miércoles, 26 de mayo de 2021

EL TRATO: CAPÍTULO 40

 


Se despertó cuando llamaron a la puerta. Miró el despertador y vio que eran sólo las siete y cuarto de la mañana, demasiado temprano para que fuera la criada para hacer la cama. Siguieron llamando. Se puso rápidamente la bata y fue a abrir. En la puerta se encontró con Pedro, ya vestido.


—¿Por qué no estás vestida?


—¿Vestida?


—Sí, Paula, eso de ponerse ropas sobre el cuerpo.


Pedro entró entonces en la habitación.


—¿Es que vamos a alguna parte? —le preguntó ella.


—A la oficina. Hoy es tu primer día de trabajo. ¿O es que lo has olvidado?


—No, no lo he olvidado. Sólo que pensé que… bueno después de lo de anoche…


—Lo que pasó entre tú y yo no tiene nada que ver con los negocios. Pensé que había quedado claro.


—Eso es lo que dijiste, pero…


—Y era lo que quería decir. Vamos, vístete —le dijo él con una voz extraña, como si fuera lo último que quisiera que ella hiciera.


Pedro cerró los ojos cuando ella pasó a su lado. ¿Por qué estaba luchando contra él? ¿Por qué no podría cederle esas malditas acciones y liberarlos a los dos, dejarlos libres para amarse? Tenía que convencerla, demostrarle que era lo mejor que podía hacer. Tenía que lograr que confiara en él, que lo deseara, que lo amara, tanto como él a ella. Odiaba ese sentimiento de impotencia.


Bajó las escaleras y terminó de vestirse frente al espejo de la entrada, volviendo luego al comedor para tomarse una taza de café. Paula llegó un poco después y él se maravilló de la transformación que había sufrido, de niña dormida a una auténtica mujer de negocios. El vestido le quedaba perfectamente; era gris y la blusa rosa pálido; en modo alguno podría decirse que fuera seductor, pero la imaginación de Pedro era tan fértil que veía perfectamente lo que había bajo la ropa.


Cuando terminaron de desayunar él le preguntó:

—¿Estás lista?


Entonces ella reprimió la tentación de contestarle «¿para qué?» y asintió.


Llegaron pronto a la oficina, donde todo el mundo les dio la enhorabuena. Pedro trató de moverse con rapidez entre toda esa gente, sin caer en la mala educación y la condujo a su despacho.


Se acercó luego a la mesa y se puso a ver las cartas y mensajes que le habían dejado allí, mientras Paula observaba la habitación. Era lo suficientemente grande como para mantener algo impersonal. Se contuvo de pedirle permiso para redecorar el despacho, cuando se dio cuenta de que, probablemente, ella ya haría tiempo que se habría marchado para cuando les llegaran los muebles.


Brian entró en el despacho sin llamar.


—Buenos días —dijo—. He venido para desearle buena suerte a Paula. ¿Lista para el trabajo?


—Sí, señor —le contestó ella sonriendo.


Pedro dejó los sobres que estaba ordenando y la miró. Dudó un momento antes de acercarse a ella. Por un momento, pareció como si fuera a besarla, pero volvió a retroceder, como si lo hubiera pensado mejor.


—Buena suerte —le dijo cuando Brian la condujo fuera del despacho—. Estaré en mi despacho si necesitas algo de mí.


Ella asintió y siguió a Brian. Lo que necesitaba de él no iba a poder encontrarlo en un despacho.




EL TRATO: CAPÍTULO 39

 

Paula lo empujó y él la dejó ir, pero no se apartó. Pedro se dio cuenta de que ella tenía que hablarle. Se acercó al mueble bar y se sirvió un coñac.


—De acuerdo, vamos a hablar.


Paula se sentó en una silla y lo observó mientras le daba un trago a su copa.


