domingo, 24 de mayo de 2015

ANTE LAS CAMARAS: CAPITULO 24





EL lunes por la tarde, Paula estaba clasificando unas muestras de tela. Los patrones que Tara le había enviado desde Houston eran preciosos.


Tenía pensado reunirse con ella al día siguiente.


Pedro estaba en su cuarto trabajando con el ordenador.


Ella no había revisado aún su correo electrónico ese día, de forma que se sentó frente a su ordenador portátil, lo abrió y arrancó el sistema operativo.


Mientras se cargaba la configuración, escuchó el tono de llamada de su teléfono móvil.


Olvidó por un momento los e-mails y tomó el móvil de la mesa. Era su tía.


—¡Tía Elena! ¿Cómo estás?


Hubo una pausa.


—Bueno, por eso te llamo precisamente. Necesito salir a relajarme un poco. ¿Te gustaría ir este jueves con Katie y conmigo al Yellow Rose Spa? Vamos a pasar allí la noche. ¿Qué te parece?


Paula apenas había estado con su tía y le apetecía pasar un rato con ella. Katie Whitcomb-Salgar, la novia de Teo, le parecía también muy simpática.


—Me gustaría acompañaros, pero vuelo mañana a Houston. Baltazar me ha dejado usar su jet privado, pero cuando vuelva podemos quedar. Me gustaría mucho verte.


—Muy bien. Estaré encantada. Mis hijos, como sabes, no me hablan desde...


La voz de su tía se rompió de repente.


—¿Estás bien?


—En realidad no. Por eso me gustaría pasar un rato contigo y con Katie. Le he contado también lo que te dije a ti y a mi familia. Las dos estáis un poco al margen de todo este lío que he montado y podéis juzgar con más perspectiva.


Su tía aparentemente sólo necesitaba a alguien que la escuchase.


—Estoy segura de que se solucionará todo, ya lo verás.


—Gracias, cariño. Espero con impaciencia al jueves. Que tengas un buen viaje a Houston.


—Gracias. Cuídate.


Paula se despidió de su tía y siguió aún pensando en ella mientras abría su aplicación de correo electrónico. Pronto comenzaron a aparecer los mensajes en la bandeja de entrada. Tenía trece. Echó una ojeada a la lista de direcciones y se detuvo al llegar al noveno. Miko.


Respiró profundamente, hizo clic en esa línea y apareció el mensaje. Era breve y conciso, del mismo tipo que los que había recibido de él en los últimos días.


Paula, si no me respondes esta vez, atente a las consecuencias. Miko.


¿Qué iba a hacer? ¿Cómo se había metido ella en aquel lío?


—Un dólar por tus pensamientos —dijo la voz profunda de Pedro.


Paula se volvió hacia él y trató de seguirle la broma.


—Han subido los precios con la inflación. Pero no creo que valgan ni siquiera un dólar.


—A juzgar por lo que veo en tu cara, creo que no es verdad —dijo él sentándose a su lado—. ¿Qué te pasa, Paula? ¿Algún otro mensaje de tu... amigo?


—No pasa nada importante, Pedro—dijo ella empujando la silla hacia atrás para levantarse—. Además, no es asunto tuyo.


Pedro giró el ordenador hacia él.


Ella, en un gesto infantil, bajó la tapa de golpe, confiando en no romper nada.


Entonces, él también se levantó y la agarró por los hombros. 


Estaban lo bastante cerca como para besarse, pero ella le apartó los brazos bruscamente, y se dirigió a la sala de estar.


—No quiero mirarlo sin tu permiso —le dijo él desde la mesa de la cocina.


—¡Míralo si quieres! —le gritó ella—. Me da igual.


No había llegado aún a su dormitorio cuando apareció él por detrás, agarrándola por la mano, y llevándola hasta el sofá.


—Dime qué sucede, Paula.


De repente, se escuchó de nuevo el tono de llamada del móvil.


—Es mi teléfono. Tengo que ir a ver quién es.


—Puedes dejar que se desvíe al buzón de voz —refunfuñó él—. Esto es importante.


—La llamada también podría serlo. Déjame ver por lo menos de quién se trata —dijo ella mirando la pantalla y viendo con una sonrisa de felicidad el número de la llamada.


