viernes, 17 de julio de 2015

VOTOS DE AMOR: CAPITULO 7




¿Estaba David en el salón de baile observándola? Se había olvidado de él durante la actuación, pero se había vuelto a sentir inquieta al acabar y unirse a los invitados de la fiesta.


Se dijo que no debía exagerar. Su acosador no había amenazado con hacerle daño.


–No mires –le susurró Ryan al oído mientras bailaban–, pero un hombre muy peligroso viene hacia aquí.


A ella, el corazón le dio un vuelco.


–¿Qué hombre?


–Es Pedro y tengo la impresión de que le gustaría descuartizarme. ¿No me habías dicho que todo había acabado entre vosotros?


–Y así es…


Paula no pudo continuar porque una pesada mano le cayó sobre el hombro. Se dio la vuelta y allí estaba Pedro, que se interpuso entre Ryan y ella.


–Perdona, Fellows, pero me toca bailar con mi esposa.


–¿Te parece bien, Pau? –preguntó Ryan indeciso.


Paula no quería montar una escena, sobre todo porque sabía que había medios de comunicación en la fiesta a los que les encantaría informar de un escándalo en la pista de baile. De todos modos, no le dio tiempo a pedir ayuda a Ryan porque Pedro la agarró de la cintura y se la llevó bailando.


–¿Se puede saber a qué juegas? –preguntó Paula mientras él la abrazaba y atraía hacia sí hasta que ella apoyó el rostro en su pecho. Alzó la cabeza para mirarlo–. ¿Por qué estás aquí?


–He aceptado una invitación para contribuir a recaudar fondos con fines solidarios. Además, sabía que tú también estarías. Tu visita de la semana pasada ha conseguido que vuelva a examinar nuestra situación, y he llegado a la conclusión de que estabas en lo cierto al apuntar que hubo muchas cosas buenas en nuestra relación.


Ella lo miró confusa.


–¿A qué te refieres?


–Me refiero a que he cambiado de idea sobre el divorcio. Creo que deberíamos darnos otra oportunidad.


La sorpresa de Paula dio paso a la ira


–¿Así, sin más, has cambiado de idea? ¡Qué cara tienes!


Era típico de él no dar explicaciones y esperar que ella aceptara su decisión y lo recibiera con los brazos abiertos.


–La semana pasada insististe en que nos divorciáramos. ¿Qué ha pasado para que se haya producido este milagroso cambio de opinión?


De repente, todo comenzó a superarla: la música romántica, la forma en que él la abrazaba, que le permitía oír los latidos de su corazón y la presión de su excitación contra el muslo de ella.


El cerebro le lanzaba avisos de que se alejara de él, pero el deseo la iba invadiendo lentamente. 


Esto es lo que ha pasado, Paula –susurró al lado de sus labios–. Estamos prisioneros de la increíble pasión que hay entre nosotros, que la ha habido desde que nos conocimos. Cuando nos vimos la semana pasada, estuvimos a punto de arrancarnos la ropa. No fuiste la única que se imaginó que hacíamos el amor en la colchoneta del gimnasio.


–No quiero… –comenzó a decir ella con desesperación.


–Sí, si quieres. Y yo también –dijo Pedro con firmeza.


Y le demostró su dominio con un beso que exigía una respuesta por parte de Paula que ella fue incapaz de negarle.






VOTOS DE AMOR: CAPITULO 6




–¿Pedro?


El sonido de su nombre interfirió en sus pensamientos y apartó la vista del poco edificante espectáculo de su mujer bailando con su buen amigo Ryan Fellows. Sonrió a la mujer rubia que estaba a su lado, que le lanzaba una mirada acusadora.


–No me escuchas.


Mentirle no tenía sentido. La mujer, Ginny o Jenny, no recordaba el nombre, se había sentado a su lado en la cena y parecía creer que tenía el derecho exclusivo a que le prestara atención durante el resto de la velada. Pero no hacerle ni caso había sido una grosería.


–Perdona. Tengo muchas cosas en la cabeza, y no soy una buena compañía esta noche. Pero estoy seguro de que habrá muchos otros hombres a quienes les encantará conocerte.


La rubia captó la indirecta y desapareció. Él volvió a mirar a Paula bailando.


Al oírla cantar antes le había sorprendido de nuevo su voz cristalina. Nunca había entendido que la música fuera parte de ella, como afirmaba. Pero al verla esa noche en el escenario, se percató de que cantaba con el corazón.


