jueves, 8 de octubre de 2015

QUIERO UN HIJO PERO NO UN MARIDO :PROLOGO





—¿Qué quieres decir con eso de que soy demasiado vieja para tener seis hijos? —inquirió Paula Chaves—. Todavía dispongo de mucho tiempo por delante.


Rosario, asistenta a media jornada de Paula y su mejor amiga a tiempo completo, tuvo la desfachatez de reírsele en la cara.


—Déjalo, cariño. Hace años que te conozco, desde que me rescataste de aquel horroroso trabajo de doncella de la vecina. Tienes la misma edad que yo. Y eso quiere decir que te estás acercando peligrosamente a los treinta y uno.


—No los cumpliré hasta la semana que viene.


Rosario se repantigó en el sofá, apoyando la taza de té sobre su abultado vientre de embarazada.


—Sé razonable: no estás casada, ni siquiera tienes novio. Suponiendo que para el año que viene encuentres al amor de tu vida y te cases con él, ya te pondrás en los treinta y dos antes de que tengas tu primer hijo.


—¿Y?


—Echa cuentas. ¿Piensas engendrar un hijo en un año?


—Quizá —Paula tensó la mandíbula.


—Ni lo sueñes —Rosario soltó otra de sus escépticas carcajadas—. Y sabes perfectamente que tener tantos hijos no le hará ningún bien a tu salud. Carmela y Dolores tienen seis hijos entre las dos, y entre las dos apenas les queda una neurona. Los críos que tuvieron las han echado a perder, —se dio una palmadita en el vientre—. Tan pronto como yo tenga a este, yo también me quedaré sin cerebro.


—Pero son tan dulces… —comentó Paula con expresión soñadora.


—Yo también adoro a los niños, pero se necesitan dos mujeres adultas para mantener a raya a seis. Piensa con algo de lógica.


—No puedo. Ya sabes que detesto a la gente lógica.


—Te referirás a la gente razonable.


—Eso es aún peor —repuso Paula, estremeciéndose.


—Cariño, si quieres tener un hijo, no tienes demasiadas opciones. Tendrás que ser razonable.


—De acuerdo, atácame. ¿Puedes decirme por qué no estoy siendo razonable?


—Si separas tus embarazos con lapsos de dos años, estamos hablando de doce. Vuelve a hacer las cuentas.


—Nunca se me han dado demasiado bien los cálculos.


—No, nunca se te ha dado demasiado bien enfrentarte a los hechos. ¡Tendrás el sexto hijo con más de cuarenta años! ¿Te das cuenta de lo vieja que te sentirás cuando tus hijos mayores terminen el instituto? Eso suponiendo que sobrevivas a ello manteniendo la cordura. Y suponiendo que no se te hayan atrofiado otras partes del cuerpo.


—¡Atrofiado!


—¿Cuándo fue la última vez que te diste un buen retozón? ¿Cuando te aceleraste a toda máquina?


—Ya me he acelerado lo suficiente a toda máquina —insistió Paula.


—Sabes a lo que me refiero. Tienes miedo de casarte. Admítelo.


—De acuerdo. Lo admito. Estoy petrificada de miedo.


—Y las dos sabemos por qué —Rosario le lanzó una mirada cargada de compasión—. Pero es un poco duro tener y educar hijos sin un padre. Pregúntale a Dolores. Así que a no ser que encuentres una forma de superar tu aversión, te sugiero que reconsideres pronto la idea de tener bebés.


—Detesto que me digan que no.


—Suele ocurrir.


—Si el matrimonio no es una posibilidad probable y realmente deseo tener un bebé… —Paula se interrumpió de pronto, riendo entre dientes—. Tengo una idea. Dios mío, no sé por qué no se me ha ocurrido antes.


—Paula…


—Es perfecto —se frotó las manos—. Bueno, quizá la palabra «perfecto» sea un poco exagerada. Pero es casi perfecto.


—Ni siquiera quiero saberlo —rezongó Rosario, cerrando los ojos—. Solo dime que no tendré que seguir trabajando después de esa brillante idea tuya.