—Tenemos un contrato —empezó a decirle—. Un trato comercial que sucede que, en nuestro caso, incluye el matrimonio. Pero no es un matrimonio real. Ni siquiera nos conocíamos antes de la boda…


—Eso ya lo sabemos. Los dos dimos por comprendidas las reglas antes de conocernos. Pero nos hemos conocido. Hemos hecho el amor. Y nos hemos enamorado. No lo niegues. Eso está ahí y tú lo sabes tan bien como yo. Me gustaría saber por qué te niegas a ese amor. ¿Por qué estás saboteando constantemente lo que sentimos?


—No me has dejado terminar. Estaba tratando de explicarte la razón por la que lo veo así. No estoy saboteando conscientemente una relación entre tú y yo. Tienes que comprender que no puedo estar segura de que lo que dices que sientes es real y no producido por tu deseo de poseer todas las acciones.


—De vuelta con las acciones ¿no?


—Nunca nos hemos alejado mucho de ellas, Pedro. Esa es la cuestión a la que quería llegar. Siempre han estado entre nosotros. Y lo siento, pero no puedo hacer como si no existieran.


—Entonces, si no fuera por esas acciones ¿cómo estaríamos?


—Libres. Libres para hacer lo que fuera.


Pedro se le acercó y dejó la copa sobre la mesita de café.


—Entonces, dámelas a mí.


—¿Qué?


—Ya me has oído. Dámelas y yo te firmaré un documento para pagarte personalmente cuando la compañía tenga el dinero suficiente.


Paula lo miró incrédula. ¿De verdad se creía que era tan estúpida como para darle la única carta ganadora que tenía en ese estúpido juego?


—No podría hacer eso, Pedro, ya lo sabes.


—¿Y por qué no? Eso resolvería todos tus problemas.


—¡Querrás decir que resolvería todos los tuyos!


—¿Tienes miedo de que te pueda timar?


—Si sólo fuera responsable de mí misma, Pedro, ni siquiera estaría teniendo ahora esta ridícula conversación, para empezar. No te das cuenta o eres demasiado terco para comprender que no necesito vuestro dinero, me puedo cuidar de mí misma. Pero le hice una promesa a J.C. y tengo la responsabilidad de Mateo. También es su dinero. Y no voy a firmar nada ni a ti ni a nadie hasta que lo tenga.


Paula se dio la vuelta y se dirigió hacia la habitación, pero se detuvo a medio camino cuando oyó su voz.


—Entonces, lo que me estás diciendo es que no confías en mí.


—No confío en ninguno de vosotros.


—Pero en mí en particular ¿o no?


Paula se encogió de hombros, ignorando la fría y calculadora mirada.


—Sí.


Pedro se dirigió a la salida, resignado a pasar la noche en las habitaciones de Brian.


—Entonces, tendremos que hacer algo acerca de eso ¿no Paula?


Sin darle oportunidad de contestar, Pedro abrió la puerta y se marchó.


Ella había ganado. Se había salido con la suya y había sido fuerte y clara con él. Era ella misma y no lo necesitaba ni a él ni a ningún otro.


Entró en la habitación y se sentó en la cama, dejándose caer de espaldas luego.


Entonces ¿por qué se sentía mal, sola y abandonada? ¿Y por qué dormir en esa enorme cama sola «con ella misma» no le resultaba ni la mitad de atrayente que compartirla con él?



EL TRATO: CAPÍTULO 38

 



Todo el mundo se mostró contento. Todo el mundo menos Eduardo. La miró con el ceño fruncido y una especie de temor la recorrió. ¿En qué estaría pensando ella? Tenía que recordar quién era y lo que estaba haciendo allí. Lo que todos querían de ella todavía eran sus acciones. Y en esos «todos» estaba incluido Pedro. Sería algo inteligente el tener eso muy claro. Porque, a pesar de lo mucho que se habían esforzado tanto Pedro como Brian y los demás en hacer que se sintiera bienvenida, era todavía esencialmente una extraña. Eduardo lo sabía y lo aceptaba. ¿Por qué no podía hacerlo ella?


Cuando surgiera el conflicto, y ella sabía que algún día se produciría, ¿de qué lado se pondría Pedro? ¿Del suyo? ¿O del de Eduardo?


