domingo, 29 de marzo de 2015

INEVITABLE: CAPITULO 18





Con la pobre excusa de no sentirse bien, Carolina volvió a su habitación. Se sintió tentada a tocar la puerta de su amiga pero eso, se dijo, le daría a entender que estaba involucrada con la presencia de Pedro. Cosa que no era cierta.


De cualquier forma, ella también necesitaba estar a solas.


El viaje, que repentinamente se había perfilado como una oportunidad para alejarse de todo y descubrirse a sí mismas, ya no se veía tan atractivo. Pero, maldita fuera su suerte, ya no había vuelta de hoja.


Se despojó de los zapatos y los lanzó de cualquier manera en el piso. Deshizo la diadema trenzada que le había hecho Paula y se peinó con los dedos, luego utilizó una de las gomas para hacerse una coleta floja. Se quitó el vestido y lo lanzó sobre la cama, entonces empezó a pasearse por la habitación vistiendo solo su tanga de encaje negro.


Estaba nerviosa, y no debería. Admitir que la situación con Mauricio la afectaba la ponía en una situación complicada. 


En primer lugar, porque había sido ella la que salió corriendo cuando él le declaró su amor. Y en segundo, porque luego Mauricio se había retractado.


Carolina decidió tomar un baño para despejarse. La idea de salir de fiesta era para relajarse, no para preocuparse más. 


Entonces recordó la imagen de Pedro y Paula, besándose, con todas esas luces de colores envolviéndolos, y suspiró.


—Al menos alguien tiene algo bueno para soñar esta noche —se dijo mientras tomaba la toalla y entraba al baño.



*****


—Invítala a salir—sugirió Mauricio mientras tomaba una taza de café y pretendía estar leyendo una revista—. Aquí tienen un par de espectáculos con buenas recomendaciones… y esta noche se presenta una banda de Jazz en uno de los bares.


Puso la revista a un lado y levantó sus lentes de sol para revelar una sombra oscura bajo sus ojos. Entrecerró los ojos para aliviar el efecto del sol mientras enfrentaba a su hermano.


—No puedes simplemente besar a la chica y esconderte en tu caparazón —le dijo a su hermano—. Crece. ¿No es eso lo que me dices siempre? Es hora de que empieces a usar tus propios consejos.


—Carolina también está aquí —respondió Pedro.


—Lo sé. Anoche nos tomamos una copa en la fiesta de la cubierta.


—¿La invitarás a salir? —quiso saber.


—Es mi amiga, puedo invitarla a salir siempre que quiera —se encogió de hombros fingiendo despreocupación.


—¿Siquiera vas a intentar arreglar las cosas? —Pedro no entendía la actitud de su hermano. Sus palabras no tenían nada que ver con lo que había demostrado poco antes de salir.


—Ocúpate de tu vida, que yo me encargaré de la mía —respondió levantándose de la mesa y volviendo a cubrir sus ojos con los lentes—. Hay una razón para que hayamos coincidido aquí. No la conoces, tampoco yo. Ya veremos qué sucede. Entretanto, mantén tu nariz fuera de mis cosas. Si sugerí que la invitaras a salir es porque...


—Ya —lo cortó el doctor—. Entendí el punto. Gracias.


—Bien —dijo Mauricio antes de retirarse de la mesa.



*****


—¿Vamos a tomar el desayuno en la cubierta, Pau? —quiso saber Carolina. La verdad es que no le apetecía salir y encontrarse con Mauricio tan temprano.


—¿No te importa si lo tomamos aquí? —respondió ella. 


Ignoraba si Carolina sabía que el crucero que tomaron Mauricio y su hermano era el mismo que ellas abordaban, así que decidió probar suerte y evitarse un mal rato a ambas.


—Está bien —se encogió de hombros—. Le marco al servicio para que lo traigan hasta aquí.


Carolina se fijó en que su amiga llevaba su pequeña libreta negra y un bolígrafo, y que además había sacado su computadora portátil y la había dejado sobre la mesa de centro del área común.


—¿Haz empezado a trabajar?—tanteó.


Paula le regaló una sonrisa resplandeciente antes de responder.


—Parece que he recuperado mi mojo —dijo con voz alegre—. No he escrito muchas palabras, pero tengo un punto de partida consistente… además de algunas escenas sueltas que he ido archivando.


—¡Wow! Eso es genial —la animó—. Y solo hemos estado aquí un día. En tres semanas seguramente tendrás la trama más espectacular jamás escrita… y yo me retorceré de la envidia.


Las amigas se carcajearon por esa declaración. Carolina tomó el teléfono del camarote, usó la marcación rápida para comunicarse con la cocina y hacer su pedido. Luego se dio cuenta de que Paula había adoptado una actitud solemne.


—Hay algo que debo decirte —dijo la escritora—. Tus vecinos, el doctor sexy y seguramente también el semental exhibicionista, están en este barco.


—¿Sí? —se hizo la tonta para animarla a hablar—. ¿Cómo lo sabes?


—Pedro estaba anoche en la fiesta —confesó—. Apareció después de que te fueras a bailar —hizo una pausa y bajó la mirada—. Y me besó.


—Una pregunta… empezaste a construir esa fantástica y consistente trama tuya, ¿antes o después del beso?