Se fijó en Ryan Fellows. Era cierto que hacían muy buena pareja. ¿Serían ya amantes o tendrían la decencia de esperar a que ella estuviera divorciada? Le hervía la sangre de rabia. La fuerza de los celos lo aterrorizaba, pero no podía controlarse.


¿Así se había sentido su padre al ver a su joven segunda esposa riéndose con sus amigos? ¿Se había apoderado de Franco Alfonso una furia asesina cuando Lorena y él habían discutido en el balcón aquella fatídica noche?


Tenía la frente perlada de sudor. No debiera haber aceptado la invitación para esa noche sabiendo que actuarían las Stone Ladies. Se dirigió hacia donde se hallaba Paula.







VOTOS DE AMOR: CAPITULO 5




–Adelante –dijo Paula apartándose del espejo al oír llamar a la puerta de la habitación del hotel que le habían asignado como camerino.


–¡Vaya! –exclamó Ryan–. Estás deslumbrante.


–¿No crees que este vestido es excesivo? –volvió a mirarse en el espejo con el vestido de noche de lentejuelas doradas que se le ajustaba como un guante y le dejaba un hombro al descubierto.


–La cena para recaudar fondos con fines solidarios del duque de Beaufort es uno de los acontecimientos más prestigiosos de Londres, y, esta noche, todo va a ser excesivo, por lo que estás perfecta para la ocasión.


–Me parece increíble que nos hayan pedido que actuemos. ¿Llegaste a pensar, cuando tocábamos en pubs, que un día encabezaríamos las actuaciones en una gran fiesta en un hotel de cinco estrellas?


Él se echó a reír.


–Es una locura la velocidad a la que ha ocurrido todo. A veces tengo miedo de despertarme y darme cuenta de que era un sueño –Ryan vaciló–. Supongo que tu padre estaría orgulloso de ti, Izzy.


La sonrisa de ella se evaporó.



–Lo dudo.


Paula recordó la conversación que había tenido con su madre, hacía tres meses, frente a la tumba de su padre, el día de su funeral. Su madre había sollozado, pero a ella le había resultado imposible llorar por su padre, cuya personalidad áspera y brusca había ensombrecido su infancia.


–Tu padre era un buen hombre –había dicho su madre–. Sé que no era fácil vivir con él, sobre todo cuando estaba de mal humor, pero no estaba siempre así. Cuando nos casamos, era un hombre divertido, que tenía grandes esperanzas sobre nosotros y sobre el futuro. Pero cambió tras el accidente y dejó de ser el hombre fuerte que había sido. Cuando la mina cerró y no pudo encontrar otro empleo, perdió el orgullo y, al evaporarse su sueño de lograr una vida mejor para su familia, se hundió emocionalmente.


–Pues parecía estar dispuesto a aplastar mi energía y mis sueños de tener una vida distinta. Sé que te sentías desgraciada con papá. Te oía llorar en la cocina cuando creías que estaba acostada. Nunca he entendido por qué seguiste con él.


–Parte de él murió con tu hermano. Nunca se recuperó de la pérdida de Simon, y me necesitaba. Yo me tomé los votos matrimoniales en serio, «en lo bueno y en lo malo, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad». Tú también los hiciste al casarte con Pedro. Nunca me has contado por qué acabó vuestro matrimonio. No intento inmiscuirme en tu vida, pero creo que te diste por vencida muy pronto. Un año no es mucho tiempo, y el matrimonio no es siempre coser y cantar. Hay que trabajarse la relación y hacer concesiones para llegar a una mutua comprensión.


Ella lo había intentado, pero ya sabía que él se había casado solo porque estaba embarazada. Nunca había hablado a su madre de Arianna. Hubiera sido una crueldad decirle que había perdido a su nieta, después de haber perdido a su marido y a su hijo.


Paula volvió a la realidad cuando se dio cuenta de que Ryan estaba hablando.


–No habría conocido a Emilia si me hubiera quedado en el pueblo. Le he pedido que se case conmigo y ha aceptado.


Ella lo abrazó.


–Estáis hechos el uno para el otro. Sé que seréis muy felices.



La expresión de Ryan se oscureció.


–Emilia me hace muy feliz, pero no merezco sentirme así. No dejo de pensar en Simon. Ojalá le hubiera impedido ese día ir al embalse.


–No digas eso.


En la mente de Paula apareció la sonrisa pícara de Simon. 


