domingo, 17 de mayo de 2015

ANTE LAS CAMARAS: CAPITULO 2




Una hora después, Paula estaba sentada en la enorme mesa del salón de la mansión de los Chaves.


Sentía aún cierta desazón tras su encuentro anterior con Pedro Alfonso. ¿Por qué había actuado de esa manera tan brusca con él? Hacía sólo un mes que había roto con Mikolaus Kutras, con el que había tenido la peor relación sentimental de su vida. No estaba preparada para abordar una nueva.


No estaba en su mejor momento, pero, aquella noche, no parecía ser la única. Se suponía que estaban allí para celebrar el cumpleaños de Elena Chaves. Viuda desde hacía casi un año, Elena había pedido a todos sus hijos que acudieran esa noche, y la había incluido a ella en la invitación. Siempre se había llevado muy bien con su tía. 


Cuando estaba en los Estados Unidos y su madre estaba en Italia, o terminando un rodaje en algún lugar del planeta, sabía que podía contar con su tía para todo.


Elena lucía habitualmente una amplia sonrisa, pero esa noche apenas era una sombra de sí misma. Y el resto de la familia tampoco parecía estar mucho más alegre. Baltazar, presidente ejecutivo de las Joyerías Chaves, mostraba una evidente expresión de preocupación. Teo, que había sido un hombre feliz y comprometido con su trabajo antes de ir a Bagdad como cirujano con la International Medical Corps, había vuelto totalmente cambiado. Ya no era el mismo hombre optimista y lleno de ilusiones, sino alguien desencantado y lleno de amargura.
Al lado de Teo, estaba sentada Pamela, que miraba constantemente de reojo a su hermano Baltazar. ¿Qué se traerían entre manos? Pamela había sido siempre muy poco femenina. Como gemóloga, a la vez que geóloga, hacía frecuentes viajes a África y a América del Sur para descubrir las bellezas ocultas de sus subsuelos.
Patricia, su hermana gemela, era más dulce y refinada. Diseñaba las joyas que se vendían en la cadena de tiendas de los Chaves y había vendido piezas de gran valor a miembros de la realeza europea, a estrellas del mundo del cine y a personajes relevantes de la alta sociedad.
Camilo, el menor de los Chaves, estaba sentado a la derecha de Paula. Tenía sólo veintiún años y debía regresar en un par de semanas a la Universidad Metodista del Sur. Camilo era muy sociable, pero esa noche apenas había pronunciado dos palabras. Él y su madre no habían cruzado una sola mirada en toda la noche.


Aquella noche, había un silencio inquietante en aquella mesa.


Tratando de romper la tensión, Paula probó un trozo de su tiramisú y se dirigió sonriente a Elena.


—El postre está exquisito.


—Sí, ciertamente —dijo Baltazar apoyando sus palabras—. Quisiera expresar mis mejores deseos para nuestra madre en este día de su cumpleaños.


Paula se sintió finalmente algo aliviada al ver cómo volvía a fluir de nuevo la conversación.


Pero enseguida la voz de Baltazar cobró un nuevo tono, esta vez frío y duro como una roca.


—He tratado de demorar todo lo posible el deciros algo que muy probablemente todos ya sabéis. Las Joyerías Chaves están atravesando una situación muy delicada. Con la recesión económica que estamos viviendo, nuestras ventas han caído drásticamente. Todos nuestros clientes, incluso los más adinerados, están recortando sus pedidos e incluso cancelando algunos previos. Y, en cuanto al público en general… Tenemos en nuestras tiendas a mucha gente mirando, pero muy pocos compran.


—¿Esta situación afecta sólo a las tiendas de Estados Unidos? —preguntó Elena.


—Las tiendas que gestiona Jose en Italia mantienen de momento su actividad, pero no abrigo muchas esperanzas de que sigan así por mucho tiempo.


Paula estaba muy orgullosa de su padre, aunque no había pasado demasiado tiempo con él cuando era pequeña. Ahora mantenían una estrecha relación y ella había disfrutado mucho yendo con él por Florencia, Roma y Milán a admirar las maravillosas piezas que se exponían en sus joyerías de lujo.


—Con la competencia existente actualmente en el mercado —prosiguió Baltazar—, nuestra firma ya no es tan importante y prestigiosa como antes. Necesitamos hacer algo y hacerlo ahora mismo.


—Por Dios santo, Baltazar, ¿tan mal están las cosas? —dijo Elena con tono de desolación.


La expresión de Baltazar se tornó sombría. Paula sabía bien que a su primo no le gustaba que se pusieran en tela de juicio sus afirmaciones.


—Más que mal. Ésa es la razón por la que me he decidido a hablaros de ello esta noche. Tras la muerte de papá, yo me hice cargo del negocio y descubrí en seguida que no era tan solvente como todos pensábamos. He llevado a cabo auditorías en todas las tiendas de la cadena y las conclusiones son las mismas. Si esto continúa así, nos veremos obligados a cerrar Atlanta, Houston y quién sabe si también Los Ángeles. Nuestro buque insignia aquí en Dallas necesita también un impulso, así que vamos a lanzar una fuerte campaña publicitaria a fin de recuperar el prestigio de nuestra firma.


