miércoles, 21 de octubre de 2015
EL DESAFIO: CAPITULO 10
Nunca había comido aquí –le dijo Paula a Pedro al mirar a su alrededor con gesto de apreciación. Los habían sentado en una mesa apartada, cerca de la ventana de un moderno y desorbitadamente exclusivo restaurante de Nueva York.
Situado en el último piso de uno de los rascacielos más prestigiosos de la ciudad, y con vistas de trescientos sesenta grados, era uno de los lugares de moda para los ricos y famosos.
Tal como había dicho que haría, Paula había pasado el día en la galería, la mayor parte del tiempo dudando entre salir a cenar con Pedro o decirle que, al final, no podría ir. Esto último no se debía a que su padre se lo hubiera impedido; sí, el hombre había apretado los labios con gesto de desaprobación al enterarse, pero había decidido no hacer ningún comentario, tal vez después de ver la expresión de terquedad de su hija.
No, el temor de Paula ante el hecho de salir a cenar se había debido a una razón completamente distinta. Y esa razón era el propio Pedro Alfonso.
Pedro no se parecía en nada a ningún hombre que hubiera conocido nunca. Era seguro de sí mismo y contundente, aunque no de un modo que resultara molesto, y tenía un pícaro sentido del humor, además de ser inteligente sin resultar pedante, y un aspecto de chico malo que ni el elegante traje negro con camisa blanca y corbata que llevaba esa noche había podido atenuar.
Por si eso fuera poco, no se dejaba intimidar por su padre, a diferencia de muchos otros hombres. Desde su regreso a Nueva York tres años atrás, Paula había salido únicamente con tres hombres y todos ellos, sin excepción, se habían desvivido por impresionar a su padre dejándola a ella en un segundo plano.
Por otro lado, era respetuoso con su padre, pero al mismo tiempo no se veía abrumado ni por el poder ni por la riqueza de los Chaves. No, Pedro era un hombre encantador, mundano, rico y muy seguro de sí mismo y de sus habilidades.
Una combinación peligrosa para una mujer que siempre había sabido el efecto que producían en la gente el poder y la riqueza del apellido Chaves.
–He oído que este sitio tiene semanas de lista de espera –añadió una vez el camarero les había servido a cada uno una copa de vino rosado en cuanto se habían sentado.
–El dueño es amigo mío.
Paula sonrió.
–¿Y era amigo tuyo antes de que empezaras a venir a comer aquí a menudo o eso surgió después? –no era el mismo restaurante en el que lo habían fotografiado con Jennifer Nichols, pero Paula estaba segurísima de que sí que había visto otras imágenes por Internet de él saliendo de ese local en particular acompañado por otras bellas mujeres.
Pedro se encogió de hombros.
–Conocía a Gerry desde antes de que abriera el restaurante. Por cierto, le ha gustado mucho la visita de tus guardaespaldas.
–¿No estoy segura de si eso es un sarcasmo o no?
–No. Al parecer han hecho un barrido por todo el local y después, ya que aún les faltaban dos horas para estar de guardia otra vez y que el restaurante seguía cerrado, los tres se han sentado a echar una partida de póquer hasta la hora de apertura. A Gerry le encanta jugar al póquer, sobre todo cuando gana.
Paula se rio.
–Eso les pega mucho a Lawrence y a Paul; me enseñaron a jugar al póquer cuando tenía diez años y empecé a ganarlos cuando tenía doce.
–¿Juegas al póquer con tus guardaespaldas?
–No tanto desde que les empecé a ganar –respondió riéndose.
–Pues recuérdame que nunca juegue contigo al strip-póquer. ¿A esa edad no deberías haber estado jugando aún con muñecas o esas cosas de chicas?
–¡Sexista! Yo nunca he jugado con muñecas y, mucho menos, con doce años. Me interesaban más los chicos que las cosas de chicas.
–Y jugar al póquer –ahí tenía un dato más sobre la infancia de Paula. No solo había crecido sola con su padre, sino que sus únicos compañeros durante aquellos años habían sido, al parecer, sus guardaespaldas.
–Solo hasta que empecé a ganar –le recordó.
–Gerry quería que te diera las gracias por dejar que tus hombres hagan guardia fuera del restaurante en lugar de dentro.
–Seguro que es porque así pueden inspeccionar a los que entran. Soy consciente de que pueden ser un poco indiscretos.
–Te he dicho que no te preocupes por ello.
Y lo estaba intentando, de verdad que sí.
–¿Qué estamos celebrando? –preguntó mirando la botella de vino con curiosidad.
–¿La vida?
Paula sonrió al alzar la copa y brindó con él antes de dar un trago; le encantaba el vino rosado y Pedro había pedido una botella de su bodega favorita. ¿Sería coincidencia o lo habría sabido de antemano?
Pedro le sonrió.
–Me declaro culpable –dijo en respuesta a esa pregunta que no había llegado a formularle–. Hoy he llamado a tu padre y le he preguntado el nombre de tu vino favorito.
–¿En serio?
–Hmm –apoyó los codos sobre la mesa y la miró fijamente con la copa entre los dedos.
