sábado, 23 de mayo de 2015

ANTE LAS CAMARAS: CAPITULO 22





Al mediodía siguiente, Paula tenía en sus brazos a una alegre niña.


—Creo que te llamas Susana, ¿no? Tienes un nombre muy bonito.


El bebé le agarró uno de sus pendientes de oro y Paula se echó a reír.


—No quiero que le haga daño —dijo Julia acercándose a ella.


Parecía preocupada y había estado muy nerviosa desde que había entrado en la suite.


Paula se quitó el pendiente y se lo enseñó a la niña para que lo agarrara de nuevo con sus manitas.


—¡Cómo me va a hacer daño esta preciosidad!


—Si la deja correr por el suelo podría romperle algo, se pondría a tocarlo todo.


—¡Qué va! Va a ser muy buena, ¿a que sí? Tengo algunas cosas en la cocina con las que podría entretenerse, cajitas de plástico, cacharros y botes.


Sentó de nuevo a la niña en su regazo y le sonrió con dulzura. Le hizo cosquillas en la tripita y Susana se rió.


—Le gusta jugar con esas cosas —dijo Julia un poco más relajada—. También le encantan los rollos de papel.


—Creo que tengo uno —dijo Paula.


—A mamá no le importará si hablamos de ella, ¿verdad? —le dijo Julia a su hermano.


—Ahora está viendo su telenovela favorita. Dice que cuando acabemos de decidir sobre su vida, se lo digamos, entonces nos dirá si le parece bien o no lo que hayamos decidido.


Paula, entre risas, levantó al bebé en los brazos.


—Me voy con Susana a la cocina, desde allí podrá veros y estará entretenida.


Paula no había dirigido una sola palabra a Pedro en toda la mañana. Era como si vivieran en las orillas opuestas de un inmenso océano. Se tiró en el suelo de la cocina a jugar con Susana mientras oía la conversación de los dos hermanos.


—Mamá debería venirse a vivir conmigo —decía Julia.


—Ya sabes que no quiere.


—Me da igual si quiere o no, no hay otra solución.
No puede seguir subiendo escaleras. ¿Y si se cae y se rompe algo peor?


—Ella te va a decir que no se va a romper nada.


—¿Estás acaso de su parte?


—Sólo estoy tratando de hacer de abogado del diablo —respondió Pedro muy sereno—. Se nos puede ocurrir el mejor plan del mundo, pero si ella no está de acuerdo, ¿de qué sirve?


—Tal vez deberíamos decírselo a ella.


—No hasta que hayamos encontrado una solución, Julia. ¿Qué podríamos decirle? ¿Vete a vivir con Julia y sé feliz? Sabes que le gusta la intimidad, la independencia.


Paula había estado pensando en algo desde la noche anterior. No le había dicho nada a Pedro, pero tal vez ya era el momento de hacerlo. Levantó del suelo a Susana y la
tomó de nuevo en los brazos. La zarandeó suavemente en el aire y la niña se rió. Luego volvió a la sala con ella.


Los dos hermanos se quedaron mirándola.


—Ya sé que esto no es asunto mío, pero quizá podría tener una solución satisfactoria para todos.


—Ella no quiere ir a un centro de asistencia, prefiere su independencia —dijo Pedro con mucha firmeza.


—No, no os iba a proponer eso. ¿Habéis pensado en instalar una de esas sillas salva escaleras que hay en algunos sitios para los discapacitados?


Los dos hermanos se miraron sorprendidos.


—¿Una silla salva escaleras? —preguntó Julia, desconcertada.


—Sí, uno de los amigos de mi madre tiene una. Si la escalera es lo suficientemente amplia, se puede instalar allí. De esa forma, podría subir y bajar las escaleras ella sola sin que tuvierais que preocuparos. Lo estuve viendo anoche en Internet. Hay varias empresas en Dallas que las venden e instalan.


Pedro y Julia intercambiaron una larga mirada, parecían muy pensativos.


