miércoles, 1 de abril de 2015

INEVITABLE: CAPITULO 27





Durante la siguiente semana Paula decidió volver a hacerle caso a Carolina y dedicarse a vivir su romance. Después de todo, la primera vez no había resultado tan mal ¿o sí?


Pedro se estaba convirtiendo en algo constante para ella, y le gustaba. La certeza de que apenas se diera la vuelta él estaría allí le asustaba, pero le gustaba. Su rutina incluía desayunos en la cama, paseos por la cubierta tomados de la mano, participar juntos en las actividades de las excursiones… quizás ella no debería acostumbrarse a esas cosas, pero era tan fácil. Sin embargo una duda empezaba a formarse en su mente… ¿qué pasaría cuando el viaje terminara y cada quien tuviese que volver a su vida?


Ese crucero estaba pensado para Paula se reencontrara con su musa perdida, pero también le estaba dando también la oportunidad de compartir cosas especiales con Pedro. Debo enviar una nota de agradecimiento a Vicky por esto, pensó.


El lunes tomaron el sol en la piscina mientras comentaban ideas para su novela. El martes exploraron las cascadas del río Dunn y volvieron a pasear en bicicleta, regresando con un montón de fotos nuevas al barco. El miércoles bucearon con esnórquel junto a rayas venenosas y el jueves vieron observaron la fauna marina desde un bote con fondo transparente. Cada noche era una fiesta a bordo del barco… una fiesta a la que asistieron, disfrutaron y luego continuaban en sus camarotes.


Cuando llegó el viernes Paula notó lo poco que había avanzado en su manuscrito, pero no le importó. Tenía la certeza de que la inspiración no se iba a volver a escapar de ella, así que cuando Pedro la invitó para que asistieran juntos al casino del barco, aceptó. Ella no era fanática de ese tipo de lugares, pero la emocionaba atreverse a cosas nuevas y que Pedro fuera parte de esa experiencia.


Durante el día estuvo sentada con su computadora, escribiendo, borrando y volviendo a escribir. Se había olvidado totalmente del tiempo, así que cuando Carolina apareció en su habitación no dudó y se puso en movimiento. 


Se merecía una noche de relax… y ella iba a conseguirla.


Su amiga la sorprendió con un hermoso vestido para la ocasión. Carolina extendió sobre la cama un espectacular atuendo de color violeta, anudado al cuello y con detalles en pedrería, era largo y ajustado pero con una abertura lateral que facilitaría caminar con él.


Después de bañarse y ponerse su ropa interior, su amiga le sugirió no ponerse sujetador para llevar ese vestido.


—¿Estás loca? —chilló Paula—. No tiene tirantes, no va a verse nada.


Carolina sonrió con un brillo malvado en sus ojos antes de levantar el traje y darle la vuelta para que la escritora lo viera por detrás.


—¡Yo no voy a ponerme eso! —gritó indignada.


—Oh sí, vas a usarlo y vas a dejarlo con la boca abierta.


Rindiéndose finalmente, Paula se vistió con ayuda de Carolina. Cerró el broche que ajustaba la parte superior y sintió la fría brisa del aire acondicionado acariciar su espalda totalmente desnuda.


—¡Perfecta! —exclamó Carolina.


Pedro pasó por ella unos minutos después y quedó impresionado por la vista, pero lo que realmente lo dejó sin aliento fue descubrir la espalda desnuda de Paula.


Él se quedó mirando impresionado, haciendo que Paula se sonrojara y Carolina soltara una carcajada por su reacción.


—Ahora, váyanse de aquí tortolitos —los despidió su amiga—. Y diviértanse.


Pedro y Paula salieron del camarote y caminaron entre risas por la cubierta. Cuando llegaron al casino un empleado los acompañó desde la puerta hasta el área central donde se ubicaban las diferentes mesas de juego.


—¿Y bien? —preguntó ella cuando estuvieron cerca del bar del casino.


—Te juro que cuando te invité tenía mil ideas de cosas por hacer para divertirnos pero ahora… —la frase quedó suspendida mientras él recorría su cuerpo con la mirada. Ella sonrió.


—¿Pero ahora?


—Ahora solo quiero sacarte de la vista de todos estos buitres y tenerte solo para mí —confesó.


Ambos rieron de la declaración, y Paula tenía que admitir que ella no opondría resistencia en caso de que Pedro decidiera abandonar el casino en ese momento.


Caminaron entre las mesas, saludaron a varios de los pasajeros con los que habían compartido durante las excursiones, intercambiaron algunas bromas y se sentaron a observarlos apostar en la mesa de Black Jack.


Los jugadores en la mesa estaban cada vez más animados y en un momento Pedro se vio incorporado a la partida. Paula estaba a su lado sonriendo, animándole.


—Si ganas esta mano, nos vamos a tu habitación —le susurró Paula en el oído.


—¿Y si pierdo? —preguntó él de la misma forma.


—No te gustaría averiguar eso —le guiñó el ojo.


—Eso es trampa —dijo Pedro.


Las cartas volaron sobre la mesa mientras las apuestas crecían. Paula sentía un nudo en el estómago y el calor crecer entre sus muslos. Deseaba a Pedro. 


Desesperadamente. No estaba segura de lo que le depararía el futuro, pero se preocuparía luego por eso.