Estaba absolutamente impresionante esa noche. Llevaba un vestido negro a la altura de la rodilla que se ceñía deliciosamente a la esbeltez de sus curvas, pero que dejaba al descubierto su cuello y sus brazos. Como maquillaje, un simple toque de sombra verdosa, pestañas largas y oscuras, mejillas color melocotón y los labios con un brillo melocotón más intenso. Llevaba el pelo recogido en un moño suelto que dejaba al descubierto y vulnerable su cremoso cuello.
Irónicamente, y teniendo en cuenta la colección de joyas única e inestimable de su padre, Paula no llevaba ninguna joya esa noche. No había nada que compitiera con la suave perfección de su cremosa piel melocotón, solo un par de pequeños diamantes como pendientes.
Pedro era consciente de que habían sido esa elegancia y esa belleza tan sencillas, en contraste con las otras mujeres exageradamente maquilladas y recargadas, lo que había captado la atención de todos los hombres que había en la sala cuando los dos habían entrado juntos.
En respuesta a esas miradas, él la había rodeado con el brazo por la cintura, la había llevado contra su cuerpo de camino a su mesa. Aunque no con una actitud posesiva,
exactamente. Pedro nunca había sido posesivo con las mujeres, si bien en esa ocasión sí que había querido que a esos hombres les quedara claro con quién estaba Paula esa noche. ¿Era eso ser posesivo? ¡No tenía ni idea! Lo que sabía era que no le había gustado nada que los demás la hubieran mirado.
Ella se humedeció sus carnosos labios con un nervioso movimiento de lengua.
–¿Has hablado hoy con mi padre…? –repitió.
–Una llamada de cortesía para darle las gracias por la cena de anoche.
–¿Eso es todo?
–Ya te lo he dicho, también quería saber el nombre de tu vino favorito.
–¿Y mi padre te lo ha dado sin más? –preguntó con escepticismo; le costaba creer que, después de las advertencias de su padre a Pedro la noche anterior, él hubiera llamado para darle las gracias por la velada y su padre le hubiera dado el nombre de su vino favorito tan tranquilo.
–Tu felicidad es muy importante para él –Pedro dio otro trago sin dejar de mirarla.
–Pedro…
–Relájate, Paula. Vamos a ver la carta y a pedir, y después, si aún quieres, puedes preguntarme cualquier cosa sobre mi conversación con tu padre.
¡Oh, sí, eso querría hacerlo! Además, no podía evitar preguntarse si la conversación con su padre sería la razón por la que Damian no había puesto ninguna objeción cuando ella le había contado lo de su cita con Pedro. Sin duda, eso explicaba que no se hubiera mostrado nada sorprendido.
–Suéltalo, Paula –le dijo Pedro una vez hubieron elegido sus platos–. Por esa mirada de preocupación puedo ver que sigues preguntándote los motivos por los que he llamado a tu padre.
–¿Tan predecible soy?
–¡Claro que no! –respondió él riéndose. Esa mujer había sido un enigma para él desde el principio, y cuanto más la conocía, más misteriosa se volvía.
Sus incursiones en Internet le habían dicho que Paula había pasado su infancia estudiando en casa durante los primeros años y viviendo exclusivamente con su padre, postrado en la silla, y con los hombres musculosos que conformaban la cuadrilla de seguridad, lo cual hacía que resultara doblemente increíble que hubiera logrado marcharse a la universidad. Estaba convencido de que a Damian le habría dado un ataque al verla marchar, al mismo tiempo tenía que admirar a Paula por haber tenido la fortaleza de romper ese caparazón protector que la envolvía. Pero, incluso así, aun habiéndose liberado durante tres años, Paula había vuelto a meterse en ese anillo de seguridad tras su regreso a Nueva York. Sí, ahora tenía su propio apartamento en el edificio de su padre, pero seguía estando bajo su protección, y los trabajos de diseño que hacía siempre eran para la empresa de Damian.
Con respecto a los años que siguieron a la muerte de su madre, Pedro no había logrado encontrar ninguna información, ni tampoco ningún artículo sobre el fallecimiento de Ana Chaves. Del mismo modo, únicamente había encontrado una escueta mención sobre el accidente que había dejado en silla de ruedas a Damian; un accidente en el que, al parecer, habían muerto en el acto dos de los tres ocupantes del otro coche.
Misterio, tras misterio, tras misterio.
Y Paula, con esa timidez, esa vibrante belleza, tan sexy e inteligente, era el centro de ese misterio.
–No he llamado a tu padre ni le he contado lo de la cena con la idea de retarlo por la advertencia de anoche –le aseguró.
–¿No?
–No –respondió–. Espero no parecer tan vengativo ni mezquino.
Un delicado rubor tiñó las mejillas de Paula ante la reprobación de Pedro.
–¿Entonces por qué se lo has dicho?
–Para que no tuvieras que hacerlo tú –posó la mano sobre la suya–. Paula, soy consciente de lo unidos que estáis y lo último que quiero es ser la causa de cualquier tensión entre los dos. Lo que quiero es que nos conozcamos mejor y no tengo ninguna intención de hacerlo dejando que seas tú la que tenga que darle explicaciones a tu padre.
