domingo, 29 de marzo de 2015

INEVITABLE: CAPITULO 18





Con la pobre excusa de no sentirse bien, Carolina volvió a su habitación. Se sintió tentada a tocar la puerta de su amiga pero eso, se dijo, le daría a entender que estaba involucrada con la presencia de Pedro. Cosa que no era cierta.


De cualquier forma, ella también necesitaba estar a solas.


El viaje, que repentinamente se había perfilado como una oportunidad para alejarse de todo y descubrirse a sí mismas, ya no se veía tan atractivo. Pero, maldita fuera su suerte, ya no había vuelta de hoja.


Se despojó de los zapatos y los lanzó de cualquier manera en el piso. Deshizo la diadema trenzada que le había hecho Paula y se peinó con los dedos, luego utilizó una de las gomas para hacerse una coleta floja. Se quitó el vestido y lo lanzó sobre la cama, entonces empezó a pasearse por la habitación vistiendo solo su tanga de encaje negro.


Estaba nerviosa, y no debería. Admitir que la situación con Mauricio la afectaba la ponía en una situación complicada. 


En primer lugar, porque había sido ella la que salió corriendo cuando él le declaró su amor. Y en segundo, porque luego Mauricio se había retractado.


Carolina decidió tomar un baño para despejarse. La idea de salir de fiesta era para relajarse, no para preocuparse más. 


Entonces recordó la imagen de Pedro y Paula, besándose, con todas esas luces de colores envolviéndolos, y suspiró.


—Al menos alguien tiene algo bueno para soñar esta noche —se dijo mientras tomaba la toalla y entraba al baño.



*****


—Invítala a salir—sugirió Mauricio mientras tomaba una taza de café y pretendía estar leyendo una revista—. Aquí tienen un par de espectáculos con buenas recomendaciones… y esta noche se presenta una banda de Jazz en uno de los bares.


Puso la revista a un lado y levantó sus lentes de sol para revelar una sombra oscura bajo sus ojos. Entrecerró los ojos para aliviar el efecto del sol mientras enfrentaba a su hermano.


—No puedes simplemente besar a la chica y esconderte en tu caparazón —le dijo a su hermano—. Crece. ¿No es eso lo que me dices siempre? Es hora de que empieces a usar tus propios consejos.


—Carolina también está aquí —respondió Pedro.


—Lo sé. Anoche nos tomamos una copa en la fiesta de la cubierta.


—¿La invitarás a salir? —quiso saber.


—Es mi amiga, puedo invitarla a salir siempre que quiera —se encogió de hombros fingiendo despreocupación.


—¿Siquiera vas a intentar arreglar las cosas? —Pedro no entendía la actitud de su hermano. Sus palabras no tenían nada que ver con lo que había demostrado poco antes de salir.


—Ocúpate de tu vida, que yo me encargaré de la mía —respondió levantándose de la mesa y volviendo a cubrir sus ojos con los lentes—. Hay una razón para que hayamos coincidido aquí. No la conoces, tampoco yo. Ya veremos qué sucede. Entretanto, mantén tu nariz fuera de mis cosas. Si sugerí que la invitaras a salir es porque...


—Ya —lo cortó el doctor—. Entendí el punto. Gracias.


—Bien —dijo Mauricio antes de retirarse de la mesa.



*****


—¿Vamos a tomar el desayuno en la cubierta, Pau? —quiso saber Carolina. La verdad es que no le apetecía salir y encontrarse con Mauricio tan temprano.


—¿No te importa si lo tomamos aquí? —respondió ella. 


Ignoraba si Carolina sabía que el crucero que tomaron Mauricio y su hermano era el mismo que ellas abordaban, así que decidió probar suerte y evitarse un mal rato a ambas.


—Está bien —se encogió de hombros—. Le marco al servicio para que lo traigan hasta aquí.


Carolina se fijó en que su amiga llevaba su pequeña libreta negra y un bolígrafo, y que además había sacado su computadora portátil y la había dejado sobre la mesa de centro del área común.


—¿Haz empezado a trabajar?—tanteó.


Paula le regaló una sonrisa resplandeciente antes de responder.


—Parece que he recuperado mi mojo —dijo con voz alegre—. No he escrito muchas palabras, pero tengo un punto de partida consistente… además de algunas escenas sueltas que he ido archivando.