Pedro, por su parte, nunca se había sentido tan motivado a ganar un juego. Miraba los naipes y le lanzaba guiños a Paula, haciéndola temblar de anticipación. Cuando los jugadores empezaron a revelar sus manos, el doctor sonrió victorioso.


—Que tengan una feliz noche, señores —anunció mientras lanzaba sus cartas y se levantaba—. Yo me retiro a disfrutar mi premio —le guiñó un ojo a los presentes y tomó a Paula de la mano. Juntos caminaron hacia la salida casi a las carreras, olvidándose de fichas y de cualquier otra cosa que no fueran ellos dos.


Llegaron al camarote que compartían Pedro y Mauricio entre risas, caricias y besos. Había una alegría casi infantil en sus rostros mientras se miraban. Pedro abrió la puerta usando su llave y la guio al interior, la empujó contra la puerta, cerrándola con el peso de sus cuerpos, y se lanzó a devorar sus labios.


Él descendió dejando un sendero de besos a través de su cuello hasta llegar a la clavícula, donde rasguñó usando sus dientes para luego lamer su piel mientras sus manos recorrían las curvas de Paula hasta asegurar sus glúteos, pegando su cuerpo contra el suyo, frotando su parte más blanda contra su parte más dura.


Paula gimió al sentir su contacto, ansiando más de su toque. 


Pedro mordisqueó el lóbulo de su oreja mientras ondulaba su cuerpo imitando los movimientos del sexo. Ella se sentía muy cerca del orgasmo, pero no quería llegar así. Quería tenerlo dentro. Quería todo de él.


—Te necesito, adentro —pidió Paula con la voz entrecortada—. Ahora.


Ella buscó a tientas las solapas de la chaqueta del traje de Pedro empujándola hacia atrás, pero él la detuvo. 


Presionando un último beso en sus labios él se separó de ella y la arrastró hacia la habitación. Paula se quedó a unos pasos de él, enfrentándolo, con la cama tras ella en silenciosa invitación.


Pedro empezó a quitarse la chaqueta con cuidada lentitud mientras la atravesaba con una mirada hambrienta. Paula sintió que todos sus temores e inhibiciones la abandonaban. Se sintió animada por el calor de su mirada, dispuesta a todo por él.


Sus manos se movieron a su corbata. Aflojó el nudo y se la quitó, y Paula tuvo que luchar contra la urgencia de sacarle de un tirón el resto de la ropa.


—¿Vas a desnudarte para mí? —preguntó en cambio, intentando que su voz sonara seductora—. Me gusta ese juego.


—Un intercambio —propuso Pedro—. Prenda por prenda.


Cuando se deshizo de la chaqueta de su traje arqueó una ceja en dirección de Paula.


—Tu turno.


Ella se quitó sus zarcillos y los lanzó sobre la chaqueta, sonriendo con descaro hacia Pedro. Él le devolvió la sonrisa y negó con la cabeza. Este era un juego que ella no iba a ganarle, pensó. Desabrochó los botones de su camisa y se la quitó, revelando una estrecha camiseta blanca que mostraba los músculos de su pecho firme.


Paula estaba ansiosa por poner sus manos sobre él. Como siguiendo sus pensamientos, él cruzó el espacio que los separaba. Su pulso se disparó mientras Pedro se acercaba, pero él no mantuvo sus manos fuera de ella.


—Ahora tú —dijo él.


Ella llevó sus manos tras el cuello, soltando el nudo que sujetaba su vestido y lo dejó caer al piso formando un charco violeta a sus pies. Dio un paso al frente para salir, cerrando un poco más la distancia que había entre ellos.


—Tienes cuatro veces más ropa que yo.


Con un rápido tirón, él se sacó su camiseta por la cabeza.


— ¿Mejor?


Paula se tomó su tiempo admirando la vista. Los duros músculos, sus abdominales, el juego de la luz en el vello que oscurecía su pecho...


Ella se adelantó y descansó sus manos sobre su pecho. 


Besó suavemente su hombro. Hizo lo mismo sobre su pecho, y después se inclinó hacia abajo, arrastrando sus labios a través de sus costillas. Luego, incapaz de evitarlo, pasó su lengua a lo largo de la fina hilera de pelo que comenzaba en su ombligo y desaparecía debajo de la hebilla de su cinturón.


Pedro la levantó y la miró a los ojos con una ferocidad que la habría asustado en cualquier otra circunstancia. La empujó hacia atrás, y cuando ella sintió el borde de la cama contra la parte trasera de sus rodillas no necesitó ningún estímulo para tumbarse encima de ella.


—Todavía tienes demasiada ropa —dijo Paula apoyándose sobre sus codos.


—No por mucho tiempo.


Ella observó cómo Pedro abría la hebilla del cinturón y el botón de los pantalones.


Sus ojos se bebieron la imagen de ella tumbada en la cama frente a él mientras se los desabrochaba rápidamente. Paula atrapó un breve vistazo de sus bóxers negros justo antes de que él los deslizara fuera junto con los pantalones, calcetines y zapatos. Luego se paró delante de ella en todo su esplendor.


Los ojos de Paula fueron bajando a esa parte de él, que estaba dura y muy excitada. Por ella.


Pedro trepó a la cama y ella se echó atrás. Su mirada ardiente la hizo temblar de anticipación, pero seguía sin tocarla.


Él inclinó la cabeza hacia su cuerpo casi desnudo y Paula se arqueó buscando el contacto, anhelando su toque… necesitándolo.


