martes, 14 de abril de 2015

SECRETARIA Y AMANTE: CAPITULO 17




Paula se sentó en su sitio de un sopetón al mismo tiempo que bajaba la falda de su vestido. Pedro, por su parte se acomodó los pantalones y se cercioró de que todo estuviera en su lugar.


Encendió las luces del coche y bajó el cristal para encontrarse de frente con un oficial de policía.


—Buenas noches —saludó el oficial con voz firme.


—Bue…buenas noches, oficial —respondió Pedro aún tratando de recuperarse de lo sucedido.


—Identificación y licencia de conducir, por favor. El oficial se agachó y observó por un instante a la mujer que hacía un esfuerzo por ocultar el rubor de su cara mientras ordenaba su melena alborotada.


Pedro buscó la identificación en la guantera del auto y se la entregó al oficial.


El hombre uniformado leyó con calma y luego miró a Pedro.


—¿Es usted Pedro Alfonso, el pediatra?


Pedro asintió.


—Doctor Alfonso, soy el padre de Claire Porter, una de sus pacientes —dijo el oficial sonriéndole por primera vez.


Pedro respiró más aliviado cuando vio la sonrisa en el rostro hasta ese momento severo del oficial Porter.


—Sé bien quien es la pequeña Claire, estuvo la semana pasada en mi consulta por unos dolores abdominales. ¿Cómo se encuentra ahora? —preguntó amablemente.


—Está muy bien, las gotas que usted le recetó fueron una bendición.


—Mejor así, oficial.


—Perdón la pregunta pero es mi trabajo, doctor. ¿Qué estaba haciendo estacionado en esta calle?


Pedro miró de reojo a Paula quien no había mencionado palabra desde la inoportuna aparición del oficial Porter.


—Mi secretaria y yo nos detuvimos porque ella se puso muy mal al contarme que había discutido con su novio —explicó rogando a Paula con la mirada que le siguiera el juego—. Yo simplemente estaba consolándola, oficial… ya sabe como son esas cosas, sobre todo supongo que sabe como se ponen de sensibles y lloronas las mujeres cuando discuten con sus novios.


Paula no sabía si darle a Pedro un premio por su actuación o un pisotón por haber inventado aquella mentira dejándola a ella como una tonta mujer que moría de tristeza luego de una pelea con su supuesto novio.


El oficial miró a Paula con cierto aire de conmiseración.


—Entiendo, doctor.


Paula dio vuelta la cara para que ninguno de los dos notara la rabia que había en su mirada.


—¿Podemos irnos, oficial Porter?


El uniformado le entregó de regreso la documentación y le dio el visto bueno para que pudieran irse por fin.


—Déle un beso a la pequeña Claire de mi parte, oficial —dijo Pedro antes de poner en marcha su auto.


—¡Jamás pasé una vergüenza semejante antes! —estalló Paula de repente.


Pedro no pudo menos que echarse a reír.


—¡No entiendo que es tan gracioso! —replicó ella cruzándose de brazos y fulminándolo con la mirada.


—Si no inventaba esa pequeña e inocente historia en este momento estaríamos siendo trasladados a la estación de policía por exhibición indecente en medio de la vía pública —dijo él sin dejar de reírse.


Paula no dijo nada porque en el fondo sabía que él tenía toda la razón del mundo pero eso no hacía que se sintiera menos enfadada.


—Te ves preciosa cuando te enojas —dijo él suavizando la situación. Tenía una mano en el volante y la otra ya estaba subiendo por la pierna de Paula por debajo de su falda.


Paula se movió en su asiento cuando un calor intenso nació en la parte baja de su vientre.


Pedro… por favor, estás conduciendo —le recordó ella retorciéndose inquieta cuando la mano de Pedro subió aún más.


—Tienes razón —dijo él luego de retirar la mano—. Tenemos una cena pendiente y tengo mucho hambre —esto último lo dijo clavando sus ojos en el escote de su vestido.


Paula sonrió y el enojo que había tenido se evaporó en un solo segundo.


—No me has dicho aún adónde me estás llevando.


—Es sorpresa —respondió él con un dejo de misterio.


Paula no siguió preguntando porque sabía que no lograría sacarle nada más. Se dedicó a contemplar el paisaje y notó que se estaban acercando al área costera.


Unos pocos minutos después, el auto se detuvo frente a una casa ubicada frente a una de las tantas playas que coronaban la costa de Vallejo Beach, un complejo turístico que Paula solo conocía por referencia.


Pedro bajó del auto y fue hasta la puerta del acompañante para ayudarla a bajarse.Paula tuvo que aceptar la mano que él le ofrecía porque su vestido estrecho apenas la dejaba moverse con comodidad.


—¿Qué es este lugar? —preguntó curiosa—. No veo ningún restaurante en la zona.


Pedro le sonrió.


—No mencioné nunca la palabra restaurante ¿o si?


