sábado, 16 de mayo de 2015

EXOTICA COMPAÑIA: CAPITULO 32




En su habitación, ella había jurado contener las emociones turbulentas que bullían en su interior. No pensaba desmoronarse ni gimotear. Ni iba a vacilar cuando él intentara salir de la tumba que había cavado para sí mismo. 


No iba a poder convencerla de que el beso que le había dado a Cathy no significaba nada, que solo le importaba ella. Ya había oído la misma canción de Raul.


Mientras bajaba, se le ocurrió que su pataleta quizá había sido prematura. ¿Qué derecho tenía a esperar fidelidad cuando Pedro no había establecido ningún compromiso verbal con ella, y viceversa? En ningún momento había sido una relación seria. Fin de la historia. Era ella quien se había enamorado y esperaba cosas que no tenía derecho a esperar de él.


Se dio cuenta de que era una idiota. Desde tiempos inmemoriales los hombres se habían aprovechado sexualmente de las mujeres, sin hacer ninguna promesa. Era ella quien no sabía jugar.


Había cometido otro humillante error al intentar establecer una relación seria. Sí, pero estaba dolida, enfadada, avergonzada y mortificada, pero lo superaría… en unos cien años. No le iba a dar la satisfacción de presenciar otro exabrupto. Se mostraría indiferente, incluso remota. Dejaría que él creyera que no le importaba, aunque el corazón aún le sangrara.



****


Pedro sintió el impacto del deseo en cuanto la vio bajar. 


Probablemente pensaba que lo castigaba con su aspecto espléndido con ese vestido rojo y ceñido que recalcaba cada una de sus voluptuosas curvas. Le daba un diez por esa táctica eficaz.


Inclinó la cabeza con gesto caballeroso cuando terminó de bajar los escalones, luego le indicó que lo precediera por la puerta. Paula alzó la barbilla con arrogancia, lo miró otra vez con desdén y salió contoneándose en su mejor imitación de Mae West.


Cuando Pedro intentó abrirle la puerta del acompañante, ella se le adelantó. La Señorita Independiente quería dejar bien claro que no necesitaba su ayuda.


Pedro se sentó ante el volante, puso marcha atrás y luego se dirigió a la ciudad.


—Me he enterado de que tu secretaria está constipada. Espero que ya se sienta mejor.


Silencio sepulcral.


Le sorprendió que las ventanillas no se helaran. Le brindaría diez minutos de paz y quietud, luego empezaría a explorar, para cerciorarse del sitio que ocupaba con ella.


—Me gustaría romper el silencio un momento —comentó diez minutos después—. He de formularte una pregunta hipotética —ella le lanzó una mirada que habría podido cortar cristal, luego clavó la vista en el camino de grava. Iba a mostrarse poco cooperativa—. Muy bien, Rubita, supongamos que tú y yo hemos establecido un compromiso. Digamos una fecha de boda. Algo por el estilo. Luego
digamos que descubrías que te engañaba, después de afirmar que estaba enamorado de ti y de que quería que estuviéramos juntos para siempre. ¿Qué harías?


Paula pensó en mantener el silencio, pero decidió que no podía dejar pasar esa magnífica oportunidad.


—¿Tú y yo?


—Tú y yo —convino Pedro—. No tú y Raul.


—¿Acabas de declarar que me amas y luego me has dado un anillo de compromiso como prueba de tu eterna lealtad y entrega?


—Exacto. Lo hemos hecho oficial y todo el mundo en Buzzard’s Grove lo sabe. El anuncio ya ha salido en el periódico. Hemos encargado las invitaciones para la boda.


—Bueno, entonces te llevaría hasta un puente, luego te empujaría al vacío y te maldeciría toda la caída.


Pedro contuvo una carcajada. No se andaba con chiquitas en cuanto a la venganza.


—Segunda pregunta.


—Dijiste que solo tenías una. Ya la he respondido —espetó y cruzó los brazos bajo su pecho bien exhibido.


—Vamos, Rubita —instó—. Técnicamente, es la parte B de la misma pregunta.


—De acuerdo, porque soy una persona generosa, te daré un margen, pero solo porque vas a pagar la cena más cara del Good Grub Diner. Es una pena que no me lleves a Cathy’s Place. Ella podría descubrir lo que yo sé, que eres un canalla mentiroso y traidor.


—Lo que quiero saber es si podrías amarme lo suficiente para arrojarme por un puente.


Paula se puso rígida y no lo miró. Bajo ningún concepto iba a confesar que ya lo amaba de esa manera, que quería que sufriera todos los tormentos de los condenados por haberla herido. No le daría la satisfacción de saber cómo se sentía.


