregunta.


–¿He de asumir por tu respuesta que tienes la costumbre de marcharte a hurtadillas de la casa de un hombre sin despedirte después de haber pasado la noche con él? –preguntó con dureza.


–Yo no me he marchado a hurtadillas.


–¿Cómo, si no, lo llamarías?


–¡Estabas durmiendo cuando me he despertado y tenía que volver a mi casa para ducharme y cambiarme antes de ir a trabajar! –le contestó con desdén.


–¿Sin dar los buenos días ni decir adiós?


–Como te he dicho, estabas durmiendo.


–Acabábamos de pasar una noche increíble juntos, ¿no se te ha ocurrido despertarme?


–No. Me dijiste que Miguel volvería hoy.


–Esta tarde, no esta mañana. Además, dudo que mi hermano se llevara un impacto si se encontrara a una mujer en casa.


–Probablemente no, claro –respondió suponiendo que eso era lo habitual si los tres compartían pisos por el mundo. 


Estaba segura de que los hermanos estaban acostumbrados a toparse con las amantes de unos y otros por las mañanas. Incluso el esquivo Miguel, aunque sin duda más discreto en sus relaciones que sus dos hermanos, era demasiado carismático y guapo como para que por su cama no hubieran desfilado muchas mujeres.


Pedro la miró durante varios segundos antes de apartarse de la puerta para situarse frente a la ventana de espaldas a ella. 


Se metió las manos en los bolsillos para contener las ganas de agarrarla por los hombros y zarandearla. Estaba más que enfadado consigo mismo porque quería volver a besarla, hacerle el amor otra vez en lugar de seguir con esa conversación tan poco satisfactoria.


–¿Por qué te has marchado, Paula? –repitió.


–¿De eso se trata? –le preguntó con incredulidad–. ¿Todo esto es porque he osado a marcharme del piso de Pedro Alfonso esta mañana sin que él me lo haya permitido?


–No necesitabas mi permiso para marcharte –le contestó girándose bruscamente.


–¿No? ¡Pues no es lo que me ha parecido!


–¿Y qué te ha parecido?


–Que Pedro Alfonso suele ser el que se marcha. Que no pasa nada si es él el que se va del piso de una mujer por la mañana, ¡pero que enfurece si una mujer se atreve a hacerle lo mismo a él!


Había algo de verdad en su acusación y eso lo enojó aún más. Irse a la cama con una mujer nunca había sido un problema para él, pero jamás se había quedado a pasar la noche.


Con Paula había sido distinto. No solo había sido la primera mujer en la que había confiado, sino que además había sido la primera a la que había llevado al piso de su familia, y hasta había estado deseando hablar y reírse con ella mientras desayunaban, ya fuera en la cama o en la cocina.


–Yo nunca llevo a mujeres a mi piso.


–¿No?


–No.


–¿Pero a mí sí me has llevado?


–Sí.


–¿Por qué?


–En este momento no tengo ni idea –contestó fríamente.


–Oh.


–Sí.


–¡Esa no es razón para que ahí abajo te hayas comportado como un Neandertal!


–¿Un qué? –preguntó Pedro incrédulo y con los ojos abiertos de par en par.


–Un Neandertal. Un hombre primitivo.


–Ya sé lo que es, gracias –dijo Pedro ahora divirtiéndose un poco con la acusación de haberse comportado como un hombre de las cavernas, la cual era cierta.


¿Había reaccionado así solo porque Paula se había marchado o por algo más? No había duda de que lo había atraído como ninguna otra mujer, pero seguro que eso no
significaba que…


–¿Entonces por qué te molestas en preguntar? –le dijo con impaciencia.


Tenía las manos metidas en los bolsillos traseros de esos vaqueros tan ajustados y el pecho hacia fuera mientras lo miraba, una pose que hizo que el cuerpo de Pedro comenzara a palpitar de deseo por volver a hacerle el amor.


¿Qué tenía esa mujer para haberle confiado todas esas cosas sobre él la noche anterior? ¿Qué tenía para hacer que se excitara solo con mirarla a los ojos, a esos labios carnosos, y a esos pechos coronados por pequeños puntos visibles contra su camiseta? ¡No lo sabía!


–Sí, de acuerdo, puede que ahí abajo me haya pasado un poco.


