domingo, 24 de mayo de 2015

ANTE LAS CAMARAS: CAPITULO 24





EL lunes por la tarde, Paula estaba clasificando unas muestras de tela. Los patrones que Tara le había enviado desde Houston eran preciosos.


Tenía pensado reunirse con ella al día siguiente.


Pedro estaba en su cuarto trabajando con el ordenador.


Ella no había revisado aún su correo electrónico ese día, de forma que se sentó frente a su ordenador portátil, lo abrió y arrancó el sistema operativo.


Mientras se cargaba la configuración, escuchó el tono de llamada de su teléfono móvil.


Olvidó por un momento los e-mails y tomó el móvil de la mesa. Era su tía.


—¡Tía Elena! ¿Cómo estás?


Hubo una pausa.


—Bueno, por eso te llamo precisamente. Necesito salir a relajarme un poco. ¿Te gustaría ir este jueves con Katie y conmigo al Yellow Rose Spa? Vamos a pasar allí la noche. ¿Qué te parece?


Paula apenas había estado con su tía y le apetecía pasar un rato con ella. Katie Whitcomb-Salgar, la novia de Teo, le parecía también muy simpática.


—Me gustaría acompañaros, pero vuelo mañana a Houston. Baltazar me ha dejado usar su jet privado, pero cuando vuelva podemos quedar. Me gustaría mucho verte.


—Muy bien. Estaré encantada. Mis hijos, como sabes, no me hablan desde...


La voz de su tía se rompió de repente.


—¿Estás bien?


—En realidad no. Por eso me gustaría pasar un rato contigo y con Katie. Le he contado también lo que te dije a ti y a mi familia. Las dos estáis un poco al margen de todo este lío que he montado y podéis juzgar con más perspectiva.


Su tía aparentemente sólo necesitaba a alguien que la escuchase.


—Estoy segura de que se solucionará todo, ya lo verás.


—Gracias, cariño. Espero con impaciencia al jueves. Que tengas un buen viaje a Houston.


—Gracias. Cuídate.


Paula se despidió de su tía y siguió aún pensando en ella mientras abría su aplicación de correo electrónico. Pronto comenzaron a aparecer los mensajes en la bandeja de entrada. Tenía trece. Echó una ojeada a la lista de direcciones y se detuvo al llegar al noveno. Miko.


Respiró profundamente, hizo clic en esa línea y apareció el mensaje. Era breve y conciso, del mismo tipo que los que había recibido de él en los últimos días.


Paula, si no me respondes esta vez, atente a las consecuencias. Miko.


¿Qué iba a hacer? ¿Cómo se había metido ella en aquel lío?


—Un dólar por tus pensamientos —dijo la voz profunda de Pedro.


Paula se volvió hacia él y trató de seguirle la broma.


—Han subido los precios con la inflación. Pero no creo que valgan ni siquiera un dólar.


—A juzgar por lo que veo en tu cara, creo que no es verdad —dijo él sentándose a su lado—. ¿Qué te pasa, Paula? ¿Algún otro mensaje de tu... amigo?


—No pasa nada importante, Pedro—dijo ella empujando la silla hacia atrás para levantarse—. Además, no es asunto tuyo.


Pedro giró el ordenador hacia él.


Ella, en un gesto infantil, bajó la tapa de golpe, confiando en no romper nada.


Entonces, él también se levantó y la agarró por los hombros. 


Estaban lo bastante cerca como para besarse, pero ella le apartó los brazos bruscamente, y se dirigió a la sala de estar.


—No quiero mirarlo sin tu permiso —le dijo él desde la mesa de la cocina.


—¡Míralo si quieres! —le gritó ella—. Me da igual.


No había llegado aún a su dormitorio cuando apareció él por detrás, agarrándola por la mano, y llevándola hasta el sofá.


—Dime qué sucede, Paula.


De repente, se escuchó de nuevo el tono de llamada del móvil.


—Es mi teléfono. Tengo que ir a ver quién es.


—Puedes dejar que se desvíe al buzón de voz —refunfuñó él—. Esto es importante.


—La llamada también podría serlo. Déjame ver por lo menos de quién se trata —dijo ella mirando la pantalla y viendo con una sonrisa de felicidad el número de la llamada.


—Papá. ¿Cómo estás?


—Muy bien, cariño. ¿Y tú?


—Muy ocupada. El trabajo, las compras, ya sabes.


Él se echó a reír. La suya era una risa franca y abierta que a ella siempre le había gustado escuchar cuando era niña, y mucho más ahora.


