lunes, 25 de mayo de 2015

ANTE LAS CAMARAS: CAPITULO 26





ME alegra que aceptases venir a almorzar al comedor —le dijo Paula a Pedro, mientras se sentaban en una mesa apartada, casi oculta por palmeras, en el Hotel Gallery de Houston.


—Con el comedor casi vacío, no creo que puedas tener ningún problema.


—Mi prima Pamela me recomendó este hotel hace un par de años. Las suites de celebridades, como ella dice, son cómodas, tranquilas y acogedoras. Me encantaría ir a nadar luego a la piscina de la azotea. ¿Crees que podríamos?


—Lo comprobaré. Tal vez después de que se cierre al público.


—¿Tienes el diploma de socorrista? —bromeó ella.


—Por supuesto.


Paula había tratado de mantener un clima distendido durante todo el día. Era la única manera de llevarse bien. No quería pensar en aquella fotografía ni en los e-mails de Miko. Sólo esperaba que aquel viaje relámpago obrase como válvula de escape de todo lo que estaba pasando.


—¿No tenías pensado ir de compras antes de tu reunión de esta tarde? —le preguntó Pedro.


—Ya sé que es la última cosa que querrías hacer.


—He sobrevivido a cosas peores —dijo él en un tono pretendidamente serio.


—Sobreviviste al día que estuvimos comprando los zapatos —le dijo ella riendo.


Echó una ojeada al menú, a sabiendas de que acabaría pidiendo alguna ensalada. Entonces, por el rabillo del ojo, reconoció a la mujer que había en una mesa cercana. ¡Era su prima Patricia!


Paula dejó la carta del menú sobre la mesa y, estaba levantándose ya de la mesa cuando se dio cuenta de que había un hombre sentado junto a Patricia. Estaba casi de espaldas a ella, pero podía verle un poco de perfil.


Le parecía vagamente familiar. Entonces le reconoció.


¡El hombre que estaba con Patricia era Jason Foley!


¿Cómo podía ser posible? Los Chaves y los Foley eran enemigos. Patricia no tendría que estar con ninguno de ellos. Pero, sin embargo, allí estaba ella, almorzando con Jason.


—¿Qué ocurre? —preguntó Pedro.


Jason se levantó de repente, se acercó a Patricia y se inclinó respetuosamente hacia ella para ayudarla a levantarse de la silla. Paula estaba casi segura de que sus labios rozaron la mejilla de su prima. ¿Tendrían una aventura?


Paula se encorvó un poco en la silla para que Patricia no la viera. Pero no debía preocuparse. Patricia sólo tenía ojos para Jason. La pareja abandonó el comedor tomados del brazo.


Pedro se inclinó sobre la mesa y tomó la mano de Paula.


—¿Qué ocurre? —volvió a decir, mirando por encima del hombro en la misma dirección que ella.


—¡Era Patricia! Y Jason Foley.


—¿Uno de los Foley? —preguntó Pedro arqueando las cejas.


—¿Los conoces?


Paula sabía que Baltazar apreciaba a Pedro, pero, ¿hasta qué punto eran amigos?


—Cualquiera que haya trabajado para los Chaves, cualquiera que haya estado en Dallas, ha oído hablar de la rivalidad entre los Chaves y los Foley, y sabe que se odian mutuamente.


—Eso no es del todo cierto. Devon, el padre de Baltazar, intentó reconciliar a las familias.


—¿Por qué no me cuentas cómo empezó todo? Algo pasó con una partida de cartas, ¿no?


—Realmente todo empezó antes de la partida de cartas. La historia, quiero decir, no la contienda.


—No sé por qué me parece que esto empieza a complicarse —bromeó Pedro.


A Paula le gustaban las chispas de buen humor que aparecían en esos momentos en sus ojos. Le gustaba todo de él.


—Es una larga historia. ¿Estás seguro de que quieres oírla?


—Estoy seguro de que contándola tú, no se me hará larga.


—Muy bien, lo intentaremos. Si te aburres, me lo dices. Hubo una vez un barco que se hundió con un tesoro en 1898. Elwin Foley era uno de los miembros de la tripulación.