—Ahora que lo dices, trabajé en una ocasión para un cliente cuyo padre tenía una en su casa. Tenía artritis en las rodillas y le costaba mucho subir las escaleras.


—Exactamente —dijo Paula, meciendo a Susana de nuevo para tenerla contenta.


—¿Por qué no se lo comentamos a mamá? —le dijo Pedro a su hermana—. Voy a hacer un par de llamadas, a ver si puedo conseguir más información.


Pedro dirigió una mirada de admiración a Paula que ella recibió muy halagada. Tal vez, Pedro se daría cuenta ahora de que era capaz de pensar no sólo en sí misma, sino también en los demás.


A Paula le encantaba Susana. No paraba de jugar con ella, a taparse la cara con las manos y luego descubrirla de repente entre risas, a esconder una cuchara dentro del trapo de la cocina, y a romper las toallitas de papel. El bebé parecía entusiasmado con esos juegos y Paula se sentía muy feliz viendo sus risas.


Sabía que ser madre era mucho más que eso, pero aquello podía ser un buen comienzo. Había estado pensando mucho en la maternidad en esos últimos días. No como una alternativa a su trabajo, sino más bien como un complemento en su vida, un cambio que recibiría muy gustosa.


Media hora más tarde, seguía sentada con Susana en el suelo de la cocina. La niña no paraba de sacar las cucharas de un cajón y meterlas en otro.


Paula sintió de repente la presencia de otra persona en la cocina. Se volvió lentamente y vio a Pedro.


Había una expresión muy triste en su mirada y ella quiso saber la razón de ello.


—¿Quieres jugar con nosotros? —le preguntó, dando unas palmaditas en el suelo.


Pedro esbozó una media sonrisa de desánimo y se dejó caer en el suelo a su lado.


—Se te ve triste. ¿Qué sucede? ¿No le gusta a tu madre la idea de la silla?


—En realidad sí. Ella y Julia están ahora haciendo planes. Creo que la idea le ha hecho muy feliz.


—Entonces, ¿a qué viene esa cara?


—Quizá me has interpretado mal.


—No lo creo.


Paula sabía que no podía presionarle más, que no podía apremiarle. Era él el que tenía que contarle sus secretos y abrirle su corazón. Sí él no lo hacía, ella no podía hacer más.


Pedro se quedó callado unos instantes. Observó a Susana jugando con las cucharas, pasándoselas de una mano a otra. Tomó una de ellas y se la dio a la niña. Ella le sonrió, moviendo una y otra vez muy contenta entre sus manitas todas las cucharas que tenía.


—Casi llegué a tener un hijo una vez.


Paula se quedó completamente inmóvil, esperando a que él continuara. Pero Julia entró corriendo en ese momento en la sala, deteniéndose al ver a los tres en la cocina. Miró a Pedro y pareció entender con su mirada lo que él estaba sintiendo. Paula se dio cuenta de que el estar con su sobrina le traía recuerdos muy dolorosos.


—Vas a poder disponer de tu habitación de nuevo —le dijo Julia muy contenta—. Mamá está guardando ya sus cosas. 
Va a quedarse conmigo hasta que se le ponga bien el tobillo y mientras tanto le instalaremos su silla salva escaleras —añadió sentándose muy sonriente en el suelo con ellos—. Nunca podremos pagarte lo que has hecho, Paula. Esto significa mucho para nosotros. Pedro tendría que ir besando por donde tú pises durante los próximos días.


Pedro miró profundamente a Paula.


—Sí, tendría que hacerlo.





4 comentarios:

  1. Hermosos capítulos! Me da mucha pena que Pedro sea así, que no se permita ser feliz! Ojalá Pau lo ayude a superar lo que vivió.

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  2. Pobre Pedro que tristepor lo de su bebé!! Estan lindos los icap ojala ella lo ayude y él se deje !! Jajajakqjqk

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  3. Pobre Pedro! Me encanta la historia, se tienen muchisimo cariño aunque no se lo digan

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  4. Ayyyyyy, Dios mío, cómo sufre Pedro. Pero Pau lo va a ayudar a encontrar la felicidad.

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