miércoles, 25 de noviembre de 2020

VENGANZA: CAPITULO 3

 


Paula salió al escenario sin dejar de pensar en Pedro Alfonso. Pero tenía que calmarse. Tenía que apartar de su mente la turbadora escena del camerino.


La charla de los espectadores terminó en cuanto la luz del foco central cayó sobre ella. Para entonces, la mayoría de los clientes había terminado de cenar y, siendo viernes por la noche, el local estaba lleno.


Por un momento, los nervios se le agarraron al estómago. Pero enseguida dio un paso adelante. Aquél era un sitio que le gustaba. Un sitio especial donde su voz, su mente y su cuerpo se mezclaban con la música.


Sólo al final de la segunda canción vio el rostro de Pedro entre la gente. Estaba solo y su mirada no revelaba nada.


Paula tembló al pensar que después tendría que tomar una copa con él. El recuerdo de lo que había sentido en la playa cuando la tocó. Y el miedo que le daba aquel hombre…


Apartando la mirada, Paula siguió intentando que el público disfrutase de sus canciones. Al final, durante la última nota, todos se quedaron un momento en silencio y luego empezaron a aplaudir. Paula les lanzó un beso e hizo una reverencia, la larga melena cayendo sobre su cara. Cuando se incorporó, apartándose el pelo de la cara, los aplausos se convirtieron en silbidos de admiración y peticiones de bis.


—Muy bien. Una composición de Andrew Lloyd Webber, una de mis favoritas. Si alguna vez han perdido a alguien, esta canción es para ustedes.


Paula empezó a cantar Memory. Su voz atravesaba la sala, clara y pura. Apenas se dio cuenta de que la gente contenía el aliento pero, cuando llegó a la nota final, el público se volvió loco.


Sonriendo, Paula volvió a saludar. Pero no podía dejar de mirar a Pedro… pensando en la letra de la canción. Un nuevo día. Sus ojos se encontraron y la sonrisa de Paula desapareció.


No habría un nuevo día para ellos. El pasado era una barrera infranqueable.


Paula estaba temblando cuando llegó al camerino. Sentía como si acabara de tener una pelea a dos asaltos con Rocky Balboa. Lucie, su compañera, había vuelto y estaba tumbada en el sofá.


—El jefe quiere verte —le dijo.


—¿Mauricio?


—No, el jefazo. Pedro Alfonso. Me ha dicho: «Recuérdale que quiero tomar una copa con ella». No me habías dicho nada sobre esa invitación.


Paula debería haber sabido que Pedro no iba a dejarla escapar. Que querría una explicación después de la bomba que había soltado antes de salir del camerino.


—Vino a verme unos minutos antes de salir al escenario —Lucie no sabía nada sobre su relación con Pedro, y ella no pensaba contárselo—. Pero estoy agotada.


En realidad, estaba asustada por su propia reacción. Lo último que quería era sentir algo por Pedro Alfonso. Y necesitaba tiempo para lidiar con esa inesperada complicación.


Cuando se enfrentase con él sería en sus términos, en su espacio. No en territorio del magnate griego.


—Así que puedes decirle que hoy no me apetece —terminó.


Rechazarlo sería lo mejor. Eso haría que Pedro quisiera verla desesperadamente.


—Paula, no seas tonta. En los ocho meses que llevo trabajando aquí, Pedro Alfonso no ha invitado a nadie a una copa. ¿Y tú te niegas? —Lucie se levantó del sofá y empezó a pasear por el camerino.


—Estoy cansada.


—No te entiendo. Esta vez ni siquiera ha venido a Strathmos con una mujer. Dicen que ha roto con… —Lucie mencionó el nombre de una conocida modelo—. ¿Por qué no pruebas suerte? Evidentemente, está interesado por ti.


Paula no se molestó en contestar. Tomó unas toallitas limpiadoras y empezó a quitarse el maquillaje a toda prisa. Pedro iría a buscarla, y ella no tenía intención de estar allí.


Unos segundos después, Lucie salió del camerino murmurando algo sobre la suerte que tenían las demás.


Pero Paula sabía que la invitación de Pedro no tenía nada que ver con la suerte. Su reacción en la playa había dejado bien claro que no quería verla allí.


Y ella debía ir con pies de plomo. 


Llevaba un año intentando ponerse en contacto con él y, por fin, había conseguido un contrato para trabajar en Strathmos.


