domingo, 7 de junio de 2015

EL HIJO OCULTO: CAPITULO 29




Paula bajó por la escalera y vio que la casa estaba en silencio. Benjamin se había quedado dormido enseguida. 


Eran las diez y media, pero ella estaba demasiado nerviosa como para irse a la cama. Recordaba haber visto un televisor en el salón, pero no recordaba qué habitación era. 


Abrió una puerta y vio que era el comedor. La cerró y abrió la siguiente. Una lámpara de pie era la única iluminación que había y cuando entró, se dio cuenta de que era el estudio.


—Pasa y tómate algo conmigo —dijo una voz.


Ella vio a Pedro tumbado en un sofá de cuero negro y con una copa en la mano.


—Me vendrá bien la compañía.


—No. Yo... ¿estás bien? —preguntó, preocupada porque parecía borracho.


—No lo sé. Mañana te lo diré.


Paula se sentía muy mal. Había estado tan centrada en sí misma que nunca se había planteado lo preocupado que debía de estar Pedro por su padre.


—No sabía que habías regresado —murmuró ella, deteniéndose frente a él. Se había aflojado la corbata y tenía la camisa medio abierta. Su aspecto era arrogante y sexy, pero parecía muy solo...


Se sentó a su lado.


—¿Pedro? —él levantó la cabeza para mirarla—. Sé cómo te sientes, pero beber no te ayudará.


—No puedes saber cómo me siento —dijo él, terminándose el whisky que tenía en la mano. Dejó la copa sobre la mesa y se tumbó de nuevo.


—Pero lo sé —colocó la mano sobre su antebrazo—. Cuando mis padres tuvieron el accidente, mi madre murió en el acto y yo no tuve la oportunidad de decirle que la quería. Mi padre vivió una semana y, aunque fue muy duro ver cómo se moría, tuve la oportunidad de decirle lo mucho que lo quería. Con suerte, tu padre vivirá varios años más, pero, si no, todavía está aquí. Sé que lo quieres, así que en lugar de maldecirlo, deberías decírselo.


—¡Ah, Paula! —dijo Pedro, y la rodeó por los hombros para atraerla hacia sí. Ella era tan sensible que casi le daba pena lo que estaba a punto de hacer—. Te agradezco tu preocupación, pero no es necesario —le acarició la mejilla y después colocó la mano sobre su esternón. Vio que ella suspiraba y se controló para no besarla y tomar lo que sabía era para él. Ya lo había hecho el viernes y ella había salido huyendo. No podía arriesgarse otra vez. Todo estaba saliendo bien y el tiempo era crucial. Podría esperar otro día...—. Mi comentario era de admiración hacia mi padre, no de maldición. Él sabe lo que siento por él. Cuando se divorció de su cuarta esposa, limamos todas nuestras asperezas. Él me explicó por qué se había casado tantas veces. Era porque amaba a mi madre. Ella era su compañera del alma. Pero cuando ella se enteró de que estaba en fase terminal, le hizo prometer que él se casaría de nuevo y que no se convertiría en el tipo de hombre que no respetaba a las mujeres y se acostaba con varias. Probablemente porque él era así antes de conocerla. Mi padre mantuvo la promesa, el viejo tonto, y las únicas mujeres con las que ha tenido relaciones sexuales después de la muerte de mi madre han sido con las que se ha casado.


—Mantener su promesa no fue una tontería, sino un gesto romántico. Debe de ser un hombre maravilloso —dijo Paula—. No un cínico como tú —se atrevió a bromear.


—Romántico sí. Lo de cínico está por ver —dijo Pedro y la agarró por los hombros por si intentaba escapar—. ¿Seguirás pensando que es un hombre maravilloso mañana, cuando nos casemos?


—¿Qué? —soltó Paula, mirándolo sorprendida.


—Ya lo has oído, Paula... Mi padre quiere vernos casados, él te lo dijo, y me pidió que organizara la ceremonia mientras tú estabas allí. Yo acepté para tranquilizarlo. Si te resulta más fácil, nunca me acosté con Sophia. Hemos sido amigos durante años y consideré casarme con ella porque nuestros padres eran amigos. Me parecía sensato, un matrimonio de conveniencia igual al que tendremos nosotros.


