sábado, 28 de marzo de 2015

INEVITABLE: CAPITULO 16




—¿Lista para empezar las mejores 3 semanas de tu vida? —fue el saludo mañanero de Carolina cuando fue a despertar a Paula. El tono casi infantil hizo sonreír a la escritora, a pesar de no haber dormido absolutamente nada y no tener café corriendo por su sistema.


—Sí, ya estoy lista —informó Paula con un voz cansada.


—Oye, tanto entusiasmo me impresiona —se burló su amiga—. Saca tu trasero gruñón de la habitación y vamos por café… de allí al aeropuerto.


Paula asintió y salió arrastrando la maleta que arregló junto a Carolina la noche anterior, la colocó junto a la puerta y volvió a entrar para sacar el bolso de mano con el resto de su equipaje. Ajustó las correas del bolso para llevarlo de bandolera, y cuando estuvo lista hizo su camino hacia la sala.


La escritora dejó la maleta en la sala y caminó hacia la cocina donde estaba su amiga, la observó mientras empezaba su pelea contra la cafetera y empezó a reír.


—Déjame hacer eso —le dijo abriéndose paso.


Empujó su bolso hacia atrás antes de inclinarse en el estante y atrapar el envase con el café molido. Abrió el depósito de la cafetera y sirvió cuatro cucharadas antes de cerrarla. 


Luego midió el agua para dos tazas y echó a andar el cacharro.


Cuando la cafetera emitió el pitido para avisar que había calentado el agua, ya la primera taza estaba en posición para recibir la bebida; y cuando se llenó, fue rápidamente reemplazada por la segunda. Ambas escritoras tomaron su café de pie y lanzándose miradas de reojo mientras luchaban por contener la sonrisa.


—Tonta —dijo Carolina.


—Inútil —respondió Paula, y ambas rompieron a reír en voz alta.


Un par de horas después de la taza de café que tomaron como desayuno, las amigas estaban en el aeropuerto abordando el avión que las llevaría hasta Miami.


El vuelo fue relativamente tranquilo. Llegaron a Florida con tiempo suficiente para almorzar y contratar un servicio de taxi que las llevara hasta el lugar del abordaje. Tampoco tuvieron contratiempos allí, pues rápidamente les asignaron sus camarotes y recibieron una copia con las actividades recreativas que tendrían disponibles en las diferentes áreas de la embarcación.


—¿Ya te fijaste? —preguntó Carolina con la mirada perdida en uno de los folletos—. Tienen actividades para solteros —se burló—. ¿Serán del tipo “hacer rodar la botella”?


—¿Uhmm? —respondió Paula distraída.


Su amiga se detuvo bruscamente y le golpeó la frente con los folletos que tenía en la mano.


—Tu actitud vacacional apesta —la miró frunciendo el ceño y conteniéndose para no perder el modo—. Tienes que poner de tu parte.


Paula tenía que admitir que su amiga actuando como Jerry Maguire, toda “ayúdame a ayudarte”, era algo gracioso de ver; así que empezó a hacerse la tonta solo por pincharla un
poco.


—No entiendo de qué hablas, mi actitud está bien —le dijo.


—¡Ya! ¡Me rindo! —bufó Carolina indignada—. Eres un caso perdido, Chaves; si quieres pasar tres semanas encerrada en el camarote, genial. Yo voy a arreglar para disfrutar de la fiesta de bienvenida. Si quieres puedes quedarte encerrada y aburrirte como ostra.


Ella se adelantó taconeando fuerte hasta la puerta, usó la llave para entrar y fue directa a la que sería su habitación esperando desaparecer de la vista de Paula, que la miraba marcharse con una sonrisa en los labios.


La escritora entró poco después, atravesó el área común y llegó entonces a su propia recámara. La combinación de blanco ostra con azul la hizo sonreír. Colocó su maleta junto a la cama Queen Size y se quitó su bolso dejándolo sobre una mesa auxiliar. Abrió el equipaje y sacó sus artículos de aseo. Localizó su ropa interior y un sencillo vestido de coctel de color negro, con cuello halter y falda tubular que llegaba debajo de las rodillas, con una abertura lateral, y lo extendió sobre la cama. Completaba el atuendo con unas sandalias negras de tacón.