Sólo tenía dieciocho días para descubrir lo que quería y para encontrar la forma de hacerlo pagar por todo el dolor que le había causado. De modo que no podía dejarse asustar por el roce de su mano.




VENGANZA: CAPITULO 2

 


Media hora después, llevando sólo unas braguitas y una camisola de seda, Paula estaba frente al espejo del camerino que compartía con Lucie La Vie, una cómica que hacía un número en uno de los bares anexos al teatro Electra.


Encontrarse con Pedro Alfonso en la playa había sido una sorpresa. Ni siquiera sabía que hubiese vuelto a Strathmos. Ella llevaba una semana allí, esperándolo y temiendo el encuentro. Quería estar preparada… vestida para la ocasión. Quería enseñarle lo que se estaba perdiendo. En lugar de eso, iba en pantalón corto, sin maquillaje y con las piernas llenas de arena. Y, desde luego, no había esperado quedarse sin palabras.


Mirándose al espejo, Paula se preguntó qué pensaría Pedro de la transformación. El maquillaje le daba a su piel una perfección falsa, escondiendo las pecas que cubrían su nariz. El maquillaje de ojos acentuaba su mirada, y el carmín rojo, la sensualidad de sus labios.


Pedro le gustaban las mujeres bellas y exóticas. Sus amantes más recientes habían sido modelos famosas. Y, según decían las revistas que había estudiado, seguía sin sentar la cabeza.


Paula se examinó frente al espejo. Estaba guapísima, exótica. Y Pedro estaría entre el publico, examinándola.


Su plan tendría que…


Un golpecito en la puerta interrumpió sus pensamientos.


—Diez minutos, Paula.


—Ah, gracias —murmuró ella, pasándose una mano por el pelo para intentar sujetar los salvajes rizos. No recordaba la última vez que un hombre le había acariciado el pelo…


Entonces recordó la mano de Pedro en su brazo, sus largos dedos…


Un segundo después la puerta se abrió y Pedro Alfonso entró en el camerino con la fuerza y la energía de un huracán.


—¡No puedes entrar aquí! —exclamó Paula, conteniendo el deseo de taparse con las manos. A pesar del escote, la camisola escondía todo lo que tenía que esconder.


Pedro cerró la puerta y se cruzó de brazos.


—No te preocupes. No voy a ver nada que no haya visto antes.


Paula tragó saliva. Era un hombre magnífico. La chaqueta blanca parecía hecha a medida. Su pelo brillaba como el oro viejo y sus ojos, de color turquesa, lanzaban destellos. Era un hombre seguro de sí mismo, millonario y poderoso.


Y aquél era el hombre al que pensaba darle una lección que nunca podría olvidar…


—¿Qué quieres?


—Que tomes una copa conmigo después del espectáculo.


Paula intentó esconder su satisfacción. Sí, había merecido la pena ir a Strathmos. Unos años antes Pedro Alfonso la había impresionado con su personalidad y su atractivo mediterráneo. Pero ya no le interesaban nada los tipos dominantes.


Sin embargo, no quería aceptar enseguida. No quería que Pedro perdiese interés. Y tampoco debía olvidar por un momento cuál era su objetivo.


—¿Te importa esperar fuera hasta que me haya vestido?


Pedro frunció el ceño y Paula sonrió. Era un hombre acostumbrado a la admiración, la adulación, a que las mujeres cayeran rendidas a sus pies. Pero ella no lo haría.


—He venido al Palacio de Poseidón a cantar —le recordó.


—¿Sólo a cantar? Yo no estoy tan seguro. Quizá has mentido antes. Quizá quieres volver a mi cama…


—Ya te he dicho que no.


—¿No te gustaría volver a vivir a lo grande, como antes?


Qué arrogante era. Paula se dio la vuelta y lo fulminó con la mirada. Pero era tan alto que tuvo que inclinar la cabeza hacia atrás.


—Hablas como si hubiera sido una mantenida. Pero entonces también trabajaba para ti.


—¿Compartir mi cama durante seis meses era un trabajo?


De nuevo, Paula sintió el deseo de taparse, de comprobar que la camisola no revelaba sus oscuros pezones. Nerviosa, se levantó para ir a una esquina del camerino, donde había varios trajes colgados de un biombo.


De espaldas a Pedro, se puso un vestido de lentejuelas rojas. Y cuando se volvió, la expresión en el rostro del hombre la dejó sin habla.


