Así que al día siguiente, tras consultar con Paula, Pedro reprogramó las citas para la tarde. La primera candidata, una mujer joven con unas referencias impecables, llegó antes de que Paula volviera, tarde y acalorada, del trabajo.
Tras diez minutos de charla con Ana Greenside, Pedro estaba seguro de que era la persona ideal; pero Paula no estuvo de acuerdo.
—Veo que la mayoría de tus trabajos han sido con niños mayores — comentó.
—Me encantan los bebés —dijo Ana con una sinceridad que convenció a Pedro.
—Pero no puedes quedarte hasta tarde…
Pedro había anticipado que ése sería un problema para Paula, cuya ambición la obligaría a permanecer hasta tarde en el trabajo, lo que significaba que querría una niñera que pudiera prolongar su jornada.
—Vivo con una madre inválida que me necesita por las noches. Pero puedo empezar mañana mismo si es lo que desean usted y su marido.
—No estamos casados. Dante no es nuestro hijo —dijo Paula precipitadamente.
—Lo siento. No lo sabía —dijo Ana, mirándolos alternativamente con curiosidad.
—Es culpa mía —dijo Pedro—. Debería haber explicado las circunstancias a la agencia —le hizo un resumen.
—¡Pobrecillo! —comentó Ana, afectada—. Es muy afortunado de tenerlos. Pero no le resultará sencillo cuando crezca.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Paula.
—Siempre se hará preguntas. No será como los demás niños. La muerte de sus padres lo marcará.
—Nos tiene a nosotros.
Pedro podía percibir una creciente tensión en Paula.
—Sí, pero no son sus padres. ¿No van a adoptarlo? —Ana los miró inquisitiva.
Pedro sacudió la cabeza.
—No lo hemos hablado —dijo Paula a la defensiva.
En cuanto Ana se fue, Pedro dijo:
—Es perfecta. Deberíamos contratarla antes de que lo hagan otros. Paula negó con la cabeza.
—No. Está demasiado segura de sí misma.
Pero Anne había estado en lo cierto, por el bien de Dante debían tener en cuenta todos los puntos de vista. Pedro se mordió la lengua. Debía haber imaginado que Paula le llevaría la contraria.
—Sus referencias son fantásticas —dijo, haciendo acopio de paciencia.
—Primero tenemos que verificarlas —dijo ella—. Además, todavía quedan otras candidatas.
Antes de que Pedro respondiera, llegó la siguiente. En apenas unos minutos, Pedro miró a Paula con el rabillo del ojo y comprobó, aliviado, que le gustaba tan poco como a él, lo que le ayudó a relajarse y comprobar que Paula no se oponía a él por mera cabezonería.
Agradecieron a la mujer su presencia y Pedro la acompañó a la puerta. Cuando volvió al salón, Paula comentó:
—Era horrible.
—Estamos de acuerdo —dijo él. Y sonrió. Debía de ser la primera vez.
Paula le devolvió la sonrisa y Pedro se quedó mirando como hipnotizado sus sensuales labios. Tuvo que hacer un esfuerzo para apartar la mirada al sentir una oleada de calor.
—Quiero a alguien mayor, estable —dijo ella.
—Pero no demasiado mayor —apuntó él.
Paula frunció los labios en un gesto que Pedro ya conocía y que significaba que se avecinaban problemas.
—Ya veo que te has decidido por Anne —dijo Paula—. Deberías haberme esperado antes de empezar la entrevista.
El deseo que lo había poseído se disipó.
—No seas absurda. No ha sido algo planeado. Eres tú quien ha llegado tarde.
—Me ha surgido un imprevisto —dijo ella a modo de excusa—. Mañana no volverá a pasar.
Pero cuando Paula llegó a casa el viernes se encontró con que la tercera candidata había fallado y Pedro se había apresurado a contratar a Ana.
—Te he llamado, pero estabas reunida —dijo, furioso.
—Deberías haber esperado.
—No quería postergar la decisión y perder a Ana —dijo él en un tono de paciencia que irritó aún mas a Paula.