lunes, 8 de junio de 2015
EL HIJO OCULTO: CAPITULO 32
Cuando se volvió para marcharse, se encontró con que Pedro estaba en la puerta.
Estaba encorvado y miraba al suelo. Llevaba una toalla en la cintura y parecía un hombre cargando con todo el peso del mundo.
—¿Estás bien? —preguntó ella.
Pedro levantó la vista al oír la voz de Paula.
Al despertarse se había girado buscando a Paula, pero no la encontró en la cama. Al sentarse y ver que tampoco estaba su ropa, le entró el pánico. Saltó de la cama y miró en el baño. Se puso una toalla y regresó a la habitación. La llamó y esperó en silencio a que contestaran. Nada. Se había marchado...
Amaba a Paula, y siempre la había amado. Ninguna mujer lo había hecho sentirse como ella, y no podía soportar la idea de perderla otra vez.
—Paula, estás aquí... Tenía miedo de que te hubieras marchado —dijo él.
—¿Por qué has pensado tal cosa? Por supuesto que estoy aquí. Nos casamos ayer, ¿recuerdas?—dijo ella, preocupándose al ver que él se tambaleaba hasta el sofá y se cubría el rostro con las manos—. Nunca has estado asustado en tu vida —dijo ella, y se acercó a él—. ¿Ha ocurrido algo? ¿Tu padre o Benjamin?
—No, nada de eso —dijo él, y la agarró de la mano. Ella trató de soltarse—. No... Por favor. Paula, deja que te explique.
Él parecía tan vulnerable... Ya no era el hombre arrogante al que ella estaba acostumbrada.
Tiró de ella para que se sentara a su lado.
—Ha de ser algo importante, Pedro. Quiero ir a ver a Benjamin pronto.
—Nada más despertarme me volví para abrazarte y no estabas. Miré en el baño, y me fijé en que tampoco estaba tu ropa entonces, pensé que te habías marchado otra vez... Te quiero.
Pedro había dicho que la quería, algo que ella había anhelado oír desde hacía mucho tiempo. No podía creerlo.
Lo miró y le dijo:
—Te he querido desde el primer momento en que te vi, Paula, pero me equivoqué y di tu amor por sentado, sin darte nada a cambio.
—No es cierto. Me regalaste muchas joyas.
—Exacto, algo que no me costaba nada y que como bien dijiste era sórdido. Pero yo nunca lo vi así. Sólo tenía que mirarte para desearte. Los meses que estuvimos juntos fueron los más felices de mi vida, hasta que pasó la tragedia y no supe manejarla. Sólo pensaba en mí mismo, y no en cómo te sentías tú. Pero nunca pensé en dejarte. Mi padre tuvo un ataque al corazón.
—Lo sé... Marcus me lo dijo —murmuró ella.
—Sí, bueno... No se puede usar el móvil en cuidados intensivos, así que se lo di a Christina y le pedí que te llamara para decirte que me retrasaría.
—Ella no me llamó. La llamé yo —dijo Paula—. Fue muy amable y me dijo que estaba acostumbrada a deshacerse de tus mujeres. Dijo que le habías dicho que me informara de que no ibas a regresar y me aconsejó que me marchara.
—¿Qué? Ella no se ha deshecho de una mujer por mí en su vida. La despedí hace cuatro años, cuando me di cuenta de que quería ser algo más que mi secretaria. Y nunca le pedí que te dijera que te fueras, ella me dijo que tú querías marcharte.
—Hablar del pasado no tiene sentido —dijo Paula—. Seamos sinceros, podrías haberme encontrado si hubieras querido. Marcus me dijo que querías casarte conmigo, pero ambos sabemos que no era por amor, sino por el bebé, igual que ahora.
—Me lo merezco, pero no es la verdad. No te busqué porque era un cobarde. Cuando regresé al apartamento y no estabas, me dije que era lo mejor porque así no tenía que enfrentarme a lo que sentía en realidad. También me sentía culpable porque habías perdido al bebé.
—¿Culpable? ¿Por qué?