—Tu madre ya está haciendo planes para cuando vengas a casa. Espero que cuando estés aquí no tengas muchos compromisos.


—Tengo que decirte una cosa sobre eso.


—¿Sí?


—He estado mirando casas en Internet.


—¿En serio?


—Dado que vas a jubilarte pronto, he pensado que sería buena idea que tuviera una casa para mí, ¿qué te parece?


—¿No te estarás precipitando?


—No, papá. He estado pensando en ello durante los últimos seis meses. Me gustaría tener algo mío. Y tener una empresa propia que lance algo nuevo al mercado ¿Comprendes? No puedo dejar de trabajar.


—Te entiendo. El trabajo ha sido siempre muy importante también para mí. Tu madre ha querido que me jubilase desde hace algunos años, pero yo necesitaba trabajar, demostrarle algo a ella y a mí mismo.


—¿Porque ella es rica?


—En parte sí. No resulta fácil estar casado con una actriz famosa.


—Pero papá, ella te querría igual, trabajases o no.


—Lo sé. Pero un hombre tiene su orgullo, ya sabes. Recuérdalo siempre que salgas con un hombre.


Los dos se quedaron callados.


—Bueno, de verdad, ¿cómo estás? Tu madre está muy preocupada por ti.


Ella nunca les había dicho nada sobre el incidente del club. No era algo de lo que se sintiera orgullosa, ni sobre lo que le gustase hablar.


—Estoy bien. En serio. Dile a mamá que no se preocupe.


—Oh, así lo haré —dijo su padre riendo—. ¿Así que ya has elegido las casas que te gustaría ver?


—Sí. Hay tres en las que estoy interesada.


—¿Quieres que les eche yo un vistazo antes?


—No, papá —dijo ella tras pensárselo un instante—. Quiero hacer las cosas por mí misma.


—¿Estás pensando en cuando tu madre y yo ya no estemos contigo?


—No digas eso, papá.


—Tienes razón. Pero lo entiendo, Paulaa. Tienes un carácter muy independiente, igual que tu madre. Pero mi oferta sigue en pie. Intentaré estar en casa cuando llegues. Tengo unos buenos gerentes en las tiendas que tienen que asumir más responsabilidades para cuando me jubile, así que puedo disponer de más tiempo libre.


—¿Estás pensando realmente en ello?


—Claro. Y tengo algunos planes. Vincenzo, por ejemplo, podría enseñarme a hacer vino.


—Me parece una gran idea. Pero no esperes conseguir una buena cosecha con la primera botella.


—¡Qué bien me conoces! Llámame antes de venir. ¿Vale?


—Muy bien. Lo haré. Dale muchos besos a mamá.


Cuando colgó el teléfono, se sintió feliz, aunque algo nostálgica. Anhelaba poder estar en Italia en ese momento. 


Pero entonces miró a Pedro. La estaba esperando en el sofá.


Se metió el teléfono en el bolsillo y se acercó a él.


Era el momento de contarle toda la historia. No tenía sentido mantenerla por más tiempo en secreto.


—¿Tu padre? —le preguntó él—. ¿Le echas de menos? —añadió al verla asentir con la cabeza.


—Sí.


—Ese e-mail sonaba a amenaza —dijo Pedro tras unos instantes


—Miko quiere que le llame o le escriba. Pero no pienso hacer ninguna de las dos cosas.


—Cuéntame qué pasó con esas fotos de Londres que publicó la prensa sensacionalista.


—¿Por qué lo quieres saber? —dijo Paula, muy interesada en conocer sus motivos.


Pedro apoyó las manos en las rodillas, miró al suelo y luego levantó la cabeza.


—Desde que te conozco, me has parecido siempre una mujer emprendedora e independiente. Pero, cada vez que recibes uno de esos e-mails, pareces como triste y perdida. Me gustaría saber la causa.


Eso no era decirle gran cosa. Ella esperaba que le hubiera dicho que estaba preocupado por ella. Pero tal vez no podía decirle eso, siendo su guardaespaldas.