Continuó luego hablándole acerca de los rumores, el diamante, las minas y la partida de cartas que enemistó a las dos familias.


—Pero la mina sigue siendo propiedad de Travis, ¿no?


—No. Legalmente la propiedad pertenece aún a los Chaves.


—Si Pamela y Baltazar lo encuentran, no quiero ni imaginar lo que pasaría entonces entre los Foley y los Chaves.


—Baltazar no puede pensar en eso ahora —dijo ella—. Él ve en ese diamante la solución a la delicada situación que atraviesan sus negocios. Es el eje sobre el que gira toda la campaña publicitaria.


—Los diamantes ámbar.


—En efecto. Ése es el motivo por el que voy a ver hoy a una diseñadora, para crear un vestuario que vaya bien con esas gemas.


—Tú estás bien de amarillo, de verde, de azul, de rojo…


Ella se echó a reír.


—¿Estás tratando de halagarme para que no vayamos de compras?


—Me limito a decir lo que veo.


¿Qué era exactamente lo que él veía? ¿Una mujer que sabía muy bien lo que quería? ¿Una mujer que había sido engañada? ¿Una mujer que estaba empezando a amarle?


Tal vez todas las protegidas acabasen enamorándose de sus protectores.


No. Eso nunca le había pasado antes, aunque justo era admitirlo, tampoco había tenido antes a alguien con ella las veinticuatro horas del día.


—¿Estás segura de que era Patricia? ¿Y con Jason Foley?


—Conozco a Patricia. He estado con Jason unas cuantas veces, casi siempre en algún club de Dallas. Tiene fama de mujeriego. Patricia debería andarse con cuidado. Apostaría a que quiere algo de ella.


—Quizá sea una pareja de amantes unidos por el capricho del destino —dijo Pedro.


—Me gustaría creerlo. He podido pecar de ingenua con Miko, pero creo haber aprendido la lección. Si un hombre se acerca a ti con demasiado interés, si es demasiado encantador, pero no quiere compartir contigo las cosas importantes, entonces no quiere tener una relación, quiere otra cosa.


Paula y Pedro se miraron el uno al otro. Ella pensaba en la mujer y el niño que él había perdido.


—¿Te resulta muy doloroso recordar a tu mujer?


Pedro bajó la vista hacia la mesa, examinó la carta del menú y luego la puso sobre el mantel.


—A veces creo que me ayuda el recordarlo. Pero luego, cuando lo recuerdo, lo único que consigo es sumirme en el dolor. Aún me cuesta creer que pasase todo aquello.


—¿Tuviste un matrimonio feliz?


—Sí. A ella no parecía importarle seguirme a donde quiera que me llevase mi trabajo, aunque no le resultase fácil hacerlo. Estaba muy ilusionada con la idea de tener un bebé. Un bebé que tendría que cuidar, que criar, un bebé que le haría compañía durante todo el tiempo que yo estuviese fuera trabajando. Connie era maravillosa. Nunca se quejaba.


Paula no creía que ella pudiera llegar a ser tan maravillosa. Si se casase con alguien, no estaría dispuesta a sacrificar por él toda su vida, querría vivir plenamente la suya propia.


—Tú no podrías ser una buena esposa para un agente del Servicio Secreto —concluyó él, como si le estuviese leyendo el pensamiento.


Aunque ella sabía que era cierto, se sintió ofendida.


—Ahora no te pongas a la defensiva conmigo, Paula. Sabes de lo que te estoy hablando. Tú necesitas estar rodeada de gente que te quiera y eso es incompatible con algunas profesiones. El Servicio Secreto es una de ellas.


—No me parezco en nada a tu esposa, ¿verdad? —dijo ella algo deprimida.


—En nada —respondió él, escuetamente.


Pero no añadió que la admiraba, que tenía muchas virtudes. 


Sus propias virtudes.


«Basta», se dijo ella para sí. «Tú no necesita la aprobación de nadie. No necesitas la aprobación de Pedro. Tú eres quien eres, y eso es lo que tienes que recordar siempre. Tú necesitas un hombre que te acepte tal como eres».








domingo, 24 de mayo de 2015

ANTE LAS CAMARAS: CAPITULO 25




Eso era todo.