Para ella, siempre tendría catorce años.


–Ya sabes lo temerario que era. No te hubiera hecho caso. Sé que hiciste todo lo posible para salvarlo, por lo que debes dejar de sentirte culpable –apretó el brazo de Ryan–. Mi hermano y tú erais amigos íntimos. Estaría contento de que te vayas a casar con la mujer a la que quieres.


Ryan asintió lentamente.


–Supongo que sí. Gracias, Pau–miró el reloj–. Más vale que nos demos prisa. Tenemos que estar en el escenario dentro de diez minutos. ¿Cómo estás?


–Nerviosa, como siempre antes de actuar, pero se me pasará cuando empiece a cantar.


Iba a salir detrás de Ryan cuando le sonó el móvil, por lo que volvió a la mesa donde lo había dejado. Como tenía prisa, contestó sin comprobar quién la llamaba.



–Te veré esta noche, Pau. Está escrito en las estrellas que estamos destinados a estar juntos para siempre.


Ella cortó la llamada. ¿Estaría David en el hotel? ¿Estaría invitado al acto de recaudación de fondos?


–Vamos –le dijo Ryan desde el umbral. Frunció el ceño al ver lo pálida que estaba–. ¿Te pasa algo? Se diría que has visto un fantasma. ¿Te sigue molestando ese tipo por teléfono?


No sería justo compartir su preocupación con Ryan esa noche, cuando estaba feliz porque su novia hubiera aceptado casarse con él.


Se encogió de hombros.


–Ya te he dicho que tengo un poco de miedo escénico –afirmó mientras tomaban el ascensor a la planta baja.


Deseosa de olvidarse de la inquietante llamada telefónica, cambió de tema.


–¿Vais a anunciar vuestro compromiso esta noche?


–No. Se lo pedí ayer a Emilia, y se ha ido a casa de sus padres en Suffolk para darles la noticia.



Mientras esperaban entre bastidores a que les tocara el turno de actuar, Ryan la tomó de la mano.


–Gracias por ayudarnos a que los medios no se enteraran de nuestra relación. Los rumores sobre una posible relación entre nosotros dos ha permitido que Emilia pase desapercibida.


Los interrumpió un técnico de sonido.


–Salís dentro de dos minutos. ¿Quieres comprobar tu micrófono, Pau?


Se alzó el telón y los espectadores comenzaron a gritar. 


Pero ella se quedó clavada en el sitio al tiempo que sentía la urgente necesidad de salir corriendo.


–Olvídate de todo lo demás y concéntrate en la música –le dijo Ryan–. Imagina que volvemos a ser niños, cuatro amigos que fingían ser estrellas del rock.


Las palabras de Ryan la calmaron. Miró a Carla y a Benja y se sonrieron.


Durante su matrimonio había intentado explicar a Pedro que el grupo era su familia, la que le daba el amor y el afecto que no le había dado su padre. Después de perder al bebé, la apoyaron en los días más tristes de su vida mientras él se negaba a hablar de lo sucedido.



Inspiró profundamente, salió al escenario y comenzó a cantar una canción que hacía poco había alcanzado el número uno en las listas de éxito. Se olvidó de todo y se sumergió en la música. Desde niña, la música había sido su gran amor, su alegría y su consuelo cuando necesitaba dar salida a sus emociones.








jueves, 16 de julio de 2015

VOTOS DE AMOR: CAPITULO 4




Esa noche, mientras entraba en la casa de Grosvenor Square, Pedro pensó que era una lástima que la conversación con su tío no hubiera tenido lugar una semana atrás, antes de haberle dejado claro a Paula que su matrimonio había concluido.


Eran más de las doce, por lo que Wilmer se había ido a acostar, pero le había dejado una botella de whisky en el salón. Pedro se sirvió un whisky, se sentó en el sofá y agarró el mando a distancia de la televisión.


¿Cómo podía Alejandro pensar en darle la presidencia a Mauro? Su primo era un joven agradable, pero no duraría cinco minutos en el salvaje mundo de los negocios. Se precisaba coraje, osadía y visión de futuro para dirigir AE.


Dio un trago de whisky y pensó que bebía demasiado. Pero le daba igual. El alcohol lo anestesiaba cuando trataba de borrar recuerdos dolorosos. Si bebía lo suficiente, tal vez consiguiera dormir algunas horas. Desde la visita de Paula, había vuelto a tener pesadillas.