A Paula se le saltaron las lágrimas. Pedro era demasiado para una mujer; demasiado guapo, demasiado encantador, demasiado divertido, y demasiado atractivo sexualmente para su bien. Esa noche se había sentido totalmente atraída nada más abrir la puerta de su piso y verlo en el pasillo, aún con el pelo húmedo de la ducha, recién afeitado, con esos ojos dorados recorriéndola lentamente…
Por eso añadir la comprensión y la compasión a la larga lista de atractivos de Pedro era ser muy injusta con el resto de las mujeres. Pero no tenía duda de que lo que fuera que Pedro le había dicho a su padre durante la conversación telefónica había ayudado a allanar el camino para la conversación que ella misma tendría con su padre esa noche.
–Puede que Damian y yo no estemos del todo seguros de si nos caemos bien –continuó Pedro–, pero creo que sí nos respetamos. Y eso es un comienzo.
Sí, Paula entendía que su padre era tan anticuado como para haber valorado positivamente el hecho de que Pedro le hubiera dicho que saldrían a cenar, por mucho que no le hubiera gustado la idea. Su padre admiraba el valor, lo respetaba, y Pedro lo tenía en abundancia.
–Siento haber desconfiado.
–No pasemos la noche disculpándonos, Paula –la interrumpió apretándole la mano una última vez antes de que el camarero les sirviera el primer plato.
–Bueno, cuéntame qué haces en Arcángel.
–¿Que qué hago?
–Sé que tus hermanos y tú dirigís las galerías, pero seguro que eso no te roba todo tu tiempo.
Y así fue como Pedro terminó contándole más sobre el trabajo que hacía y sobre las nuevas ideas que tenía para Arcángel. Le contó además algunas anécdotas de su infancia y de cómo había sido crecer con sus hermanos.
–¡Pobrecilla tu madre! –dijo Paula riéndose después de que Pedro le relatara la historia en la que Gabriel y él metieron una rana en la cama de su abuela cuando fue a pasar el verano con ellos–. ¿Y Miguel no participó? –preguntó con curiosidad al dar un sorbo del café que estaba marcando el final de la cena.
Pedro sacudió la cabeza.
–No. Incluso con doce años Miguel era el serio y el responsable.
–A lo mejor pensó que no tenía otra opción con dos hermanos pequeños tan traviesos.
–No se me había ocurrido, pero podrías tener razón. Por cierto, he hablado con él esta tarde.
–¿Está en Nueva York?
–Sigue en París. Hemos hablado por vídeo conferencia.
–¡Qué ocupado has estado hoy!
–¿Es que las cosas que te he contado no te demuestran que estoy ocupado todos los días?
Sí, cierto, admitió Paula para sí, no segura de por qué Pedro había elegido responder sus preguntas tan sinceramente, pero complacida de que lo hubiera hecho porque ahora sabía que ese hombre era mucho más de lo que aparentaba, que tenía una profundidad que los demás ignoraban.
–¡Creo que son los periódicos los que prefieren informar de tus actividades nocturnas en lugar de las diurnas!
–Les encanta informar sobre lo que creen que son mis actividades nocturnas –aclaró.
–¿Es que todas esas fotos tuyas con mujeres preciosas son invención de la prensa?
Por desgracia, Pedro sabía que no lo eran. Y la peor de todas era la que le habían sacado con Jennifer Nichols dos noches atrás, cuando se había negado a cancelar su cita para cenar con Paula y su padre.
–La razón por la que he hablado con Miguel –dijo cambiando de tema– es que quería ver qué le parecía que te pida que nos diseñes nuevas vitrinas para las tres galerías.
–¿Yo? –sin duda, se había quedado atónita con la propuesta.
–¿Por qué no? Las que has diseñado para tu padre tienen una sencillez que las hace elegantemente hermosas. La misma elegancia y sencillez que buscamos en Arcángel.
–Bueno, sí, me he fijado en eso estos últimos días, pero… Ya tengo trabajo.
–Trabajas con tu padre.
Paula pudo captar el tono de desaprobación de Pedro. Y tal vez era merecido después de todos los años que había pasado estudiando Diseño en Stanford. Pero Rafe no lo entendía; nadie lo entendía. Porque la mayoría de las personas, él incluido, no tenían la más mínima idea de lo que les había pasado diecinueve años atrás. Paula era bien consciente de que su padre había empleado la riqueza y el poder Chaves para asegurarse de que ninguno de aquellos sucesos salieran a la luz pública.
–¿Es que no tienes sueños propios, Paula? –insistió él negándose a dejar el tema–. ¿La ambición de hacer algo más con tu vida que permanecer a la sombra de tu padre?
Ella palideció ante ese ataque lanzado tan bruscamente.
–Eso ha estado fuera de lugar –murmuró ella.
–¿Pero no es cierto?
–Gracias por una cena encantadora, Pedro, pero creo que tal vez es hora de que me marche.
–Te llevo a casa –le dijo él con gesto serio.
–Lawrence y Paul me llevarán.
Pedro sacudió la cabeza con decisión.
–Yo te he traído aquí y yo te voy a llevar a casa.
–¿Por qué? –sus ojos se iluminaron intensamente–. ¿Para que puedas seguir insultándome? ¿Porque he hecho demasiadas preguntas? ¿O porque las has respondido? –añadió con astucia al levantarse.
Pedro se levantó también y la agarró del brazo.
