jueves, 22 de octubre de 2015

EL DESAFIO: CAPITULO 13





Qué demonios crees que estabas haciendo?


Paula, que estaba colocando las joyas en una de las vitrinas, se detuvo en seco al oír la voz de Pedro. Se levantó lentamente y se giró hacia él comprobando que, efectivamente, estaba muy enfadado, tal como indicaban el brillo de sus ojos y la tensión de su mandíbula. En su rostro ya no quedaba ni un ápice del amante apasionado e indulgente con el que había pasado la noche.


Una noche de tanta intensidad y tanto placer que había resultado toda una revelación para ella, y que había reducido a la nada sus dos experiencias previas. Pedro había sido un amante tierno, apasionado y sensual, que la había llevado al clímax una y otra vez mientras exploraba y reclamaba cada centímetro de su cuerpo a la vez que le había permitido y la había animado a hacer lo mismo con el suyo. Se sonrojó solo de recordar la intimidad que habían compartido durante la noche. No había ni un solo centímetro de su cuerpo que hubiera quedado intacto, insatisfecho o a salvo de las manos y la boca de Pedro, y estaba segura de que ahora conocía el cuerpo de Pedro mucho mejor de lo que conocía el suyo propio.


–No pasa nada –les aseguró a Rich y a Andy al verlos moverse en dirección a Pedro.


Pedro estaba en la puerta de la sala, con ese aire tan sofisticado que desprendía siempre y un aspecto muy parecido al que había lucido la mañana que se habían conocido. Solo habían pasado tres días en tiempo real, pero toda una vida en cuanto a los cambios que habían supuesto para Paula. Y no solo se refería al placer físico que había experimentado con él la noche anterior.


Esos últimos días con Pedro y las cosas que le había dicho la noche anterior le habían hecho cuestionarse su vida y el modo en que la vivía. Bien sabía Dios que jamás querría hacerle daño a su padre, pero algunas de las cosas que Pedro le había dicho le habían calado muy hondo y habían rasgado el frágil caparazón que había instalado alrededor de sus esperanzas y sueños de futuro, obligándola a preguntarse si después de tantos años de verdad era necesario que viviera su vida bajo la sombra constante de su padre.


¿Seguro que no había algún modo de seguir sus sueños y asegurarle a su padre al mismo tiempo que estaría a salvo? ¿Un modo de poder vivir su vida sin sentirse dentro de una jaula?


–Sí que pasa –dijo mirando a los dos guardaespaldas–. Vamos a ir a mi despacho a hablar.


Al ver el brillo de sus ojos y la tensión de su boca y su mandíbula, Paula supo que Pedro estaba conteniendo su furia. 


Una furia que hasta ese momento había desconocido que tuviera ya que, normalmente, se había mostrado como un hombre despreocupado que parecía reírse del mundo.


Por otro lado, no entendía a qué venía esa actitud de ahora. 


Los dos habían salido a cenar la noche anterior y después habían pasado la noche juntos, habían disfrutado el uno del otro hasta el máximo… tal como aún lo atestiguaba todo su cuerpo… Así que, ¿qué le pasaba?


–Estoy ocupada, Pedro.


–¡Ahora, Paula! –bramó con brusquedad.


–Creo que no debería hablar a la señorita Chaves en ese tono, señor Alfonso.


–¡No te metas en esto! –le gritó Pedro al guardaespaldas. Rich o Andy, para él eran lo mismo.


Tras aceptar que Paula se hubiera marchado de su casa sin despedirse siquiera, se había enfadado al darse cuenta de que no tenía ni un número personal al que llamarla, y tampoco había tenido ganas de llamar a su padre para pedírselo… aunque, de todos modos, seguro que el hombre no lo habría ayudado lo más mínimo en ese aspecto.


Ducharse corriendo e ir al piso de Paula tampoco había resultado nada productivo porque los dos hombres apostados en la recepción se habían negado a decirle nada más que: «la señorita Chaves no se encuentra en casa en este momento». Una respuesta ambigua que le había hecho preguntarse si es que no estaba en casa de verdad o si, directamente, no quería recibirlo allí.


Enfadado, frustrado y más que un poco preocupado por las posibles razones por las que podría haberse marchado de ese modo tan repentino, había conducido hasta Arcángel, donde le habían informado de que se encontraba allí, trabajando en el ala este. Había ido directo a la sala y la había encontrado de rodillas en el suelo colocando las joyas en una de las vitrinas, así tal cual, como si no hubiera pasado nada. Verla tan tranquila lo había encendido de furia.