—Conocí a Miko en Grecia. Hubo una fiesta en su yate. Y tengo que reconocerlo, me sedujo. Era encantador y escuchó con interés todo lo que yo decía. No me di cuenta entonces de que se trataba sólo de una treta que usaba con todas las mujeres que le interesaban. Aprovechando un descanso en mis compromisos, me quedé en su villa. Tenía también un piso en Londres. Fuimos a diversos espectáculos y fiestas. De vuelta en Estados Unidos, me enseñó muy orgulloso su casa en los Hamptons, cerca de Long Island. Era todo tan... romántico. Yo nunca había tenido una relación con nadie. Soñaba con el hombre ideal. Quería tener una relación como la que tenían mi padre y mi madre. Además, había vivido aislada mucho tiempo.
Desde los diecisiete años sólo había vivido para mi profesión. Me limitaba básicamente a trabajar y a verme con algunos amigos y familiares entre los compromisos profesionales. Ésa era mi vida. Así que, al principio, no me di cuenta de que Miko realmente empezaba a aislarme aún más de lo que ya estaba. Yo, sin embargo, me sentía halagada. Él me quería siempre a su lado. No quería que nadie de fuera viniera a inmiscuirse en nuestra relación. Pero no me di cuenta de eso hasta más tarde, cuando él empezó a ocultarme los mensajes que recibía de mi familia y de mis amigos.


—Lo típico —dijo Pedro con voz contenida—. ¿Te pegó alguna vez?


Paula percibió en su mirada una intensidad que nunca había visto antes en él.


—No. Nunca me hizo daño. Físicamente, quiero decir. Pero siempre que tenía un descanso en mi trabajo y me iba a su villa de Grecia, me dejaba a solas con el ama de llaves. No quería siquiera que siguiera trabajando más como modelo.


Pedro dejó escapar un gruñido.


—Cuando se enteró de que Baltazar me había llamado para su campaña publicitaria aquí, me prohibió que lo hiciera. ¡Me lo prohibió! ¡A mí!


—Me imagino cómo acabó la cosa —dijo Pedro con un gesto amargo en los labios.


—Yo había tratado siempre de complacer a mis padres y pasar el mayor tiempo posible con ellos. Pensaba eso de que el roce hace el cariño. Trataba de complacer a todo el mundo que quería. Pero realmente deseaba ayudar a Baltazar, quería ayudar a los Chaves a sacarles del atolladero en que estaban sus negocios.
Estábamos en Londres cuando todo se vino abajo. Tenía que verme con Miko en el club aquella noche. Antes de que él llegase...


Paula se detuvo. No quería seguir adelante con todo aquello.


—¿Qué sucedió antes de que él llegase? —le dijo Pedro animándola a continuar.


—Una mujer se me acercó en el servicio de señoras. Me dijo que su hermana, que sólo tenía dieciocho años, se estaba acostando con Miko y que yo debería saberlo. No sé qué razones tendría para decírmelo. Tal vez fuera por la frustración que sentía porque su hermana no le había hecho caso cuando la había intentado prevenir sobre la clase de hombre que era Miko. Tal vez lo hiciera sólo para abrirme los ojos a la realidad. No sé. Pero yo... Sus palabras me dolieron en el alma, me sentí tan estúpida, tan ingenua, tan engañada...


—¿Y la fotografía sensacionalista? —dijo Pedro, con mucho interés.


—No podía dar crédito a la palabra de un extraño. No podía creer que hubiera estado tan ciega. Necesitaba hablar con Miko, y escucharlo de su propia voz.
Pero, cuando llegó al club aquella noche, no me prestó la menor atención, me dijo que ya hablaríamos más tarde. Cuando, poco después, me sacó a bailar, le pregunté entonces por Tatiana. Se me quedó mirando fijamente a los ojos y me confesó con todo el descaro que una mujer no era bastante para él. Dijo que le gustaban demasiado las mujeres. Cuando me aparté de él y me disponía a salir de allí, me agarró por detrás del vestido. Se rompió un tirante, y el resto, como se suele decir, ya es historia.


—¿Y qué hiciste después?


—Después de que los paparazzi sacaran sus fotos millonarias, salí corriendo del club, tomé un taxi y me fui al piso de Miko. Me llevé todo lo que pensé que me sería necesario y tomé el primer vuelo a Nueva York. Estuve allí un tiempo lamiéndome las heridas, mantuve algunos contactos de trabajo y luego me vine a Dallas.


Pedro le tomó la mano y la apretó con fuerza.


—Creo que tuviste mucho valor para volver aquí después de todo eso, y sumarte a la campaña publicitaria.