–¿Un poco? –preguntó ella al comenzar a moverse de un lado a otro como una fiera enjaulada–. No solo te has puesto en ridículo, sino que también me has avergonzado a mí. Rich y Andy saben exactamente dónde he pasado la noche y eso me hace sentir incómoda, así que lo último que necesitaba era que entraras en la galería comportándote como un cavernícola…


–Creo que esa parte de la conversación la he captado.


–Pues entonces te sugiero que tomes nota para relaciones futuras porque las mujeres hemos avanzado mucho desde que vivíamos en cuevas.


–Estoy perfectamente feliz con la relación que tengo ahora mismo, muchas gracias.


–Nosotros no tenemos una relación, Pedro.


–Anoche…


–Eso fue anoche y una noche no hace una relación –añadió con decisión.


–¿Y qué hace entonces?


Paula se encogió de hombros.


–En el caso de anoche, unas cuantas horas muy agradables en la cama –aceptaba que para Pedro no hubiera sido más que otra conquista, una más de tantas que se rendían a su encanto. Pero eso ya lo había sabido al meterse en la cama con él, así que no tenía nada que recriminarle. No era culpa suya que sus emociones se hubieran visto implicadas hasta el punto de no saber si ya estaba medio enamorada.


–¿Y este es tu modus operandi habitual? ¿Pasar la noche con un hombre y largarte sin más? 


Pedro podía dar la impresión de ser un hombre encantador y relajado, pero tras su conversación de la noche anterior, Paula ahora sabía que había otro hombre oculto tras esa fachada. Un hombre de gran inteligencia, astucia y curiosidad. Y la inteligencia y la curiosidad eran cosas que no podía permitirse en lo que respectaba al pasado de su padre. Sin embargo, eso no impedía que deseara que la cosa hubiera sido distinta.


Se había despertado poco después de las seis de la mañana con el cuerpo dolorido de placer y, al girarse, se había encontrado a Pedro durmiendo a su lado y no había podido resistirse a quedarse unos minutos contemplándolo bajo la luz del sol que se colaba por las ventanas.


Su rostro se veía relajado, enmarcado por la oscuridad de su sedoso cabello negro, con unas largas pestañas que descansaban sobre sus afilados pómulos y unos labios esculpidos en forma de sonrisa. La sábana la tenía por la cintura y dejaba al descubierto su pecho bronceado y musculoso, cubierto de un fino vello color ébano que formaba una V y descendía hasta donde su miembro yacía excitado contra su estómago.


Sin duda, Pedro era el hombre más guapo que había visto en su vida.


Y la noche anterior había sido todo suyo, para besarlo y acariciarlo. El modo en que habían hecho el amor no se había parecido a nada que hubiera podido imaginarse, sus
cuerpos habían estado totalmente sintonizados para darse placer, y cada beso y cada caricia había sido como una sinfonía de ese placer.


Había sido una noche preciosa, una que Paula no pretendía olvidar jamás. Sin embargo, mientras había estado tumbada al lado de Pedro, había sabido que se había terminado. Que, por su bien, tenía que terminar.


No pondría a su padre en peligro ni se convertiría en la chica eventual de Pedro.


–No hay nada peor que despertarte por la mañana, girarte y lamentar que la persona que tenías al lado sigue ahí.


Pedro respiró hondo.


–¿Y es eso lo que te ha pasado? ¿Te has despertado, me has mirado y te has arrepentido de lo de anoche?


–No seas tonto, Pedro –dijo forzando una risa y sabiendo que nunca, jamás, lamentaría haber despertado al lado de Pedro–. Los dos tenemos una relación laboral y creo que es más importante que la mantengamos en lugar de ir persiguiendo un placer pasajero.


–Una relación laboral.


Ella asintió.


–Está la exposición de mi padre y me pediste que me planteara diseñaros algunas vitrinas para las galerías –le recordó.


–Una oferta que creo recordar que rechazaste.


Paula esquivó su penetrante mirada.


–Y que me estoy replanteando ahora… A menos que hayas cambiado de opinión.


–No, no lo he hecho, pero tengo curiosidad por saber qué te ha hecho cambiar de opinión a ti.


Era una buena pregunta y la sencilla respuesta residía en la decisión que había tomado durante la noche. Por mucho que su padre luchara contra ello, había llegado el momento de que empezara a liberarse de las limitaciones que le había impuesto. Y el mejor modo que se le ocurría para hacerlo era dar comienzo a esa carrera profesional sin la ayuda de su padre y, por supuesto, sin seguir acostándose con el hombre responsable de ofrecerle el trabajo que sería el trampolín para su futuro profesional.