Una furia que, entendía, se debía al hecho de que se había entregado por completo a esa mujer la noche anterior.


–Podemos hablar aquí, Paula, o podemos hablar en mi despacho. Tú eliges.


–Muy bien, será mejor que os quedéis vigilando la colección –les ordenó a Andy y a Rich–. Solo serán unos minutos –les aseguró.


–Yo no estaría tan segura –le susurró Pedro cuando pasó por delante de él hacia la puerta.


Paula iba enfadándose cada vez más al ver a Pedro a su lado con ese gesto tan adusto, y su rabia aumentó al ver que no hizo ningún esfuerzo por explicarse, ni fuera en el pasillo, ni mientras subían al despacho.


Todo eso cambió en el momento en que entraron en él y, de pronto, se vio con la espalda pegada a la puerta y Pedro sobre ella, con las manos plantadas a ambos lados de su cabeza y mirándola fijamente. Se sintió molesta al verse aprisionada por sus manos y por su cercanía; una cercanía a la que su traicionero cuerpo reaccionó de inmediato excitándose, inflamando sus pezones bajo la camiseta y empapando la unión de sus muslos.


–¿A qué viene todo esto, Pedro? –preguntó irritada.


–Te has marchado.


–¿Qué?


–¿Por qué te has marchado esta mañana, Paula?


–No entiendo la pregunta.


–¿He de asumir por tu respuesta que tienes la costumbre de marcharte a hurtadillas de la casa de un hombre sin despedirte después de haber pasado la noche con él? –preguntó con dureza.


–Yo no me he marchado a hurtadillas.


–¿Cómo, si no, lo llamarías?


–¡Estabas durmiendo cuando me he despertado y tenía que volver a mi casa para ducharme y cambiarme antes de ir a trabajar! –le contestó con desdén.


–¿Sin dar los buenos días ni decir adiós?


–Como te he dicho, estabas durmiendo.


–Acabábamos de pasar una noche increíble juntos, ¿no se te ha ocurrido despertarme?


–No. Me dijiste que Miguel volvería hoy.


–Esta tarde, no esta mañana. Además, dudo que mi hermano se llevara un impacto si se encontrara a una mujer en casa.


–Probablemente no, claro –respondió suponiendo que eso era lo habitual si los tres compartían pisos por el mundo. 


Estaba segura de que los hermanos estaban acostumbrados a toparse con las amantes de unos y otros por las mañanas. Incluso el esquivo Miguel, aunque sin duda más discreto en sus relaciones que sus dos hermanos, era demasiado carismático y guapo como para que por su cama no hubieran desfilado muchas mujeres.


Pedro la miró durante varios segundos antes de apartarse de la puerta para situarse frente a la ventana de espaldas a ella. 


Se metió las manos en los bolsillos para contener las ganas de agarrarla por los hombros y zarandearla. Estaba más que enfadado consigo mismo porque quería volver a besarla, hacerle el amor otra vez en lugar de seguir con esa conversación tan poco satisfactoria.


–¿Por qué te has marchado, Paula? –repitió.


–¿De eso se trata? –le preguntó con incredulidad–. ¿Todo esto es porque he osado a marcharme del piso de Pedro Alfonso esta mañana sin que él me lo haya permitido?


–No necesitabas mi permiso para marcharte –le contestó girándose bruscamente.


–¿No? ¡Pues no es lo que me ha parecido!


–¿Y qué te ha parecido?


–Que Pedro Alfonso suele ser el que se marcha. Que no pasa nada si es él el que se va del piso de una mujer por la mañana, ¡pero que enfurece si una mujer se atreve a hacerle lo mismo a él!


Había algo de verdad en su acusación y eso lo enojó aún más. Irse a la cama con una mujer nunca había sido un problema para él, pero jamás se había quedado a pasar la noche.


Con Paula había sido distinto. No solo había sido la primera mujer en la que había confiado, sino que además había sido la primera a la que había llevado al piso de su familia, y hasta había estado deseando hablar y reírse con ella mientras desayunaban, ya fuera en la cama o en la cocina.


–Yo nunca llevo a mujeres a mi piso.


–¿No?


–No.