Se bebió el resto del whisky de un trago y volvió a llenarse el vaso.


Reconocía que era suya casi toda la responsabilidad del fracaso de su matrimonio, pero Paula tenía parte de culpa. 


Había perdido la cuenta de las veces que había vuelto a casa y se la había encontrado vacía porque ella estaba cantando con el grupo en un pub o en un club. Paula lo había acusado de no entender lo importante que era la música para ella y, sinceramente, a él no le había gustado que fuera una parte tan importante de su vida.


Paula había desarrollado su carrera con éxito. Pero la suya estaba en peligro, y la única forma de asegurarse el cargo de presidente de AE era convencerla de que volviera con él, días después de haber reconocido que se había casado con ella por estar embarazada.


El documental sobre vida animal de la televisión no consiguió interesarlo. Cambió de canal a un popular programa de entrevistas que, inmediatamente, captó su atención.


–«Las Stone Ladies son, posiblemente, el grupo de folk-rock de mayor éxito de los últimos cinco años» –dijo el presentador, que prosiguió enumerando los numerosos premios que habían ganado mientras en la pantalla aparecía Paula con un minivestido de cuero negro y botas hasta los muslos. Su hermoso rostro se mostraba animado mientras hechizaba al presentador con su ingenio y su impresionante seguridad en sí misma.


Era difícil de creer que fuera la misma Paula, tremendamente tímida, a la que él había invitado a pasar un fin de semana en Roma. Se había quedado asombrado al comprobar que era virgen. Lo asaltaron los recuerdos. 


Rememoró que ella había compensado su falta de experiencia con su disposición a complacerlo.


En la televisión, el presentador interrogaba a los miembros del grupo sobre su vida.


–Benjamin y Carla, creo que planeáis casaros a finales de este año.


La pareja, el batería y la teclista del grupo, se lo confirmaron.


–¿Y vosotros dos? –preguntó el presentador dirigiéndose a Paula y Ryan–. Ni negáis ni confirmáis los rumores de que sois algo más que buenos amigos. ¿Cuál es exactamente la naturaleza de vuestra relación?


Pedro apretó los dientes cuando vio que el guitarrista pasaba el brazo a Paula por los hombros.


–Es cierto que Pau y yo somos muy buenos amigos. Tal vez anunciemos algo dentro de poco.


¿Qué significaba aquello?, se preguntó Pedro lleno de ira.


Era evidente que Paula ya tenía a otro esperando a ocupar su puesto. A pesar de que ella había insistido en que solo mantenía con Ryan Fellows una inocente amistad, era evidente para el mundo entero la intimidad que había entre ellos.


Pedro sintió que la bilis le subía a la garganta. ¿Cómo se atrevía a exhibir a su amante en público cuando aún estaba casada con él?


Agarró la botella de whisky y volvió a llenarse el vaso mientras el cerebro le funcionaba con furia. Si Paula y Ryan estaban juntos, ¿por qué lo había mirado ella con tanto deseo? ¿Acaso el guitarrista no la satisfacía?


Su esposa era muy sensual, pensó Pedro. La ardiente química sexual que había entre los dos superaba con creces todo lo que había experimentado con otras mujeres. Cuando estaban recién casados se pasaban horas haciendo el amor.


¿Echaría ella eso de menos? La noche en que lo había sorprendido en el gimnasio, la química sexual entre ambos había sido evidente. Él había estado a punto de poseerla, y ella no se lo hubiera impedido, a pesar de fingirse escandalizada y negar que lo desease.


Los pensamientos de Pedro se centraron en la amenaza de su tío de privarlo de la presidencia de AE. Al principio, no pensaba aceptar el ultimátum de Alejandro de continuar con su matrimonio para asegurarse el puesto.


Pero tenía derecho a la presidencia. La empresa era lo único por lo que se sentía orgulloso de ser un Alfonso.


¿Quién era él? El hijo de un monstruo que no se atrevía a examinarse en profundidad por miedo a lo que pudiera descubrir, que no se atrevía a tener una relación en la que intervinieran los sentimientos. AE era su amante, su razón de ser, y haría todo lo que estuviera en su mano para reclamar lo que legítimamente le correspondía.


Si conseguía convencer a Paula de que volviera con él, su tío lo nombraría presidente y, después de haberse asegurado el puesto, ya no tendría necesidad de su hermosa y voluble esposa.