Se desvistió y entró a la ducha para refrescarse llevando consigo su neceser. Si bien el viaje no había tenido ningún contratiempo, la humedad en el ambiente ya había empezado a incomodarla.


Cuando terminó de asearse se aplicó una capa de crema hidratante como base. No exageró con el maquillaje, limitándolo solo a un poco de rubor y máscara de pestañas. 


Recogió sus rizos rubios en una sencilla coleta baja, se puso sus argollas favoritas, se calzó los tacones y contempló su imagen en el espejo.


—Necesitas un bronceado, Chaves —se dijo al notar el tono pálido de su piel.


Paula aclaró su pensamiento y fue por el vestido. Había sido elección de Carolina y ahora no estaba muy segura de usarlo. No era de su estilo, pero claro… su estilo eran pantalones vaqueros, camisetas y zapatillas deportivas. Algo para sentirse cómoda, no para sentirse linda.


Evitó dar otro vistazo al espejo y salió de la habitación para buscar a su amiga. Cuando estuvo en el área común del camarote fue hasta el minibar y se sirvió un refresco. Una extraña agitación empezaba a formarse en su estómago.


¿Miedo a relacionarse?


Nunca antes lo había tenido, ¿por qué empezar ahora?


Tomó toda su fuerza de voluntad hacer a un lado el nerviosismo y tocar la puerta de Carolina. Su amiga no había terminado de arreglarse, en cambio se paseaba en ropa interior como ella lo había hecho minutos atrás mientras se maquillaba. Carolina terminó de perfilar sus ojos con el delineador y le dedicó un silbido de apreciación a su amiga.


—Casi perfecta —le dijo y corrió a su equipaje para sacar una pequeña caja acrílica de color negro que colocó en la cama. La abrió con cuidado y sacó unos pendientes largos de platino con diamantes que quedarían mejor con el vestido de Paula que las sencillas argollas que llevaba. Se los tendió a su amiga y ella los aceptó a regañadientes. Cuando se colocó los zarcillos, Carolina sonrió.


—Ahora sí —aplaudió—. Toda una reina. Ahora ven y ayúdame con mi vestido.


La escritora admiró el modelo vintage que llevaría su amiga.


Un vestido de paillettes con tirantes muy finos y plumas en la falda. Parecía salido de una película ambientada en los años 20. Para completar su atuendo llevaba unas sandalias con tiras en plata y un clutch con toques brillantes.


—No sé qué hacer con mi cabello —confesó Carolina.


Paula le pidió que se sentara en el borde de la cama mientras iba por un par de gomas para el cabello. Regresó rápidamente y separó secciones de la melena rojiza de su amiga para hacer una sencilla diadema trenzada.


Ya estaban listas para su primera noche a bordo del crucero. 


La primera noche de las mejores vacaciones de sus vidas, en palabras de Carolina.



*****


A pesar de haber salido con anticipación de Los Ángeles, iban a llegar tarde al barco. Eso era lo que pensaba Pedro mientras daba vueltas por su habitación de hotel. Su hermano tenía horas encerrado en el baño tratando de comunicarse con alguien y, si su instinto no le fallaba, ese alguien tenía nombre de mujer. Carolina James.


—Tenemos que llegar antes de las 5pm. —dijo Pedro apurando a su hermano—. El barco zarpará a las 8, pero la última verificación la harán a las 6, más nos vale estar a bordo para entonces.


Podía entender sus ganas de hablar con ella, especialmente después de lo que pasó entre ellos. Pero podía intentarlo luego, desde el barco, pensó él.


—Es cosa de un minuto —lo aplazó Mauricio mientras revisaba algo en su celular.


—No tengo otro minuto, Mauricio —advirtió el doctor—. Mueve tu trasero o me voy sin ti.


—Está bien, gruñón —bufó él—. Estaciono mi vida para seguirte y no puedes esperarme un minuto… muy justo, ¿no?


Pedro rodó los ojos ante la elección de palabras de su hermano. Estaba teniendo un comportamiento contradictorio.


Primero estaba loco por salir de Los Ángeles, igual que él, por lo que decidieron tomar antes el vuelo. Ahora parecía tener ganas de volver a casa.