–¿Pero a mí sí me has llevado?


–Sí.


–¿Por qué?


–En este momento no tengo ni idea –contestó fríamente.


–Oh.


–Sí.


–¡Esa no es razón para que ahí abajo te hayas comportado como un Neandertal!


–¿Un qué? –preguntó Pedro incrédulo y con los ojos abiertos de par en par.


–Un Neandertal. Un hombre primitivo.


–Ya sé lo que es, gracias –dijo Pedro ahora divirtiéndose un poco con la acusación de haberse comportado como un hombre de las cavernas, la cual era cierta.


¿Había reaccionado así solo porque Paula se había marchado o por algo más? No había duda de que lo había atraído como ninguna otra mujer, pero seguro que eso no
significaba que…


–¿Entonces por qué te molestas en preguntar? –le dijo con impaciencia.


Tenía las manos metidas en los bolsillos traseros de esos vaqueros tan ajustados y el pecho hacia fuera mientras lo miraba, una pose que hizo que el cuerpo de Pedro comenzara a palpitar de deseo por volver a hacerle el amor.


¿Qué tenía esa mujer para haberle confiado todas esas cosas sobre él la noche anterior? ¿Qué tenía para hacer que se excitara solo con mirarla a los ojos, a esos labios carnosos, y a esos pechos coronados por pequeños puntos visibles contra su camiseta? ¡No lo sabía!


–Sí, de acuerdo, puede que ahí abajo me haya pasado un poco.


–¿Un poco? –preguntó ella al comenzar a moverse de un lado a otro como una fiera enjaulada–. No solo te has puesto en ridículo, sino que también me has avergonzado a mí. Rich y Andy saben exactamente dónde he pasado la noche y eso me hace sentir incómoda, así que lo último que necesitaba era que entraras en la galería comportándote como un cavernícola…


–Creo que esa parte de la conversación la he captado.


–Pues entonces te sugiero que tomes nota para relaciones futuras porque las mujeres hemos avanzado mucho desde que vivíamos en cuevas.


–Estoy perfectamente feliz con la relación que tengo ahora mismo, muchas gracias.


–Nosotros no tenemos una relación, Pedro.


–Anoche…


–Eso fue anoche y una noche no hace una relación –añadió con decisión.


–¿Y qué hace entonces?


Paula se encogió de hombros.


–En el caso de anoche, unas cuantas horas muy agradables en la cama –aceptaba que para Pedro no hubiera sido más que otra conquista, una más de tantas que se rendían a su encanto. Pero eso ya lo había sabido al meterse en la cama con él, así que no tenía nada que recriminarle. No era culpa suya que sus emociones se hubieran visto implicadas hasta el punto de no saber si ya estaba medio enamorada.


–¿Y este es tu modus operandi habitual? ¿Pasar la noche con un hombre y largarte sin más? 


Pedro podía dar la impresión de ser un hombre encantador y relajado, pero tras su conversación de la noche anterior, Paula ahora sabía que había otro hombre oculto tras esa fachada. Un hombre de gran inteligencia, astucia y curiosidad. Y la inteligencia y la curiosidad eran cosas que no podía permitirse en lo que respectaba al pasado de su padre. Sin embargo, eso no impedía que deseara que la cosa hubiera sido distinta.


Se había despertado poco después de las seis de la mañana con el cuerpo dolorido de placer y, al girarse, se había encontrado a Pedro durmiendo a su lado y no había podido resistirse a quedarse unos minutos contemplándolo bajo la luz del sol que se colaba por las ventanas.


Su rostro se veía relajado, enmarcado por la oscuridad de su sedoso cabello negro, con unas largas pestañas que descansaban sobre sus afilados pómulos y unos labios esculpidos en forma de sonrisa. La sábana la tenía por la cintura y dejaba al descubierto su pecho bronceado y musculoso, cubierto de un fino vello color ébano que formaba una V y descendía hasta donde su miembro yacía excitado contra su estómago.


Sin duda, Pedro era el hombre más guapo que había visto en su vida.


Y la noche anterior había sido todo suyo, para besarlo y acariciarlo. El modo en que habían hecho el amor no se había parecido a nada que hubiera podido imaginarse, sus
cuerpos habían estado totalmente sintonizados para darse placer, y cada beso y cada caricia había sido como una sinfonía de ese placer.