—No fue valor. La campaña publicitaria era realmente una diversión para mí. Durante aquellas semanas que estuve en Nueva York, me di cuenta de que entre Miko y yo
nunca llegó a haber esa intimidad emocional que debe ser parte esencial de toda relación seria. Nunca llegamos a compartir nuestros sueños, nuestras metas. No estoy segura siquiera de haber compartido…


Cuando Pedro acarició con el pulgar la palma de su mano, ella se olvidó de todo, se olvidó de Miko y de la foto sensacionalista. Sólo pensó en Pedro y en todo lo que habían compartido durante esa semana. Ella le conocía ahora mejor a él de lo que había llegado a conocer en todo aquel tiempo a Miko. Pero, sobre todo, sabía exactamente el tipo de hombre que era Pedro.


Sincero y fuerte.


—¿Habías oído hablar de la reputación de Mikolaus Kutras antes de conocerle?


—En realidad, no. Había visto algunas fotos suyas, igual que supongo que él habría visto algunas mías. No quería dar crédito a lo que se decía de él. Y, después de conocernos, pensé que sería mi único y gran amor —Paula hizo una breve pausa notando en la mano de Pedro el efecto que le producían esas palabras—. No hace falta que lo digas. Reconozco lo ingenua que fui. Tal vez esas cosas no existen en el amor de verdad. Sin embargo, cuando veo a mi madre y padre juntos, pienso que sí.


—Recuerdo a mi madre y a mi padre cuando estaban juntos. Esa magia de la que hablas también existía entre ellos. Y la teníamos también Connie y yo.


De repente, el nombre de Connie surgió con una fuerza mayor que la que hubiera tenido nunca el de Miko. Aún seguía enamorado de su esposa. Paula adivinó que él no podía sentir nada por otra persona, que no podía sentir nada por ella.


Se dio cuenta, de repente, con toda claridad, de lo que sentía de verdad por Pedro. La palabra amor había cobrado un nuevo significado para ella. Las palabras bonitas y las flores no eran lo más importante en el amor. Había otras cosas: la afinidad de sentimientos, la química, el ver la vida de manera parecida.


Sin embargo, era consciente de que Pedro pensaba que eran muy diferentes, que ella era alguien que necesitaba servicios de habitaciones, hoteles de lujo y viajes a lugares maravillosos.


Para romper la tensión del momento, Pedro se incorporó, indicando con un gesto la cocina.


—Creo que todo esto puede esperar hasta mañana. Voy a apagar mi ordenador y me iré a acostar.


No quería discutir. Paula, en cambio, quería que él se quedara allí con ella. Quería... que él empezara a enamorarse de ella.


Al entrar en la cocina, se dio cuenta de lo superficial que había sido su relación con Miko. Con Pedro era distinto, además de la atracción que sentía por él, había unos fuertes
lazos de amistad que les unía. Miko había sido sólo una fantasía. Pedro era la realidad.


Pero una cruda realidad. Pedro aún amaba a Connie y no estaba dispuesto a dar el paso. ¿Qué podía hacer ella?


A la mañana siguiente, Pedro abrió un sobre dirigido a él. No tenía remite y eso ya le pareció sospechoso.


Examinó la foto antes siquiera de mirar la nota que había escrita. Una multitud de pensamientos contradictorios se cruzaron por su mente. ¡Era lo que le faltaba a Paula! Podría ser el fin de su carrera. Pedro sabía bien que cuando se recibía un anónimo como ése siempre había un precio que pagar. En todo caso, si se trataba de un chantaje, alguien tendría que dar el siguiente paso.


La nota decía:
Si no quiere ver esto publicado en la prensa págueme 500.000 dólares. Póngase en contacto conmigo en el Apartado de Correos 2330, Dallas.







ANTE LAS CAMARAS: CAPITULO 23





Aquel sábado por la tarde, Paula estaba admirando los diseños de joyería que Patricia le había enviado.


Eran maravillosos, sofisticados, únicos.


Pero no podía dejar de pensar en Pedro. Desde que su madre se había ido con Julia el día anterior, lo había tenido siempre presente en su corazón. Trataba de actuar como si él no estuviera allí, pero le resultaba imposible.


Sonó el timbre de la puerta.


Paula le vio apartar a un lado su ordenador, levantarse del sofá y acudir a la puerta. Había estado todo el tiempo con una camiseta y unos pantalones vaqueros, ya que no habían tenido que salir fuera a ningún compromiso ni a entrevistas de trabajo.


Cuando volvió a la cocina, llevaba un paquete en las manos. 


Parecía un poco fuera de su elemento cuando se lo entregó. 


Era una caja envuelta en un papel de color azul con un lazo blanco.