—Antes —admitió.


—Bien


—¿Es todo lo que vas a decir?


—Por los momentos, sí.


El desayuno llegó poco después. Las amigas se sentaron a compartir el café del día, croissants, frutas frescas y un poco de cereal. Cuando estuvieron satisfechas, Carolina se fue a explorar el área de la piscina y Paula se concentró en su manuscrito. Tecleó frenéticamente por un par de horas y luego decidió que merecía un descanso.


Fue a su habitación para guardar la computadora y su libreta, se quitó la ropa que llevaba y tomó uno de los bañadores que le empacó su amiga, un conjunto de dos piezas en negro y plata, también sacó de su maleta un vestido playero a juego y se lo puso. Se arregló un poco la coleta, buscó sus lentes de sol y abandonó el camarote.


Llegó al área de la piscina con la intención de unirse a Carolina, pero por más que la buscaba no la encontraba. En su lugar, volvió a encontrarse con Paula.


Él sonrió al verla y caminó en su dirección. Su forma de andar le recordaba a un felino. Lento, salvaje y sensual. Paula barrió su cuerpo con la mirada y ella apartó sus ojos sintiendo como el rostro se le encendía. Él sonrió por la reacción de ella.


—Buenos días, señorita Chaves.


Paula sabía que Pedro no dejaría pasar su momento de debilidad. Cuando sintió sus labios cubriendo los suyos, una necesidad primitiva de responder anuló sus sentidos. Se había dejado llevar y luego había corrido a esconderse. Pero era absurdo pensar en esconderse durante las próximas 3 semanas ¿no?


Ella asintió en respuesta


—Te ves preciosa —dijo él.


—Gracias —masculló—. Si me permites, debo irme.


—¿Se te hará costumbre huir cuando yo aparezco?


Pedro, yo…


—Estuve ahí, ¿sabes? Sentí como tus labios respondían mi beso, y cómo tu cuerpo se estremecía con el toque de mis manos —declaró—. Sé que te gusto, señorita Chaves. Y tú me gustas, te lo dije. No me importa lo que ese imbécil haya dicho. Me importa lo que tú digas, y en este momento solo espero que digas que aceptas salir conmigo.


Paula estaba impresionada por su discurso. Parte de ella quería saltar de emoción, mientras que la otra parte la miraba arqueando una ceja retándola a volver a equivocarse con los hombres.


—No puedo aceptar —dijo ella—. No me has invitado a salir…


—Tú y yo, mañana —respondió Paula—. Iremos a cenar y luego veremos a una banda de Jazz que se presentará en uno de los bares.


—¿Qué pasa si digo que no? —preguntó tratando de que su rostro no reflejara sus contradictorias emociones.


—Herirás mis sentimientos.


Paula no pudo evitar reírse de eso.


—Lo digo en serio, señorita Chaves. Pero no tengo que preocuparme porque eso no pasará, así que nos vemos mañana.


—Todavía no he dicho si aceptaré.


—Lo harás —sonrió Paula—. Te estaré esperando, Paula—susurró en su oído. Le guiñó un ojo y siguió andando, dejándola a ella en mitad del camino y totalmente desorientada.


¿A dónde es que iba?, se preguntó.


Después de caminar por varios minutos por el área de la piscina, Paula finalmente encontró a Carolina. Se encontraba en una tumbona, tomando el sol, totalmente ajena a lo que pasaba a su alrededor. Parecía estar dentro en su propia burbuja, abstraída, y ella supo lo que estaba sucediendo. La mente de su amiga había viajado muy lejos de allí a quien sabe qué mundo fantástico.


La escritora dejó su bolso sobre la tumbona vacía que estaba a su lado, se quitó el vestido y se sentó para buscar su protector solar. Un camarero se acercó a ella para ofrecerle la carta de bebidas. Tomó el folleto y ordenó un té helado para refrescarse mientras se decidía. Cuando volvió a ocupar su atención en bote de crema que tenía en sus manos, su amiga se aclaró la garganta.


—¿Decidiste salir de la cueva? —se burló Carolina.


Paula asintió en respuesta mientras hacía caer un poco del líquido en su mano y lo empezaba a frotar por sus brazos y escote.


—Y te comieron la lengua los ratones —dijo, dándole un matiz interrogante a las últimas palabras.


—Pedro me invitó a salir.


—Parece que mi vecino hace todo al revés... tenían que salir primero y besarse después —se burló Carolina—. ¿Y cuál es el plan? ¿Cena, cine y sexo?


—No hay ningún plan... no he aceptado.


—Pero aceptarás —afirmó—. Porque dijiste "no he aceptado" en lugar de "no acepté", y tú nunca fallas con las conjugaciones.


Paula tuvo que reírse de eso porque era verdad, aunque lo había dicho inconscientemente.


—¿Me ayudas con esto? —preguntó alzando el frasco de protector solar y dándose la vuelta. Su amiga soltó un bufido poco femenino y se levantó para frotar el protector solar en los hombros y espalda de Paula.


—Evitar el tema no cambia las cosas —le aseguró ella mientras le devolvía el bote de crema a la escritora—. Mereces divertirte.


—Pero y si...


