domingo, 24 de mayo de 2015

ANTE LAS CAMARAS: CAPITULO 23





Aquel sábado por la tarde, Paula estaba admirando los diseños de joyería que Patricia le había enviado.


Eran maravillosos, sofisticados, únicos.


Pero no podía dejar de pensar en Pedro. Desde que su madre se había ido con Julia el día anterior, lo había tenido siempre presente en su corazón. Trataba de actuar como si él no estuviera allí, pero le resultaba imposible.


Sonó el timbre de la puerta.


Paula le vio apartar a un lado su ordenador, levantarse del sofá y acudir a la puerta. Había estado todo el tiempo con una camiseta y unos pantalones vaqueros, ya que no habían tenido que salir fuera a ningún compromiso ni a entrevistas de trabajo.


Cuando volvió a la cocina, llevaba un paquete en las manos. 


Parecía un poco fuera de su elemento cuando se lo entregó. 


Era una caja envuelta en un papel de color azul con un lazo blanco.


—¿Qué es esto? —le preguntó ella.


—Es un regalo de agradecimiento por ayudar a mi madre. No es gran cosa —dijo él muy serio.


—No tienes por qué darme nada.


—Sé que mi madre y tú hicisteis un trato, y que ella va a hacerte una colcha afgana, pero yo quería de-mostrarte también mi agradecimiento. Adelante, ábrela.


El corazón le latía con fuerza mientras quitaba la cinta y desenvolvía el papel. Era una caja de regalo de color blanco.


Estaba muy emocionada y le temblaban las manos.


Levantó la tapa y apartó el papel de seda de su interior. Lo que vio despertó su sonrisa. Sacó de la caja la pequeña jaula de cristal y se la puso en la palma de la mano.


—Gracias. Es muy bonita. No me puedo creer que te hayas acordado.


—Mi trabajo es prestar atención a todo —dijo él con una pequeña sonrisa en los labios.


Paula quería abrazarlo, quería rodearle el cuello con sus brazos, quería volver a besarlo. Pero, en vez de ello, se quedó mirándole fijamente.


—Has tenido un detalle encantador. Lo guardaré en un sitio muy especial. Tú entiendes lo que yo siento, Pedro. No hay mucha gente como tú.


Él asintió con la cabeza, y ella aprovechó la ocasión.


—A mí también me gustaría conocer las cosas que tú sientes. Háblame de Connie —le pidió ella.


Pedro la miró durante unos instantes, sacó la silla que estaba en una esquina de la mesa y se sentó.


—No me gusta hablar de Connie.


Paula dejó la jaula sobre la mesa.


—Quizá te haría bien. Tu madre me dijo que te preguntara sobre ella.


Él frunció el ceño y la miró con gesto sorprendido.


—Connie era la hija de una amiga de mi madre —dijo Pedro respirando profundamente, como si se decidiera por fin a dar comienzo a un largo relato—. Nos conocimos en una fiesta de Navidad cuando yo estaba en la universidad. Nos casamos mientras yo estaba en el cuerpo de policía de Dallas. Ella comprendió que yo quería ser agente del Servicio Secreto y siempre estuvo a mi lado apoyándome. Después de trabajar al servicio del presidente, estuve un tiempo en Atlanta, en una oficina de distrito. Connie se quedó embarazada mientras vivíamos allí. Yo estaba muy metido en un caso y pensamos que sería bueno para ella venir aquí, a Dallas, a estar con su familia. Ella tenía una amiga que vivía en la zona sur. Le dije que no fuera a verla a su casa, que se vieran en cualquier otro sitio, pero no me escuchó.
Estaba saliendo de casa de su amiga, camino del coche, cuando la alcanzó una bala perdida de una reyerta entre dos bandas. La perdí a ella y al niño que esperábamos.


Pedro, lo siento mucho. No sé qué decir —dijo ella poniéndole la mano en el hombro.


—No hay nada que decir. Ocurrió hace cinco años. La vida continúa.


Pedro permaneció inmóvil con la mano de ella sobre su hombro.


—¿Has estado con alguien desde entonces?


—Tienes que saber cuándo parar, Paula.


Ella se enfadó y retiró la mano de su hombro.


—Ése es el tipo de pregunta que cualquiera haría a una persona a la que trata de conocer.


—¿Por qué quieres conocerme?


¿Debía correr el riesgo? ¿Dar el salto? ¿Quedaría como una estúpida si lo hiciera? Si se guardase para sí sus sentimientos hasta que se marchase a Italia, él nunca llegaría a conocerlos. Pero, ¿y si había un sentimiento profundo entre ellos?


—Estoy empezando a sentir algo por ti, Pedro. Necesitaría saber si tú sientes también algo por mí.


Él le tomó la mano.


—Estoy loco por ti, Paula. Pero, si tuviese una relación contigo, pondría en juego mi reputación.


Ella apretó su mano contra la suya.


—¿No tenemos ya una relación? A veces pienso que crees que hemos crecido en mundos tan diferentes que no podemos mantener una relación normal como personas adultas. Pero no veo por qué. Creo que tenemos más cosas en común de las que piensas.


—No te engañes a ti misma pensando que nuestras vidas son iguales. No lo son —dijo él moviendo la cabeza.


Ella no quería enfrentarse a él. No quería discutir. Sólo quería que le confesase sus sentimientos.


—Me paso la vida volando a Los Ángeles o a cualquier otro sitio para una sesión o una entrevista. Tú haces algo parecido, viajando constantemente para comprobar la seguridad de las tiendas. ¿No estás cansado ya de tanto viaje? ¿No te gustaría vivir en alguna parte? A mí me gustaría despertarme cada mañana sabiendo dónde estoy. Quiero tener mi vida. Quiero ser madre.