—Pedro, por favor… —su voz sonaba tan necesitada que casi no se reconocía.


Pedro sonrió.


—¿Por favor? —repitió él—. Dime lo que necesitas Paula.


—A ti… solamente a ti —confesó.


—Entonces no te haré esperar más —sus manos se movieron a sus caderas y tiró de sus bragas bajándolas por sus piernas. Plantó un beso en cada tobillo mientras se deshacía de los zapatos, entonces su boca comenzó a deslizarse hacia arriba, por su rodilla hasta su muslo, luego a lo largo de su cadera, su estómago, en el valle de sus pechos, en su cuello y pasó rápidamente hacia su boca.


Ella gimió, finalmente capaz de besarlo. Su brazo se deslizó bajo su espalda, y tiró de ella sentándola en sus piernas, a horcajadas sobre sus caderas.


—Eres tan hermosa —dijo él, rozando su dedo a lo largo de su rostro—. No hay momento del día en que no piense en ti.


—¿En qué pensabas? —preguntó ella, deslizando sus manos hasta su pecho.


—En hacer esto. —Se llevó un pecho a la boca. Pasó su lengua sobre sus pezones erectos, lo lamió y chupó hasta que ella pensó que iba a enloquecer. Luego se movió al otro, que ya estaba duro y suplicando por su toque. Suavemente tomó su pecho y lo metió dentro de su boca.


Ella comenzó a oscilar en su regazo, desesperada por más. 


Mientras su boca continuaba su asalto sobre sus pechos, él deslizó sus manos alrededor de sus caderas. Con una mano agarró su culo, mientras que la otra la deslizó entre sus cuerpos. Sus dedos la acariciaban en su camino abriendo sus pliegues suaves y húmedos. Cuando encontró su centro, jugó con su pulgar, masajeando hacia adelante y hacia atrás hasta que la hizo temblar. Deslizó un dedo en ella, y luego otro hasta que la hizo gemir mientras sus dedos se movían dentro y fuera lentamente, encontrando un ritmo que casi la hizo acabar.Paula lo tomó del rostro y lo besó acaloradamente.


Con su lengua enredada con la suya, ella deslizó su mano por su pecho, su estómago y más abajo, hasta donde sus dedos lo encontraron duro y palpitante. Envolvió su mano alrededor de su eje y comenzó a acariciarlo


—¿Pensabas también en esto? —preguntó sintiéndose atrevida. Él hacía que ella se sintiera así. Pedro cerró los ojos y gimió.


—Sí…


Ella deslizó su mano hacia abajo, a la base, acariciando y ahuecando sus testículos mientras le susurraba en su oído.


—¿Qué más pensabas? Dime.


Pedro gimió más alto y antes de que Paula pudiera reaccionar estaba sobre su espalda y con él arrodillado entre sus piernas. En un suspiro él se estaba enterrando profundamente en su interior.


Gimieron al unísono mientras empezaban a moverse. Se sentía tan caliente… tan parecido, pero a la vez tan diferente a otras veces.


—Pedro…


—Uhmm…


—Condón —gimió ella, su voz tenía un borde de pánico—. No te pusiste condón.


Pedro salió rápidamente de su cuerpo, dejándola vacía y anhelante. Se estiró hasta abrir la gaveta de la mesita de noche tirándola casi fuera. Rápidamente encontró lo que buscaba y el sonido de una envoltura rasgándose fue música para los oídos de Paula.


—Déjame ponértelo —dijo apremiándolo.


—Si lo haces, esto podría terminar antes de que podamos empezar.


La vista de él rodando el condón sobre su pene consiguió excitarla aún más y empezó a arquear las caderas, necesitada.


—Pedro...


Él se movió sobre ella. Agarró sus manos y las puso sobre su cabeza.


—Estoy aquí —la calmó en su oído. Ella le sentía entre sus piernas, caliente, duro y listo para entrar una vez más. Él avanzó en ella, centímetro a centímetro, llenándola.


Ella abrió aún más sus piernas y él se movió más y más profundo, comenzando con un ritmo lento y tortuoso. Tomó una de sus caderas con su mano libre, deslizándose dentro y fuera mientras la clavaba en la cama. Ella tomó sus impulsos arqueándose suavemente una y otra vez y llevándola directo hasta el borde, luego retrocediendo, sosteniéndola suspendida allí por lo que pareció una eternidad. Ella gimió su nombre, frenética por tocarlo, pero él mantuvo sus muñecas contra la cama. Fue más lento y se retiró de ella casi todo el camino, fastidiándola con empujes superficiales.


—Por favor, Pedro... —rogó ella.


Él soltó sus manos, y cuando ella levantó la mirada vio que él estaba más cerca de perderse que ella.


—Envuelve tus piernas alrededor de mi cintura —graznó él.


Ella lo hizo, y él se zambulló hasta el fondo en ella.


—Oh Dios, Paula, te sientes tan bien —gimió él.


Ella deslizó sus manos por su espalda y endureció sus piernas alrededor de sus caderas, instándolo a ir más profundo, necesitando que la llenara de la forma en que sólo él podría. Sus pechos se aplastaban contra su pecho mientras él golpeaba en ella, más fuerte y más rápido, luego movió sus caderas, golpeando el lugar que la haría irse por el borde. Él deslizó sus manos debajo de su trasero, manteniéndola quieta contra sus envites.