—Nada, Chaves. Por una vez piensa solo en el hoy. Vívelo. Respíralo —le aconsejó Carolina mientras volvía a su tumbona—. Carpe diem, amiguita.


—No lo sé... no estoy segura —suspiró angustiada.


—Prometimos aprovechar este viaje, Pau. Por una razón, el destino los puso en el mismo barco que nosotras.


—Deja de decir eso —protestó Paula.


—Tú deja de negar lo evidente —respondió su amiga señalándola con el dedo—. Te lo dije antes, y lo repito ahora. Evitarlo solo retrasará algo que es inevitable.


—¿Eso sería, doctora corazón? —quiso saber la escritora.


—Tener sexo caliente con el doc —se burló—. Y contarme todos los detalles sucios cuando eso ocurra, por supuesto.


Paula se sonrojó y desvió la mirada de su amiga hacia el camarero que volvía a estar parado junto a su tumbona. No había notado cuando el muchacho llegó, y se sintió intimidada pensando en qué parte de la conversación pudo haber escuchado. Tomó el vaso de té con manos temblorosas y le agradeció con un ligero asentimiento. 


Luego el muchacho se desapareció tan sigilosamente como había llegado.


—¿Habrá escuchado la conversación?


—No lo sé,Chaves… pero si lo hizo, tendrá algo en qué pensar esta noche —se carcajeó su amiga.


—Esto es serio —se quejó Paula.


—Lo es —admitió Carolina—. Porque necesitarás un atuendo que le deje las cosas claras a Pedro, y yo tendré mi primera experiencia de compras en un crucero, ¿no es fantástico?


—Estás loca, Carolina.


—Eso ya lo sabía —se encogió de hombros—. Ahora dame eso —dijo señalando la carta con los tragos que ofrecían.


Paula se quedó pensando en las palabras de su amiga mientras se tumbaba a disfrutar del sol. Tenía que admitir que había muchas casualidades rodeándolos.


Por una razón, el destino los puso en el mismo barco que nosotras…


Las palabras de Carolina se repetían en su mente sin cesar. 


¿Sería posible? No perdía nada con intentarlo. Después de todo, en tres semanas volverían a sus vidas y si no funcionaba nada entre ellos…


Ella no quería pensar en eso.


Carpe diem, amiguita.


Carolina tenía razón. Había que vivir el hoy.





sábado, 28 de marzo de 2015

INEVITABLE: CAPITULO 17




Después de despedir a su vecino para que se encontrara con Paula, Carolina se alejó caminando hacia la barra que estaba del lado opuesto. Su intención era conseguir un buen puesto de vigilancia, pero mientras avanzaba un pensamiento se instaló en ella y era que, si Pedro Alfonso estaba en ese barco, Mauricio también estaba allí.


Como si lo hubiesen invocado, él apareció frente a ella vestido con un suéter de cuello alto gris y unos vaqueros oscuros. Parecía salido de un comercial. Su andar felino captaba las miradas femeninas, algo que él ni siquiera notaba. Ella sintió que necesitaba un trago de verdad, y pronto.


Cuando estuvo frente a la barra pidió un bourbon amargo y se sentó, tratando de concentrarse en la escena que se desarrollaba frente a sus ojos. Pedro Alfonso, su vecino y uno de los solteros más cotizados de California, estaba detrás de su mejor amiga decidiendo si abordarla o no.


Pedro nunca había sido tímido con las mujeres, pero tampoco era de los que se interesaba en algo distinto a un rollo de una noche. No porque fuera un mal tipo, sino porque estaba realmente comprometido con su profesión. Mauricio le contó una vez que la medicina había sido su único acto de rebeldía. Era su vida. Y la vida de un médico que estaba un día sí y el otro también haciendo guardias no encajaba con el ideal de una familia estable.


Carolina ahogó la risa cuando su amiga derramó el trago sobre su vestido, y tomó un sorbo del suyo.


—¿Divirtiéndote?


La voz de Mauricio acarició sus oídos. Ella se reprendió por estar idealizando la situación. Habían sido amigos por años, las cosas no tenían que cambiar por haber tenido sexo ¿o sí?


—Solo un poco —se volvió para mirarlo y sintió que se le secaba la garganta. ¿Era imaginación suya el fuego que había visto arder de repente en los ojos de Mauricio, o cómo se le dilataban las aletas de la nariz? Ella señaló la silla vacía a su lado.


—¿Qué vemos? —preguntó él.


—A tu hermano tratando de no ser un idiota con mi amiga —respondió Carolina tratando de ocultar su turbación.


—¿Es eso posible? —se burló Mauricio. Probablemente, había intentado sonar calmado, pero se había notado su nerviosismo. Su tensión.


A una distancia prudente el uno del otro, observaron la escena con atención que se desarrollaba al otro lado de la pista, envolviéndose en un silencio cómodo propiciado por
ocuparse de la vida ajena. Concentrados como estaban en lo que sucedía entre Pedro y Paula, no tenían que pensar en sus propios asuntos.


Carolina había querido decirle a su amigo lo arrepentida que estaba por haber huido después de que él dijera que la amara. Pero luego Mauricio se había retractado y ahora se sentía insegura. Le daba vueltas a esa idea mientras paladeaba su trago, y casi se ahogó cuando vio el beso entre Pedro y Paula. La escena era mágica. Las luces de colores bailando a su alrededor y el humo de la máquina que habían instalado en la pista le daba ese toque sensual, como si se trataran de una película.