—Por primera vez en mi vida adulta me entró pánico cuando me dijiste que estabas embarazada. Cuando superé el susto, supe que quería casarme contigo, pero me avergüenza decir que no tenía prisa en decírtelo. Entonces, cuando llegué al hospital y me dijeron que habías perdido al bebé, también me hicieron una advertencia. El médico me dijo que había visto moratones en tus piernas y en otras partes del cuerpo y que sería buena idea moderar el tema del sexo, sobre todo si te quedabas embarazada otra vez. Me dejaron pasar y entré a verte muy disgustado conmigo mismo y sintiéndome muy culpable. Yo podía haber causado que perdieras el bebé.
—El doctor no debió decirte eso. La manera en que hacíamos el amor no era asunto suyo, y yo disfrutaba de cada minuto. No fue culpa tuya que yo perdiera el bebé.
—Puede que no, pero, sumado a la intervención de Christina, me daba otra excusa para no intentar encontrarte. Porque, si te soy sincero, para mí también era un alivio. Siempre me gusta tener el control, y lo que sentía por ti me aterraba. Nuestra relación era la más larga que había tenido nunca. Sólo tenía que pensar en ti para desearte. Me encantaba todo acerca de ti, tu sonrisa y tu mente ágil. Tus muestras de amor. Haría cualquier cosa por volver a oírlas.
Paula sonrió, pero él no estaba convencido de que lo creyera.
—Esta mañana me ha entrado el pánico por segunda vez, cuando desperté y no estabas. Pero esta vez por un motivo diferente —la sujetó de los brazos—. Porque por fin he admitido ante mí mismo que te quiero, Paula. No soportaría la idea de perderte, no podría aguantar ese dolor otra vez.
La soltó y le sujetó el rostro, mirándola fijamente.
—Tienes que creerme, Paula. Te quiero. No he mirado a ninguna otra mujer desde hace años, cuando te marchaste.
—Eso me cuesta creerlo —murmuró ella.
—Es completamente cierto, lo prometo, pero sé que no confías en mí. ¿Cómo ibas a hacerlo después de mi manera de comportarme? Cuando te vi en la embajada, decidí que te iba a recuperar. Podía haber aplastado a Gladstone cuando te besó.
—Eso es todo lo que he hecho con Julian.
—Gracias. El día que descubrí lo de Benjamin estaba muy enfadado, pero era culpa mía porque había pasado cinco años negando lo que sentía. No pude resistir a hacerte el amor esa misma noche. Paula, sé que no te merezco y no te estoy pidiendo que me quieras, sólo que te quedes conmigo y permitas que te quiera y que cuide de ti. Por favor, dame otra oportunidad.
Paula le acarició el cabello.
—He dicho que mi padre era tonto por haber cumplido la promesa que le hizo a mi madre. Ahora sé cómo se siente. Te quiero, te adoro, y soy un gran idiota por haber sido tan cobarde y no admitirlo antes. Y si la respuesta es no —le apretó los hombros—. Os dejaré marchar. Podréis regresar a Inglaterra y yo iré a visitar a Benjamin.
Paula respiró hondo y dijo con sinceridad:
—No hará falta. Te quiero, Pedro, y siempre te he querido. Si te acuerdas, solía decírtelo a menudo. Era demasiado ingenua como para ocultarlo. No ha cambiado nada. Te quiero y siempre te querré...
—Si supieras cómo anhelaba oír esas palabras otra vez —murmuró Pedro, y la besó de forma apasionada.
Momentos más tarde, se apartó y dijo:
—Soy el hombre más feliz del mundo. ¿Recuerdas que una vez me regalaste un corazón de oro? Lo he guardado durante todos estos años. Es mi amuleto de la suerte y siempre me da esperanza.
—Claro que me acuerdo. Lo he visto en tu escritorio y me ha dado esperanzas ver que lo guardabas. —él sonrió y la besó en la frente.
—Ahora me has entregado tu corazón de verdad, y te estaré eternamente agradecido. Te querré hasta el final.
La besó de nuevo.
Al cabo de un momento, Paula estaba bajo su cuerpo.
Ambos estaban desnudos y Pedro la miraba con una sonrisa. Hicieron el amor despacio, acariciándose, suspirando y murmurando palabras de amor y deseo. Y finalmente, cuando la pasión alcanzó su punto álgido, Pedro la penetró de nuevo provocando que llegaran juntos al éxtasis.
—¿Qué te pasa con los sofás? —bromeó Paula cuando recuperó la respiración. Le acarició la mejilla y lo rodeó con los brazos por el cuello.
Pedro la besó en los labios.
