jueves, 16 de julio de 2015

VOTOS DE AMOR: CAPITULO 4




Esa noche, mientras entraba en la casa de Grosvenor Square, Pedro pensó que era una lástima que la conversación con su tío no hubiera tenido lugar una semana atrás, antes de haberle dejado claro a Paula que su matrimonio había concluido.


Eran más de las doce, por lo que Wilmer se había ido a acostar, pero le había dejado una botella de whisky en el salón. Pedro se sirvió un whisky, se sentó en el sofá y agarró el mando a distancia de la televisión.


¿Cómo podía Alejandro pensar en darle la presidencia a Mauro? Su primo era un joven agradable, pero no duraría cinco minutos en el salvaje mundo de los negocios. Se precisaba coraje, osadía y visión de futuro para dirigir AE.


Dio un trago de whisky y pensó que bebía demasiado. Pero le daba igual. El alcohol lo anestesiaba cuando trataba de borrar recuerdos dolorosos. Si bebía lo suficiente, tal vez consiguiera dormir algunas horas. Desde la visita de Paula, había vuelto a tener pesadillas.


Se bebió el resto del whisky de un trago y volvió a llenarse el vaso.


Reconocía que era suya casi toda la responsabilidad del fracaso de su matrimonio, pero Paula tenía parte de culpa. 


Había perdido la cuenta de las veces que había vuelto a casa y se la había encontrado vacía porque ella estaba cantando con el grupo en un pub o en un club. Paula lo había acusado de no entender lo importante que era la música para ella y, sinceramente, a él no le había gustado que fuera una parte tan importante de su vida.


Paula había desarrollado su carrera con éxito. Pero la suya estaba en peligro, y la única forma de asegurarse el cargo de presidente de AE era convencerla de que volviera con él, días después de haber reconocido que se había casado con ella por estar embarazada.


El documental sobre vida animal de la televisión no consiguió interesarlo. Cambió de canal a un popular programa de entrevistas que, inmediatamente, captó su atención.


–«Las Stone Ladies son, posiblemente, el grupo de folk-rock de mayor éxito de los últimos cinco años» –dijo el presentador, que prosiguió enumerando los numerosos premios que habían ganado mientras en la pantalla aparecía Paula con un minivestido de cuero negro y botas hasta los muslos. Su hermoso rostro se mostraba animado mientras hechizaba al presentador con su ingenio y su impresionante seguridad en sí misma.


Era difícil de creer que fuera la misma Paula, tremendamente tímida, a la que él había invitado a pasar un fin de semana en Roma. Se había quedado asombrado al comprobar que era virgen. Lo asaltaron los recuerdos. 


Rememoró que ella había compensado su falta de experiencia con su disposición a complacerlo.


En la televisión, el presentador interrogaba a los miembros del grupo sobre su vida.


–Benjamin y Carla, creo que planeáis casaros a finales de este año.


La pareja, el batería y la teclista del grupo, se lo confirmaron.


–¿Y vosotros dos? –preguntó el presentador dirigiéndose a Paula y Ryan–. Ni negáis ni confirmáis los rumores de que sois algo más que buenos amigos. ¿Cuál es exactamente la naturaleza de vuestra relación?


Pedro apretó los dientes cuando vio que el guitarrista pasaba el brazo a Paula por los hombros.


–Es cierto que Pau y yo somos muy buenos amigos. Tal vez anunciemos algo dentro de poco.


¿Qué significaba aquello?, se preguntó Pedro lleno de ira.


Era evidente que Paula ya tenía a otro esperando a ocupar su puesto. A pesar de que ella había insistido en que solo mantenía con Ryan Fellows una inocente amistad, era evidente para el mundo entero la intimidad que había entre ellos.


Pedro sintió que la bilis le subía a la garganta. ¿Cómo se atrevía a exhibir a su amante en público cuando aún estaba casada con él?


Agarró la botella de whisky y volvió a llenarse el vaso mientras el cerebro le funcionaba con furia. Si Paula y Ryan estaban juntos, ¿por qué lo había mirado ella con tanto deseo? ¿Acaso el guitarrista no la satisfacía?


Su esposa era muy sensual, pensó Pedro. La ardiente química sexual que había entre los dos superaba con creces todo lo que había experimentado con otras mujeres. Cuando estaban recién casados se pasaban horas haciendo el amor.


¿Echaría ella eso de menos? La noche en que lo había sorprendido en el gimnasio, la química sexual entre ambos había sido evidente. Él había estado a punto de poseerla, y ella no se lo hubiera impedido, a pesar de fingirse escandalizada y negar que lo desease.


Los pensamientos de Pedro se centraron en la amenaza de su tío de privarlo de la presidencia de AE. Al principio, no pensaba aceptar el ultimátum de Alejandro de continuar con su matrimonio para asegurarse el puesto.


Pero tenía derecho a la presidencia. La empresa era lo único por lo que se sentía orgulloso de ser un Alfonso.


¿Quién era él? El hijo de un monstruo que no se atrevía a examinarse en profundidad por miedo a lo que pudiera descubrir, que no se atrevía a tener una relación en la que intervinieran los sentimientos. AE era su amante, su razón de ser, y haría todo lo que estuviera en su mano para reclamar lo que legítimamente le correspondía.


Si conseguía convencer a Paula de que volviera con él, su tío lo nombraría presidente y, después de haberse asegurado el puesto, ya no tendría necesidad de su hermosa y voluble esposa.







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