sábado, 18 de julio de 2015

VOTOS DE AMOR: CAPITULO 8




Hacía mucho que Pedro no la estrechaba en sus brazos y la besaba con pasión. Los años de dolor se evaporaron mientras Paula temblaba porque él incrementaba la presión de sus labios en los de ella, despertando un deseo que había estado latente.


Una vocecita interior le dijo que debía resistirse, pero cuando él la apretó más contra sí y sintió su excitación presionarle la pelvis, dejó de luchar consigo misma y sucumbió a sus sensuales exigencias.


Todo lo que la rodeaba, salvo la música y el hombre que era dueño de su corazón, desapareció. La boca de él no había abandonado la suya, pero el beso era tan dulcemente cautivador que se le llenaron los ojos de lágrimas. Le parecía que había vuelto a casa tras un largo viaje.


–Subid a una habitación –dijo alguien.


Hubo risas, y Paula volvió a la realidad. Apartó la boca de la de él y miró a su alrededor. Horrorizada, comprobó que eran la única pareja en la pista, que todos los observaban. El flash de una cámara hizo que se diera cuenta de su estupidez.


–A la prensa le va a encantar –murmuró–. Los periodistas no tardarán mucho en descubrir que estamos casados y querrán saber por qué vivimos separados.


Él se encogió de hombros.


–¿Y qué? Les diremos que hemos atravesado un periodo difícil, pero que volvemos a estar juntos.


–Pero no es cierto –lo miró con recelo–. Me has tendido una trampa, ¿verdad? Has montado esta escena porque, por alguna razón, has decidido que debemos reconciliarnos.


–No te he oído protestar cuando te besaba, cara.


Muerta de vergüenza, Paula se dio la vuelta para salir del salón. Él la siguió.


–Vete –le ordenó ella en voz baja y fiera mientras cruzaba el vestíbulo. Al salir del hotel rogó que apareciera un taxi.


–Tengo el coche ahí –dijo él indicando con la cabeza el coche deportivo aparcado un poco más abajo–. Te llevo a casa.


–Prefiero ir en taxi.


Estaba furiosa con él, pero aún más consigo misma. La amarga verdad era que no se atrevía a estar a solas con Pedro.


La luz de un flash la deslumbró momentáneamente. Un periodista de la prensa sensacionalista al que conocía le puso un micrófono delante.


–Pau, ¿qué hay entre Pedro Alfonso y tú? ¿Has roto con Ryan Fellows? Si es así, ¿qué implicaciones tendrá para el futuro de las Stone Ladies?


¿Por qué no aparecía un taxi cuando más lo necesitaba?, pensó ella con rabia.


–¿Quieres quedarte a hablar con este imbécil o prefieres irte a casa? –le susurró Pedro al oído.


La llegada de otros dos periodistas la hizo decidirse. Fue con él hasta el coche y se montó en el asiento del copiloto.


–¿Sigues viviendo cerca de Tower Bridge?


Ella asintió. Miró hacia atrás y vio que sacaban fotos del vehículo.


–¿Ves lo que has hecho? –preguntó enfadada–. Nuestra supuesta relación aparecerá en todas las páginas de cotilleo. Tengo que avisar a Ryan. Puede crearle una situación violenta.


Pedro frunció el ceño.


–¿Te refieres a que va a ser violento que la prensa informe de que estás casada conmigo y al mismo tiempo tienes una relación con él? Se me parte el corazón, cara.


–Te he dicho mil veces que solo somos amigos.


–No has negado en ninguna entrevista que seáis amantes. Es evidente que tienes una relación muy estrecha con él.


Paula perdió los estribos y alzó las manos, furiosa.


–Sí, reconozco que tenemos una relación muy estrecha. Quiero a Ryan, pero como a un hermano. Y él ha tratado de ocupar el puesto del hermano que perdí –afirmó sin poder controlar el temblor de la voz.


Pedro la miró sorprendido.


–No sabía que tuvieras un hermano. No me has hablado de él. Y tus padres tampoco me lo mencionaron cuando los fuimos a ver a Derbyshire.


Ella recordó la única vez que él había visto a sus progenitores. No habían ido a la boda porque su padre no pudo ir a Londres a causa de su mala salud. Después de volver del viaje de novios, fueron en coche a Eckerton, con sus filas de feas casas de mineros a la sombra de la mina abandonada.


Su madre se había sentido intimidada ante Pedro y no paró de hablar mientras les servía el té. Su padre se había comportado como siempre y apenas había abierto la boca. 


Paula se había estremecido al mirar el pequeño salón con su alfombra gastada y sus viejos muebles e imaginar lo que estaría pensando Pedro de su infancia y de su padre. La visita había puesto de manifiesto la enorme brecha social que los separaba.