—¡Wow! Eso es genial —la animó—. Y solo hemos estado aquí un día. En tres semanas seguramente tendrás la trama más espectacular jamás escrita… y yo me retorceré de la envidia.


Las amigas se carcajearon por esa declaración. Carolina tomó el teléfono del camarote, usó la marcación rápida para comunicarse con la cocina y hacer su pedido. Luego se dio cuenta de que Paula había adoptado una actitud solemne.


—Hay algo que debo decirte —dijo la escritora—. Tus vecinos, el doctor sexy y seguramente también el semental exhibicionista, están en este barco.


—¿Sí? —se hizo la tonta para animarla a hablar—. ¿Cómo lo sabes?


—Pedro estaba anoche en la fiesta —confesó—. Apareció después de que te fueras a bailar —hizo una pausa y bajó la mirada—. Y me besó.


—Una pregunta… empezaste a construir esa fantástica y consistente trama tuya, ¿antes o después del beso?


—Antes —admitió.


—Bien


—¿Es todo lo que vas a decir?


—Por los momentos, sí.


El desayuno llegó poco después. Las amigas se sentaron a compartir el café del día, croissants, frutas frescas y un poco de cereal. Cuando estuvieron satisfechas, Carolina se fue a explorar el área de la piscina y Paula se concentró en su manuscrito. Tecleó frenéticamente por un par de horas y luego decidió que merecía un descanso.


Fue a su habitación para guardar la computadora y su libreta, se quitó la ropa que llevaba y tomó uno de los bañadores que le empacó su amiga, un conjunto de dos piezas en negro y plata, también sacó de su maleta un vestido playero a juego y se lo puso. Se arregló un poco la coleta, buscó sus lentes de sol y abandonó el camarote.


Llegó al área de la piscina con la intención de unirse a Carolina, pero por más que la buscaba no la encontraba. En su lugar, volvió a encontrarse con Paula.


Él sonrió al verla y caminó en su dirección. Su forma de andar le recordaba a un felino. Lento, salvaje y sensual. Paula barrió su cuerpo con la mirada y ella apartó sus ojos sintiendo como el rostro se le encendía. Él sonrió por la reacción de ella.


—Buenos días, señorita Chaves.


Paula sabía que Pedro no dejaría pasar su momento de debilidad. Cuando sintió sus labios cubriendo los suyos, una necesidad primitiva de responder anuló sus sentidos. Se había dejado llevar y luego había corrido a esconderse. Pero era absurdo pensar en esconderse durante las próximas 3 semanas ¿no?


Ella asintió en respuesta


—Te ves preciosa —dijo él.


—Gracias —masculló—. Si me permites, debo irme.


—¿Se te hará costumbre huir cuando yo aparezco?


Pedro, yo…


—Estuve ahí, ¿sabes? Sentí como tus labios respondían mi beso, y cómo tu cuerpo se estremecía con el toque de mis manos —declaró—. Sé que te gusto, señorita Chaves. Y tú me gustas, te lo dije. No me importa lo que ese imbécil haya dicho. Me importa lo que tú digas, y en este momento solo espero que digas que aceptas salir conmigo.


Paula estaba impresionada por su discurso. Parte de ella quería saltar de emoción, mientras que la otra parte la miraba arqueando una ceja retándola a volver a equivocarse con los hombres.


—No puedo aceptar —dijo ella—. No me has invitado a salir…


—Tú y yo, mañana —respondió Paula—. Iremos a cenar y luego veremos a una banda de Jazz que se presentará en uno de los bares.


—¿Qué pasa si digo que no? —preguntó tratando de que su rostro no reflejara sus contradictorias emociones.


—Herirás mis sentimientos.


Paula no pudo evitar reírse de eso.


—Lo digo en serio, señorita Chaves. Pero no tengo que preocuparme porque eso no pasará, así que nos vemos mañana.


—Todavía no he dicho si aceptaré.


—Lo harás —sonrió Paula—. Te estaré esperando, Paula—susurró en su oído. Le guiñó un ojo y siguió andando, dejándola a ella en mitad del camino y totalmente desorientada.


¿A dónde es que iba?, se preguntó.