Él la acarició posesivamente. —Me encanta estar dentro de ti, nena... Ahora quiero sentir como te corres.


Eso fue todo lo que necesitó. Paula agarró sus hombros y gritó mientras alcanzaba su punto álgido y explotaba, aferrándose a él mientras ola tras ola de placer se estrellaba sobre ella. Pedro bombeaba largo y duro mientras la agonía de su orgasmo lo atenazaba estrechamente, y la siguió. Ella abrió los ojos justo a tiempo para ver el momento cuando rendía todo su control, su nombre fue un susurro tenso en sus labios mientras se estremecía y gemía y se empujaba profundamente una última vez antes de estrellarse sobre ella.


Permanecieron así, intentando recuperar el aliento. Con la cabeza enterrada en la almohada junto a ella, amortiguando su voz, Pedro habló primero.


—Wow.


Paula giró su cabeza, presionando su mejilla contra él.


—Era justo lo que iba a decir.




martes, 31 de marzo de 2015

INEVITABLE: CAPITULO 26




En los últimos días Paula había pasado mucho tiempo junto a Pedro. Habían entrado en una cómoda convivencia que la sorprendió. Se reían, se besaban, veían películas en el cine al aire libre, salían a bailar… eso la llevó a preguntarse si todo seguiría siendo igual cuando el viaje llegara a su fin, o si solo se trataba de una aventura vacacional.


No queriendo darle demasiadas vueltas al asunto se concentró en su manuscrito. Empezó a leer lo que tenía escrito mientras hacía apuntes en su libreta. Corrigió algunas ideas que no le gustaban y sumó algunos párrafos nuevos… tantos que ya había completado 25 mil palabras. El logro la hizo sentir emocionada.


Durante toda la semana Paula no se había puesto en contacto con Victoria, su editora. Decidió enviarle un correo electrónico aprovechando el internet inalámbrico del barco para ponerla al tanto de su progreso.


En un extenso mensaje le contó que había estado trabajando en una idea, le esbozó a grandes rasgos la trama y adelantó la cantidad de palabras que tenía escritas. 


Aprovechó para agradecerle por sugerirle aquel viaje y prometió tener más noticias tan pronto como pudiera.


Paula se sorprendió de lo rápido que llegó la respuesta de la editora. Ella se mostraba entusiasmada por las noticias, la animó a seguir escribiendo y a mantenerla informada.


El consejo editorial se reunirá a finales del mes. Espero tengas algo para entonces… pero no te sientas presionada. 
Solo haz tu magia.
Besos,
Vicky.


Siguió trabajando un par de horas después del intercambio de correos, cuando sus ojos empezaron a sentirse cansados. Decidió tomarse un descanso y escuchar algo de música.


En una de las paradas del barco, Pedro había comprado un disco de música romántica con ritmos caribeños. Ella no entendía las palabras, pero la cadencia de las notas la hacía suspirar. Dejó sonar una canción mientras cerraba los ojos. 


Rápidamente su mente se encontró reproduciendo imágenes que calentaron su sangre y la dejaron sin aliento.


*****


Ella debería estar molesta y, si pudiera hilvanar un solo pensamiento coherente, lo estaría sin ninguna duda, pero aquellas emociones no dejaban espacio para ningún pensamiento en su mente. Él la había engañado… había dibujado un perfecto cuento de hadas para ella con sus palabras y luego lo destruyó con sus acciones. Pero en lugar de estar molesta, sentía un delicioso abandono mientras él la desnudaba como si estuviera desenvolviendo un regalo. 


Sus labios sobre ella, la ardiente y húmeda caricia de su boca en los pechos y el sutil tirón en los pezones que pareció propagarse hasta alcanzar un lugar en su vientre, le provocaron unas nuevas sensaciones: deliciosas, adictivas…


El calor de las manos de Jake, de sus labios, le enviaba unos hormigueos por todo el cuerpo, que crecieron cada vez más hasta que pareció como si una corriente de deseo la
inundara. Debería huir. Después de todo él era su enemigo… pero cuando estaba con Jake se sentía confiada y segura. En completa libertad para explorar…


Cuando él se detuvo para observaría en medio de sus jadeos entrecortados, buscando su mirada, ella lo alentó a seguir. 


Con los pechos ruborizados y húmedos, calientes, hinchados, tensos y puntiagudos, ardiendo hasta límites insospechados por sus expertas atenciones, ella respiró hondo y emitió un por favor con un doloroso jadeo.


Los labios de Jake regresaron a los suyos, capturándolos en un beso profundo, sumergiendo su mente en un torbellino de sensaciones. Cuando sintió que él aminoraba la intensidad del beso y notó su mano en su rodilla desnuda, se dio cuenta de que Jake había estado distrayéndola. Sintió que la palma subía lentamente por la sensible piel del interior del muslo, acariciándola implacablemente hasta más arriba, donde se unían el muslo y la cadera. Con la punta del dedo, Jake siguió el pliegue de piel hacia su sexo. Luego subió la mano todavía más para poder seguir el pliegue del otro lado hasta el interior.


Jake rompió el beso. Ella abrió los ojos y, entre las pestañas, lo vio bajar la mirada para observar cómo le acariciaba. Jena cerró los ojos y oyó sus jadeos entrecortados mientras se balanceaba contra su mano. Su excitación crecía y en todo lo que podía pensar era en el ardiente latido de la suave carne entre sus muslos. Y en qué podría aliviarlo.


