lunes, 4 de octubre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 37

 


El viaje a San Diego transcurrió sin incidentes. No les llevó más de media hora. Antes de que Paula tuviera tiempo de apreciar lo que les rodeaba, se detuvieron frente a uno de los hoteles más conocidos de la ciudad. Un portero les abrió la puerta del coche.


Ella se quedó boquiabierta cuando entraron en el vestíbulo del hotel. No había visto nada igual en toda su vida. Del techo colgaban arañas de cristal y el suelo estaba cubierto de alfombras de seda sobre las que temía pisar.


–¿Te gusta? –le preguntó Pedro.


–Tanto que ni siquiera sabría cómo describirlo.


–Espera hasta que veas nuestra suite.


Una suite. Eso podría significar dos dormitorios, ¿no? Paula no estaba segura de si aquello la aliviaba o la apenaba. Sin embargo, no tuvo que esperar demasiado para averiguarlo. En poco tiempo les llevaron a una suite que tenía dos plantas.


Mientras que Pedro se ocupaba de darle propina al botones, Paula recorrió la suite. La planta baja constaba de un salón que daba a una enorme terraza completamente amueblada. Sacudió la cabeza. Si no había sido consciente antes de lo diferentes que eran los mundos en los que Pedro y ella vivían, lo habría sido en aquel momento.


Se dirigió a la escalera y colocó la mano sobre la barandilla de madera de nogal. En lo alto de la escalera estaba la habitación principal. Pensó que tal vez la puerta que había en un lateral conducía a otro dormitorio. Abrió la puerta y descubrió un lujoso baño de mármol. Cerró la puerta y miró a su alrededor.


Una cama. Una cama enorme y lujosa cubierta de suaves almohadones y fina ropa de cama. Los nervios se le tensaron. No era que no se hubiera imaginado durante la última semana lo que sería estar entre los brazos de Pedro en su cama, pero enfrentarse por fin a esa posibilidad era algo completamente diferente. ¿Estaba preparada para aquello? En muchos sentidos, no. Sin embargo, una voz se iba haciendo más fuerte en su interior y parecía decir que sí. Pedro había dicho que no tendría que obligarla y había estado en lo cierto.




MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 36

 


Había descubierto que él era un hombre íntegro, lo que contrastaba con la actitud arrogante que había transmitido cuando llegó por primera vez.


Durante la cena de la noche anterior él la había explicado las razones por las que necesitaba que ella le ayudara. En particular, le había hablado de la granja de sus abuelos y los planes que tenía su padre de venderla si Pedro no satisfacía su deseo de ver cómo su hijo menor sentaba la cabeza.


Ella había visto un lado de él que nadie había visto antes. Un lado que nadie esperaba. Por lo que parecía, la granja era muy grande y el padre de Pedro estaba dispuesto a sacar todo lo que pudiera y venderla al mejor postor. Sin embargo, Pedro estaba igualmente decidido a que la fina permaneciera en manos de la familia, más concretamente en las suyas. Le había hablado sobre los momentos que había pasado en la granja y lo que dichos momentos habían significado para él, el modo en el que le había ayudado a poner en perspectiva la riqueza de sus padres. Su padre jamás había querido hacerse cargo de la granja, tal y como lo habían hecho generaciones de Alfonso antes de él y había optado por una carrera en el mundo de las finanzas. El genio de Alberto Alfonso lo había llevado a Nueva York y, por consiguiente, toda la familia había tenido que trasladarse al otro lado del mundo.


Sin embargo, Pedro sentía que era de vital importancia mantener aquel vínculo con el pasado de su familia. Generaciones de Alfonso se habían ganado la vida en lo que, en ocasiones, había sido una tierra hostil y en condiciones terribles y, a pesar de todo, habían salido adelante. Aunque no tenía planes para cultivar la tierra él mismo, no veía razón alguna para que no se pudiera dejar a cargo de alguien.


Pensar en Pedro con un par de botas de goma llenas de barro y ropa de trabajo le dibujó a Paula una sonrisa en los labios.


–¿En qué estás pensando? –le preguntó él.


–En lo que me dijiste anoche. Trataba de imaginarte con un par de botas de goma –comentó, entre risas–. En serio, después de verte todos los días con traje, supone un gran esfuerzo para mi imaginación.


Pedro sonrió antes de centrar de nuevo su atención en la carretera.