VOTOS DE AMOR: CAPITULO 3





–El puesto de presidente de AE siempre ha pasado al hijo mayor de la siguiente generación familiar. ¡Tengo derecho a él por nacimiento, maldita sea!


Pedro deambulaba furioso por el despacho de su tío, en la oficina central de AE, en Roma, como un tigre enjaulado. 


Miró a su tío, Alejandro, tranquilamente sentado a su escritorio.


–Si hubiera sido un año mayor cuando mi padre murió, hace diez años que sería presidente, pero, como tenía diecisiete, las normas de la empresa dictaban que el cargo pasara al siguiente varón que fuera mayor de edad, en este caso, tú, el hermano de mi padre. Pero ahora que quieres jubilarte, la presidencia me corresponde. Mi intención es unir el puesto de presidente con el de consejero delegado, como hizo mi padre.


Alejandro carraspeó.


–Muchos miembros de la junta directiva creen que ambos cargos debieran estar separados. Un presidente independiente defenderá mejor los intereses de los accionistas y dejará libre al consejero delegado para concentrarse en la dirección de la empresa, cosa que tú haces extremadamente bien, Pedro.


–Los beneficios han aumentado año tras año desde que soy el consejero delegado, pero a veces tengo la sensación de que trabajo sin el apoyo de la junta directiva.


Pedro era incapaz de ocultar su enojo.


–Nos preocupa que, en tu intento de que la empresa se expanda, te olvides de la ética y la moral que son la espina dorsal de AE desde que tu tatarabuelo la fundó, hace casi un siglo.


Pedro golpeó el escritorio con las manos.


–No me he olvidado de nada. Llevo viviendo en esta empresa desde niño con la esperanza de llegar a ser, algún día, su responsable absoluto. ¿En qué sentido he olvidado la ética de la empresa?


En vez de responder, Alejandro miró una revista del corazón que había en el escritorio. En la portada aparecía una foto de su sobrino con una famosa modelo italiana, muy ligera de ropa, saliendo de un casino.


Pedro se encogió de hombros al mirar la foto, que se había tomado una semana antes. Recordaba esa noche únicamente porque era cuando había vuelto a Roma desde Londres, después de recibir la inesperada visita de Paula. 


Estaba de muy mal humor. Se le había quedado fijada en la mente la imagen de ella saliendo y subiéndose a un taxi sin mirar atrás.


Lia, la modelo, llevaba semanas llamándolo por teléfono desde que se habían conocido en un acto social que él no recordaba. Y esa noche accedió a cenar con ella para olvidarse de Paula. Ir al casino había sido idea de Lia, y sospechaba que había avisado a los paparazzi porque sabía que una foto con uno de los hombres de negocios más ricos de Italia impulsaría su carrera de modelo.


–Esta no es la imagen de la empresa que deseamos dar al mundo. El público debe considerar que somos una compañía que transmite excelencia, fiabilidad y honradez. ¿Cómo va a hacerlo cuando su consejero delegado lleva una vida de playboy a pesar de estar casado?


–Mi vida privada no tiene nada que ver con mi capacidad para dirigir la empresa. A los accionistas solo les interesan los beneficios, no mis asuntos personales.


–Por desgracia, eso no es cierto, sobre todo cuando pareces tener tantas aventuras.


–Ya sabes cuánto le gusta a la prensa exagerar. Si están pensando seriamente en no nombrarme presidente, ¿a quién piensas nombrar?


–A Mauro, el hijo de mi hermana. Como no tengo un hijo varón –prosiguió Alejandro cuando se dio cuenta de que Pedro, atónito, no iba a responderle– creo que Mauro tiene muchas cualidades que lo hacen adecuado para el cargo de presidente, además de estar felizmente casado y de que no es probable que se le fotografíe saliendo del casino con una botella de whisky en una mano y una mujer medio desnuda en la otra.


–Mauro no tiene carácter. El puesto de presidente le viene grande –afirmó Pedro con dureza.


Él era la persona más adecuada para ostentar ambos cargos. AE era más que un negocio: era su vida, su identidad.


Después de haber presenciado la muerte de su padre y de su madrastra a los diecisiete años, se había centrado en la empresa para evitar pensar en aquella tragedia. Llevaba diez años soñando con el día en que tendría el control absoluto de la empresa, pero existía el peligro de que su destino le fuera arrebatado de las manos.


–Si mi imagen es el único problema que la junta directiva y tú tenéis conmigo, la cambiaré. Me recluiré en casa; viviré como un ermitaño, si es necesario, para que me nombres tu sucesor.