Baltazar miró fijamente a Pamela por unos segundos y luego fue recorriendo con la mirada a cada uno de los asistentes. Paula se preguntó si no habría discutido ya el asunto previamente con su hermana.


—He desarrollado una campaña global —prosiguió él—, basada en el descubrimiento del diamante Santa Magdalena.


—¡El Santa Magdalena lleva perdido desde 1800! —objetó Patricia.


—En efecto —confirmó Baltazar.


—Los cazadores de tesoros encontraron hace unos seis meses el barco que se hundió llevando supuestamente el diamante —prosiguió Patricia—. Seguí con mucho interés el caso y no se encontró rastro de ninguna joya.


Paula sabía que Patrcia estaba siempre a la caza de cualquier suceso que pudiese aportar cualquier idea a sus diseños.


—Así es —dijo Baltazar muy sereno—. Por eso, los rumores de que los supervivientes de la tripulación lo robaron han vuelto a resurgir.


—¿No era el padre de Gavin Foley uno de los miembros de la tripulación? —preguntó Teo.


Paula esperó a escuchar una exclamación unánime de desaprobación en la mesa. El nombre de Foley no se pronunciaba nunca en aquella casa cuando los Chaves estaban reunidos.


Pamela se encargó de responder a Teo.


—Sí, el rumor que corrió fue que Elwin Foley se hizo con el diamante. Y tenemos buenas razones para pensar que el rumor es cierto.


Paula estaba al tanto de la disputa existente desde hacía mucho tiempo entre los Foley y los Chaves. Se había iniciado cuando el abuelo de Baltazar, Harry Chaves, había ganado a Gavin Foley en una partida de póker la propiedad de unas minas de plata abandonadas. Por lo que tenía entendido, Gavin había sido un jugador más que un trabajador. Las cinco minas que su padre había abierto nunca habían producido un solo gramo de plata, y eso que su padre se había matado a trabajar tratando de encontrarla. Gavin había decidido que él no llevaría nunca una vida tan desgraciada.


Tampoco llegó a pensar nunca que tendría la mala fortuna de perderlas en una partida de póker. El alcohol y la adrenalina le llevaron a ponerlas sobre la mesa de juego y Harry Chaves, el abuelo de Baltazar, sacó buen provecho de ello. Después, Gavin difundió la idea de que Harry le había hecho trampas.


Y así había empezado la rivalidad entre las dos familias.


En aquel entonces, todos pensaban que las minas carecían de valor, pero Harry Chaves trabajó duro, excavando profundamente, hasta encontrar la plata. Y así llegó a hacerse rico. Los Foley, incluida toda la descendencia, odiaron a partir de entonces a los Chaves.


—Nuestra familia trató por todos los medios de poner fin a la disputa —dijo Elena—. Devon otorgó a Rex el usufructo de la propiedad de las tierras.


De lo que Paula había oído en sus visitas a la mansión cuando era pequeña, sabía que su tía había sido parte activa también de aquella disputa. Supuestamente, tanto Rex Foley como Devon Chaves la habían estado cortejando a la vez. Y Devon, el padre de Baltazar, había vuelto a ser el ganador. Aquel triángulo amoroso había contribuido a fomentar aún más la tensión entre las dos familias.


—Tu padre intentó apaciguar a los Foley —insistió Elena.


—Estoy convencido de que Travis Foley, que es quien vive allí ahora —observó Teo con sarcasmo—, se despierta cada mañana maldiciendo a los Chaves porque la tierra que pisa no le pertenece.


—Puede ser —admitió Baltazar fríamente—, pero los Chaves tenemos aún los derechos sobre los minerales y tenemos buenas razones para creer que el diamante Santa Magdalena está escondido en una de esas minas.


—¡Estás bromeando! —exclamó Patricia—. ¿Qué te lleva a pensar eso?


—Estuve examinando los documentos privados de papá tratando de hallar alguna idea para sacar a flote nuestro negocio, y estudiando las escrituras de la propiedad me di cuenta de que allí estaba la clave para dar con el paradero del diamante Santa Magdalena.


—¿Y nadie se ha dado cuenta en todos estos años? —replicó Teo con escepticismo.


—En las escrituras hay algo en lo que nadie parece haber reparado hasta ahora —comenzó explicando Baltazar—. Hay unos símbolos, una especie de petroglifos. Uno de ellos es un águila con las garras en forma de diamante. Estaban muy desdibujados, de modo que los envié a un experto. Tras el análisis, llegó a la conclusión de que los símbolos fueron
grabados después de fijar las escrituras. De adolescente, exploré las minas en persona para ver qué había en ellas, y creo que el águila es la clave para encontrar el diamante.