—Deja el drama, Mauricio. Ya nuestro taxi está aquí.


Los hermanos Alfonso salieron desde su hotel al muelle donde tenían que abordar su embarcación. Tardaron poco en llegar, a pesar del tráfico. Justo a tiempo para la verificación final. Se instalaron en su camarote, cada cual en su habitación, y empezaron a alistarse para la fiesta que ofrecía la tripulación para celebrar el inicio de la travesía.


Pedro se dio una ducha rápida y se afeitó la barba que estaba empezándole a crecer. Sacó un traje gris oscuro de su maleta y lo combinó con una camisa blanca en la que dejó dos botones sueltos. Prefirió no llevar corbata y mantener el atuendo casual. De cualquier modo, tampoco se trataba de un evento formal… solo era una fiesta.


Cuando estuvo listo salió al área común del camarote y esperó a su hermano. Al cabo de unos minutos caminaban por la cubierta siguiendo el sonido de la música y las risas del resto de los pasajeros.


La fiesta había comenzado.



*****


La fiesta de bienvenida estaba en pleno apogeo. El espacio había sido transformado con cortinas ondulantes del piso al techo, luces de colores, gogo dancers y estatuas vivientes, dándole ese toque fantástico al ambiente. Había 2 barras dispuestas a los lados de lo que sería la pista de baile, que estaba presidida por los equipos del dj, y camareros
elegantemente trajeados paseaban bandejas con comida y bebidas para atender a los invitados.


Las chicas caminaron hacia una de las barras, se sentaron para esperar que alguien les tomara su orden.


—¿Qué tomaremos esta noche? —preguntó Carolina.


—No lo sé… ¿un cosmo? —dijo Paula.


—¿Qué tal un poco de “sexo en la playa”? —se carcajeó su amiga.


—Creo que las dos necesitamos eso —apuntó la escritora con complicidad.


Ambas se rieron de la broma sin notar que alguien estaba parado frente a ellas, al otro lado de la barra, escuchando la conversación.


—¿Puedo ofrecer algo a las damas? —preguntó el anfitrión. 


La mirada cómplice que les dedicaba no se le escapó a Carolina, que se la devolvió con creces.


—Sí —se adelantó a responder—. Mi amiga, aquí presente, y yo queremos sexo en la playa…


Los ojos de aquel hombre brillaron con diversión. Carolina le ofreció una sonrisa seductora y se inclinó ligeramente sobre la barra, dándole un vistazo de su escote.


—Aunque si me preguntas, no me importaría tener sexo en el barco, o en altamar, o en cualquier otro sitio —le guiñó el ojo con picardía.


—Marchando “sexo en la playa” para las damas —dijo el barman con una sonrisa antes de retirarse a preparar los tragos.


Paula no sabía si reír o no sobre el comportamiento de su amiga.


—¿Tu estrategia para desintoxicarte de Mauricio es comportarte como una gata en celo? —preguntó Paula.


—¿Gata en celo? ¿Yo? —Carolina no podía creer lo que su amiga acababa de decirle—. Pero si no he hecho nada.


—Exactamente —respondió su amiga dándole la razón—. Esta persona está disponible —le guiñó el ojo.


El anfitrión regresó con sus bebidas y las colocó frente a ellas, deslizando también una tarjeta en dirección de Carolina. Empezaron a disfrutar de sus tragos cuando un hombre un poco mayor que ellas se acercó para pedirle a Caro que bailara con él. La chica aceptó, dejó a su amiga como encargada del clutch y del trago, y se encaminó hacia la pista.


Varias parejas se movían frenéticamente al ritmo de la música electrónica. Carolina se dejó llevar y mientras bailaba, las plumas de su falda se agitaban de un lado a otro. El hombre que la había invitado se movía con torpeza tratando de imitar sus movimientos, por lo que ella le dedicó una sonrisa que pretendía ser alentadora. Un movimiento a su derecha la distrajo y luego alguien tocó repetidamente su hombro desnudo para llamar su atención.


—¿Carolina?—la voz familiar hizo que sus ojos se abrieran como platos y se volviera para enfrentarlo rápidamente.