Las galerías Arcángel de Nueva York, París y Londres eran las más prestigiosas del mundo, y que sus vitrinas se mostraran en ellas haría que otros coleccionistas y galerías se fijaran en su trabajo.


–He pensado que debía intentarlo ya que tengo mi primer encargo.


Pedro no podía decir que no estuviera sintiendo cierta satisfacción al oírle decir que por fin había decidido liberarse de su padre y hacer lo que quería, pero sí que se preguntaba los motivos por los que decidía hacerlo ahora. Y, por otro lado, no le había hecho ninguna gracia que descartara la idea de que pudiera llegar a existir una relación entre los dos.


–Si crees que podría suponer un problema para los dos después de lo de anoche, puedo contarle mis ideas a Miguel mañana cuando lo vea.


Pedro se tensó al verse sacudido por un golpe de… ¿Qué? ¿Celos? ¡Nunca en su vida había sentido celos por una mujer! Nunca se había implicado tanto emocionalmente como para sentir algo tan básico como los celos, lo cual tal vez indicara que lo que sentía por Paula no se parecía a nada que hubiera sentido por ninguna mujer antes.


Le gustaba, había disfrutado mucho haciendo el amor con ella, pero ahí quedaba todo. Por supuesto que no estaba celoso ante la idea de que pasara tiempo con Miguel.


–Fue idea mía, mi proyecto, así que Miguel también insistirá en que trates el asunto directamente conmigo y no con él.


Paula abrió los ojos de par en par ante la dureza de su tono, para la que no encontraba motivos. Cualquier mujer que ignorara su aversión por las implicaciones emocionales se habría pensado que estaba expresando celos, pero no. Pedro Alfonso no sentía celos. ¿Por qué iba a hacerlo cuando podía tener a la mujer que quisiera solo con mover un dedo?


No, lo que le pasaba era que seguía enfadado con ella por haberse marchado de su apartamento esa mañana sin decir adiós. Pero tan enfadado como estaba él, estaba ella de aliviada por haber encontrado la fuerza para hacerlo.


Habría sido mucho más sencillo no marcharse, haber despertado a Pedro, haber pasado la mañana en la cama haciendo el amor. Pero ya sentía demasiado por él como para permitirse más, y sabía que si seguían intimando sería como estar pidiendo que le partieran el corazón.


Eso, contando con que no fuera ya demasiado tarde.


Nunca había conocido a nadie como Pedro. Un hombre que lo tenía todo, que tenía éxito en el trabajo, era rico y tan guapo que hacía que se le acelerara el pulso con solo mirarlo. Tan encantador que se requería de mucha fuerza de voluntad para no darle lo que fuera que pidiera. Un amante tan indulgente y experimentado que Paula había perdido la cuenta de todas las veces que había llegado al clímax en sus brazos esa noche.


Y por todo ello temía haber sido tan estúpida como para haberse enamorado de él.


–Vale, muy bien. ¿Eso es todo? La inauguración es mañana por la noche y tengo que volver a la galería y terminar de colocar las joyas en las vitrinas.


Pedro apenas logró contener su rabia, su frustración con esa conversación, con Paula; con el hecho de que ella hubiera logrado responder, sin responder al mismo tiempo, una de las preguntas que le había formulado.


¿Por qué se había marchado de ese modo por la mañana? ¿Era su forma de actuar con los hombres? ¿Se habría arrepentido de haber pasado la noche con él? ¿Y por qué había elegido precisamente ese día para empezar a alejarse del yugo de su padre, para empezar su propia carrera aceptando su encargo de diseñar las vitrinas para las galerías Arcángel?


Todas las respuestas que le había dado habían sido elusivas, pura palabrería, y eso era algo que jamás habría asociado con Paula y que encontraba irritante porque le impedía acercarse a ella.


Suspiró con frustración ante la situación.


–¿Vas a tener algún problema con tu padre por haberte quedado a dormir en mi piso anoche?


Paula aún no había visto a su padre, pero no tenía duda de que a esas alturas ya sabría que había pasado la noche con Pedro en su piso. Al igual que no tenía duda de que se lo mencionaría en cuanto la viera por la noche.


Sin embargo, no tenía la más mínima idea de qué iba a decirle ella.


–Es un poco tarde para pensar en eso, ¿no, Pedro?