Eso le hizo darse cuenta de lo sola que estaba en esa… esa situación. ¿Debería ir a la oficina al día siguiente y aprender todo lo que pudiera? El conocimiento era poder y tenía la sensación de que podría llegar a necesitar todo el poder que pudiera conseguir.


Paula se paseó por la habitación. Había dejado abajo a Pedro, hablando con Brian y sabía que en cualquier momento subiría. Era necesario que hablaran. Cuanto más se acordaba de la reacción que había tenido Eduardo, más convencida estaba de que, quizás, se estaban precipitando.


Eduardo había dejado muy claro que él no quería que se metiera en la oficina. No importaba la cantidad de veces que ella y Pedro hubieran hecho el amor, eso no cambiaba el hecho de que él también quería las acciones. La cuestión era: ¿Las quería más que a ella?


Pedro entró en la habitación sin llamar y se la encontró sentada en el sofá en actitud pensativa.


—Hola —le dijo.


Paula lo miró. Parecía casi como si él, no, no podía ser. Sólo se estaba imaginando lo que necesitaba tan desesperadamente ver, estaba leyendo emociones en su mirada que no existían realmente. Tenía que detener esa obsesión que tenía con él y volver a los negocios. Se puso de pie, si no para colocarse a su mismo nivel, sí por lo menos para disminuir la diferencia.


—Hola —le contestó sin mirarlo.


Pedro estaba confundido. Ella estaba realmente enfadada por algo. Prácticamente había subido corriendo las escaleras, ansioso por abrazarla, besarla, hacer el amor con ella. Era en lo único que había pensado y lo que había esperado todo el día. Le había parecido tan receptiva anteriormente… ¿Qué podría haberla hecho cambiar desde la cena?


—¿Va algo mal? —le preguntó.


—Dímelo tú.


—¿Ya estamos otra vez con los juegos de palabras, Paula? Creía que ya nos habíamos olvidado de ellos.


—No más juegos, Pedro, ni de palabras ni de ninguna otra clase. Dime. ¿Qué hay detrás de esa oferta para que trabaje en vuestra compañía?


—No hay nada. Brian te lo contó todo; necesitamos un nuevo administrador. ¿Y eso qué tiene que ver con tu actitud hacia mí? ¿Qué demonios ha pasado desde la cena? Por Dios, mírame cuando te hablo.


Paula lo miró enfadada y decidida.


—Mi actitud es la misma contigo que con el resto de tu familia. ¿No lo entiendes? Yo soy la extraña. ¡Soy una persona a la que todo el mundo ve como el signo del dólar! Mi actitud es resultado directo de la tuya, ni más ni menos. Eduardo me odia —le dijo ella levantando la mano cuando él trató de interrumpirla—. No me digas que no. Lo noto. Y, vamos a afrontarlo, lo único que todos vosotros queréis de mí son mis acciones.


Le dio la espalda, negándose a mirarlo a los ojos. Él la tocó levemente en un hombro y la hizo volverse de nuevo. Estaba tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo. Mantuvo la cabeza baja, pero fue incapaz de apartarse.


—Esas acciones no son lo único que yo quiero de ti, Paula, y lo sabes —le dijo él levantándole la barbilla con una mano—. Mírame, mírame a los ojos. Dime si crees que todo lo que quiero de ti son unas acciones. Dime lo que ves, Paula.


Ella lo miró a los ojos profundamente y lo que vio la dejó helada. No, él no podía sentir eso por ella, no tan pronto. La razón empezó a gritarle advertencias, pero su corazón se puso a latir al doble de su velocidad ante los pensamientos y sentimientos que esos ojos le hacían evocar.


—Dime… —le dijo él atrayéndola hasta que sus cuerpos se tocaron.


Todo en su interior se estremeció ante ese contacto. ¿Sería posible desear tanto físicamente a alguien? ¿El ser una adicta de él como si fuera una droga? Se estaba derritiendo de ansia y deseo. Y eso que él sólo la estaba mirando. ¿Qué sucedería si la besaba…?


—Sabes lo que siento —susurró él con la boca a solo unos centímetros de la de ella—. Tú también lo sientes. No luches con ello, Paula. No lo arrojes de ti… por favor.