–Pues créete que ocurre a veces.


MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 35

 


Iban a pasar la noche fuera. Lejos de los ojos que todo lo veían en el trabajo. Lejos del resentimiento con el que se teñían toda las conversaciones que tenía con su hermano. Sólo pensarlo le hacía sentirse más ligera y más feliz.


Sólo tardó unos minutos en comprobar el informe impreso. Luego, lo copió y lo encuadernó para la reunión que Pedro había organizado para el lunes por la mañana. Entonces, guardó los informes con llave en su armario y le dijo a Pedro que se marchaba a casa.


Ni siquiera el comentario de una de las empleadas de contabilidad que oyó cuando salía por la puerta sobre el hecho de lo agradable que era ser la prometida del jefe y poder marcharse temprano el viernes fue suficiente para nublar el brillo de las horas que la esperaban.


Cuando Pedro llamó a la puerta de su casa, ya estaba preparada. La tarde de abril se había vuelto bastante fresca después del sol primaveral de las primeras horas del día y, como resultado, ella seguramente había metido demasiada ropa en la maleta, pero se consoló diciendo que mejor demasiado que muy poco.


Abrió la puerta y sintió que se le cortaba la respiración. No había visto a Pedro vestido de manera informal nunca, al menos no con nada que se pareciera al jersey gris verdoso que llevaba puesto en aquellos momentos con un par de sexys vaqueros. Las palabras se le ahogaron en la garganta cuando captó la anchura de los hombros y el modo en el que el jersey se le ceñía al torso. La corpulencia que se adivinaba bajo el punto del jersey la dejó sin palabras.


–¿Estamos listos? –le preguntó Pedroon una sonrisa.


–Sí –respondió ella mientras le mostraba la pequeña maleta que tenía sobre el suelo de la entrada.


–¿Nos vamos?


–Claro. Deja que compruebe que he cerrado todo bien con llave.


Paula recorrió la casa comprobando puertas y ventanas y dejando la nota que había escrito para Facundo en un lugar en el que no pudiera pasar desapercibida para su hermano. Cuando salió por la puerta y la cerró con llave, Pedro ya había metido la maleta en el maletero de su Chrysler 300 azul oscuro y estaba esperando junto a la puerta del pasajero para ayudarla a entrar.



–Siento haberte tenido esperando –susurró con timidez.




domingo, 3 de octubre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 34

 

–Tengo entradas para un espectáculo en vivo esta noche. ¿Te gustaría ir? Podríamos ir a San Diego después de trabajar y había pensado que nos podíamos quedar allí a pasar la noche… a pasar el fin de semana. ¿Cuánto tiempo te hace falta para preparar una bolsa de viaje?


Paula se irguió en la silla. Detuvo las manos sobre el teclado en el que había estado redactando un informe para Pedro. Llevaban tres días trabajando juntos, sin contar el día en el que la había llevado de compras, y todas las noches habían cenado juntos o en su suite o en uno de los restaurantes que había a lo largo de la costa. Todas las noches, él se había limitado a darle un beso de buenas noches y todas las noches ella se había marchado a su casa ansiando más. Para todos, eran la pareja comprometida que todos creían que era, pero, para Paula, cada día se hacía más difícil separar la verdad de la realidad.


¿Un fin de semana en compañía de Pedro? La idea la excitaba y la aterraba a la vez. Sin duda, Facundo se mostraría contrario, pero la perspectiva de pasar cuarenta y ocho horas a solas con Pedro Tanner era preferible al agobiante ambiente de casa. Se sintió inmediatamente muy desleal por tener ese pensamiento. No era culpa de Jason que él no fuera feliz, pero, ¿por qué tenían que ser los dos infelices? Paula respiró profundamente y respondió.


–Me encantaría. ¿Cuándo necesitas que esté preparada?


–Si has terminado con ese informe, te podrías marchar a casa ahora y yo podría pasar a recogerte –dijo tras mirar el carísimo reloj que llevaba puesto–, en unas dos horas. Eso nos dará tiempo de sobra para ir en coche, registrarnos en el hotel y comer algo. El espectáculo empieza a las ocho y luego podemos ir a cenar más tarde.


–¿Quieres que me ocupe de las reservas del hotel? –le preguntó ella.


–Ya lo he hecho yo –dijo Pedro mientras la miraba por primera vez.


