miércoles, 21 de octubre de 2015
EL DESAFIO: CAPITULO 10
Nunca había comido aquí –le dijo Paula a Pedro al mirar a su alrededor con gesto de apreciación. Los habían sentado en una mesa apartada, cerca de la ventana de un moderno y desorbitadamente exclusivo restaurante de Nueva York.
Situado en el último piso de uno de los rascacielos más prestigiosos de la ciudad, y con vistas de trescientos sesenta grados, era uno de los lugares de moda para los ricos y famosos.
Tal como había dicho que haría, Paula había pasado el día en la galería, la mayor parte del tiempo dudando entre salir a cenar con Pedro o decirle que, al final, no podría ir. Esto último no se debía a que su padre se lo hubiera impedido; sí, el hombre había apretado los labios con gesto de desaprobación al enterarse, pero había decidido no hacer ningún comentario, tal vez después de ver la expresión de terquedad de su hija.
No, el temor de Paula ante el hecho de salir a cenar se había debido a una razón completamente distinta. Y esa razón era el propio Pedro Alfonso.
Pedro no se parecía en nada a ningún hombre que hubiera conocido nunca. Era seguro de sí mismo y contundente, aunque no de un modo que resultara molesto, y tenía un pícaro sentido del humor, además de ser inteligente sin resultar pedante, y un aspecto de chico malo que ni el elegante traje negro con camisa blanca y corbata que llevaba esa noche había podido atenuar.
Por si eso fuera poco, no se dejaba intimidar por su padre, a diferencia de muchos otros hombres. Desde su regreso a Nueva York tres años atrás, Paula había salido únicamente con tres hombres y todos ellos, sin excepción, se habían desvivido por impresionar a su padre dejándola a ella en un segundo plano.
Por otro lado, era respetuoso con su padre, pero al mismo tiempo no se veía abrumado ni por el poder ni por la riqueza de los Chaves. No, Pedro era un hombre encantador, mundano, rico y muy seguro de sí mismo y de sus habilidades.
Una combinación peligrosa para una mujer que siempre había sabido el efecto que producían en la gente el poder y la riqueza del apellido Chaves.
–He oído que este sitio tiene semanas de lista de espera –añadió una vez el camarero les había servido a cada uno una copa de vino rosado en cuanto se habían sentado.
–El dueño es amigo mío.
Paula sonrió.
–¿Y era amigo tuyo antes de que empezaras a venir a comer aquí a menudo o eso surgió después? –no era el mismo restaurante en el que lo habían fotografiado con Jennifer Nichols, pero Paula estaba segurísima de que sí que había visto otras imágenes por Internet de él saliendo de ese local en particular acompañado por otras bellas mujeres.
Pedro se encogió de hombros.
–Conocía a Gerry desde antes de que abriera el restaurante. Por cierto, le ha gustado mucho la visita de tus guardaespaldas.
–¿No estoy segura de si eso es un sarcasmo o no?
–No. Al parecer han hecho un barrido por todo el local y después, ya que aún les faltaban dos horas para estar de guardia otra vez y que el restaurante seguía cerrado, los tres se han sentado a echar una partida de póquer hasta la hora de apertura. A Gerry le encanta jugar al póquer, sobre todo cuando gana.
Paula se rio.
–Eso les pega mucho a Lawrence y a Paul; me enseñaron a jugar al póquer cuando tenía diez años y empecé a ganarlos cuando tenía doce.
–¿Juegas al póquer con tus guardaespaldas?
–No tanto desde que les empecé a ganar –respondió riéndose.
–Pues recuérdame que nunca juegue contigo al strip-póquer. ¿A esa edad no deberías haber estado jugando aún con muñecas o esas cosas de chicas?
–¡Sexista! Yo nunca he jugado con muñecas y, mucho menos, con doce años. Me interesaban más los chicos que las cosas de chicas.
–Y jugar al póquer –ahí tenía un dato más sobre la infancia de Paula. No solo había crecido sola con su padre, sino que sus únicos compañeros durante aquellos años habían sido, al parecer, sus guardaespaldas.
–Solo hasta que empecé a ganar –le recordó.