Pedro contempló la foto una vez más. Paula y él aparecían besándose en el balcón. Recordó entonces cada instante de aquel beso, el ardiente deseo que había sentido, su embriagador perfume, la forma en que ella había respondido a su pasión…


¿Debía decirle a ella lo del chantaje de la foto? ¿O debería llevar él solo el asunto?


Esa foto podría hacerle más daño a él que a Paula.


Después de todo, cosas mucho peores que ésa se habían publicado sobre ella. La puerta de la habitación de Paula se abrió y él automáticamente se puso en guardia.


Paula se sorprendió al verle en el recibidor con el sobre en la mano.


—¿Es de Baltazar? —preguntó ella.


Su primo acostumbraba a enviarle a menudo algunas informaciones por mensajería.


—Tienes que ver esto —le dijo, mostrándole la fotografía con la nota adjunta.


Ella, sin prestar atención en un principio a lo que él tenía en la mano, le miró detenidamente a la cara.


Él trató de no delatarse, de que ella no pudiera leer en sus ojos lo que sentía en ese momento.


Paula contempló primero la primera foto, y luego leyó la nota.


—Al menos los dos vamos vestidos —bromeó ella.


—¡Paula!


—No es la primera vez que me pasa esto, aunque supongo que probablemente es la primera vez que te pasa a ti. Lo siento, Pedro. Lo siento mucho. Esto podría afectar a tu reputación, a tu trabajo, a tu futuro. Nunca tuve la intención de mezclarte en todo esto.


Ella parecía haberse dado cuenta inmediatamente de las consecuencias que podría acarrear aquella foto.


Pedro se convenció nuevamente de que ella no era un reclamo publicitario, de que no era de ese tipo de famosas que desean ver su nombre en las portadas de las revistas costara lo que costase.


—Es un chantaje —dijo él, muy enojado.


—Sí. Al parecer, alguien disponía de un buen objetivo. Viendo las fotos, podría haber sido mucho peor.
Para mí, desde luego. Supongo que para ti es distinto.
¿Qué quieres hacer? —le preguntó ella—. ¿Quieres que le dé el dinero a ese hombre?


—O a esa mujer —murmuró Pedro—. ¿Lo harías?


—Lo haría si pensase que de esa forma estaba evitando algo peor. ¿Podrías confiar en que alguien así mantuviera su palabra? Es un gran riesgo. Probablemente la foto es digital, por lo que tendrá al menos una copia. Ya no estamos en los viejos tiempos cuando se negociaba con los negativos.


—¿Estás diciendo que no tiene sentido pagarle?


—Por supuesto que no tiene ningún sentido. Pero no queremos que él lo sepa. Al menos de momento.


—¿Por qué no?


—Por muchas razones. Tendrás que decidir si quieres denunciar el caso a la policía, si queremos atraparle quien quiera que sea. El apartado de correos estará puesto probablemente a un nombre falso.


—Veo que ya has pasado por esto antes.


—Cuando estaba siendo acosada... —comenzó diciendo ella moviendo la cabeza— la policía estableció un servicio de vigilancia en el buzón del apartado de correos cuyo número figuraba en la carta. Sé cómo funcionan estas cosas.


—¿Y estás segura de que vale la pena todo esto?


—A mí esto no me va a ocasionar ningún perjuicio, Pedro. No sé a ti. Lo que tú decidas. Haré lo que sea mejor para ti.


Lo que fuera mejor para él. ¿Qué demonios quería decir eso? En ese momento, lo mejor para él era llevarse a Paula a la habitación y fundir sus cuerpos en el fuego del deseo, hasta que no quedase un solo pensamiento sensato en ninguno de ellos.


—Tenemos que ir a Houston —le recordó él—. Vamos a olvidarnos de este asunto hasta que regresemos.


—¿Olvidarnos?


—Ese hombre no va a hacer nada hasta que no tenga noticias nuestras. Lo único que quiere es el dinero.


—Y tú, ¿qué quieres? —le preguntó ella.


—No ver mi nombre en la prensa —respondió él rotundamente.





ANTE LAS CAMARAS: CAPITULO 24





EL lunes por la tarde, Paula estaba clasificando unas muestras de tela. Los patrones que Tara le había enviado desde Houston eran preciosos.