—¿Qué es esto? —le preguntó ella.


—Es un regalo de agradecimiento por ayudar a mi madre. No es gran cosa —dijo él muy serio.


—No tienes por qué darme nada.


—Sé que mi madre y tú hicisteis un trato, y que ella va a hacerte una colcha afgana, pero yo quería de-mostrarte también mi agradecimiento. Adelante, ábrela.


El corazón le latía con fuerza mientras quitaba la cinta y desenvolvía el papel. Era una caja de regalo de color blanco.


Estaba muy emocionada y le temblaban las manos.


Levantó la tapa y apartó el papel de seda de su interior. Lo que vio despertó su sonrisa. Sacó de la caja la pequeña jaula de cristal y se la puso en la palma de la mano.


—Gracias. Es muy bonita. No me puedo creer que te hayas acordado.


—Mi trabajo es prestar atención a todo —dijo él con una pequeña sonrisa en los labios.


Paula quería abrazarlo, quería rodearle el cuello con sus brazos, quería volver a besarlo. Pero, en vez de ello, se quedó mirándole fijamente.


—Has tenido un detalle encantador. Lo guardaré en un sitio muy especial. Tú entiendes lo que yo siento, Pedro. No hay mucha gente como tú.


Él asintió con la cabeza, y ella aprovechó la ocasión.


—A mí también me gustaría conocer las cosas que tú sientes. Háblame de Connie —le pidió ella.


Pedro la miró durante unos instantes, sacó la silla que estaba en una esquina de la mesa y se sentó.


—No me gusta hablar de Connie.


Paula dejó la jaula sobre la mesa.


—Quizá te haría bien. Tu madre me dijo que te preguntara sobre ella.


Él frunció el ceño y la miró con gesto sorprendido.


—Connie era la hija de una amiga de mi madre —dijo Pedro respirando profundamente, como si se decidiera por fin a dar comienzo a un largo relato—. Nos conocimos en una fiesta de Navidad cuando yo estaba en la universidad. Nos casamos mientras yo estaba en el cuerpo de policía de Dallas. Ella comprendió que yo quería ser agente del Servicio Secreto y siempre estuvo a mi lado apoyándome. Después de trabajar al servicio del presidente, estuve un tiempo en Atlanta, en una oficina de distrito. Connie se quedó embarazada mientras vivíamos allí. Yo estaba muy metido en un caso y pensamos que sería bueno para ella venir aquí, a Dallas, a estar con su familia. Ella tenía una amiga que vivía en la zona sur. Le dije que no fuera a verla a su casa, que se vieran en cualquier otro sitio, pero no me escuchó.
Estaba saliendo de casa de su amiga, camino del coche, cuando la alcanzó una bala perdida de una reyerta entre dos bandas. La perdí a ella y al niño que esperábamos.


Pedro, lo siento mucho. No sé qué decir —dijo ella poniéndole la mano en el hombro.


—No hay nada que decir. Ocurrió hace cinco años. La vida continúa.


Pedro permaneció inmóvil con la mano de ella sobre su hombro.


—¿Has estado con alguien desde entonces?


—Tienes que saber cuándo parar, Paula.


Ella se enfadó y retiró la mano de su hombro.


—Ése es el tipo de pregunta que cualquiera haría a una persona a la que trata de conocer.


—¿Por qué quieres conocerme?


¿Debía correr el riesgo? ¿Dar el salto? ¿Quedaría como una estúpida si lo hiciera? Si se guardase para sí sus sentimientos hasta que se marchase a Italia, él nunca llegaría a conocerlos. Pero, ¿y si había un sentimiento profundo entre ellos?


—Estoy empezando a sentir algo por ti, Pedro. Necesitaría saber si tú sientes también algo por mí.


Él le tomó la mano.


—Estoy loco por ti, Paula. Pero, si tuviese una relación contigo, pondría en juego mi reputación.


Ella apretó su mano contra la suya.


—¿No tenemos ya una relación? A veces pienso que crees que hemos crecido en mundos tan diferentes que no podemos mantener una relación normal como personas adultas. Pero no veo por qué. Creo que tenemos más cosas en común de las que piensas.


—No te engañes a ti misma pensando que nuestras vidas son iguales. No lo son —dijo él moviendo la cabeza.


Ella no quería enfrentarse a él. No quería discutir. Sólo quería que le confesase sus sentimientos.


