miércoles, 15 de abril de 2015
SECRETARIA Y AMANTE: CAPITULO 19
Pedro abrió la puerta de su habitación y Paula ya no estaba oculta detrás de las cortinas, tampoco estaba en la cama.
—¿Pau, dónde estás?
Paula lo escuchó llamarla desde el cuarto de baño; era la segunda vez que la llamaba de esa manera y ella creyó o al menos quiso creer que ese simple detalle significaba que tenían ahora un lazo más íntimo y que no se trataba solo porque ya habían hecho el amor.
—Estoy aquí; enseguida salgo —respondió sin abrir la puerta que comunicaba el cuarto de baño con la habitación—. ¿Por qué no te acuestas y me esperas?
Pedro se excitó de solo escucharla. Sin perder un segundo se quitó el pantalón de su pijamas para esperarla completamente desnudo y se arrojó a la cama.
—¿Vas a tardar mucho más? —preguntó él clavando sus ojos verdes en la puerta cerrada.
En ese preciso momento se escuchó el clic del picaporte cediendo y Paula apareció ante sus ojos.
Ella solo vestía las bragas que él se había robado de su cuarto unos días antes; la imagen de Paula con el cabello cayendo a ambos lado de su rostro cubriéndole los senos era simplemente divina.
Pedro le sonrió mientras se llevaba una mano al pecho y levantaba la otra.
—Me has pescado; confieso que me robé tus bragas y… —hizo una pausa que a Paula le pareció eterna—, no me arrepiento de haberlo hecho. Si quieres castigarme, de la manera que sea, estás en todo tu derecho.
Paula se acercó balanceándose seductoramente, plenamente consciente de que él ya estaba bajo su poder.
Se detuvo a un lado de la cama y lo observó. Sus ojos se
detuvieron en su miembro que ya estaba completamente erecto, luego lo miró directamente a los ojos y le dijo:
—¿Estás dispuesto a pagar tu delito de cualquier manera? —se arrodilló encima de la cama y se echó el cabello hacia atrás dejando a la vista la magnificencia de sus pechos turgentes.
Pedro respiró hondo antes de responder.
—Soy todo tuyo, dulzura.
Paula no necesitó nada más para subirse a horcajadas de él.
Dejó su cuerpo separado del cuerpo de Pedro para dilatar el momento; ahora era su turno de marcar el ritmo.
—Pau… —suplicó Pedro al ver que ella estaba encima de él pero que apenas lo tocaba.
Ella le puso dos dedos en la boca.
—Shhh… no digas nada. Estás castigado, doctor Alfonso… ¿acaso lo has olvidado?
Pedro comenzó a respirar más ligero, sus manos descansaban ahora a ambos lado de su cuerpo y cuando atinó a tocarla ella le hizo señas de que no lo hiciera.
¡Cielos! ¡Va a matarme si no hace algo ya! Pensó Pedro al ver que ella comenzaba a moverse hacia arriba y hacia abajo pero sin siquiera tocar su verga que a esas alturas estaba tan dura y caliente como una vara de metal que había sido expuesta a un fuego intenso.
—Pau… por favor —intentó suplicar una vez más pero ella lo miraba desafiante, complacida de ser quien tenía el control absoluto de toda la situación.
Pero de golpe y porrazo, aquel juego ardiente y provocador fue interrumpido por una aparición inesperada.
—¡Pedro! ¿Estás en casa?
La voz de Estefania llegó fuerte y clara hasta la habitación de Pedro y Paula se quedó petrificada al escuchar la voz de su amiga.
—¡Hermano, sé que estás porque tu motocicleta y tu auto están estacionados a un lado de la casa!
La voz de Estefania estaba cada vez más cercana y eso hizo que Paula se bajara de un salto de la cama y corriera en busca de su ropa que a esas alturas ya ni recordaba en donde se encontraba.
—Allí, a un lado del sillón de mimbre —le indicó Pedro adivinando lo que ella buscaba con tanto afán.