Tenía pensado reunirse con ella al día siguiente.


Pedro estaba en su cuarto trabajando con el ordenador.


Ella no había revisado aún su correo electrónico ese día, de forma que se sentó frente a su ordenador portátil, lo abrió y arrancó el sistema operativo.


Mientras se cargaba la configuración, escuchó el tono de llamada de su teléfono móvil.


Olvidó por un momento los e-mails y tomó el móvil de la mesa. Era su tía.


—¡Tía Elena! ¿Cómo estás?


Hubo una pausa.


—Bueno, por eso te llamo precisamente. Necesito salir a relajarme un poco. ¿Te gustaría ir este jueves con Katie y conmigo al Yellow Rose Spa? Vamos a pasar allí la noche. ¿Qué te parece?


Paula apenas había estado con su tía y le apetecía pasar un rato con ella. Katie Whitcomb-Salgar, la novia de Teo, le parecía también muy simpática.


—Me gustaría acompañaros, pero vuelo mañana a Houston. Baltazar me ha dejado usar su jet privado, pero cuando vuelva podemos quedar. Me gustaría mucho verte.


—Muy bien. Estaré encantada. Mis hijos, como sabes, no me hablan desde...


La voz de su tía se rompió de repente.


—¿Estás bien?


—En realidad no. Por eso me gustaría pasar un rato contigo y con Katie. Le he contado también lo que te dije a ti y a mi familia. Las dos estáis un poco al margen de todo este lío que he montado y podéis juzgar con más perspectiva.


Su tía aparentemente sólo necesitaba a alguien que la escuchase.


—Estoy segura de que se solucionará todo, ya lo verás.


—Gracias, cariño. Espero con impaciencia al jueves. Que tengas un buen viaje a Houston.


—Gracias. Cuídate.


Paula se despidió de su tía y siguió aún pensando en ella mientras abría su aplicación de correo electrónico. Pronto comenzaron a aparecer los mensajes en la bandeja de entrada. Tenía trece. Echó una ojeada a la lista de direcciones y se detuvo al llegar al noveno. Miko.


Respiró profundamente, hizo clic en esa línea y apareció el mensaje. Era breve y conciso, del mismo tipo que los que había recibido de él en los últimos días.


Paula, si no me respondes esta vez, atente a las consecuencias. Miko.


¿Qué iba a hacer? ¿Cómo se había metido ella en aquel lío?


—Un dólar por tus pensamientos —dijo la voz profunda de Pedro.


Paula se volvió hacia él y trató de seguirle la broma.


—Han subido los precios con la inflación. Pero no creo que valgan ni siquiera un dólar.


—A juzgar por lo que veo en tu cara, creo que no es verdad —dijo él sentándose a su lado—. ¿Qué te pasa, Paula? ¿Algún otro mensaje de tu... amigo?


—No pasa nada importante, Pedro—dijo ella empujando la silla hacia atrás para levantarse—. Además, no es asunto tuyo.


Pedro giró el ordenador hacia él.


Ella, en un gesto infantil, bajó la tapa de golpe, confiando en no romper nada.


Entonces, él también se levantó y la agarró por los hombros. 


Estaban lo bastante cerca como para besarse, pero ella le apartó los brazos bruscamente, y se dirigió a la sala de estar.


—No quiero mirarlo sin tu permiso —le dijo él desde la mesa de la cocina.


—¡Míralo si quieres! —le gritó ella—. Me da igual.


No había llegado aún a su dormitorio cuando apareció él por detrás, agarrándola por la mano, y llevándola hasta el sofá.


—Dime qué sucede, Paula.


De repente, se escuchó de nuevo el tono de llamada del móvil.


—Es mi teléfono. Tengo que ir a ver quién es.


—Puedes dejar que se desvíe al buzón de voz —refunfuñó él—. Esto es importante.


—La llamada también podría serlo. Déjame ver por lo menos de quién se trata —dijo ella mirando la pantalla y viendo con una sonrisa de felicidad el número de la llamada.


—Papá. ¿Cómo estás?


—Muy bien, cariño. ¿Y tú?


—Muy ocupada. El trabajo, las compras, ya sabes.