—No, tú no —Paula esbozó una sonrisa de oreja a oreja—. Estoy segura de que Carmela y Dolores arrimarán el hombro hasta después de que nazca el bebé.


—¿Qué bebé? —inquirió Rosario—. ¿El tuyo o el mío?


—No seas ridícula. El tuyo. El mío aún está en la fase preparatoria.


—Me estás asustando, Paula.


—¿Sabes una cosa? Creo que me estoy asustando a mí misma —sonrió—. ¿No te parece magnífico? Me gusta tanto la idea que apenas puedo esperar para empezar a elaborar una lista.


—¿Una lista? —Rosario se precipitó a tomar la taza de Paula y a olfatearla.


—¿Qué estás haciendo?


—Asegurarme de que no has tomado un alucinógeno —Rosario sacudió la cabeza y suspiró—. Tu té no tiene nada extraño. Esto solo puede significar una cosa.


—¿Qué?


—Que has perdido el juicio.



***


—¿Has perdido el juicio?


Barbara Chaves se dejó caer en un sillón al tiempo que se descalzaba.


—Cariño —dijo mientras alcanzaba un paquete de cigarrillos—. No está bien decir esas cosas.


—Tienes razón, no está bien —seguido de su perro Loner, Pedro Alfonso atravesó el salón elegantemente decorado del apartamento de Barbara, en un intento por huir del humo del tabaco. Se detuvo frente a un enorme ventanal y dejó vagar la mirada por la gloriosa vista de San Francisco que se extendía a sus pies—. Perdona. Sé que no es una buena disculpa, pero acabo de terminar un proyecto difícil.


Barbara le lanzó una mirada cargada de compasión, que solo duró un instante; luego volvió a ser la misma de siempre.


—¿Fuiste capaz de ayudar a tu cliente?


—Siempre soy capaz de ayudar a mis clientes. Es lo que mejor sé hacer —se volvió hacia ella—. Desgraciadamente, la cosa no terminó bien. Descubrí que su contable la estaba dejando sin un céntimo.


—Oh, Pedro. Eso es terrible. Espero que le echaras a tu lobo.


—Los lobos son animales salvajes —le explicó con tono suave—. Es ilegal tenerlos. Loner no es un lobo.


—Oh, vaya, no pretendas engañarme, corazón —Barbara se levantó y empezó a pasear por la habitación; dado que poseía una inmensa energía, no era de las personas que podían permanecer sentadas mucho tiempo—. Reconozco un lobo cuando lo veo —señaló a Loner con su cigarrillo.


—Puesto que tú no eres Caperucita Roja, no creo que necesites preocuparte mucho.


La explosiva risa de Barbara resonó en el apartamento. 


Pedro siempre le había caído bien Barbara, quizá por lo diferente que era de él. Diablos, le gustaba todo de ella, a pesar de su afición a los cigarrillos. Era muy hermosa, rubia y de ojos azules de mirada vivaz, abierta y sincera. Nunca había conocido a una mujer tan extrovertida e inteligente. 


Por desgracia, también quería algo. Y siempre terminaba por conseguir todo lo que se proponía.


—Tengo trabajo que hacer —pronunció de pronto—. Dime por qué me has llamado.


—Ya lo he hecho. Me lo debes, cariño, y por mucho que me disguste, debo recordarte la deuda que tienes conmigo.


—A ver si lo entiendo bien. ¿Me estás diciendo que lo deje todo y me ponga a hacer de niñero de tu hija? —no podía creerlo—. ¿Estás de broma, verdad?


—Nunca en toda mi vida he hablado más en serio. Pedro, te necesito, cariño. Te necesito de verdad. Y me lo debes.


Pedro se dijo que eso era una cuestión de opiniones. Por lo que a él se refería, ya había saldado su deuda, y con creces. 


Desafortunadamente, ella no parecía pensar lo mismo.


