jueves, 8 de octubre de 2015

QUIERO UN HIJO PERO NO UN MARIDO :PROLOGO





—¿Qué quieres decir con eso de que soy demasiado vieja para tener seis hijos? —inquirió Paula Chaves—. Todavía dispongo de mucho tiempo por delante.


Rosario, asistenta a media jornada de Paula y su mejor amiga a tiempo completo, tuvo la desfachatez de reírsele en la cara.


—Déjalo, cariño. Hace años que te conozco, desde que me rescataste de aquel horroroso trabajo de doncella de la vecina. Tienes la misma edad que yo. Y eso quiere decir que te estás acercando peligrosamente a los treinta y uno.


—No los cumpliré hasta la semana que viene.


Rosario se repantigó en el sofá, apoyando la taza de té sobre su abultado vientre de embarazada.


—Sé razonable: no estás casada, ni siquiera tienes novio. Suponiendo que para el año que viene encuentres al amor de tu vida y te cases con él, ya te pondrás en los treinta y dos antes de que tengas tu primer hijo.


—¿Y?


—Echa cuentas. ¿Piensas engendrar un hijo en un año?


—Quizá —Paula tensó la mandíbula.


—Ni lo sueñes —Rosario soltó otra de sus escépticas carcajadas—. Y sabes perfectamente que tener tantos hijos no le hará ningún bien a tu salud. Carmela y Dolores tienen seis hijos entre las dos, y entre las dos apenas les queda una neurona. Los críos que tuvieron las han echado a perder, —se dio una palmadita en el vientre—. Tan pronto como yo tenga a este, yo también me quedaré sin cerebro.


—Pero son tan dulces… —comentó Paula con expresión soñadora.


—Yo también adoro a los niños, pero se necesitan dos mujeres adultas para mantener a raya a seis. Piensa con algo de lógica.


—No puedo. Ya sabes que detesto a la gente lógica.


—Te referirás a la gente razonable.


—Eso es aún peor —repuso Paula, estremeciéndose.


—Cariño, si quieres tener un hijo, no tienes demasiadas opciones. Tendrás que ser razonable.


—De acuerdo, atácame. ¿Puedes decirme por qué no estoy siendo razonable?


—Si separas tus embarazos con lapsos de dos años, estamos hablando de doce. Vuelve a hacer las cuentas.


—Nunca se me han dado demasiado bien los cálculos.


—No, nunca se te ha dado demasiado bien enfrentarte a los hechos. ¡Tendrás el sexto hijo con más de cuarenta años! ¿Te das cuenta de lo vieja que te sentirás cuando tus hijos mayores terminen el instituto? Eso suponiendo que sobrevivas a ello manteniendo la cordura. Y suponiendo que no se te hayan atrofiado otras partes del cuerpo.


—¡Atrofiado!


—¿Cuándo fue la última vez que te diste un buen retozón? ¿Cuando te aceleraste a toda máquina?


—Ya me he acelerado lo suficiente a toda máquina —insistió Paula.


—Sabes a lo que me refiero. Tienes miedo de casarte. Admítelo.


—De acuerdo. Lo admito. Estoy petrificada de miedo.


—Y las dos sabemos por qué —Rosario le lanzó una mirada cargada de compasión—. Pero es un poco duro tener y educar hijos sin un padre. Pregúntale a Dolores. Así que a no ser que encuentres una forma de superar tu aversión, te sugiero que reconsideres pronto la idea de tener bebés.


—Detesto que me digan que no.


—Suele ocurrir.


—Si el matrimonio no es una posibilidad probable y realmente deseo tener un bebé… —Paula se interrumpió de pronto, riendo entre dientes—. Tengo una idea. Dios mío, no sé por qué no se me ha ocurrido antes.


—Paula…


—Es perfecto —se frotó las manos—. Bueno, quizá la palabra «perfecto» sea un poco exagerada. Pero es casi perfecto.


—Ni siquiera quiero saberlo —rezongó Rosario, cerrando los ojos—. Solo dime que no tendré que seguir trabajando después de esa brillante idea tuya.


—No, tú no —Paula esbozó una sonrisa de oreja a oreja—. Estoy segura de que Carmela y Dolores arrimarán el hombro hasta después de que nazca el bebé.


—¿Qué bebé? —inquirió Rosario—. ¿El tuyo o el mío?


—No seas ridícula. El tuyo. El mío aún está en la fase preparatoria.


—Me estás asustando, Paula.