—El lugar no importa. Lo único que cuenta es que estoy contigo, Paula, la mujer que amo de verdad, y a quien siempre amaré.
domingo, 7 de junio de 2015
EL HIJO OCULTO: CAPITULO 31
Paula miró a Pedro con humor.
—Nunca imaginé que fueras tan romántico como para poner pétalos de rosa.
Ella negó con la cabeza y él recordó que tenía que pedirle a Caro que guardara el secreto.
—No lo soy, pero por ti... —le quitó el abrigo.
Después, le desabrochó el vestido y lo dejó caer al suelo.
Hizo lo mismo con su ropa interior y se arrodilló para quitársela. Cuando se puso en pie, la miró a los ojos.
—Paula, mi bella esposa.
La besó en los labios y le acarició el cabello. Sujetándola por la cintura, la besó de nuevo y la tomó en brazos para tumbarla en la cama entre los pétalos.
—Nunca había visto algo tan perfecto como tú —le dijo mientras se quitaba la ropa y se tumbaba a su lado—. Eres exquisita, Paula. Y por fin eres mía... Mi esposa.
Le acarició el cuerpo hasta llegar a sus pechos y comenzó a juguetear con los pezones.
—Ummm —dijo ella, mientras él la excitaba con sus caricias.
Pedro la besó de manera apasionada y después le mordisqueó los pechos hasta que ella gimió de placer. Pedro llevó la mano a su entrepierna y comenzó a acariciarle el punto más sensible de su cuerpo ella lo abrazó mientras él se movía entre sus piernas, separándoselas.
Entonces, se colocó sobre ella y la penetró despacio.
Paula arqueó la espalda agarrándose a sus hombros. Él la sujetó por las nalgas, y la levantó un poco, provocándole más placer con cada Movimiento. Unos rápidos, otros despacio, girándose, parándose y penetrándola de nuevo.
Temblando, ella lo miró a los ojos y tensó la musculatura del interior del cuerpo Pedro gimió y empujó de nuevo con decisión. Paula gimió cuando su cuerpo comenzó a convulsionarse hasta llegar al clímax y notó que Pedro se ponía tenso un instante antes de dejarse llevar y acompañarla al éxtasis.
Finalmente, se desplomó sobre ella y apoyó la cabeza sobre el cabello que Paula tenía extendido sobre la almohada.
Sin dejar de temblar, Paula colocó su brazo sobre la espalda de Pedro, abrazándolo, amándolo. Notó que se movía para tumbarse sobre la espalda, pero no abrió los ojos.
Más tarde, él le acarició el vientre y la giró para estrecharla contra su miembro erecto.
—Ahora eres mi esposa —murmuró Pedro—. Pero para estar seguro... —la besó en el cuello y le mordisqueó el lóbulo de la oreja, y la magia comenzó de nuevo... Una y otra vez, mientras redescubrían la pasión que habían compartido en el pasado hasta quedar agotados.
Paula abrió los ojos y miró a su alrededor. Pedro estaba a su lado totalmente dormido. Ella se incorporó sobre un codo y lo miró. Era su marido. Se fijó en su torso y sonrió al ver un pétalo sobre su vientre. La sábana que cubría su cintura ocultaba el resto de su cuerpo. Ella estuvo a punto de retirarle el pétalo, pero se detuvo.
Pedro había estado despierto durante las últimas cuarenta y ocho horas o más. Necesitaba descansar. Se levantó de la cama, recogió la ropa del suelo y se dirigió al baño para asearse un poco. Se vistió y salió de la habitación. Tras recorrer la casa entró en la única habitación que le faltaba.
Había un gran escritorio con dos ordenadores y una gran silla. En medio de la mesa había una caja abierta que contenía la alianza de oro que ella le había regalado por su treinta cumpleaños, Pedro había guardado el regalo. Era la primera muestra de que realmente ella le importaba, aparte de su dedicación a la hora de hacerle el amor. Quizá nunca la amara, pero con Benjamin y a lo mejor otros hijos, el matrimonio podía ser un éxito. Quizá ella no fuera tremendamente feliz, pero estaría satisfecha.
EL HIJO OCULTO: CAPITULO 30
Paula permaneció quieta al lado de Pedro, junto a la cama del hospital donde estaba su padre. El hombre estaba incorporado sobre varias almohadas y le brillaban los ojos.
Ella miró a su alrededor. El escenario era surrealista.