–Gerry quería que te diera las gracias por dejar que tus hombres hagan guardia fuera del restaurante en lugar de dentro.
–Seguro que es porque así pueden inspeccionar a los que entran. Soy consciente de que pueden ser un poco indiscretos.
–Te he dicho que no te preocupes por ello.
Y lo estaba intentando, de verdad que sí.
–¿Qué estamos celebrando? –preguntó mirando la botella de vino con curiosidad.
–¿La vida?
Paula sonrió al alzar la copa y brindó con él antes de dar un trago; le encantaba el vino rosado y Pedro había pedido una botella de su bodega favorita. ¿Sería coincidencia o lo habría sabido de antemano?
Pedro le sonrió.
–Me declaro culpable –dijo en respuesta a esa pregunta que no había llegado a formularle–. Hoy he llamado a tu padre y le he preguntado el nombre de tu vino favorito.
–¿En serio?
–Hmm –apoyó los codos sobre la mesa y la miró fijamente con la copa entre los dedos.
Estaba absolutamente impresionante esa noche. Llevaba un vestido negro a la altura de la rodilla que se ceñía deliciosamente a la esbeltez de sus curvas, pero que dejaba al descubierto su cuello y sus brazos. Como maquillaje, un simple toque de sombra verdosa, pestañas largas y oscuras, mejillas color melocotón y los labios con un brillo melocotón más intenso. Llevaba el pelo recogido en un moño suelto que dejaba al descubierto y vulnerable su cremoso cuello.
Irónicamente, y teniendo en cuenta la colección de joyas única e inestimable de su padre, Paula no llevaba ninguna joya esa noche. No había nada que compitiera con la suave perfección de su cremosa piel melocotón, solo un par de pequeños diamantes como pendientes.
Pedro era consciente de que habían sido esa elegancia y esa belleza tan sencillas, en contraste con las otras mujeres exageradamente maquilladas y recargadas, lo que había captado la atención de todos los hombres que había en la sala cuando los dos habían entrado juntos.
En respuesta a esas miradas, él la había rodeado con el brazo por la cintura, la había llevado contra su cuerpo de camino a su mesa. Aunque no con una actitud posesiva,
exactamente. Pedro nunca había sido posesivo con las mujeres, si bien en esa ocasión sí que había querido que a esos hombres les quedara claro con quién estaba Paula esa noche. ¿Era eso ser posesivo? ¡No tenía ni idea! Lo que sabía era que no le había gustado nada que los demás la hubieran mirado.
Ella se humedeció sus carnosos labios con un nervioso movimiento de lengua.
–¿Has hablado hoy con mi padre…? –repitió.
–Una llamada de cortesía para darle las gracias por la cena de anoche.
–¿Eso es todo?
–Ya te lo he dicho, también quería saber el nombre de tu vino favorito.
–¿Y mi padre te lo ha dado sin más? –preguntó con escepticismo; le costaba creer que, después de las advertencias de su padre a Pedro la noche anterior, él hubiera llamado para darle las gracias por la velada y su padre le hubiera dado el nombre de su vino favorito tan tranquilo.
–Tu felicidad es muy importante para él –Pedro dio otro trago sin dejar de mirarla.
–Pedro…
–Relájate, Paula. Vamos a ver la carta y a pedir, y después, si aún quieres, puedes preguntarme cualquier cosa sobre mi conversación con tu padre.
¡Oh, sí, eso querría hacerlo! Además, no podía evitar preguntarse si la conversación con su padre sería la razón por la que Damian no había puesto ninguna objeción cuando ella le había contado lo de su cita con Pedro. Sin duda, eso explicaba que no se hubiera mostrado nada sorprendido.
–Suéltalo, Paula –le dijo Pedro una vez hubieron elegido sus platos–. Por esa mirada de preocupación puedo ver que sigues preguntándote los motivos por los que he llamado a tu padre.
–¿Tan predecible soy?
–¡Claro que no! –respondió él riéndose. Esa mujer había sido un enigma para él desde el principio, y cuanto más la conocía, más misteriosa se volvía.