Él se encogió de hombros.


–Hablaré con él si eso te facilita las cosas.


–¿Y qué le dirás exactamente?


–Que no es asunto suyo dónde demonios pases la noche.


–No, gracias, creo que mejor me ocupo yo –respondió ella riéndose y recordando la conversación telefónica que había tenido con su padre la primera vez que él se había enterado de que había estado con un hombre. Había sido embarazoso para los dos, pero ahí había quedado todo porque por mucho que quería protegerla y mantenerla a salvo, su padre
también quería que disfrutara… siempre que fuera dentro de su círculo de protección.


–Esta no es la primera vez que ha pasado, ¿verdad?


–Ahora estás volviendo a ser deliberadamente insultante –dijo mirándolo con reprobación.


–¿Sí? –cruzó la habitación con pasos decididos y se sentó en su silla–. A lo mejor es porque toda esta conversación me está resultando insultante. Fue una velada agradable, quitando el rato en el que te hice llorar –añadió–. Pero lo superamos y pasamos una noche aún mejor y, aun así, esta mañana me dices que no quieres volver a salir conmigo porque quieres concentrarte en tu carrera.


–No recuerdo que me hayas pedido que vuelva a salir contigo, pero tienes razón al dar por hecho que mi respuesta habría sido «no» –continuó con firmeza–. Es verdad que pasamos una noche fantástica, pero ahora es momento de volver al mundo real.


–Y en tu mundo real no hay espacio para mí –fue una afirmación más que una pregunta.


El único espacio que quería que Pedro ocupara en su vida era uno que nunca podría tener y que él no estaría interesado en llenar. A pesar de la otra faceta suya que había descubierto por la noche mientras habían charlado, él nunca había pretendido ser otra cosa distinta de un soltero de treinta y cuatro años, guapo y cotizado, que disfrutaba con las mujeres… con muchas.


Por desgracia, Paula sabía que ella no encajaba en su vida, razón por la que era mejor para las dos que todo terminara ya. Y no solo por su padre. Tenía que terminarlo antes de que ella misma perdiera el orgullo, además del corazón, hasta el punto de terminar totalmente hundida cuando Pedro le pusiera punto y final a la relación al cabo de unas semanas. Porque eso era lo que haría.


Levantó la barbilla con gesto de determinación.


–En este momento no.


–¿Y crees que habrá un momento en que eso cambie?


–No.


–De acuerdo –respondió con brusquedad. 


No iba a suplicar. 


Si una noche era todo lo que Paula quería de él, pues una noche sería todo lo que tendrían.


Todo lo que habían tenido.


Porque estaba claro que Paula los veía ya como parte del pasado.






miércoles, 21 de octubre de 2015

EL DESAFIO: CAPITULO 12




Pedro se despertó a la mañana siguiente con la sensación de la calidez del sol brillando sobre sus párpados cerrados y con una sonrisa en los labios. Paula era la razón de esa sonrisa mientras recordaba la noche de pasión que habían pasado juntos. Horas y horas haciendo el amor, un deseo mutuo e insaciable.


La había rodeado con sus brazos después de la primera vez y se habían acurrucado bajo las sábanas quedándose dormidos, el uno en brazos del otro. Pero se habían despertado y habían hecho el amor dos veces más, lenta, deliciosa y salvajemente, cada vez sintonizando mejor con las necesidades y deseos del otro, susurrándose palabras, gimiendo al compartir su placer.


Una intensidad de placer que Pedro sabía que no había experimentado nunca antes con ninguna mujer. Una intensidad que ahora recordaba con una sonrisa a la vez que pensaba en pasar la mañana, o tal vez el día entero, con Paula porque aún no veía satisfecho su deseo por ella.


Pero primero el desayuno. Tenía que asegurarse de que Paula se alimentara si iban a estar haciendo el amor todo el día. Además, estaría tremendamente sexy moviéndose por su piso con una de sus camisas de seda blancas. Sin embargo, de momento seguía durmiendo, a juzgar por la ausencia de movimiento en el lado que estaba ocupando ella. ¡Sin duda estaba exhausta después de tanta actividad nocturna!


Su sonrisa aumentó ante la idea de despertarla besando lentamente sus suculentos labios a la vez que acariciaba su largo y esbelto cuerpo para después volver a introducirse en su calor hasta que los dos volvieran a gemir de placer.


–Paula, yo… ¿Qué…? –exclamó al girarse en la cama.