—Tengo que escribir eso —dijo con un tono demasiado alegre.


—Pensé que escribías ficción, no que te encargabas de retratar a tus amigos —se burló Mauricio ignorando la escena que se desarrollaba frente a ellos—. Ahora tendré que comprar tus libros para saber si has escrito sobre mí y poder cobrar mi comisión.


Ella se volteó para mirarlo. Arqueó una ceja y sonrió seductoramente. Mauricio estaba perdido porque no podía dejar de mirarla.


—Oye, soy escritora… cualquier cosa que digas o hagas frente a mi puede ser usada en mis novelas —respondió ella como si recitara el diálogo de una novela policial.


Cuando volvieron su atención al frente, Paula había desaparecido y Pedro tomaba un trago en la barra.


—¿Eso realmente pasó? —Carolina hizo una pausa y se volvió hacia Mauricio, como pidiendo su ayuda para entender lo que acababan de ver sus ojos—. ¿Él solo la besó así y dejó que se fuera sola? Acabo de perder mi fe en la humanidad.


—Estoy tan sorprendido como tú, nena —dijo él encogiéndose de hombros.


Carolina no pudo evitar reírse de eso.


—Tú no hubieses dejado pasar la ocasión, ¿no es cierto?
Contigo no lo haría, pensó.


—Se hace lo que se puede —fue lo que respondió Mauricio en su lugar.


A pesar de que se estaba comportando igual que siempre, ella no terminaba de sentirse cómoda junto a él. Los recuerdos de su intensa noche de pasión volvían como rayos a su mente. Sin que ella lo supiera, lo mismo le ocurría a él. 


Se odió por haber corrido a su casa para retractarse cuando lo único que deseaba era hundirse en ella como si no hubiese mañana.


En ese momento ambos agradecían silenciosamente no tener mucho alcohol corriendo por su sistema.



*****


Paula caminó hacia su camarote con pasos vacilantes. No podía negar lo evidente. Pedro le gustaba. Listo. Lo admitía. ¿Pero cambiaba eso algo?


Ella no tenía idea sobre las verdaderas intenciones de él. No sabía si a él le gustaba de verdad o si solo estaba haciendo caso a las palabras de Sergio y buscaba una aventura sin complicaciones.


Debería estar bien con eso, pensó ella. Después de todo ella tampoco quería involucrarse en una relación. Pero la idea de ser usada y descartada la asqueaba.


Apartó esos pensamientos de su cabeza mientras se cambiaba el vestido por un cómodo pijama y se sentaba frente al espejo para remover el maquillaje. Mientras masajeaba su rostro con el algodón humedecido recordaba la trama que había estado creando en su mente antes de que Pedro llegara, así que dejó lo que estaba haciendo y voló sobre su bolso para sacar su computadora portátil. 


Entonces se dejó llevar por la fantasía.


El día había sido duro. Después de varias semanas de discutir los términos de la negociación, Jake había logrado convencer a la junta directiva de la principal empresa de catering del país para que se asociara con la cadena de restaurantes de su familia. Una intensiva investigación le hizo saber que sus nuevos socios tenían un contrato para operar en las principales instalaciones deportivas de la ciudad por lo que, indirectamente, eso se convertiría en un activo común.


Sonreía pensando en eso mientras saboreaba su café antes de volver al trabajo. Miró su reloj y vio que le quedaba poco tiempo antes de la siguiente junta. Tomó el último sorbo, levantó su chaqueta del asiento contiguo y se levantó para abandonar el local. Depositó el vaso en la papelera más cercana y caminó hacia la salida. Casi estaba en la puerta cuando sonó su celular y se detuvo para atender la llamada.


En ese momento una joven mujer entró a la cafetería sosteniendo varias carpetas repletas de papeles y chocó contra él. Su primera reacción fue la de gritarle que se fijara por donde iba, pero entonces ella se inclinó a recoger sus papeles y susurró una disculpa, levantó la cabeza del desastre que tenía entre manos, le miró y… sonrió. Y así, sin más, ella le nubló el sentido.


Eso fue lo que él sintió mientras ella sonreía y volvía a poner su atención en los papeles tirados. Él también se agachó, aunque sólo lo hizo por instinto, dado que ninguna de sus facultades funcionaba en ese momento.


—De verdad lo siento —repuso ella con sinceridad. Sus ojos, de un profundo y brillante color verde, no se apartaron de los de él—. Le prometo tener más cuidado la próxima vez.


Con una educada inclinación de cabeza, él terminó de recoger las últimas hojas y se puso de pie. Ella lo imitó y replicó su inclinación antes de seguir su camino hacia la barra del café. Solo entonces Jake se dio la vuelta y atravesó la puerta para volver a su oficina.


Durante un buen rato, después de que él estuviera de vuelta en sus asuntos, la mente de Jake vagaba de regreso a aquel café. El primer pensamiento que le vino fue el de regresar a ese lugar, las veces que fueran necesarias, para volver a verla. ¿Cuán patético era eso?