Monitores pitando, y un empleado público hablando al otro lado de la cama. Ella no tenía ni idea de qué estaba diciendo.
Afortunadamente, la ceremonia fue muy breve. Caro y su marido, Theo, eran los testigos y, sorprendentemente, también el doctor Marcus. Ella observó mientras Pedro firmaba los documentos necesarios y agarró el bolígrafo para firmar donde él le indicaba. Después, Pedro la tomó entre sus brazos y la besó. Ella lo miró con el corazón acelerado y oyó que alguien descorchaba el champán.
Se llenaron las copas y se brindó por los novios. Caro ayudó a su padre a beber un sorbo y, después, el médico los echó a todos de la habitación.
Paula miró al hombre que se había convertido en su marido cuando él la agarró del codo y la guió hasta el pasillo. Su aspecto era frío y controlado como siempre y parecía que acabara de firmar otro exitoso acuerdo de negocios. En el hospital habían preparado una sala para la fiesta y ella pestañeó al ver que Pedro la acompañaba hasta una habitación en la que había unas veinte personas o más. Pedro la presentó, pero ella estaba demasiado nerviosa como para recordar los nombres.
Se abrieron más botellas de champán y la gente brindó y pronunció discursos. Finalmente, Pedro la dejó sola un momento para hablar con unas personas. Paula se alegró de tener un momento para sí.
Pero no le duró mucho tiempo. El doctor Marcus se acercó a ella con una copa de champán en la mano y con aspecto achispado.
—¡Paula, querida! Estás preciosa. Me alegré mucho al oír lo de tu bebé milagro, y ahora esto —movió el brazo para indicar lo que pasaba en la habitación—. Ha hecho falta mucho tiempo, pero finalmente, Pedro te ha convencido para que te cases con él y me alegro por vosotros. Recuerdo la noche que te llevaron al hospital. Pedro y yo habíamos cenado juntos. Es un hombre que no expresa sus emociones, pero se notaba que estaba emocionado por lo del bebé, y me dijo que iba a casarse contigo. Me dejó en casa, y cuando llegó a la suya, se enteró de la tragedia —bebió un sorbo de champán.
Paula empalideció al oír sus palabras. Marcus no tenía motivo para mentir.
—Pedro estaba destrozado cuando llegó al hospital y le dieron la noticia. Tardó tiempo en superarlo. No le ayudó que ese mismo fin de semana su padre tuviera su primer ataque al corazón, el día después de su cumpleaños. Él estaba en el mismo hospital que ahora, con Pedro a su lado durante cuarenta y ocho horas. Pedro pensó que te había perdido cuando por fin regresó a Londres, pero el destino es impredecible. Te ha encontrado otra vez y por fin se ha casado contigo. Así era como debía ser. No se puede negar el destino mucho tiempo. Y sé que seréis muy felices.
Una sorpresa tras otra. Enterarse de que Pedro iba a casarse con ella y que no la había abandonado a propósito.
Antes de que ella pudiera responder, Pedro apareció y la rodeó con un brazo por la cintura.
—¿Qué le estás diciendo a mi esposa, Marcus? —preguntó Pedro.
—Estoy dándole la enhorabuena, por supuesto.
—¿Estás bien? —preguntó Pedro mientras alguien se ponía a hablar con Marcus—. He visto que te ponías muy pálida. ¿Te ha ofendido Marcus con algo de lo que te ha dicho?
—No, no me ha ofendido —pero le había hecho cuestionarse si cinco años antes había cometido el error más grande de su vida. Miró a Pedro a los ojos. Según Marcus, aquel hombre atractivo que ella pensaba que había amado había querido casarse con ella mucho tiempo atrás. El hombre al que aún amaba...
—Paula, estás muy callada.
Ella levantó la mano y la colocó sobre su pecho. Se fijó en el brillo de su alianza de oro. Él colocó la mano sobre la de Paula y ella sonrió. Notó que a él se le aceleraba el corazón y estuvo a punto de reírse al pensar en el ridículo plan de no mantener relaciones sexuales con él.
—Pensaba en... —estuvo a punto de decirle que lo quería—. Pensaba en lo contento que debe de estar tu padre —rectificó.
Pedro percibió su tensión y vio que dejaba de sonreír. Supo que lo que iba a decir nada tenía que ver con su padre. La sujetó por la cintura con más fuerza y comentó:
—Es hora de irnos.