El otro lado de la cama estaba vacío.


–¿Paula? –gritó apartando las sábanas. Saltó de la cama y salió desnudo al pasillo, donde no recibió respuesta de la habitación contigua–. Se supone que soy yo el que tiene que prepararte el desayuno –bromeó al entrar en la cocina.


La cocina estaba vacía, al igual que el resto del piso.


–¡Mierda! –murmuró furioso al volver a entrar en el dormitorio y ver que la ropa de Paula no estaba en el suelo, donde la habían tirado la noche anterior. No había nada que atestiguara el hecho de que había estado allí.


Porque se había marchado de su cama, de su piso, de su lado, antes de que él siquiera se hubiera despertado.







EL DESAFIO: CAPITULO 11




Te encuentras mejor?


–Sí, gracias –le confirmó Paula al mirarlo después de dar un sorbo del brandy que él había insistido en servir para los dos una vez llegaron a su piso.


Al final Paula no había podido resistirse a acompañarlo; si esa iba a ser su única cita, como era probable, tenía intención de aprovecharla al máximo.


–Es de la familia. Lo tres nos quedamos aquí cuando venimos a Nueva York –le dijo al ver la curiosidad con que estaba observando el piso y su moderna decoración en tonos negros, plata y blancos.


–¿Cambiáis mucho de ubicación?


–Cada dos meses o así, a veces más a menudo. Depende de lo que esté pasando en cada momento. El mes que viene tenemos una exposición en París, pero como Gabriel está de luna de miel, Miguel decidió ocuparse de la galería de allí por un tiempo. Vendrá aquí el viernes para la gala de inauguración del sábado, por supuesto.


–Mi padre se lo agradecerá.


–A Miguel no se le ocurriría no presentarse.


Y aun así, a pesar de su rectitud, Miguel no había tenido ningún problema en dejar a Pedro al cargo de la exposición de su padre; una prueba más de que no era el hombre que querían reflejar los periódicos.


Pedro dejó la copa sobre la mesa de café antes de agacharse a su lado y agarrarle la mano.


–Siento muchísimo lo de antes. Siento haberte hecho llorar.


–No es culpa tuya. Tú no puedes entenderlo y yo no puedo explicarlo –añadió con emoción.


–¿Por qué no?


–No es posible.


–¿Por qué no? –repitió.


–Porque no es mi historia y no tengo derecho a contarla.


Pedro ya lo había imaginado y suponía que esa historia tenía que ver con lo que les había pasado diecinueve años atrás, cuando su madre había muerto y Damian había tenido el accidente de coche que lo había dejado en silla de ruedas. 


El hecho de que esos dos sucesos hubieran tenido lugar con solo semanas de diferencia, junto con la negativa de Paula a hablar sobre ello, le hicieron preguntarse si podrían tener relación. Y era algo que le importaba mucho. Saber qué era eso que estaba alejando del mundo a la bella y talentosa Paula era algo que le importaba mucho. ¿Tanto como le importaba esa mujer en sí?


Ahora lo que primaba era descubrir qué había sucedido diecinueve años atrás, por qué Damian mantenía a su hija tan protegida y cobijada hasta el punto de correr el riesgo de asfixiarla. La noche anterior, al no haber descubierto nada sobre la muerte de Ana y tras haber dejado volar su imaginación, Pedro incluso se había preguntado si no habría decidido abandonar a su marido y a su hija. Eso, sin duda, explicaría por qué Damian estaba tan decidido a no perder también a Paula.


Paula esbozó una triste sonrisa al ver la rabia contenida en la expresión de Pedro, que debía de estar batallando en su interior contra la impaciencia por el hecho de que ella se negara a contarle la razón por la que no se rebelaba contra la protección de su padre.


No tenía recuerdos de lo sucedido diecinueve años atrás; por aquel entonces tenía cinco años y lo que sabía era lo que su padre le había explicado cuando cumplió los diez. Sí, por supuesto que había sido consciente desde los cinco de que su madre había desaparecido de su vida, y había llorado y pataleado por ello, exigiendo saber dónde había ido su mamá, a lo que su padre había respondido asegurándole que su madre no había querido abandonarlos, pero que no había tenido elección. Pero eso había sido cinco años antes de que le hubiera explicado exactamente por qué Ana los había dejado.


Raptada.