–¿Y esto es lo que haces, Paula? ¿Salir corriendo cada vez que alguien dice algo que se acerca a la verdad?
A ella se le llenaron los ojos de lágrimas.
–¿Quieres decir que salgo corriendo a casa con papá?
Él se estremeció al ver esas lágrimas nadando en su atribulada mirada verde.
–Yo no he dicho eso.
–Pero lo has insinuado –dijo intentando que le soltara el brazo, aunque sin lograrlo–. Estás montando una escena, Pedro –murmuró al ver las miradas curiosas de la gente.
Y sí, por supuesto que tenía ambiciones, sueños y esperanzas. ¡Muchos! De hecho, uno de ellos había sido ir a Stanford… y lo había cumplido. Pero no había tenido en cuenta lo frágil que encontraría a su padre a su regreso a Nueva York, una fragilidad de la que se sentía en parte responsable porque sabía lo preocupado que había estado teniéndola lejos. Por eso, en aquel momento, lo máximo que se había permitido pedirle había sido que le dejara vivir en su propio piso en lugar de seguir viviendo con él en el ático.
Sin embargo, eso no significaba que hubiera perdido las ganas de levantar su propio negocio de diseño o de poder aceptar encargos como el que acababa de ofrecerle Pedro para las galerías. Solo pensar en aceptarlo hizo que el corazón le pegara un brinco de emoción.
Pero eso jamás sucedería. No, mientras su padre estuviera vivo, y Paula lo quería a su lado durante muchos años más.
–Cuidado, Pedro… –le dijo con tono de burla– ¡o lo próximo que verás en los periódicos es una foto tuya maltratando a una mujer en el restaurante de tu amigo!
–Gerry no permite la entrada a la prensa.
–De todos modos, te agradecería que me soltaras el brazo –le dijo desafiante.
Y Pedro habría agradecido haber pasado una noche con ella sin tener que acabar discutiendo.
Tal vez no debería haber sacado el tema del diseño todavía.
Tal vez no debería haberla desafiado a tener sus propios sueños en lugar de los impuestos por su padre. Y, sin duda, no debería haberla acusado de salir huyendo cuando el tema se había vuelto demasiado personal.
Así que, ¿por qué lo había hecho?
Porque ella se había acercado demasiado; al responder sus preguntas, Pedro le había permitido ver al astuto empresario con ideas que se ocultaba detrás del playboy, y eso lo había desconcertado porque jamás había permitido que ninguna mujer lo interrogara de ese modo sobre su trabajo o su familia.
–Hablaremos de esto en el coche.
–Ya te he dicho que iré con Lawrence y Paul.
–Oh, no, Paula, no vas a ser tú quien me diga quién te va a llevar a casa –le aseguró con voz suave y sin soltarla mientras salían del restaurante y le hacía una señal a Gerry para que le enviara la factura–. Vamos a mi piso –informó a los guardaespaldas–. Seguro que sabéis dónde está, ¿verdad? –añadió bruscamente cuando Paula y él entraron en el ascensor.
–Pedro…
–Ahora no, Paula –respondió apretando los dientes.
–Pero…
–Por favor, Paula. Estoy esforzándome al máximo por no… –respiró hondo–. Lo único que quiero ahora mismo es sacarte de aquí para estar en la intimidad de mi casa.
Justo cuando salieron a la calle le entregaron el coche; no había duda de que Gerry había avisado a los aparcacoches.
Paula entró en el vehículo justo cuando los dos guardaespaldas salían corriendo del edificio tras ellos y se subieron a su coche.
El silencioso trayecto hasta el piso de Pedro, seguidos por la limusina que ocupaban Lawrence y Paul, le dio a Pedro tiempo para pensar en la última conversación del restaurante, para aceptar que era responsable de la tensión que había surgido ahora entre los dos. ¡Y eso que había decidido que sería la única persona en la vida de Paula que no le causaría molestias ni tensiones!
–Lo siento –murmuró con un suspiro.
–Creía que no íbamos a pasarnos la noche disculpándonos.
–Esto tengo que decirlo. Mi comentario ha estado fuera de lugar.
–No pasa nada.
Pedro la miró nervioso al ver la estela de sus lágrimas aún cayendo por la palidez de sus mejillas.
–Sí, sí que pasa –contestó indignado consigo mismo.
Sí, cierto, pasaba algo, admitió Paula al darse cuenta de que esa noche con Pedro, una noche que había empezado siendo prometedora y que había estado disfrutando enormemente, estaba terminando de un modo desastroso.
Había esperado que esa noche fuera distinta porque Pedro era distinto de todas las personas que había conocido y su conversación de esa noche le había demostrado que no era un simple playboy. Pero ahora podía ver que no funcionaría; que aunque no tenía intención de ignorarla, como habían hecho el resto de hombres, su atracción por Pedro la estaba arrastrando en otra dirección, una que sabía que terminaría provocándole mucho daño a su padre. Y eso era algo que se negaba a hacer porque su padre ya había sufrido demasiado.
martes, 20 de octubre de 2015
EL DESAFIO: CAPITULO 9
Una vez volvió a su piso veinte minutos después, Pedro se planteó llamar a Miguel, aunque desechó la idea ya que, de todos modos, su hermano llegaría a Nueva York el viernes para la gala de inauguración de la exposición Chaves del sábado por la noche.