Sus incursiones en Internet le habían dicho que Paula había pasado su infancia estudiando en casa durante los primeros años y viviendo exclusivamente con su padre, postrado en la silla, y con los hombres musculosos que conformaban la cuadrilla de seguridad, lo cual hacía que resultara doblemente increíble que hubiera logrado marcharse a la universidad. Estaba convencido de que a Damian le habría dado un ataque al verla marchar, al mismo tiempo tenía que admirar a Paula por haber tenido la fortaleza de romper ese caparazón protector que la envolvía. Pero, incluso así, aun habiéndose liberado durante tres años, Paula había vuelto a meterse en ese anillo de seguridad tras su regreso a Nueva York. Sí, ahora tenía su propio apartamento en el edificio de su padre, pero seguía estando bajo su protección, y los trabajos de diseño que hacía siempre eran para la empresa de Damian.
Con respecto a los años que siguieron a la muerte de su madre, Pedro no había logrado encontrar ninguna información, ni tampoco ningún artículo sobre el fallecimiento de Ana Chaves. Del mismo modo, únicamente había encontrado una escueta mención sobre el accidente que había dejado en silla de ruedas a Damian; un accidente en el que, al parecer, habían muerto en el acto dos de los tres ocupantes del otro coche.
Misterio, tras misterio, tras misterio.
Y Paula, con esa timidez, esa vibrante belleza, tan sexy e inteligente, era el centro de ese misterio.
–No he llamado a tu padre ni le he contado lo de la cena con la idea de retarlo por la advertencia de anoche –le aseguró.
–¿No?
–No –respondió–. Espero no parecer tan vengativo ni mezquino.
Un delicado rubor tiñó las mejillas de Paula ante la reprobación de Pedro.
–¿Entonces por qué se lo has dicho?
–Para que no tuvieras que hacerlo tú –posó la mano sobre la suya–. Paula, soy consciente de lo unidos que estáis y lo último que quiero es ser la causa de cualquier tensión entre los dos. Lo que quiero es que nos conozcamos mejor y no tengo ninguna intención de hacerlo dejando que seas tú la que tenga que darle explicaciones a tu padre.
A Paula se le saltaron las lágrimas. Pedro era demasiado para una mujer; demasiado guapo, demasiado encantador, demasiado divertido, y demasiado atractivo sexualmente para su bien. Esa noche se había sentido totalmente atraída nada más abrir la puerta de su piso y verlo en el pasillo, aún con el pelo húmedo de la ducha, recién afeitado, con esos ojos dorados recorriéndola lentamente…
Por eso añadir la comprensión y la compasión a la larga lista de atractivos de Pedro era ser muy injusta con el resto de las mujeres. Pero no tenía duda de que lo que fuera que Pedro le había dicho a su padre durante la conversación telefónica había ayudado a allanar el camino para la conversación que ella misma tendría con su padre esa noche.
–Puede que Damian y yo no estemos del todo seguros de si nos caemos bien –continuó Pedro–, pero creo que sí nos respetamos. Y eso es un comienzo.
Sí, Paula entendía que su padre era tan anticuado como para haber valorado positivamente el hecho de que Pedro le hubiera dicho que saldrían a cenar, por mucho que no le hubiera gustado la idea. Su padre admiraba el valor, lo respetaba, y Pedro lo tenía en abundancia.
–Siento haber desconfiado.
–No pasemos la noche disculpándonos, Paula –la interrumpió apretándole la mano una última vez antes de que el camarero les sirviera el primer plato.
–Bueno, cuéntame qué haces en Arcángel.
–¿Que qué hago?
–Sé que tus hermanos y tú dirigís las galerías, pero seguro que eso no te roba todo tu tiempo.
Y así fue como Pedro terminó contándole más sobre el trabajo que hacía y sobre las nuevas ideas que tenía para Arcángel. Le contó además algunas anécdotas de su infancia y de cómo había sido crecer con sus hermanos.
–¡Pobrecilla tu madre! –dijo Paula riéndose después de que Pedro le relatara la historia en la que Gabriel y él metieron una rana en la cama de su abuela cuando fue a pasar el verano con ellos–. ¿Y Miguel no participó? –preguntó con curiosidad al dar un sorbo del café que estaba marcando el final de la cena.