Pedro también estaba sin habla. El vestido abrazaba sus curvas como un amante apasionado y el escote era tan provocativo…


—Mi carrera siempre ha sido importante para mí.


Y la fama también, seguramente.


—Si tú lo dices… pero yo diría que eso cambió cuando conseguiste lo que querías.


—¿Y qué es lo que quería?


—Un hombre rico que pudiera darte todos los caprichos. Una tarjeta de crédito sin límite para comprar ropa, joyas… —Pedro miró entonces el topacio que Paula llevaba en el dedo meñique de la mano izquierda—. Elegiste ese anillo en Mónaco. ¿No te acuerdas?


—No, me temo que no —contestó ella, sacando un par de guantes de encaje negro de un cajón.


Al otro lado de la puerta, Mauricio Lyme, el gerente del teatro, la llamó.


—Tengo que irme —dijo Paula.


—Espera, esta conversación no ha terminado. Claro que te acuerdas. Esa noche fuimos al Baile de la Rosa y coqueteaste con todos los hombres que se cruzaban en tu camino…


¿Hombres? ¿Qué hombres?


—Eso no es verdad…


—¿Ha habido tantos hombres que ya no distingues a unos de otros? Esa noche llevabas puesto ese anillo… un anillo que yo te regalé. ¿No te acuerdas de eso? —le preguntó Pedro, irónico—. Pero seguro que te acuerdas de lo que pasó en la cama después.


A Paula se le encogió el estómago. Fuera, Mauricio volvió a llamarla.


—No me acuerdo —repitió, abriendo la puerta—. No recuerdo nada de esa noche en el Baile de la Rosa. Y no recuerdo nada sobre ti. He perdido la memoria, Pedro.



VENGANZA: CAPITULO 1

 


Paula Chaves había vuelto.


Intentando contener la sorpresa que casi lo había dejado paralizado, Pedro Alfonso se dirigió hacia la mujer que lo había traicionado.


Sus empleados no le habían mentido. La verdad era que su antigua amante estaba en su playa, en su isla, admirando uno de sus yates. Y Pedro pensaba averiguar por qué había decidido volver.


—¿Qué haces aquí? —le espetó—. No esperaba volver a verte nunca. Especialmente aquí, en Strathmos.


Ella se volvió, sorprendida. Era la primera semana de noviembre y los días en la isla de Strathmos empezaban a ser fríos. Afortunadamente, el viento lanzó la melena roja sobre su cara, escondiendo su expresión por un momento. Cuando por fin lo apartó, Paula había conseguido recuperar la calma.


Pedro —murmuró, clavando en él sus ojos pardos—. ¿Cómo estás?


—Olvídate de las formalidades. No puedo creer que hayas venido —Pedro apretó los labios—. No pude creerlo cuando me dijeron que estabas actuando en el teatro Electra.


Ella se encogió de hombros.


—Soy libre y puedo trabajar donde me parezca.


—En cualquier sitio salvo en Strathmos. Éste es mi mundo y se mueve según mis reglas.


La isla era más que su mundo; era su hogar. El mismo había creado aquel paraíso. Pero cuando volvió, después de un mes haciendo negocios por toda Europa, descubrió que Paula llevaba una semana allí.


—¿De verdad quieres que te demande por romper el contrato sin que exista una causa justa?


Pedro apretó los dientes. Él era famoso por ser un empresario justo y no le apetecía nada tener que enfrentarse con ella en los tribunales. Frustrado, miró aquel rostro que se había vuelto aún más hermoso en los tres años de separación. Tenía un aspecto diferente. El pelo más largo, los ojos más brillantes y la boca… esos labios generosos lo habían tentado más de lo que podría explicar. Pedro apartó los ojos de su boca y la miró de arriba abajo.


—Ser cantante es mejor que ser bailarina exótica.


—Han pasado tres años. Las cosas cambian.


—Yo no he cambiado —señaló él.


—No, tú no has cambiado nada —asintió Paula.


—¿Y qué es lo que quieres, una segunda oportunidad?


Ella soltó una carcajada.


—¿Una segunda oportunidad? Debes de estar loco.


Pedro arrugó el ceño. No le gustaba nada aquella nueva Paula.


—¿Por qué estás aquí?


—He venido a trabajar, ya te lo he dicho. Tú… o más bien tus validos me dieron el trabajo. Y el dinero que me ofrecieron era demasiado tentador como para decir que no.


