domingo, 28 de marzo de 2021

FARSANTES: CAPÍTULO 14

 


—¿Pilotas avionetas con mucha frecuencia? Paula dirigió una mirada hacia Pedro Alfonso, que estaba sentado a su lado, en la pequeña Cessna. Se había pasado todo el vuelo mirando hacia adelante, con la mandíbula rígida y las manos sudorosas. ¡Habría sido imposible no tener miedo, sobre todo con aquella mujer al mando del pequeño avión!


De camino a Rapid City, Pedro le había dado todo tipo de razones para no seguir volando hasta el rancho.


—¿A qué te refieres? —preguntó Paula, ajustando un dial y ocupándose de las luces de la avioneta.


El aparato pertenecía al abuelo, pero ella era la única de la familia que tenía licencia para pilotarla. Por lo tanto, la nave estaba totalmente a su disposición.


—A volar… —murmuró Alfonso, mientras observaba la vista por la ventanilla.


Paula agitó los alerones de las alas, y Pedro la asesinó con la mirada. Pero no tuvo otro remedio que tratar de relajarse.


—De vez en cuando —dijo Paula, resultando poco convincente a propósito—. Se trata de un hobby caro y como estoy ahorrando…


—Sí, claro… para comprar el rancho. Una profesora no debe ganar mucho dinero y si además quieres ahorrar, tiene que ser difícil.


El comentario sorprendió a Paula. Pedro estaba interesándose por las circunstancias de su vida privada.


—Trabajo en el colegio en el turno de noche. No pago alquiler, porque vivo en un apartamento situado en la parte de arriba del garaje de mis padres. Y en verano, me voy al rancho con el resto de los vaqueros. Espero que mi abuelo acepte mi dinero y me venda la propiedad.


Alfonso volvió a sentirse inquieto.


—¿Por qué aprendiste a volar?


Paula frunció el ceño.


—Fue idea del abuelo. Pensó que si me dedicaba a pilotar la avioneta, olvidaría mi interés por el rancho. No tiene ni idea de como son las mujeres, pero sí entiende de negocios. Muchos turistas que pasan sus vacaciones en la propiedad no quieren ir a Montana en coche. Ir volando es una propuesta tentadora para muchos de ellos. Y no hay que olvidar que el pequeño aparato es muy útil cuando hay alguna emergencia.


De nuevo, Alfonso se agitó incómodamente. Paula sonrió, el Cessna no había sido concebido para un copiloto tan alto.


—¿Lo que me cuentas ocurrió antes o después de tu paso por la cocina?


—Después. El fin que perseguía el abuelo falló. Sin embargo, aprendí a volar porque estaba claro que podía serme muy útil en mi vida de ranchera.


La radio sonó como con un crujido y Paula intercambió varias palabras con el operador. A continuación, comprobó que se encontraban en las inmediaciones del rancho y se preparó para aterrizar.


—No tengas miedo. Incluso el abuelo se siente seguro cuando vuela conmigo.


—No lo dudo…


—¿Quieres que sobrevolemos la propiedad para que tengas una vista de conjunto, o prefieres aterrizar?


—No, gracias. Me gustaría bajar… digo tomar tierra.


—Muy bien —dijo Paula, concentrándose en la maniobra.




FARSANTES: CAPÍTULO 13

 


Alfonso estuvo mirando a Paula un buen rato, dándose cuenta de que su mente estaba confusa. Ella le inspiraba consternación, diversión y deseo… Y esos sentimientos podían tener un efecto tan devastador como la anarquía, en su propia persona. Gabriela Scott era un engorro, pero Paula Chaves podía ser tremendamente dañina para su equilibrio personal.


Ella tenía razón: Gabriela era pura tenacidad. Nadie le iba a obligar a casarse con ella, pero las cosas podían ir mal en la empresa por su culpa. Además, realmente necesitaba unas buenas vacaciones.


