lunes, 25 de mayo de 2015

ANTE LAS CAMARAS: CAPITULO 26





ME alegra que aceptases venir a almorzar al comedor —le dijo Paula a Pedro, mientras se sentaban en una mesa apartada, casi oculta por palmeras, en el Hotel Gallery de Houston.


—Con el comedor casi vacío, no creo que puedas tener ningún problema.


—Mi prima Pamela me recomendó este hotel hace un par de años. Las suites de celebridades, como ella dice, son cómodas, tranquilas y acogedoras. Me encantaría ir a nadar luego a la piscina de la azotea. ¿Crees que podríamos?


—Lo comprobaré. Tal vez después de que se cierre al público.


—¿Tienes el diploma de socorrista? —bromeó ella.


—Por supuesto.


Paula había tratado de mantener un clima distendido durante todo el día. Era la única manera de llevarse bien. No quería pensar en aquella fotografía ni en los e-mails de Miko. Sólo esperaba que aquel viaje relámpago obrase como válvula de escape de todo lo que estaba pasando.


—¿No tenías pensado ir de compras antes de tu reunión de esta tarde? —le preguntó Pedro.


—Ya sé que es la última cosa que querrías hacer.


—He sobrevivido a cosas peores —dijo él en un tono pretendidamente serio.


—Sobreviviste al día que estuvimos comprando los zapatos —le dijo ella riendo.


Echó una ojeada al menú, a sabiendas de que acabaría pidiendo alguna ensalada. Entonces, por el rabillo del ojo, reconoció a la mujer que había en una mesa cercana. ¡Era su prima Patricia!


Paula dejó la carta del menú sobre la mesa y, estaba levantándose ya de la mesa cuando se dio cuenta de que había un hombre sentado junto a Patricia. Estaba casi de espaldas a ella, pero podía verle un poco de perfil.


Le parecía vagamente familiar. Entonces le reconoció.


¡El hombre que estaba con Patricia era Jason Foley!


¿Cómo podía ser posible? Los Chaves y los Foley eran enemigos. Patricia no tendría que estar con ninguno de ellos. Pero, sin embargo, allí estaba ella, almorzando con Jason.


—¿Qué ocurre? —preguntó Pedro.


Jason se levantó de repente, se acercó a Patricia y se inclinó respetuosamente hacia ella para ayudarla a levantarse de la silla. Paula estaba casi segura de que sus labios rozaron la mejilla de su prima. ¿Tendrían una aventura?


Paula se encorvó un poco en la silla para que Patricia no la viera. Pero no debía preocuparse. Patricia sólo tenía ojos para Jason. La pareja abandonó el comedor tomados del brazo.


Pedro se inclinó sobre la mesa y tomó la mano de Paula.


—¿Qué ocurre? —volvió a decir, mirando por encima del hombro en la misma dirección que ella.


—¡Era Patricia! Y Jason Foley.


—¿Uno de los Foley? —preguntó Pedro arqueando las cejas.


—¿Los conoces?


Paula sabía que Baltazar apreciaba a Pedro, pero, ¿hasta qué punto eran amigos?


—Cualquiera que haya trabajado para los Chaves, cualquiera que haya estado en Dallas, ha oído hablar de la rivalidad entre los Chaves y los Foley, y sabe que se odian mutuamente.


—Eso no es del todo cierto. Devon, el padre de Baltazar, intentó reconciliar a las familias.


—¿Por qué no me cuentas cómo empezó todo? Algo pasó con una partida de cartas, ¿no?


—Realmente todo empezó antes de la partida de cartas. La historia, quiero decir, no la contienda.


—No sé por qué me parece que esto empieza a complicarse —bromeó Pedro.


A Paula le gustaban las chispas de buen humor que aparecían en esos momentos en sus ojos. Le gustaba todo de él.


—Es una larga historia. ¿Estás seguro de que quieres oírla?


—Estoy seguro de que contándola tú, no se me hará larga.


—Muy bien, lo intentaremos. Si te aburres, me lo dices. Hubo una vez un barco que se hundió con un tesoro en 1898. Elwin Foley era uno de los miembros de la tripulación.