—Cada una de las minas tienen un petroglifo grabado en una roca a la entrada de la mina: una tortuga, un lagarto, un árbol, un arco y un águila —explicó Pamela—. Creemos que el padre de Gavin escondió el diamante en la mina del águila. Dado que él fue quien robó el diamante, no podía venderlo fácilmente. No en vano, pasa por ser el diamante ámbar más grande del mundo. Cualquiera lo habría reconocido. ¿Qué otra cosa podía hacer sino ocultarlo en alguna parte hasta encontrar la forma de hacer una fortuna con él? Por otra parte, sabía lo peligroso que era el trabajo en las minas, de forma que dibujó los símbolos en la escritura para que su esposa o su hijo pudieran descubrirlos cuando él ya no estuviese.


—Admito que se trata sólo de una conjetura, pero es una conjetura que podría reportarnos muchos beneficios. Estoy adquiriendo todos los diamantes ámbar que puedo. Creo que se revalorizarán extraordinaria-mente en cuanto encontremos el diamante Santa Magdalena. La repercusión mediática del hallazgo será enorme. Tendremos nuestras tiendas preparadas para servir toda una gama de productos de diamantes ámbar. Patricia puede ir trabajando sobre esta idea. Mientras tanto, me gustaría poner en marcha una nueva campaña publicitaria en toda nuestra cadena de tiendas —Baltazar dirigió en ese momento su mirada hacia Paula—. Paula está de acuerdo en liderar esta campaña y todos nos sentimos felices de tenerla entre nosotros. Es tan conocida como Paris Hilton, pero desde que pasa tanto tiempo en Europa, la prensa americana parece haberse olvidado un poco de ella. Hará una larga gira por todos los Estados para promocionar la campaña. Empezaremos por la apariencia de nuestras tiendas, promoviendo nuestra atención a los clientes, dejando que los clientes preferentes envíen sus sugerencias por correo electrónico a Paula, y dejando que ella concierte algunas entrevistas personales con los que considere de mayor interés. Patricia, mientras tanto, puede comenzar a trabajar en el diseño de los diamantes ámbar y Paula confeccionará un catálogo de todos sus diseños. Queremos que todos nuestros clientes salgan de nuestras tiendas habiendo comprado algo. Nada de técnicas agresivas de venta, hay que hacer que nuestros clientes se sientan tan especiales que ellos mismos se muestren deseosos de comprar nuestros productos. Estoy considerando la idea de lanzar la iniciativa de un desayuno con los Chaves, croissants y café expréss, así como la de champán y entremeses algunas tardes. Todo forma parte del esfuerzo que debemos hacer entre todos para sacar a flote el negocio de la familia.


Paula analizó por unos instantes las ideas de Baltazar. Le gustaban todas ellas y algunas incluso le parecían divertidas. 


Aunque la mayor parte de su armario era de diseñadores europeos, algunos de sus modelos eran americanos. De hecho, una de sus diseñadoras habituales vivía en Houston. Llamaría a Tara Grantley esa noche para ver cuándo podían verse.


¿Le acompañaría Pedro a Houston adonde vivía Grantley? 


Sintió una extraña desazón al pensarlo.


Baltazar estaba a punto de incorporarse cuando su madre se levantó de la mesa antes de que él lo hiciera.


—Quédate donde estás, Baltazar. Tengo algo que decir a la familia.


Camilo, al lado de Paula, se arrellanó en su asiento, poniéndose muy tenso, apartando a un lado el plato del postre y comenzando a mover nervioso las piernas por debajo de la mesa. Sin duda, había ocurrido algo entre Camilo y su madre, pero ¿qué?


—No voy a robaros mucho tiempo —comenzó diciendo Elena—, pero hay algo importante que necesito deciros. Cuando el año pasado me comunicaron que tenía un cáncer de mama, me replanteé muchos aspectos de mi vida. Tengo algunas cosas de las que arrepentirme. Ahora que no está vuestro padre, me siento en condiciones de revelaros un secreto que he mantenido durante muchos años. He pensado bien a quién podía beneficiar y a quién perjudicar esta revelación. Pero finalmente he decidido que no puedo guardarlo por más tiempo. He hablado ya del asunto con Camilo porque es a él a quien más afecta. No me resulta fácil decirlo, así que trataré de explicarlo en pocas palabras. 
Hace veintidós años, durante una época no precisamente muy feliz de mi matrimonio, mantuve una relación con Rex Foley. Camilo es el fruto de ella. Vuestro hermano no es un Chaves, es un Foley.