Cuando Jake deslizó los dedos más abajo y rozó su entrada, Jena sintió que el mundo se estremecía a su alrededor. Él la acarició, tanteando, explorando una y otra vez los pliegues resbaladizos e hinchados. Tocándola con dedos hábiles y expertos, hasta que ella se mordió el labio inferior para contener un gemido, hasta que, impotente, movió las caderas desasosegadamente, separando todavía más los muslos, suplicando que continuara acariciándola. Jake volvió a cubrirle los labios con los suyos y le dio lo que pedía.


Capturando sus labios hambrientos, él jugó y se burló de ella antes de volver a conquistar su boca mientras, entre sus muslos, dibujaba círculos con uno de sus largos dedos antes de introducirlo dentro. Ella se tensó ante esa intrusión, pero Jake continuó penetrándola lenta e implacablemente con el dedo, hasta que este quedó profundamente enterrado en ella.


Jake levantó la vista y miró atentamente los ojos de Jena, que arqueaba la espalda cuando él deslizaba el dedo en su cálido interior. La exploró con él y ella se movió desasosegadamente, conteniendo el aliento, tanteando con las manos basta que logró aferrarse a la parte superior de los brazos de Jake.


Ella interrumpió el beso, respiró hondo y contuvo el aire al notar que él movía la mano, buscando y acariciando con el pulgar el brote sensible que se escondía entre sus pliegues. 


Jena jadeó y se tensó, pero él continuó moviendo la mano en aquella íntima caricia, sin dejar de acariciarle el tenso brote con el pulgar. Entonces, Jake retiró el dedo con el que la llenaba, sólo para volver a sumergirlo en el interior de su resbaladiza funda. Levantó la cabeza y volvió a besarla, imitando con la lengua el movimiento de su dedo, llenándole la boca con ella una y otra vez. Conduciéndola a lo alto de un pico de creciente tensión.


Cada empuje del dedo en su funda, cada apremiante caricia de su pulgar, alimentaba ese fuego y la palpitante excitación que corría por sus venas, envolviéndola en unas intensas sensaciones que la hicieron arder.


—Vamos… —murmuró él contra sus labios, interrumpiendo el beso—. Déjate llevar.


Con los ojos entrecerrados, Jake observó cómo ella se balanceaba en la cima, al borde del orgasmo. Jena tenía la piel húmeda, los labios hinchados y separados, la
respiración jadeante...


Ella luchaba contra los estremecimientos sensuales, intentando contener las oleadas de placer que él le provocaba. Jake no imaginó que volvería estar así con ella. 


La extrañaba… la deseaba… No iba a descansar hasta que se rindiera a él. Hasta que lo aceptara otra vez.


Se concentró en asegurarse de que Jena alcanzaba el éxtasis, en que deseara volver a sentir aquel intenso placer. 


Movió la mano y presionó más profundamente en su apretada vaina; acariciándola con firmeza, entonces, la rozó con el pulgar y ella explotó.


Jake observó el goce que atravesó los rasgos de Jena mientras sus músculos internos ceñían el dedo invasor, mientras su vientre se tensaba y palpitaba. Las oleadas de su liberación empezaron a remitir, entonces Jake retiró su mano y se alzó sobre ella. Le hizo separar los muslos y se colocó entre ellos. La miró a la cara y observó cómo se mordía el labio inferior para contener un gemido, Jake la penetró con un largo y poderoso envite, y Jena supo que perdería la batalla.


El sonido de la jadeante respiración de la joven, su profundo gemido, lo impulsó hacia adelante.


Esta vez el acto fue mucho más descarado y provocador. 


Jena respondió con ansiosa lujuria a cada movimiento de Jake, quien la montaba con un salvaje abandono que les sumergía en un placer mutuo.


La llevó más allá, sumergiéndose más profunda y poderosamente en su interior, y ella respondió sin condiciones, abrazándole, reteniéndole, aferrándose a él cuando explotó, acunándole cuando se unió a su éxtasis.



*****


Carolina entró a la habitación de Paula para asegurarse de que su amiga estuviese bien. Se había estado comportando de una manera extraña todo el día. En la última semana Paula se dedicó a disfrutar del viaje y de su naciente relación con Pedro, pero ahora se encerraba en su habitación y no salía ni siquiera para tomar agua.


—¿Puedo pasar? —preguntó después de tocar la puerta.


—Entra.


Carolina atravesó el umbral y la encontró sentada en la cama, concentrada en la pantalla de su computadora portátil.


—¿Con que engañas a Pedro con ese cacharro?


Ella prefería las computadoras de escritorio, ponerse horarios y dedicarse a disfrutar cuando decían “vacaciones”.


Pero claro, ella nunca había tenido un bloqueo como el de Paula. Suponía que debía aprovechar la inspiración cuando llegara. Paula arqueó una ceja ante el intento de broma.


—No me mires con esa cara —dijo Carolina—. Solo vine a asegurarme de que estuvieras viva.


—Lo estoy.


—¿Tienes hambre? Ya casi es hora de cenar.


—En un momento… déjame terminar con esta idea.



Paula siguió tecleando frenéticamente, alternando la atención entre la computadora y la pequeña libreta negra que tenía junto a ella. Con un suspiró arqueó su espalda para estirarse, cerró la computadora y miró a su amiga con los ojos brillantes.