Paula entonces comprendió que él la estaba llevando a su casa. No supo si salir corriendo o dejar que él la guiara hacia el porche de su guarida de hombre soltero.


Después de lo que había sucedido entre ellos dentro del auto no hubiera sido sensato irse y dejarlo solo. Además, esa noche Paula no quería ser sensata sino que lo único que quería era dejarse llevar por lo que sentía, sin pensar en nada más.


Dejó que él la llevara hasta el interior y quedó encantada con lo que vio. Las paredes de la enorme sala estaban pintadas de blanco y solo había unos cuantos muebles de mimbre desparramados por el lugar. Una mesa, un par de sillones y unos cuantos estantes repletos de libros y de adornos marinos.


—¿Te gusta? —le preguntó él pasándole un brazo por la cintura.


Paula asintió sin pronunciar palabra.


—Ven, quiero que veas algo.


Pedro le tomó la mano y la condujo hacia un gran ventanal que daba a la terraza. Allí había una mesa con la cena ya dispuesta; una botella de champagne descansaba en un cubo lleno de hielo y una rosa roja junto a uno de los platos contrastaba con el blanco reluciente del mantel.


La vista era sencillamente maravillosa. El mar estaba a unos cuantos metros de distancia y esa noche estrellada estaba particularmente sereno.


Pedro la acompañó hasta su silla y ella se sentó. La mano de Pedro la rozó levemente y ese toque la produjo un cosquilleo en el estómago. No tenía mucho apetito pero no iba a desairar a Pedro después del empeño puesto en aquella cena.


Él se sentó frente a ella y le entregó la rosa roja.


—Es para ti.


Paula la cogió y aspiró su perfume.


—Gracias.


Ella se quedó mirándolo, completamente embelezada mientras él destapaba la comida. Paula descubrió que se trataba de espaguetis con salsa blanca y almendras
fileteadas.


—Se ve delicioso —dijo ella alzando la mirada hacia él.


—Espero que lo esté, me esmeré mucho en preparar todo —respondió él.


—¿Tú mismo has cocinado? Paula alzó las cejas sorprendida.


—¿Te sorprende?


—No imaginaba que fueras un experto gourmet —adujo ella observando como él le servía una copa de vino.


Pedro sonrió. Jamás le confesaría que aquel era el único platillo que sabía preparar.


—No soy un experto, pero me las arreglo bastante bien.


Disfrutaron de la cena, aunque Paula no comió demasiado pero se encargó de hacerle saber a Pedro que no era porque no le gustase lo que él había preparado sino porque que no tenía mucho apetito. Estaba nerviosa, excitada como una colegiala y sobre todo expectante; ansiosa por saber lo que sucedería luego de que la cena llegara a su fin.


—¿Te gustaría dar un paseo por la playa? —preguntó Pedro poniéndose de pie.


—Me encantaría.


Bajaron a la playa a través de una escalinata en la terraza.


—Espera —dijo ella.


—¿Qué sucede?


Paula le sonrió mientras se quitaba las sandalias.


—Voy a estar más cómoda sin ellas –dijo arrojándolas hacia la casa.


Pedro le cogió la mano y la apretó suavemente entre la suya a medida que avanzaban por la costa. La playa estaba desierta aquella noche y el sonido del mar lamiendo la orilla era el único ruido que se escuchaba.


Por unos cuantos metros ninguno de los dos pronunció palabra alguna, solo caminaban, tomados de la mano y echándose alguna que otra mirada de vez en cuando.


De repente, Pedro se detuvo y apretó la mano de Paula con más fuerza.


—Paula… —susurró su nombre mirándola fijamente a los ojos y ella supo que no necesitaba decirle nada más. Se acercó a él y pegó su cuerpo al suyo.


—Hazme el amor, Pedro —musitó a su oído.


Aquellas cuatro palabras fueron la chispa que encendió la llama y el fuego los devoró por completo.


En unos segundos, ambos estaban recostados sobre la arena blanca. Pedro encima de ella besaba su cuello, al mismo tiempo sus manos buscaban bajar las tiras de su vestido.


Paula había enredado sus piernas alrededor de las piernas de Pedro y tironeaba de su camisa; con la ayuda del propio Pedro logró quitársela por completo.


Él ahora la besaba en la boca; mordiéndole los labios y enredando su lengua a la de ella. Paula gimió de placer cuando sintió que él ya estaba duro. La polla enorme pugnaba por salir de su encierro de tela y golpeaba contra su vientre.


Mientras seguían comiéndose la boca; Pedro logró su objetivo y el vestido de Paula llegó hasta su cintura. Él la levantó un poco del suelo y con un rápido movimiento le quitó el sujetador. Sus pechos henchidos se soltaron, saltando hacia él y Pedro decidió abandonar la tibieza de su boca para internarse en aquellas dos cimas de carne blanca coronadas con unos pezones enormes y duros.