Paula observó como el estupor y luego el dolor se adueñaban sucesivamente de los rostros de todos los asistentes. Camilo agachó la cabeza, como esperando el rechazo de todos sus hermanos y hermanas. Patricia, Pamela y Teo lo miraron perplejos, como si no pudiesen entender que uno de los suyos pudiera ser un Foley. Y Baltazar… Baltazar miraba a su madre con una expresión de ira como nunca antes le había visto Paula. Algo había estallado de repente esa noche en el seno de aquella familia y ella no se sentía a gusto formando parte de ella. Ella no era uno de los hijos de Elena. No podía ayudarles a resolver sus problemas internos. No hasta que no hubieran digerido la noticia.


Paula se acercó a Camilo y le tomó la mano.


—Todo va a salir bien.


Sabía que aquellas palabras no le iban a servir de ninguna ayuda, pero las dijo de todos modos.


—Nada volverá a ser como antes —dijo él mirándola a los ojos.


Paula se levantó entonces de la mesa y puso la mano sobre el hombro de Camilo. Luego hizo lo propio con Patricia, con Pamela y con Teo, pero se detuvo un instante al llegar a donde estaba Baltazar, sentado muy arrogante en su silla.


Apoyó finalmente la mano sobre su hombro, inclinándose un poco hacia él.


—Llámame —le dijo.


Sabía que tenía que llamarla, tenía que ultimar los detalles de la primera fase del plan que él mismo había marcado. Quizá entonces le diría lo que pensaba sobre lo que
acababa de suceder, pero no albergaba demasiadas esperanzas. Baltazar era un mundo en sí mismo.


Cuando llegó a la altura de Elena, advirtió que sus ojos estaban llenos de lágrimas. Se inclinó para darle un abrazo.


—Quería que tú también lo supieras —le susurró su tía.


—Te lo agradezco, tía, pero creo que esto es algo privado de la familia. Me vuelvo al hotel.


Cuando salió del salón, se hizo un profundo silencio. Se preguntó quién sería el primero en romperlo. Y se preguntó también si alguno de ellos se daría cuenta de que tenían una ocasión de oro para poner fin de una vez por todas a la disputa con los Foley.


En cualquier caso, sentía la necesidad de salir de allí y refugiarse en la tranquila suite del hotel, para olvidar todas las tensiones, no sólo de esa noche, sino de los meses pasados. Nadie allí sabía la verdadera historia de lo que realmente había sucedido en aquel club de Londres un mes antes. Nadie conocía la verdadera historia de su relación con Miko Kutras.








ANTE LAS CAMARAS: CAPITULO 1





LA puerta de la biblioteca de la mansión de los Chaves se abrió de repente, irrumpiendo en la estancia una hermosísima mujer de cabello largo y rubio: Paula Chaves. Su rostro aparecía con asiduidad en las portadas de las revistas de moda y en las páginas de la prensa sensacionalista.


Sin poder evitarlo, Pedro Alfonso se quedó por un momento sin respiración, deslumbrado por su belleza. No quería ser el protector de una modelo de la alta sociedad que representaba el paradigma de la niña criada en medio del lujo y la opulencia. Pero, en su calidad de responsable de seguridad de las Joyerías Chaves, no le quedaba otra elección. Y menos aún cuando Baltazar Chaves le había pedido personalmente ese favor.


Paula, con aquel ajustado vestido azul y aquellos zapatos de tacón de aguja, podía dejar sin respiración a cualquier hombre. Pero no a él. A él no le iban las divas.


—Siento llegar tarde —dijo ella con una sonrisa que contribuyó a acentuar aún más su belleza.


Sus miradas se cruzaron durante unos segundos. Pedro se sintió como transportado a otro mundo.


—Mi… Mi vuelo sufrió un retraso —se excusó ella, con la mirada aún fija en la suya—. Vine todo lo deprisa que pude.


Se detuvo al observar que él ni sonreía ni hacía la menor intención de acercarse a saludarla.


Si esperaba que él cayera rendido a sus pies, iba lista.


—Señorita Chaves, soy su guardaespaldas. Comenzaré mi servicio esta noche, cuando vuelva usted a Sky Towers. Baltazar me aseguró que un chófer de la familia la acercará al hotel después de la cena de cumpleaños de la madre de Baltazar. Me reuniré allí con usted y estaré a su lado durante toda la semana.


Paula alzó arrogante su pequeña y bien dibujada barbilla.


—El placer es mío, señor Alfonso. Me gustaría decirle, antes de nada, que no considero que necesite tener ningún guardaespaldas. Todo ha sido idea de Baltazar, no mía.


Pedro no dio un solo paso hacia ella. Sabía que tenía que marcar desde el principio una infranqueable frontera entre ambos.


—¿No necesita un guardaespaldas? —preguntó él muy sereno—. Pues tengo entendido que se produjo cierto desagradable incidente a su llegada al aeropuerto.


Baltazar le había puesto al corriente del suceso. Había tenido que resolver un problema de seguridad en Houston y no había podido estar allí antes. Al menos, había conseguido llegar justo a tiempo para reunirse con Paula antes de la celebración del cumpleaños de Elena Chaves.