Paula había sacado aquello a relucir sin darse cuenta. No había sido su intención.


—¿Cuándo tomaste esa decisión?


—Tengo veintiocho años todavía. No tengo que tomar ahora ninguna decisión precipitada. Tengo unos años por delante para poner en marcha el negocio que tengo en mente, dejar mi carrera de modelo, y establecerme en San Casciano. Es un sitio que a ti también te gustaría. Está a unos dieciséis kilómetros de Florencia. El campo está lleno de viñedos y olivares. En Florencia, hay muchas joyerías ubicadas en un puente sobre el río Arno. Se le conoce como el Ponte Vecchio. Es realmente único.


—¿Renunciarías por completo a tu vida en los Estados Unidos? ¿Qué pasaría con tu familia de aquí?


—No tenemos una relación tan estrecha como cabría esperar de una familia, pero a pesar de ello me gusta seguir manteniéndome en contacto con ellos. Probablemente, tendría que volver aquí para hablar con los propietarios de las tiendas y los fabricantes. Podría conseguirme aquí un apartamento para cuando viniera de visita de negocios. Estoy segura de que podría realquilarlo mientras estuviese fuera.


—Para ti supondría un cambio muy drástico.


—No tan drástico. Me ha ido muy bien como modelo. He reducido mi actividad durante el año pasado, en busca de otras oportunidades. Ya he visto algunas que podrían convenirme.


Ella se acercó un poco más a él y le sintió tenso. Pero no se apartó.


—Pero hemos cambiado de conversación —dijo ella suavemente—. Yo no quiero hablar de mí, quiero hablar de ti.


—¿Por qué pensarán las mujeres que hablando se puede resolver algo?


—Se pueden solucionar muchas cosas. Pero sólo si uno expresa sus pensamientos y sus sentimientos.


—No esperes que te transmita mis sentimientos sobre lo que le pasó a mi esposa y mi hijo. Después del asesinato, me di a la bebida durante un mes, luego me sometí a un estricto plan de preparación física para recuperarme. Aún no sé controlar el dolor que siento, pero espero conseguirlo algún día. La gente dice que el dolor vuelve mejor a las personas, que las hace más compasivas, más tolerantes y comprensivas con los demás. A mí es algo que todavía me descompone. Nadie quiere oír hablar de esas cosas.


—Yo sí.


Él se apartó de la mesa y se puso de pie.


—Crees que sí, pero no. Sólo acabarías sintiéndote mal, como yo.


—¿No has aprendido a canalizar la ira con alguna cosa?


—Claro que sí. Además de con el trabajo, hago pesas, corro. Si estoy en un lugar el tiempo suficiente, me dedico de nuevo a las artes marciales. Eso me ayuda.


—Pero no sales con nadie.


—No.


—¿Entonces por qué…? —dijo ella vacilante—. ¿Por qué me besaste la primera vez?


—Porque eres una mujer muy bella y yo no había estado con una mujer desde hacía cinco años.


Ella le había pedido que le hablara con franqueza y él lo había hecho.


—Tú querías ver si yo era todas esas cosas que se decía de mí en la prensa sensacionalista.


—Ésa era la única imagen que tenía de ti, Paula. No puedes culparme por eso.


—Te puedo culpar de no querer ver más allá de lo que puede ver todo el mundo en la portada de una revista.


—Me causaste una gran impresión. Mi mente trabajaba más despacio que mi libido.


Paula se sentía decepcionada de que él se hubiera limitado a verla como tantos otros hombres. Aunque estaba convencida de que había cambiado de opinión.


—¿Quieres que te hable de mi vida? Aún no me has explicado lo tuyo con Kutras Mikolaus.


Pedro tenía razón. Pero ella no quería entrar en eso a menos que estuviese segura de que a Pedro le importaba de veras.


—Me metí en algo que no debía. No era el hombre que pensaba que era. No siento dolor alguno por la pérdida. Es sólo que lo de Miko me hace sentirme estúpida, no tengo ningún secreto que confiarte, pero creo que tú llevas todo un mundo de sentimientos enterrados dentro de ti, que algún día tendrán que salir a la luz.


—Tú has leído algún libro de auto-ayuda, ¿verdad? —le preguntó él con sarcasmo.


—He leído más de uno, sí. Quería conocerme a mí misma mejor de lo que me conoce mi familia y la gente con la que trabajo. Los sentimientos son parte de la vida. Y compartirlos también debería serlo.


Pedro puso los ojos en blanco.


—Fin de la conversación. ¿Te he oído decir que pensabas salir esta noche?


Nadie sabía cortar una conversación mejor que Pedro. Pero ella decidió responder a su pregunta.


—Es la apertura de un nuevo club. Mi publicista piensa que sería una buena idea ir. ¿Qué te parece?


—Creo que no habría problema si hacemos bien las cosas. Una limusina para llevarnos allí, una segunda persona de respaldo. ¿Está el propietario acostumbrado a tratar con famosos?


—Sí, si no, no iría.


Pedro meditó el caso unos segundos, y luego hizo un gesto afirmativo con la cabeza.


—No veo ningún problema. ¿A qué hora estarás lista?


—¿Te parece bien a las nueve?


—Muy bien, a las nueve —dijo él, levantándose de la mesa—. Tal vez estemos empezando a conocernos, Paula, pero vivir así, juntos, como ahora, puede llegar a crearnos una falsa ilusión de intimidad. No te dejes engañar por una falsa realidad.


Cuando Pedro salió de la cocina, ella se preguntó cuál de los dos se estaba engañando a sí mismo








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