Había estado últimamente distraído, aburrido e incluso harto de sus clientes que, ávidos de ganancias, no seguían sus indicaciones. Marcharse lejos era una buena idea y ya era muy tarde para hacer cualquier reserva en una agencia de viajes.


—Entonces, ¿qué es lo que más te convence: el ramo de boda o los caballos…?


Pedro miró a Paula alegremente y finalmente, tomó la decisión.


—¡Me quedo con los caballos! Voy volando a hacer el equipaje.





FARSANTES: CAPÍTULO 12

 


La joven estaba encantada porque a Pedro le iba a venir muy bien una temporada en Montana, para bajarle un poco los humos. La verdad es que los vaqueros de la propiedad cuidaban muy bien a los turistas; sin embargo, Paula no pensaba ocuparse de él. Sería exponerse demasiado a sus encantos: de hecho muchas mujeres harían cualquier tontería por estar a su lado. Por lo tanto, la vaquera se mantendría lo suficientemente alejada de él como para que las vacaciones transcurriesen placenteramente.


Alfonso todavía no había dicho una palabra a favor o en contra. Sin embargo Paula no paraba de hacer planes.


—La estancia es cara, pero me imagino que está dentro de tus posibilidades —comentó alegremente Paula—. Normalmente, viajo hasta Montana en coche, pero para no perder tiempo, podemos ir en avión. Tengo una amiga que trabaja en una agencia de viajes, le puedo pedir que nos prepare dos billetes para Rapid City. Está en Dakota del Sur, pero es el aeropuerto más cercano al rancho.


—Sí, ya se donde está Rapid City…


—Podríamos salir mañana mismo… ¡Sería estupendo! Estoy segura de que te va a encantar el sitio. Además, el abuelo te hará un descuento especial si te quedas el mes entero.


Pero, Pedro Alfonso negó con la cabeza. Se había criado en el este de Washington, en una zona ganadera y había trabajado allí durante dos veranos, para costearse los estudios universitarios. Ni las manadas de vacas, ni el Lejano Oeste le tentaban lo más mínimo.


Sin embargo, se acercó a la vaquera, y la miró a los ojos. Era una persona impulsiva y totalmente inapropiada para el medio en el que él se desenvolvía normalmente. Cualquier hombre cabal huiría de ella, si tuviese dos dedos de frente. No como él, que no sólo no era prudente, sino que además tenía ganas de acariciar su abundante melena y besar su impetuosa boca.


—No tengo ningún interés en pasar las vacaciones en el rancho, y mucho menos un mes —dijo Pedro lentamente.


—¿No?


—No —repitió el joven, intentando encubrir lo que parecía una sonrisa.


Se estaba fijando en lo tentadora que estaba Paula, sentada en el cuarto de baño con su minúsculo pantalón corto y la melena cayéndole sobre sus hombros. Esa melena… Estaría preciosa esparcida por su almohada, después de hacer el amor.


Pero eso no era posible.


Los Chaves eran una familia anticuada, con fuertes vínculos y estrechas relaciones que él no podía comprender. Lorena era una mujer que no podía pensar en otra cosa que no fuese su familia y sus hijos. Paula podía soñar con poseer el rancho, pero en lo que respectaba a sus relaciones, tenía la marca del «para siempre» como si de un tatuaje se tratase… sobre todo en lo que se refería al matrimonio.


Si había algo que Pedro tenía claro era que a él no le iban las relaciones estables. Sólo le interesaban las aventuras ocasionales.


Al fin y al cabo no era un bicho raro. Las mujeres con las que salía eran como él: detestaban el matrimonio. Gabriela era únicamente una excepción y no le interesaba en absoluto.


—¿Estás catatónico o qué te pasa? —le interrogó Paula, enarcando una ceja.


—Estaba pensando…


—En Gabriela, ¿no? —sonrió Paula, con picardía.


—Más o menos. Las próximas semanas van a ser duras: esa mujer no conoce la palabra no. Soy una especie de trofeo que se ha propuesto cazar…


Mientras Paula lo escuchaba, sus pechos se dejaban adivinar bajo la tela de la camisa. Alfonso notó como sus téjanos se abultaron un poco más de lo corriente, en la zona de la cremallera.