Los labios de Pedro la rozaron. Ella abrió la boca y él aprovechó la oportunidad. Paula se colgó de sus hombros, hundiéndole las uñas en la chaqueta, agarrándole los músculos que había debajo, notando su poder, tan intoxicante como su sabor.


Él apartó la boca y continuó besándola por el cuello, las orejas.


Los escalofríos le llegaron en oleadas, hasta que apenas pudo seguir de pie. Lo deseaba tanto que casi le dolían las entrañas. Tenía que parar en ese momento, antes de que fuera demasiado tarde, antes de que dejaran de pensar del todo.






martes, 25 de mayo de 2021

EL TRATO: CAPÍTULO 37

 


—Hola a todo el mundo —saludó Pedro cuando entró en el comedor.


Los niños empezaron en seguida a hablar, cada uno exigiendo toda su atención para sí. Él les hizo caso mientras buscaba con la mirada a Paula.


—Te he echado de menos —le dijo al oído cuando se sentó a su lado.


Se puso colorada y miró al otro lado de la mesa, devolviendo la mueca y el guiño de complicidad a Brian. Se habían encontrado por primera vez en el jardín esa tarde y se habían caído muy bien. Todo lo que había oído acerca del menor de los hermanos era cierto… era un tipo muy simpático y divertido. No estaba mal que estuviera allí para apoyarla.


Miró a Pedro mientras éste jugueteaba con los niños. Era el centro de la atención y mientras lo miraba, una sonrisa tonta le afloró al rostro. De repente sintió la tremenda necesidad de tocarle de alguna manera, tal vez sólo la mano. Pero se contuvo. Pronto, cuando terminara la cena, podría hacer realidad sus deseos.


El día había sido eterno sin él y se había dedicado a repasar mentalmente todo lo que había sucedido en la posada. Incluso ahora le resultaba imposible olvidar su contacto, su sabor. La comida le resultaba algo mediocre en comparación. Esa noche tenía un hambre de otro tipo.


En un momento, durante la cena, sus miradas se cruzaron y el tenedor de Pedro se detuvo en medio camino cuando se percató del mensaje que ella le estaba enviando. Ella no se había dado cuenta nunca antes del poder de su sexualidad y el percatarse de ella fue a la vez estimulante y un poco estremecedor.


El sonido de su nombre la trajo de nuevo a la realidad.


—¿Paula? ¿Qué piensas de esto? ¿Te interesa? —le estaba preguntando Brian.


Ella lo miró.


—Lo… lo siento, Brian. No te he oído.


Brian sonrió.


—Estaba sugiriendo que, desde que soy el encargado de los asuntos nacionales necesitamos un nuevo administrador para la oficina. Tú has seguido algunos cursos de administración empresarial ¿no?


—Sí, pero…


—¿Y alguno de ellos no eran de administración de oficinas?


—Sí, pero…


—Entonces, propongo a la señora Paula Alfonso para el puesto de administrador de oficinas en la «Alfonso Corporation».


—¡Espera un momento, Brian! No hemos hablado nunca…


—¿De qué hay que hablar, Eduardo? Paula sería perfecta para el trabajo. Tiene los conocimientos necesarios y es miembro de la familia. Es una forma ideal de mantenerla ocupada y eso me ahorrará el tener que ponerme a entrevistar gente.


Paula miró a Brian incrédula. Eso era una sorpresa completa para ella. Se volvió para verle la cara a Pedro y saber su reacción, pero su expresión pensativa no le dijo nada.


El pensamiento de estar trabajando todos los días cerca de él la excitaba. La compañía significaba mucho para él. Tal vez si aprendía algo acerca de sus negocios podría aprender además algo acerca del hombre a la vez. Su trabajo en la universidad no supondría ningún problema, ya que ya había pedido una excedencia. ¿Qué podría haber de malo en intentar lo que le estaba sugiriendo Brian? Aunque fuera por poco tiempo.


Volvió a mirar a Pedro, tratando de averiguar lo que pensaba.