Pedro sacudió la cabeza.
–No. Incluso con doce años Miguel era el serio y el responsable.
–A lo mejor pensó que no tenía otra opción con dos hermanos pequeños tan traviesos.
–No se me había ocurrido, pero podrías tener razón. Por cierto, he hablado con él esta tarde.
–¿Está en Nueva York?
–Sigue en París. Hemos hablado por vídeo conferencia.
–¡Qué ocupado has estado hoy!
–¿Es que las cosas que te he contado no te demuestran que estoy ocupado todos los días?
Sí, cierto, admitió Paula para sí, no segura de por qué Pedro había elegido responder sus preguntas tan sinceramente, pero complacida de que lo hubiera hecho porque ahora sabía que ese hombre era mucho más de lo que aparentaba, que tenía una profundidad que los demás ignoraban.
–¡Creo que son los periódicos los que prefieren informar de tus actividades nocturnas en lugar de las diurnas!
–Les encanta informar sobre lo que creen que son mis actividades nocturnas –aclaró.
–¿Es que todas esas fotos tuyas con mujeres preciosas son invención de la prensa?
Por desgracia, Pedro sabía que no lo eran. Y la peor de todas era la que le habían sacado con Jennifer Nichols dos noches atrás, cuando se había negado a cancelar su cita para cenar con Paula y su padre.
–La razón por la que he hablado con Miguel –dijo cambiando de tema– es que quería ver qué le parecía que te pida que nos diseñes nuevas vitrinas para las tres galerías.
–¿Yo? –sin duda, se había quedado atónita con la propuesta.
–¿Por qué no? Las que has diseñado para tu padre tienen una sencillez que las hace elegantemente hermosas. La misma elegancia y sencillez que buscamos en Arcángel.
–Bueno, sí, me he fijado en eso estos últimos días, pero… Ya tengo trabajo.
–Trabajas con tu padre.
Paula pudo captar el tono de desaprobación de Pedro. Y tal vez era merecido después de todos los años que había pasado estudiando Diseño en Stanford. Pero Rafe no lo entendía; nadie lo entendía. Porque la mayoría de las personas, él incluido, no tenían la más mínima idea de lo que les había pasado diecinueve años atrás. Paula era bien consciente de que su padre había empleado la riqueza y el poder Chaves para asegurarse de que ninguno de aquellos sucesos salieran a la luz pública.
–¿Es que no tienes sueños propios, Paula? –insistió él negándose a dejar el tema–. ¿La ambición de hacer algo más con tu vida que permanecer a la sombra de tu padre?
Ella palideció ante ese ataque lanzado tan bruscamente.
–Eso ha estado fuera de lugar –murmuró ella.
–¿Pero no es cierto?
–Gracias por una cena encantadora, Pedro, pero creo que tal vez es hora de que me marche.
–Te llevo a casa –le dijo él con gesto serio.
–Lawrence y Paul me llevarán.
Pedro sacudió la cabeza con decisión.
–Yo te he traído aquí y yo te voy a llevar a casa.
–¿Por qué? –sus ojos se iluminaron intensamente–. ¿Para que puedas seguir insultándome? ¿Porque he hecho demasiadas preguntas? ¿O porque las has respondido? –añadió con astucia al levantarse.
Pedro se levantó también y la agarró del brazo.
–¿Y esto es lo que haces, Paula? ¿Salir corriendo cada vez que alguien dice algo que se acerca a la verdad?
A ella se le llenaron los ojos de lágrimas.
–¿Quieres decir que salgo corriendo a casa con papá?
Él se estremeció al ver esas lágrimas nadando en su atribulada mirada verde.
–Yo no he dicho eso.
–Pero lo has insinuado –dijo intentando que le soltara el brazo, aunque sin lograrlo–. Estás montando una escena, Pedro –murmuró al ver las miradas curiosas de la gente.
Y sí, por supuesto que tenía ambiciones, sueños y esperanzas. ¡Muchos! De hecho, uno de ellos había sido ir a Stanford… y lo había cumplido. Pero no había tenido en cuenta lo frágil que encontraría a su padre a su regreso a Nueva York, una fragilidad de la que se sentía en parte responsable porque sabía lo preocupado que había estado teniéndola lejos. Por eso, en aquel momento, lo máximo que se había permitido pedirle había sido que le dejara vivir en su propio piso en lugar de seguir viviendo con él en el ático.