—¿Y bien? —insistió Pedro.


—De acuerdo, Alfonso, invirtamos la pregunta. Digamos que soy yo, y sigue siendo una cuestión hipotética, quien te ha dicho que te ama y ha aceptado casarse. Entonces tú descubres que te he engañado a tus espaldas. ¿Qué harías?


Pedro no se molestó en ocultar la sonrisa.


—Lo mismo. Te tiraría por un puente.


—¿Por qué?


—Porque tampoco me gustaría que me engañaran y me mintieran —respondió.


Paula soltó un bufido y guardó silencio. Cuando Pedro entró en el aparcamiento de Cathy’s Place, enarcó las cejas sorprendida.


—Mi hermano y su novia van a reunirse aquí con nosotros para cenar —explicó.


—O eres un glotón del castigo o un idiota —afirmó ella con una mueca.


—Sí, debe gustarme vivir peligrosamente si salgo con una mujer que me tiraría por un puente si me descarriara.


—Algo que ya hiciste —señaló con brusquedad—. Y esta no es una cita —añadió—. Cuando salgo con alguien a quien desprecio, es solo por la comida gratis. De hecho, preferiría que te sentaras a otra mesa.


Pedro bajó y Paula se le volvió a adelantar para abrir la puerta. Muy erguida, se dirigió al restaurante, dando la impresión de que no iba con él, solo que habían llegado al mismo tiempo.


A pesar de su rígida resistencia, Pedro la tomó por el brazo y la guio hacia la mesa del rincón. Supo el instante exacto en que vio a Pablo y a Cathy sonriéndose con adoración, porque se detuvo en seco con la boca abierta. Giró para mirar con incredulidad a Pedro, luego observó a Pablo, que los llamó con la mano.


—Es mi hermano gemelo —explicó—. Se declaró a Cathy esta tarde, aunque hace tres semanas hicimos el viaje a Tulsa para comprar el anillo. Pablo no quería que se lo contara a nadie hasta que tuviera valor para pedirle a Cathy que se casara con él. Irónicamente, la tarta que me llevaste logró convencerlo de que era hora de que lo hiciera. Pensó que se la había preparado Cathy, que era la señal que había estado esperando. Aunque no la necesitaba, porque ella está igual de enamorada que él.


Paula se esforzó por asimilar la explicación. Al final, cuando recobró el habla, inquirió:
—¿Por qué no me dijiste que tenías un hermano gemelo?


—Es algo complicado —repuso, incómodo.


—Simplifícalo —exigió.


—Como tú no tienes hermanos, quizá te resulte difícil entender que es duro compartir tu identidad, tu profesión y tu hogar con alguien que es exacto a ti. Ni Pablo ni yo poseemos nuestra propia individualidad. Verás, respetamos una política estricta. Cuando uno u otro sale con una mujer, no nos dedicamos a anunciar que somos gemelos antes de estar seguros de que la relación va más allá de lo físico. Tenemos cuidado de asegurarnos de no interesarnos en la misma mujer —se rascó la cabeza y la miró—. Te dije que era algo complicado.


—En otras palabras, os afanáis en evitar la rivalidad y la competición con las mujeres, para saber que se os desea por quienes sois, aun cuando tenéis un clon que comparte los mismos rasgos y características.


Pedro asintió.


—Durante los años en que luchábamos por la pérdida de nuestros padres, solo nos teníamos el uno al otro. No queríamos que nadie nos separara. ¿Es tan difícil de
comprender? ¿Querrías tú perder a alguien que quisieras por tu gemelo y sentir que no diste la talla, que eras intercambiable?


Toda la ira y el resentimiento de Paula se evaporaron al ver su mirada. Se dio cuenta de que la situación era un tema delicado, tanto para Pedro como para Pablo.


—Si te sirve de consuelo, Pablo no me presentó a Cathy hasta que llevaban saliendo seis semanas. Me pidió que me mantuviera alejado de la cafetería nueva hasta… Bueno, como ya he dicho, hasta que se sintiera seguro. En el instituto tratamos con chicas que intentaban pasar de un gemelo al otro, y luego volver al primero, pero nos negamos a dejar que pasara, para que nada pudiera interferir entre nosotros. Además, no podíamos permitírnoslo, porque prácticamente vivimos en el bolsillo del otro.


El amor que Paula había intentado enterrar bajo el dolor y la furia brotó como un manantial.


—La respuesta a la Parte B de tu pregunta es sí —manifestó con todo el corazón—. Te amo lo suficiente como para tirarte por un puente si me engañaras —ya lo había dicho. Observó una amplia sonrisa en los labios de él. Quiso tirarse a sus brazos y hacerle perder el sentido con sus besos, pero no en medio de un restaurante lleno.