Continuó luego hablándole acerca de los rumores, el diamante, las minas y la partida de cartas que enemistó a las dos familias.


—Pero la mina sigue siendo propiedad de Travis, ¿no?


—No. Legalmente la propiedad pertenece aún a los Chaves.


—Si Pamela y Baltazar lo encuentran, no quiero ni imaginar lo que pasaría entonces entre los Foley y los Chaves.


—Baltazar no puede pensar en eso ahora —dijo ella—. Él ve en ese diamante la solución a la delicada situación que atraviesan sus negocios. Es el eje sobre el que gira toda la campaña publicitaria.


—Los diamantes ámbar.


—En efecto. Ése es el motivo por el que voy a ver hoy a una diseñadora, para crear un vestuario que vaya bien con esas gemas.


—Tú estás bien de amarillo, de verde, de azul, de rojo…


Ella se echó a reír.


—¿Estás tratando de halagarme para que no vayamos de compras?


—Me limito a decir lo que veo.


¿Qué era exactamente lo que él veía? ¿Una mujer que sabía muy bien lo que quería? ¿Una mujer que había sido engañada? ¿Una mujer que estaba empezando a amarle?


Tal vez todas las protegidas acabasen enamorándose de sus protectores.


No. Eso nunca le había pasado antes, aunque justo era admitirlo, tampoco había tenido antes a alguien con ella las veinticuatro horas del día.


—¿Estás segura de que era Patricia? ¿Y con Jason Foley?


—Conozco a Patricia. He estado con Jason unas cuantas veces, casi siempre en algún club de Dallas. Tiene fama de mujeriego. Patricia debería andarse con cuidado. Apostaría a que quiere algo de ella.


—Quizá sea una pareja de amantes unidos por el capricho del destino —dijo Pedro.


—Me gustaría creerlo. He podido pecar de ingenua con Miko, pero creo haber aprendido la lección. Si un hombre se acerca a ti con demasiado interés, si es demasiado encantador, pero no quiere compartir contigo las cosas importantes, entonces no quiere tener una relación, quiere otra cosa.


Paula y Pedro se miraron el uno al otro. Ella pensaba en la mujer y el niño que él había perdido.


—¿Te resulta muy doloroso recordar a tu mujer?


Pedro bajó la vista hacia la mesa, examinó la carta del menú y luego la puso sobre el mantel.


—A veces creo que me ayuda el recordarlo. Pero luego, cuando lo recuerdo, lo único que consigo es sumirme en el dolor. Aún me cuesta creer que pasase todo aquello.


—¿Tuviste un matrimonio feliz?


—Sí. A ella no parecía importarle seguirme a donde quiera que me llevase mi trabajo, aunque no le resultase fácil hacerlo. Estaba muy ilusionada con la idea de tener un bebé. Un bebé que tendría que cuidar, que criar, un bebé que le haría compañía durante todo el tiempo que yo estuviese fuera trabajando. Connie era maravillosa. Nunca se quejaba.


Paula no creía que ella pudiera llegar a ser tan maravillosa. Si se casase con alguien, no estaría dispuesta a sacrificar por él toda su vida, querría vivir plenamente la suya propia.


—Tú no podrías ser una buena esposa para un agente del Servicio Secreto —concluyó él, como si le estuviese leyendo el pensamiento.


Aunque ella sabía que era cierto, se sintió ofendida.


—Ahora no te pongas a la defensiva conmigo, Paula. Sabes de lo que te estoy hablando. Tú necesitas estar rodeada de gente que te quiera y eso es incompatible con algunas profesiones. El Servicio Secreto es una de ellas.


—No me parezco en nada a tu esposa, ¿verdad? —dijo ella algo deprimida.


—En nada —respondió él, escuetamente.


Pero no añadió que la admiraba, que tenía muchas virtudes. 


Sus propias virtudes.


«Basta», se dijo ella para sí. «Tú no necesita la aprobación de nadie. No necesitas la aprobación de Pedro. Tú eres quien eres, y eso es lo que tienes que recordar siempre. Tú necesitas un hombre que te acepte tal como eres».








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