—¿Sabes una cosa? Creo que me estoy asustando a mí misma —sonrió—. ¿No te parece magnífico? Me gusta tanto la idea que apenas puedo esperar para empezar a elaborar una lista.


—¿Una lista? —Rosario se precipitó a tomar la taza de Paula y a olfatearla.


—¿Qué estás haciendo?


—Asegurarme de que no has tomado un alucinógeno —Rosario sacudió la cabeza y suspiró—. Tu té no tiene nada extraño. Esto solo puede significar una cosa.


—¿Qué?


—Que has perdido el juicio.



***


—¿Has perdido el juicio?


Barbara Chaves se dejó caer en un sillón al tiempo que se descalzaba.


—Cariño —dijo mientras alcanzaba un paquete de cigarrillos—. No está bien decir esas cosas.


—Tienes razón, no está bien —seguido de su perro Loner, Pedro Alfonso atravesó el salón elegantemente decorado del apartamento de Barbara, en un intento por huir del humo del tabaco. Se detuvo frente a un enorme ventanal y dejó vagar la mirada por la gloriosa vista de San Francisco que se extendía a sus pies—. Perdona. Sé que no es una buena disculpa, pero acabo de terminar un proyecto difícil.


Barbara le lanzó una mirada cargada de compasión, que solo duró un instante; luego volvió a ser la misma de siempre.


—¿Fuiste capaz de ayudar a tu cliente?


—Siempre soy capaz de ayudar a mis clientes. Es lo que mejor sé hacer —se volvió hacia ella—. Desgraciadamente, la cosa no terminó bien. Descubrí que su contable la estaba dejando sin un céntimo.


—Oh, Pedro. Eso es terrible. Espero que le echaras a tu lobo.


—Los lobos son animales salvajes —le explicó con tono suave—. Es ilegal tenerlos. Loner no es un lobo.


—Oh, vaya, no pretendas engañarme, corazón —Barbara se levantó y empezó a pasear por la habitación; dado que poseía una inmensa energía, no era de las personas que podían permanecer sentadas mucho tiempo—. Reconozco un lobo cuando lo veo —señaló a Loner con su cigarrillo.


—Puesto que tú no eres Caperucita Roja, no creo que necesites preocuparte mucho.


La explosiva risa de Barbara resonó en el apartamento. 


Pedro siempre le había caído bien Barbara, quizá por lo diferente que era de él. Diablos, le gustaba todo de ella, a pesar de su afición a los cigarrillos. Era muy hermosa, rubia y de ojos azules de mirada vivaz, abierta y sincera. Nunca había conocido a una mujer tan extrovertida e inteligente. 


Por desgracia, también quería algo. Y siempre terminaba por conseguir todo lo que se proponía.


—Tengo trabajo que hacer —pronunció de pronto—. Dime por qué me has llamado.


—Ya lo he hecho. Me lo debes, cariño, y por mucho que me disguste, debo recordarte la deuda que tienes conmigo.


—A ver si lo entiendo bien. ¿Me estás diciendo que lo deje todo y me ponga a hacer de niñero de tu hija? —no podía creerlo—. ¿Estás de broma, verdad?


—Nunca en toda mi vida he hablado más en serio. Pedro, te necesito, cariño. Te necesito de verdad. Y me lo debes.


Pedro se dijo que eso era una cuestión de opiniones. Por lo que a él se refería, ya había saldado su deuda, y con creces. 


Desafortunadamente, ella no parecía pensar lo mismo.


—Tengo otros compromisos, Barbara. No puedo dejarlo todo sin más y dedicarme a… ¿cómo se llama?


—Paula.


Paula. Pronunció el nombre en silencio, preguntándose si sería como Barbara o justamente la personalidad opuesta. 


De alguna forma, no podía creer que hubiera dos Barbaras en el mundo: tanta energía desplazándose por el mundo podía ser peligrosa.


—¿Qué tipo de problemas tiene? ¿Qué es lo que ha hecho?


—No ha hecho nada. El problema es lo que alguien quiere hacerle a ella.


—Déjate de melodramas, Barbara —suspiró—, y cuéntame lo que pasa.


Barbara se acercó de inmediato a una pequeña mesa frente al sofá y abrió un cajón. Sacó un sobre blanco y se lo entregó:
—Léelo.


Pedro leyó el nombre Paula escrito a mano, con buena letra, en el sobre de papel de la mejor calidad. Sacó la única hoja y se encontró ante una maraña de borrosas palabras; tras hacer un gesto de impaciencia, se puso sus gafas de lectura. 