—¿Qué… qué haces tú aquí? —preguntó ella.


—De vacaciones —dijo él sonriendo, sorprendido por corroborar que su vecina estuviera allí. Eso solo podía significar que…


—Oye, ella está bailando conmigo —se quejó el hombre que la había invitado.


—Lo siento cariño, es un amigo y tenemos que ponernos al corriente —le dio un beso en la mejilla y dio un par de palmadas en su hombro.


Pedro se quedó impresionado por la manera en que Carolina se deshacía de lo que parecía ser su cita. Solo había visto tal velocidad y habilidad en una persona. Su hermano.


—Vas a decir que es una locura, pero justo estaba pensando en ti.


Pedro enarcó una ceja empezando a sospechar de lo que seguía.


—Verás… tengo esta amiga a la que conoces, y que estoy convencida te gusta. Ella está en aquella barra, sola —le indicó señalando el lugar donde se encontraba Paula—. ¿Por qué no vas a ofrecerle una bebida?


El doctor estrechó sus ojos solo para darse cuenta de que la amiga a la que Carolina se refería era Paula. Lucía hermosa en ese vestido negro, y la abertura en su muslo le confería un aire elegante y sensual que lo atraía. Se veía tan diferente a todas las veces que habían coincidido que le costó un poco reconocerla.


—¿Y bien? —preguntó Carolina sacándolo de su ensoñación.


—No sé si te lo dijo, pero antes me comporté como un idiota con ella.


—Y ahora estás siendo un imbécil conmigo… —sugirió ella asintiendo—. Ya espantaste a mi pareja de baile, así que ahora ve allí, invítale un trago, habla con ella…


—Está bien —aceptó Pedro. Se despidió de Carolina con un beso y se encaminó hacia la barra. Encontrarla en el lugar menos esperado debía significar algo, y aprovecharía esa oportunidad.


El doctor se sentía nervioso. Estaba consciente de que había cometido un error al juzgar a la chica según las palabras de su novio, o exnovio, o lo que fuera… Carolina no lo había confirmado, pero tampoco había negado que ciertamente se había comportado como un idiota con ella. Ahora estaba parado detrás de ella, observándola tomar su bebida y suspirando como un acosador. ¿Cuán patético era eso?


Ella estaba ensimismada, totalmente ajena al debate interno de Pedro. Su mirada vagaba por las parejas que se habían ido formando a lo largo de la noche, creando historias alrededor de ellos. Paula empezaba a darle forma a lo que sería el inicio de su historia:


No sabía qué había cambiado. Cuando había comenzado a salir de juerga con sus amigos, poco después de que su hermano se hubiera casado, aquel tipo de vida había sido su única preocupación. Con las relaciones y el dinero de su familia, Jake no tenía nada de ningún problema. Pero pronto acabó la diversión y él empezó a sentirse insatisfecho. Frustrado. Un hombre sin ningún tipo de meta.


Jake había estado más que dispuesto a abandonar su lujosa vida en Los Ángeles y regresar a su casa en Boston, asumiendo el control de los negocios de la familia; pero se preguntaba si la vida allí también le resultaría vacía y carente de emoción. En el fondo de su mente le rondaba la pregunta de si aquel profundo hastío se debía a su vida social o, más preocupante aún, si algo estaba mal con él.


A los pocos días de regresar a la ciudad, había logrado, por lo menos, resolver esa duda en cuestión. De repente, su vida estaba llena de propósitos. Una agenda organizada, tareas por cumplir, gente que dependía de él. Siempre había un desafío o cualquier otra cosa reclamando su atención, exigiendo que se pusiera en acción. Desde que regresó a Boston apenas tuvo tiempo para pensar.


La inquietante sensación de vacío se evaporó, dando paso a una nueva inquietud.


Ya no se sentía inútil —evidentemente la vida de un empresario en Boston, la vida para la que había nacido y sido educado, era su verdadera vocación—, pero aun así seguía faltando. Aunque no tenía idea de qué sería.


Paula le gustaba lo que había empezado a formarse en su mente. Un protagonista inconforme con su vida, buscando algo más. Se sentía identificada, de alguna manera.