–No espero nada tan drástico, Pedro. Solo te pido que los detalles de tu vida amorosa no aparezcan en los medios. Te sugiero que retomes tu matrimonio, que demuestres que puedes hacer honor al compromiso que aceptaste al casarte, y tal vez me convenzas de que puedo cederte el control de la empresa.


–Eso suena a soborno.


–Me da igual. La responsabilidad de nombrar al próximo presidente recae únicamente en mí y, a no ser que vea que cambias de vida para que refleje los valores de AE, no tendré la certeza de que eres el hombre adecuado para el puesto.






VOTOS DE AMOR: CAPITULO 2





El sol que entraba por la ventana añadía reflejos dorados en el cabello de Paula. Pedro la examinó tratando de ser objetivo.


Su ropa era de diseño. Los ajustados vaqueros realzaban sus largas piernas y la camiseta moldeaba sus firmes senos.


La única joya que lucía era una cadena de oro. Frunció los labios al mirarle las manos y recordar la alianza matrimonial y el anillo de compromiso que ella había dejado en la casa cuando lo había abandonado.


Físicamente, apenas había cambiado en dos años. Su rostro era tan hermoso como lo recordaba, y sus ojos castaños eran claros e inteligentes. Llevaba el rubio cabello atractivamente despeinado.


La miró a los ojos y se sorprendió al ver que ella le devolvía la mirada con calma y seguridad, cuando en otro tiempo la hubiera apartado y se hubiera sonrojado. Había algo muy atractivo en una mujer segura de sí misma, por lo que Pedro sintió una punzada de deseo en la entrepierna, al tiempo que lo irritaba que hubiera ganado esa confianza en sí misma después de haberlo abandonado.


–No soy el único que aparece en la prensa. El éxito de las Stone Ladies ha sido meteórico y habéis ganado un montón de premios. ¿Qué se siente al ser una estrella?


–Francamente, me parece irreal. En dos años, hemos pasado de tocar en pubs a hacerlo en estadios, ante miles de personas. El éxito es estupendo, desde luego, pero me resulta difícil enfrentarme al interés de los medios por mi vida privada.


–Sobre todo porque a los paparazzi les fascina tu relación con uno de los miembros masculinos del grupo –observó él en tono sardónico–. Supongo que la compañía discográfica quiere que proyectéis una imagen impoluta de cara a vuestros admiradores adolescentes y, por eso, los medios no mencionan que estás casada.


–Ya les he explicado que Ryan solo es un amigo. Nos criamos juntos. Él, Benja y Carla, los otros dos miembros del grupo, son como mi familia. Nunca entendiste lo importante que son para mí y sé que no te gustaba que fueran mis amigos, pero la verdad es que, cuanto más te alejabas de mí, más necesitaba estar con gente que me quisiera y en la que pudiera confiar.


–Nunca te di motivos para que no te fiaras de mí.


–No me refiero a que sospechara que veías a otras mujeres a mi espaldas –Paula pensó que, si le hubiera sido infiel, le habría sido más fácil entenderlo. Se hubiera sentido herida, pero habría entendido que había cometido un error al casarse con un playboy, y lo hubiera superado.


Miró su hermoso rostro. Había escrito canciones sobre el amor a primera vista, pero sin creer que fuera posible… hasta que conoció a Pedro.


Cuando entró a toda prisa en su despacho el primer día de su nuevo trabajo, sus ojos se encontraron con la mirada azul cobalto de él y fue como si se hubiera producido un cataclismo. Había esperado que el consejero delegado fuera mayor, con poco pelo y algo de estómago, pero Pedro era la perfección masculina personificada, con el aspecto de un actor de cine y la imponente presencia de un líder mundial.


Se había sentido intimidada, pero él le sonrió y ella se sintió invadida por un deseo que sabía que solo él podría satisfacer.


Pedro la miró. Tenía un aspecto fantástico. ¿Tendría un amante? Le resultaba difícil creer que, hermosa y sensual como era, llevara dos años viviendo como una monja.


Había visto su fotografía en carteles por todo Londres que anunciaban el nuevo álbum del grupo. Era la fantasía de cualquier hombre, pero él no necesitaba fantasías cuando recordaba cómo hacían el amor.


Esos recuerdos lo excitaron aún más.