Leyó y releyó la nota, jurando entre dientes:
—Ha llegado la hora. Paga o enfréntate a las consecuencias. ¿Dónde encontraste esto? —le preguntó, volviendo a guardarse las gafas.


—Hace unos días me mudé de mi casa para venirme aquí, al apartamento. Fue en la casa donde encontré la nota.


—¿Vas a volver a casarte?


—Hablas igual que Paula —rió sin humor—. No, no me mudé porque pensara volver a casarme, sino porque simplemente me apetecía cambiar de escenario. En cualquier caso, cuando pasé por casa para recoger la correspondencia, encontré ese sobre. No creo que Paula lo haya visto. De hecho, estoy segura de ello. No es muy buena guardando secretos.


—¿Has llamado a la policía?


—¡No! —se apresuró a bajar la voz—. No. No me gustaría hacer eso. Tú eres el más indicado para resolver el asunto; por eso te he llamado —un brillo de aprehensión se reflejó en sus ojos—. Por favor, no metas a la policía en esto. Tienes que prometérmelo.


—¿Por qué diablos no?


—Por la publicidad negativa que puede generar. Es un presentimiento, Pedro. Tengo la sensación de que se trata de alguien que Paula y yo conocemos.


—Dado que el sobre no fue enviado por correo, yo diría que es una suposición razonable. ¿Dónde lo encontraste exactamente?


—Sobre la mesa del vestíbulo. Si se trata de un amigo o conocido, quiero que guardes la máxima discreción.


—¿Por qué?


—Muy sencillo —Barbara esbozó una triste sonrisa—. Me gusta toda la gente que conozco.


—Ay, diablos.


Al lado de su dueño, Loner aprovechó aquel momento para quejarse.


—Ya —Barbara se volvió para mirar al perro, asintiendo—. Yo siento lo mismo, amigo —volvió a concentrarse en Pedro—. ¿Lo harás?


Por lo que podía ver, Pedro se dijo que no tenía mucha elección.


—¿Cuál es tu plan? —le preguntó.


—Quiero que te traslades a la casa, con ella, por una temporada. A ver lo que puedes descubrir.


—¿Vas a decirle lo de la nota?


—No. Y esa es la otra promesa que tienes que hacerme: no le contarás esto a nadie. Conociendo a mi hijita, intentará encontrar ella sola al autor de ese anónimo. O se expondrá ella misma como cebo para atraparlo Barbara se encogió de hombros—. ¿Quién podría prever el comportamiento de Paula?


—¿De tal palo tal astilla?


—Algo parecido.


Estupendo. Sencillamente estupendo, pensó Pedro.


—Así que no debo informar a la policía ni decirle a Paula lo que realmente estoy haciendo en su casa. ¿Y mi excusa para trasladarme será…?


—Muy sencillo —Barbara le lanzó una mirada llena de descaro—. Vas a ser el regalo de cumpleaños de mi hija.






QUIERO UN HIJO PERO NO UN MARIDO :SINOPSIS





Paula Chaves quería un hijo más que nada en el mundo. 


¡Pero no quería un marido! 


¿Dónde podría encontrar un hombre que aceptase su propuesta? La solución era sencilla: publicar un anuncio.


Cuando el impresionante Pedro Alfonso se presentó en su casa, Paula comprendió que había encontrado al hombre perfecto. Sólo que Pedro no había acudido para ofrecer sus servicios como posible padre: lo habían contratado para proteger a Paula. ¡Y la mejor manera de protegerla iba a ser casándose con ella!







miércoles, 7 de octubre de 2015

DIMELO: CAPITULO FINAL





Pedro está instalado nuevamente en el apartamento de Bastille, aunque la mayoría de los días se queda en mi casa y Antoniette nos consiente cocinándonos todas sus especialidades.


—Basta o, en el desfile, ambos entraremos rodando. No quiero comer más.


—Por fin alguien que la ha hecho comer.


—Sois dos confabuladores —me quejo.



****


Llega el día. Yo abro el desfile y lo cerramos juntos, Pedro y yo, además de las pasadas que tenemos en medio. Hemos ensayado bastante y, aunque está nervioso porque es su bautismo en la pasarela, intento darle confianza.


—Eres guapísimo, todos mirarán tu tableta de chocolate y nadie se fijará en si caminas torcido. Pero ¡ojo!, vista al frente... Si te veo mirar a alguien, te doy un codazo en medio del desfile.