–Nunca hablan de Simon. Murió en un accidente a los catorce años, y mi padre prohibió a mi madre que dijera su nombre o que colgara fotos de él en la pared. Supongo que era su forma de enfrentarse a la tragedia de perder a un hijo. Tú te comportaste igual cuando perdimos a nuestra hija, negándote a hablar de ella.


–¿Qué le pasó a tu hermano?


–Era un tórrido día de verano y Simon y un grupo de amigos fueron a bañarse a un embalse cerca de donde vivíamos. Fue Ryan quien lo propuso, y jamás se ha perdonado a sí mismo. Mi hermano era muy temerario y, mientras los demás se quedaban cerca de la orilla, él nadó hacia dentro. Se cree que le dio un calambre. De pronto empezó a pedir ayuda a gritos. Cuando Ryan llegó a donde estaba, se había hundido. Ryan consiguió sacarlo a la superficie y llevarlo a la orilla. Intentó reanimarlo, pero Simon murió.


El nudo que tenía en la garganta casi la impedía hablar.


–Después, Ryan sufrió una fuerte depresión. Se sentía culpable, a pesar de que no tenía la culpa, ya que Simon siempre intentaba saltarse los límites. Ryan y él eran amigos íntimos, y su muerte creó un vínculo entre nosotros para siempre. Pero Ryan y yo solo somos amigos. Está enamorado de su novia, con la que pronto se casará.


–Si eso es cierto, ¿por qué nos desmentisteis los rumores sobre vuestra relación?


Ella se encogió de hombros.


–Dijimos la verdad al afirmar que éramos buenos amigos. La prensa decidió que debía de haber algo más, pero no lo desmentimos porque, así, Emilia, la novia de Ryan no se vería sometida al acoso de la prensa. Su padre es un famoso político que forma parte del gobierno. Si se hubiera sabido que su hija salía con Ryan, los paparazzi no los habrían dejado en paz.


–Así que, por lealtad a tu amigo, dejaste que los rumores continuaran. Te dio igual que yo me enterara de que mi esposa estaba con otro hombre. ¿No te pareció que debías ser leal conmigo?


–No, ya que no pasaba una semana sin que apareciera en lo periódicos una foto tuya con una hermosa mujer. ¿Cómo te atreves a acusarme de deslealtad cuando tú desfilabas públicamente con los miembros de tu… de tu harén?


No iba a reconocer lo que le había dolido verlo en esas fotos con otras mujeres. La realidad era que no había negado los rumores sobre su relación con Ryan con la esperanza de que Pedro se diera cuenta de que no lo echaba de menos.


Él aparcó frente al edificio donde ella vivía.


–Gracias por traerme. No entiendo por qué has cambiado de idea sobre el divorcio. Separarnos de forma definitiva es lo único razonable. Nuestro matrimonio ha terminado. La verdad es que habría sido mejor que no nos hubiéramos conocido.


–Eso no es lo que piensas. Estábamos bien juntos –afirmó él con voz ronca.


–En la cama, pero en el matrimonio tiene que haber algo más que sexo para que funcione. Confianza, por ejemplo. No te gustaba que los demás miembros del grupo fueran mis amigos. Y enseguida creíste que tenía una relación con Ryan. A veces tenía la impresión de que te hubiera gustado encerrarme en una torre y privarme de todo contacto humano. Y al mismo tiempo te mostrabas frío y distante.


Pedro recordó que su madrastra había acusado de lo mismo a su padre. ¿Se había sentido Paula tan asfixiada por él como Lorena por su padre?


Paula se bajó del coche y él la observó dirigirse hacia la entrada del edificio al tiempo que recordaba la amenaza de su tío de nombrar presidente de AE a su primo Mauro.


Soltó un juramento mientras se bajaba del coche y seguía a su esposa. La alcanzó cuando, frente a la puerta, buscaba la llave en el bolso.


–Invítame a subir para que podamos hablar.


–No tenemos nada de que hablar.


Paula agarró la llave con fuerza. Estaba a punto de derrumbarse y de cometer una estupidez como abrazar a Pedro y pedirle que la estrechara entre sus brazos y no la soltara jamás.


–Nos hacemos daño mutuamente.


–No es verdad, tesorino –dijo él.


Aquella forma afectuosa de llamarla, como había hecho al principio de su matrimonio, minó las defensas de Paula.


Él la tomó por la cintura, la atrajo hacia sí y la besó con pasión. Ella pensó que eso siempre se les había dado bien: el sexo apasionado.


Paula carecía de experiencia cuando lo conoció, pero él había descubierto sus deseos secretos y la había hecho alcanzar el éxtasis una y otra vez.


Se estaba derritiendo.


Sentía calor entre los muslos y su cuerpo exigía más de aquel placer exquisito que le provocaba la lengua de Pedro en el interior de la boca. Lo deseaba. Siempre lo desearía, pensó con desesperación.


Él le recorrió la mejilla con los labios.


–Invítame a subir –le susurró al oído–. Déjame recordarte lo bien que estamos juntos.