En su imaginación, un hombre podía enamorarse sinceramente de una mujer con solo una mirada. En la ficción, los hombres no se acercaban a ella con segundas intenciones ni la engañaban. Pero de nuevo… era una ilusión, nada de eso era real.








INEVITABLE: CAPITULO 16




—¿Lista para empezar las mejores 3 semanas de tu vida? —fue el saludo mañanero de Carolina cuando fue a despertar a Paula. El tono casi infantil hizo sonreír a la escritora, a pesar de no haber dormido absolutamente nada y no tener café corriendo por su sistema.


—Sí, ya estoy lista —informó Paula con un voz cansada.


—Oye, tanto entusiasmo me impresiona —se burló su amiga—. Saca tu trasero gruñón de la habitación y vamos por café… de allí al aeropuerto.


Paula asintió y salió arrastrando la maleta que arregló junto a Carolina la noche anterior, la colocó junto a la puerta y volvió a entrar para sacar el bolso de mano con el resto de su equipaje. Ajustó las correas del bolso para llevarlo de bandolera, y cuando estuvo lista hizo su camino hacia la sala.


La escritora dejó la maleta en la sala y caminó hacia la cocina donde estaba su amiga, la observó mientras empezaba su pelea contra la cafetera y empezó a reír.


—Déjame hacer eso —le dijo abriéndose paso.


Empujó su bolso hacia atrás antes de inclinarse en el estante y atrapar el envase con el café molido. Abrió el depósito de la cafetera y sirvió cuatro cucharadas antes de cerrarla. 


Luego midió el agua para dos tazas y echó a andar el cacharro.


Cuando la cafetera emitió el pitido para avisar que había calentado el agua, ya la primera taza estaba en posición para recibir la bebida; y cuando se llenó, fue rápidamente reemplazada por la segunda. Ambas escritoras tomaron su café de pie y lanzándose miradas de reojo mientras luchaban por contener la sonrisa.


—Tonta —dijo Carolina.


—Inútil —respondió Paula, y ambas rompieron a reír en voz alta.


Un par de horas después de la taza de café que tomaron como desayuno, las amigas estaban en el aeropuerto abordando el avión que las llevaría hasta Miami.


El vuelo fue relativamente tranquilo. Llegaron a Florida con tiempo suficiente para almorzar y contratar un servicio de taxi que las llevara hasta el lugar del abordaje. Tampoco tuvieron contratiempos allí, pues rápidamente les asignaron sus camarotes y recibieron una copia con las actividades recreativas que tendrían disponibles en las diferentes áreas de la embarcación.


—¿Ya te fijaste? —preguntó Carolina con la mirada perdida en uno de los folletos—. Tienen actividades para solteros —se burló—. ¿Serán del tipo “hacer rodar la botella”?


—¿Uhmm? —respondió Paula distraída.


Su amiga se detuvo bruscamente y le golpeó la frente con los folletos que tenía en la mano.


—Tu actitud vacacional apesta —la miró frunciendo el ceño y conteniéndose para no perder el modo—. Tienes que poner de tu parte.


Paula tenía que admitir que su amiga actuando como Jerry Maguire, toda “ayúdame a ayudarte”, era algo gracioso de ver; así que empezó a hacerse la tonta solo por pincharla un
poco.


—No entiendo de qué hablas, mi actitud está bien —le dijo.


—¡Ya! ¡Me rindo! —bufó Carolina indignada—. Eres un caso perdido, Chaves; si quieres pasar tres semanas encerrada en el camarote, genial. Yo voy a arreglar para disfrutar de la fiesta de bienvenida. Si quieres puedes quedarte encerrada y aburrirte como ostra.


Ella se adelantó taconeando fuerte hasta la puerta, usó la llave para entrar y fue directa a la que sería su habitación esperando desaparecer de la vista de Paula, que la miraba marcharse con una sonrisa en los labios.


La escritora entró poco después, atravesó el área común y llegó entonces a su propia recámara. La combinación de blanco ostra con azul la hizo sonreír. Colocó su maleta junto a la cama Queen Size y se quitó su bolso dejándolo sobre una mesa auxiliar. Abrió el equipaje y sacó sus artículos de aseo. Localizó su ropa interior y un sencillo vestido de coctel de color negro, con cuello halter y falda tubular que llegaba debajo de las rodillas, con una abertura lateral, y lo extendió sobre la cama. Completaba el atuendo con unas sandalias negras de tacón.


Se desvistió y entró a la ducha para refrescarse llevando consigo su neceser. Si bien el viaje no había tenido ningún contratiempo, la humedad en el ambiente ya había empezado a incomodarla.


Cuando terminó de asearse se aplicó una capa de crema hidratante como base. No exageró con el maquillaje, limitándolo solo a un poco de rubor y máscara de pestañas. 


Recogió sus rizos rubios en una sencilla coleta baja, se puso sus argollas favoritas, se calzó los tacones y contempló su imagen en el espejo.


—Necesitas un bronceado, Chaves —se dijo al notar el tono pálido de su piel.


Paula aclaró su pensamiento y fue por el vestido. Había sido elección de Carolina y ahora no estaba muy segura de usarlo. No era de su estilo, pero claro… su estilo eran pantalones vaqueros, camisetas y zapatillas deportivas. Algo para sentirse cómoda, no para sentirse linda.


