sábado, 28 de marzo de 2015

INEVITABLE: CAPITULO 17




Después de despedir a su vecino para que se encontrara con Paula, Carolina se alejó caminando hacia la barra que estaba del lado opuesto. Su intención era conseguir un buen puesto de vigilancia, pero mientras avanzaba un pensamiento se instaló en ella y era que, si Pedro Alfonso estaba en ese barco, Mauricio también estaba allí.


Como si lo hubiesen invocado, él apareció frente a ella vestido con un suéter de cuello alto gris y unos vaqueros oscuros. Parecía salido de un comercial. Su andar felino captaba las miradas femeninas, algo que él ni siquiera notaba. Ella sintió que necesitaba un trago de verdad, y pronto.


Cuando estuvo frente a la barra pidió un bourbon amargo y se sentó, tratando de concentrarse en la escena que se desarrollaba frente a sus ojos. Pedro Alfonso, su vecino y uno de los solteros más cotizados de California, estaba detrás de su mejor amiga decidiendo si abordarla o no.


Pedro nunca había sido tímido con las mujeres, pero tampoco era de los que se interesaba en algo distinto a un rollo de una noche. No porque fuera un mal tipo, sino porque estaba realmente comprometido con su profesión. Mauricio le contó una vez que la medicina había sido su único acto de rebeldía. Era su vida. Y la vida de un médico que estaba un día sí y el otro también haciendo guardias no encajaba con el ideal de una familia estable.


Carolina ahogó la risa cuando su amiga derramó el trago sobre su vestido, y tomó un sorbo del suyo.


—¿Divirtiéndote?


La voz de Mauricio acarició sus oídos. Ella se reprendió por estar idealizando la situación. Habían sido amigos por años, las cosas no tenían que cambiar por haber tenido sexo ¿o sí?


—Solo un poco —se volvió para mirarlo y sintió que se le secaba la garganta. ¿Era imaginación suya el fuego que había visto arder de repente en los ojos de Mauricio, o cómo se le dilataban las aletas de la nariz? Ella señaló la silla vacía a su lado.


—¿Qué vemos? —preguntó él.


—A tu hermano tratando de no ser un idiota con mi amiga —respondió Carolina tratando de ocultar su turbación.


—¿Es eso posible? —se burló Mauricio. Probablemente, había intentado sonar calmado, pero se había notado su nerviosismo. Su tensión.


A una distancia prudente el uno del otro, observaron la escena con atención que se desarrollaba al otro lado de la pista, envolviéndose en un silencio cómodo propiciado por
ocuparse de la vida ajena. Concentrados como estaban en lo que sucedía entre Pedro y Paula, no tenían que pensar en sus propios asuntos.


Carolina había querido decirle a su amigo lo arrepentida que estaba por haber huido después de que él dijera que la amara. Pero luego Mauricio se había retractado y ahora se sentía insegura. Le daba vueltas a esa idea mientras paladeaba su trago, y casi se ahogó cuando vio el beso entre Pedro y Paula. La escena era mágica. Las luces de colores bailando a su alrededor y el humo de la máquina que habían instalado en la pista le daba ese toque sensual, como si se trataran de una película.


—Tengo que escribir eso —dijo con un tono demasiado alegre.


—Pensé que escribías ficción, no que te encargabas de retratar a tus amigos —se burló Mauricio ignorando la escena que se desarrollaba frente a ellos—. Ahora tendré que comprar tus libros para saber si has escrito sobre mí y poder cobrar mi comisión.


Ella se volteó para mirarlo. Arqueó una ceja y sonrió seductoramente. Mauricio estaba perdido porque no podía dejar de mirarla.


—Oye, soy escritora… cualquier cosa que digas o hagas frente a mi puede ser usada en mis novelas —respondió ella como si recitara el diálogo de una novela policial.


Cuando volvieron su atención al frente, Paula había desaparecido y Pedro tomaba un trago en la barra.


—¿Eso realmente pasó? —Carolina hizo una pausa y se volvió hacia Mauricio, como pidiendo su ayuda para entender lo que acababan de ver sus ojos—. ¿Él solo la besó así y dejó que se fuera sola? Acabo de perder mi fe en la humanidad.