Él se echó a reír. La suya era una risa franca y abierta que a ella siempre le había gustado escuchar cuando era niña, y mucho más ahora.


—Tu madre ya está haciendo planes para cuando vengas a casa. Espero que cuando estés aquí no tengas muchos compromisos.


—Tengo que decirte una cosa sobre eso.


—¿Sí?


—He estado mirando casas en Internet.


—¿En serio?


—Dado que vas a jubilarte pronto, he pensado que sería buena idea que tuviera una casa para mí, ¿qué te parece?


—¿No te estarás precipitando?


—No, papá. He estado pensando en ello durante los últimos seis meses. Me gustaría tener algo mío. Y tener una empresa propia que lance algo nuevo al mercado ¿Comprendes? No puedo dejar de trabajar.


—Te entiendo. El trabajo ha sido siempre muy importante también para mí. Tu madre ha querido que me jubilase desde hace algunos años, pero yo necesitaba trabajar, demostrarle algo a ella y a mí mismo.


—¿Porque ella es rica?


—En parte sí. No resulta fácil estar casado con una actriz famosa.


—Pero papá, ella te querría igual, trabajases o no.


—Lo sé. Pero un hombre tiene su orgullo, ya sabes. Recuérdalo siempre que salgas con un hombre.


Los dos se quedaron callados.


—Bueno, de verdad, ¿cómo estás? Tu madre está muy preocupada por ti.


Ella nunca les había dicho nada sobre el incidente del club. No era algo de lo que se sintiera orgullosa, ni sobre lo que le gustase hablar.


—Estoy bien. En serio. Dile a mamá que no se preocupe.


—Oh, así lo haré —dijo su padre riendo—. ¿Así que ya has elegido las casas que te gustaría ver?


—Sí. Hay tres en las que estoy interesada.


—¿Quieres que les eche yo un vistazo antes?


—No, papá —dijo ella tras pensárselo un instante—. Quiero hacer las cosas por mí misma.


—¿Estás pensando en cuando tu madre y yo ya no estemos contigo?


—No digas eso, papá.


—Tienes razón. Pero lo entiendo, Paulaa. Tienes un carácter muy independiente, igual que tu madre. Pero mi oferta sigue en pie. Intentaré estar en casa cuando llegues. Tengo unos buenos gerentes en las tiendas que tienen que asumir más responsabilidades para cuando me jubile, así que puedo disponer de más tiempo libre.


—¿Estás pensando realmente en ello?


—Claro. Y tengo algunos planes. Vincenzo, por ejemplo, podría enseñarme a hacer vino.


—Me parece una gran idea. Pero no esperes conseguir una buena cosecha con la primera botella.


—¡Qué bien me conoces! Llámame antes de venir. ¿Vale?


—Muy bien. Lo haré. Dale muchos besos a mamá.


Cuando colgó el teléfono, se sintió feliz, aunque algo nostálgica. Anhelaba poder estar en Italia en ese momento. 


Pero entonces miró a Pedro. La estaba esperando en el sofá.


Se metió el teléfono en el bolsillo y se acercó a él.


Era el momento de contarle toda la historia. No tenía sentido mantenerla por más tiempo en secreto.


—¿Tu padre? —le preguntó él—. ¿Le echas de menos? —añadió al verla asentir con la cabeza.


—Sí.


—Ese e-mail sonaba a amenaza —dijo Pedro tras unos instantes


—Miko quiere que le llame o le escriba. Pero no pienso hacer ninguna de las dos cosas.


—Cuéntame qué pasó con esas fotos de Londres que publicó la prensa sensacionalista.


—¿Por qué lo quieres saber? —dijo Paula, muy interesada en conocer sus motivos.


Pedro apoyó las manos en las rodillas, miró al suelo y luego levantó la cabeza.


—Desde que te conozco, me has parecido siempre una mujer emprendedora e independiente. Pero, cada vez que recibes uno de esos e-mails, pareces como triste y perdida. Me gustaría saber la causa.


Eso no era decirle gran cosa. Ella esperaba que le hubiera dicho que estaba preocupado por ella. Pero tal vez no podía decirle eso, siendo su guardaespaldas.