Había algo en los ojos de Pedro que le hacía olvidar lo que estaba haciendo. El pulso se le aceleró. ¿Habría reservado una habitación o dos? Lo descubriría muy pronto.


Se obligó a romper el silencio y miró de nuevo la pantalla del ordenador. Inmediatamente, terminó el documento y lo mandó a la impresora.


–Estaré lista para marcharme dentro de unos minutos. ¿Necesitas mi dirección? –le preguntó ella con tanta compostura como pudo conseguir.


–No hace falta. Tengo todos tus datos.


No era de extrañar, dada la investigación a la que la había sometido a Facundo y a ella.


MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 33

 


Paula se sintió furiosa. Todo resultaba tan fácil para él. No tenía otra cosa que hacer más que sentarse y juzgarla, a pesar de que ella estaba haciendo todo aquello por él. Si él no…


Una potente ira comenzó a apoderase de ella. Había hecho todo lo que había podido a lo largo de todos aquellos años, pero jamás iba a ser suficiente. Iba siendo hora de que él se enfrentara a algunas verdades.


–Te recomiendo que saques la cabeza del arroyo por una vez y que trates de centrarte en alguien que no sea tú mismo.


Facundo la miró sorprendido al escuchar la dureza de su voz. Paula jamás se había mostrado tan dura con él, ni siquiera cuando la policía lo había llevado a casa cuando tan solo era un adolescente. Decidió suavizar el tono. No iba a servir de nada enfrentarse a él.


–Mira, Pedro Alfonso y yo estamos prometidos.


–Estás loca. Nadie se va a creer eso.


–Tendrán que creérselo. Si alguien te pregunta, puedes decirle que nos hemos estado viendo desde hace dos meses y que… es algo más grande lo que los dos habíamos esperado. No me cabe duda de que todo el mundo estará hablando hoy en el trabajo al respecto. Nos vieron cenando anoche y un periodista de la Gazette nos vio entrar en el restaurante también. Tenemos que decir lo mismo, Facundo, antes de que los chismosos comiencen a hablar al respecto.


–No esperes que yo lo reciba aquí con los brazos abiertos. No puedo soportarle.


–Lo sé. No tienes que preocuparte. No voy a traerlo aquí.


–Eso significa que tú irás a su casa. Estarás a su disposición en el trabajo y en tu tiempo libre.


–Así es. Esa es mi elección, Facundo, una elección que he tomado por los dos. Recuérdalo.


Efectivamente, era su elección, una elección que le gustaría no haberse visto obligada a tomar. Sin embargo, ya no había marcha atrás




MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 32

 


Había dormido sorprendentemente bien después del revuelo en el que había terminado la velada. Por suerte, Facundo estaba en su dormitorio con la luz apagada, pero con la televisión puesta. Ella no había querido molestarlo. En realidad, no había querido enfrentarse a sus recriminaciones.


Lo único que tenía que hacer era decidir lo que se iba a poner aquel día para ir a trabajar. Se decidió por un vestido inspirado en los años cuarenta con un profundo escote en uve y mangas tres cuartos. Después de cepillarse el cabello y de aplicarse un ligero maquillaje, se dirigió a la cocina.


Para su sorpresa, Facundo ya estaba allí.


–Anoche regresaste muy tarde a casa –dijo mientras ella se servía una taza de café–. ¿Estuviste trabajando hasta tarde en la oficina?


–No. Salí a cenar. No te molesté cuando entré, ¿verdad?


–¿Molestarme? –replicó él con una carcajada irónica–. Bueno, eso depende de con quién cenaras, ¿no te parece?


–¿Por qué iba a depender de eso?


–Estuviste con él, ¿verdad? Y mírate esta mañana. Eso es nuevo. ¿Te lo ha comprado él?


–El señor Alfonso y yo acordamos que mi antiguo guardarropa era algo inapropiado para mi nuevo papel. Él, muy amablemente, se ofreció a rectificarlo.


–¿Tu nuevo papel? ¿Y qué papel es ese exactamente, Pau? ¿Cuánto tiempo falta para que te tenga calentándole las sábanas?


–¿Cómo te atreves a hablarme de ese modo? Yo no soy así y lo sabes.


–Sí, pero la hermana que yo conozco no falta a su trabajo todo el día, ignora su teléfono móvil y entra en casa a hurtadillas para que no me entere.


El móvil. Dios. No se le había ocurrido mirarlo en todo el día.


–Lo siento. Estaba distraída.


–Por él.


Facundo pronunció aquellas dos palabras como si fueran veneno.


–Sí, por él. Sin embargo, me gustaría que recordaras, Facundo, que sólo acepté este trabajo para que tú mantengas el tuyo. Sé que no te gusta, pero es así. No nos podemos permitir perder ninguno de nuestros trabajos. Sabes tan bien como yo que trabajar para Empresas Cameron es lo único que nos mantiene la cabeza fuera del agua.


–No me gusta, Pau. Sólo lleva a tu alrededor dos días y ya te ha cambiado. No es sólo la ropa, sino el cabello y… ¿Llevas lentillas? ¿Y eso por qué? ¿Acaso no eras antes lo suficientemente buena para él?


–Como su prometida, se esperará que tenga un cierto aspecto. Además, no creo que yo pueda protestar dado que él lo pagó todo.


–¿Todo? Entonces, supongo que ya no veré más algodón blanco en la ropa sucia.




sábado, 2 de octubre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 31

 


Pedro la acompañó a su coche y permaneció a su lado mientras ella trataba de abrir la puerta.


–¿Problemas? –le preguntó.


–No pasa nada. Hace falta un poco de habilidad para conseguir que abra –respondió ella cuando consiguió abrir la puerta.


–Supongo que tienes ahí dentro todo lo que has comprado hoy.


–Sí.


–Algo arriesgado dado lo fácil que sería abrirte el coche.


–Bueno, yo diría que la seguridad del club de tenis se encargaría de que mis paquetes están a salvo –replicó–. Además, están en el maletero, por lo que no los puede ver nadie.


–No, pero cualquiera te podría haber visto meterlos ahí –insistió él–. No me gusta el hecho de que tu seguridad se pueda ver comprometida tan fácilmente. Mañana me encargaré de facilitarte otro coche. No quiero que discutas conmigo, Paula –añadió cuando ella se disponía a protestar–. Necesito que tengas un coche fiable en el que ir y venir al trabajo o realizar otras salidas que tengas que hacer conmigo. Tiene sentido poner un coche a tu disposición.


Paula no pudo pensar en nada que pudiera hacerle cambiar de opinión. Pedro dio un paso al frente y le levantó la barbilla con un dedo.


–¿Estás enfadada conmigo ahora? –le preguntó.


Consciente de que el conductor de la limusina los estaba escuchando porque estaba esperando a Pedro, Paula negó con la cabeza. En realidad, no estaba enfadada, pero se sentía frustrada por haberse visto puesta en una situación que no podía rechazar.


–Entonces, parece que tendré que remediar eso, ¿no te parece?


Antes de que Paula pudiera protestar, Pedro la besó lenta y persuasivamente. Ella emitió un pequeño suspiro de capitulación. Entonces, sin darse cuenta de lo que estaba haciendo, lo abrazó con fuerza y le hundió los dedos de una mano en el corto cabello para sujetarle la cabeza como si jamás se fuera a hartar de él.


Cuando la lengua de él rozó la de ella, Paula sintió que el cuerpo le prendía fuego. Se inclinó sobre él y apretó los senos contra la dureza de su torso, dejando que las caderas se movieran contra las de él en una silenciosa danza de tormento.


Entonces, igual de rápido, él rompió el contacto. Como si hubiera demostrado que hiciera ella lo que hiciera, pensara lo que pensara o dijera lo que dijera, era suya. Cuando y donde la deseara. Debería haberle molestado comprender esto, pero se esforzó en tratar de tranquilizar el deseo que se había apoderado de ella.


–Dulces sueños –susurró él contra sus labios–. Te veré por la mañana.


Ella asintió y se metió en el coche. La mano le temblaba un poco mientras trataba de meter la llave en el contacto para arrancar el coche. Pedro le cerró la puerta y se hizo a un lado para que ella maniobrara. Cuando miró por el retrovisor, vio que él seguía allí, observándola mientras se dirigía hacia la salida del aparcamiento.


No tenía ni idea de cómo iba a controlar el abrumador efecto que tenía sobre ella. Mientras que todas las células de su cuerpo la animaban a que cediera a lo que sentía, a que cediera a él, la lógica le decía que eso sólo le provocaría sufrimiento.