—Los paparazzi consiguieron enterarse de mi llegada, pero me las arreglé para darles esquinazo —dijo Paula con cierto rubor en las mejillas.


—No sólo fueron los paparazzi. Había una multitud esperándola, llegaron incluso a impedir la salida de la limusina. Señorita Chaves, hay dos cosas que debe aprender mientras esté bajo mi protección. Una, que debe ser siempre sincera conmigo. Dos, que no debe correr riesgos innecesarios. ¿Entendido?


—¿Entendido? —repitió Paula desafiante, echando chispas por sus ojos dorados—. Creo que fue usted agente del Servicio Secreto. Y muy bueno, según tengo entendido. Eso es genial, es encomiable. Pero no voy a dejar que me diga lo que puedo y lo que no puedo hacer. ¿Entendido?


Tenía delante de él a una mujer bellísima y luchadora, no cabía duda. Pero iba a tener que ignorarlo si quería tener la situación bajo control.


—Mi trabajo es mantenerla a salvo.


—Muy bien, limítese entonces a cumplir con su trabajo. Como portavoz de Joyerías Chaves, tengo que hacer todo lo que Baltazar me encargue, y eso conlleva relacionarme con mucha gente. También tengo algunos compromisos propios, y no siempre puedo predecir como resultarán.


—¿Como aquel tipo que la estuvo acosando el año pasado?
Paula palideció. Pero se recuperó enseguida y esbozó una sonrisa.


—Nadie ha vuelto a acosarme últimamente, no se preocupe por eso. Usted sólo tiene que protegerme durante unas pocas semanas. Iré a Italia unas cuantas semanas a finales de agosto. Cuando vuelva, Baltazar ya habrá buscado a otra persona y usted podrá volver a su trabajo de seguridad en las tiendas.


—Mientras tanto, tenemos que trabajar juntos.


—No, señor Alfonso. Usted sólo tiene que limitarse a evitar que me acosen mis fans.


Pedro recordó entonces una imagen de Paula publicada el mes anterior en un periódico sensacionalista. Un paparazzi le había sacado una foto bailando en un club de Londres. 


Una foto que valía su peso en oro. Se le habían aflojado los tirantes y se le había caído la parte de arriba de su elegante vestido.


¿Había sido un simple accidente o habría sido todo un estudiado montaje publicitario?


Un súbito rubor cubrió las mejillas de Paula, y Pedro supuso que ella estaba recordando también aquel incidente. De forma brusca, Paula se dio la vuelta con la intención de salir de la estancia.


—Señorita Chaves… —dijo él sorprendido.


—Ya hablaremos más tarde, no quiero hacer esperar a mi tía el día de su cumpleaños.


Y, dicho eso, Paula Chaves desapareció de la estancia.


—Muy bien —murmuró entre dientes Pedro, pasándose la mano por su pelo moreno cortado al estilo militar.


Paula Chaves le iba a dar más problemas de los que se había imaginado. Pero sabría manejarla.


¿Acaso no había trabajado como miembro de seguridad al servicio del presidente de Estados Unidos?










ANTE LAS CAMARAS: SINOPSIS






La supermodelo Paula Chaves necesitaba tomarse un descanso. El trabajo de su guardaespaldas, Pedro Alfonso, era precisamente ése, garantizar su seguridad durante el tiempo que pasara en Dallas. 


Pero ella no iba a encontrar la paz y la tranquilidad que buscaba, porque nadie antes había hecho latir su corazón tan deprisa como lo hacía Pedro.


En Paula, Pedro descubrió a una mujer con tantas facetas como los diamantes que ella promocionaba. Sin embargo, no le gustaba mezclar el trabajo con el placer, especialmente con los paparazzi siempre al acecho. 


¿Acabaría por bajar la guardia para dejar que Paula entrara en su corazón?








sábado, 16 de mayo de 2015

EXOTICA COMPAÑIA: CAPITULO FINAL




Dos horas más tarde, yacía en los brazos de Pedro. Había agotado todas las emociones en el curso del día. A pesar de lo cansada que se encontraba, la invadía una gran felicidad.


—¿Te importaría mucho que arregláramos esta casa y viviéramos en ella? —le preguntó.


—En absoluto. De hecho, le dije a Pablo que Cathy y él podían quedarse con el dormitorio principal del Rocking C. Me gusta mucho este lugar; aquí fue donde me enamoré de ti —susurró al acariciar la hermosa curva de su cadera—. Pablo y yo podemos restaurar tu casa ahora que ya hemos plantado el trigo. La próxima semana trasladaremos el ganado a otro pastizal, empezaremos a extender la valla y luego tú y yo podremos decidir qué cambios queremos aquí.


Paula se volvió para mirar esos ojos que la hipnotizaban. 


Después de años de luchar sola, había encontrado su nicho. 


Sabía que ese terreno de cuarenta acres y sus animales exóticos no eran todo lo que necesitaba para ser feliz. Por encima de todo necesitaba el amor de Pedro. Él era la otra mitad de su corazón solitario.