—Conocí a Miko en Grecia. Hubo una fiesta en su yate. Y tengo que reconocerlo, me sedujo. Era encantador y escuchó con interés todo lo que yo decía. No me di cuenta entonces de que se trataba sólo de una treta que usaba con todas las mujeres que le interesaban. Aprovechando un descanso en mis compromisos, me quedé en su villa. Tenía también un piso en Londres. Fuimos a diversos espectáculos y fiestas. De vuelta en Estados Unidos, me enseñó muy orgulloso su casa en los Hamptons, cerca de Long Island. Era todo tan... romántico. Yo nunca había tenido una relación con nadie. Soñaba con el hombre ideal. Quería tener una relación como la que tenían mi padre y mi madre. Además, había vivido aislada mucho tiempo.
Desde los diecisiete años sólo había vivido para mi profesión. Me limitaba básicamente a trabajar y a verme con algunos amigos y familiares entre los compromisos profesionales. Ésa era mi vida. Así que, al principio, no me di cuenta de que Miko realmente empezaba a aislarme aún más de lo que ya estaba. Yo, sin embargo, me sentía halagada. Él me quería siempre a su lado. No quería que nadie de fuera viniera a inmiscuirse en nuestra relación. Pero no me di cuenta de eso hasta más tarde, cuando él empezó a ocultarme los mensajes que recibía de mi familia y de mis amigos.


—Lo típico —dijo Pedro con voz contenida—. ¿Te pegó alguna vez?


Paula percibió en su mirada una intensidad que nunca había visto antes en él.


—No. Nunca me hizo daño. Físicamente, quiero decir. Pero siempre que tenía un descanso en mi trabajo y me iba a su villa de Grecia, me dejaba a solas con el ama de llaves. No quería siquiera que siguiera trabajando más como modelo.


Pedro dejó escapar un gruñido.


—Cuando se enteró de que Baltazar me había llamado para su campaña publicitaria aquí, me prohibió que lo hiciera. ¡Me lo prohibió! ¡A mí!


—Me imagino cómo acabó la cosa —dijo Pedro con un gesto amargo en los labios.


—Yo había tratado siempre de complacer a mis padres y pasar el mayor tiempo posible con ellos. Pensaba eso de que el roce hace el cariño. Trataba de complacer a todo el mundo que quería. Pero realmente deseaba ayudar a Baltazar, quería ayudar a los Chaves a sacarles del atolladero en que estaban sus negocios.
Estábamos en Londres cuando todo se vino abajo. Tenía que verme con Miko en el club aquella noche. Antes de que él llegase...


Paula se detuvo. No quería seguir adelante con todo aquello.


—¿Qué sucedió antes de que él llegase? —le dijo Pedro animándola a continuar.


—Una mujer se me acercó en el servicio de señoras. Me dijo que su hermana, que sólo tenía dieciocho años, se estaba acostando con Miko y que yo debería saberlo. No sé qué razones tendría para decírmelo. Tal vez fuera por la frustración que sentía porque su hermana no le había hecho caso cuando la había intentado prevenir sobre la clase de hombre que era Miko. Tal vez lo hiciera sólo para abrirme los ojos a la realidad. No sé. Pero yo... Sus palabras me dolieron en el alma, me sentí tan estúpida, tan ingenua, tan engañada...


—¿Y la fotografía sensacionalista? —dijo Pedro, con mucho interés.


—No podía dar crédito a la palabra de un extraño. No podía creer que hubiera estado tan ciega. Necesitaba hablar con Miko, y escucharlo de su propia voz.
Pero, cuando llegó al club aquella noche, no me prestó la menor atención, me dijo que ya hablaríamos más tarde. Cuando, poco después, me sacó a bailar, le pregunté entonces por Tatiana. Se me quedó mirando fijamente a los ojos y me confesó con todo el descaro que una mujer no era bastante para él. Dijo que le gustaban demasiado las mujeres. Cuando me aparté de él y me disponía a salir de allí, me agarró por detrás del vestido. Se rompió un tirante, y el resto, como se suele decir, ya es historia.


—¿Y qué hiciste después?


