Todas las preguntas y pensamientos racionales se evaporaron de la mente de Pedro. Cuando la tomó en brazos y la llevó al dormitorio el ruido que hacía era casi violento. Su mirada era el espejo de la pasión que se avecinaba. La dejó suavemente sobre la cama y se sentó, saboreando el momento. Ella se quedó quieta, devolviéndole la mirada, como si esperara que fuera él el que hiciera el primer movimiento.
Pedro nunca había estado tan excitado. Todo lo de antes era algo pálido en comparación. Sus sueños de ese día estaban a punto de verse cumplidos y trató de evitar darse prisa. Quería tomarse su tiempo con ella. Hacer el amor pausadamente. Quena crear un recuerdo.
A pesar de lo mucho que le había gustado su camisón, tenía que desaparecer. Rápidamente la ayudó a quitárselo y rápidamente le siguió también su albornoz. Se tumbó a su lado en la cama, apoyándose sobre un codo y recreándose con los contornos de su cuerpo. Se maravilló ante la cremosidad de su piel. La luna enviaba un halo de luz hasta la cama. No tenía por qué hacerlo; sus cuerpos ya estaban hablando por ellos.
Paula estaba muy sensible a su contacto. Le tocó para notar la piel de sus brazos y hombros. Se exploraron el uno al otro en la oscuridad, hasta que todo fue a la vez demasiado y demasiado poco.
Él la besó. Suavemente al principio, luego con más ansia, exigiendo todo lo que ella pudiera darle, y ella se lo dio de buena gana. Los labios y dientes de Pedro juguetearon con los de ella hasta que Paula le abrió la boca y él aceptó la invitación. Sus lenguas se encontraron lenta y sensualmente, anticipando todo lo que tenía que llegar. Él deslizó luego la boca por el cuello de Paula, luego más abajo, hasta sus pechos. Los besó, chupando primero uno, luego el otro con su húmeda y cálida boca.
El cuerpo de Paula iba lanzándose con el montón de sensaciones que él iba despertando. Gimió levemente cuando él se puso a besarle el abdomen, luego la suave piel de los muslos. Sus piernas se tensaron, luego se relajaron cuando él acarició sus espesos y dorados rizos, antes de mirarla a los ojos.
Creyó oírle decir algo entre murmullos acerca del postre, antes de que perdiera la cabeza.
Luego, no oyó nada. Él lo estaba haciendo tan bien que se tuvo que agarrar a las sábanas para no gritar. Pero no pudo evitarlo durante mucho tiempo. Surgió de lo más profundo de su alma y se abrió camino dudosamente al principio, hasta que estalló. Le pasó los dedos por los hombros y por el cabello, apretándole la cabeza contra su cuerpo, tirando y empujando casi a la vez. Luego, de repente, un montón de luces parecieron bailar a su alrededor. Cerró los ojos fuertemente, tratando de controlar los estremecimientos que le recorrían el cuerpo.
Abrió los ojos y vio un despeinado Pedro sonriéndole. Parpadeó para aclararse la visión. Parecía muy contento de sí mismo…