domingo, 7 de junio de 2015

EL HIJO OCULTO: CAPITULO 30



Paula permaneció quieta al lado de Pedro, junto a la cama del hospital donde estaba su padre. El hombre estaba incorporado sobre varias almohadas y le brillaban los ojos. 


Ella miró a su alrededor. El escenario era surrealista. 


Monitores pitando, y un empleado público hablando al otro lado de la cama. Ella no tenía ni idea de qué estaba diciendo.


Afortunadamente, la ceremonia fue muy breve. Caro y su marido, Theo, eran los testigos y, sorprendentemente, también el doctor Marcus. Ella observó mientras Pedro firmaba los documentos necesarios y agarró el bolígrafo para firmar donde él le indicaba. Después, Pedro la tomó entre sus brazos y la besó. Ella lo miró con el corazón acelerado y oyó que alguien descorchaba el champán.


Se llenaron las copas y se brindó por los novios. Caro ayudó a su padre a beber un sorbo y, después, el médico los echó a todos de la habitación.


Paula miró al hombre que se había convertido en su marido cuando él la agarró del codo y la guió hasta el pasillo. Su aspecto era frío y controlado como siempre y parecía que acabara de firmar otro exitoso acuerdo de negocios. En el hospital habían preparado una sala para la fiesta y ella pestañeó al ver que Pedro la acompañaba hasta una habitación en la que había unas veinte personas o más. Pedro la presentó, pero ella estaba demasiado nerviosa como para recordar los nombres.


Se abrieron más botellas de champán y la gente brindó y pronunció discursos. Finalmente, Pedro la dejó sola un momento para hablar con unas personas. Paula se alegró de tener un momento para sí.


Pero no le duró mucho tiempo. El doctor Marcus se acercó a ella con una copa de champán en la mano y con aspecto achispado.


—¡Paula, querida! Estás preciosa. Me alegré mucho al oír lo de tu bebé milagro, y ahora esto —movió el brazo para indicar lo que pasaba en la habitación—. Ha hecho falta mucho tiempo, pero finalmente, Pedro te ha convencido para que te cases con él y me alegro por vosotros. Recuerdo la noche que te llevaron al hospital. Pedro y yo habíamos cenado juntos. Es un hombre que no expresa sus emociones, pero se notaba que estaba emocionado por lo del bebé, y me dijo que iba a casarse contigo. Me dejó en casa, y cuando llegó a la suya, se enteró de la tragedia —bebió un sorbo de champán.


Paula empalideció al oír sus palabras. Marcus no tenía motivo para mentir.


Pedro estaba destrozado cuando llegó al hospital y le dieron la noticia. Tardó tiempo en superarlo. No le ayudó que ese mismo fin de semana su padre tuviera su primer ataque al corazón, el día después de su cumpleaños. Él estaba en el mismo hospital que ahora, con Pedro a su lado durante cuarenta y ocho horas. Pedro pensó que te había perdido cuando por fin regresó a Londres, pero el destino es impredecible. Te ha encontrado otra vez y por fin se ha casado contigo. Así era como debía ser. No se puede negar el destino mucho tiempo. Y sé que seréis muy felices.


Una sorpresa tras otra. Enterarse de que Pedro iba a casarse con ella y que no la había abandonado a propósito. 


Antes de que ella pudiera responder, Pedro apareció y la rodeó con un brazo por la cintura.


—¿Qué le estás diciendo a mi esposa, Marcus? —preguntó Pedro.


—Estoy dándole la enhorabuena, por supuesto.


—¿Estás bien? —preguntó Pedro mientras alguien se ponía a hablar con Marcus—. He visto que te ponías muy pálida. ¿Te ha ofendido Marcus con algo de lo que te ha dicho?


—No, no me ha ofendido —pero le había hecho cuestionarse si cinco años antes había cometido el error más grande de su vida. Miró a Pedro a los ojos. Según Marcus, aquel hombre atractivo que ella pensaba que había amado había querido casarse con ella mucho tiempo atrás. El hombre al que aún amaba...


—Paula, estás muy callada.


Ella levantó la mano y la colocó sobre su pecho. Se fijó en el brillo de su alianza de oro. Él colocó la mano sobre la de Paula y ella sonrió. Notó que a él se le aceleraba el corazón y estuvo a punto de reírse al pensar en el ridículo plan de no mantener relaciones sexuales con él.


—Pensaba en... —estuvo a punto de decirle que lo quería—. Pensaba en lo contento que debe de estar tu padre —rectificó.


Pedro percibió su tensión y vio que dejaba de sonreír. Supo que lo que iba a decir nada tenía que ver con su padre. La sujetó por la cintura con más fuerza y comentó:
—Es hora de irnos.


Paula miró a su alrededor.


—Si tú lo dices... Pero ¿y toda esta gente?


—Pueden cuidar de sí mismos. En estas circunstancias nadie espera una gran fiesta.


Se despidieron y avisaron de que pasarían la noche fuera. 


También le dijeron a Caro que lo llamaran si lo necesitaban.


—Un momento —dijo ella cuando llegaron al exterior—. ¿qué quieres decir con que pasaremos la noche fuera?


Los hijos de Caro y Benja estaban en casa de los Alfonso con Maria.


—Tengo que ir a buscar a Benja.


—No. Estará muy bien cuidado —dijo él.


—¡Pero nunca lo he dejado solo por la noche!


—Entonces, ya era hora de que lo hicieras —dijo Pedro y abrió la puerta del coche para que subiera—. Acabamos de casarnos, ¿recuerdas? —se mofó—. Por mucho que quiera a Benja, no pienso pasar mi noche de bodas con él.


—Me echará de menos. Además, no tengo ropa.


—No lo hará... Y no necesitas ropa —Pedro sonrió—. Por cierto, me encanta tu vestido.


Enseguida, llegaron a su destino.


—¿Dónde estamos? —Paula se volvió hacia Pedro—. Estamos en el centro de Atenas. Ésa es la acrópolis.


—Esta noche nos quedaremos en mi apartamento —le dijo él, entrando en un edificio—. Cuando mi padre esté fuera de peligro, te llevaré a hacer turismo.


—Eso me encantará —sonrió ella una vez dentro del ascensor.


Al salir, Pedro abrió la puerta de su casa y tomó a Paula en brazos.


—¿Qué haces? —Paula lo rodeó por el cuello—. ¿Estás loco? ¡Bájame!


—Loco por ti, Paula —cerró la puerta con el pie y la llevó hasta el dormitorio.


—Oh, cielos, ¡pétalos de rosa! —murmuró Paula, y Pedro estuvo a punto de perder el control cuando ella lo besó en la oreja.


Él miró a su alrededor preguntándose de qué estaba hablando y vio que su cama estaba cubierta de pétalos de rosa. Sin duda, un detalle de Caro, pero él no iba a perder la oportunidad.


—Especialmente para ti —le dijo. Y la dejó en el suelo. El roce de sus cuerpos al ponerla de pie fue pura agonía.





No hay comentarios.:

Publicar un comentario