—Papá. ¿Cómo estás?


—Muy bien, cariño. ¿Y tú?


—Muy ocupada. El trabajo, las compras, ya sabes.


Él se echó a reír. La suya era una risa franca y abierta que a ella siempre le había gustado escuchar cuando era niña, y mucho más ahora.


—Tu madre ya está haciendo planes para cuando vengas a casa. Espero que cuando estés aquí no tengas muchos compromisos.


—Tengo que decirte una cosa sobre eso.


—¿Sí?


—He estado mirando casas en Internet.


—¿En serio?


—Dado que vas a jubilarte pronto, he pensado que sería buena idea que tuviera una casa para mí, ¿qué te parece?


—¿No te estarás precipitando?


—No, papá. He estado pensando en ello durante los últimos seis meses. Me gustaría tener algo mío. Y tener una empresa propia que lance algo nuevo al mercado ¿Comprendes? No puedo dejar de trabajar.


—Te entiendo. El trabajo ha sido siempre muy importante también para mí. Tu madre ha querido que me jubilase desde hace algunos años, pero yo necesitaba trabajar, demostrarle algo a ella y a mí mismo.


—¿Porque ella es rica?


—En parte sí. No resulta fácil estar casado con una actriz famosa.


—Pero papá, ella te querría igual, trabajases o no.


—Lo sé. Pero un hombre tiene su orgullo, ya sabes. Recuérdalo siempre que salgas con un hombre.


Los dos se quedaron callados.


—Bueno, de verdad, ¿cómo estás? Tu madre está muy preocupada por ti.


Ella nunca les había dicho nada sobre el incidente del club. No era algo de lo que se sintiera orgullosa, ni sobre lo que le gustase hablar.


—Estoy bien. En serio. Dile a mamá que no se preocupe.


—Oh, así lo haré —dijo su padre riendo—. ¿Así que ya has elegido las casas que te gustaría ver?


—Sí. Hay tres en las que estoy interesada.


—¿Quieres que les eche yo un vistazo antes?


—No, papá —dijo ella tras pensárselo un instante—. Quiero hacer las cosas por mí misma.


—¿Estás pensando en cuando tu madre y yo ya no estemos contigo?


—No digas eso, papá.


—Tienes razón. Pero lo entiendo, Paulaa. Tienes un carácter muy independiente, igual que tu madre. Pero mi oferta sigue en pie. Intentaré estar en casa cuando llegues. Tengo unos buenos gerentes en las tiendas que tienen que asumir más responsabilidades para cuando me jubile, así que puedo disponer de más tiempo libre.


—¿Estás pensando realmente en ello?


—Claro. Y tengo algunos planes. Vincenzo, por ejemplo, podría enseñarme a hacer vino.


—Me parece una gran idea. Pero no esperes conseguir una buena cosecha con la primera botella.


—¡Qué bien me conoces! Llámame antes de venir. ¿Vale?


—Muy bien. Lo haré. Dale muchos besos a mamá.


Cuando colgó el teléfono, se sintió feliz, aunque algo nostálgica. Anhelaba poder estar en Italia en ese momento. 


Pero entonces miró a Pedro. La estaba esperando en el sofá.


Se metió el teléfono en el bolsillo y se acercó a él.


Era el momento de contarle toda la historia. No tenía sentido mantenerla por más tiempo en secreto.


—¿Tu padre? —le preguntó él—. ¿Le echas de menos? —añadió al verla asentir con la cabeza.


—Sí.


—Ese e-mail sonaba a amenaza —dijo Pedro tras unos instantes


—Miko quiere que le llame o le escriba. Pero no pienso hacer ninguna de las dos cosas.


—Cuéntame qué pasó con esas fotos de Londres que publicó la prensa sensacionalista.


—¿Por qué lo quieres saber? —dijo Paula, muy interesada en conocer sus motivos.


Pedro apoyó las manos en las rodillas, miró al suelo y luego levantó la cabeza.


—Desde que te conozco, me has parecido siempre una mujer emprendedora e independiente. Pero, cada vez que recibes uno de esos e-mails, pareces como triste y perdida. Me gustaría saber la causa.


Eso no era decirle gran cosa. Ella esperaba que le hubiera dicho que estaba preocupado por ella. Pero tal vez no podía decirle eso, siendo su guardaespaldas.