Paula se dirigió hacia allí y comenzó a vestirse a toda prisa.
—¡Por favor, Pedro, no permitas que Estefy me vea así! —le pidió antes de que él se dispusiera a salir de la habitación.
—Tranquila, saldré a hablar con ella, tú quédate aquí.
Paula asintió con la cabeza y una vez que se quedó sola, se sentó en la cama a esperar.
Pedro mientras tanto salió en busca de su hermana. La encontró en la terraza.
—¡Por fin! ¿Qué estabas haciendo que no salías? Se acercó y le dio un beso en la mejilla. — ¿No te has levantado aún? —preguntó observando que él llevaba el pantalón de su pijamas solamente.
—Pues… no —respondió él acomodándose el cabello—. ¿Qué raro tú tan temprano por aquí?
—¿Acaso no puedo hacerle una visita matutina a mi hermano favorito?
—¡Claro que si, es solo que no te esperaba!
Estefania no era tonta y de inmediato percibió el estado en el que se encontraba su hermano, demasiados nervios para una tranquila mañana de martes.
—Vine a preguntarte por Paula.
—¿Por Paula? ¿Qué sucede con ella? —preguntó echando una rápida mirada hacia la puerta cerrada de su habitación.
—No sucede nada con ella, solo quería saber como le había ido en su primer día de trabajo y que te había parecido —dijo sentándose en uno de los sillones de mimbre de la sala.
—Lo ha hecho muy bien, estaba un poco nerviosa por ser su primer día pero creo que es normal.
—¿No te arrepientes entonces de haberme hecho caso? —inquirió con una sonrisita triunfadora instalada en su rostro.
—Si lo que quieres oír es que tenías razón, pues si, la tenías.Paula sin dudas es una excelente secretaria y no puedo quejarme.
—¡Eso exactamente quería oír, hermanito! —Exclamó poniéndose de pie—. Ahora me marcho porque creo que llegué en un momento algo inoportuno —añadió mirando hacia la habitación de Pedro.
Él no hizo ningún comentario al respecto, prefería que su hermana sacara sus propias conclusiones.
—¿Te gustaría almorzar conmigo, Estefy?
—Otro día, Pedro, tengo planeado un almuerzo ya para hoy.
—Está bien, como quieras —le dio un beso en la frente a su hermana—. Nos vemos,Estefy.
—Si, adiós.
Estefania se marchó de la casa de Pedro completamente convencida que había una mujer escondida en su cuarto.
Ahora solo le faltaba averiguar quien era la nueva víctima que había caído bajo la seducción de su hermano.
SECRETARIA Y AMANTE: CAPITULO 18
El cuerpo de Paula yacía debajo de las sábanas en la cama de Pedro. Su cabeza estaba apoyada encima de la almohada hacia un lado y respiraba acompasadamente luego del torbellino de sensaciones que ella y Pedro habían compartido en la playa al hacer el amor por primera vez. Descansaba plácidamente y en su rostro se reflejaba aún la pasión de haber estado entre los brazos del hombre del cual estaba ahora segura se había enamorado perdidamente.
Comenzó a moverse debajo de las sábanas; sacó un brazo y lo apoyó sobre de la mata de cabello dorado que caía en la almohada. Tenía aún los ojos cerrados y comenzó a sonreír cuando sintió que estaba siendo tocada. Uno de sus pies se asomaba por debajo de las sábanas y alguien estaba jugueteando con sus dedos.
Paula se mordió el labio inferior cuando sintió que la caricia se extendía ahora por su pie. El contacto era extraño y de inmediato experimentó un poco de frío.
Abrió los ojos y levantó la cabeza. Su mirada se dirigió entonces hacia donde estaba siendo acariciada y descubrió horrorizada que Pedro ni siquiera estaba allí.
Se giró rápidamente y de un salto se sentó en la cama pegando su espalda contra la pared.
Lo que fuera que la estaba tocando seguía oculto debajo de las sábanas; pero al menos ya no podía alcanzarla. Tenía que descubrir quien había estado prodigándole aquellas caricias mañaneras y sin embargo estaba paralizada por el miedo.
El bulto se movió debajo de las sábanas, en dirección hacia ella. Paula contuvo el aliento por un instante. Debía tomar coraje y ver de quien se trataba, por lo tanto se movió un poco hacia delante y con la punta de sus dedos índice y pulgar levantó uno de los extremos de la sábana. La tela de satén se movía guiada por la mano de Paula y lo que sea que estuviera debajo avanzaba hacia ella. Finalmente y con un rápido movimiento Paula levantó la sábana y puso en evidencia a su misterioso acompañante.
El grito de Paula sin dudas debió despertar a todos lo que vivían dos millas a la redonda de la casa de Pedro. Se levantó corriendo de la cama y se refugió junto a la ventana.
Cuando Pedro entró a la habitación, asustado por los gritos que Paula acababa de dar la encontró escondida detrás de las cortinas y mirando hacia la cama con los ojos completamente desorbitados.
—¡Cielos, Paula! ¡Qué susto me has dado! —exclamó Pedro yendo hacia ella.
—¿Qué…qué diablos es… ESO? —tartamudeó Paula señalando hacia la cama.
Pedro siguió el dedo de Paula y descubrió la causa de su espanto.
—¡Elvis! ¿Qué estás haciendo allí?
Paula observó consternada como Pedro iba hacia la cama y tomaba al enorme y horrible reptil entre las manos.
—¡¿Elvis?!
Paula no se había movido ni siquiera un centímetro de su sitio.
—Así es —Pedro se dio vuelta y avanzó hacia ella—, Elvis es mi mascota; es un camaleón Pantera y es mi mejor amigo.
Paula estiró un brazo impidiendo que él se acercara con esa cosa de colores verdes chillones que no dejaba de sacar la lengua y que la miraba con sus enormes ojos saltones.
—¡Ni se te ocurra acercarte con eso! —le advirtió con firmeza.
Pedro hizo un esfuerzo por no echarse a reír y acarició la cabeza de su camaleón.
—No ofendas a Elvis —le dio un beso en la punta de su hocico—. Es muy sensible, sobre todo por las mañanas —alegó tratando de aparentar seriedad.
—¡Pedro, no te acerques! —le pidió nuevamente al ver que él se seguía moviendo hacia ella.
—¡Está bien, está bien! Lo regresaré a su cubil y lo alimentaré, seguro tiene hambre por eso vino hasta la habitación —le dirigió una mirada traviesa a Paula—.
Anoche estaba demasiado ocupado como para acordarme de darle su comida.
—¡Solo sácalo de aquí! —Paula se cubrió más con la cortina hasta asegurarse que Pedro salió de la habitación cargando a su inusual mascota.
¿Por qué no se compró un perro, un gato o unos cuantos peces de colores? Pensó Paula una vez que Pedro bajó a ocuparse de su verde y frío amiguito. Ella no se llevaba bien con esa especie animal ya que siempre le habían provocado una enorme repulsión. ¡Un camaleón! ¿A quién se le ocurría tener a un bicho como ese como mascota? Un escalofrío bajó por su espalda al recordar la piel áspera del reptil friccionándose con la de ella. Salió de su refugio improvisado y corrió hacia la cama. Con la impresión se había olvidado que estaba completamente desnuda. Se dejó caer de espaldas y apoyó la cabeza en la almohada. Se puso de lado y se dispuso a esperar a Pedro. Su estómago comenzó a gruñir y deseó que él subiera con un delicioso desayuno para compartir con ella. Si había sido capaz de preparar los espaguetis con salsa blanca y almendras de la noche anterior seguramente podía lucirse con un rico y suculento desayuno. Paula se imaginó unos muffins de canela tibios, una humeante taza de café y un zumo de pomelo recién exprimido con dos cucharaditas de miel. Eso y la compañía de Pedro… ¿qué más podía pedir aquella mañana?