Paula miró a su alrededor.
—Si tú lo dices... Pero ¿y toda esta gente?
—Pueden cuidar de sí mismos. En estas circunstancias nadie espera una gran fiesta.
Se despidieron y avisaron de que pasarían la noche fuera.
También le dijeron a Caro que lo llamaran si lo necesitaban.
—Un momento —dijo ella cuando llegaron al exterior—. ¿qué quieres decir con que pasaremos la noche fuera?
Los hijos de Caro y Benja estaban en casa de los Alfonso con Maria.
—Tengo que ir a buscar a Benja.
—No. Estará muy bien cuidado —dijo él.
—¡Pero nunca lo he dejado solo por la noche!
—Entonces, ya era hora de que lo hicieras —dijo Pedro y abrió la puerta del coche para que subiera—. Acabamos de casarnos, ¿recuerdas? —se mofó—. Por mucho que quiera a Benja, no pienso pasar mi noche de bodas con él.
—Me echará de menos. Además, no tengo ropa.
—No lo hará... Y no necesitas ropa —Pedro sonrió—. Por cierto, me encanta tu vestido.
Enseguida, llegaron a su destino.
—¿Dónde estamos? —Paula se volvió hacia Pedro—. Estamos en el centro de Atenas. Ésa es la acrópolis.
—Esta noche nos quedaremos en mi apartamento —le dijo él, entrando en un edificio—. Cuando mi padre esté fuera de peligro, te llevaré a hacer turismo.
—Eso me encantará —sonrió ella una vez dentro del ascensor.
Al salir, Pedro abrió la puerta de su casa y tomó a Paula en brazos.
—¿Qué haces? —Paula lo rodeó por el cuello—. ¿Estás loco? ¡Bájame!
—Loco por ti, Paula —cerró la puerta con el pie y la llevó hasta el dormitorio.
—Oh, cielos, ¡pétalos de rosa! —murmuró Paula, y Pedro estuvo a punto de perder el control cuando ella lo besó en la oreja.
Él miró a su alrededor preguntándose de qué estaba hablando y vio que su cama estaba cubierta de pétalos de rosa. Sin duda, un detalle de Caro, pero él no iba a perder la oportunidad.
—Especialmente para ti —le dijo. Y la dejó en el suelo. El roce de sus cuerpos al ponerla de pie fue pura agonía.
EL HIJO OCULTO: CAPITULO 29
Paula bajó por la escalera y vio que la casa estaba en silencio. Benjamin se había quedado dormido enseguida.
Eran las diez y media, pero ella estaba demasiado nerviosa como para irse a la cama. Recordaba haber visto un televisor en el salón, pero no recordaba qué habitación era.
Abrió una puerta y vio que era el comedor. La cerró y abrió la siguiente. Una lámpara de pie era la única iluminación que había y cuando entró, se dio cuenta de que era el estudio.
—Pasa y tómate algo conmigo —dijo una voz.
Ella vio a Pedro tumbado en un sofá de cuero negro y con una copa en la mano.
—Me vendrá bien la compañía.
—No. Yo... ¿estás bien? —preguntó, preocupada porque parecía borracho.
—No lo sé. Mañana te lo diré.
Paula se sentía muy mal. Había estado tan centrada en sí misma que nunca se había planteado lo preocupado que debía de estar Pedro por su padre.
—No sabía que habías regresado —murmuró ella, deteniéndose frente a él. Se había aflojado la corbata y tenía la camisa medio abierta. Su aspecto era arrogante y sexy, pero parecía muy solo...
Se sentó a su lado.
—¿Pedro? —él levantó la cabeza para mirarla—. Sé cómo te sientes, pero beber no te ayudará.
—No puedes saber cómo me siento —dijo él, terminándose el whisky que tenía en la mano. Dejó la copa sobre la mesa y se tumbó de nuevo.
—Pero lo sé —colocó la mano sobre su antebrazo—. Cuando mis padres tuvieron el accidente, mi madre murió en el acto y yo no tuve la oportunidad de decirle que la quería. Mi padre vivió una semana y, aunque fue muy duro ver cómo se moría, tuve la oportunidad de decirle lo mucho que lo quería. Con suerte, tu padre vivirá varios años más, pero, si no, todavía está aquí. Sé que lo quieres, así que en lugar de maldecirlo, deberías decírselo.