Sin embargo, eso no significaba que hubiera perdido las ganas de levantar su propio negocio de diseño o de poder aceptar encargos como el que acababa de ofrecerle Pedro para las galerías. Solo pensar en aceptarlo hizo que el corazón le pegara un brinco de emoción.
Pero eso jamás sucedería. No, mientras su padre estuviera vivo, y Paula lo quería a su lado durante muchos años más.
–Cuidado, Pedro… –le dijo con tono de burla– ¡o lo próximo que verás en los periódicos es una foto tuya maltratando a una mujer en el restaurante de tu amigo!
–Gerry no permite la entrada a la prensa.
–De todos modos, te agradecería que me soltaras el brazo –le dijo desafiante.
Y Pedro habría agradecido haber pasado una noche con ella sin tener que acabar discutiendo.
Tal vez no debería haber sacado el tema del diseño todavía.
Tal vez no debería haberla desafiado a tener sus propios sueños en lugar de los impuestos por su padre. Y, sin duda, no debería haberla acusado de salir huyendo cuando el tema se había vuelto demasiado personal.
Así que, ¿por qué lo había hecho?
Porque ella se había acercado demasiado; al responder sus preguntas, Pedro le había permitido ver al astuto empresario con ideas que se ocultaba detrás del playboy, y eso lo había desconcertado porque jamás había permitido que ninguna mujer lo interrogara de ese modo sobre su trabajo o su familia.
–Hablaremos de esto en el coche.
–Ya te he dicho que iré con Lawrence y Paul.
–Oh, no, Paula, no vas a ser tú quien me diga quién te va a llevar a casa –le aseguró con voz suave y sin soltarla mientras salían del restaurante y le hacía una señal a Gerry para que le enviara la factura–. Vamos a mi piso –informó a los guardaespaldas–. Seguro que sabéis dónde está, ¿verdad? –añadió bruscamente cuando Paula y él entraron en el ascensor.
–Pedro…
–Ahora no, Paula –respondió apretando los dientes.
–Pero…
–Por favor, Paula. Estoy esforzándome al máximo por no… –respiró hondo–. Lo único que quiero ahora mismo es sacarte de aquí para estar en la intimidad de mi casa.
Justo cuando salieron a la calle le entregaron el coche; no había duda de que Gerry había avisado a los aparcacoches.
Paula entró en el vehículo justo cuando los dos guardaespaldas salían corriendo del edificio tras ellos y se subieron a su coche.
El silencioso trayecto hasta el piso de Pedro, seguidos por la limusina que ocupaban Lawrence y Paul, le dio a Pedro tiempo para pensar en la última conversación del restaurante, para aceptar que era responsable de la tensión que había surgido ahora entre los dos. ¡Y eso que había decidido que sería la única persona en la vida de Paula que no le causaría molestias ni tensiones!
–Lo siento –murmuró con un suspiro.
–Creía que no íbamos a pasarnos la noche disculpándonos.
–Esto tengo que decirlo. Mi comentario ha estado fuera de lugar.
–No pasa nada.
Pedro la miró nervioso al ver la estela de sus lágrimas aún cayendo por la palidez de sus mejillas.
–Sí, sí que pasa –contestó indignado consigo mismo.
Sí, cierto, pasaba algo, admitió Paula al darse cuenta de que esa noche con Pedro, una noche que había empezado siendo prometedora y que había estado disfrutando enormemente, estaba terminando de un modo desastroso.
Había esperado que esa noche fuera distinta porque Pedro era distinto de todas las personas que había conocido y su conversación de esa noche le había demostrado que no era un simple playboy. Pero ahora podía ver que no funcionaría; que aunque no tenía intención de ignorarla, como habían hecho el resto de hombres, su atracción por Pedro la estaba arrastrando en otra dirección, una que sabía que terminaría provocándole mucho daño a su padre. Y eso era algo que se negaba a hacer porque su padre ya había sufrido demasiado.
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