Entre otras cosas, Pedro iba a aprovechar la oportunidad para discutir una nueva aventura empresarial que tenía en mente para las galerías Arcángel. No mucha gente era consciente de ello, pero Pedro era el hombre de las nuevas ideas y siempre lo había sido. Y la razón por la que la gente no era consciente de ello era que Pedro era bastante modesto y no le importaba que los medios de comunicación lo tuvieran etiquetado como «el playboy» de los tres hermanos.
Aunque tal vez ya había llegado la hora de cambiar eso.
De pronto se preguntó a qué había venido ese pensamiento… ¿No se debería a la atracción que sentía por Paula, verdad?
¿Podría ser?
¡Maldita sea! Tenía que concentrarse en descubrir más cosas sobre el enigmático Damian Chaves, y no sobre su hija.
Paula había dicho que su padre estaba en silla de ruedas porque había tenido un accidente de coche, lo cual probablemente explicaba por qué se había vuelto tan ermitaño. Sin embargo, un accidente no explicaba por qué estaba tan obsesionado con la seguridad.
Y, sobre todo, con la seguridad de su hija.
EL DESAFIO: CAPITULO 8
Paula respiró hondo sabiendo que su respuesta a la invitación de Pedro debería ser un «no», y no por la razón que Pedro acababa de darle. Sí, estaba claro que a su padre no le haría ninguna gracia que aceptara la invitación a cenar de Pedro Alfonso, pero era una molestia que su padre se tendría que tragar por una vez. Tras la charla que mantuvieran al día siguiente, sabría que a ella no le había parecido nada bien que hubiera lanzado esa advertencia a Pedro en un primer lugar.
No, la razón por la que Paula sabía que debía declinar la invitación no tenía nada que ver con su padre, y sí mucho con el hecho de no estar segura de que fuera una buena idea implicarse más de lo que estaba con Pedro. Si pasaba una noche entera a solas con él, no sabía si podría resistirse en el momento de la despedida.
En Stanford había creído estar enamorada en un par de ocasiones de dos compañeros, uno durante el segundo año, y otro en el último curso. Sin embargo, no había tardado en darse cuenta de que no estaba verdaderamente enamorada de ninguno de los dos, posiblemente porque no los había encontrado físicamente excitantes. Tanto que al volver a Nueva York no había tenido ningún interés en repetir la experiencia.
Su respuesta a Pedro de hacía unos minutos, a sus besos y sus caricias, no se había parecido a ninguna de aquellas experiencias previas. La excitación la había dejado sin aliento, no había querido que parara de acariciarla y besarla, habría sido feliz si Pedro la hubiera llevado a su dormitorio antes de desnudarla por completo y hacerle el amor. Había deseado que hubiera hecho el amor con ella.
Ahora que lo miraba y lo veía con ese pelo alborotado alrededor de un rostro perfecto, como esculpido, con su traje de chaqueta ajustado a la perfección a sus anchos hombros y musculoso pecho, a su esbelta cintura y estrechas caderas, fue suficiente para hacerla temblar de deseo.
–¿Sueles ser tan indecisa?
Paula se ruborizó al oír la pregunta con ese tono burlón porque implicaba, sin duda, que esa indecisión era la responsable de que su padre hubiera tomado las riendas de su vida.
–A lo mejor no me parece una buena idea mezclar el negocio con el placer.
Pedro pensaba lo mismo, pero en esa ocasión no parecía tener opción, no cuando se trataba de Paula Chaves. Era quien era, y estaba decidido a pasar una noche a solas con ella. ¡Hubiera o no guardaespaldas!
–¿Sí o no, Paula? –la retó apretando los dientes.
–Oh… de acuerdo, sí… ¡Cenaré contigo mañana! –respondió mirándolo con impaciencia.
Pedro contuvo una sonrisa de triunfo y asintió con satisfacción.
–¿Te recojo aquí a las siete y media?
Ella se estremeció.
–Primero tendré que saber adónde vamos a ir.
–Así que la pequeña rebelión ha llegado a su fin… Ey, no pasa nada, Paula –le aseguró con delicadeza al ver que había empezado a morderse el labio nerviosa. Unos labios que aún estaban inflamados por los besos que acababan de compartir–. No es ningún problema.
–¿No? –sus ojos se veían enormes en la palidez de su rostro.
–No –Pedro había decidido no complicarle más la vida de lo que se la había complicado ya su padre. Por el momento le bastaba con que hubiera accedido a cenar con él–. Mañana en la galería te diré adónde iremos. ¿A que Andy, Rich o alguien parecido a ellos va a registrar el local antes de que lleguemos?
–Haces que suene a película de espionaje.
Pedro se encogió de hombros.
–Supongo que le quita cierta espontaneidad al asunto –admitió él con pesar–. Pero no te preocupes. Haremos que salga bien.
–Gracias.
–¿Por qué? –le preguntó con curiosidad.
–Por no… bueno, por no ponérmelo difícil. Muchos hombres lo harían.
–Espero no ser como muchos hombres, Paula… Ni como un hombre al azar –añadió con tono de broma en un esfuerzo de quitarle peso al tema.
–Deja de preocuparte –se agachó para besarla en los labios–. ¿Nos vemos mañana en la galería?