—Ya podemos ir a comer —anunció sonriente.


—Ah, no… no hasta que me muestres lo que sea que te ha tenido encerrada en estas cuatro paredes.


Paula volvió a abrir su computadora, activó la pantalla y se deslizó a través del documento de texto. Puso el computador en dirección a Carolina y ella se sentó para leer lo que allí estaba escrito.


Tras unos minutos que parecieron eternos ella soltó expresiones de sorpresa y halagos para la escritora.


—Por dios, chica… tú sí que sabes pervertir un inocente encuentro en un café —le guiñó el ojo—. ¿Alguna experiencia reciente?


Paula le golpeó suavemente el brazo.


—Hablo en serio… y cómo pasan del amor al odio, y de regreso. Esa pasión… —suspiró—. Cuando se dejan llevar por la pasión son dinamita pura, como Pedro y tú —se carcajeó—. Victoria va a amar esto. Le encantan este tipo de historias.


—¿Quién dijo que esto tiene que ver con Pedro?


—Tiene la etiqueta “estoy teniendo sexo fantástico” por todas partes —se burló su amiga—. Pero hay algo que me preocupa. Por cada paso que dan, retrocedes dos. No entiendo por qué le tienes miedo a lo que pasa con ustedes… Pedro no es igual que Sergio.


—Él también ha dicho eso.


—Pues deberías empezar a hacerle caso al chico, ¿no? —la amonestó—. Pedro no te va a manipular, ni a utilizar.


—Tengo miedo.


—Ya sé eso, tonta… pero ¿de qué?


—De enamorarme y que me decepcione.


—Cariño, ¿has pensado que puede haber algo peor que eso?


—¿Y sería?


—No conocer verdaderamente de qué se trata el amor. Y es una perspectiva triste considerando que tu negocio es el romance.




INEVITABLE: CAPITULO 25




Mientras Pedro y Paula estaban en la ducha, un par de golpes sonaron en la puerta del baño.


—¿Qué quieres, Mauricio? —gruñó él.


—Solo quería avisarte que llegó una entrega especial para tu acompañante. La dejé sobre tu cama…


Paula se sonrojó y cubrió su cara a pesar de que solo Pedro podía verla.


—Si eso era todo, lárgate de mi habitación.


—Pensé que el sexo haría que fueras menos gruñón —se burló su hermano—. No tienes remedio.


—¡Mauricio! —gritó Pedro a su hermano menor.


—Ya, lo tengo… largarme de tu habitación.


—Lo siento —Pedro presionó su frente contra la de Paula cuando sintió que la puerta de la habitación se cerraba—. Salí premiado en la lotería de los hermanos impertinentes.


—Tengo cuatro hermanos varones, sé a lo que te refieres —respondió ella tratando de quitarle el hierro al asunto.


Terminaron de asearse y salieron del baño. Pedro observó como ella se acercaba a una esquina de la cama, moviéndose con timidez. Atravesó el corto espacio que los separaba, enmarcó su rostro con las manos y la besó con todo lo que tenía. Cuando rompió el beso Paula sonrió mirándolo a los ojos.


—Creo que necesitaba eso.


—Cuando quieras —sonrió él de vuelta.


Paula tomó las prendas que reconoció como suyas y empezó a vestirse. Carolina va a tener bromas sobre esto por el resto de su vida, pensó mientras se ponía la ropa interior. Un conjunto de seda con transparencias que ella no habría comprado aunque la salvación de la humanidad dependiera de ello.


Cuando ella terminó de vestirse, Pedro trasteaba con su teléfono móvil.


—¿Desayunamos juntos? —preguntó él sonriendo cuando notó que Paula lo miraba.


—No puedo… yo… voy a desayunar con Carolina —mintió.


Realmente lo que quería era salir corriendo de allí. Su amiga se burlaría si supiera lo que estaba pensando justo después de haber tenido el mejor sexo de su vida, pero no podía racionalizarlo. Tenía miedo. Peor que eso… estaba aterrada.


Antes no había pensado demasiado, solo se había dejado llevar. El resultado había sido la mejor experiencia sexual de su corta vida. Pero de nuevo estaba la sombra de Sergio recordándole cuán decepcionada se sintió por alguien a quien conocía de toda la vida.Pedro en cambio era un desconocido. Uno muy sexy, pero desconocido al fin.


—No estás haciendo eso de salir corriendo y esconderte, ¿verdad? —preguntó Pedro en broma—. Paula, cuando te dije que me gustabas lo decía en serio.


—Pedro, yo…


—Entiendo que puedas tener dudas… sobre todo después de lo que pasó con tu ex. Pero yo no soy como ese idiota. Déjame demostrártelo.


Paula sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas y apartó la mirada para no avergonzarse frente a Pedro. Él lanzó su celular a la cama y caminó hacia ella, la atrajo a su cuerpo y la abrazó.


—No te escondas, por favor. Sé que apenas nos conocemos, pero realmente me gustas Paula… me gustaría que confiaras en mí.


—Es difícil —dijo ella con la voz quebrada cuando se atrevió a mirarlo—. Confiar es difícil.


—Ya me confiaste tu cuerpo, Paula... no fue tan difícil —ella se sonrojó y él besó la punta de su nariz—. También confiaste en mí cuando hablaste de tu familia… permíteme conocerte mejor… déjame demostrarte que no soy como él.