—¿Realmente es tan perseverante?


—No puedes hacerte una idea. Estoy considerando la idea de irme a Nueva York antes de lo previsto si las cosas se ponen muy tensas. El acoso comenzó cuando el padre de Gabriela consiguió ser el propietario de toda la empresa.


—¿Te vas a vivir a Nueva York? —preguntó Paula, jugando con el nudo de la camisa.


—Sí. Tarde o temprano acabaré allí. Me crié en un pueblo pequeño, y llegué a odiarlo. Prefiero vivir en las grandes ciudades.


—¿Seattle no te parece lo suficientemente grande? Es estupendo. Venden café a la italiana en cada esquina y tiene un equipo de béisbol profesional… ¿Qué más puede desear un verdadero amante de la ciudad?


—Mi intención es trabajar en Wall Street, lo que supondría llegar a la cumbre de mi carrera profesional.


—¡Qué interesante! Se ve que te gusta vivir bien, con atascos, ruido y una contaminación espantosa… —Paula no estaba nada impresionada por los planes del corredor de bolsa. ¿Te vas a dedicar a ganar un billón de dólares antes de cumplir cuarenta años?


—No tan drásticamente, pero lo voy a intentar. De hecho, soy un buen agente de bolsa.


—…Que necesita unas buenas vacaciones —añadió Paula, estirándose sensualmente frente al espejo.


Pedro estaba intrigado por los gestos que hacía la profesora.


—Ya te he dicho que no voy a ir a Montana.


—Sí, te he oído muy bien. Pero, ¿qué vas a hacer, quedarte en Washington y dejar que Gabriela te atrape?




sábado, 27 de marzo de 2021

FARSANTES: CAPÍTULO 11

 


Paula hacía lo posible para regular el ritmo de su corazón, pero era difícil, teniendo a Pedro medio desnudo a su lado.


Había visto a varios hombres en tal estado, pero Alfonso le había alterado singularmente la respiración.


Si tuviese una lista como la de Pedro, uno de los requisitos sería: no demasiado sexy. No estaba interesada en un hombre que reuniese las características de las fantasías sexuales de cientos de mujeres. No quería estar excesivamente pendiente de la vida social de su pareja…


Aclarándose la voz, Paula contestó a Pedro:

—No quiero casarme con alguien que muera de hipertensión antes de cumplir los cincuenta, por haber intentado aumentar su patrimonio a toda costa.


—¿Qué tiene de malo querer ganar dinero? —quiso saber Alfonso.


—Nada. De hecho, estoy muy involucrada en cierto proyecto y me interesa mucho esa cuestión. Pero lo que no quiero es mantener relaciones sexuales por las noches con un talonario de cheques.


—¿Qué más requisitos aparecerían en tu lista?


—Algún día le compraré el rancho a mi abuelo. A mi marido le tendría que gustar la idea tanto como a mí.


—¿Ves cómo tú también tienes una lista, aunque no esté escrita? —dijo el joven triunfante, mirándola irónicamente.


—Te equivocas. Entre tus requisitos figuran aptitudes estúpidas como: buena anfitriona. Tu mujer ideal sería alta, delgada, rubia, reservada, elegante, sofisticada… es decir Gabriela .


—No me gusta Gabriela —dijo el joven con énfasis.


—Entonces, ¿por qué fuiste su acompañante en varias ocasiones?


—La acompañé, simplemente, en algunas recepciones de trabajo.


—¡Ah…!


—Créeme, nunca me casaría con alguien cuyo único objetivo en la vida fuese cazar a un marido. Si tengo una pareja, me gustaría que fuera divertida y agradable.