Lo cojo de la barbilla, lo beso y le muerdo los labios.


—Mis ojos están hechos tan sólo para admirar tu belleza.


—Sí, claro, y yo me chupo el dedo.


Todo el mundo sabe ya que somos pareja y que él es mi nuevo socio. Pedro es muy carismático y ha logrado meterse a la prensa en el bolsillo. Se ha involucrado mucho con Saint Clair y trabajar con él resulta muy fácil; está de vuelta al ruedo y a la caza del cliente, haciendo lo que mejor sabe... 


Es muy hábil para conseguir negocios.


Suena Taylor Swift, I knew you were trouble, se abre el decorado y salgo dispuesta a comerme la pasarela; la adrenalina borbotea por mis venas.


Estoy de regreso, la presentación de la colección está en marcha. Pedro y yo tenemos un camerino aparte del resto de los modelos; son los privilegios de los que gozan los dueños del circo. Me cambio pronto y salgo con él para acompañarlo en su pase.


—Vamos, a ver cuánto gritan las chicas por ti.


—No quiero codazo.


—Sonríe, caerán rendidas —le digo mientras lo beso—; olvida lo que te dije antes, hoy te lo permito: tenemos que vender muchas prendas.


—Interesada, usas mi cuerpo.


—Siempre; es lo que más me gusta, usarlo a mi antojo.


Suena Etta James, I just want to make love to you, se abre el decorado y Pedro sale con mucha seguridad; se le ve muy profesional, no olvida nada de lo que hemos ensayado. 


Llega al final y las chicas deliran cuando se quita la chaqueta y se queda con el torso desnudo. Sonríe, marca sus
músculos y mueve los pectorales; luego les guiña un ojo, tira un beso y todas se quedan con la boca abierta, da media vuelta y regresa. A la mitad, se para y saluda a los laterales. 


¡Es tan carismático!, ¡me lo como con la mirada! Llega a las bambalinas por el lateral y allí lo estoy esperando.


—He hecho todo lo que me dijiste que hiciera, ¿cómo ha salido?


—Perfecto, todo ha salido genial, han flipado contigo... ¡Vamos, a cambiarte! —le digo mientras lo abrazo y me abraza.


Tenemos un pase juntos. Salimos y, ya más relajada, busco a mis padres entre el público. Están en la primera fila; mi padre, junto a su joven esposa, que tiene un año menos que yo, cosas de la vida; al principio me costó mucho aceptarlo, pero ahora entiendo que su vida es suya, y que la vive como
más le gusta, al igual que yo. Al lado de mi padre está sentado Alain, el esposo de mi madre; mi padre y mi padrastro se llevan muy bien... Me hace gracia: cuando se ven, parecen viejos amigos.
Junto a Alain está sentada mi madre, que tiene a una niña rubia en sus brazos a la que creo conocer pero no sé de dónde exactamente.


Regresamos al camerino y empezamos a cambiarnos para el cierre.


—Tenemos exactamente cuatro minutos y cinco segundos para hacer el amor, lo que dura la próxima canción.


—¿Estás loco?


—Sí, pero apresúrate porque, si no, te perderás a Estela y a André cuando salgan.


Lo conseguimos en tiempo récord. Pedro me folla duro y llegamos al clímax mientras Justin Timberlake canta Sexy Back; hemos bautizado realmente el desfile.


Satisfecha, salgo con Pedro a ver a nuestros amigos; no me los perdería por nada... Bueno, quizá por un polvo rapidito con Pedro, sí... Siempre podría ver los vídeos.


Me costó persuadirlos, pero lo conseguí y estoy feliz. Me río pletórica, son muy divertidos y lo demuestran en la pasarela; no puedo creer que los haya convencido para que desfilen. 


Suena I’m too Sexy, el clásico de Right Said Fred. André, con un esmoquin impecable y su cámara en la mano, camina y saca fotos mientras hace su pasada; él jamás suelta su objetivo. Estela lo acompaña mientras, risueña, posa para que él la fotografíe.


Para el cierre del desfile suena Happy, de Pharrel William, y es nuestro turno: se abre el decorado y Pedro y yo salimos cogidos de la mano. Todo estalla, papelitos plateados al final y la gente que nos aplaude a rabiar. Mi madre se pone en pie y hace que la niña me alcance un ramo de amapolas rojas, el cual tomo temblorosa porque entonces la reconozco de inmediato: es la niña de la plaza des Terraux, Angèle. 