—¿Te haces una idea de lo mucho que te amo? —le preguntó.


—¿Incluso más que tirarme por un puente? —sonrió.


—Mucho más.


—Entonces, demuéstramelo, cariño. Luego desterraré cualquier duda que pueda quedarte, porque esto será para siempre. Siempre te amaré, Pau.


Juntos, envueltos en la serenata de ululatos, aullidos y gruñidos, quemaron la noche y volvieron a enamorarse.


—Sacudes mi mundo, Rubita —susurró mucho rato después.


Paula sonrió somnolienta y se acurrucó en sus brazos. La vida era estupenda en Buzzard’s Grove. No necesitaba nada más, salvo quizá un par de bebés que tuvieran la risa de su padre y su ilimitada capacidad de amar.


Fin






EXOTICA COMPAÑIA: CAPITULO 32




En su habitación, ella había jurado contener las emociones turbulentas que bullían en su interior. No pensaba desmoronarse ni gimotear. Ni iba a vacilar cuando él intentara salir de la tumba que había cavado para sí mismo. 


No iba a poder convencerla de que el beso que le había dado a Cathy no significaba nada, que solo le importaba ella. Ya había oído la misma canción de Raul.


Mientras bajaba, se le ocurrió que su pataleta quizá había sido prematura. ¿Qué derecho tenía a esperar fidelidad cuando Pedro no había establecido ningún compromiso verbal con ella, y viceversa? En ningún momento había sido una relación seria. Fin de la historia. Era ella quien se había enamorado y esperaba cosas que no tenía derecho a esperar de él.


Se dio cuenta de que era una idiota. Desde tiempos inmemoriales los hombres se habían aprovechado sexualmente de las mujeres, sin hacer ninguna promesa. Era ella quien no sabía jugar.


Había cometido otro humillante error al intentar establecer una relación seria. Sí, pero estaba dolida, enfadada, avergonzada y mortificada, pero lo superaría… en unos cien años. No le iba a dar la satisfacción de presenciar otro exabrupto. Se mostraría indiferente, incluso remota. Dejaría que él creyera que no le importaba, aunque el corazón aún le sangrara.



****


Pedro sintió el impacto del deseo en cuanto la vio bajar. 


Probablemente pensaba que lo castigaba con su aspecto espléndido con ese vestido rojo y ceñido que recalcaba cada una de sus voluptuosas curvas. Le daba un diez por esa táctica eficaz.


Inclinó la cabeza con gesto caballeroso cuando terminó de bajar los escalones, luego le indicó que lo precediera por la puerta. Paula alzó la barbilla con arrogancia, lo miró otra vez con desdén y salió contoneándose en su mejor imitación de Mae West.


Cuando Pedro intentó abrirle la puerta del acompañante, ella se le adelantó. La Señorita Independiente quería dejar bien claro que no necesitaba su ayuda.


Pedro se sentó ante el volante, puso marcha atrás y luego se dirigió a la ciudad.


—Me he enterado de que tu secretaria está constipada. Espero que ya se sienta mejor.


Silencio sepulcral.


Le sorprendió que las ventanillas no se helaran. Le brindaría diez minutos de paz y quietud, luego empezaría a explorar, para cerciorarse del sitio que ocupaba con ella.


—Me gustaría romper el silencio un momento —comentó diez minutos después—. He de formularte una pregunta hipotética —ella le lanzó una mirada que habría podido cortar cristal, luego clavó la vista en el camino de grava. Iba a mostrarse poco cooperativa—. Muy bien, Rubita, supongamos que tú y yo hemos establecido un compromiso. Digamos una fecha de boda. Algo por el estilo. Luego
digamos que descubrías que te engañaba, después de afirmar que estaba enamorado de ti y de que quería que estuviéramos juntos para siempre. ¿Qué harías?


Paula pensó en mantener el silencio, pero decidió que no podía dejar pasar esa magnífica oportunidad.


—¿Tú y yo?


—Tú y yo —convino Pedro—. No tú y Raul.


—¿Acabas de declarar que me amas y luego me has dado un anillo de compromiso como prueba de tu eterna lealtad y entrega?


—Exacto. Lo hemos hecho oficial y todo el mundo en Buzzard’s Grove lo sabe. El anuncio ya ha salido en el periódico. Hemos encargado las invitaciones para la boda.


—Bueno, entonces te llevaría hasta un puente, luego te empujaría al vacío y te maldeciría toda la caída.


Pedro contuvo una carcajada. No se andaba con chiquitas en cuanto a la venganza.


—Segunda pregunta.


—Dijiste que solo tenías una. Ya la he respondido —espetó y cruzó los brazos bajo su pecho bien exhibido.


—Vamos, Rubita —instó—. Técnicamente, es la parte B de la misma pregunta.