—Conocí a Miko en Grecia. Hubo una fiesta en su yate. Y tengo que reconocerlo, me sedujo. Era encantador y escuchó con interés todo lo que yo decía. No me di cuenta entonces de que se trataba sólo de una treta que usaba con todas las mujeres que le interesaban. Aprovechando un descanso en mis compromisos, me quedé en su villa. Tenía también un piso en Londres. Fuimos a diversos espectáculos y fiestas. De vuelta en Estados Unidos, me enseñó muy orgulloso su casa en los Hamptons, cerca de Long Island. Era todo tan... romántico. Yo nunca había tenido una relación con nadie. Soñaba con el hombre ideal. Quería tener una relación como la que tenían mi padre y mi madre. Además, había vivido aislada mucho tiempo.
Desde los diecisiete años sólo había vivido para mi profesión. Me limitaba básicamente a trabajar y a verme con algunos amigos y familiares entre los compromisos profesionales. Ésa era mi vida. Así que, al principio, no me di cuenta de que Miko realmente empezaba a aislarme aún más de lo que ya estaba. Yo, sin embargo, me sentía halagada. Él me quería siempre a su lado. No quería que nadie de fuera viniera a inmiscuirse en nuestra relación. Pero no me di cuenta de eso hasta más tarde, cuando él empezó a ocultarme los mensajes que recibía de mi familia y de mis amigos.


—Lo típico —dijo Pedro con voz contenida—. ¿Te pegó alguna vez?


Paula percibió en su mirada una intensidad que nunca había visto antes en él.


—No. Nunca me hizo daño. Físicamente, quiero decir. Pero siempre que tenía un descanso en mi trabajo y me iba a su villa de Grecia, me dejaba a solas con el ama de llaves. No quería siquiera que siguiera trabajando más como modelo.


Pedro dejó escapar un gruñido.


—Cuando se enteró de que Baltazar me había llamado para su campaña publicitaria aquí, me prohibió que lo hiciera. ¡Me lo prohibió! ¡A mí!


—Me imagino cómo acabó la cosa —dijo Pedro con un gesto amargo en los labios.


—Yo había tratado siempre de complacer a mis padres y pasar el mayor tiempo posible con ellos. Pensaba eso de que el roce hace el cariño. Trataba de complacer a todo el mundo que quería. Pero realmente deseaba ayudar a Baltazar, quería ayudar a los Chaves a sacarles del atolladero en que estaban sus negocios.
Estábamos en Londres cuando todo se vino abajo. Tenía que verme con Miko en el club aquella noche. Antes de que él llegase...


Paula se detuvo. No quería seguir adelante con todo aquello.


—¿Qué sucedió antes de que él llegase? —le dijo Pedro animándola a continuar.


—Una mujer se me acercó en el servicio de señoras. Me dijo que su hermana, que sólo tenía dieciocho años, se estaba acostando con Miko y que yo debería saberlo. No sé qué razones tendría para decírmelo. Tal vez fuera por la frustración que sentía porque su hermana no le había hecho caso cuando la había intentado prevenir sobre la clase de hombre que era Miko. Tal vez lo hiciera sólo para abrirme los ojos a la realidad. No sé. Pero yo... Sus palabras me dolieron en el alma, me sentí tan estúpida, tan ingenua, tan engañada...


—¿Y la fotografía sensacionalista? —dijo Pedro, con mucho interés.


—No podía dar crédito a la palabra de un extraño. No podía creer que hubiera estado tan ciega. Necesitaba hablar con Miko, y escucharlo de su propia voz.
Pero, cuando llegó al club aquella noche, no me prestó la menor atención, me dijo que ya hablaríamos más tarde. Cuando, poco después, me sacó a bailar, le pregunté entonces por Tatiana. Se me quedó mirando fijamente a los ojos y me confesó con todo el descaro que una mujer no era bastante para él. Dijo que le gustaban demasiado las mujeres. Cuando me aparté de él y me disponía a salir de allí, me agarró por detrás del vestido. Se rompió un tirante, y el resto, como se suele decir, ya es historia.


—¿Y qué hiciste después?