—Creo que es una buena idea —dijo Pedro, preguntándose cómo iba a poder trabajar teniéndola todo el día en la oficina—. ¿Qué piensas tú, Paula?


—No lo sé, me gustaría pensarlo.


—¿Por qué no te vienes mañana? —dijo Brian—. Así podrás ver cómo es la cosa.


—Un momento, vamos a hablar ahora mismo un poco más acerca de esto —los interrumpió Eduardo—. Hay muchas, muchas cosas de las que tenemos que discutir antes de tomar una decisión acerca…


—Déjalo, Eduardo —dijo Pedro—. Está decidido. Si es que Paula está de acuerdo puede empezar mañana mismo. Yo la llevaré a la oficina ¿de acuerdo?


—De acuerdo —le contestó ella.




EL TRATO: CAPÍTULO 36

 


Pedro, después de decirle a Eduardo lo que pensaba de la forma en que se había metido donde no lo llamaban al interferir su llamada a Paula, escuchó educadamente lo que su hermano le dijo acerca de sus responsabilidades con la compañía y la familia. ¿Pero qué pasaba con sus responsabilidades para con él mismo?


—No lo vuelvas a hacer, Eduardo —le dijo Pedro señalándole con el dedo mientras se dirigía hacia la puerta—. Me voy de aquí antes de que esto se nos escape de las manos y nos digamos algo de lo que nos podríamos arrepentir más tarde.


—Esto no era parte del acuerdo.


Las palabras de Eduardo dejaron como helado a Pedro. Miró a su hermano y supo que los sucesos de la tarde le habían alterado la tensión arterial. Eduardo no podía comprender su defensa de su nueva esposa. Se dio cuenta también de que el disgusto que le producía Paula a su hermano no era algo personal. Era cuestión de negocios y, en lo que se refería a la compañía era como si le pusieran unas orejeras de burro.


Pedro quería a su hermano y sintió un momentáneo sentimiento de culpa porque lo que estaba a punto de decirle solamente le iba a preocupar más. Pero tenía que hacerlo. Volvió a su silla y le replicó con voz profunda.


—Eso ya lo sé, Eduardo. Pero no siempre se puede planear cuándo y de quién se va a enamorar uno.


Eduardo abrió mucho los ojos, sorprendido.


—¿Estás enamorado de ella?


—Estoy empezando a pensarlo.


—No puedo creer esto de ti, Pedro. De Brian, vale, pero ¿de ti?


—¿Qué es esto, Edu? ¿Por qué estás en contra de que este matrimonio funcione? ¿Por qué no me puedes ver con una esposa, una familia, como Eleonora y tú? Yo no soy una máquina. También necesito una vida, como todo el mundo.


—Nunca antes la has tenido. Supongo que estoy acostumbrado a que siempre estés aquí, conmigo, con la compañía.


—Y todavía lo estoy. Nada va a cambiar. La única diferencia es que ahora tengo alguien a quien amar, con quien compartir mi vida. ¿Es tan difícil para ti aceptarlo?


—¡Por supuesto que no! No voy a regatearte tu felicidad. Es sólo que…


Eduardo se detuvo, como si no estuviera muy seguro de cómo continuar.


—Suéltalo, Edu. Nunca antes has sido tímido conmigo. No vayas a empezar ahora.


—De acuerdo. No me quiero meter en tu vida amorosa si es que quieres seguir con el matrimonio, pero no puedo tolerar el pensamiento de tener a Paula sentada en nuestro consejo de administración con derecho a voto.


Pedro suspiró con fuerza y agitó la cabeza.


—¿Es eso todo lo que te preocupa?


—Por el momento.


—¿Y si consigo que Paula me ceda sus acciones a mí? ¿Te hará eso feliz?


—Completamente, pero ¿crees que podrás convencerla de que lo haga?


—No veo por qué no. Al contrario que tú, yo creo que ella no está interesada sólo en el dinero. Soy lo suficientemente vanidoso como para pensar que yo también tengo un poco que ver.


Pedro se levantó y se volvió a dirigir hacia la puerta, ansioso por terminar la conversación. Era ya la hora de la cena y no había visto a Paula en todo el día. Quería subir a sus habitaciones y darle un beso, cenar con ella y pasarse una velada tranquila en casa. Como cualquier otro matrimonio normal y corriente.