Pedro también la reconoce, se inclina y la alza, subiéndola con nosotros a la pasarela. Es verdaderamente hermosa y con ese vestido, que supongo que le ha comprado mi madre, parece una princesa.


Me muestra el colgante que le regalé, el ángel con las alas amarillas.


—Me dio suerte, ahora vivo en el orfanato de tu mamá; ya no duermo en la calle, y Jeanette me ha dicho que muy pronto encontrará unos papás para mí.


Se me hace un nudo en la garganta, me trago las lágrimas y Pedro me abraza, nos abraza a ambas, y me besa. 


Comprendo en ese momento que él también está muy afectado; creo que muchos recuerdos han aflorado en su corazón. Me mira fijamente y sé lo que me está preguntando, pero no puedo hablar, le digo que sí con la cabeza.


—¿Quieres que seamos tus papás? —le pregunta Pedro.


La niña nos abraza, nos besa y, luego, mira a mi madre y grita:


—¡Han dicho que sí, han dicho que sí!











DIMELO: CAPITULO 34







No puedo creer que esté en mi casa, no puedo creer cuánto la he echado de menos.


Me abraza y la abrazo muy fuerte; entiendo su necesidad y por eso afianzo más mi agarre y me embebo de su perfume. 


Luego la beso lentamente en todo el rostro, hasta que me otorgo el placer de sus labios; me apropio de ellos con toda la necesidad que he acumulado estos días.


—Quiero hacerte el amor.


—Házmelo, no tienes que pedirme permiso.


La llevo a mi dormitorio porque voy a disfrutarla en la cama. 


La ayudo a desvestirse; me parece muy sensual hacerlo, pues hace más íntimo el encuentro y también menos carnal y, aunque la deseo con lujuria, son otras las cosas que ambiciono hacerle sentir. Sin más demora, la recuesto y, mientras la observo en mi cama, expuesta y aguardando por mí, me quito la ropa bajo su escrutadora mirada.


Me arrodillo en la cama y me tiendo a su lado; inicio una caricia interminable, recorriendo palmo a palmo cada centímetro de su cuerpo. Es hermosa, nunca tendré demasiado. La beso en la boca y luego desciendo por su cuello y muerdo su clavícula; esa zona me parece muy sensual en ella.


Pedro.


—¿Qué? —le pregunto mientras acaricio su abdomen y la siento temblar.


—Dime que me quieres.


Me sonrío; la entiendo perfectamente: yo también tuve esa necesidad de oírle decir que me quería. Y es extraño porque antes nunca había necesitado que una mujer me lo dijera..., pero con ella todo es inconmensurable, todas mis sensaciones son nuevas a su lado.


—Te quiero, Paula Chaves, te quiero como nunca imaginé que iba a querer a una persona.
Me has hipnotizado. Creo que me enamoraste, estoy completamente eclipsado, paralizado, muerto de amor. 


Le hago el amor durante largo rato; también dejo que ella me lo haga a mí, que me bese, que me saboree, que me dé placer y cariño... Yo también quiero sentirme cuidado por ella. Consumando el momento, llegamos a la liberación repentina de toda la tensión que acumulamos, pero se trata de algo más que placer. Es algo distinto, me siento diferente, y creo que ella también. Finalmente todo se vuelve muy intenso; exclamamos nuestros nombres mientras nos miramos a los ojos, nos mordemos mientras alcanzamos lo que el cuerpo del otro nos entrega. Exhaustos como cada vez que estamos juntos, nos acariciamos con las miradas y, sin poder apartar nuestras manos de la piel del otro, comenzamos a hablar. Nos debemos muchas explicaciones; también es preciso que nos sinceremos,
que mostremos nuestra vulnerabilidad y ese lado oscuro que uno sólo puede permitirse en la intimidad con la persona que ama.


Hablamos durante toda la noche. Me explica cómo consiguió la dirección de la casa de mis padres y no puedo creer que la doctora Jeanette sea su madre. Le cuento la historia de mi vida, me despojo de todos mis pesares ante ella, y entiendo que Paula ha llegado para que yo nunca más me sienta solo.


—Nunca he sabido quiénes son mis padres biológicos.


—¿Los has buscado?