–¡No! El sexo no es la solución. En nuestro caso, era el problema. Nos deseábamos y, si solo hubiéramos tenido una aventura, el deseo se habría consumido tan deprisa como en tus relaciones con otras mujeres. Te sentiste obligado a casarte conmigo cuando me quedé embarazada. Nunca me olvidaré de Arianna, pero es hora de seguir adelante, Pedro.


Para ella era fácil decirlo, pensó él. Pero su carrera y su vida estaban a punto de desmoronarse si no conseguía hacerla volver con él. Era evidente que Paula lo deseaba, pero para ella no era suficiente, y él sabía que era tan incapaz de satisfacer sus necesidades emocionales como dos años antes.


Paula entró y se dirigió al ascensor, aliviada de que él no hubiera tratado de detenerla.


El portero la saludó.


–Buenas noches, señorita Chaves. El paquete que esperaba no ha llegado.


–Gracias. Buenas noches, Albert.


Mientras subía a la cuarta planta trató de pensar en algo que no fuera Pedro. No tenía ni idea de por qué había decidido que no quería divorciarse. Ya no la intimidaba. Y aunque sospechaba que siempre lo querría, sabía que solo era un hombre; complejo, desde luego, y con defectos como ella. 


Por desgracia, no creía que pudieran resolver las diferencias que los habían separado.


Salió del ascensor y un sexto sentido le indicó que no estaba sola.


–¿Quién anda ahí?


–Hola, Pau.


Un hombre salió de un recodo oscuro del pasillo y se dirigió hacia ella. No lo conocía, pero había reconocido su voz.


–¿David?


Era un hombre de mediana edad y de aspecto corriente.


–Sabía que te acordarías de mí. Estuvimos juntos en otra vida y lo estaremos en esta, cariño.


La extraña expresión de sus ojos produjo un escalofrío de miedo a Paula.


–Son para ti –dijo el hombre entregándole una caja de cartón.


Paula trató de mantener la calma y seguirle el juego. Abrió la caja. El dulce olor de los lirios blancos estuvo a punto de marearla.


–Son preciosos –murmuró mientras reprimía un escalofrío.


–Me recuerdas a un lirio blanco, hermoso y pura. Creía que eras pura –añadió David cambiando el tono de la voz– hasta que esta noche te he visto besar a un hombre.


Paula tragó saliva.


–¿Estabas en la fiesta?


–¿Dónde iba a estar sino contigo, ángel mío? Me perteneces, Pau.


El acosador dio un paso hacia ella. Paula trató de calcular la distancia hasta la puerta de su piso. El hombre la miraba con un brillo maniaco en los ojos que le heló la sangre.


–Vente conmigo. Ha llegado el momento de que abandonemos esta vida terrenal.


El instinto de supervivencia de Paula entró en acción. Le tiró la caja a la cara y echó a correr por el pasillo. El efecto sorpresa le dio unos segundos de ventaja. Oyó los pasos del acosador siguiéndola cuando llegaba al ascensor, que, por suerte, seguía en el cuarto piso. Pulsó el botón de apertura de puertas. Estas se abrieron lentamente. Una mano la agarró del hombro y ella gritó.


Desesperada, dio un codazo en el estómago al acosador, que la soltó gimiendo. Ella entró al ascensor y pulsó el botón de bajada. Tuvo una fugaz visión del rostro enloquecido del hombre antes de desaparecer de su vista.


¿Cómo había entrado David en el edificio? El portero siempre impedía la entrada a los visitantes.


–¿Pasa algo, señorita Chaves? –preguntó Albert.


Ella no contestó. Vio la alta figura de Pedro iluminada por una farola mientras cerraba el móvil y se dirigía al coche. 


Paula cruzó corriendo el vestíbulo.


–¡Pedro, espera!


Él se dio la vuelta y la vio llegar corriendo.


–¿Has cambiado de opinión y quieres que suba a tu piso, Paula?


Su sonrisa se esfumó cuando contempló la expresión horrorizada de su rostro. La agarró cuando ella se lanzó literalmente a sus brazos y la estrechó mientras ella temblaba.


–¿Qué demonios…?


–Me estaba esperando en la puerta del piso. Es un hombre muy extraño –las palabras le salieron de forma atropellada e incoherente–. Quiere que me vaya con él y me ha reglado flores mortuorias.


Él la tomó de la barbilla.


–¿Quién te esperaba, cara?


–David, el hombre que me está acosando.


–¿Acosando? ¿Desde cuándo? ¿Por qué no me lo has dicho? Te hubiera puesto un guardaespaldas.


–No lo necesito –el terror que había sentido le pareció una reacción desproporcionada, y se avergonzó de haber mezclado a Pedro en aquello.
–Hace meses que me llama. He cambiado el número del teléfono fijo y el del móvil, pero no sé cómo se ha enterado de los nuevos. Dice que nos conocimos en uno de mis conciertos, pero no lo recuerdo. Cuando he salido del ascensor me lo he encontrado en el pasillo.