Estaba tan serio, que Paula tuvo que contar hasta diez para no dejarse atrapar por su encanto. Ella se dio cuenta una vez más, de que el joven no tenía la más mínima intención de casarse. Además, su propia falta de experiencia en la vida social, la hacía ser vulnerable. Si hubiese tenido más relaciones sentimentales. Pedro no le habría impresionado tanto. Por otra parte, ella sería muy exigente con un futuro marido: le tendría que gustar compartir su vida con ella, en su rancho.


Su rancho de Montana… ¡Como si fuese tan fácil comprarle el rancho a su abuelo, siendo una mujer! Todo el mundo la presionaba para que encontrase pareja. Incluso ella misma veía difícil casarse algún día, cuando estuviera al mando del Bar Nothing Ranch.


—¿Por qué estás tan seria? —preguntó Pedro con curiosidad.


—Mmm, por nada.


—Venga, cuéntame cosas del rancho de tu familia —dijo Alfonso, mientras ella comprobaba como el joven podía leerle el pensamiento.


—Es precioso. Mi madre es hija única, por lo tanto mi abuelo no tiene un heredero directo. Mis hermanos Camilo y Daniel no tienen mucho interés por la vida en el rancho. Lorena tampoco. Luego, quedo yo. Pero mi abuelo, que está chapado a la antigua, es muy reacio a dejarme la propiedad. Dice que el nuevo milenio le pilla muy viejo, para modernizar sus ideas.


—O sea, que sois Lorena, Camilo, Daniel y tú.


—Sí. Aunque mi madre quería un quinto hijo, después de que naciera Lorena, mi padre pensó que eran suficientes cuatro vástagos.


Pedro hizo una mueca de rechazo: para él un bebé ya era una molestia, o sea que cuatro hijos le parecían un exceso completo.


—¿Tu abuelo ha pensado en retirarse?


—Sí, de vez en cuando. Dice que le gustaría vender el rancho y marcharse con mi abuela a un lugar cálido, donde el invierno sea menos duro que en Montana.


—Claro… —dijo Alfonso mientras seguía curándole las heridas a Paula.


La joven no podía evitar sentir el agradable olor que emanaba de su atlético cuerpo. Tras unos instantes que a Paula le parecieron una eternidad, Pedro terminó con los primeros auxilios.


—¡Ya estás lista!


—Supongo que querrás que te devuelva la camisa —dijo la joven, aún dolorida por el batacazo.


—Si te digo que sí, ¿me vas a pegar?


—Evidentemente.


—Pues, entonces quédatela por el momento… —dijo Alfonso cubriendo cuidadosamente las curas de la espalda, con la prenda masculina.


De nuevo, la joven tuvo que hacer un esfuerzo, al sentir el suave encanto de Pedro.


Quizá fuese su propia naturaleza la que le advertía, que si quería tener hijos tendría que darse prisa en crear una familia. En efecto, los hombres podían ser padres a cualquier edad, pero eso no servía para las mujeres.


—No te preocupes por el aspirador. Contrataré a alguien que venga a ocuparse de la casa.


—No —dijo Paula, tercamente—. No voy a dejar que otra persona ocupe el lugar de mi hermana.


—¿Quién ha dicho que voy a prescindir de Lorena?


Paula se quedó pensando un rato y exclamó:

—Ya lo tengo. Si nos vamos a Montana los dos mataríamos dos pájaros de un tiro. Tú tendrías un lugar donde pasar las vacaciones, y no habría que preocuparse por tu casa. No descansarías en una exótica playa del Caribe, pero el rancho puede ser la mejor solución para eliminar el estrés. Además, está de moda pasar el tiempo libre ensuciándose con los caballos.


—No me importa mancharme, pero…


—Es la mejor solución. El abuelo estará encantado con un invitado más.




FARSANTES: CAPÍTULO 10

 


Pedro no podía entender por qué Paula Chaves, le llamaba tanto la atención. Pertenecía al tipo de mujer que trataba de evitar, era explosiva, habladora, en fin, excesiva para él.


Cuando Pedro iba a buscar yodo para curarla, ella intentó disuadirlo.