Cuando llegaron esa mañana, él se había marchado directamente a la oficina. Le sorprendía darse cuenta de la cantidad de tiempo que se había pasado pensando en ella, en ellos dos. Se marchó al final de la jornada laboral, en vez de quedarse hasta tarde, como solía hacer. En menos de una semana, ella había cambiado su vida. Ese pensamiento no lo preocupó, como quizás hubiera debido hacerlo. En vez de eso, se sentía como en el umbral de algo maravilloso, como si tuviera la urgente necesidad de saltar primero y pensar más tarde.


El comentario de Eduardo lo detuvo.


—Me gustaría que esto estuviera listo tan pronto como sea posible. En especial, teniendo en cuenta lo que sabe ahora Dario Carmichael. Quiero esas acciones en nuestras manos cuanto antes.


Pedro asintió. Carmichael y las acciones. ¿Es que nunca le iban a dejar en paz? Ambos estaban involucrados en una intrincada trama que ahora tenía otra víctima inocente: Paula.




EL TRATO: CAPÍTULO 35

 


Pedro apartó las manos y se sentó. Paula tardó un momento en darse cuenta de que se había detenido. Abrió los ojos y se dio la vuelta. A Pedro le brillaban los ojos y su rostro era una rígida máscara.


—Dijiste algo de unas promesas —le dijo él en voz baja—. Yo te hice una y voy a cumplirla. Si quieres que lo haga.


Paula se dio la vuelta por completo y la toalla cayó a un lado, dejándola completamente desnuda ante su vista. Sin dudar, extendió los brazos hacia él. Pedro se dejó caer y le apoyó los brazos a ambos lados del cuerpo. Quería decirle lo mucho que significaba para él, pero el fuego que ardía en su interior hizo que las palabras se le quedaran en la garganta, así que se limitó a mirarla.


Pedro, te deseo, pero no estoy usando nada…


—Deja que yo me ocupe de eso.


Cuando ella asintió, le preguntó:

—¿Estás segura de que es esto lo que quieres? Porque, que Dios me ayude, si te vuelvo a tocar no voy a ser capaz de detenerme.


Paula le acarició el pecho. Vio entonces a un hombre mirándola con deseo y pasión, luchando por controlar su cuerpo. Quiso absorberlo, tocarle todas las partes que le hacían ser lo que era. La sensación era tan poderosa, tan intensa que casi la consumía. Le abarcó el rostro con las manos temblorosas.


—Ven a mí —susurró—. Quiero sentirte dentro de mí, como una parte de mí. Por favor.


Él se apartó y se desnudó rápidamente, colocándose una protección antes de volver a la cama y al interior de sus brazos abiertos. La besó. El beso fue más una promesa que una realidad. Luego, mirándola a los ojos, penetró en su receptivo calor.


Paula murmuró algo al principio de la invasión, luego levantó las caderas para aceptarle más completamente, desesperada por más de él, por todo él.


Pedro enterró el rostro en el hueco de su garganta, murmurando palabras de amor cuando los alcanzó un poco común éxtasis simultáneo.


No se movieron. No había necesidad de hacerlo. Su peso era tan bienvenido como el profundo beso que le dio. Paula no había estado más relajada en su vida y sintió cómo la realidad se deslizaba bajo la cubierta del sueño; entonces pensó que le oía susurrar:

—Te quiero.


Pero, tal vez lo había vuelto a soñar.



lunes, 24 de mayo de 2021

EL TRATO: CAPÍTULO 34

 


Era el hombre más extraño y complejo que había conocido en su vida. Ella no había querido discutir con él porque pensaba que podría estar a la defensiva y, en vez de eso, se encontraba sorprendentemente con que estaba de acuerdo con ella, como si compartieran los mismos pensamientos y opiniones. Tenía que relajarse y disfrutar de él.


Se quitó la ropa y se metió en la bañera. El agua estaba a la temperatura justa. Cerró los ojos y se relajó; casi podía sentir cómo se evaporaban las tensiones del día.


