martes, 24 de noviembre de 2020

VERDADERO AMOR: CAPÍTULO 46

 


¡No! No quería que se marchara. Sintió la boca seca. No quería que se marchara bajo ningún concepto. Se dio cuenta en ese momento de que al negarse la posibilidad de una vida junto a Pedro, de estar con él, se estaba haciendo tanto daño como le había hecho la falta de confianza de él ocho años antes. ¿Implicaba eso que se convertiría en la persona desesperada y destructiva a quien tanto temía?


Contuvo el aliento, se clavó las uñas en las palmas de las manos, bajó la cabeza y esperó a que la oscuridad y la ira la invadieran de nuevo… y siguió esperando.


Alzó un poco la cabeza, tomó aire temblorosa y contó hasta tres. Levantó la cabeza un poco más y lentamente se percató de que la oscuridad no volvería. Había aprendido de los errores del pasado; era mayor, más fuerte y más sensata y ¡ya no tenía miedo! Quería ponerse a cantar y a bailar.


Miró a Pedro y el deseo de cantar y bailar desapareció bruscamente. ¿No sería demasiado tarde? ¿Se le habrían agotado la paciencia y el amor? Miró el retrato de Frida y volvió a mirar a Pedro.


—Te quiero —dijo ella con sencillez y naturalidad, como él lo había hecho aquel día. No sabía si sería demasiado tarde para decirlo, pero sí que tenía que hacerlo.


Pedro se quedó inmóvil.


—¿Qué has dicho?


Pau se dio cuenta de que las personas más cercanas a ellos se habían dado la vuelta y los miraban. Se arrimó más a él y le susurró:

—Te quiero, Pedro.


—¿Te avergüenzas de tus sentimientos? —le preguntó él al tiempo que echaba la cabeza hacia atrás y la miraba con ojos centelleantes.


—No, no me avergüenzo de quererte —lo dijo en voz alta y orgullosa—. Como los hombres no suelen ser tan efusivos como las mujeres, creí que preferirías que te lo dijera en privado.


Él se limitó a mirarla, sin moverse, sin decir nada. Pau pensó que tenía que haber oído lo que le había dicho, ya que se lo había repetido tres veces.


—Lo habitual es que, llegados a este punto, el chico bese a la chica —señaló la señora Lavender—. Y si eso es lo que pretendes hacer, Pedro, te sugiero que lo hagas en privado.


Sus palabras fueron mágicas para Pedro. Tomó a Pau de la mano y la sacó de la librería. Una vez en la calle, la soltó y la miró.


—No me has besado —dijo Pau sin poder evitarlo.


—Aún no —la señaló con un dedo que temblaba—. Has dicho que me quieres.


—Sí.


—¿Por qué has cambiado de opinión?


—No he cambiado de opinión. Siempre te he querido —y sentía que él también la había querido siempre.


—¿Qué te ha hecho cambiar de idea con respecto a arriesgarte?


—Frida. No podía acabar su retrato porque estaba bloqueada. Y lo estaba por lo que me dijiste: no estaba viviendo como mi madre habría querido. Cuando vi el retrato acabado, por fin me di cuenta de lo que ella quería que hiciera.


—¿Decirme que me quieres?


—Ser feliz —lo corrigió ella con suavidad—. Y estar contigo es lo que me hace más feliz.



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