jueves, 16 de julio de 2015

VOTOS DE AMOR: CAPITULO 3





–El puesto de presidente de AE siempre ha pasado al hijo mayor de la siguiente generación familiar. ¡Tengo derecho a él por nacimiento, maldita sea!


Pedro deambulaba furioso por el despacho de su tío, en la oficina central de AE, en Roma, como un tigre enjaulado. 


Miró a su tío, Alejandro, tranquilamente sentado a su escritorio.


–Si hubiera sido un año mayor cuando mi padre murió, hace diez años que sería presidente, pero, como tenía diecisiete, las normas de la empresa dictaban que el cargo pasara al siguiente varón que fuera mayor de edad, en este caso, tú, el hermano de mi padre. Pero ahora que quieres jubilarte, la presidencia me corresponde. Mi intención es unir el puesto de presidente con el de consejero delegado, como hizo mi padre.


Alejandro carraspeó.


–Muchos miembros de la junta directiva creen que ambos cargos debieran estar separados. Un presidente independiente defenderá mejor los intereses de los accionistas y dejará libre al consejero delegado para concentrarse en la dirección de la empresa, cosa que tú haces extremadamente bien, Pedro.


–Los beneficios han aumentado año tras año desde que soy el consejero delegado, pero a veces tengo la sensación de que trabajo sin el apoyo de la junta directiva.


Pedro era incapaz de ocultar su enojo.


–Nos preocupa que, en tu intento de que la empresa se expanda, te olvides de la ética y la moral que son la espina dorsal de AE desde que tu tatarabuelo la fundó, hace casi un siglo.


Pedro golpeó el escritorio con las manos.


–No me he olvidado de nada. Llevo viviendo en esta empresa desde niño con la esperanza de llegar a ser, algún día, su responsable absoluto. ¿En qué sentido he olvidado la ética de la empresa?


En vez de responder, Alejandro miró una revista del corazón que había en el escritorio. En la portada aparecía una foto de su sobrino con una famosa modelo italiana, muy ligera de ropa, saliendo de un casino.


Pedro se encogió de hombros al mirar la foto, que se había tomado una semana antes. Recordaba esa noche únicamente porque era cuando había vuelto a Roma desde Londres, después de recibir la inesperada visita de Paula. 


Estaba de muy mal humor. Se le había quedado fijada en la mente la imagen de ella saliendo y subiéndose a un taxi sin mirar atrás.


Lia, la modelo, llevaba semanas llamándolo por teléfono desde que se habían conocido en un acto social que él no recordaba. Y esa noche accedió a cenar con ella para olvidarse de Paula. Ir al casino había sido idea de Lia, y sospechaba que había avisado a los paparazzi porque sabía que una foto con uno de los hombres de negocios más ricos de Italia impulsaría su carrera de modelo.


–Esta no es la imagen de la empresa que deseamos dar al mundo. El público debe considerar que somos una compañía que transmite excelencia, fiabilidad y honradez. ¿Cómo va a hacerlo cuando su consejero delegado lleva una vida de playboy a pesar de estar casado?


–Mi vida privada no tiene nada que ver con mi capacidad para dirigir la empresa. A los accionistas solo les interesan los beneficios, no mis asuntos personales.


–Por desgracia, eso no es cierto, sobre todo cuando pareces tener tantas aventuras.


–Ya sabes cuánto le gusta a la prensa exagerar. Si están pensando seriamente en no nombrarme presidente, ¿a quién piensas nombrar?


–A Mauro, el hijo de mi hermana. Como no tengo un hijo varón –prosiguió Alejandro cuando se dio cuenta de que Pedro, atónito, no iba a responderle– creo que Mauro tiene muchas cualidades que lo hacen adecuado para el cargo de presidente, además de estar felizmente casado y de que no es probable que se le fotografíe saliendo del casino con una botella de whisky en una mano y una mujer medio desnuda en la otra.


–Mauro no tiene carácter. El puesto de presidente le viene grande –afirmó Pedro con dureza.


Él era la persona más adecuada para ostentar ambos cargos. AE era más que un negocio: era su vida, su identidad.


Después de haber presenciado la muerte de su padre y de su madrastra a los diecisiete años, se había centrado en la empresa para evitar pensar en aquella tragedia. Llevaba diez años soñando con el día en que tendría el control absoluto de la empresa, pero existía el peligro de que su destino le fuera arrebatado de las manos.


–Si mi imagen es el único problema que la junta directiva y tú tenéis conmigo, la cambiaré. Me recluiré en casa; viviré como un ermitaño, si es necesario, para que me nombres tu sucesor.


–No espero nada tan drástico, Pedro. Solo te pido que los detalles de tu vida amorosa no aparezcan en los medios. Te sugiero que retomes tu matrimonio, que demuestres que puedes hacer honor al compromiso que aceptaste al casarte, y tal vez me convenzas de que puedo cederte el control de la empresa.


–Eso suena a soborno.


–Me da igual. La responsabilidad de nombrar al próximo presidente recae únicamente en mí y, a no ser que vea que cambias de vida para que refleje los valores de AE, no tendré la certeza de que eres el hombre adecuado para el puesto.






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