Paula sintió un escalofrío al recordar la mirada enloquecida de David.


–Me ha dicho que ha llegado el momento de que abandonemos esta vida terrenal. No sé qué quería decir.


Pedro apenas podía contener la ira. Si se le ponía delante el tipo que la había asustado de aquel modo le quitaría las ganas de acosar a una mujer indefensa.


Ver los ojos brillantes de lágrimas de Paula y darse cuenta de que no estaba tan tranquila como aparentaba fue lo único que evitó que saliera corriendo a buscar al intruso.


–Voy a llamar a la policía.


–Lo haré yo. Tengo un número directo para informar de cualquier incidente con el acosador.


Se quedó en el vestíbulo con Albert mientras Pedro subía a la cuarta planta. El portero afirmó tajantemente que nadie con esa descripción había entrado en el edificio.


La policía llegó para tomar declaración a Paula. Un oficial se unió a Pedro en la búsqueda, sin resultado.


–Tiene que haber accedido al edificio por la escalera de incendios– afirmó uno de los policías.


Como el acosador no la había atacado ni amenazado, poco pudo hacer la policía, salvo aconsejar a Paula medidas de seguridad.


Mientras acababa de declarar vio irse a Pedro. Deseó que se hubiera quedado un rato más para agradecerle su ayuda.


Cuando la policía se hubo marchado, se desmaquilló, se lavó la cara y se puso para dormir una de las camisetas de Pedro que se había llevado al abandonarlo. A pesar de que intentaba no pensar en el acosador, no podía evitarlo.


Como no iba a poder dormirse, decidió tomarse un vaso de leche y ver la televisión. Al entrar en el salón se detuvo y contuvo el aliento.


–¿Cómo has entrado?






viernes, 17 de julio de 2015

VOTOS DE AMOR: CAPITULO 7




¿Estaba David en el salón de baile observándola? Se había olvidado de él durante la actuación, pero se había vuelto a sentir inquieta al acabar y unirse a los invitados de la fiesta.


Se dijo que no debía exagerar. Su acosador no había amenazado con hacerle daño.


–No mires –le susurró Ryan al oído mientras bailaban–, pero un hombre muy peligroso viene hacia aquí.


A ella, el corazón le dio un vuelco.


–¿Qué hombre?


–Es Pedro y tengo la impresión de que le gustaría descuartizarme. ¿No me habías dicho que todo había acabado entre vosotros?


–Y así es…


Paula no pudo continuar porque una pesada mano le cayó sobre el hombro. Se dio la vuelta y allí estaba Pedro, que se interpuso entre Ryan y ella.


–Perdona, Fellows, pero me toca bailar con mi esposa.


–¿Te parece bien, Pau? –preguntó Ryan indeciso.


Paula no quería montar una escena, sobre todo porque sabía que había medios de comunicación en la fiesta a los que les encantaría informar de un escándalo en la pista de baile. De todos modos, no le dio tiempo a pedir ayuda a Ryan porque Pedro la agarró de la cintura y se la llevó bailando.


–¿Se puede saber a qué juegas? –preguntó Paula mientras él la abrazaba y atraía hacia sí hasta que ella apoyó el rostro en su pecho. Alzó la cabeza para mirarlo–. ¿Por qué estás aquí?


–He aceptado una invitación para contribuir a recaudar fondos con fines solidarios. Además, sabía que tú también estarías. Tu visita de la semana pasada ha conseguido que vuelva a examinar nuestra situación, y he llegado a la conclusión de que estabas en lo cierto al apuntar que hubo muchas cosas buenas en nuestra relación.


Ella lo miró confusa.


–¿A qué te refieres?


–Me refiero a que he cambiado de idea sobre el divorcio. Creo que deberíamos darnos otra oportunidad.


La sorpresa de Paula dio paso a la ira


–¿Así, sin más, has cambiado de idea? ¡Qué cara tienes!


Era típico de él no dar explicaciones y esperar que ella aceptara su decisión y lo recibiera con los brazos abiertos.


–La semana pasada insististe en que nos divorciáramos. ¿Qué ha pasado para que se haya producido este milagroso cambio de opinión?


De repente, todo comenzó a superarla: la música romántica, la forma en que él la abrazaba, que le permitía oír los latidos de su corazón y la presión de su excitación contra el muslo de ella.


El cerebro le lanzaba avisos de que se alejara de él, pero el deseo la iba invadiendo lentamente. 


Esto es lo que ha pasado, Paula –susurró al lado de sus labios–. Estamos prisioneros de la increíble pasión que hay entre nosotros, que la ha habido desde que nos conocimos. Cuando nos vimos la semana pasada, estuvimos a punto de arrancarnos la ropa. No fuiste la única que se imaginó que hacíamos el amor en la colchoneta del gimnasio.


–No quiero… –comenzó a decir ella con desesperación.