Él aún no regresaba y se preguntaba que tanto hacía con su Elvis en la planta baja. Le había dicho que iba a alimentarlo.
Paula sintió curiosidad por saber en que consistía el alimento de la peculiar mascota de Pedro; se lo preguntaría cuando él subiera.
Se dio media vuelta y cuando metió una mano debajo de la almohada descubrió que Pedro guardaba allí una prenda. La sacó y la reconoció de inmediato; se trataba de una de sus bragas de encaje; una de las tantas que tenía en la gaveta de su cómoda. ¿Cómo había llegado hasta allí? Entonces recordó la tarde en la que Pedro había estado en la casa de su hermana y había subido a cambiarse de ropa luego del chapuzón que ambos se habían dado. Seguramente fue en esa ocasión que él se hizo con una de sus bragas. No sabía si reírse o enfadarse por lo que había hecho pero sin dudas aquella prenda lo había acompañado durante las noches. Un ardor bajó por su vientre al imaginarse las cosas que Pedro pudo haber hecho con aquellas bragas en la soledad de su cuarto, acostado en aquella cama en donde ahora estaba acostada ella y en donde la noche anterior y luego de regresar de la playa se habían amado con locura desenfrenada.
Cogió la prenda y se la puso; le daría una sorpresa a Pedro cuando el regresara.
martes, 14 de abril de 2015
SECRETARIA Y AMANTE: CAPITULO 17
Paula se sentó en su sitio de un sopetón al mismo tiempo que bajaba la falda de su vestido. Pedro, por su parte se acomodó los pantalones y se cercioró de que todo estuviera en su lugar.
Encendió las luces del coche y bajó el cristal para encontrarse de frente con un oficial de policía.
—Buenas noches —saludó el oficial con voz firme.
—Bue…buenas noches, oficial —respondió Pedro aún tratando de recuperarse de lo sucedido.
—Identificación y licencia de conducir, por favor. El oficial se agachó y observó por un instante a la mujer que hacía un esfuerzo por ocultar el rubor de su cara mientras ordenaba su melena alborotada.
Pedro buscó la identificación en la guantera del auto y se la entregó al oficial.
El hombre uniformado leyó con calma y luego miró a Pedro.
—¿Es usted Pedro Alfonso, el pediatra?
Pedro asintió.
—Doctor Alfonso, soy el padre de Claire Porter, una de sus pacientes —dijo el oficial sonriéndole por primera vez.
Pedro respiró más aliviado cuando vio la sonrisa en el rostro hasta ese momento severo del oficial Porter.
—Sé bien quien es la pequeña Claire, estuvo la semana pasada en mi consulta por unos dolores abdominales. ¿Cómo se encuentra ahora? —preguntó amablemente.
—Está muy bien, las gotas que usted le recetó fueron una bendición.
—Mejor así, oficial.
—Perdón la pregunta pero es mi trabajo, doctor. ¿Qué estaba haciendo estacionado en esta calle?
Pedro miró de reojo a Paula quien no había mencionado palabra desde la inoportuna aparición del oficial Porter.
—Mi secretaria y yo nos detuvimos porque ella se puso muy mal al contarme que había discutido con su novio —explicó rogando a Paula con la mirada que le siguiera el juego—. Yo simplemente estaba consolándola, oficial… ya sabe como son esas cosas, sobre todo supongo que sabe como se ponen de sensibles y lloronas las mujeres cuando discuten con sus novios.
Paula no sabía si darle a Pedro un premio por su actuación o un pisotón por haber inventado aquella mentira dejándola a ella como una tonta mujer que moría de tristeza luego de una pelea con su supuesto novio.
El oficial miró a Paula con cierto aire de conmiseración.
—Entiendo, doctor.
Paula dio vuelta la cara para que ninguno de los dos notara la rabia que había en su mirada.