Damian había pagado el rescate en su deseo de recuperar a su adorada esposa y, además, había accedido a no dar parte a la policía ni a la prensa por miedo a que la mataran.


 Sin embargo, el pago del rescate no había evitado que los secuestradores asesinaran a su rehén de todos modos, a la bella y bondadosa madre de Paula. Tras aquello su padre decidió encontrar a los tres responsables y, cuando por fin los había localizado, había concertado una cita con ellos y sus dos coches se habían visto implicados en un accidente que se había zanjado con dos de esos tres hombres muertos en el acto y con Damian postrado para siempre en una silla de ruedas.


Paula siempre había tenido dudas con respecto a cómo se había producido el accidente, siempre había sospechado, aunque nunca se había atrevido a preguntar, que su padre había intentado que esos hombres murieran aquel día como venganza por haberle arrebatado a su amada Ana. Razón por la que sabía que jamás podría contarle a nadie lo sucedido diecinueve años atrás sin implicarlo en la muerte de, al menos, dos hombres. Siempre había evitado preguntar qué había sucedido con el tercero.


No podía explicárselo a Pedro. No lo haría, ni aunque ello supusiera tener que dejar que ese hombre que le gustaba y por el que se sentía atraída se alejara de ella sin mirar atrás.


Respiró hondo y controló la respiración antes de forzar una sonrisa y decir:
–Creo que es hora de que me marche.


–Vuelves a huir, Paula –le recriminó con delicadeza.


–Sí –confirmó ella sin disculparse.


–No tienes por qué marcharte.


–Sí. Creo que sí.


–No quiero que te vayas.


Es más, Pedro no podía recordar haber deseado algo tanto como ahora deseaba que Paula se quedara allí con él, en su casa, en su cama.


Alargó la mano y le quitó el vaso de la mano, sin que ella ofreciera resistencia. Le agarró las manos y la miró fijamente.


–No te vayas, Paula. Quédate conmigo esta noche.


Paula se quedó sin aliento y el corazón comenzó a latirle con fuerza, tanto por las palabras que había pronunciado Pedro como por la intensidad del deseo que podía ver ardiendo en las profundidades de esos resplandecientes ojos dorados.


–Te decepcionará.


–¿Qué? –le preguntó con incredulidad y atónito por la respuesta.


Paula se ruborizó y evitó mirarlo a los ojos.


–Yo… –se humedeció los labios–. No tengo experiencia, Pedro. Tampoco es que sea virgen –se apresuró a decir–, pero no tengo tanta experiencia como las otras mujeres con las que has estado… –dejó de hablar cuando él puso un dedo sobre sus labios.


–Paula, ahora lo único que importa somos los dos. Nadie más, y mucho menos el pasado, solo lo que los dos deseamos ahora. Y yo te deseo mucho. ¿Me deseas?


¡Demasiado!


Lo había deseado desde el primer día, cuando mirarlo había despertado en su interior una atracción, un deseo que había hecho que su cuerpo vibrara anhelando que la mirara con deseo.


Exactamente como la estaba mirando ahora, con sus ojos dorados encendidos por el mismo deseo que a ella le recorría las venas, con un rubor tiñéndole los pómulos, con esos labios separados como si estuviera esperando a que le dijera «sí» para poder besarla.


¡Y cuánto deseaba besarlo ella! Lo deseaba como nunca había deseado a ningún otro hombre. Deseaba besarlo. 


Tocarlo. Hacer el amor con él.


¿Y por qué no hacerlo? ¿Por qué no pasar esa noche con él? ¿Por qué no perderse en ese deseo, esa excitación, y disfrutar de Pedro de un modo que no podría repetir?


Porque ya sabía que todo acabaría esa noche, que Pedro era demasiado inteligente y que sentía demasiada curiosidad por su pasado como para arriesgarse a incriminar a su padre respondiendo alguna de sus preguntas.


Se humedeció los labios con la punta de la lengua antes de decirle:
–Sí, te deseo, Pedro –disfrutaría de esa única noche de placer y se deleitaría con ella sin esperar nada más. Los hombres lo hacían todo el tiempo, Pedro lo hacía todo el tiempo, ¿por qué no iba a hacerlo ella?–. Ahora mismo –añadió con decisión.


–Buena chica –no fue triunfo, sino satisfacción, lo que brilló en los ojos de Pedro al tenderle la mano que ella agarró para levantarse. No la soltó mientras recorrieron el pasillo en dirección al dormitorio–. Eres preciosa –le susurró al encender una de las lamparitas de noche.