—No es necesario, gracias.


—En serio, necesitas atención médica —dijo Alfonso, preocupado.


—Aunque no vaya a limpiar el baño de nuevo, todavía tengo que pasar el aspirador. Me ha causado algún que otro quebradero de cabeza —comentó Paula, por el hueco de la escalera.


Cuando Pedro reparó en el estado de la casa, se quedó horrorizado. La bolsa de la aspiradora se había roto y el polvo se había esparcido por todas partes.


—Veo que no entiendes mucho de electrodomésticos —suspiró el joven.


—La aspiradora es puro vicio… No hay nada mejor que un escobón de toda la vida y ahorrarse la millonada que te ha debido de costar esa pieza de diseño.


—Sí, claro. Veo que no es culpa tuya. Sin embargo, si yo no me hubiese quedado en mi casa, tú no habrías venido. El bizcocho no se habría quemado, la aspiradora no se habría estropeado, ni te habrías quedado atrapada en el árbol. Estoy empezando a sentirme plenamente culpable…


—Tanto como eso no. Pero no puedo negar que eres un poco estirado y un triunfador compulsivo —dijo Paula, críticamente.


A continuación, se levantó la blusa para que Pedro le pusiera yodo en la espalda. Al ver su cuerpo sin ocultar, el joven se quedó impresionado como no lo había estado desde hacía un montón de tiempo.


«Atención, Alfonso… Recuerda que los opuestos se atraen», dijo para sí el joven, alterado.


Su propia advertencia le resonaba en la cabeza, mientras rebuscaba en el cajón de las medicinas. Era posible que los opuestos se atrajeran, pero tampoco eran compatibles.


Sus padres habían tenido disputas a menudo. Eso les había convertido en seres amargados que habían transmitido su hastío a todos los que habían estado a su alrededor.


Con una mueca de amargura, Pedro recordó su infancia desgraciada. No podía olvidar que había sido el niño más pobre del colegio, y que en su hogar había carecido de cariño y apoyo. Además, las peleas entre sus padres habían terminado frecuentemente con la llegada de la policía, advertida por los vecinos.


—Esto te va a doler —le avisó a Paula, mientras le ponía el desinfectante en la espalda.


—¡Ay! —gritó la joven.


—Lo siento. Si quieres, te llevo al hospital.


—No. Puedo aguantarlo perfectamente.


—Sí… ¿Y por qué has gritado?


—Porque gritar es bueno para aguantar el dolor. ¿Te molesta que me queje? —le preguntó la joven, volviendo la cabeza.


De pronto, como Paula estaba encorvada mirando hacia abajo, fue consciente de que tenía delante de su vista el torso desnudo de Pedro y, más concretamente, la zona inferior de la cintura.


¡El panorama era realmente impresionante!


—Puedo aguantar quejas, pero no las tuyas… —comentó Alfonso.


—Eso está muy bien… sobre todo porque empiezo a pensar que no eres tan espantoso como parecías.


—¿Realmente crees que estoy bien? —la interrogó el joven, con curiosidad.


—Todavía no lo tengo muy claro.


Lo que estaba intentando por todos los medios era conservar la razón, ante el efecto imparable que ejercían sus hormonas.


Se trataba de un hombre atractivo y sexy. Pero, el hecho de haber realizado esa lista de mujeres compatibles para un posible matrimonio, le ponía enferma. Todavía podía comprobar como el atractivo físico no constituía una base lo suficientemente sólida, para mantener una relación sentimental.


—No lo entiendo —dijo Paula, poniéndose recta de nuevo—. Gabriela parece reunir los requisitos de la lista de futuras esposas que tienes pegada en el espejo. ¿Qué es lo que falla?


—¿De qué estás hablando? —preguntó el joven, frunciendo el ceño.


—Esa lista —mostró Paula, con el dedo índice—. Me parece espantoso analizar así a una mujer. No se trata de una hamburguesa, sino de un ser humano.