Paula asintió conteniendo las lágrimas y esbozó una tímida sonrisa. Pedro secó sus lágrimas con los pulgares y besó sus labios con suavidad


—Entonces… ¿desayunas conmigo? —volvió a preguntar. Y esta vez Paula aceptó.



*****


Pedro y Paula pasaron juntos el resto del día. Caminaron por la cubierta contándose historias… él sobre sus pacientes, ella sobre su trabajo. Hablaron sobre sus lugares favoritos, qué hacían en su tiempo libre, la música que escuchaban, las películas que preferían. Él supo que a Paula le gustaba el helado de vainilla, las películas de superhéroes y la música romántica. Ella supo que a Pedro le gustaban los deportes, y que incluso practicaba basquetbol cuando tenía tiempo, que era casi adicto a la cafeína y prefería las películas de acción.


Ambos coincidieron en que amaban sus trabajos y que no los cambiarían por nada. Paula se descubrió confesando nunca aprendió a montar bicicleta, y Pedro prometió enseñarla.


—Es vergonzoso —chilló ella—. Voy a ser como una niña grande tratando de andar en esa cosa.


—No es tan difícil —se carcajeó Pedro—. Prometo no dejarte caer.


Paula tuvo su primer intento de aprender a andar en bicicleta dos días después cuando el barco hizo parada en Costa Rica.


El grupo de guías llevó a los pasajeros a través de un parque nacional mientras iban relatando datos sobre el clima, la vegetación que los rodeaba y las especies de animales exóticos que podían encontrarse en el lugar.


Llegaron a una estación de observación desde donde apreciaron una variedad de coloridas aves a las que Paula no pudo evitar fotografiar.Pedro y ella rieron a carcajadas cuando Carolina intentó acercarse a una de las especies y ésta terminó picoteándole el brazo.


Cuando abandonaron la estación, los guías los animaron a tomar las bicicletas para atravesar la selva tropical por los senderos marcados. Insistieron que se trataba de un área segura y que los guarda parques estarían pendientes del recorrido.


Pedro no dejaba de sonreír mientras separaba la bicicleta que montaría Paula.


—¿Lista para tu primera lección?


—¿Si te digo que no me dejarás ir caminando?


—No


—Entonces no preguntes y hagámoslo.






INEVITABLE: CAPITULO 24




A la mañana siguiente, los rayos del sol hicieron que Paula apretara sus párpados con fuerza. Un gruñido masculino resonó tras de ella mientras un agradable calor la envolvía. Ella se removió en la cama, acomodándose más a aquella fuente de calor hasta que sintió algo crecer y tensarse contra su trasero.


Paula abrió los ojos de golpe y los recuerdos de la noche anterior cayeron sobre ella como en cascada. Se mordió el labio inferior mientras Pedro crecía contra sus nalgas mientras ella se frotaba descaradamente contra él.


—Alguien despertó con ganas de jugar —se burló él con la voz ronca.


—Uhmm —murmuró ella sin dejar de frotarse.


Pedro tiró de ella hasta que su espalda descansó contra el colchón, y se acomodó entre sus piernas. Tomó la sábana que cubría su cuerpo y la apartó mientras dejaba un sendero de besos por el torso desnudo de Paula. Ella extendió los brazos poniéndose totalmente a su merced. Él arañó la piel de Paula con los dientes, dejando que su respiración cosquilleara sobre su piel enardecida. Empezó a recorrer su cuerpo con las manos mientras sus labios ascendían buscando los suyos. Paula abrió sus piernas todo lo que pudo para recibirlo y el gimió al sentir que ella estaba preparada para acogerlo.


—Creo que podría acostumbrarme a esto —gruñó Pedro.


Extendiendo su mano hasta la mesita de noche para tomar un nuevo condón y lo puso en la mano de Paula mientras ella acariciaba los muslos y nalgas de Pedro con los pies.


—Yo también podría… —admitió ella—. No sé si eso sea algo bueno.


Paula empezó a reír mientras él descendía sobre ella, deslizando su lengua por la cara interna de su muslo, mordisqueando y soplando su aliento. Levantó una de sus piernas y trazó sus curvas con la lengua, acariciando, tentando…


Un estremecimiento recorrió el cuerpo de la escritora mientras sentía el rastro húmedo de Pedro por una de sus piernas. Ella alzó la otra poniéndole el pie en el abdomen.


—¿Realmente esto está pasando? —le preguntó Paula en voz alta, aunque la pregunta era para ella misma.


—Me parece que sí… que está volviendo a pasar —respondió Pedro con una media sonrisa que hacía cosas interesantes con el estómago de Paula.


El doctor le tomó el pie y le besó el arco para luego lamerlo. 


Ella cerró los ojos con fuerza mientras se mordía el labio.


Jamás, en toda su vida, imaginó que los pies fueran una zona erógena. Mientras la boca de Pedro jugaba con los pies de Paula su piel se erizaba.


—Nunca nadie me había hecho eso —confesó con la voz entrecortada.


—¿Y te gusta?


—Sí… por favor sigue.