—Ah, dinero.


—Sí, dinero. Tú heredaste un imperio de hoteles en las islas griegas antes de cumplir los veintiún años, pero eso no te da derecho a mirar a nadie por encima del hombro. Yo necesito dinero para vivir.


—He trabajado mucho para convertir unos hoteles familiares en una cadena hotelera de cinco estrellas. Y, que yo sepa, tú nunca pusiste objeción alguna al dinero que eso te proporcionaba.


—Si lo que dicen en las revistas es verdad, ahora estás tan alejado de los simples mortales como yo, los que tenemos que trabajar para ganarnos la vida, que podrías vivir en el monte Olimpo.


—No deberías creer lo que dicen las revistas —replicó él, pensando en los cotilleos que habían publicado sobre su ruptura con Melina.


—¿No? —Paula levantó una ceja—. Entonces, ¿no eres el playboy del que hablan continuamente? ¿No sales con una modelo diferente cada semana?


—Salir en las revistas favorece tanto a esas mujeres como a mí.


—Entonces, ¿es sólo una cuestión de Relaciones Publicas? ¿Para crear la ilusión de cómo viven los ricos y famosos? ¿Es eso?


—¿Por qué estás tan interesada… a menos que quieras otra oportunidad para meterte en mi cama?


Ella hizo una mueca.


—No tengo la menor intención.


—¿No te han dicho que debes ser amable con el jefe? —sonrió Pedro—. Hace tres años no te habrías atrevido a hablarme como lo haces ahora.


—Hace tres años era una cría —replicó ella. Se había movido y, al hacerlo, la camiseta ajustada que llevaba se levantó un poco, mostrando un estómago plano y bronceado. Pedro tuvo que hacer un esfuerzo para apartar la mirada.


—Pero no niegas que estás interesada…


Paula miró su reloj.


—No puedo negar que eres un hombre fascinante.


Pedro soltó una carcajada.


—No me deseas… pero admites que soy fascinante. ¿Qué mensaje estás intentando enviar?


Paula, por un momento, no supo qué decir. Y Pedro se dio cuenta de que se le había puesto la piel de gallina.


—¿Tienes frío?


—No —contestó ella.


Él tocó su brazo con un dedo.


—Si no tienes frío, ¿qué es esto?


Paula apartó el brazo a toda prisa, y Pedro la miró a los ojos. ¿Qué había en ellos? Sorpresa y algo más… ¿miedo?


—Perdona, pero tengo que irme. Quizá te apetezca ir a ver el espectáculo —replicó ella, dándose la vuelta.


Pero Pedro la tomó del brazo, obligándola a mirarlo. Y aquella vez comprobó que era miedo lo que había en sus ojos. Miedo. Un miedo poderoso y abrumador.


¿Por qué estaba allí? Había dicho que necesitaba el dinero. ¿Era ésa la única razón? ¿O, a pesar de su negativa, querría retomar la relación que habían roto tres años antes?


—Suéltame —dijo Paula, mirando los dedos que sujetaban su brazo.


Pedro apartó la mano.


—Muy bien, como quieras.


—Supongo que debería decir «encantada de verte» —murmuró ella, inclinándose para tomar las sandalias que había dejado sobre la arena.


—Pero estarías mintiendo.


—Yo no he dicho eso. No pongas palabras en mi boca.


Su boca. Pedro miró sus labios y sintió una inesperada punzada de deseo. ¿Cómo podía seguir deseando a Paula Chaves después de lo que le había hecho?


¿Y cómo podía haber olvidado lo sexy que era? Los labios generosos, las sinuosas curvas de su cuerpo, la melena roja como el fuego… ¿cómo podía haber olvidado esos detalles?


—De bailarina exótica a cantante. Me gustaría ver esa transformación. Iré a verte.




VENGANZA: SINOPSIS

 


¿Cómo se atrevía a aparecer de nuevo en su vida la mujer a la que había echado de su cama?


Paula Chaves había perdido la memoria y buscaba respuestas que le aclararan los misterios de su pasado. El empresario griego Pedro Alfonso estaba encantado de recordarle a su ex amante el romance que habían vivido juntos.