El hecho de que no se hubiera acostado con Sophia la complacía, aunque no pensaba admitirlo, pero la idea de casarse con ella para tranquilizar a su padre, la enfurecía.


—¿Aceptaste? ¿Te has vuelto loco?


—No. Simplemente acaté tus palabras acerca de que tenías corazón y nunca rechazarías la petición de un hombre enfermo porque sería digno de un desaprensivo. Así que, Paula, mi padre nos ha pedido que nos casemos... ¿eres una mujer de palabra? —Pedro la miró y sonrió con arrogancia—. O, como la mayoría de las mujeres, ¿vas a tratar de escabullirte?


Ella se sentía como si le hubieran echado un jarro de agua fría. Había dicho todo aquello, pero nunca se le ocurrió que Pedro podría emplearlo en su contra. Debería haber recordado que Pedro era un hombre que siempre conseguía lo que se proponía.


—Es una manera muy falsa de interpretar lo que dije. Sólo tú puedes tener el valor de emplearlo a tu favor.


—No es peor que cuando tú tergiversaste mi oferta de cuidar de ti cuando estabas embarazada diciendo que te sugerí que abortaras. O lo de negarnos a mi padre y a mí varios años de disfrute con Benjamin. La boda se celebrará mañana en el hospital. Lo único que tienes que hacer es acudir y firmar cuando te digan.


—No soy idiota —dijo ella—. Es imposible. Uno no puede casarse tan deprisa. Se necesitan documentos, partidas de nacimiento...


Él le acarició la nuca.


—Me he ocupado de todo. Sid me dio tu pasaporte y, cuando me marché antes, era para reunirme con el alcalde, un amigo de mi padre. En vista del delicado estado de salud de mi padre, nos ha dado un permiso especial para celebrar una boda civil en el hospital, junto a su cama.


—Me has robado el pasaporte —se lo había entregado a Sid en el aeropuerto y se había olvidado de pedírselo otra vez.


—No, lo he pedido prestado —deslizó la mirada desde su boca hasta sus senos—. Lo pasamos bien el año que estuvimos juntos. Podríamos hacerlo otra vez. ¿Te resultaría tan duro estar casada conmigo, Paula? —preguntó, besándola justo cuando ella se disponía a contestar.


Introdujo la lengua en su boca y exploró su interior. Ella trató de convencerse de que no quería que la besara, pero, finalmente, reconoció que se estaba mintiendo a sí misma y empezó a besarlo también.


Cuando Pedro se separó de ella, respiraba de manera agitada.


—Sabes que tiene sentido que nos casemos. Benja estaría contento y mi padre también. Además hay mucha química entre nosotros. —¿Cómo podría ser mejor?


—¿Y qué hay del amor? —preguntó ella.


—El amor es otra palabra para referirse al deseo. Intenta pensar con lógica, Paula. Un hombre vivirá contento en su matrimonio si tiene una buena relación sexual. Sin sexo, el sentimiento que tú llamas amor no sirve de nada. Cualquiera acabaría buscando sexo en otro sitio.


—Eso es lo más cínico que he oído nunca —lo miró enfadada. Deseaba borrarle la sonrisa de una bofetada, pero pensó en Benjamin y decidió no hacerlo. Además existía la posibilidad de que estuviera embarazada. No era muy probable, pero dada la suerte que tenía en los últimos tiempos... Dos hijos ilegítimos eran demasiados. Además, había amado a Pedro con toda su alma. Así que podría seguirle el juego.


—Sí, me casaré contigo —aceptó.


Pero él no sabía que no mantendrían relaciones sexuales... 


Haría que aquel hombre arrogante intentara vivir sin sexo y vería cuánto tiempo pasaría antes de poder divorciarse por adulterio...


—Gracias —dijo él, y la besó en la frente—. Sabía que entrarías en razón.


—Como siempre, tienes razón —dijo ella con sarcasmo.



—Me alegro de que por fin estemos de acuerdo —dijo él, y se puso en pie. Se volvió para agarrar su chaqueta y se la puso—. Tengo que ir al hospital para que Caro se vaya a casa —la miró—. Les contaré las buenas noticias, a ella y a mi padre. De todos modos, ella iba a venir aquí por la mañana con su familia, así que te ayudará a buscar algo para vestir —le sujetó la barbilla—. Tranquila, no te preocupes. Todo va a salir bien —dijo, y se marchó.





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