—¡Ah, Paula! —dijo Pedro, y la rodeó por los hombros para atraerla hacia sí. Ella era tan sensible que casi le daba pena lo que estaba a punto de hacer—. Te agradezco tu preocupación, pero no es necesario —le acarició la mejilla y después colocó la mano sobre su esternón. Vio que ella suspiraba y se controló para no besarla y tomar lo que sabía era para él. Ya lo había hecho el viernes y ella había salido huyendo. No podía arriesgarse otra vez. Todo estaba saliendo bien y el tiempo era crucial. Podría esperar otro día...—. Mi comentario era de admiración hacia mi padre, no de maldición. Él sabe lo que siento por él. Cuando se divorció de su cuarta esposa, limamos todas nuestras asperezas. Él me explicó por qué se había casado tantas veces. Era porque amaba a mi madre. Ella era su compañera del alma. Pero cuando ella se enteró de que estaba en fase terminal, le hizo prometer que él se casaría de nuevo y que no se convertiría en el tipo de hombre que no respetaba a las mujeres y se acostaba con varias. Probablemente porque él era así antes de conocerla. Mi padre mantuvo la promesa, el viejo tonto, y las únicas mujeres con las que ha tenido relaciones sexuales después de la muerte de mi madre han sido con las que se ha casado.
—Mantener su promesa no fue una tontería, sino un gesto romántico. Debe de ser un hombre maravilloso —dijo Paula—. No un cínico como tú —se atrevió a bromear.
—Romántico sí. Lo de cínico está por ver —dijo Pedro y la agarró por los hombros por si intentaba escapar—. ¿Seguirás pensando que es un hombre maravilloso mañana, cuando nos casemos?
—¿Qué? —soltó Paula, mirándolo sorprendida.
—Ya lo has oído, Paula... Mi padre quiere vernos casados, él te lo dijo, y me pidió que organizara la ceremonia mientras tú estabas allí. Yo acepté para tranquilizarlo. Si te resulta más fácil, nunca me acosté con Sophia. Hemos sido amigos durante años y consideré casarme con ella porque nuestros padres eran amigos. Me parecía sensato, un matrimonio de conveniencia igual al que tendremos nosotros.
El hecho de que no se hubiera acostado con Sophia la complacía, aunque no pensaba admitirlo, pero la idea de casarse con ella para tranquilizar a su padre, la enfurecía.
—¿Aceptaste? ¿Te has vuelto loco?
—No. Simplemente acaté tus palabras acerca de que tenías corazón y nunca rechazarías la petición de un hombre enfermo porque sería digno de un desaprensivo. Así que, Paula, mi padre nos ha pedido que nos casemos... ¿eres una mujer de palabra? —Pedro la miró y sonrió con arrogancia—. O, como la mayoría de las mujeres, ¿vas a tratar de escabullirte?
Ella se sentía como si le hubieran echado un jarro de agua fría. Había dicho todo aquello, pero nunca se le ocurrió que Pedro podría emplearlo en su contra. Debería haber recordado que Pedro era un hombre que siempre conseguía lo que se proponía.
—Es una manera muy falsa de interpretar lo que dije. Sólo tú puedes tener el valor de emplearlo a tu favor.
—No es peor que cuando tú tergiversaste mi oferta de cuidar de ti cuando estabas embarazada diciendo que te sugerí que abortaras. O lo de negarnos a mi padre y a mí varios años de disfrute con Benjamin. La boda se celebrará mañana en el hospital. Lo único que tienes que hacer es acudir y firmar cuando te digan.
—No soy idiota —dijo ella—. Es imposible. Uno no puede casarse tan deprisa. Se necesitan documentos, partidas de nacimiento...
Él le acarició la nuca.
—Me he ocupado de todo. Sid me dio tu pasaporte y, cuando me marché antes, era para reunirme con el alcalde, un amigo de mi padre. En vista del delicado estado de salud de mi padre, nos ha dado un permiso especial para celebrar una boda civil en el hospital, junto a su cama.
—Me has robado el pasaporte —se lo había entregado a Sid en el aeropuerto y se había olvidado de pedírselo otra vez.
—No, lo he pedido prestado —deslizó la mirada desde su boca hasta sus senos—. Lo pasamos bien el año que estuvimos juntos. Podríamos hacerlo otra vez. ¿Te resultaría tan duro estar casada conmigo, Paula? —preguntó, besándola justo cuando ella se disponía a contestar.