–Sí.
–Sonríe, Paula, puede que no pase nada –dijo al no verla nada contenta.
Pero para Paula ya estaba pasando; se sentía demasiado atraída por Pedro, tanto que le había permitido seducirla.
Tanto que se estaba rebelando contra algunas de las restricciones impuestas por su padre, y eso era algo que no había hecho nunca antes. Tanto que tendría que recordarse que ninguna mujer había logrado amarrar al esquivo Pedro Alfonso, cuyas únicas relaciones habían sido con mujeres rubias y sofisticadas que entraban y salían de su vida… y su cama… con asombrosa regularidad.
¡Y Paula sabía muy bien que ella no era ni rubia ni sofisticada!
Lo cual no significaba que no pudiera disfrutar de lo que tenía ante sí: un flirteo por parte de Pedro que podría, o no, llevarlos a la cama.
Sonrió y le dijo con determinación:
–Estoy muy bien, Pedro. Y sí, mañana estaré en la galería.
–Bien –respondió con satisfacción–. Y ahora creo que es hora de que me vaya. Puede que no tengas guardaespaldas siguiéndote ahora mismo, ¡aunque estoy seguro de que hay cámaras de seguridad y que tu padre ya me ha visto entrar aquí hace un rato, pero no me ha visto salir! –añadió con tono animado mientras los dos recorrían el pasillo hasta la puerta.
Y Paula estaba segura de que así habría sido, lo cual no implicaba que le gustara, sino que ese nivel de seguridad llevaba en su vida tanto tiempo que prácticamente había
empezado a dejar de notarlo. Tal vez había llegado el momento de empezar a estar atenta.
Y tal vez haber conocido a Pedro y esa atracción que sentía por él era la llamada de atención que había necesitado para cambiar las cosas.
EL DESAFIO: CAPITULO 7
Invítame a pasar, Paula –repitió al ver la indecisión en su expresión.
Ella se lo quedó mirando unos segundos sin decir nada antes de asentir bruscamente y girarse para entrar en el piso y encender la luz.
Pedro pasó tras ella, cerró la puerta y, sin dejar de mirarla, la rodeó con los brazos y la llevó hacia sí. Paula levantó las manos instintivamente hacia sus hombros y lo miró a lo ojos, totalmente consciente de su erección haciendo presión contra la suavidad de su abdomen; la misma excitación que había brillado por su ausencia la noche anterior con Jennifer Nichols.
–Es imposible que un hombre pueda ocultar su reacción ante una mujer preciosa, ¿verdad? –murmuró.
La sedosa garganta de Paula se movió cuando tragó saliva antes de decir:
–Eh… sí, supongo que sí.
Pedro tenía la mirada clavada en sus carnosos labios, los mismos que lo habían estado volviendo loco toda la noche y que había sido incapaz de dejar de mirar mientras ella había bebido, comido y se había relamido después de probar la mousse de limón del postre.
Tal vez después de todo sí que se había merecido la advertencia de Damian. No había duda de que el hombre se había fijado en todas las ocasiones en las que los había contemplado imaginándose las múltiples formas en las que podrían darle placer a un hombre.
Ahora Paula se los estaba humedeciendo con la punta de la lengua.
–¿Quieres café?
–No.
–Ah.
Pedro podía sentir el nerviosismo de Paula, al igual que podía sentir el temblor de su cuerpo apoyado tan íntimamente contra el suyo. Sentía la calidez de sus manos a través de la tela de la chaqueta y de la camisa. Unas manos largas y elegantes que había deseado ver posadas sobre su piel desnuda.
Sí, tal vez después de todo, sí que se había merecido la advertencia de Damian.
Fue imposible que a Paula se le escapara el deseo que iluminó los ojos de Pedro antes de que este bajara la mirada hacia sus pechos.
–Quiero besarte, Paula.
–Sí –respondió ella apoyándose contra él mientras le temblaban las piernas y sus manos se aferraban a sus musculosos hombros.
–Y después me gustaría desnudar y acariciar estos preciosos pechos –los cubrió con sus manos y con el pulgar acarició su inflamado pezón–. Con mi lengua y mis dientes además de…
–¿Puedes dejar de hablar, Pedro, y hacerlo? –protestó ella suavemente y casi jadeando de la excitación.
Apretó los dientes al sentir su cuerpo excitado y una intensa humedad cubriendo los pliegues ya inflamados entre sus muslos.
–Resulta que, después de todo, no te da miedo pedir lo que quieres –dijo él con una sonrisa al hundir una mano en su melena y quedarse mirándola fijamente unos segundos antes de echarle la cabeza atrás y robarle un beso.
La besó con unos labios firmes, pero suaves, que saborearon los suyos a la vez que su lengua los acariciaba y se colaba en el calor de su boca para después entrelazarse con la suya.
Paula llevó las manos hasta sus hombros para enredar sus dedos en su sedosa melena color ébano, y él siguió besándola intensamente, con deseo, moviendo las manos por su espalda antes de posarlas en sus nalgas y llevarla contra la dureza de su erección.
Ese continuado y sensual ataque de los labios y la lengua de Pedro la excitó hasta el punto de incendiar su cuerpo de deseo. Le faltaba la respiración cuando Pedro dejó de besarla para hundirse en su cuello y bajarle los tirantes del vestido.