—¿Podemos irnos, oficial Porter?
El uniformado le entregó de regreso la documentación y le dio el visto bueno para que pudieran irse por fin.
—Déle un beso a la pequeña Claire de mi parte, oficial —dijo Pedro antes de poner en marcha su auto.
—¡Jamás pasé una vergüenza semejante antes! —estalló Paula de repente.
Pedro no pudo menos que echarse a reír.
—¡No entiendo que es tan gracioso! —replicó ella cruzándose de brazos y fulminándolo con la mirada.
—Si no inventaba esa pequeña e inocente historia en este momento estaríamos siendo trasladados a la estación de policía por exhibición indecente en medio de la vía pública —dijo él sin dejar de reírse.
Paula no dijo nada porque en el fondo sabía que él tenía toda la razón del mundo pero eso no hacía que se sintiera menos enfadada.
—Te ves preciosa cuando te enojas —dijo él suavizando la situación. Tenía una mano en el volante y la otra ya estaba subiendo por la pierna de Paula por debajo de su falda.
Paula se movió en su asiento cuando un calor intenso nació en la parte baja de su vientre.
—Pedro… por favor, estás conduciendo —le recordó ella retorciéndose inquieta cuando la mano de Pedro subió aún más.
—Tienes razón —dijo él luego de retirar la mano—. Tenemos una cena pendiente y tengo mucho hambre —esto último lo dijo clavando sus ojos en el escote de su vestido.
Paula sonrió y el enojo que había tenido se evaporó en un solo segundo.
—No me has dicho aún adónde me estás llevando.
—Es sorpresa —respondió él con un dejo de misterio.
Paula no siguió preguntando porque sabía que no lograría sacarle nada más. Se dedicó a contemplar el paisaje y notó que se estaban acercando al área costera.
Unos pocos minutos después, el auto se detuvo frente a una casa ubicada frente a una de las tantas playas que coronaban la costa de Vallejo Beach, un complejo turístico que Paula solo conocía por referencia.
Pedro bajó del auto y fue hasta la puerta del acompañante para ayudarla a bajarse.Paula tuvo que aceptar la mano que él le ofrecía porque su vestido estrecho apenas la dejaba moverse con comodidad.
—¿Qué es este lugar? —preguntó curiosa—. No veo ningún restaurante en la zona.
Pedro le sonrió.
—No mencioné nunca la palabra restaurante ¿o si?
Paula entonces comprendió que él la estaba llevando a su casa. No supo si salir corriendo o dejar que él la guiara hacia el porche de su guarida de hombre soltero.
Después de lo que había sucedido entre ellos dentro del auto no hubiera sido sensato irse y dejarlo solo. Además, esa noche Paula no quería ser sensata sino que lo único que quería era dejarse llevar por lo que sentía, sin pensar en nada más.
Dejó que él la llevara hasta el interior y quedó encantada con lo que vio. Las paredes de la enorme sala estaban pintadas de blanco y solo había unos cuantos muebles de mimbre desparramados por el lugar. Una mesa, un par de sillones y unos cuantos estantes repletos de libros y de adornos marinos.
—¿Te gusta? —le preguntó él pasándole un brazo por la cintura.
Paula asintió sin pronunciar palabra.
—Ven, quiero que veas algo.
Pedro le tomó la mano y la condujo hacia un gran ventanal que daba a la terraza. Allí había una mesa con la cena ya dispuesta; una botella de champagne descansaba en un cubo lleno de hielo y una rosa roja junto a uno de los platos contrastaba con el blanco reluciente del mantel.
La vista era sencillamente maravillosa. El mar estaba a unos cuantos metros de distancia y esa noche estrellada estaba particularmente sereno.
Pedro la acompañó hasta su silla y ella se sentó. La mano de Pedro la rozó levemente y ese toque la produjo un cosquilleo en el estómago. No tenía mucho apetito pero no iba a desairar a Pedro después del empeño puesto en aquella cena.