–Sí, si quieres. Y yo también –dijo Pedro con firmeza.


Y le demostró su dominio con un beso que exigía una respuesta por parte de Paula que ella fue incapaz de negarle.






VOTOS DE AMOR: CAPITULO 6




–¿Pedro?


El sonido de su nombre interfirió en sus pensamientos y apartó la vista del poco edificante espectáculo de su mujer bailando con su buen amigo Ryan Fellows. Sonrió a la mujer rubia que estaba a su lado, que le lanzaba una mirada acusadora.


–No me escuchas.


Mentirle no tenía sentido. La mujer, Ginny o Jenny, no recordaba el nombre, se había sentado a su lado en la cena y parecía creer que tenía el derecho exclusivo a que le prestara atención durante el resto de la velada. Pero no hacerle ni caso había sido una grosería.


–Perdona. Tengo muchas cosas en la cabeza, y no soy una buena compañía esta noche. Pero estoy seguro de que habrá muchos otros hombres a quienes les encantará conocerte.


La rubia captó la indirecta y desapareció. Él volvió a mirar a Paula bailando.


Al oírla cantar antes le había sorprendido de nuevo su voz cristalina. Nunca había entendido que la música fuera parte de ella, como afirmaba. Pero al verla esa noche en el escenario, se percató de que cantaba con el corazón.


Se fijó en Ryan Fellows. Era cierto que hacían muy buena pareja. ¿Serían ya amantes o tendrían la decencia de esperar a que ella estuviera divorciada? Le hervía la sangre de rabia. La fuerza de los celos lo aterrorizaba, pero no podía controlarse.


¿Así se había sentido su padre al ver a su joven segunda esposa riéndose con sus amigos? ¿Se había apoderado de Franco Alfonso una furia asesina cuando Lorena y él habían discutido en el balcón aquella fatídica noche?


Tenía la frente perlada de sudor. No debiera haber aceptado la invitación para esa noche sabiendo que actuarían las Stone Ladies. Se dirigió hacia donde se hallaba Paula.







VOTOS DE AMOR: CAPITULO 5




–Adelante –dijo Paula apartándose del espejo al oír llamar a la puerta de la habitación del hotel que le habían asignado como camerino.


–¡Vaya! –exclamó Ryan–. Estás deslumbrante.


–¿No crees que este vestido es excesivo? –volvió a mirarse en el espejo con el vestido de noche de lentejuelas doradas que se le ajustaba como un guante y le dejaba un hombro al descubierto.


–La cena para recaudar fondos con fines solidarios del duque de Beaufort es uno de los acontecimientos más prestigiosos de Londres, y, esta noche, todo va a ser excesivo, por lo que estás perfecta para la ocasión.


–Me parece increíble que nos hayan pedido que actuemos. ¿Llegaste a pensar, cuando tocábamos en pubs, que un día encabezaríamos las actuaciones en una gran fiesta en un hotel de cinco estrellas?


Él se echó a reír.


–Es una locura la velocidad a la que ha ocurrido todo. A veces tengo miedo de despertarme y darme cuenta de que era un sueño –Ryan vaciló–. Supongo que tu padre estaría orgulloso de ti, Izzy.


La sonrisa de ella se evaporó.



–Lo dudo.


Paula recordó la conversación que había tenido con su madre, hacía tres meses, frente a la tumba de su padre, el día de su funeral. Su madre había sollozado, pero a ella le había resultado imposible llorar por su padre, cuya personalidad áspera y brusca había ensombrecido su infancia.


–Tu padre era un buen hombre –había dicho su madre–. Sé que no era fácil vivir con él, sobre todo cuando estaba de mal humor, pero no estaba siempre así. Cuando nos casamos, era un hombre divertido, que tenía grandes esperanzas sobre nosotros y sobre el futuro. Pero cambió tras el accidente y dejó de ser el hombre fuerte que había sido. Cuando la mina cerró y no pudo encontrar otro empleo, perdió el orgullo y, al evaporarse su sueño de lograr una vida mejor para su familia, se hundió emocionalmente.


–Pues parecía estar dispuesto a aplastar mi energía y mis sueños de tener una vida distinta. Sé que te sentías desgraciada con papá. Te oía llorar en la cocina cuando creías que estaba acostada. Nunca he entendido por qué seguiste con él.


–Parte de él murió con tu hermano. Nunca se recuperó de la pérdida de Simon, y me necesitaba. Yo me tomé los votos matrimoniales en serio, «en lo bueno y en lo malo, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad». Tú también los hiciste al casarte con Pedro. Nunca me has contado por qué acabó vuestro matrimonio. No intento inmiscuirme en tu vida, pero creo que te diste por vencida muy pronto. Un año no es mucho tiempo, y el matrimonio no es siempre coser y cantar. Hay que trabajarse la relación y hacer concesiones para llegar a una mutua comprensión.