Quizás eso era lo que necesitaba, pensó. Unos días lejos de todo lo que la estresaba.


El viaje apenas empezaba y ella ya tenía el punto de partida.


Uno muy bueno, a su parecer.


Su mirada siguió vagando alrededor hasta que notó una sombra detrás de ella. Se volvió rápidamente sobre su silla, dando de lleno contra un amplio y bien formado pecho masculino y derramando un poco del contenido de su vaso sobre el vestido en el proceso.


—Lo siento —se disculpó él—. No quería asustarte.


Paula alzó su rostro para encontrarse con un sonriente Pedro. La última vez que lo había visto fue en el portal de su casa, cuando Sergio dijo ese montón de mentiras sobre ella. Entonces él había lucido decepcionado y se había marchado sin darle oportunidad de explicarse.


—¿Tú?


—Hola Paula —saludó él. Estaba nervioso, y la certeza de ser responsable de eso hacía que la escritora sonriera por dentro.


—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó.


—Tratando de conseguir un trago —Pedro se encogió de hombros.


—No me refería a eso… quiero decir, ¿qué haces aquí, en el barco? —quiso saber ella—. ¿Carolina te dijo algo? Voy a matar a esa…


—Estoy de vacaciones aquí… ha sido casualidad —le aclaró—. Carolina no ha tenido nada que ver. Pero me gustaría aprovechar la oportunidad para decirte algo.


—Lo que sea… no importa —respondió Paula—. Me tengo que ir.


Ella se levantó de su silla y dejó los vasos, ahora vacíos, sobre la barra y tomó el clutch de su amiga.Paula había arrasado con el contenido de ambos tragos luego de que Carolina fuera llevada a la pista por aquel desconocido.


—Espera —Pedro la sujetó por la muñeca cuando ella intentó alejarse—. Yo quería disculparme por haber actuado como un tonto en tu casa.


—Está bien —aceptó ella—. Ahora deja de actuar como un tonto aquí y deja que me vaya.


El doctor liberó el agarre que tenía sobre ella, pero Paula no se movió ni un centímetro. Repentinamente se sintió atrapada en la mirada celeste de Pedro y recordó el momento, en el bar, en que todo lo que deseaba era que él la besara.


Estúpida, se reprendió mentalmente. Acababa de salir de una relación con un imbécil certificado y necesitaba paz para terminar su manuscrito. ¿En serio quería involucrarse con alguien?


—Paula —susurró él avanzando un paso—. Todavía no he dicho lo que quería.


—¿Y qué querías? —preguntó ella con la voz ronca.


—Esto —dijo Pedro antes de tomarla por la cintura y acercarla a él para besarla.


Paula se dio cuenta rápidamente que Pedro era un hombre que sabía cómo besar a una mujer. Jugó con sus labios abiertos, su boca se movió seductoramente sobre la de ella de una manera que la dejó estremeciéndose de la cabeza a los pies. Ella deslizó sus manos por su pecho, confirmando lo bien formado que estaba, y se permitió por un momento rendirse ante aquel ataque.


Él extendió su mano para ahuecar el rostro de Paula, profundizando el beso mientras su lengua se enredaba apasionadamente en torno a la suya. Exploró su boca con posesión, haciendo un ruido sordo con su pecho cuando ella respondió mordisqueando juguetonamente su labio inferior.


Pedro se separó, mirándola intensamente mientras pasaba su pulgar por su labio inferior.


—Buenas noches, Paula —dijo él antes de posar un beso en la punta de su nariz—.Hasta mañana.


A ella le costó unos segundos recuperarse y recordar que antes de ese beso pretendía volver a su camarote. Asintió en dirección a Pedro y empezó a alejarse, apretando el clutch fuertemente contra su pecho, pretendiendo que aquel hombre no había sacudido su mundo unos minutos antes.


Cuando Paula se marchó, Pedro se sentó en la barra dejando caer su cabeza entre las manos. Una sensación agridulce lo embargaba. Por un lado, había besado a la chica que le gusta… pero por el otro, no habían aclarado nada. Estaba visto que tenía un largo camino por recorrer, solo esperaba que tres semanas en el Caribe favorecieran su causa.





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