Había sido una noche preciosa, una que Paula no pretendía olvidar jamás. Sin embargo, mientras había estado tumbada al lado de Pedro, había sabido que se había terminado. Que, por su bien, tenía que terminar.


No pondría a su padre en peligro ni se convertiría en la chica eventual de Pedro.


–No hay nada peor que despertarte por la mañana, girarte y lamentar que la persona que tenías al lado sigue ahí.


Pedro respiró hondo.


–¿Y es eso lo que te ha pasado? ¿Te has despertado, me has mirado y te has arrepentido de lo de anoche?


–No seas tonto, Pedro –dijo forzando una risa y sabiendo que nunca, jamás, lamentaría haber despertado al lado de Pedro–. Los dos tenemos una relación laboral y creo que es más importante que la mantengamos en lugar de ir persiguiendo un placer pasajero.


–Una relación laboral.


Ella asintió.


–Está la exposición de mi padre y me pediste que me planteara diseñaros algunas vitrinas para las galerías –le recordó.


–Una oferta que creo recordar que rechazaste.


Paula esquivó su penetrante mirada.


–Y que me estoy replanteando ahora… A menos que hayas cambiado de opinión.


–No, no lo he hecho, pero tengo curiosidad por saber qué te ha hecho cambiar de opinión a ti.


Era una buena pregunta y la sencilla respuesta residía en la decisión que había tomado durante la noche. Por mucho que su padre luchara contra ello, había llegado el momento de que empezara a liberarse de las limitaciones que le había impuesto. Y el mejor modo que se le ocurría para hacerlo era dar comienzo a esa carrera profesional sin la ayuda de su padre y, por supuesto, sin seguir acostándose con el hombre responsable de ofrecerle el trabajo que sería el trampolín para su futuro profesional.


Las galerías Arcángel de Nueva York, París y Londres eran las más prestigiosas del mundo, y que sus vitrinas se mostraran en ellas haría que otros coleccionistas y galerías se fijaran en su trabajo.


–He pensado que debía intentarlo ya que tengo mi primer encargo.


Pedro no podía decir que no estuviera sintiendo cierta satisfacción al oírle decir que por fin había decidido liberarse de su padre y hacer lo que quería, pero sí que se preguntaba los motivos por los que decidía hacerlo ahora. Y, por otro lado, no le había hecho ninguna gracia que descartara la idea de que pudiera llegar a existir una relación entre los dos.


–Si crees que podría suponer un problema para los dos después de lo de anoche, puedo contarle mis ideas a Miguel mañana cuando lo vea.


Pedro se tensó al verse sacudido por un golpe de… ¿Qué? ¿Celos? ¡Nunca en su vida había sentido celos por una mujer! Nunca se había implicado tanto emocionalmente como para sentir algo tan básico como los celos, lo cual tal vez indicara que lo que sentía por Paula no se parecía a nada que hubiera sentido por ninguna mujer antes.


Le gustaba, había disfrutado mucho haciendo el amor con ella, pero ahí quedaba todo. Por supuesto que no estaba celoso ante la idea de que pasara tiempo con Miguel.


–Fue idea mía, mi proyecto, así que Miguel también insistirá en que trates el asunto directamente conmigo y no con él.


Paula abrió los ojos de par en par ante la dureza de su tono, para la que no encontraba motivos. Cualquier mujer que ignorara su aversión por las implicaciones emocionales se habría pensado que estaba expresando celos, pero no. Pedro Alfonso no sentía celos. ¿Por qué iba a hacerlo cuando podía tener a la mujer que quisiera solo con mover un dedo?


No, lo que le pasaba era que seguía enfadado con ella por haberse marchado de su apartamento esa mañana sin decir adiós. Pero tan enfadado como estaba él, estaba ella de aliviada por haber encontrado la fuerza para hacerlo.


Habría sido mucho más sencillo no marcharse, haber despertado a Pedro, haber pasado la mañana en la cama haciendo el amor. Pero ya sentía demasiado por él como para permitirse más, y sabía que si seguían intimando sería como estar pidiendo que le partieran el corazón.


Eso, contando con que no fuera ya demasiado tarde.


Nunca había conocido a nadie como Pedro. Un hombre que lo tenía todo, que tenía éxito en el trabajo, era rico y tan guapo que hacía que se le acelerara el pulso con solo mirarlo. Tan encantador que se requería de mucha fuerza de voluntad para no darle lo que fuera que pidiera. Un amante tan indulgente y experimentado que Paula había perdido la cuenta de todas las veces que había llegado al clímax en sus brazos esa noche.