Introdujo la lengua en su boca y exploró su interior. Ella trató de convencerse de que no quería que la besara, pero, finalmente, reconoció que se estaba mintiendo a sí misma y empezó a besarlo también.
Cuando Pedro se separó de ella, respiraba de manera agitada.
—Sabes que tiene sentido que nos casemos. Benja estaría contento y mi padre también. Además hay mucha química entre nosotros. —¿Cómo podría ser mejor?
—¿Y qué hay del amor? —preguntó ella.
—El amor es otra palabra para referirse al deseo. Intenta pensar con lógica, Paula. Un hombre vivirá contento en su matrimonio si tiene una buena relación sexual. Sin sexo, el sentimiento que tú llamas amor no sirve de nada. Cualquiera acabaría buscando sexo en otro sitio.
—Eso es lo más cínico que he oído nunca —lo miró enfadada. Deseaba borrarle la sonrisa de una bofetada, pero pensó en Benjamin y decidió no hacerlo. Además existía la posibilidad de que estuviera embarazada. No era muy probable, pero dada la suerte que tenía en los últimos tiempos... Dos hijos ilegítimos eran demasiados. Además, había amado a Pedro con toda su alma. Así que podría seguirle el juego.
—Sí, me casaré contigo —aceptó.
Pero él no sabía que no mantendrían relaciones sexuales...
Haría que aquel hombre arrogante intentara vivir sin sexo y vería cuánto tiempo pasaría antes de poder divorciarse por adulterio...
—Gracias —dijo él, y la besó en la frente—. Sabía que entrarías en razón.
—Como siempre, tienes razón —dijo ella con sarcasmo.
—Me alegro de que por fin estemos de acuerdo —dijo él, y se puso en pie. Se volvió para agarrar su chaqueta y se la puso—. Tengo que ir al hospital para que Caro se vaya a casa —la miró—. Les contaré las buenas noticias, a ella y a mi padre. De todos modos, ella iba a venir aquí por la mañana con su familia, así que te ayudará a buscar algo para vestir —le sujetó la barbilla—. Tranquila, no te preocupes. Todo va a salir bien —dijo, y se marchó.
sábado, 6 de junio de 2015
EL HIJO OCULTO: CAPITULO 28
La casa estaba en la costa, alejada de la ciudad. Tenía unas magníficas vistas al mar. Una mujer con cara de preocupación salió a recibirlos y Pedro les presentó. Era Maria, el ama de llaves. Mientras hablaba con Pedro en griego, Paula miró a su alrededor.
Una extravagante escalera presidía el centro del recibidor, desde el que se llegaba al menos a una docena de habitaciones. De pronto, se abrió una de las puertas y apareció una mujer... ¡Sophia!
Paula la reconoció inmediatamente. Ella pasó a su lado y agarró el brazo de Pedro, dirigiéndose a él en griego.
Paula permaneció quieta mirando a uno y a otro. ¿Por qué le molestaba verlos juntos y se sentía traicionada?
Porque todavía amaba a Pedro... No. No podía ser. No podía sucumbir de nuevo ante algo que le había hecho tanto daño en el pasado. Dudaba de que tuviera fuerzas para sobrevivir a ello otra vez.
Trató de recordar que tan sólo unos días antes se suponía que Sophia no se hablaba con Pedro. Sin embargo, la mujer estaba en su casa y no paraba de hablar, con una mano sobre el torso de Jed Pedroy agarrándolo del brazo. Él la sujetó por los hombros y trató de separarse de ella con una sonrisa...
—Gracias por tu preocupación, Sophia, pero estoy seguro de que mi padre se pondrá bien. Habla en inglés, por favor, tengo invitados —empujando a Benja hacia delante, añadió—: mi hijo, Benjamin. A su madre, Paula, ya la conoces.
—¡Tu hijo! —exclamó Sophia, pero se recuperó enseguida—. Hola, Benjamin —dijo antes de volverse hacia Paula—. Por supuesto que me acuerdo de ti, Paula. ¿Cómo iba a olvidarte? —sonrió—. Aunque creo recordar que por aquel entonces no recordabas a Pedro y, sin embargo, ahora estás en su casa con tu hijo. ¡Qué curioso! —comentó, y volvió a dirigirse a Pedro en su idioma.