Pero mientras trataba de vengarse de Paula por haberlo traicionado, Pedro descubrió algo más que una increíble pasión. La mujer que estrechaba entre sus brazos no era su antigua amante. ¡Era su hermana gemela y pretendía vengarse de él!



martes, 24 de noviembre de 2020

VERDADERO AMOR: CAPÍTULO FINAL

 



Los ojos de él se oscurecieron y a ella se le aceleró el pulso. Él se le acercó… y empezó a llover.


—¡Ahora no! —murmuró Paula. Miró al cielo y luego a Pedro—. Podemos ir a mi piso.


Con ojos brillantes, él la tomó de la barbilla.


—Si me invitas a subir, Pau, tardaré un buen rato en marcharme.


—¿Dónde está Melly? —atinó ella a preguntar.


—Con mis padres. Mi padre la llevará a la fiesta de Yvonne esta noche.


—¿Así que no tienes que irte a ningún sitio?


—No.


—Entonces… Bésame, Pedro —gimió ella.


Lo hizo. Y cuando levantó la cabeza, ella apenas podía respirar ni sostenerse en pie. Cuando recuperó las fuerzas, lo agarró de la mano y se dirigió a la escalera que conducía al piso.


—Vamos.


Pedro le quitó las llaves de las manos y la obligó a mirarlo, sin importarle la lluvia.


—No estoy dispuesto a perderte otra vez, Pau. Quiero que sepas que esto —indicó la puerta con un gesto de la cabeza— es para siempre. Y necesito saber que sientes lo mismo.


Pau creyó que el corazón le iba a estallar.


—Para siempre —murmuró. En su vida había estado más segura de nada.


—Te quiero con toda mi alma, Paula —dijo él apoyando la frente en la de ella—. Prométeme que no volverás a huir. Creo que no podría soportarlo.


Se le oscurecieron los ojos al recordar el dolor. Ella le retiró el pelo de la frente.


—Te lo prometo —y lo besó con todo el amor que había en su corazón.


Ambos jadeaban cuando se separaron.


—A cambio —dijo él con voz ronca, mirándola a los ojos—, prometo que te escucharé siempre y que no sacaré conclusiones estúpidas de manera precipitada.


—Ya lo sé —respondió ella. Pero se le ocurrió que, aunque lo hiciera, ambos eran más fuertes. Juntos, lo superarían todo.


Sin saber por qué, se echó reír entre sus brazos, contenta de estar cerca de él y de amarlo.


—¿Qué hacéis ahí arriba, jovencitos? —gritó la señora Lavender escandalizada—. ¿No os dais cuenta de que está lloviendo? Entrad antes de que os pongáis enfermos.


—Será mejor que hagamos lo que dice la señora —observó Pedro sonriendo al tiempo que abría la puerta.


—Desde luego —respondió Paula casi sin poder respirar.


Él extendió la mano. Ella le dio la suya. Y juntos cruzaron el umbral.







VERDADERO AMOR: CAPÍTULO 46

 


¡No! No quería que se marchara. Sintió la boca seca. No quería que se marchara bajo ningún concepto. Se dio cuenta en ese momento de que al negarse la posibilidad de una vida junto a Pedro, de estar con él, se estaba haciendo tanto daño como le había hecho la falta de confianza de él ocho años antes. ¿Implicaba eso que se convertiría en la persona desesperada y destructiva a quien tanto temía?


Contuvo el aliento, se clavó las uñas en las palmas de las manos, bajó la cabeza y esperó a que la oscuridad y la ira la invadieran de nuevo… y siguió esperando.


Alzó un poco la cabeza, tomó aire temblorosa y contó hasta tres. Levantó la cabeza un poco más y lentamente se percató de que la oscuridad no volvería. Había aprendido de los errores del pasado; era mayor, más fuerte y más sensata y ¡ya no tenía miedo! Quería ponerse a cantar y a bailar.


Miró a Pedro y el deseo de cantar y bailar desapareció bruscamente. ¿No sería demasiado tarde? ¿Se le habrían agotado la paciencia y el amor? Miró el retrato de Frida y volvió a mirar a Pedro.


—Te quiero —dijo ella con sencillez y naturalidad, como él lo había hecho aquel día. No sabía si sería demasiado tarde para decirlo, pero sí que tenía que hacerlo.


Pedro se quedó inmóvil.


—¿Qué has dicho?


Pau se dio cuenta de que las personas más cercanas a ellos se habían dado la vuelta y los miraban. Se arrimó más a él y le susurró:

—Te quiero, Pedro.