Y por todo ello temía haber sido tan estúpida como para haberse enamorado de él.


–Vale, muy bien. ¿Eso es todo? La inauguración es mañana por la noche y tengo que volver a la galería y terminar de colocar las joyas en las vitrinas.


Pedro apenas logró contener su rabia, su frustración con esa conversación, con Paula; con el hecho de que ella hubiera logrado responder, sin responder al mismo tiempo, una de las preguntas que le había formulado.


¿Por qué se había marchado de ese modo por la mañana? ¿Era su forma de actuar con los hombres? ¿Se habría arrepentido de haber pasado la noche con él? ¿Y por qué había elegido precisamente ese día para empezar a alejarse del yugo de su padre, para empezar su propia carrera aceptando su encargo de diseñar las vitrinas para las galerías Arcángel?


Todas las respuestas que le había dado habían sido elusivas, pura palabrería, y eso era algo que jamás habría asociado con Paula y que encontraba irritante porque le impedía acercarse a ella.


Suspiró con frustración ante la situación.


–¿Vas a tener algún problema con tu padre por haberte quedado a dormir en mi piso anoche?


Paula aún no había visto a su padre, pero no tenía duda de que a esas alturas ya sabría que había pasado la noche con Pedro en su piso. Al igual que no tenía duda de que se lo mencionaría en cuanto la viera por la noche.


Sin embargo, no tenía la más mínima idea de qué iba a decirle ella.


–Es un poco tarde para pensar en eso, ¿no, Pedro?


Él se encogió de hombros.


–Hablaré con él si eso te facilita las cosas.


–¿Y qué le dirás exactamente?


–Que no es asunto suyo dónde demonios pases la noche.


–No, gracias, creo que mejor me ocupo yo –respondió ella riéndose y recordando la conversación telefónica que había tenido con su padre la primera vez que él se había enterado de que había estado con un hombre. Había sido embarazoso para los dos, pero ahí había quedado todo porque por mucho que quería protegerla y mantenerla a salvo, su padre
también quería que disfrutara… siempre que fuera dentro de su círculo de protección.


–Esta no es la primera vez que ha pasado, ¿verdad?


–Ahora estás volviendo a ser deliberadamente insultante –dijo mirándolo con reprobación.


–¿Sí? –cruzó la habitación con pasos decididos y se sentó en su silla–. A lo mejor es porque toda esta conversación me está resultando insultante. Fue una velada agradable, quitando el rato en el que te hice llorar –añadió–. Pero lo superamos y pasamos una noche aún mejor y, aun así, esta mañana me dices que no quieres volver a salir conmigo porque quieres concentrarte en tu carrera.


–No recuerdo que me hayas pedido que vuelva a salir contigo, pero tienes razón al dar por hecho que mi respuesta habría sido «no» –continuó con firmeza–. Es verdad que pasamos una noche fantástica, pero ahora es momento de volver al mundo real.


–Y en tu mundo real no hay espacio para mí –fue una afirmación más que una pregunta.


El único espacio que quería que Pedro ocupara en su vida era uno que nunca podría tener y que él no estaría interesado en llenar. A pesar de la otra faceta suya que había descubierto por la noche mientras habían charlado, él nunca había pretendido ser otra cosa distinta de un soltero de treinta y cuatro años, guapo y cotizado, que disfrutaba con las mujeres… con muchas.


Por desgracia, Paula sabía que ella no encajaba en su vida, razón por la que era mejor para las dos que todo terminara ya. Y no solo por su padre. Tenía que terminarlo antes de que ella misma perdiera el orgullo, además del corazón, hasta el punto de terminar totalmente hundida cuando Pedro le pusiera punto y final a la relación al cabo de unas semanas. Porque eso era lo que haría.


Levantó la barbilla con gesto de determinación.


–En este momento no.


–¿Y crees que habrá un momento en que eso cambie?


–No.


–De acuerdo –respondió con brusquedad. 


No iba a suplicar. 


Si una noche era todo lo que Paula quería de él, pues una noche sería todo lo que tendrían.


Todo lo que habían tenido.


Porque estaba claro que Paula los veía ya como parte del pasado.






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