—Me paso la vida volando a Los Ángeles o a cualquier otro sitio para una sesión o una entrevista. Tú haces algo parecido, viajando constantemente para comprobar la seguridad de las tiendas. ¿No estás cansado ya de tanto viaje? ¿No te gustaría vivir en alguna parte? A mí me gustaría despertarme cada mañana sabiendo dónde estoy. Quiero tener mi vida. Quiero ser madre.


Paula había sacado aquello a relucir sin darse cuenta. No había sido su intención.


—¿Cuándo tomaste esa decisión?


—Tengo veintiocho años todavía. No tengo que tomar ahora ninguna decisión precipitada. Tengo unos años por delante para poner en marcha el negocio que tengo en mente, dejar mi carrera de modelo, y establecerme en San Casciano. Es un sitio que a ti también te gustaría. Está a unos dieciséis kilómetros de Florencia. El campo está lleno de viñedos y olivares. En Florencia, hay muchas joyerías ubicadas en un puente sobre el río Arno. Se le conoce como el Ponte Vecchio. Es realmente único.


—¿Renunciarías por completo a tu vida en los Estados Unidos? ¿Qué pasaría con tu familia de aquí?


—No tenemos una relación tan estrecha como cabría esperar de una familia, pero a pesar de ello me gusta seguir manteniéndome en contacto con ellos. Probablemente, tendría que volver aquí para hablar con los propietarios de las tiendas y los fabricantes. Podría conseguirme aquí un apartamento para cuando viniera de visita de negocios. Estoy segura de que podría realquilarlo mientras estuviese fuera.


—Para ti supondría un cambio muy drástico.


—No tan drástico. Me ha ido muy bien como modelo. He reducido mi actividad durante el año pasado, en busca de otras oportunidades. Ya he visto algunas que podrían convenirme.


Ella se acercó un poco más a él y le sintió tenso. Pero no se apartó.


—Pero hemos cambiado de conversación —dijo ella suavemente—. Yo no quiero hablar de mí, quiero hablar de ti.


—¿Por qué pensarán las mujeres que hablando se puede resolver algo?


—Se pueden solucionar muchas cosas. Pero sólo si uno expresa sus pensamientos y sus sentimientos.


—No esperes que te transmita mis sentimientos sobre lo que le pasó a mi esposa y mi hijo. Después del asesinato, me di a la bebida durante un mes, luego me sometí a un estricto plan de preparación física para recuperarme. Aún no sé controlar el dolor que siento, pero espero conseguirlo algún día. La gente dice que el dolor vuelve mejor a las personas, que las hace más compasivas, más tolerantes y comprensivas con los demás. A mí es algo que todavía me descompone. Nadie quiere oír hablar de esas cosas.


—Yo sí.


Él se apartó de la mesa y se puso de pie.


—Crees que sí, pero no. Sólo acabarías sintiéndote mal, como yo.


—¿No has aprendido a canalizar la ira con alguna cosa?


—Claro que sí. Además de con el trabajo, hago pesas, corro. Si estoy en un lugar el tiempo suficiente, me dedico de nuevo a las artes marciales. Eso me ayuda.


—Pero no sales con nadie.


—No.


—¿Entonces por qué…? —dijo ella vacilante—. ¿Por qué me besaste la primera vez?


—Porque eres una mujer muy bella y yo no había estado con una mujer desde hacía cinco años.


Ella le había pedido que le hablara con franqueza y él lo había hecho.


—Tú querías ver si yo era todas esas cosas que se decía de mí en la prensa sensacionalista.


—Ésa era la única imagen que tenía de ti, Paula. No puedes culparme por eso.


—Te puedo culpar de no querer ver más allá de lo que puede ver todo el mundo en la portada de una revista.


—Me causaste una gran impresión. Mi mente trabajaba más despacio que mi libido.


Paula se sentía decepcionada de que él se hubiera limitado a verla como tantos otros hombres. Aunque estaba convencida de que había cambiado de opinión.


—¿Quieres que te hable de mi vida? Aún no me has explicado lo tuyo con Kutras Mikolaus.


Pedro tenía razón. Pero ella no quería entrar en eso a menos que estuviese segura de que a Pedro le importaba de veras.


—Me metí en algo que no debía. No era el hombre que pensaba que era. No siento dolor alguno por la pérdida. Es sólo que lo de Miko me hace sentirme estúpida, no tengo ningún secreto que confiarte, pero creo que tú llevas todo un mundo de sentimientos enterrados dentro de ti, que algún día tendrán que salir a la luz.