A Paula se le puso la carne de gallina al ver el brillo de sus ojos. Darse cuenta que todavía la deseaba la llenó de pánico y de excitación a la vez. Apartó la mirada y dio un paso hacia la mesita de centro para dejar la taza en la bandeja, pero el tacón se le enredó con el borde de la alfombra y dio un traspiés. Inmediatamente, Pedro la agarró.


–Gracias –susurró con voz ronca. Tenía la garganta seca. El sentido común le indicaba que debía apartarse de él, pero parecía haber perdido el control de su cuerpo, y su mente voló hasta la primera vez que él la había besado.


La había llevado en coche a su casa. Su puesto de secretaria en la empresa implicaba que las conversaciones entre ambos fueran siempre de carácter laboral, por lo que ella había supuesto que él apenas se habría fijado en ella. Cuando, mientras atravesaban la ciudad, él le pidió que le hablara de ella se aterrorizó, pero, como era su jefe, le contó los detalles de su vida, muy poco interesante.


Cuando él aparcó frente a su casa, se volvió hacia ella y le dijo:
–Eres un encanto –y la besó en los labios.


El cuerpo de ella reaccionó al instante, como si él hubiera apretado un botón que hubiera despertado su sensualidad, hasta entonces latente. Pedro la había besado como ella imaginaba que un hombre besaría a una mujer, como había soñado que la besarían.


Respondió a sus apasionadas exigencias con un ardor que lo hizo gemir.


–Pronto serás mía, Paula.


–¿Cuándo?


Habían pasado tres años de aquello, pero Paula seguía atrapada por el magnetismo sexual de Pedro y se sentía como la tímida secretaria que había sido, a la que había besado el hombre más excitante que había conocido.


–¿Por qué me abandonaste? –preguntó él con voz dura–. Ni siquiera tuviste la decencia de decírmelo a la cara, sino que me dejaste una nota insultante en la que decías que habías decidido que pusiéramos fin a nuestra relación.


Paula tragó saliva, incapaz de pensar con sus labios tan cerca de los suyos. Deseaba acariciarle la nuca y empujársela para que bajara la cabeza y la besara.


–¿Por qué te casaste conmigo? –contraatacó ella–. Me lo he preguntado muchas veces. ¿Fue porque estaba embarazada? Creía que nuestra relación se basaba en algo más que en la atracción sexual, pero te distanciaste de mí después del aborto. No podía acercarme a ti, no querías hablar de lo sucedido. Tu frialdad me indicaba que no deseabas que fuera tu esposa.


El dolor que reflejaban los ojos de Paula hizo que Pedro se sintiera culpable. Sabía que no le había proporcionado el apoyo que necesitaba después de perder al bebé. Pero le había sido imposible hablar de ello y había reaccionado como hacía siempre, ocultando sus emociones y centrándose en el trabajo. No podía culparla por haberse volcado en sus amigos, pero sentía celos de ellos, sobre todo del cariño de Paula por Ryan Fellows, el guitarrista del grupo.


La idea de que fueran amantes lo había corroído por dentro. 


Paula lo había acusado de que no le gustaba que se relacionara con sus amigos, y era verdad. No podía controlar el sentirse posesivo, lo cual lo asustaba, ya que creía haber heredado los peligrosos celos de su padre.


–Hace tres años fuimos amantes. El fin de semana que pasamos en mi piso de Roma fue divertido, pero… –se encogió de hombros–. No deseaba tener una relación larga y creí que lo entenderías.


Cuando, al poco de volver a Londres, le dijo que habían terminado, se convenció de que era lo mejor antes de que las cosas se le fueran de las manos. Paula debía entender que expresiones como «a largo plazo» o palabras como «compromiso» no estaban en su diccionario.


–Pero el destino nos tenía preparada una jugada inesperada. Cuando me dijiste que estabas embarazada, no pude consentir que mi hijo fuera ilegítimo. Casarse era la única alternativa. Era mi deber.


Paula se estremeció. «Deber» era una fea palabra, que le produjo un sabor amargo. Había contado a Pedro que estaba embarazada porque creyó que tenía derecho a saberlo, y se había quedado asombrada cuando él el pidió que se casaran.


Al fin y al cabo, estaban en el siglo XX, y ser madre soltera ya no era inusual ni vergonzoso. Creyó que sentía algo por ella, pero se había engañado.


–Al principio estábamos bien –le recordó.


–No lo niego. Íbamos a ser padres y, por el bien de nuestro hijo, era importante que hubiera entre nosotros una relación amistosa, además de nuestra buena compatibilidad sexual.