La cremallera resultaba muy fría contra su encendida piel a medida que él la bajaba para dejar expuestos sus pechos desnudos.
El calor de sus labios ahora recorrió la curva de sus pechos desnudos y su lengua los saboreó y atormentó. Le temblaban las rodillas y lo único que la mantenía en pie era la fuerza del brazo de Pedro rodeándola por la cintura mientras tomaba uno de sus pezones en su boca.
¡Cielos!
Sí, se sentía como si estuviera en el Cielo cuando Pedro acarició y succionó sus pechos y sus pezones, cuando sus dedos y su lengua atormentaron su sensible piel y le provocaron un placer que hizo que se le humedeciera la ropa interior.
Paula dejó escapar un gemido. Estaba excitadísima…
Necesitaba… necesitaba…
Mostró su decepción cuando Pedro apartó la boca y alzó la cabeza para mirar las rosadas e inflamadas cúspides de sus pechos.
–Qué preciosidad –murmuró al tocarle los pezones con la suavidad de sus dedos.
Paula apenas podía respirar mientras esperaba a ver qué tenía pensado hacer Pedro a continuación … ¡Ojalá fuera lo que ella quería!
Pedro seguía contemplando sus preciosos pechos coronados por unos pezones que se habían enrojecido y aumentado por la atención que le habían concedido sus manos y su boca. Unos pezones que aún suplicaban más atenciones.
Y él estaba más que dispuesto a dárselas, al igual que deseaba explorar los sedosos pliegues ocultos entre sus muslos. Ahora podía oler la excitación de Paula, cremosa y con un toque picante, y quería lamer esa cremosidad, beber su esencia mientras sus labios y su lengua exploraban esos pliegues inflamados, y después quería saborearla, poder notarla en su boca durante horas.
Cuando ella lo miró, no tuvo duda de que Paula también quería todo eso… Sin embargo, no podía hacerlo.
Sabía lo que los periódicos publicaban sobre él: que montones de mujeres desfilaban por su dormitorio, mujeres que cambiaba tan a menudo como cambiaba de sábanas. Y hasta cierto punto era cierto. Pero aun así Pedro tenía sus propias reglas en lo que respectaba a las mujeres que entraban en su vida por poco tiempo. Nunca les ofrecía falsas promesas. Nunca engañaba a la mujer con la que se estaba acostando en ese momento. Y cuando dejaba de ser divertido para cualquiera de los dos, él, con mucha delicadeza, le ponía fin a la relación.
Pero Paula no se parecía a ninguna mujer que hubiera conocido. Ella era más. Mucho más. Y suponía la clase de complicaciones emocionales que él siempre había querido evitar en el pasado.
Era mucho más joven que esas otras mujeres, se había pasado sus veinticuatro años bajo el cobijo de su protector padre, y le faltaban la sofisticación y el cinismo que a las otras mujeres les habían permitido aceptar las pocas semanas de relación que Pedro les había ofrecido.
También había que tener en cuenta el hecho, por ridículo que pudiera parecer, de que estaba allí esa noche tras haber sido invitado por el padre de Paula, un hombre tan peligroso como poderoso y con quien la galería de Pedro estaba haciendo negocios. Y él nunca había mezclado el trabajo con el placer.
Y por último, aunque resultara más ridículo aún, Paula y él no habían tenido ninguna cita.
–¿Pedro? –preguntó Paula con inseguridad mientras él permanecía quieto e inmóvil frente a ella, mirándola. Se sentía totalmente expuesta con el vestido bajado hasta la cintura, y los pechos aún desnudos e inflamados por las caricias de sus labios y sus manos.
Tenía la barbilla apretada y sus oscuras pestañas ocultaban la expresión de su mirada cuando se agachó para subirle los tirantes del vestido. Paula estaba demasiado impactada por lo sucedido como para ofrecer la más mínima resistencia cuando Pedro la giró para poder subirle la cremallera… diciéndole así que su encuentro había terminado.
–¿Cenas conmigo mañana, Paula?
–¿Por qué?
–¿Cuando un hombre te invita a cenar con él sueles preguntarle el porqué?
Paula alzó la barbilla a la defensiva.
–Solo cuando ese mismo hombre salió a cenar con otra mujer la noche antes.
Él apretó los labios.
–No tengo ninguna intención de volver a ver a Jennifer Nichols.
–¿Y ella lo sabe?
–Ah, sí –respondió con desdén.
–Yo… Que hayamos hecho el amor ha sido… una aberración, Pedro –aunque no estaba segura de poder llamarlo «hacer el amor» cuando había sido ella la única a medio vestir, y Pedro había permanecido tan inmaculadamente vestido como cuando había llegado a casa de su padre esa noche.
Bueno, tal vez no tanto. Ahora tenía el pelo más alborotado y las comisuras de los labios manchadas de su lápiz de labios melocotón.
–No te veas obligado a invitarme a cenar porque las cosas se nos hayan ido un poco de las manos –añadió con firmeza.
–¿Una aberración? –repitió Pedro conteniendo las ganas de reírse.
–Sí, una aberración. Quiero que sepas que no tengo la costumbre de permitir que hombres al azar me hagan el amor.