—Después de que los paparazzi sacaran sus fotos millonarias, salí corriendo del club, tomé un taxi y me fui al piso de Miko. Me llevé todo lo que pensé que me sería necesario y tomé el primer vuelo a Nueva York. Estuve allí un tiempo lamiéndome las heridas, mantuve algunos contactos de trabajo y luego me vine a Dallas.


Pedro le tomó la mano y la apretó con fuerza.


—Creo que tuviste mucho valor para volver aquí después de todo eso, y sumarte a la campaña publicitaria.


—No fue valor. La campaña publicitaria era realmente una diversión para mí. Durante aquellas semanas que estuve en Nueva York, me di cuenta de que entre Miko y yo
nunca llegó a haber esa intimidad emocional que debe ser parte esencial de toda relación seria. Nunca llegamos a compartir nuestros sueños, nuestras metas. No estoy segura siquiera de haber compartido…


Cuando Pedro acarició con el pulgar la palma de su mano, ella se olvidó de todo, se olvidó de Miko y de la foto sensacionalista. Sólo pensó en Pedro y en todo lo que habían compartido durante esa semana. Ella le conocía ahora mejor a él de lo que había llegado a conocer en todo aquel tiempo a Miko. Pero, sobre todo, sabía exactamente el tipo de hombre que era Pedro.


Sincero y fuerte.


—¿Habías oído hablar de la reputación de Mikolaus Kutras antes de conocerle?


—En realidad, no. Había visto algunas fotos suyas, igual que supongo que él habría visto algunas mías. No quería dar crédito a lo que se decía de él. Y, después de conocernos, pensé que sería mi único y gran amor —Paula hizo una breve pausa notando en la mano de Pedro el efecto que le producían esas palabras—. No hace falta que lo digas. Reconozco lo ingenua que fui. Tal vez esas cosas no existen en el amor de verdad. Sin embargo, cuando veo a mi madre y padre juntos, pienso que sí.


—Recuerdo a mi madre y a mi padre cuando estaban juntos. Esa magia de la que hablas también existía entre ellos. Y la teníamos también Connie y yo.


De repente, el nombre de Connie surgió con una fuerza mayor que la que hubiera tenido nunca el de Miko. Aún seguía enamorado de su esposa. Paula adivinó que él no podía sentir nada por otra persona, que no podía sentir nada por ella.


Se dio cuenta, de repente, con toda claridad, de lo que sentía de verdad por Pedro. La palabra amor había cobrado un nuevo significado para ella. Las palabras bonitas y las flores no eran lo más importante en el amor. Había otras cosas: la afinidad de sentimientos, la química, el ver la vida de manera parecida.


Sin embargo, era consciente de que Pedro pensaba que eran muy diferentes, que ella era alguien que necesitaba servicios de habitaciones, hoteles de lujo y viajes a lugares maravillosos.


Para romper la tensión del momento, Pedro se incorporó, indicando con un gesto la cocina.


—Creo que todo esto puede esperar hasta mañana. Voy a apagar mi ordenador y me iré a acostar.


No quería discutir. Paula, en cambio, quería que él se quedara allí con ella. Quería... que él empezara a enamorarse de ella.


Al entrar en la cocina, se dio cuenta de lo superficial que había sido su relación con Miko. Con Pedro era distinto, además de la atracción que sentía por él, había unos fuertes
lazos de amistad que les unía. Miko había sido sólo una fantasía. Pedro era la realidad.


Pero una cruda realidad. Pedro aún amaba a Connie y no estaba dispuesto a dar el paso. ¿Qué podía hacer ella?


A la mañana siguiente, Pedro abrió un sobre dirigido a él. No tenía remite y eso ya le pareció sospechoso.


Examinó la foto antes siquiera de mirar la nota que había escrita. Una multitud de pensamientos contradictorios se cruzaron por su mente. ¡Era lo que le faltaba a Paula! Podría ser el fin de su carrera. Pedro sabía bien que cuando se recibía un anónimo como ése siempre había un precio que pagar. En todo caso, si se trataba de un chantaje, alguien tendría que dar el siguiente paso.


La nota decía:
Si no quiere ver esto publicado en la prensa págueme 500.000 dólares. Póngase en contacto conmigo en el Apartado de Correos 2330, Dallas.







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