–Bésame, Pedro.


–Tu boca lleva volviéndome loco desde el primer momento que te vi.


–¿Mi boca?


–Tienes los labios más deliciosos y suculentos del mundo, y llevo imaginando besarlos y que me besen por todas partes desde que te vi por primera vez.


Ella se ruborizó.


–¿Cómo es posible cuando esa misma noche saliste e hiciste el amor con otra mujer?


–No lo hice. Bueno, sí que salimos a cenar, pero no me acosté con ella porque la mujer que quería era una alta pelirroja a la que le encanta retarme.


Paula se sintió aliviada al saber que Pedro no había tenido nada con Jennifer Nichols dos noches atrás porque la había deseado a ella. A Paula Chaves.


–En ese caso, creo que me gustaría mucho besarte y que me besaras. Por todas partes…


Lo mismo pensaba Pedro. La deseaba y no le importaba que pudiera traerle complicaciones si ese era el único modo de tenerla.


Siguió acariciándole las mejillas mientras la besaba lentamente y saboreaba esos suculentos labios que llevaban tentándolo tres días. Paula le devolvió la calidez de sus besos a la vez que le acariciaba el torso por debajo de la chaqueta.


Pedro no se había esperado que la noche fuera a terminar así. ¿Terminar? ¡Pero si eso era solo el principio! Siguió besándola y esos besos fueron volviéndose más salvajes, más abrasadores, más apasionados. Se quitó la chaqueta y la tiró al suelo. Paula gimió contra su boca al recostarse contra su cuerpo y deslizar las manos sobre su musculosa espalda.


Pero no estaban lo suficientemente cerca para el gusto de Pedro. La barrera de sus ropas tenía que desaparecer. 


Necesitaba ver, sentir, el calor de las deliciosas curvas de Paula, ansiaba por saborear esos suculentos pechos de nuevo, por oír sus suaves gritos de placer mientras los acariciaba con la lengua y los mordisqueaba antes de tomarlos en su boca.


Deslizó los labios por su cuello mientras le bajó la cremallera del vestido y se lo quitó.


–Increíble –dijo con la voz entrecortada al ver a Paula ante él solo con unas minúsculas braguitas de encaje negro, sus zapatos de tacón, y la melena alborotada cayéndole sobre los hombros y los pechos.


–¿Te gusta? –le preguntó ella con timidez.


–¡Oh, y tanto que me gusta! Quítate el resto, Paula.


–Estaba pensando en ti cuando me las he puesto –reveló al quitarse los zapatos antes de bajarse la ropa interior y dejarla en la moqueta junto al vestido. Ahora estaba totalmente expuesta ante Pedro, pero no se sintió cohibida en absoluto al ver esa mirada de deseo en sus ojos dorados–. Porque quería que esto pasara.


Él se la quedó mirando a los ojos unos instantes antes de asentir con satisfacción.


–En ese caso, creo que lo justo es que yo también me desnude, ¿no? –susurró al dar un paso atrás y levantar los brazos como invitándola a actuar.


Paula nunca había desnudado a un hombre. Los dos encuentros previos que había tenido habían sido rápidos y nada satisfactorios, y ni ella ni ellos habían estado desnudos del todo. Le temblaban los dedos ligeramente cuando le soltó la corbata antes de desabrocharle los botones de la camisa y quitársela deleitándose con la desnudez de su torso y sus hombros. Su piel ahí era del mismo tono aceitunado que la de su rostro y sus manos, con un suave vello oscuro que le cubría los pezones y formaba una V que iba descendiendo por su musculoso abdomen para desaparecer bajo la cinturilla de los pantalones.


–Todo, Paula –le dijo al descalzarse.


Las manos le temblaban aún más cuando le desabrochó los pantalones y le bajó la cremallera. Al dejarlos caer al suelo, se quedó asombrada por el largo bulto que presionaba contra sus calzoncillos negros. Miró a Pedro, aunque desvió la mirada al instante, en cuanto vio el brillo de deseo en sus ojos dorados.


Podía hacerlo. Tenía que hacerlo. Tenía que estar con Pedro, tocarlo y acariciarlo.


Se puso de rodillas frente a él, coló los dedos en la cinturilla de sus calzoncillos y se los bajó dejando expuesto su miembro erecto.


Pedro era absolutamente bello y su cuerpo tan perfecto como una enorme estatua de bronce.