Al cabo de un corto rato, empezó a oler algo. Abrió los ojos y se encontró con otro par de ojos oscuros mirándola.


—Dale un trago —dijo Pedro sujetando una frágil copa llena de champán cerca de su boca.


Paula lo hizo, sin separar la mirada de él.


—Lo encargué pensando que tendríamos algo que celebrar esta noche.


—Nunca antes me sirvieron el champán de esta forma —dijo ella.


—Esperaba que fuera así.


A Paula le pareció la cosa más natural del mundo el estar metida en la bañera con él sentado al lado.


—¿Qué es eso? —le preguntó ella señalando algo que él tenía entre los dedos.


—Pruébalo.


Paula lo tomó con la boca.


—¿Gambas?


—Gambas.


—Mmm. Muy bueno —le dijo ella abriendo la boca para que le diera otro trozo.


—Creía que habías comido.


Ella lo negó con la cabeza mientras masticaba.


—Estaba demasiado excitada como para comer. Estoy hambrienta.


Pedro le puso la fuente delante y ella continuó comiendo.


—Me alegro de que todo fuera bien entre vosotros.


—Y yo. Sentí como si se me quitara un peso de encima. ¿Me puedes dar otro trago?


Él le llevó la copa a los labios y Paula bebió.


—¿Sabes que le caíste bien?


Pedro sonrió.


—¿Ah, sí? ¿Qué te dijo?


—Que le parecías un «tipo legal». ¡Eso es lo máximo para él!


Pedro se rió.


—¿Lo has invitado a casa?


—Sí. el fin de semana anterior al Día de Acción de Gracias. Va a pasar las vacaciones con Carolina. Luego lo volveremos a tener en Navidad, si te va bien.


—Claro. Tendremos que planear algo especial para hacer.


Pedro se terminó la copa de champán.


—¿Tiene suficiente, señora?


—Sí, gracias, señor.


Pedro la ayudó entonces a salir de la bañera y ella se envolvió en una gran toalla de baño. Luego se acercaron a la cama. Él se sentó en el borde y la hizo sentarse en sus rodillas. Empezó a pasarle la toalla por encima quitándole las gotas de agua, al parecer una a una.


—¿Qué estás haciendo?


—Secándote.


—Soy muy capaz de hacerlo por mí misma.


—Estoy seguro de que sí. Pero ésta es la primera lección de lo que te falta de educación. ¿Es que alguna vez te ha hecho esto un hombre?


—No puedo decir que sí.


—Entonces, déjame ser el primero —le dijo él rozándole con la lengua uno de los rosados pezones—. Y el último.


La tomó en brazos y la dejó sobre la cama.


Sin que ella dijera nada, la besó. Sabía a champán, gambas y a ella misma, una combinación más intoxicante que cualquier otra que hubiera probado en su vida.


—Esto no va como lo había planeado.


—¿Y cuál era el plan?


—El plan era darte un largo y relajante masaje, después del cual tú te desprenderías de todas tus ataduras y caerías rendida en mis brazos.


—Suena muy bien. ¿Debería de pelear ahora contigo para que volvamos a empezar?


—No, no creo.


Él se sentó y se dirigió al armario. A Paula se le estaba evaporando la resolución que había tomado de no hacer el amor con él y le estaba costando mucho trabajo recordar incluso la razón por la que debía de resistírsele.


Pedro volvió a la cama y la hizo tumbarse boca abajo. Algo frío le corrió por la espalda y ella gritó.


—Relájate. Sólo es loción corporal.


Las manos de Pedro la recorrieron por completo, masajeándola con fuerza.


—Me siento como un pote de mantequilla —murmuró ella con los ojos cerrados.


—Muy bien. Así es como te quiero… cremosa y lista para…


—Cuidado —le dijo ella sonriendo.


Él se rió y pasó las manos por el final de la espalda. Luego su contacto empezó a cambiar. Comenzó a acariciarla lentamente y de una forma más suave, más íntima. El cuerpo de Paula se sintió inundar por una especie de fuego.