—¿Pilotas avionetas con mucha frecuencia? Paula dirigió una mirada hacia Pedro Alfonso, que estaba sentado a su lado, en la pequeña Cessna. Se había pasado todo el vuelo mirando hacia adelante, con la mandíbula rígida y las manos sudorosas. ¡Habría sido imposible no tener miedo, sobre todo con aquella mujer al mando del pequeño avión!
De camino a Rapid City, Pedro le había dado todo tipo de razones para no seguir volando hasta el rancho.
—¿A qué te refieres? —preguntó Paula, ajustando un dial y ocupándose de las luces de la avioneta.
El aparato pertenecía al abuelo, pero ella era la única de la familia que tenía licencia para pilotarla. Por lo tanto, la nave estaba totalmente a su disposición.
—A volar… —murmuró Alfonso, mientras observaba la vista por la ventanilla.
Paula agitó los alerones de las alas, y Pedro la asesinó con la mirada. Pero no tuvo otro remedio que tratar de relajarse.
—De vez en cuando —dijo Paula, resultando poco convincente a propósito—. Se trata de un hobby caro y como estoy ahorrando…
—Sí, claro… para comprar el rancho. Una profesora no debe ganar mucho dinero y si además quieres ahorrar, tiene que ser difícil.
El comentario sorprendió a Paula. Pedro estaba interesándose por las circunstancias de su vida privada.
—Trabajo en el colegio en el turno de noche. No pago alquiler, porque vivo en un apartamento situado en la parte de arriba del garaje de mis padres. Y en verano, me voy al rancho con el resto de los vaqueros. Espero que mi abuelo acepte mi dinero y me venda la propiedad.
Alfonso volvió a sentirse inquieto.
—¿Por qué aprendiste a volar?
Paula frunció el ceño.
—Fue idea del abuelo. Pensó que si me dedicaba a pilotar la avioneta, olvidaría mi interés por el rancho. No tiene ni idea de como son las mujeres, pero sí entiende de negocios. Muchos turistas que pasan sus vacaciones en la propiedad no quieren ir a Montana en coche. Ir volando es una propuesta tentadora para muchos de ellos. Y no hay que olvidar que el pequeño aparato es muy útil cuando hay alguna emergencia.
De nuevo, Alfonso se agitó incómodamente. Paula sonrió, el Cessna no había sido concebido para un copiloto tan alto.
—¿Lo que me cuentas ocurrió antes o después de tu paso por la cocina?
—Después. El fin que perseguía el abuelo falló. Sin embargo, aprendí a volar porque estaba claro que podía serme muy útil en mi vida de ranchera.
La radio sonó como con un crujido y Paula intercambió varias palabras con el operador. A continuación, comprobó que se encontraban en las inmediaciones del rancho y se preparó para aterrizar.
—No tengas miedo. Incluso el abuelo se siente seguro cuando vuela conmigo.
—No lo dudo…
—¿Quieres que sobrevolemos la propiedad para que tengas una vista de conjunto, o prefieres aterrizar?
—No, gracias. Me gustaría bajar… digo tomar tierra.
—Muy bien —dijo Paula, concentrándose en la maniobra.