martes, 20 de octubre de 2015
EL DESAFIO: CAPITULO 8
Paula respiró hondo sabiendo que su respuesta a la invitación de Pedro debería ser un «no», y no por la razón que Pedro acababa de darle. Sí, estaba claro que a su padre no le haría ninguna gracia que aceptara la invitación a cenar de Pedro Alfonso, pero era una molestia que su padre se tendría que tragar por una vez. Tras la charla que mantuvieran al día siguiente, sabría que a ella no le había parecido nada bien que hubiera lanzado esa advertencia a Pedro en un primer lugar.
No, la razón por la que Paula sabía que debía declinar la invitación no tenía nada que ver con su padre, y sí mucho con el hecho de no estar segura de que fuera una buena idea implicarse más de lo que estaba con Pedro. Si pasaba una noche entera a solas con él, no sabía si podría resistirse en el momento de la despedida.
En Stanford había creído estar enamorada en un par de ocasiones de dos compañeros, uno durante el segundo año, y otro en el último curso. Sin embargo, no había tardado en darse cuenta de que no estaba verdaderamente enamorada de ninguno de los dos, posiblemente porque no los había encontrado físicamente excitantes. Tanto que al volver a Nueva York no había tenido ningún interés en repetir la experiencia.
Su respuesta a Pedro de hacía unos minutos, a sus besos y sus caricias, no se había parecido a ninguna de aquellas experiencias previas. La excitación la había dejado sin aliento, no había querido que parara de acariciarla y besarla, habría sido feliz si Pedro la hubiera llevado a su dormitorio antes de desnudarla por completo y hacerle el amor. Había deseado que hubiera hecho el amor con ella.
Ahora que lo miraba y lo veía con ese pelo alborotado alrededor de un rostro perfecto, como esculpido, con su traje de chaqueta ajustado a la perfección a sus anchos hombros y musculoso pecho, a su esbelta cintura y estrechas caderas, fue suficiente para hacerla temblar de deseo.
–¿Sueles ser tan indecisa?
Paula se ruborizó al oír la pregunta con ese tono burlón porque implicaba, sin duda, que esa indecisión era la responsable de que su padre hubiera tomado las riendas de su vida.
–A lo mejor no me parece una buena idea mezclar el negocio con el placer.
Pedro pensaba lo mismo, pero en esa ocasión no parecía tener opción, no cuando se trataba de Paula Chaves. Era quien era, y estaba decidido a pasar una noche a solas con ella. ¡Hubiera o no guardaespaldas!
–¿Sí o no, Paula? –la retó apretando los dientes.
–Oh… de acuerdo, sí… ¡Cenaré contigo mañana! –respondió mirándolo con impaciencia.
Pedro contuvo una sonrisa de triunfo y asintió con satisfacción.
–¿Te recojo aquí a las siete y media?
Ella se estremeció.
–Primero tendré que saber adónde vamos a ir.
–Así que la pequeña rebelión ha llegado a su fin… Ey, no pasa nada, Paula –le aseguró con delicadeza al ver que había empezado a morderse el labio nerviosa. Unos labios que aún estaban inflamados por los besos que acababan de compartir–. No es ningún problema.
–¿No? –sus ojos se veían enormes en la palidez de su rostro.
–No –Pedro había decidido no complicarle más la vida de lo que se la había complicado ya su padre. Por el momento le bastaba con que hubiera accedido a cenar con él–. Mañana en la galería te diré adónde iremos. ¿A que Andy, Rich o alguien parecido a ellos va a registrar el local antes de que lleguemos?
–Haces que suene a película de espionaje.
Pedro se encogió de hombros.
–Supongo que le quita cierta espontaneidad al asunto –admitió él con pesar–. Pero no te preocupes. Haremos que salga bien.
–Gracias.
–¿Por qué? –le preguntó con curiosidad.
–Por no… bueno, por no ponérmelo difícil. Muchos hombres lo harían.
–Espero no ser como muchos hombres, Paula… Ni como un hombre al azar –añadió con tono de broma en un esfuerzo de quitarle peso al tema.
–Deja de preocuparte –se agachó para besarla en los labios–. ¿Nos vemos mañana en la galería?
–Sí.
–Sonríe, Paula, puede que no pase nada –dijo al no verla nada contenta.
Pero para Paula ya estaba pasando; se sentía demasiado atraída por Pedro, tanto que le había permitido seducirla.
Tanto que se estaba rebelando contra algunas de las restricciones impuestas por su padre, y eso era algo que no había hecho nunca antes. Tanto que tendría que recordarse que ninguna mujer había logrado amarrar al esquivo Pedro Alfonso, cuyas únicas relaciones habían sido con mujeres rubias y sofisticadas que entraban y salían de su vida… y su cama… con asombrosa regularidad.
¡Y Paula sabía muy bien que ella no era ni rubia ni sofisticada!
Lo cual no significaba que no pudiera disfrutar de lo que tenía ante sí: un flirteo por parte de Pedro que podría, o no, llevarlos a la cama.
Sonrió y le dijo con determinación:
–Estoy muy bien, Pedro. Y sí, mañana estaré en la galería.
–Bien –respondió con satisfacción–. Y ahora creo que es hora de que me vaya. Puede que no tengas guardaespaldas siguiéndote ahora mismo, ¡aunque estoy seguro de que hay cámaras de seguridad y que tu padre ya me ha visto entrar aquí hace un rato, pero no me ha visto salir! –añadió con tono animado mientras los dos recorrían el pasillo hasta la puerta.
Y Paula estaba segura de que así habría sido, lo cual no implicaba que le gustara, sino que ese nivel de seguridad llevaba en su vida tanto tiempo que prácticamente había
empezado a dejar de notarlo. Tal vez había llegado el momento de empezar a estar atenta.
Y tal vez haber conocido a Pedro y esa atracción que sentía por él era la llamada de atención que había necesitado para cambiar las cosas.
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