Él se sentó frente a ella y le entregó la rosa roja.
—Es para ti.
Paula la cogió y aspiró su perfume.
—Gracias.
Ella se quedó mirándolo, completamente embelezada mientras él destapaba la comida. Paula descubrió que se trataba de espaguetis con salsa blanca y almendras
fileteadas.
—Se ve delicioso —dijo ella alzando la mirada hacia él.
—Espero que lo esté, me esmeré mucho en preparar todo —respondió él.
—¿Tú mismo has cocinado? Paula alzó las cejas sorprendida.
—¿Te sorprende?
—No imaginaba que fueras un experto gourmet —adujo ella observando como él le servía una copa de vino.
Pedro sonrió. Jamás le confesaría que aquel era el único platillo que sabía preparar.
—No soy un experto, pero me las arreglo bastante bien.
Disfrutaron de la cena, aunque Paula no comió demasiado pero se encargó de hacerle saber a Pedro que no era porque no le gustase lo que él había preparado sino porque que no tenía mucho apetito. Estaba nerviosa, excitada como una colegiala y sobre todo expectante; ansiosa por saber lo que sucedería luego de que la cena llegara a su fin.
—¿Te gustaría dar un paseo por la playa? —preguntó Pedro poniéndose de pie.
—Me encantaría.
Bajaron a la playa a través de una escalinata en la terraza.
—Espera —dijo ella.
—¿Qué sucede?
Paula le sonrió mientras se quitaba las sandalias.
—Voy a estar más cómoda sin ellas –dijo arrojándolas hacia la casa.
Pedro le cogió la mano y la apretó suavemente entre la suya a medida que avanzaban por la costa. La playa estaba desierta aquella noche y el sonido del mar lamiendo la orilla era el único ruido que se escuchaba.
Por unos cuantos metros ninguno de los dos pronunció palabra alguna, solo caminaban, tomados de la mano y echándose alguna que otra mirada de vez en cuando.
De repente, Pedro se detuvo y apretó la mano de Paula con más fuerza.
—Paula… —susurró su nombre mirándola fijamente a los ojos y ella supo que no necesitaba decirle nada más. Se acercó a él y pegó su cuerpo al suyo.
—Hazme el amor, Pedro —musitó a su oído.
Aquellas cuatro palabras fueron la chispa que encendió la llama y el fuego los devoró por completo.
En unos segundos, ambos estaban recostados sobre la arena blanca. Pedro encima de ella besaba su cuello, al mismo tiempo sus manos buscaban bajar las tiras de su vestido.
Paula había enredado sus piernas alrededor de las piernas de Pedro y tironeaba de su camisa; con la ayuda del propio Pedro logró quitársela por completo.
Él ahora la besaba en la boca; mordiéndole los labios y enredando su lengua a la de ella. Paula gimió de placer cuando sintió que él ya estaba duro. La polla enorme pugnaba por salir de su encierro de tela y golpeaba contra su vientre.
Mientras seguían comiéndose la boca; Pedro logró su objetivo y el vestido de Paula llegó hasta su cintura. Él la levantó un poco del suelo y con un rápido movimiento le quitó el sujetador. Sus pechos henchidos se soltaron, saltando hacia él y Pedro decidió abandonar la tibieza de su boca para internarse en aquellas dos cimas de carne blanca coronadas con unos pezones enormes y duros.
Los chupó y los saboreó durante un buen rato, entreteniéndose con ellos más de la cuenta. Le excitaba oír los gemidos que Paula emitía cada vez que él tironeaba una de las puntas sensibles haciendo que cobraran vida dentro de su boca.
Ella se arqueó más hacia él deseando sentir la dureza de su miembro con más fuerza. Sus manos temblorosas buscaron la cremallera de sus pantalones que tardó solo un soplo en ceder. Hurgó dentro y rápidamente encontró su tesoro.