—¿Te avergüenzas de tus sentimientos? —le preguntó él al tiempo que echaba la cabeza hacia atrás y la miraba con ojos centelleantes.


—No, no me avergüenzo de quererte —lo dijo en voz alta y orgullosa—. Como los hombres no suelen ser tan efusivos como las mujeres, creí que preferirías que te lo dijera en privado.


Él se limitó a mirarla, sin moverse, sin decir nada. Pau pensó que tenía que haber oído lo que le había dicho, ya que se lo había repetido tres veces.


—Lo habitual es que, llegados a este punto, el chico bese a la chica —señaló la señora Lavender—. Y si eso es lo que pretendes hacer, Pedro, te sugiero que lo hagas en privado.


Sus palabras fueron mágicas para Pedro. Tomó a Pau de la mano y la sacó de la librería. Una vez en la calle, la soltó y la miró.


—No me has besado —dijo Pau sin poder evitarlo.


—Aún no —la señaló con un dedo que temblaba—. Has dicho que me quieres.


—Sí.


—¿Por qué has cambiado de opinión?


—No he cambiado de opinión. Siempre te he querido —y sentía que él también la había querido siempre.


—¿Qué te ha hecho cambiar de idea con respecto a arriesgarte?


—Frida. No podía acabar su retrato porque estaba bloqueada. Y lo estaba por lo que me dijiste: no estaba viviendo como mi madre habría querido. Cuando vi el retrato acabado, por fin me di cuenta de lo que ella quería que hiciera.


—¿Decirme que me quieres?


—Ser feliz —lo corrigió ella con suavidad—. Y estar contigo es lo que me hace más feliz.



VERDADERO AMOR: CAPÍTULO 45

 


Paula sintió que el corazón le latía aceleradamente.


Miró el retrato sin terminar de su madre en busca de guía. «¿Qué hago, mamá?». El retrato no le dio la más mínima pista. Tal vez si lo acabara… Pero no podía. Algo la bloqueaba. Algo se interponía entre ella y su capacidad para hallar y plasmar la esencia definitiva de Frida.


¿Querría su madre que se arriesgara de nuevo con Pedro? Paula volvió a mirar por la ventana. El pelo de Pedro brillaba al sol. Se apoderó de ella el deseo, pero…


¡No! Tenía miedo. No podía arriesgarse. Aquel día había conseguido mucho más de lo que había esperado. Debía contentarse con eso. Tendría que bastarle.


La tarde transcurrió plácidamente sin que Paula tuviera que preocuparse de nada. Todos coincidieron en que las lecturas habían sido un éxito, incluidos los escritores, que vendieron decenas de libros.


Pedro recogió la barbacoa y desapareció. Paula hizo lo que pudo para no prestarle atención y justo cuando creía que el día se estaba acabando, vio que Pedro se hallaba en el mismo sitio en que habían estado los escritores y pedía la atención de los presentes. Paula cruzó los brazos y adoptó un aire de despreocupación.


—Como la mayoría sabe, este día no habría sido posible si no hubiera sido por una mujer muy especial: Paula Chaves —dijo Pedro.


Ella tragó saliva y trató de sonreír mientras todos aplaudían.


—Pau ha vuelto a Clara Falls para honrar la memoria de su madre y hacer realidad su sueño. No sabéis cuánto me alegro de que tanta gente del pueblo haya venido a apoyarla.


Paula se percató de que la mayor parte de los turistas se había ido. Los que quedaban eran casi todos del pueblo. Pedro señaló el retrato de Frida que estaba detrás de él.


—Como veis, Pau tiene la intención de dejar un recuerdo perdurable de su madre en Clara Falls. Parece un final muy adecuado para este día que Paula dé los últimos toques al retrato de su madre. Los que estéis de acuerdo, aplaudid para que lo haga.


¡De ningún modo! Pedro no podía obligarla y ella no iba a hacerlo. No podía. Pero se había abierto un pasillo entre Pedro y ella y todo el mundo aplaudía. Algunos lanzaban vítores, otros golpeaban el suelo con los pies, por lo que Pau no tuvo más remedio que avanzar.


—¿Qué es esto? —preguntó ella entre dientes cuando llegó a la altura de Pedro—. ¿Una venganza?


—Acaba el maldito cuadro de una vez, Paula.


El tono de su voz era duro e implacable, pero cuando ella lo miró a los ojos vio que le brillaban.