Ella lo había intentado, pero ya sabía que él se había casado solo porque estaba embarazada. Nunca había hablado a su madre de Arianna. Hubiera sido una crueldad decirle que había perdido a su nieta, después de haber perdido a su marido y a su hijo.


Paula volvió a la realidad cuando se dio cuenta de que Ryan estaba hablando.


–No habría conocido a Emilia si me hubiera quedado en el pueblo. Le he pedido que se case conmigo y ha aceptado.


Ella lo abrazó.


–Estáis hechos el uno para el otro. Sé que seréis muy felices.



La expresión de Ryan se oscureció.


–Emilia me hace muy feliz, pero no merezco sentirme así. No dejo de pensar en Simon. Ojalá le hubiera impedido ese día ir al embalse.


–No digas eso.


En la mente de Paula apareció la sonrisa pícara de Simon. 


Para ella, siempre tendría catorce años.


–Ya sabes lo temerario que era. No te hubiera hecho caso. Sé que hiciste todo lo posible para salvarlo, por lo que debes dejar de sentirte culpable –apretó el brazo de Ryan–. Mi hermano y tú erais amigos íntimos. Estaría contento de que te vayas a casar con la mujer a la que quieres.


Ryan asintió lentamente.


–Supongo que sí. Gracias, Pau–miró el reloj–. Más vale que nos demos prisa. Tenemos que estar en el escenario dentro de diez minutos. ¿Cómo estás?


–Nerviosa, como siempre antes de actuar, pero se me pasará cuando empiece a cantar.


Iba a salir detrás de Ryan cuando le sonó el móvil, por lo que volvió a la mesa donde lo había dejado. Como tenía prisa, contestó sin comprobar quién la llamaba.



–Te veré esta noche, Pau. Está escrito en las estrellas que estamos destinados a estar juntos para siempre.


Ella cortó la llamada. ¿Estaría David en el hotel? ¿Estaría invitado al acto de recaudación de fondos?


–Vamos –le dijo Ryan desde el umbral. Frunció el ceño al ver lo pálida que estaba–. ¿Te pasa algo? Se diría que has visto un fantasma. ¿Te sigue molestando ese tipo por teléfono?


No sería justo compartir su preocupación con Ryan esa noche, cuando estaba feliz porque su novia hubiera aceptado casarse con él.


Se encogió de hombros.


–Ya te he dicho que tengo un poco de miedo escénico –afirmó mientras tomaban el ascensor a la planta baja.


Deseosa de olvidarse de la inquietante llamada telefónica, cambió de tema.


–¿Vais a anunciar vuestro compromiso esta noche?


–No. Se lo pedí ayer a Emilia, y se ha ido a casa de sus padres en Suffolk para darles la noticia.



Mientras esperaban entre bastidores a que les tocara el turno de actuar, Ryan la tomó de la mano.


–Gracias por ayudarnos a que los medios no se enteraran de nuestra relación. Los rumores sobre una posible relación entre nosotros dos ha permitido que Emilia pase desapercibida.


Los interrumpió un técnico de sonido.


–Salís dentro de dos minutos. ¿Quieres comprobar tu micrófono, Pau?


Se alzó el telón y los espectadores comenzaron a gritar. 


Pero ella se quedó clavada en el sitio al tiempo que sentía la urgente necesidad de salir corriendo.


–Olvídate de todo lo demás y concéntrate en la música –le dijo Ryan–. Imagina que volvemos a ser niños, cuatro amigos que fingían ser estrellas del rock.


Las palabras de Ryan la calmaron. Miró a Carla y a Benja y se sonrieron.


Durante su matrimonio había intentado explicar a Pedro que el grupo era su familia, la que le daba el amor y el afecto que no le había dado su padre. Después de perder al bebé, la apoyaron en los días más tristes de su vida mientras él se negaba a hablar de lo sucedido.



Inspiró profundamente, salió al escenario y comenzó a cantar una canción que hacía poco había alcanzado el número uno en las listas de éxito. Se olvidó de todo y se sumergió en la música. Desde niña, la música había sido su gran amor, su alegría y su consuelo cuando necesitaba dar salida a sus emociones.








jueves, 16 de julio de 2015

VOTOS DE AMOR: CAPITULO 4




Esa noche, mientras entraba en la casa de Grosvenor Square, Pedro pensó que era una lástima que la conversación con su tío no hubiera tenido lugar una semana atrás, antes de haberle dejado claro a Paula que su matrimonio había concluido.


Eran más de las doce, por lo que Wilmer se había ido a acostar, pero le había dejado una botella de whisky en el salón. Pedro se sirvió un whisky, se sentó en el sofá y agarró el mando a distancia de la televisión.


¿Cómo podía Alejandro pensar en darle la presidencia a Mauro? Su primo era un joven agradable, pero no duraría cinco minutos en el salvaje mundo de los negocios. Se precisaba coraje, osadía y visión de futuro para dirigir AE.