Pedro entendió la urgencia de Paula porque era la suya propia y se dedicó entonces a quitarle las bragas. Se levantó, separándose de ella por un instante, el tiempo suficiente para terminar de desnudarla y terminar de desnudarse él.
Paula lo observó cuando él se acercó nuevamente con la verga completamente erecta, preparada para entrar en ella.
¡Dios, como lo deseaba!
—Pedro… —su voz era apenas audible pero él sabía muy bien lo que ella quería.
Él la tomó de las manos y la obligó a erguirse. Paula lo miró, estaba tan excitada que temblaba de pies a cabeza.
Pedro se arrodilló encima de la arena y la sentó a ella encima de sus piernas. Paula las enredó entonces alrededor de su cintura; cuando lo hizo la polla de Pedro entró en pleno contacto con su coño y provocó que su abdomen se tensara.
Él la asió de las caderas, asegurándose de que ella estaba cómoda encima de él. Acercó su boca al cuello de Paula y comenzó a sembrar nuevamente besos por su piel húmeda que ahora brillaba por causa del sudor. Ella por su parte lo abrazó y acarició su espalda poderosa trazando una y otra vez la línea de su columna vertebral.
Pedro se estremeció ante aquel contacto y respondió apretando el culo de Paula entre sus dedos.
La polla de Pedro seguía descansando contra el coño húmedo y más que preparado de Paula pero no había mostrado señas de querer hundirse en ella aún. Sabía que era una tortura pero quería prolongar aquel momento de magia lo más que se pudiera antes de que ambos estallaran de pasión.
Las manos de Paula abandonaron la espalda de Pedro y se instalaron en su pecho en donde sus dedos comenzaron a jugar con los pezones endurecidos de él. Lo escuchó gemir bajo la influencia sublime de su toque y eso terminó por derretirla. Quería sentirlo dentro de ella y ya no podía esperar.
—Pedro… por favor —le rogó al oído antes de morderle el lóbulo con suavidad.
Pedro no podía soportar más tampoco y cuando ella se acomodó mejor, arqueando su cuerpo contra el suyo y abriendo más sus piernas, él la penetró con todas la fuerzas de su ser, hundiéndose en ella hasta la raíz.
Paula dejó escapar un grito que retumbó en el silencio de la noche. A ninguno le importó si alguien podía escucharlos; en ese instante eran ellos dos convirtiéndose finalmente en uno y eso era lo único que inundaba sus mentes en ese momento.
Se aferró a Pedro con fuerza, podía sentir la punta de su polla tocar su útero y se movió para que él la llenara por completo. Las embestidas se hicieron más violentas y Paula no podía parar de gritar. Cada estocada la llevaba al paraíso y el ritmo vertiginoso que la unión de sus cuerpos había tomado amenazaba con lanzarlos a un abismo infinito.
Él buscó su boca una vez más y ella le entregó su alma y su vida en ese beso. Luego tiró la cabeza hacia atrás.
—¡Pedro…oh, Pedro! —gritó cuando percibió que el momento culminante estaba por llegar.
Él la abrazó y hundió el rostro en su cabello dorado; olía a sudor y a esencia de caramelo.
—Ya está, dulzura, ya está —susurró él convulsionando su cuerpo contra el de ella.
Ambos explotaron casi al unísono, ella unos segundos antes que él.
El cuerpo de Paula se llenó de la semilla de Pedro y ella pudo sentir que en esa descarga sublime él le estaba entregando su vida.
Lentamente el ritmo ligero de sus cuerpos se convirtió en un pausado balanceo y la paz que arriba después de la tormenta los envolvió por completo.
Paula hundió su rostro en el hueco del hombro de Pedro y sonrió complacida. Él le acarició la espalda dibujando pequeños círculos en su cintura. Querían permanecer así para siempre y ambos lo sabían.
La marea llegó hasta ellos y los mojó, pero no les importó.
Se quedaron allí con sus cuerpos aún unidos hasta que la calma regresó a sus corazones.
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