Evitó dar otro vistazo al espejo y salió de la habitación para buscar a su amiga. Cuando estuvo en el área común del camarote fue hasta el minibar y se sirvió un refresco. Una extraña agitación empezaba a formarse en su estómago.


¿Miedo a relacionarse?


Nunca antes lo había tenido, ¿por qué empezar ahora?


Tomó toda su fuerza de voluntad hacer a un lado el nerviosismo y tocar la puerta de Carolina. Su amiga no había terminado de arreglarse, en cambio se paseaba en ropa interior como ella lo había hecho minutos atrás mientras se maquillaba. Carolina terminó de perfilar sus ojos con el delineador y le dedicó un silbido de apreciación a su amiga.


—Casi perfecta —le dijo y corrió a su equipaje para sacar una pequeña caja acrílica de color negro que colocó en la cama. La abrió con cuidado y sacó unos pendientes largos de platino con diamantes que quedarían mejor con el vestido de Paula que las sencillas argollas que llevaba. Se los tendió a su amiga y ella los aceptó a regañadientes. Cuando se colocó los zarcillos, Carolina sonrió.


—Ahora sí —aplaudió—. Toda una reina. Ahora ven y ayúdame con mi vestido.


La escritora admiró el modelo vintage que llevaría su amiga.


Un vestido de paillettes con tirantes muy finos y plumas en la falda. Parecía salido de una película ambientada en los años 20. Para completar su atuendo llevaba unas sandalias con tiras en plata y un clutch con toques brillantes.


—No sé qué hacer con mi cabello —confesó Carolina.


Paula le pidió que se sentara en el borde de la cama mientras iba por un par de gomas para el cabello. Regresó rápidamente y separó secciones de la melena rojiza de su amiga para hacer una sencilla diadema trenzada.


Ya estaban listas para su primera noche a bordo del crucero. 


La primera noche de las mejores vacaciones de sus vidas, en palabras de Carolina.



*****


A pesar de haber salido con anticipación de Los Ángeles, iban a llegar tarde al barco. Eso era lo que pensaba Pedro mientras daba vueltas por su habitación de hotel. Su hermano tenía horas encerrado en el baño tratando de comunicarse con alguien y, si su instinto no le fallaba, ese alguien tenía nombre de mujer. Carolina James.


—Tenemos que llegar antes de las 5pm. —dijo Pedro apurando a su hermano—. El barco zarpará a las 8, pero la última verificación la harán a las 6, más nos vale estar a bordo para entonces.


Podía entender sus ganas de hablar con ella, especialmente después de lo que pasó entre ellos. Pero podía intentarlo luego, desde el barco, pensó él.


—Es cosa de un minuto —lo aplazó Mauricio mientras revisaba algo en su celular.


—No tengo otro minuto, Mauricio —advirtió el doctor—. Mueve tu trasero o me voy sin ti.


—Está bien, gruñón —bufó él—. Estaciono mi vida para seguirte y no puedes esperarme un minuto… muy justo, ¿no?


Pedro rodó los ojos ante la elección de palabras de su hermano. Estaba teniendo un comportamiento contradictorio.


Primero estaba loco por salir de Los Ángeles, igual que él, por lo que decidieron tomar antes el vuelo. Ahora parecía tener ganas de volver a casa.


—Deja el drama, Mauricio. Ya nuestro taxi está aquí.


Los hermanos Alfonso salieron desde su hotel al muelle donde tenían que abordar su embarcación. Tardaron poco en llegar, a pesar del tráfico. Justo a tiempo para la verificación final. Se instalaron en su camarote, cada cual en su habitación, y empezaron a alistarse para la fiesta que ofrecía la tripulación para celebrar el inicio de la travesía.


Pedro se dio una ducha rápida y se afeitó la barba que estaba empezándole a crecer. Sacó un traje gris oscuro de su maleta y lo combinó con una camisa blanca en la que dejó dos botones sueltos. Prefirió no llevar corbata y mantener el atuendo casual. De cualquier modo, tampoco se trataba de un evento formal… solo era una fiesta.


Cuando estuvo listo salió al área común del camarote y esperó a su hermano. Al cabo de unos minutos caminaban por la cubierta siguiendo el sonido de la música y las risas del resto de los pasajeros.


La fiesta había comenzado.



*****


La fiesta de bienvenida estaba en pleno apogeo. El espacio había sido transformado con cortinas ondulantes del piso al techo, luces de colores, gogo dancers y estatuas vivientes, dándole ese toque fantástico al ambiente. Había 2 barras dispuestas a los lados de lo que sería la pista de baile, que estaba presidida por los equipos del dj, y camareros
elegantemente trajeados paseaban bandejas con comida y bebidas para atender a los invitados.


Las chicas caminaron hacia una de las barras, se sentaron para esperar que alguien les tomara su orden.


—¿Qué tomaremos esta noche? —preguntó Carolina.


—No lo sé… ¿un cosmo? —dijo Paula.


—¿Qué tal un poco de “sexo en la playa”? —se carcajeó su amiga.


—Creo que las dos necesitamos eso —apuntó la escritora con complicidad.


Ambas se rieron de la broma sin notar que alguien estaba parado frente a ellas, al otro lado de la barra, escuchando la conversación.