—Estoy tan sorprendido como tú, nena —dijo él encogiéndose de hombros.


Carolina no pudo evitar reírse de eso.


—Tú no hubieses dejado pasar la ocasión, ¿no es cierto?
Contigo no lo haría, pensó.


—Se hace lo que se puede —fue lo que respondió Mauricio en su lugar.


A pesar de que se estaba comportando igual que siempre, ella no terminaba de sentirse cómoda junto a él. Los recuerdos de su intensa noche de pasión volvían como rayos a su mente. Sin que ella lo supiera, lo mismo le ocurría a él. 


Se odió por haber corrido a su casa para retractarse cuando lo único que deseaba era hundirse en ella como si no hubiese mañana.


En ese momento ambos agradecían silenciosamente no tener mucho alcohol corriendo por su sistema.



*****


Paula caminó hacia su camarote con pasos vacilantes. No podía negar lo evidente. Pedro le gustaba. Listo. Lo admitía. ¿Pero cambiaba eso algo?


Ella no tenía idea sobre las verdaderas intenciones de él. No sabía si a él le gustaba de verdad o si solo estaba haciendo caso a las palabras de Sergio y buscaba una aventura sin complicaciones.


Debería estar bien con eso, pensó ella. Después de todo ella tampoco quería involucrarse en una relación. Pero la idea de ser usada y descartada la asqueaba.


Apartó esos pensamientos de su cabeza mientras se cambiaba el vestido por un cómodo pijama y se sentaba frente al espejo para remover el maquillaje. Mientras masajeaba su rostro con el algodón humedecido recordaba la trama que había estado creando en su mente antes de que Pedro llegara, así que dejó lo que estaba haciendo y voló sobre su bolso para sacar su computadora portátil. 


Entonces se dejó llevar por la fantasía.


El día había sido duro. Después de varias semanas de discutir los términos de la negociación, Jake había logrado convencer a la junta directiva de la principal empresa de catering del país para que se asociara con la cadena de restaurantes de su familia. Una intensiva investigación le hizo saber que sus nuevos socios tenían un contrato para operar en las principales instalaciones deportivas de la ciudad por lo que, indirectamente, eso se convertiría en un activo común.


Sonreía pensando en eso mientras saboreaba su café antes de volver al trabajo. Miró su reloj y vio que le quedaba poco tiempo antes de la siguiente junta. Tomó el último sorbo, levantó su chaqueta del asiento contiguo y se levantó para abandonar el local. Depositó el vaso en la papelera más cercana y caminó hacia la salida. Casi estaba en la puerta cuando sonó su celular y se detuvo para atender la llamada.


En ese momento una joven mujer entró a la cafetería sosteniendo varias carpetas repletas de papeles y chocó contra él. Su primera reacción fue la de gritarle que se fijara por donde iba, pero entonces ella se inclinó a recoger sus papeles y susurró una disculpa, levantó la cabeza del desastre que tenía entre manos, le miró y… sonrió. Y así, sin más, ella le nubló el sentido.


Eso fue lo que él sintió mientras ella sonreía y volvía a poner su atención en los papeles tirados. Él también se agachó, aunque sólo lo hizo por instinto, dado que ninguna de sus facultades funcionaba en ese momento.


—De verdad lo siento —repuso ella con sinceridad. Sus ojos, de un profundo y brillante color verde, no se apartaron de los de él—. Le prometo tener más cuidado la próxima vez.


Con una educada inclinación de cabeza, él terminó de recoger las últimas hojas y se puso de pie. Ella lo imitó y replicó su inclinación antes de seguir su camino hacia la barra del café. Solo entonces Jake se dio la vuelta y atravesó la puerta para volver a su oficina.


Durante un buen rato, después de que él estuviera de vuelta en sus asuntos, la mente de Jake vagaba de regreso a aquel café. El primer pensamiento que le vino fue el de regresar a ese lugar, las veces que fueran necesarias, para volver a verla. ¿Cuán patético era eso?


En su imaginación, un hombre podía enamorarse sinceramente de una mujer con solo una mirada. En la ficción, los hombres no se acercaban a ella con segundas intenciones ni la engañaban. Pero de nuevo… era una ilusión, nada de eso era real.








1 comentario: