—¿Por qué quieres volver a trabajar al Lounge? —demandó Gaston Clifton mientras Paula se sentaba frente a él al otro lado del escritorio—. ¿Pedro no te paga lo suficiente?
Nada más llamar a la puerta del despacho de Gastón, había parecido complacido de verla. Incluso le había preguntado si iría a la gala benéfica que se celebraría para el hospital. Fue al sacar el tema de recobrar su antiguo trabajo cuando la sonrisa desapareció.
—Ya no trabajo para Alfonso International —admitió ella en ese momento, juntando las manos en su regazo con fuerza para evitar mostrar su nerviosismo.
Los ojos de Gastón mostraron incredulidad.
—No —exclamó, moviendo la cabeza—. Ni por un minuto creo que Pedro te dejara ir. Está loco por ti —de inmediato cerró la boca ante ese desliz—. Al menos es lo que he oído —se apresuró a musitar.
—De hecho, no me dejó ir. Dimití —admitió Paula—. Justo después de que rompiéramos —sabía que tarde o temprano Gastón lo averiguaría.
Ceñudo de repente, Gastón se reclinó en su sillón y la observó.
—Entonces, ¿qué es Pedro ahora —preguntó con un tono de voz cargado de sarcasmo—, otra marca en tu cama? ¿Quién será el siguiente, Paula? ¿Rodrigo Chilton? ¿Uno de los hermanos menores de Pedro? ¿Queda algún hombre en la ciudad con el que no hayas salido o a quien no hayas perseguido? —su voz había subido de forma gradual, hasta que gritó las dos últimas palabras.
Paula se quedó petrificada.
—Eso no es justo —la voz le tembló y tragó saliva—. Haces que parezca una especie de rompecorazones, pero si no lo has olvidado, Damian rompió conmigo.
Gaston hizo un gesto displicente con la mano.
—Cierto, pero he visto cómo te miraba Pedro cada vez que entraba en el Lounge. ¿Cómo has podido dejar plantado a un hombre bueno como él?
—Es una larga historia —respondió—, sobre la que no me apetece hablar. Lo único que deseo en este momento es volver a trabajar. Necesito un trabajo.
—¿Por abandonar a un buen amigo mío? —replicó Gaston—. ¿Debería contratarte para que le puedas romper el corazón a otro? ¡No lo creo!
Sus palabras eran tan injustas, su expresión tan crítica, que las lágrimas afloraron a los ojos de Pau.
—Sí cambias de parecer…
—Créeme, encanto —le interrumpió Gastón—, mientras yo esté al mando aquí, no habrá trabajo para ti en estas instalaciones —la miró de arriba abajo—. ¿Hemos terminado? Tengo trabajo —abrió una carpeta en su escritorio y procedió a repasar su contenido como si ella no estuviera presente.
Apretando los dientes para contener los sollozos de humillación que querían escapar por su garganta, Pau se puso de pie. Se sentía una completa idiota por haber ido allí, por haber dado por hecho que podría recuperar su antiguo trabajo sin ningún problema. No podría haber estado más equivocada.
Lo único bueno de todo ese episodio humillante fue que la mesa fuera del despacho de Gastón se hallaba vacía, de modo que pudo ir a los aseos sin que la vieran. De la forma más dura había aprendido que en esa ciudad no había secretos, de manera que estaba preparada para escapar sin iniciar un rumor nuevo.
Después de permanecer sentada en un cubículo el tiempo suficiente para recobrar el control, se arriesgó a mirarse en el espejo grande. Tenía la cara hecha un desastre, los ojos hinchados, la nariz roja y las mejillas pálidas como la muerte, salvo por las líneas oscuras del rímel que, evidentemente, no era resistente al agua, después de todo. Necesitó unos minutos para arreglar el daño que le permitiera emprender la huida.
Al salir en silencio al pasillo vacío, lo primero que oyó fue la elevada voz de Gastón que emergía por la puerta abierta de su despacho.
—¿Cómo puedes defenderla después de lo que hizo? —demandó—. ¡Pensé que estarías agradecido de que la echara, no que querrías arrancarme la cabeza!
A pesar de la ansiedad por escabullirse sin que la detectaran, titubeó con la espalda pegada contra la pared. Parecía como si hablara con alguien acerca de ella.
—¡Serías afortunado si la recuperaras! Es la mejor camarera que has tenido jamás.
Al instante reconoció la voz de Pedro y una oleada de melancolía amenazó con destruir su trémula ecuanimidad. Entonces comprendió lo que él había dicho. ¡A pesar de lo que ella le había hecho, la estaba defendiendo!
—Las mujeres atractivas abundan por docenas —respondió Gastón con tono desdeñoso—. Amigo, necesitas comprender que Paula Chaves no es nada especial.
—Ahí es donde te equivocas, amigo. Mi error fue no darme cuenta hasta que fue demasiado tarde de que Pau es mucho más que otra mujer hermosa. Es inteligente, divertida y muy trabajadora.
Reinó un momento de silencio en el que Pau deseó poder ver la cara de Pedro.
—No sólo he perdido a la mejor asistente que podría haber tenido —continuó con más serenidad—, sino que me temo, a pesar de lo melodramático que pueda sonar, que también he perdido a mi alma gemela.
Una puerta se abrió en el otro extremo del pasillo y apareció una chica. Pau no tuvo más alternativa que marcharse antes de que la sorprendieran escuchando a hurtadillas.