Dio un trago de whisky y pensó que bebía demasiado. Pero le daba igual. El alcohol lo anestesiaba cuando trataba de borrar recuerdos dolorosos. Si bebía lo suficiente, tal vez consiguiera dormir algunas horas. Desde la visita de Paula, había vuelto a tener pesadillas.


Se bebió el resto del whisky de un trago y volvió a llenarse el vaso.


Reconocía que era suya casi toda la responsabilidad del fracaso de su matrimonio, pero Paula tenía parte de culpa. 


Había perdido la cuenta de las veces que había vuelto a casa y se la había encontrado vacía porque ella estaba cantando con el grupo en un pub o en un club. Paula lo había acusado de no entender lo importante que era la música para ella y, sinceramente, a él no le había gustado que fuera una parte tan importante de su vida.


Paula había desarrollado su carrera con éxito. Pero la suya estaba en peligro, y la única forma de asegurarse el cargo de presidente de AE era convencerla de que volviera con él, días después de haber reconocido que se había casado con ella por estar embarazada.


El documental sobre vida animal de la televisión no consiguió interesarlo. Cambió de canal a un popular programa de entrevistas que, inmediatamente, captó su atención.


–«Las Stone Ladies son, posiblemente, el grupo de folk-rock de mayor éxito de los últimos cinco años» –dijo el presentador, que prosiguió enumerando los numerosos premios que habían ganado mientras en la pantalla aparecía Paula con un minivestido de cuero negro y botas hasta los muslos. Su hermoso rostro se mostraba animado mientras hechizaba al presentador con su ingenio y su impresionante seguridad en sí misma.


Era difícil de creer que fuera la misma Paula, tremendamente tímida, a la que él había invitado a pasar un fin de semana en Roma. Se había quedado asombrado al comprobar que era virgen. Lo asaltaron los recuerdos. 


Rememoró que ella había compensado su falta de experiencia con su disposición a complacerlo.


En la televisión, el presentador interrogaba a los miembros del grupo sobre su vida.


–Benjamin y Carla, creo que planeáis casaros a finales de este año.


La pareja, el batería y la teclista del grupo, se lo confirmaron.


–¿Y vosotros dos? –preguntó el presentador dirigiéndose a Paula y Ryan–. Ni negáis ni confirmáis los rumores de que sois algo más que buenos amigos. ¿Cuál es exactamente la naturaleza de vuestra relación?


Pedro apretó los dientes cuando vio que el guitarrista pasaba el brazo a Paula por los hombros.


–Es cierto que Pau y yo somos muy buenos amigos. Tal vez anunciemos algo dentro de poco.


¿Qué significaba aquello?, se preguntó Pedro lleno de ira.


Era evidente que Paula ya tenía a otro esperando a ocupar su puesto. A pesar de que ella había insistido en que solo mantenía con Ryan Fellows una inocente amistad, era evidente para el mundo entero la intimidad que había entre ellos.


Pedro sintió que la bilis le subía a la garganta. ¿Cómo se atrevía a exhibir a su amante en público cuando aún estaba casada con él?


Agarró la botella de whisky y volvió a llenarse el vaso mientras el cerebro le funcionaba con furia. Si Paula y Ryan estaban juntos, ¿por qué lo había mirado ella con tanto deseo? ¿Acaso el guitarrista no la satisfacía?


Su esposa era muy sensual, pensó Pedro. La ardiente química sexual que había entre los dos superaba con creces todo lo que había experimentado con otras mujeres. Cuando estaban recién casados se pasaban horas haciendo el amor.


¿Echaría ella eso de menos? La noche en que lo había sorprendido en el gimnasio, la química sexual entre ambos había sido evidente. Él había estado a punto de poseerla, y ella no se lo hubiera impedido, a pesar de fingirse escandalizada y negar que lo desease.


Los pensamientos de Pedro se centraron en la amenaza de su tío de privarlo de la presidencia de AE. Al principio, no pensaba aceptar el ultimátum de Alejandro de continuar con su matrimonio para asegurarse el puesto.


Pero tenía derecho a la presidencia. La empresa era lo único por lo que se sentía orgulloso de ser un Alfonso.


¿Quién era él? El hijo de un monstruo que no se atrevía a examinarse en profundidad por miedo a lo que pudiera descubrir, que no se atrevía a tener una relación en la que intervinieran los sentimientos. AE era su amante, su razón de ser, y haría todo lo que estuviera en su mano para reclamar lo que legítimamente le correspondía.


Si conseguía convencer a Paula de que volviera con él, su tío lo nombraría presidente y, después de haberse asegurado el puesto, ya no tendría necesidad de su hermosa y voluble esposa.







VOTOS DE AMOR: CAPITULO 3





–El puesto de presidente de AE siempre ha pasado al hijo mayor de la siguiente generación familiar. ¡Tengo derecho a él por nacimiento, maldita sea!