–¿Hombres al azar? –en esa ocasión sí que no pudo contener la risa–. ¿Eso me consideras? ¿Un hombre al azar con el que has terminado haciendo el amor por casualidad?
–Está claro que esta noche he bebido demasiado vino –dijo irritada por su tono de broma.
–Y yo creo que ahora estás siendo deliberadamente insultante, Paula.
Sí, así era, y Paula tuvo que admitirlo, porque le resultaba imposible encontrarle explicación a ese comportamiento libertino que acababa de demostrar con Pedro. Hacerlo sería admitir que él le había calado muy hondo, que le había hecho desear cosas, ansiar la libertad de poder ceder por completo ante esa atracción.
–Tal vez, pero me gustaría que te marcharas ahora
–¿Y siempre consigues lo que quieres?
«Rara vez», pensó Paula con pesar.
Sí, materialmente podía tener todo lo que quisiera ya que la riqueza de su padre siempre se lo había asegurado. Sin embargo, al volver de Stanford tres años antes con su licenciatura en la mano, había tenido sueños, planes de futuro, la ilusión de crear su propio negocio, de convertirlo en un éxito, de conocer a un hombre al que pudiera amar y que la amara, de casarse y tener su propia familia, pero en lugar de conseguir todo ello, se había vuelto a ver sumida en el estilo de vida recluido y extremadamente protector de su padre.
No, eso no era justo para él; era ella la que se había permitido dejarse arrastrar por todo ello, la que no había luchado lo suficiente por las cosas que había querido.
Porque entonces a su padre lo había encontrado mucho más frágil que cuando se había marchado a estudiar tres años antes. Porque estaba claro que él había necesitado tenerla cerca de nuevo y saber que estaba a salvo. Por eso Nina había aparcado sus sueños y esperanzas, tanto que los había olvidado hasta ahora.
Hasta que Pedro Alfonso y esa atracción que sentía por él le habían obligado a recordarlas.
–¿Paula? –preguntó Pedro ante su continuado silencio.
Ella respiró hondo.
–Gracias por tu invitación a cenar, Pedro, pero preferiría que no.
–¿Por qué no?
–¿Sueles preguntarle eso a una mujer cuando te dice que no?
Los cincelados labios de Pedro esbozaron una sonrisa.
–Cuesta un poco decirlo cuando no puedo recordar que me haya pasado nunca.
–Bueno, pues ahora te está pasando.
–Pero por motivos equivocados.
–No hagas como si me conocieras, Pedro.
Él se encogió de hombros.
–Si puedes, niega que te resulta más fácil negarte a salir conmigo.
Sí que era más fácil. Y no solo eso, sino que Paula sabía que era lo correcto… Si no fuera porque de verdad quería aceptar la invitación. Esa atracción que sentía por Pedro le hacía querer rebelarse contra las limitaciones que su padre le imponía en la vida.
–¿Y tú qué motivos tienes, Pedro? ¿Estás pidiéndome que salga a cenar contigo porque te gusto y quieres pasar algo de tiempo conmigo? ¿O me lo estás pidiendo porque estás enfadado con mi padre por la advertencia de antes y solo quieres enfadarlo?
–Eso no es muy halagador, Paula. Ni para ti ni para mí.
–No, si lo último es verdad.
Pedro la miró fijamente no muy seguro de si se sentía más molesto por las sospechas con respecto a su invitación a cenar o por la realidad de la vida que ella debía de haber llevado hasta el momento para llegar a sacar esas conclusiones. Pero fuera como fuera, no tenía ninguna intención de echarse atrás.
–No es por eso. Así que, dime, ¿tu respuesta es sí o no, Paula?
La indecisión en esos preciosos ojos verde musgo hizo que Pedro quisiera insistir más, presionarla o seducirla, lo que fuera que funcionara para que terminara aceptando su invitación. Pero se contuvo de hacerlo. Tenía que ser decisión de Paula; había hablado en serio al decir que consideraba que una mujer tenía más que suficiente con un solo hombre dominante en su vida diciéndole lo que tenía que hacer.
Y por eso se mantuvo en silencio, deseando por dentro que aceptara, al mismo tiempo que se preguntaba cuándo se había vuelto tan importante para él que lo hiciera.
¿Tal vez cuando su belleza lo había dejado sin aliento al llegar a la casa esa noche? ¿O mientras la había observado y escuchado durante la cena? ¿O tal vez cuando le había hecho el amor? ¿O tal vez incluso antes de todo eso? ¿Posiblemente cuando la había visto en la galería el día antes y después había hablado con ella en la intimidad de su despacho?
Fuera la razón que fuera, su invitación a cenar no tenía nada que ver con la irritación que sentía por la advertencia de Damian Chaves. En todo caso, que el padre de una mujer le hubiera lanzado una advertencia, a pesar de no recordar haber conocido nunca al padre de ninguna de sus conquistas, habría tenido que bastar para que se alejara todo lo posible. Pero no porque esa amenaza lo hubiera inquietado, sino porque no se complicaba la vida en lo que respectaba a las mujeres, y que el padre de una te lanzara ese tipo de advertencia sin duda era una complicación.
Tenía la sensación de que esa inesperada atracción por Paula Chaves iba a complicarle la vida
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