—Tú has leído algún libro de auto-ayuda, ¿verdad? —le preguntó él con sarcasmo.


—He leído más de uno, sí. Quería conocerme a mí misma mejor de lo que me conoce mi familia y la gente con la que trabajo. Los sentimientos son parte de la vida. Y compartirlos también debería serlo.


Pedro puso los ojos en blanco.


—Fin de la conversación. ¿Te he oído decir que pensabas salir esta noche?


Nadie sabía cortar una conversación mejor que Pedro. Pero ella decidió responder a su pregunta.


—Es la apertura de un nuevo club. Mi publicista piensa que sería una buena idea ir. ¿Qué te parece?


—Creo que no habría problema si hacemos bien las cosas. Una limusina para llevarnos allí, una segunda persona de respaldo. ¿Está el propietario acostumbrado a tratar con famosos?


—Sí, si no, no iría.


Pedro meditó el caso unos segundos, y luego hizo un gesto afirmativo con la cabeza.


—No veo ningún problema. ¿A qué hora estarás lista?


—¿Te parece bien a las nueve?


—Muy bien, a las nueve —dijo él, levantándose de la mesa—. Tal vez estemos empezando a conocernos, Paula, pero vivir así, juntos, como ahora, puede llegar a crearnos una falsa ilusión de intimidad. No te dejes engañar por una falsa realidad.


Cuando Pedro salió de la cocina, ella se preguntó cuál de los dos se estaba engañando a sí mismo








sábado, 23 de mayo de 2015

ANTE LAS CAMARAS: CAPITULO 22





Al mediodía siguiente, Paula tenía en sus brazos a una alegre niña.


—Creo que te llamas Susana, ¿no? Tienes un nombre muy bonito.


El bebé le agarró uno de sus pendientes de oro y Paula se echó a reír.


—No quiero que le haga daño —dijo Julia acercándose a ella.


Parecía preocupada y había estado muy nerviosa desde que había entrado en la suite.


Paula se quitó el pendiente y se lo enseñó a la niña para que lo agarrara de nuevo con sus manitas.


—¡Cómo me va a hacer daño esta preciosidad!


—Si la deja correr por el suelo podría romperle algo, se pondría a tocarlo todo.


—¡Qué va! Va a ser muy buena, ¿a que sí? Tengo algunas cosas en la cocina con las que podría entretenerse, cajitas de plástico, cacharros y botes.


Sentó de nuevo a la niña en su regazo y le sonrió con dulzura. Le hizo cosquillas en la tripita y Susana se rió.


—Le gusta jugar con esas cosas —dijo Julia un poco más relajada—. También le encantan los rollos de papel.


—Creo que tengo uno —dijo Paula.


—A mamá no le importará si hablamos de ella, ¿verdad? —le dijo Julia a su hermano.


—Ahora está viendo su telenovela favorita. Dice que cuando acabemos de decidir sobre su vida, se lo digamos, entonces nos dirá si le parece bien o no lo que hayamos decidido.


Paula, entre risas, levantó al bebé en los brazos.


—Me voy con Susana a la cocina, desde allí podrá veros y estará entretenida.


Paula no había dirigido una sola palabra a Pedro en toda la mañana. Era como si vivieran en las orillas opuestas de un inmenso océano. Se tiró en el suelo de la cocina a jugar con Susana mientras oía la conversación de los dos hermanos.


—Mamá debería venirse a vivir conmigo —decía Julia.


—Ya sabes que no quiere.


—Me da igual si quiere o no, no hay otra solución.
No puede seguir subiendo escaleras. ¿Y si se cae y se rompe algo peor?


—Ella te va a decir que no se va a romper nada.


—¿Estás acaso de su parte?


—Sólo estoy tratando de hacer de abogado del diablo —respondió Pedro muy sereno—. Se nos puede ocurrir el mejor plan del mundo, pero si ella no está de acuerdo, ¿de qué sirve?


—Tal vez deberíamos decírselo a ella.


—No hasta que hayamos encontrado una solución, Julia. ¿Qué podríamos decirle? ¿Vete a vivir con Julia y sé feliz? Sabes que le gusta la intimidad, la independencia.


Paula había estado pensando en algo desde la noche anterior. No le había dicho nada a Pedro, pero tal vez ya era el momento de hacerlo. Levantó del suelo a Susana y la
tomó de nuevo en los brazos. La zarandeó suavemente en el aire y la niña se rió. Luego volvió a la sala con ella.