Ella se tragó el nudo que se le había formado en la garganta.


 ¿Había tratado Pedro simplemente de establecer una relación amistosa al llenar la casa de rosas amarillas después de saber que eran sus preferidas? ¿Se había imaginado ella la intimidad que aumentó entre ambos, día tras día, mientras estaban en viaje de novios en las islas Seychelles?


¡Qué estúpida había sido al creer que, pese a su frialdad, todavía existía la posibilidad de volver a estar juntos!


Consiguió controlarse y esbozó una fría sonrisa.


–En ese caso, no tenemos nada más que decirnos. Esperaré a que tu abogado me mande la petición de divorcio. Creo que el proceso será rápido, ya que se trata de un divorcio de mutuo acuerdo.


–Le he dicho a mi abogado que te ofrezca un arreglo financiero –Pedro frunció el ceño cuando ella negó con la cabeza–. No entiendo por qué te empeñaste en firmar un acuerdo prematrimonial que te dejaba sin nada.


–Porque no quiero nada de ti –respondió ella con fiereza–. Gano mucho dinero, pero, aunque no fuera así, no aceptaría tu ayuda.


–Ya veo que no has perdido tus deseos de independencia. Eres la única mujer que conozco que se molestaba cuando le hacía regalos.


No quería sus regalos, sino algo que no había sido capaz de darle: su amor, su corazón a cambio del de ella, un matrimonio que fuera una verdadera unión.


¿Existía algo así? No lo había visto en el caso de sus padres. Tal vez lo de vivir felices y comer perdices solo existiera en los cuentos de hadas.


Tenía que marcharse de allí inmediatamente, antes de venirse abajo. Nunca había estado tan agradecida como en aquel momento por la ilusión de suprema seguridad que le había proporcionado actuar con el grupo.


–Le diré a mi abogado que rechace toda oferta económica de tu parte.


Él masculló un juramento.


–¡Maldita sea, Paula! Tienes derecho a una pensión. La industria musical no es estable, y nadie sabe lo que te deparará el futuro.


–Ya no hay motivo alguno por el que debas sentirte responsable de mí –respondió ella en tono cortante.


El sonido del teléfono móvil dentro del bolso fue una grata distracción. Ella comprobó quién llamaba y lanzó una mirada de disculpa a Pedro.


–¿Te importa que conteste? Es Carla, probablemente para recordarme que hemos quedado en ir de compras esta tarde.


Después de haber hablado con su amiga, el móvil volvió a sonar.Paula supuso que volvería a ser Carla, pero se sobresaltó al reconocer la voz de quien llamaba.


–Hola, Paula. Soy tu querido David. ¿Recuerdas que escribiste «para mi querido David» cuando me firmaste el autógrafo? Sé que estás en Londres y me gustaría que cenáramos juntos.


–¿Cómo has conseguido este número? –le espetó Paula.


Se arrepintió inmediatamente de haberle hablado, ya que la policía le había aconsejado que no perdiera la calma ni demostrara emoción alguna ni se pusiera a conversar con el hombre que llevaba dos meses acosándola. Pero se había aterrorizado al oír su voz.


¿Sabría dónde se hallaba exactamente en Londres? Era poco probable que la hubiera seguido hasta allí. Pero ¿cómo demonios tenía el número de su móvil?


Cortó la llamada sin añadir nada más y comprobó el número desde el que la había llamado. Estaba oculto. Guardó el teléfono en el bolso.


–¿Qué pasa?


Pedro la miraba con curiosidad, sin darse cuenta de su inquietud.


–Nada –no había razón alguna para mezclarlo en aquello. Cambiaría el número del móvil.


Pedro frunció el ceño.


–Por tu reacción se diría que pasa algo. Al contestar, parecías preocupada –la agarró del brazo para impedir que se marchara–. ¿Tienes problemas con quienquiera que sea el que te ha llamado?


–No, me estaban gastando una broma –mintió ella.


Tuvo la tentación de hablarle de David, de ese admirador que estaba obsesionado con ella. Pero la policía estaba informada y todo estaba bajo control.


En cuestión de semanas, estarían divorciados y lo más probable era que no volvieran a verse. Tiró del brazo para soltarse de su mano y se dirigió a la puerta de entrada casi corriendo.


–Adiós, Pedro. Espero que algún día conozcas a alguien que te ofrezca lo que buscas.