—Yo no estoy buscando a ninguna mujer —dijo Pedro molesto—. Esa lista la confeccionó mi hermano. Acababa de divorciarse y no quería que yo cayese en su mismo error. Pero, da la casualidad de que no tengo la mínima intención de contraer matrimonio —concluyó Alfonso, tirando una bola de algodón a la papelera.


—¿Nunca? Parece algo realmente definitivo.


—Ésa es la realidad —dijo secamente, por lo cual Paula fue consciente del estado en que se encontraban los sentimientos de Pedro—. El matrimonio, en mi familia, no funciona. Por eso es mejor evitarlo, y si no lo hacemos, lo pagamos caro.


—Sin embargo… me parece que Gabriela es tu tipo, además de tener mucho dinero. Podría ser una gran baza para tu carrera profesional.


Una expresión muy peculiar se plasmó en el rostro del joven.


—Agradezco tu interés, pero pienso labrarme mi propio porvenir sin recurrir a eso…


—Está bien, no te lo tomes a mal. Lo que pasa es que, sigo pensando que tú y ella tenéis muchas cosas en común, de acuerdo con la lista.


—No lo creo —contestó Alfonso—. Por otra parte, la lista no es ninguna tontería, en el caso de que quisiera casarme. El hecho de ser compatibles es esencial en una pareja. ¿Tú que le pedirías a tu futuro marido?


—Un montón de cosas…


—¿Cómo por ejemplo?




FARSANTES: CAPÍTULO 9

 


La joven vaquera continuó con el papel que le había adjudicado Alfonso, quejándose al ponerse en pie. El joven se despidió y la tomó en brazos para depositarla en el interior de la casa.


Cuando desapareció el ruido del coche de Gabriela, ambos suspiraron con alivio.


—Ya puedes dejarme en el suelo —le indicó Paula al joven, que le dedicó una amplia sonrisa.


Estaba horrorosa, tenía todo el pelo revuelto, la cara manchada y las piernas llenas de rasguños. Para colmo, la camisa que le había prestado Alfonso, no conseguía tapar lo más sugerente de su cuerpo. El joven lo había notado hacía un buen rato…


—Te quejabas tanto que pensé que no ibas a poder andar por tus propios medios.


—Pues puedo andar, y además dar patadas.


—Me parece estupendo —dijo Pedro, dejándola por fin en el suelo.


Paula Chaves no era guapa. Sin embargo, era resultona. Tenía unos ojos verdes que llamaban la atención. La barbilla, que realzaba el temperamento testarudo de la joven, era en cierto modo irregular. Y su cutis lechoso estaba rodeado de densos mechones color canela…


—Por cierto —dijo Alfonso—, gracias por haberme echado una mano con Gabriela.


—Te lo debía, por haberme bajado del árbol.


—Lo tuyo ha sido mucho más fácil que deshacerme de esa mujer. Está empeñada en casarse conmigo, a pesar de que he sido educado disuadiéndola. He sido claro, incluso un poco rudo, pero parece que no quiere aceptar una negativa. Como verás, aunque preparé mis vacaciones en secreto, consiguió averiguarlo todo. Por eso, a última hora cancelé el viaje.


Paula arrugó la nariz y le sugirió:

—¿Por qué no la ignoras simplemente?


—Eso es imposible. Es tan perseverante como un mosquito revoloteando en la misma oreja, toda la noche. Normalmente, no me afecta tanto. Pero la verdad es que necesito unas vacaciones, una playa y todas las siestas del mundo.


—Pues dile que estás casado —le sugirió Paula—. O que tienes una enfermedad incurable.


—¿Como cuál? —preguntó Pedro, enarcando una ceja.


—Soltería en fase terminal.


—No creo que funcione —contestó desanimado el joven, mientras su acompañante se reía.




FARSANTES: CAPÍTULO 8

 


Lorena tenía razón. Así eran las mujeres que le gustaban a Pedro Alfonso… Por lo menos, así era la joven que acababa de llegar. Paula observó con curiosidad la cara de Alfonso. Parecía un animal cuya mirada hubiera sido deslumbrada por los potentes faros de un coche.