Él obedeció mientras la observaba. Pedro no podía creer que ella en seguía en su habitación. La tenue luz de la mañana le acariciaba el cuerpo, destacando su delicado bronceado. Su piel de terciopelo lo invitaba a tocar, acariciar, disfrutar. Se incorporó y siguió acariciando la piel de sus caderas con la lengua, ascendiendo por su vientre… por su torso… por sus senos…


Ella alargó el brazo y puso las yemas de los dedos sobre el pecho de Pedro, contorneando sus músculos y jugueteando con la suave capa de vellos que lo cubría. Sintió la necesidad de abandonarse al placer. Cerró los ojos y se mordió el labio inferior con fuerza mientras Pedro jugaba con sus pezones erectos. Él soltó un gruñido cuando ella se arqueó para recibir más de su toque.


Empezó a estimular su entrada con los dedos, extendiendo su humedad hasta cubrir su clítoris. Ella siseó de placer cuando Pedro la penetró primero un dedo, luego con dos.


Paula empezó a rotar sus caderas al ritmo de las envestidas de los dedos de Pedro mientras gemía, y él sentía como su propia excitación crecía a medida que ella se iba dejando llevar.


—Tengo que estar dentro de ti... —dijo él con la voz ronca mientras introducía un tercer dedo y ella gemía con más fuerza—. Hasta lo más profundo —sostuvo los dedos lo más dentro que los pudo llevar.


—Sí, sí, sí —Paula empezó a gritar enloquecida por el placer.


Pedro sacó sus dedos del interior de Paula mientras hacía que sus caderas se levantaran un poco, sujetando las piernas a los lados de cuerpo. Paula se sintió frustrada al perder el contacto con sus dedos, hasta que notó la punta de su erección en la abertura de su cuerpo. Él la agarró y la mantuvo inmóvil mientras rasgaba el empaque del condón y se enfundaba el pene.


Ella temblaba de necesidad. Estaba desnuda y húmeda, intentando mover sus caderas para sentirlo más cerca. 


Pedro se inclinó un poco y Paula aprovechó para agitar con más fuerza la pelvis. Cuando los primeros centímetros de su pene entraron en ella ambos inhalaron bruscamente.


Con la lengua Pedro trazó círculos alrededor de los botones rosados que coronaban sus senos consiguiendo que su piel se estremeciera. Después sopló suavemente haciendo que se le endurecieran los pezones todavía más. Los succionó, uno y otro, provocándole corrientes de placer que alcanzaron su centro mientras él se movía lentamente en su interior.


Al cabo de pocos minutos Paula estaba retorciéndose, tirándole del pelo, arqueando las caderas.


—Pedro —jadeó ella sin aliento.


—Dime, cariño —dijo él con la voz quebrada.


—Más, por favor.


—¿más qué?


—Más fuerte… más rápido —pidió ella casi sin aliento.


Él siguió besándola, aumentando el ritmo y potencia de sus envestidas, rotando las caderas cuando descendía para encontrarse con las suyas.


—Pedro —murmuró de nuevo.


Detenlo. Haz que pare. No, no le dejes que pare ¡Más, más! 


No, no más… sus pensamientos eran contradictorios.


Pedro apoyó su peso en los antebrazos y empezó a moverse a con más fuerza, llenándola por completo y tocando partes de su ser que ella no sabía que existieran. Un agradable calor empezó a subir por su vientre, devorándola, enloqueciéndola…


Sus músculos vaginales empezaron a tensarse. El placer era tan intenso que Paula gritó. Tan asombroso, tan real, tan maravilloso, que no podía creerlo. Nada, en toda su vida,
había sido tan placentero.


—Más. Por favor —dijo mientras su espalda se arqueaba, dejando que la penetrara una y otra vez hasta que estuvo a punto de sollozar de deseo.


Pedro se incorporó sin dejar de penetrarla, la agarró por las nalgas y ella se impulsó contra su cuerpo, aferrándose a sus hombros con las uñas. Sus lenguas lucharon, sus dientes se rozaron, y ella se frotó contra él buscando incrementar su placer. Lo deseaba con todas sus fuerzas. Lo necesitaba. 


Era como un hambre salvaje que la consumía.


Con los labios, Pedro le tomó un pezón y se lo succionó, pasándole la lengua caliente por la punta hinchada. Ella gimió.


—Por favor, por favor —susurró Paula—. ¡No pares! ¡No pares!


—Nunca.


Paula arrastró y enterró sus uñas en las espalda de Pedro, incapaz de soportar la sobrecarga sensorial. Sus cuerpos siguieron embistiéndose, deslizándose. El placer aumentaba más y más, llevándolos al borde del éxtasis.


—Estoy cerca—gimió.


Pedro tiró con suavidad de su cabello, envolviendo su antebrazo con él, para elevarle el rostro y arañarle el cuello con los dientes. Ella cerró los ojos por el intenso placer que estaba experimentando.


—¡Pedro! —gritó. Los músculos de su vagina se cerraron alrededor del pene de Pedro ordenándolo con violencia cuando llegó al clímax. Era el orgasmo más intenso de su vida. Todo su cuerpo temblaba de placer. Y mientras su cuerpo presionaba el miembro de Pedro, él también llegó al éxtasis.


Él alzó las caderas y siguió acometiendo con tanta fuerza como pudo. Ella llegó al orgasmo otra vez, dejando vacía su mente durante unos segundos.


—Buenos días —dijo él sonriendo contra la piel del cuello de Paula.


—Buenos días —gimió ella mientras trataba de recuperar el aliento.