—¿Puedo ofrecer algo a las damas? —preguntó el anfitrión. 


La mirada cómplice que les dedicaba no se le escapó a Carolina, que se la devolvió con creces.


—Sí —se adelantó a responder—. Mi amiga, aquí presente, y yo queremos sexo en la playa…


Los ojos de aquel hombre brillaron con diversión. Carolina le ofreció una sonrisa seductora y se inclinó ligeramente sobre la barra, dándole un vistazo de su escote.


—Aunque si me preguntas, no me importaría tener sexo en el barco, o en altamar, o en cualquier otro sitio —le guiñó el ojo con picardía.


—Marchando “sexo en la playa” para las damas —dijo el barman con una sonrisa antes de retirarse a preparar los tragos.


Paula no sabía si reír o no sobre el comportamiento de su amiga.


—¿Tu estrategia para desintoxicarte de Mauricio es comportarte como una gata en celo? —preguntó Paula.


—¿Gata en celo? ¿Yo? —Carolina no podía creer lo que su amiga acababa de decirle—. Pero si no he hecho nada.


—Exactamente —respondió su amiga dándole la razón—. Esta persona está disponible —le guiñó el ojo.


El anfitrión regresó con sus bebidas y las colocó frente a ellas, deslizando también una tarjeta en dirección de Carolina. Empezaron a disfrutar de sus tragos cuando un hombre un poco mayor que ellas se acercó para pedirle a Caro que bailara con él. La chica aceptó, dejó a su amiga como encargada del clutch y del trago, y se encaminó hacia la pista.


Varias parejas se movían frenéticamente al ritmo de la música electrónica. Carolina se dejó llevar y mientras bailaba, las plumas de su falda se agitaban de un lado a otro. El hombre que la había invitado se movía con torpeza tratando de imitar sus movimientos, por lo que ella le dedicó una sonrisa que pretendía ser alentadora. Un movimiento a su derecha la distrajo y luego alguien tocó repetidamente su hombro desnudo para llamar su atención.


—¿Carolina?—la voz familiar hizo que sus ojos se abrieran como platos y se volviera para enfrentarlo rápidamente.


—¿Qué… qué haces tú aquí? —preguntó ella.


—De vacaciones —dijo él sonriendo, sorprendido por corroborar que su vecina estuviera allí. Eso solo podía significar que…


—Oye, ella está bailando conmigo —se quejó el hombre que la había invitado.


—Lo siento cariño, es un amigo y tenemos que ponernos al corriente —le dio un beso en la mejilla y dio un par de palmadas en su hombro.


Pedro se quedó impresionado por la manera en que Carolina se deshacía de lo que parecía ser su cita. Solo había visto tal velocidad y habilidad en una persona. Su hermano.


—Vas a decir que es una locura, pero justo estaba pensando en ti.


Pedro enarcó una ceja empezando a sospechar de lo que seguía.


—Verás… tengo esta amiga a la que conoces, y que estoy convencida te gusta. Ella está en aquella barra, sola —le indicó señalando el lugar donde se encontraba Paula—. ¿Por qué no vas a ofrecerle una bebida?


El doctor estrechó sus ojos solo para darse cuenta de que la amiga a la que Carolina se refería era Paula. Lucía hermosa en ese vestido negro, y la abertura en su muslo le confería un aire elegante y sensual que lo atraía. Se veía tan diferente a todas las veces que habían coincidido que le costó un poco reconocerla.


—¿Y bien? —preguntó Carolina sacándolo de su ensoñación.


—No sé si te lo dijo, pero antes me comporté como un idiota con ella.


—Y ahora estás siendo un imbécil conmigo… —sugirió ella asintiendo—. Ya espantaste a mi pareja de baile, así que ahora ve allí, invítale un trago, habla con ella…


—Está bien —aceptó Pedro. Se despidió de Carolina con un beso y se encaminó hacia la barra. Encontrarla en el lugar menos esperado debía significar algo, y aprovecharía esa oportunidad.


El doctor se sentía nervioso. Estaba consciente de que había cometido un error al juzgar a la chica según las palabras de su novio, o exnovio, o lo que fuera… Carolina no lo había confirmado, pero tampoco había negado que ciertamente se había comportado como un idiota con ella. Ahora estaba parado detrás de ella, observándola tomar su bebida y suspirando como un acosador. ¿Cuán patético era eso?


Ella estaba ensimismada, totalmente ajena al debate interno de Pedro. Su mirada vagaba por las parejas que se habían ido formando a lo largo de la noche, creando historias alrededor de ellos. Paula empezaba a darle forma a lo que sería el inicio de su historia:


No sabía qué había cambiado. Cuando había comenzado a salir de juerga con sus amigos, poco después de que su hermano se hubiera casado, aquel tipo de vida había sido su única preocupación. Con las relaciones y el dinero de su familia, Jake no tenía nada de ningún problema. Pero pronto acabó la diversión y él empezó a sentirse insatisfecho. Frustrado. Un hombre sin ningún tipo de meta.