—Gabriela —dijo por fin—. ¡Qué sorpresa! ¿Te fuiste a Cancún?


—Es obvio. ¿Por qué no viniste, como habíamos quedado?


—Ocurrió un imprevisto y tuve que cancelar el viaje.


—Sí, eso parece —masculló la joven despechada—. Por cierto, ¿quién es ella?


Gabriela apuntó hacia Paula, sin dignarse a mirarla.


—Te presento a Paula Chaves. Es la hermana de mi ama de llaves que me está echando una mano estos días.


—Ya lo veo.


Esta vez, Gabriela inspeccionó a la profesora desde los pies a la cabeza, intentando averiguar por qué sus pantalones cortos estaban tan sucios y por qué llevaba la camisa de Pedro, atada a la cintura.


—¿Por qué lleva tu ropa? —preguntó Gabriela, sin rodeos—. ¿Es parte de la remuneración, o del trabajo?


Tal insinuación le sentó a Paula como una patada en el estómago. Puede que no fuese una experta en alta costura, pero sabía cuando la estaban insultando.


—Gabriela, por favor —suplicó Pedro—. Eso no es de tu incumbencia.


—Se lo podemos explicar —sugirió Paula—. Perdí mi camiseta en lo alto del árbol, y Pedro me prestó su camisa para que el vecindario, no me viese desnuda. ¿Está claro?


Pedro se había quedado sin palabras. La hermana de Lorena le dio una patada en el tobillo, para que la apoyara.


—Sí, eso… —balbuceó Alfonso. Gabriela no parecía muy convencida con la explicación, y le hizo preguntas impertinentes a Pedro.


—No soy de piedra, puedes hablar directamente conmigo porque estoy delante de ti —le espetó Paula—. Deberían haberte enseñado buenos modales…


Pedro, ¿vas a dejar a tu criada que me hable en ese tono?


—No veo por qué tendría que hacerla callar. Y no se trata de mi criada, trabaja por libre.


—Eso es —exclamó la profesora.


—¡Menudo aspecto tienes, Pedro! Ya que pretendes vestir de modo informal, por lo menos, hazlo con estilo. 


Ante tales palabras, Paula estuvo a punto de atragantarse. Alfonso, por su parte, estaba mudo de vergüenza ajena.


—¡Visto como me parece! —exclamó el joven indignado.


—Con el sueldo de la empresa, podrías permitirte el lujo de adquirir ropa distinguida… Papá iba a correr con tus gastos del viaje. ¡Eres muy valioso para la compañía, y queremos tratarte como te mereces!


Pedro tenía ganas de estrangularla. Cuando Gabriela no conseguía lo que pretendía de él, entonces empuñaba las armas del soborno. Había sido su acompañante en tres fiestas, relacionadas con la correduría de agentes de bolsa de su padre. Ahora, el siguiente paso consistía en casarse con ella.


Pero Alfonso prefería casarse con un puerco espín, antes que hacerlo con ella. Era una mujer fría como el hielo. ¡Si no entraba en sus planes la idea de casarse, menos aun con un iceberg!


—No puedo hablar contigo en estos momentos. Ya te llamaré para charlar cuando vuelva a la oficina —se excusó Pedro.


—¿Charlar? —preguntó Gabriela sin poder creer lo que le estaba pasando.


—La señorita Chaves necesita ser atendida por un médico —dijo Pedro, solicitando el apoyo de Paula.


—Espero que no tengamos que ir al hospital —sostuvo la joven profesora.


—Estoy convencida de que no es nada grave —comentó Gabriela despectivamente.


—Nunca se sabe —replicó Pedro, negando con la cabeza—. ¡Qué pena que no nos encontráramos en Cancún! Pues, da la casualidad de que Paula y yo vamos a coincidir en el mismo lugar, estas vacaciones, ¿no es cierto?