Paula vio que Pedro se tensaba al contestar y observó que Sophia negaba con la cabeza.
Pedro empezó a hablar en inglés otra vez.
—Dale las gracias a tu padre por interesarse, pero ahora tienes que excusarnos, Sophia, ha sido un día largo. Maria te acompañará a la puerta.
Sophia miró a Paula con curiosidad.
—El niño es igual que su padre. No puedo decidir si eres tonta, o muy lista —se encogió de hombros—. En cualquier caso, te deseo suerte. Vas a necesitarla con Pedro, créeme —se despidió con la mano y siguió a Maria hasta la puerta.
—La noticia de lo de mi padre ha sido dada en la radio —le explicó Pedro, y la agarró del brazo.
Ella lo retiró.
—Para alguien que no se habla contigo, Sophia ha estado muy locuaz —dijo Paula con sarcasmo.
—Ha venido a ofrecerme el apoyo de su familia. Algo normal entre amigos.
—Una muy buena amiga, mentiroso...
Él entornó los ojos y, al ver que Maria regresaba, le dijo a Benja:
—Ve con Maria, hijo, te dará algo de beber.
Benjamin obedeció y se marchó con el ama de llaves.
—No vuelvas a llamarme mentiroso delante de Benjamin. No tiene por qué oír tus comentarios despectivos y tus quejas por culpa de los celos.
—¿Celos? No me hagas reír. Al contrario que tú, yo no suelo mentir. ¿De veras crees que quiero estar aquí contigo? Pues no. El único motivo por el que estoy aquí es por Benjamin y por el bien de tu padre. Al contrario que tú, tengo corazón y nunca rechazaría la petición de un hombre enfermo. Eso sería digno de un desaprensivo.
—Bien. No sabes cómo me alegra oír eso —añadió con una risita—. Ahora, si me perdonas, voy a darme una ducha. Maria te enseñará la casa —dijo, y subió por las escaleras.
Paula no le encontraba la gracia a lo que había dicho. Los
últimos días habían sido un infierno y las cosas no parecían mejorar. Al ver que Benjamin corría hacia ella, suspiró aliviada.
—Mamá, he comido bizcocho hecho con miel.
Maria se rió y le limpió la boca con una servilleta.
—Es muy listo —sonrió—. ¿Quieres que te enseñe la casa?
Paula aceptó y, tras recorrer las habitaciones, se quedó asombrada. Además, había un gimnasio y una piscina.
Maria le dijo que había dos suites y cinco dormitorios, todos con baño. En la planta superior, estaban las habitaciones del servicio. Finalmente le mostró a Paula dos habitaciones contiguas, para ella y para Benjamin. Le dijo que la cena solía servirse a las nueve, pero que puesto que el padre de Pedro estaba en el hospital, se cenaba cuando la gente llegaba a casa también le enseñó a Paula a utilizar el teléfono interno y le dijo que la llamara cuando quisieran cenar.
Una hora más tarde, después de asearse, estaban sentados a la mesa. Benjamin estaba comiendo unos huevos revueltos y tomates a la plancha. Paula se comió el último bocado y se apoyó en el respaldo de la silla, relajada, hasta que llegó Pedro.
Inmediatamente, ella se puso tensa. Pedro tenía el cabello mojado. Se había afeitado y llevaba un traje de rayas, camisa blanca y corbata, pero ya no parecía tan cansado.
De hecho, estaba muy atractivo. Ella lo miró y trató de calmar su pulso acelerado.
Pedro se acercó a la mesa y la miró. Ella se había puesto un vestido que resaltaba sus pechos. Tratando de ignorar la frustración que sentía, levantó la vista y la posó en su rostro.
Estaba tensa y, con aquella luz, parecía pálida.
Durante un momento, sintió cargo de conciencia. Después, miró a Benjamin.
—Imaginaba que te encontraría aquí, Benja —intentó no pensar más en lo que había sucedido. Paula lo había engañado cinco años antes y otra vez en el baile de la embajada. No se merecía su compasión—. Tengo que salir, hijo —miró el reloj—. Y puesto que no regresaré antes de la hora de acostarte, te daré las buenas noches ya. Duerme bien.
Le alborotó el cabello y, tras hacer un asentimiento con la cabeza mirando a Paula, se marchó.
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