Jake había estado más que dispuesto a abandonar su lujosa vida en Los Ángeles y regresar a su casa en Boston, asumiendo el control de los negocios de la familia; pero se preguntaba si la vida allí también le resultaría vacía y carente de emoción. En el fondo de su mente le rondaba la pregunta de si aquel profundo hastío se debía a su vida social o, más preocupante aún, si algo estaba mal con él.


A los pocos días de regresar a la ciudad, había logrado, por lo menos, resolver esa duda en cuestión. De repente, su vida estaba llena de propósitos. Una agenda organizada, tareas por cumplir, gente que dependía de él. Siempre había un desafío o cualquier otra cosa reclamando su atención, exigiendo que se pusiera en acción. Desde que regresó a Boston apenas tuvo tiempo para pensar.


La inquietante sensación de vacío se evaporó, dando paso a una nueva inquietud.


Ya no se sentía inútil —evidentemente la vida de un empresario en Boston, la vida para la que había nacido y sido educado, era su verdadera vocación—, pero aun así seguía faltando. Aunque no tenía idea de qué sería.


Paula le gustaba lo que había empezado a formarse en su mente. Un protagonista inconforme con su vida, buscando algo más. Se sentía identificada, de alguna manera.



Quizás eso era lo que necesitaba, pensó. Unos días lejos de todo lo que la estresaba.


El viaje apenas empezaba y ella ya tenía el punto de partida.


Uno muy bueno, a su parecer.


Su mirada siguió vagando alrededor hasta que notó una sombra detrás de ella. Se volvió rápidamente sobre su silla, dando de lleno contra un amplio y bien formado pecho masculino y derramando un poco del contenido de su vaso sobre el vestido en el proceso.


—Lo siento —se disculpó él—. No quería asustarte.


Paula alzó su rostro para encontrarse con un sonriente Pedro. La última vez que lo había visto fue en el portal de su casa, cuando Sergio dijo ese montón de mentiras sobre ella. Entonces él había lucido decepcionado y se había marchado sin darle oportunidad de explicarse.


—¿Tú?


—Hola Paula —saludó él. Estaba nervioso, y la certeza de ser responsable de eso hacía que la escritora sonriera por dentro.


—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó.


—Tratando de conseguir un trago —Pedro se encogió de hombros.


—No me refería a eso… quiero decir, ¿qué haces aquí, en el barco? —quiso saber ella—. ¿Carolina te dijo algo? Voy a matar a esa…


—Estoy de vacaciones aquí… ha sido casualidad —le aclaró—. Carolina no ha tenido nada que ver. Pero me gustaría aprovechar la oportunidad para decirte algo.


—Lo que sea… no importa —respondió Paula—. Me tengo que ir.


Ella se levantó de su silla y dejó los vasos, ahora vacíos, sobre la barra y tomó el clutch de su amiga.Paula había arrasado con el contenido de ambos tragos luego de que Carolina fuera llevada a la pista por aquel desconocido.


—Espera —Pedro la sujetó por la muñeca cuando ella intentó alejarse—. Yo quería disculparme por haber actuado como un tonto en tu casa.


—Está bien —aceptó ella—. Ahora deja de actuar como un tonto aquí y deja que me vaya.


El doctor liberó el agarre que tenía sobre ella, pero Paula no se movió ni un centímetro. Repentinamente se sintió atrapada en la mirada celeste de Pedro y recordó el momento, en el bar, en que todo lo que deseaba era que él la besara.


Estúpida, se reprendió mentalmente. Acababa de salir de una relación con un imbécil certificado y necesitaba paz para terminar su manuscrito. ¿En serio quería involucrarse con alguien?


—Paula —susurró él avanzando un paso—. Todavía no he dicho lo que quería.


—¿Y qué querías? —preguntó ella con la voz ronca.


—Esto —dijo Pedro antes de tomarla por la cintura y acercarla a él para besarla.


Paula se dio cuenta rápidamente que Pedro era un hombre que sabía cómo besar a una mujer. Jugó con sus labios abiertos, su boca se movió seductoramente sobre la de ella de una manera que la dejó estremeciéndose de la cabeza a los pies. Ella deslizó sus manos por su pecho, confirmando lo bien formado que estaba, y se permitió por un momento rendirse ante aquel ataque.


Él extendió su mano para ahuecar el rostro de Paula, profundizando el beso mientras su lengua se enredaba apasionadamente en torno a la suya. Exploró su boca con posesión, haciendo un ruido sordo con su pecho cuando ella respondió mordisqueando juguetonamente su labio inferior.


Pedro se separó, mirándola intensamente mientras pasaba su pulgar por su labio inferior.


—Buenas noches, Paula —dijo él antes de posar un beso en la punta de su nariz—.Hasta mañana.


A ella le costó unos segundos recuperarse y recordar que antes de ese beso pretendía volver a su camarote. Asintió en dirección a Pedro y empezó a alejarse, apretando el clutch fuertemente contra su pecho, pretendiendo que aquel hombre no había sacudido su mundo unos minutos antes.


Cuando Paula se marchó, Pedro se sentó en la barra dejando caer su cabeza entre las manos. Una sensación agridulce lo embargaba. Por un lado, había besado a la chica que le gusta… pero por el otro, no habían aclarado nada. Estaba visto que tenía un largo camino por recorrer, solo esperaba que tres semanas en el Caribe favorecieran su causa.