—Sí, lo hice durante algún tiempo... Hay un momento en la vida en que uno quiere conocer sus raíces, pero nunca pude averiguar nada de ellos. Luego abandoné la búsqueda porque entendí que mis raíces son las del corazón de mis padres adoptivos; ellos me dieron todo lo que soy, me forjaron como hombre, me inculcaron valores, me dieron mucho amor, un apellido, una identidad. No necesito otros padres, sólo los que me dio el destino.


—Me has dicho que tu padre murió. ¿Y tu madre?


—Mi madre está internada en un centro especializado en enfermos con Alzheimer.


—Lo siento mucho, Pedro —Me acaricia y me besa.


—Yo también lo siento. Se encuentra en una etapa avanzada de la enfermedad, está muy perdida, ya no me reconoce. Cuando me adoptaron, los Alfonso eran personas bastante mayores; ayudaban a la fundación de tu madre y allí me conocieron. El hogar que preside Jeanette fue mi segundo hogar; antes había estado en otro, pero cuando empecé a crecer me trasladaron al de tu madre. Siempre
adoptaban a los otros niños y yo me quedaba; era bastante frustrante para mí pensar que nadie me quería. Tu madre me ayudó mucho a tener más confianza en mí mismo. Les habló a mis padres de mí, nos presentó y todos nos encariñamos. A ellos no les importó que yo ya tuviera diez años y me llevaron con ellos; me quisieron tal vez más de lo que se quiere a un hijo propio.


—Me gusta que hables con tanto cariño de ellos.


—Se lo debo todo, Paula.


—Me gustaría conocer a tu madre.


—Te llevaré a la residencia. Aunque estoy seguro de que no comprenderá nada, deseo que te conozca.


Ella también decide poner las cartas boca arriba y me habla de sus problemas de autoestima, de que tiende a cerrarse y a no dejar salir sus angustias, de que años atrás tuvo trastornos alimentarios...


Me explica cómo nació Saint Clair, lo mucho que la empresa la ayudó a sentirse una mujer segura y con confianza en sí misma. Me relata también cómo conoció a Estela, y que son como hermanas.


Finalmente nos quedamos dormidos y nos despertamos casi al mediodía.


Tras ducharnos, nos arreglamos y la llevo a almorzar. 


Después, le muestro un poco la ciudad: paseamos por la plaza des Terraux, donde está emplazado el Ayuntamiento; caminamos un rato por la zona... Visitamos la famosa fuente que lleva el nombre de la plaza, creación del mismo diseñador de la estatua de la Libertad, y al pasar junto a una niña que lleva una canasta de flores, le compro un ramo de amapolas rojas para Paula.


—Mademoiselle, es usted muy afortunada —expresa la niña.


—¿Por qué? —pregunto.


—Porque, de todas las flores que vendo, monsieur ha elegido ésas.


La miramos sin entender y, al ver que no sabemos de qué está hablando, nos explica:
—Esta flor representa el reposo, la tranquilidad y el consuelo; su amor será eterno.


Paula me coge de la cara y me besa con delicadeza los labios, inmediatamente mira a la niña con insistencia y se acuclilla frente a ella, tomándola de las manitos.


—¿Cómo te llamas?


—Angèle.


Se queda mirándola con fascinación y le acaricia la mejilla, la niña le hace honor a su nombre, tiene la cara de un ángel. 


Luego Paula busca insistente en su bolso hasta que saca una cadenita con un colgante de ángel con alas amarillas y se lo coloca a la niña en el cuello.


—Llévalo siempre contigo, Angèle, te protegerá de todo lo que te rodea.


—Así lo haré, mademoiselle, siempre lo llevaré conmigo, muchas gracias.


—¿Me das un beso?


La niña le rodea el cuello y la besa en el carrillo, Paula acaricia su espalda.


—Cuídate.


—Lo haré, pero ahora su ángel me protegerá —dice mientras toma con su mano la cadenita—. Usted también es muy afortunado, tiene un ángel de la guarda propio. Adiós —añade y coge su canasta y se va caminando en dirección contraria a nosotros.


Seguimos paseando; recorremos la orilla del río Ródano pero, como se está haciendo tarde, le prometo que otro día volveremos con más tiempo. A última hora y antes de regresar a París, visitamos a mi madre, que increíblemente la confunde con la doctora Jeanette Guillard, la madre de Paula.


Estamos viajando de vuelta a la capital y ella duerme recostada en mi hombro; la he mirado embobado durante todo el trayecto; estamos entrando en la ciudad de París.


Me alegro de no haberme equivocado: en esta ciudad no sólo he encontrado una nueva oportunidad de resurgir en los negocios, también he hallado el amor.