—Yo también te amo así —susurró él, acariciándole la mejilla—. Pero nadie va a caer de un puente, porque me importas mucho para que traicione tu confianza y tu amor. Quiero lo que Pablo ha encontrado. Quiero un compromiso oficial, pero no deseo meterte prisa si aún no estás preparada. También quiero tener hijos, siempre y cuando no hayas quedado quemada por tu ordalía infantil. Juró que cumpliré con mi parte en su educación. No le temo al compromiso ni a la responsabilidad de ser padre, porque crecí en un entorno de amor, con unos padres que daban máxima prioridad a sus hijos. Estaré allí para ti y para nuestros hijos durante cada paso del camino, Pau. Pero he de saber una cosa.


—¿Qué? —murmuró, incapaz de quitar la vista del hombre al que amaba con todo su ser.


—¿Me amas lo suficiente para trasladar tu zoo si te lo pidiera? No quiero ser el segundo plato por detrás del dinero o un grupo de animales exóticos.


Paula titubeó solo medio segundo. Entendía que los ingresos de Pedro dependían de su ganado. A pesar de lo mucho que quería a esos animales lisiados, les encontraría buenos hogares en otro refugio, si era necesario.


—No tienes por qué ser el segundo plato —aseguró—. Si hay que trasladar a mis animales, lo haré.


—Me alegra oírlo —irradió satisfacción—. Desde luego, ni se me pasaría por la cabeza fletarlos, porque sé lo que significan para ti. Construiré una valla de acero junto al camino para asegurarme de que mi ganado no escape.


—Yo la pagaré —ofreció.


—Será cara —repuso.


—Tengo unos ahorros que no mencioné, por si buscabas mi dinero —confesó.


—Lo que busco es tu cuerpo sensacional… que, a propósito, me está volviendo loco con ese vestido rojo. Y busco tu amor. Me enloquece todo el paquete, Rubita.


Paula decidió que aunque ese no fuera el lugar, si era el momento. A pesar del local abarrotado, rodeó el cuello de Pedro con los brazos y lo besó delante de Dios y de todos. Amaba a ese hombre y no le importaba quién lo supiera. Se pertenecían mutuamente y eso era lo único que importaba.


Pedro no prestó atención a los aplausos ni a las risas y le devolvió el beso que expresaba todo lo que necesitaba saber. Paula lo amaba. Confiaba en que la respetaría y le sería fiel, igual que ella lo respetaría y le sería fiel.


—Una ceremonia doble con mi doble suena bien —murmuró—. ¿Quieres ver lo que es compartir la fama con otra persona? ¿Como con tu futura y atractiva cuñada, por ejemplo?


—Me parece bien —sonrió con travesura—, pero vosotros no tendréis que hacer todo juntos, ¿verdad?


—Trazo la línea en eso de compartir la luna de miel —aseguró Pedro—. Hablando de lo cual… —metió la mano en el bolsillo de la chaqueta y sacó un justificante—. Mientras Pablo y yo estábamos en Tulsa eligiendo un anillo y comprando el colgante de esmeralda, busqué a Raul Cranfill y te recuperé esto.


Paula se quedó boquiabierta al ver una reserva para un crucero por el Caribe para dos que Raul había cargado en su tarjeta de crédito.


—¿Se dejó convencer? —preguntó sorprendida.


—En realidad —rio entre dientes—, primero tuve que hacerle probar mi derecha. Supuse que se lo merecía después de lo que te hizo.


—Me sorprende que no te denunciara por agresión.


—No podía. Tenía un testigo conmigo que hubiera afirmado que Raul había tropezado en la acera al salir de su apartamento, golpeándose la mandíbula en el suelo —le tomó la barbilla—. Sé que no soy nadie especial —miró a su doble, sentado en el rincón, luego volvió a concentrarse en Paula—. Pero te amo, Pau, y te seré fiel hasta el día que me muera. ¿Te casarás conmigo?


—Pon el día —asintió con ansiedad—, pero evita la época de la declaración de la renta.


—No había planeado esperar tanto. Tampoco Pablo. 
Pensaba que una luna de miel en el Caribe sería un modo estupendo de pasar la Navidad —entre otra ronda de aplausos, la llevó hasta la mesa—. Ven a conocer a mi hermano. Pero te advierto de que ni se te ocurra enamorarte de él, Rubita, o volverás al puente y seré yo quien te empuje.


Como en una nube, Paula fue a conocer a Pablo y a maravillarse por el anillo que le había regalado a Cathy.






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