—De acuerdo, porque soy una persona generosa, te daré un margen, pero solo porque vas a pagar la cena más cara del Good Grub Diner. Es una pena que no me lleves a Cathy’s Place. Ella podría descubrir lo que yo sé, que eres un canalla mentiroso y traidor.


—Lo que quiero saber es si podrías amarme lo suficiente para arrojarme por un puente.


Paula se puso rígida y no lo miró. Bajo ningún concepto iba a confesar que ya lo amaba de esa manera, que quería que sufriera todos los tormentos de los condenados por haberla herido. No le daría la satisfacción de saber cómo se sentía.


—¿Y bien? —insistió Pedro.


—De acuerdo, Alfonso, invirtamos la pregunta. Digamos que soy yo, y sigue siendo una cuestión hipotética, quien te ha dicho que te ama y ha aceptado casarse. Entonces tú descubres que te he engañado a tus espaldas. ¿Qué harías?


Pedro no se molestó en ocultar la sonrisa.


—Lo mismo. Te tiraría por un puente.


—¿Por qué?


—Porque tampoco me gustaría que me engañaran y me mintieran —respondió.


Paula soltó un bufido y guardó silencio. Cuando Pedro entró en el aparcamiento de Cathy’s Place, enarcó las cejas sorprendida.


—Mi hermano y su novia van a reunirse aquí con nosotros para cenar —explicó.


—O eres un glotón del castigo o un idiota —afirmó ella con una mueca.


—Sí, debe gustarme vivir peligrosamente si salgo con una mujer que me tiraría por un puente si me descarriara.


—Algo que ya hiciste —señaló con brusquedad—. Y esta no es una cita —añadió—. Cuando salgo con alguien a quien desprecio, es solo por la comida gratis. De hecho, preferiría que te sentaras a otra mesa.


Pedro bajó y Paula se le volvió a adelantar para abrir la puerta. Muy erguida, se dirigió al restaurante, dando la impresión de que no iba con él, solo que habían llegado al mismo tiempo.


A pesar de su rígida resistencia, Pedro la tomó por el brazo y la guio hacia la mesa del rincón. Supo el instante exacto en que vio a Pablo y a Cathy sonriéndose con adoración, porque se detuvo en seco con la boca abierta. Giró para mirar con incredulidad a Pedro, luego observó a Pablo, que los llamó con la mano.


—Es mi hermano gemelo —explicó—. Se declaró a Cathy esta tarde, aunque hace tres semanas hicimos el viaje a Tulsa para comprar el anillo. Pablo no quería que se lo contara a nadie hasta que tuviera valor para pedirle a Cathy que se casara con él. Irónicamente, la tarta que me llevaste logró convencerlo de que era hora de que lo hiciera. Pensó que se la había preparado Cathy, que era la señal que había estado esperando. Aunque no la necesitaba, porque ella está igual de enamorada que él.


Paula se esforzó por asimilar la explicación. Al final, cuando recobró el habla, inquirió:
—¿Por qué no me dijiste que tenías un hermano gemelo?


—Es algo complicado —repuso, incómodo.


—Simplifícalo —exigió.


—Como tú no tienes hermanos, quizá te resulte difícil entender que es duro compartir tu identidad, tu profesión y tu hogar con alguien que es exacto a ti. Ni Pablo ni yo poseemos nuestra propia individualidad. Verás, respetamos una política estricta. Cuando uno u otro sale con una mujer, no nos dedicamos a anunciar que somos gemelos antes de estar seguros de que la relación va más allá de lo físico. Tenemos cuidado de asegurarnos de no interesarnos en la misma mujer —se rascó la cabeza y la miró—. Te dije que era algo complicado.


—En otras palabras, os afanáis en evitar la rivalidad y la competición con las mujeres, para saber que se os desea por quienes sois, aun cuando tenéis un clon que comparte los mismos rasgos y características.


Pedro asintió.


—Durante los años en que luchábamos por la pérdida de nuestros padres, solo nos teníamos el uno al otro. No queríamos que nadie nos separara. ¿Es tan difícil de
comprender? ¿Querrías tú perder a alguien que quisieras por tu gemelo y sentir que no diste la talla, que eras intercambiable?


Toda la ira y el resentimiento de Paula se evaporaron al ver su mirada. Se dio cuenta de que la situación era un tema delicado, tanto para Pedro como para Pablo.


—Si te sirve de consuelo, Pablo no me presentó a Cathy hasta que llevaban saliendo seis semanas. Me pidió que me mantuviera alejado de la cafetería nueva hasta… Bueno, como ya he dicho, hasta que se sintiera seguro. En el instituto tratamos con chicas que intentaban pasar de un gemelo al otro, y luego volver al primero, pero nos negamos a dejar que pasara, para que nada pudiera interferir entre nosotros. Además, no podíamos permitírnoslo, porque prácticamente vivimos en el bolsillo del otro.