—No puedo, Pedro —se avergonzaba de cómo le temblaba la voz, pero no podía evitarlo.


—¿En qué te fijas en las fotografías que transformas en tatuajes? —le preguntó él mientras la tomaba de la mano—. ¿Qué ves en esas personas que no conoces pero que captas tan bien que a sus seres queridos se les saltan las lágrimas?


—Detalles —susurró ella. Se centraba en los detalles, de uno en uno.


—¿Confías en mí? —le preguntó él.


—Sí —replicó ella después de mirarlo durante unos instantes. Sabía que no la llevaría por mal camino en algo tan importante, a pesar de que le había hecho daño. Trataría de ayudarla como ella lo había ayudado.


—Olvida que es tu madre —le aconsejó él mientras le entregaba la foto de Frida—. Olvida que la conociste y céntrate sólo en los detalles.


Ella miró la fotografía. Los detalles. Eso era lo que tenía que hacer.


—Pinta, Pau —le dijo él entregándole un pincel.


Entonces, Paula se dio cuenta de que había preparado las pinturas para ella. Y pintó. El aroma de él la envolvía, y pintó. Acabó los ojos y la nariz, la frente y el pelo. Después se centró en la boca, con los labios abiertos porque se reía y las arrugas saliéndole de las comisuras. Luego se centró en la mandíbula, fuerte y cuadrada, con el lunar; después, en el cuello y los hombros.


Como siempre sucedía, cuando acabó no tenía ni idea del tiempo transcurrido. Dejó el pincel y retrocedió, y los presentes lanzaron un grito ahogado. Pau lo entendió como lo que era: un grito reverencial. Había hecho un buen trabajo. Sin embargo, aún no podía mirarlo. Necesitaba que todos los detalles se le evaporaran de la mente.


Se presionó los ojos con las palmas de las manos. Estaba increíblemente cansada. Unos fuertes brazos la rodearon. Quiso que aquellos brazos, los de Pedro, la protegieran para siempre. Había estado detrás de ella todo el tiempo que estuvo pintando, animándola con su presencia, ordenándole que no perdiera la concentración. Y ella le había obedecido. Pero no podía quedarse en sus brazos, al menos, no para siempre. Ya había tomado esa decisión: no podía consentir que lo peor de su naturaleza volviera a liberarse.


Antes de que ella pudiera desprenderse de sus brazos, fue él quien la soltó.


—¿Estás lista para verlo?


Ella tomó aire y asintió con dificultad. Él la condujo hacia la multitud y luego hizo que se diera la vuelta para enfrentarse a su obra de arte. Paula miró el cuadro y se tambaleó ante el impacto que le produjo. Se habría caído si Pedro no la sujetara con un brazo alrededor de los hombros.


Frida se reía al sol. Su madre estaba frente a ella y se reía con la alegría y bondad típicamente suyas. Pau sintió deseos de extender la mano y tocarla. Así querría Frida que la recordara. Así querría que todos la recordaran.


«¡Oh, mamá! Te quería. Lo sabías, ¿verdad?».


«Sí». La palabra le llegó envuelta en una brisa con aroma otoñal y, de repente, comenzó a llorar. La opresión que sentía en el pecho fue disminuyendo.


«¿Qué hago, mamá?». Esa vez no obtuvo respuesta, pero en su corazón comenzó a hallarla cada vez con más claridad según observaba el retrato. Su madre le diría que fuera feliz, porque era lo único que siempre había querido.


¿Se atrevería a serlo? Se secó las lágrimas con manos temblorosas y se giró para mirar a los presentes, que se mantenían en silencio.


—Quiero daros las gracias a todos por venir, por apoyar la librería, a Frida y a mí. Sé que mi madre también os lo agradecería, si pudiera. Cuando volví aquí, lo hice con rencor en el corazón. Pero ya ha desaparecido. Por fin me he dado cuenta de que mi verdadero hogar se encuentra aquí, en Clara Falls, y es estupendo estar de vuelta —dijo con una sonrisa.


La gente rompió a aplaudir. Al cabo de un buen rato, el señor Sears consiguió que parara.


—Muy bien, amigos. Se clausura oficialmente la feria del libro —lanzó a Paula una mirada astuta—. Al menos, por este año.


Pau le dedicó una enorme sonrisa.


—Es hora de que me vaya, Pau—dijo Pedro tocándole el brazo.