Los dos hermanos se quedaron mirándola.


—Ya sé que esto no es asunto mío, pero quizá podría tener una solución satisfactoria para todos.


—Ella no quiere ir a un centro de asistencia, prefiere su independencia —dijo Pedro con mucha firmeza.


—No, no os iba a proponer eso. ¿Habéis pensado en instalar una de esas sillas salva escaleras que hay en algunos sitios para los discapacitados?


Los dos hermanos se miraron sorprendidos.


—¿Una silla salva escaleras? —preguntó Julia, desconcertada.


—Sí, uno de los amigos de mi madre tiene una. Si la escalera es lo suficientemente amplia, se puede instalar allí. De esa forma, podría subir y bajar las escaleras ella sola sin que tuvierais que preocuparos. Lo estuve viendo anoche en Internet. Hay varias empresas en Dallas que las venden e instalan.


Pedro y Julia intercambiaron una larga mirada, parecían muy pensativos.


—Ahora que lo dices, trabajé en una ocasión para un cliente cuyo padre tenía una en su casa. Tenía artritis en las rodillas y le costaba mucho subir las escaleras.


—Exactamente —dijo Paula, meciendo a Susana de nuevo para tenerla contenta.


—¿Por qué no se lo comentamos a mamá? —le dijo Pedro a su hermana—. Voy a hacer un par de llamadas, a ver si puedo conseguir más información.


Pedro dirigió una mirada de admiración a Paula que ella recibió muy halagada. Tal vez, Pedro se daría cuenta ahora de que era capaz de pensar no sólo en sí misma, sino también en los demás.


A Paula le encantaba Susana. No paraba de jugar con ella, a taparse la cara con las manos y luego descubrirla de repente entre risas, a esconder una cuchara dentro del trapo de la cocina, y a romper las toallitas de papel. El bebé parecía entusiasmado con esos juegos y Paula se sentía muy feliz viendo sus risas.


Sabía que ser madre era mucho más que eso, pero aquello podía ser un buen comienzo. Había estado pensando mucho en la maternidad en esos últimos días. No como una alternativa a su trabajo, sino más bien como un complemento en su vida, un cambio que recibiría muy gustosa.


Media hora más tarde, seguía sentada con Susana en el suelo de la cocina. La niña no paraba de sacar las cucharas de un cajón y meterlas en otro.


Paula sintió de repente la presencia de otra persona en la cocina. Se volvió lentamente y vio a Pedro.


Había una expresión muy triste en su mirada y ella quiso saber la razón de ello.


—¿Quieres jugar con nosotros? —le preguntó, dando unas palmaditas en el suelo.


Pedro esbozó una media sonrisa de desánimo y se dejó caer en el suelo a su lado.


—Se te ve triste. ¿Qué sucede? ¿No le gusta a tu madre la idea de la silla?


—En realidad sí. Ella y Julia están ahora haciendo planes. Creo que la idea le ha hecho muy feliz.


—Entonces, ¿a qué viene esa cara?


—Quizá me has interpretado mal.


—No lo creo.


Paula sabía que no podía presionarle más, que no podía apremiarle. Era él el que tenía que contarle sus secretos y abrirle su corazón. Sí él no lo hacía, ella no podía hacer más.


Pedro se quedó callado unos instantes. Observó a Susana jugando con las cucharas, pasándoselas de una mano a otra. Tomó una de ellas y se la dio a la niña. Ella le sonrió, moviendo una y otra vez muy contenta entre sus manitas todas las cucharas que tenía.


—Casi llegué a tener un hijo una vez.


Paula se quedó completamente inmóvil, esperando a que él continuara. Pero Julia entró corriendo en ese momento en la sala, deteniéndose al ver a los tres en la cocina. Miró a Pedro y pareció entender con su mirada lo que él estaba sintiendo. Paula se dio cuenta de que el estar con su sobrina le traía recuerdos muy dolorosos.


—Vas a poder disponer de tu habitación de nuevo —le dijo Julia muy contenta—. Mamá está guardando ya sus cosas. 
Va a quedarse conmigo hasta que se le ponga bien el tobillo y mientras tanto le instalaremos su silla salva escaleras —añadió sentándose muy sonriente en el suelo con ellos—. Nunca podremos pagarte lo que has hecho, Paula. Esto significa mucho para nosotros. Pedro tendría que ir besando por donde tú pises durante los próximos días.


Pedro miró profundamente a Paula.


—Sí, tendría que hacerlo.