El amor que Paula había intentado enterrar bajo el dolor y la furia brotó como un manantial.


—La respuesta a la Parte B de tu pregunta es sí —manifestó con todo el corazón—. Te amo lo suficiente como para tirarte por un puente si me engañaras —ya lo había dicho. Observó una amplia sonrisa en los labios de él. Quiso tirarse a sus brazos y hacerle perder el sentido con sus besos, pero no en medio de un restaurante lleno.


—Yo también te amo así —susurró él, acariciándole la mejilla—. Pero nadie va a caer de un puente, porque me importas mucho para que traicione tu confianza y tu amor. Quiero lo que Pablo ha encontrado. Quiero un compromiso oficial, pero no deseo meterte prisa si aún no estás preparada. También quiero tener hijos, siempre y cuando no hayas quedado quemada por tu ordalía infantil. Juró que cumpliré con mi parte en su educación. No le temo al compromiso ni a la responsabilidad de ser padre, porque crecí en un entorno de amor, con unos padres que daban máxima prioridad a sus hijos. Estaré allí para ti y para nuestros hijos durante cada paso del camino, Pau. Pero he de saber una cosa.


—¿Qué? —murmuró, incapaz de quitar la vista del hombre al que amaba con todo su ser.


—¿Me amas lo suficiente para trasladar tu zoo si te lo pidiera? No quiero ser el segundo plato por detrás del dinero o un grupo de animales exóticos.


Paula titubeó solo medio segundo. Entendía que los ingresos de Pedro dependían de su ganado. A pesar de lo mucho que quería a esos animales lisiados, les encontraría buenos hogares en otro refugio, si era necesario.


—No tienes por qué ser el segundo plato —aseguró—. Si hay que trasladar a mis animales, lo haré.


—Me alegra oírlo —irradió satisfacción—. Desde luego, ni se me pasaría por la cabeza fletarlos, porque sé lo que significan para ti. Construiré una valla de acero junto al camino para asegurarme de que mi ganado no escape.


—Yo la pagaré —ofreció.


—Será cara —repuso.


—Tengo unos ahorros que no mencioné, por si buscabas mi dinero —confesó.


—Lo que busco es tu cuerpo sensacional… que, a propósito, me está volviendo loco con ese vestido rojo. Y busco tu amor. Me enloquece todo el paquete, Rubita.


Paula decidió que aunque ese no fuera el lugar, si era el momento. A pesar del local abarrotado, rodeó el cuello de Pedro con los brazos y lo besó delante de Dios y de todos. Amaba a ese hombre y no le importaba quién lo supiera. Se pertenecían mutuamente y eso era lo único que importaba.


Pedro no prestó atención a los aplausos ni a las risas y le devolvió el beso que expresaba todo lo que necesitaba saber. Paula lo amaba. Confiaba en que la respetaría y le sería fiel, igual que ella lo respetaría y le sería fiel.


—Una ceremonia doble con mi doble suena bien —murmuró—. ¿Quieres ver lo que es compartir la fama con otra persona? ¿Como con tu futura y atractiva cuñada, por ejemplo?


—Me parece bien —sonrió con travesura—, pero vosotros no tendréis que hacer todo juntos, ¿verdad?


—Trazo la línea en eso de compartir la luna de miel —aseguró Pedro—. Hablando de lo cual… —metió la mano en el bolsillo de la chaqueta y sacó un justificante—. Mientras Pablo y yo estábamos en Tulsa eligiendo un anillo y comprando el colgante de esmeralda, busqué a Raul Cranfill y te recuperé esto.


Paula se quedó boquiabierta al ver una reserva para un crucero por el Caribe para dos que Raul había cargado en su tarjeta de crédito.


—¿Se dejó convencer? —preguntó sorprendida.


—En realidad —rio entre dientes—, primero tuve que hacerle probar mi derecha. Supuse que se lo merecía después de lo que te hizo.


—Me sorprende que no te denunciara por agresión.


—No podía. Tenía un testigo conmigo que hubiera afirmado que Raul había tropezado en la acera al salir de su apartamento, golpeándose la mandíbula en el suelo —le tomó la barbilla—. Sé que no soy nadie especial —miró a su doble, sentado en el rincón, luego volvió a concentrarse en Paula—. Pero te amo, Pau, y te seré fiel hasta el día que me muera. ¿Te casarás conmigo?


—Pon el día —asintió con ansiedad—, pero evita la época de la declaración de la renta.


—No había planeado esperar tanto. Tampoco Pablo. 
Pensaba que una luna de miel en el Caribe sería un modo estupendo de pasar la Navidad —entre otra ronda de aplausos, la llevó hasta la mesa—. Ven a conocer a mi hermano. Pero te advierto de que ni se te ocurra enamorarte de él, Rubita, o volverás al puente y seré yo quien te empuje.


Como en una nube, Paula fue a conocer a Pablo y a maravillarse por el anillo que le había regalado a Cathy.