Los chupó y los saboreó durante un buen rato, entreteniéndose con ellos más de la cuenta. Le excitaba oír los gemidos que Paula emitía cada vez que él tironeaba una de las puntas sensibles haciendo que cobraran vida dentro de su boca.


Ella se arqueó más hacia él deseando sentir la dureza de su miembro con más fuerza. Sus manos temblorosas buscaron la cremallera de sus pantalones que tardó solo un soplo en ceder. Hurgó dentro y rápidamente encontró su tesoro.


Pedro entendió la urgencia de Paula porque era la suya propia y se dedicó entonces a quitarle las bragas. Se levantó, separándose de ella por un instante, el tiempo suficiente para terminar de desnudarla y terminar de desnudarse él.


Paula lo observó cuando él se acercó nuevamente con la verga completamente erecta, preparada para entrar en ella.


¡Dios, como lo deseaba!


Pedro… —su voz era apenas audible pero él sabía muy bien lo que ella quería.


Él la tomó de las manos y la obligó a erguirse. Paula lo miró, estaba tan excitada que temblaba de pies a cabeza.


Pedro se arrodilló encima de la arena y la sentó a ella encima de sus piernas. Paula las enredó entonces alrededor de su cintura; cuando lo hizo la polla de Pedro entró en pleno contacto con su coño y provocó que su abdomen se tensara.


Él la asió de las caderas, asegurándose de que ella estaba cómoda encima de él. Acercó su boca al cuello de Paula y comenzó a sembrar nuevamente besos por su piel húmeda que ahora brillaba por causa del sudor. Ella por su parte lo abrazó y acarició su espalda poderosa trazando una y otra vez la línea de su columna vertebral.


Pedro se estremeció ante aquel contacto y respondió apretando el culo de Paula entre sus dedos.


La polla de Pedro seguía descansando contra el coño húmedo y más que preparado de Paula pero no había mostrado señas de querer hundirse en ella aún. Sabía que era una tortura pero quería prolongar aquel momento de magia lo más que se pudiera antes de que ambos estallaran de pasión.


Las manos de Paula abandonaron la espalda de Pedro y se instalaron en su pecho en donde sus dedos comenzaron a jugar con los pezones endurecidos de él. Lo escuchó gemir bajo la influencia sublime de su toque y eso terminó por derretirla. Quería sentirlo dentro de ella y ya no podía esperar.


Pedro… por favor —le rogó al oído antes de morderle el lóbulo con suavidad.


Pedro no podía soportar más tampoco y cuando ella se acomodó mejor, arqueando su cuerpo contra el suyo y abriendo más sus piernas, él la penetró con todas la fuerzas de su ser, hundiéndose en ella hasta la raíz.


Paula dejó escapar un grito que retumbó en el silencio de la noche. A ninguno le importó si alguien podía escucharlos; en ese instante eran ellos dos convirtiéndose finalmente en uno y eso era lo único que inundaba sus mentes en ese momento.


Se aferró a Pedro con fuerza, podía sentir la punta de su polla tocar su útero y se movió para que él la llenara por completo. Las embestidas se hicieron más violentas y Paula no podía parar de gritar. Cada estocada la llevaba al paraíso y el ritmo vertiginoso que la unión de sus cuerpos había tomado amenazaba con lanzarlos a un abismo infinito.


Él buscó su boca una vez más y ella le entregó su alma y su vida en ese beso. Luego tiró la cabeza hacia atrás.


—¡Pedro…oh, Pedro! —gritó cuando percibió que el momento culminante estaba por llegar.


Él la abrazó y hundió el rostro en su cabello dorado; olía a sudor y a esencia de caramelo.


—Ya está, dulzura, ya está —susurró él convulsionando su cuerpo contra el de ella.


Ambos explotaron casi al unísono, ella unos segundos antes que él.


El cuerpo de Paula se llenó de la semilla de Pedro y ella pudo sentir que en esa descarga sublime él le estaba entregando su vida.


Lentamente el ritmo ligero de sus cuerpos se convirtió en un pausado balanceo y la paz que arriba después de la tormenta los envolvió por completo.


Paula hundió su rostro en el hueco del hombro de Pedro y sonrió complacida. Él le acarició la espalda dibujando pequeños círculos en su cintura. Querían permanecer así para siempre y ambos lo sabían.


La marea llegó hasta ellos y los mojó, pero no les importó. 


Se quedaron allí con sus cuerpos aún unidos hasta que la calma regresó a sus corazones.






4 comentarios:

  1. Wowwwwwwwww, no pierden le tiempo el doctorcito y su secretaria jajajaja. Geniales los 3 caps.

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  2. Wow! estos sí que no dan vueltas!!! Muy buenos capítulos!

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  3. jajajajajajjajaja derecho al grano !! asi se hace ... que lindos capitulos, me encanto !!!!

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