—Después de que los paparazzi sacaran sus fotos millonarias, salí corriendo del club, tomé un taxi y me fui al piso de Miko. Me llevé todo lo que pensé que me sería necesario y tomé el primer vuelo a Nueva York. Estuve allí un tiempo lamiéndome las heridas, mantuve algunos contactos de trabajo y luego me vine a Dallas.


Pedro le tomó la mano y la apretó con fuerza.


—Creo que tuviste mucho valor para volver aquí después de todo eso, y sumarte a la campaña publicitaria.


—No fue valor. La campaña publicitaria era realmente una diversión para mí. Durante aquellas semanas que estuve en Nueva York, me di cuenta de que entre Miko y yo
nunca llegó a haber esa intimidad emocional que debe ser parte esencial de toda relación seria. Nunca llegamos a compartir nuestros sueños, nuestras metas. No estoy segura siquiera de haber compartido…


Cuando Pedro acarició con el pulgar la palma de su mano, ella se olvidó de todo, se olvidó de Miko y de la foto sensacionalista. Sólo pensó en Pedro y en todo lo que habían compartido durante esa semana. Ella le conocía ahora mejor a él de lo que había llegado a conocer en todo aquel tiempo a Miko. Pero, sobre todo, sabía exactamente el tipo de hombre que era Pedro.


Sincero y fuerte.


—¿Habías oído hablar de la reputación de Mikolaus Kutras antes de conocerle?


—En realidad, no. Había visto algunas fotos suyas, igual que supongo que él habría visto algunas mías. No quería dar crédito a lo que se decía de él. Y, después de conocernos, pensé que sería mi único y gran amor —Paula hizo una breve pausa notando en la mano de Pedro el efecto que le producían esas palabras—. No hace falta que lo digas. Reconozco lo ingenua que fui. Tal vez esas cosas no existen en el amor de verdad. Sin embargo, cuando veo a mi madre y padre juntos, pienso que sí.


—Recuerdo a mi madre y a mi padre cuando estaban juntos. Esa magia de la que hablas también existía entre ellos. Y la teníamos también Connie y yo.


De repente, el nombre de Connie surgió con una fuerza mayor que la que hubiera tenido nunca el de Miko. Aún seguía enamorado de su esposa. Paula adivinó que él no podía sentir nada por otra persona, que no podía sentir nada por ella.


Se dio cuenta, de repente, con toda claridad, de lo que sentía de verdad por Pedro. La palabra amor había cobrado un nuevo significado para ella. Las palabras bonitas y las flores no eran lo más importante en el amor. Había otras cosas: la afinidad de sentimientos, la química, el ver la vida de manera parecida.


Sin embargo, era consciente de que Pedro pensaba que eran muy diferentes, que ella era alguien que necesitaba servicios de habitaciones, hoteles de lujo y viajes a lugares maravillosos.


Para romper la tensión del momento, Pedro se incorporó, indicando con un gesto la cocina.


—Creo que todo esto puede esperar hasta mañana. Voy a apagar mi ordenador y me iré a acostar.


No quería discutir. Paula, en cambio, quería que él se quedara allí con ella. Quería... que él empezara a enamorarse de ella.


Al entrar en la cocina, se dio cuenta de lo superficial que había sido su relación con Miko. Con Pedro era distinto, además de la atracción que sentía por él, había unos fuertes
lazos de amistad que les unía. Miko había sido sólo una fantasía. Pedro era la realidad.


Pero una cruda realidad. Pedro aún amaba a Connie y no estaba dispuesto a dar el paso. ¿Qué podía hacer ella?


A la mañana siguiente, Pedro abrió un sobre dirigido a él. No tenía remite y eso ya le pareció sospechoso.


Examinó la foto antes siquiera de mirar la nota que había escrita. Una multitud de pensamientos contradictorios se cruzaron por su mente. ¡Era lo que le faltaba a Paula! Podría ser el fin de su carrera. Pedro sabía bien que cuando se recibía un anónimo como ése siempre había un precio que pagar. En todo caso, si se trataba de un chantaje, alguien tendría que dar el siguiente paso.


La nota decía:
Si no quiere ver esto publicado en la prensa págueme 500.000 dólares. Póngase en contacto conmigo en el Apartado de Correos 2330, Dallas.