Posó una mano sobre su muslo y la otra sobre el grosor de su erección antes de agachar la cabeza y saborear la salada dulzura de la humedad que la cubría. Animada por los gemidos de Pedro, que se aferraba a sus hombros, separó los labios y lo tomó por completo en su boca.


Pedro apenas podía respirar por el placer que lo devoró en el momento en que los carnosos labios de Paula lo introdujeron en el calor de su boca y hasta su garganta antes de volver a retroceder dejando únicamente el bulboso extremo bajo las tortuosas caricias de su lengua, que lo succionaba con pasión y lo llevaba más adentro con cada movimiento.


Repitió esas caricias una y otra vez, lamiéndolo, succionando, hasta que Pedro supo que no podía soportarlo más, que estaba a punto de estallar dentro de su boca.


–¡Ya, Paula! –gimió apartándola con delicadeza y riéndose al ver su gesto de decepción–. Si te dejo seguir así, voy a terminar demasiado pronto –le explicó con voz ronca mientras la tomó en brazos para llevarla a la cama–. Ahora me toca a mí explorarte y saborearte –le aseguró al tenderla con cuidado sobre las almohadas y la colcha. Paula parecía una diosa de cabello rojo y piel cremosa cuando se tumbó a su lado.


Ella levantó la espalda de la cama cuando Pedro agachó la cabeza y separó los labios para capturar un terso pezón y tomarlo por completo en su boca mientras le acariciaba el otro pecho y hacía que los labios inflamados de entre sus muslos se impregnaran de una ardiente humedad a la vez que acariciaba ese pequeño punto oculto ahí, haciéndola gemir con un orgasmo que la invadió inmediatamente en forma de ardientes ondas de placer.


Pedro prolongó esas caricias mientras Paula se regodeaba en su clímax, siguió succionando su pezón, intensificando el roce de sus dedos al sentir su humedad contra ellos, apretando ligeramente su clítoris para dilatar ese orgasmo hasta que estuvo seguro de que Paula había disfrutado cada sacudida de placer.


Qué receptiva se mostró cuando apoyó los hombros entre sus muslos separados, siguió acariciando sus pezones y agachó la cabeza para lamer su néctar. Sus labios estaban inflamados y abiertos, suplicando el roce de su lengua, cuando un segundo orgasmo, más intenso, le hizo alzar los muslos y moverlos al ritmo de su lengua. Gimió repitiendo su nombre una y otra vez al llegar al clímax en su boca.


–Te quiero dentro de mí, Pedro –dijo con la voz entrecortada y enroscando los dedos en su melena tras experimentar no solo su primer orgasmo de verdad, sino un segundo, y prepararse para más–. Te necesito dentro –le pidió al ver los labios de Pedro impregnados de su propia humedad.


Gimió cuando él rozó su clítoris con la lengua una vez más antes de alzarse sobre su cuerpo haciendo que el vello de su torso rozara contra sus muslos y después contra sus sensibles pezones. Después se tendió sobre ella apoyando los codos a cada lado de su cabeza.


–Qué preciosidad –susurró sujetándole la cara con las manos y besándola con intenso deseo, haciendo que saboreara su propio néctar a la vez que sentía su erección contra su cuerpo, abriéndose camino dentro de ella y generándole un exquisito placer antes de comenzar a moverse en su interior y hacerla gemir con un placer que iba aumentando en intensidad y volviéndose abrumador.


Hundió la cara en su cuello y besó su piel con la respiración entrecortada mientras seguía moviéndose dentro de ella. Iba a volverla loca con ese deseo que se estaba expandiendo cada vez más en su interior.


–¡Más fuerte, Pedro! –gimió–. ¡Por favor, más fuerte! –dijo hundiendo las uñas en sus hombros, rodeándolo por los muslos con sus piernas, hundiéndolo en ella para que la llenara por completo, hasta hacerle perder el control y moverse con más y más fuerza dentro de ella y de ese resbaladizo calor.


Paula dejó escapar un grito y movió la cabeza de lado a lado mientras sentía otro orgasmo atravesándola, más intenso, más abrumador incluso que los otros dos. Oyó el gemido de Pedro mientras su interior se aferraba a su erección. Él arqueó la espalda, echó la cabeza atrás y, sin dejar de mirarla, estalló en su interior intensificando y prolongando el propio placer de Paula, colmándola por completo con su calor.