Después de caminar por varios minutos por el área de la piscina, Paula finalmente encontró a Carolina. Se encontraba en una tumbona, tomando el sol, totalmente ajena a lo que pasaba a su alrededor. Parecía estar dentro en su propia burbuja, abstraída, y ella supo lo que estaba sucediendo. La mente de su amiga había viajado muy lejos de allí a quien sabe qué mundo fantástico.


La escritora dejó su bolso sobre la tumbona vacía que estaba a su lado, se quitó el vestido y se sentó para buscar su protector solar. Un camarero se acercó a ella para ofrecerle la carta de bebidas. Tomó el folleto y ordenó un té helado para refrescarse mientras se decidía. Cuando volvió a ocupar su atención en bote de crema que tenía en sus manos, su amiga se aclaró la garganta.


—¿Decidiste salir de la cueva? —se burló Carolina.


Paula asintió en respuesta mientras hacía caer un poco del líquido en su mano y lo empezaba a frotar por sus brazos y escote.


—Y te comieron la lengua los ratones —dijo, dándole un matiz interrogante a las últimas palabras.


—Pedro me invitó a salir.


—Parece que mi vecino hace todo al revés... tenían que salir primero y besarse después —se burló Carolina—. ¿Y cuál es el plan? ¿Cena, cine y sexo?


—No hay ningún plan... no he aceptado.


—Pero aceptarás —afirmó—. Porque dijiste "no he aceptado" en lugar de "no acepté", y tú nunca fallas con las conjugaciones.


Paula tuvo que reírse de eso porque era verdad, aunque lo había dicho inconscientemente.


—¿Me ayudas con esto? —preguntó alzando el frasco de protector solar y dándose la vuelta. Su amiga soltó un bufido poco femenino y se levantó para frotar el protector solar en los hombros y espalda de Paula.


—Evitar el tema no cambia las cosas —le aseguró ella mientras le devolvía el bote de crema a la escritora—. Mereces divertirte.


—Pero y si...


—Nada, Chaves. Por una vez piensa solo en el hoy. Vívelo. Respíralo —le aconsejó Carolina mientras volvía a su tumbona—. Carpe diem, amiguita.


—No lo sé... no estoy segura —suspiró angustiada.


—Prometimos aprovechar este viaje, Pau. Por una razón, el destino los puso en el mismo barco que nosotras.


—Deja de decir eso —protestó Paula.


—Tú deja de negar lo evidente —respondió su amiga señalándola con el dedo—. Te lo dije antes, y lo repito ahora. Evitarlo solo retrasará algo que es inevitable.


—¿Eso sería, doctora corazón? —quiso saber la escritora.


—Tener sexo caliente con el doc —se burló—. Y contarme todos los detalles sucios cuando eso ocurra, por supuesto.


Paula se sonrojó y desvió la mirada de su amiga hacia el camarero que volvía a estar parado junto a su tumbona. No había notado cuando el muchacho llegó, y se sintió intimidada pensando en qué parte de la conversación pudo haber escuchado. Tomó el vaso de té con manos temblorosas y le agradeció con un ligero asentimiento. 


Luego el muchacho se desapareció tan sigilosamente como había llegado.


—¿Habrá escuchado la conversación?


—No lo sé,Chaves… pero si lo hizo, tendrá algo en qué pensar esta noche —se carcajeó su amiga.


—Esto es serio —se quejó Paula.


—Lo es —admitió Carolina—. Porque necesitarás un atuendo que le deje las cosas claras a Pedro, y yo tendré mi primera experiencia de compras en un crucero, ¿no es fantástico?


—Estás loca, Carolina.


—Eso ya lo sabía —se encogió de hombros—. Ahora dame eso —dijo señalando la carta con los tragos que ofrecían.


Paula se quedó pensando en las palabras de su amiga mientras se tumbaba a disfrutar del sol. Tenía que admitir que había muchas casualidades rodeándolos.


Por una razón, el destino los puso en el mismo barco que nosotras…


Las palabras de Carolina se repetían en su mente sin cesar. 


¿Sería posible? No perdía nada con intentarlo. Después de todo, en tres semanas volverían a sus vidas y si no funcionaba nada entre ellos…


Ella no quería pensar en eso.


Carpe diem, amiguita.


Carolina tenía razón. Había que vivir el hoy.





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