Pedro deambulaba furioso por el despacho de su tío, en la oficina central de AE, en Roma, como un tigre enjaulado. 


Miró a su tío, Alejandro, tranquilamente sentado a su escritorio.


–Si hubiera sido un año mayor cuando mi padre murió, hace diez años que sería presidente, pero, como tenía diecisiete, las normas de la empresa dictaban que el cargo pasara al siguiente varón que fuera mayor de edad, en este caso, tú, el hermano de mi padre. Pero ahora que quieres jubilarte, la presidencia me corresponde. Mi intención es unir el puesto de presidente con el de consejero delegado, como hizo mi padre.


Alejandro carraspeó.


–Muchos miembros de la junta directiva creen que ambos cargos debieran estar separados. Un presidente independiente defenderá mejor los intereses de los accionistas y dejará libre al consejero delegado para concentrarse en la dirección de la empresa, cosa que tú haces extremadamente bien, Pedro.


–Los beneficios han aumentado año tras año desde que soy el consejero delegado, pero a veces tengo la sensación de que trabajo sin el apoyo de la junta directiva.


Pedro era incapaz de ocultar su enojo.


–Nos preocupa que, en tu intento de que la empresa se expanda, te olvides de la ética y la moral que son la espina dorsal de AE desde que tu tatarabuelo la fundó, hace casi un siglo.


Pedro golpeó el escritorio con las manos.


–No me he olvidado de nada. Llevo viviendo en esta empresa desde niño con la esperanza de llegar a ser, algún día, su responsable absoluto. ¿En qué sentido he olvidado la ética de la empresa?


En vez de responder, Alejandro miró una revista del corazón que había en el escritorio. En la portada aparecía una foto de su sobrino con una famosa modelo italiana, muy ligera de ropa, saliendo de un casino.


Pedro se encogió de hombros al mirar la foto, que se había tomado una semana antes. Recordaba esa noche únicamente porque era cuando había vuelto a Roma desde Londres, después de recibir la inesperada visita de Paula. 


Estaba de muy mal humor. Se le había quedado fijada en la mente la imagen de ella saliendo y subiéndose a un taxi sin mirar atrás.


Lia, la modelo, llevaba semanas llamándolo por teléfono desde que se habían conocido en un acto social que él no recordaba. Y esa noche accedió a cenar con ella para olvidarse de Paula. Ir al casino había sido idea de Lia, y sospechaba que había avisado a los paparazzi porque sabía que una foto con uno de los hombres de negocios más ricos de Italia impulsaría su carrera de modelo.


–Esta no es la imagen de la empresa que deseamos dar al mundo. El público debe considerar que somos una compañía que transmite excelencia, fiabilidad y honradez. ¿Cómo va a hacerlo cuando su consejero delegado lleva una vida de playboy a pesar de estar casado?


–Mi vida privada no tiene nada que ver con mi capacidad para dirigir la empresa. A los accionistas solo les interesan los beneficios, no mis asuntos personales.


–Por desgracia, eso no es cierto, sobre todo cuando pareces tener tantas aventuras.


–Ya sabes cuánto le gusta a la prensa exagerar. Si están pensando seriamente en no nombrarme presidente, ¿a quién piensas nombrar?


–A Mauro, el hijo de mi hermana. Como no tengo un hijo varón –prosiguió Alejandro cuando se dio cuenta de que Pedro, atónito, no iba a responderle– creo que Mauro tiene muchas cualidades que lo hacen adecuado para el cargo de presidente, además de estar felizmente casado y de que no es probable que se le fotografíe saliendo del casino con una botella de whisky en una mano y una mujer medio desnuda en la otra.


–Mauro no tiene carácter. El puesto de presidente le viene grande –afirmó Pedro con dureza.


Él era la persona más adecuada para ostentar ambos cargos. AE era más que un negocio: era su vida, su identidad.


Después de haber presenciado la muerte de su padre y de su madrastra a los diecisiete años, se había centrado en la empresa para evitar pensar en aquella tragedia. Llevaba diez años soñando con el día en que tendría el control absoluto de la empresa, pero existía el peligro de que su destino le fuera arrebatado de las manos.


–Si mi imagen es el único problema que la junta directiva y tú tenéis conmigo, la cambiaré. Me recluiré en casa; viviré como un ermitaño, si es necesario, para que me nombres tu sucesor.


–No espero nada tan drástico, Pedro. Solo te pido que los detalles de tu vida amorosa no aparezcan en los medios. Te sugiero que retomes tu matrimonio, que demuestres que puedes hacer honor al compromiso que aceptaste al casarte, y tal vez me convenzas de que puedo cederte el control de la empresa.


–Eso suena a soborno.


–Me da igual. La responsabilidad de nombrar al próximo presidente recae únicamente en mí y, a no ser que vea que cambias de vida para que refleje los valores de AE, no tendré la certeza de que eres el hombre adecuado para el puesto.