—Tengo otros compromisos, Barbara. No puedo dejarlo todo sin más y dedicarme a… ¿cómo se llama?


—Paula.


Paula. Pronunció el nombre en silencio, preguntándose si sería como Barbara o justamente la personalidad opuesta. 


De alguna forma, no podía creer que hubiera dos Barbaras en el mundo: tanta energía desplazándose por el mundo podía ser peligrosa.


—¿Qué tipo de problemas tiene? ¿Qué es lo que ha hecho?


—No ha hecho nada. El problema es lo que alguien quiere hacerle a ella.


—Déjate de melodramas, Barbara —suspiró—, y cuéntame lo que pasa.


Barbara se acercó de inmediato a una pequeña mesa frente al sofá y abrió un cajón. Sacó un sobre blanco y se lo entregó:
—Léelo.


Pedro leyó el nombre Paula escrito a mano, con buena letra, en el sobre de papel de la mejor calidad. Sacó la única hoja y se encontró ante una maraña de borrosas palabras; tras hacer un gesto de impaciencia, se puso sus gafas de lectura. 


Leyó y releyó la nota, jurando entre dientes:
—Ha llegado la hora. Paga o enfréntate a las consecuencias. ¿Dónde encontraste esto? —le preguntó, volviendo a guardarse las gafas.


—Hace unos días me mudé de mi casa para venirme aquí, al apartamento. Fue en la casa donde encontré la nota.


—¿Vas a volver a casarte?


—Hablas igual que Paula —rió sin humor—. No, no me mudé porque pensara volver a casarme, sino porque simplemente me apetecía cambiar de escenario. En cualquier caso, cuando pasé por casa para recoger la correspondencia, encontré ese sobre. No creo que Paula lo haya visto. De hecho, estoy segura de ello. No es muy buena guardando secretos.


—¿Has llamado a la policía?


—¡No! —se apresuró a bajar la voz—. No. No me gustaría hacer eso. Tú eres el más indicado para resolver el asunto; por eso te he llamado —un brillo de aprehensión se reflejó en sus ojos—. Por favor, no metas a la policía en esto. Tienes que prometérmelo.


—¿Por qué diablos no?


—Por la publicidad negativa que puede generar. Es un presentimiento, Pedro. Tengo la sensación de que se trata de alguien que Paula y yo conocemos.


—Dado que el sobre no fue enviado por correo, yo diría que es una suposición razonable. ¿Dónde lo encontraste exactamente?


—Sobre la mesa del vestíbulo. Si se trata de un amigo o conocido, quiero que guardes la máxima discreción.


—¿Por qué?


—Muy sencillo —Barbara esbozó una triste sonrisa—. Me gusta toda la gente que conozco.


—Ay, diablos.


Al lado de su dueño, Loner aprovechó aquel momento para quejarse.


—Ya —Barbara se volvió para mirar al perro, asintiendo—. Yo siento lo mismo, amigo —volvió a concentrarse en Pedro—. ¿Lo harás?


Por lo que podía ver, Pedro se dijo que no tenía mucha elección.


—¿Cuál es tu plan? —le preguntó.


—Quiero que te traslades a la casa, con ella, por una temporada. A ver lo que puedes descubrir.


—¿Vas a decirle lo de la nota?


—No. Y esa es la otra promesa que tienes que hacerme: no le contarás esto a nadie. Conociendo a mi hijita, intentará encontrar ella sola al autor de ese anónimo. O se expondrá ella misma como cebo para atraparlo Barbara se encogió de hombros—. ¿Quién podría prever el comportamiento de Paula?


—¿De tal palo tal astilla?


—Algo parecido.


Estupendo. Sencillamente estupendo, pensó Pedro.


—Así que no debo informar a la policía ni decirle a Paula lo que realmente estoy haciendo en su casa. ¿Y mi excusa para trasladarme será…?


—Muy sencillo —Barbara le lanzó una mirada llena de descaro—. Vas a ser el regalo de cumpleaños de mi hija.






No hay comentarios.:

Publicar un comentario