miércoles, 15 de julio de 2020

UN AMOR EN EL OLVIDO: CAPITULO 29





Aquélla era la verdadera Paula. La persona que habría sido si hubiera crecido sin penas ni sufrimiento. Aquélla era la mujer en la que se habría convertido si él no se lo hubiera arrebatado todo cuando sólo tenía catorce años.


De repente, no pudo respirar. El aire lo ahogaba. 


Se sintió como si se estuviera asfixiando. Se quitó con fuerza la corbata. Si Paula recuperaba algún día la memoria…


No solo lo odiaría, sino también al hijo que llevaba en las entrañas.


En aquel momento, ella se volvió para mirarlo como si hubiera notado el peso de la mirada de Pedro. Sonrió inmediatamente y sus ojos mostraron adoración y amor. Era la mujer más deseable que él hubiera conocido nunca. La amante perfecta.


La perfecta esposa. La perfecta madre. En aquel momento. Pedro tomó una dolorosa decisión.


Se dirigió hacia el mercado y, sin decir palabra, tomó a Paula entre sus brazos y la besó apasionadamente. Ella le devolvió el beso y se echó a reír.


—¿Qué pasa? ¿Ocurre algo?


—Nada.


Efectivamente, pensaba asegurarse de que no volviera a ocurrirle nada nunca más. La estrechó con fuerza contra su cuerpo, como si no tuviera intención de dejarla escapar y le dio un beso en el cabello. No podía perderla. No podría soportarlo. Sabía que no se la merecía, pero no podía dejar que volviera a ser la persona que había sido antes de perder la memoria, una mujer amargada que centraba su existencia en la búsqueda de venganza.


Por primera vez en su vida, a Pedro no le importó la justicia, sino que rezó para pedir piedad.


¿Adónde podía llevarla? ¿Dónde podría estar segura, lejos de todo lo que pudiera recordarle la verdad? ¿A qué lugar podía llevarla para que ningún recuerdo pudiera asaltarla nunca?


La sacó del mercado.


—¿Adónde vamos?


—A casa —dijo él, de repente—. Te llevo a casa.


—¿Al ático?


—No. A Mithridos. A mi isla.


Para salvar a su familia, para salvarlos a todos.
Pedro tenía que rezar, y esperar, que ella nunca recordara nada.





UN AMOR EN EL OLVIDO: CAPITULO 28




La observó una vez más y vio que estaba en un puesto, examinando una selección de patucos de bebé.


Seguramente, Damian le habría contado a su hija que él era inocente.


Habría insistido en que él era a quien le había hecho daño. Le habría dicho que Pedro se había enfrentado a él para sacar beneficio. Damian había sido un hombre encantador y manipulador. 


Así, había conseguido estafarles a sus propios accionistas diez millones de dólares antes de que una fuente interna hubiera alertado a Pedro del robo.


¿Le creería Paula si el le contaba la verdad?


Sí, seguramente le perdonaría. Comenzó a caminar hacia ella y, entonces, se detuvo en seco. Tendría que contarle la verdad sobre unos padres a los que idolatraba, dos personas que ya estaban muertas. Eso le rompería el corazón.


¿Importaría eso? Si recuperaba la memoria, lo odiaría de todos modos. No importaba si le contaba la verdad o no. Después de pasarse una vida amando a su padre, ninguna explicación que pudiera darle podría competir con eso. Justa o injustamente, ella le odiaría por haber destruido sus recuerdos más queridos.


Si ella volvía a recuperar la memoria, Pedro la perdería para siempre. Tan sencillo como eso.


Pedro cerró los ojos. La última vez que vio a Damian Hunter, éste estaba completamente borracho en un hotel de Nueva York.


—Me has arruinado, canalla —le dijo Damian—. Yo te lo enseñé todo, te saqué del arroyo y éste es tu modo de pagármelo.


—Les estabas robando a tus accionistas —le replicó Pedro fríamente.


Se alejó de él sin sentir culpabilidad alguna. 


Sabía que había hecho lo correcto.


Damian Hunter había infringido la ley y tenía lo que se merecía. No se sintió culpable ni siquiera después de que Damian Hunter cayera al río Hudson con su Mercedes.


Había estafado… y no sólo a sus accionistas.


Jamás se le había ocurrido pensar en la hija que Damian dejaba atrás.


Jamás se había ocupado de su viuda.


Durante el primer año que Pedro pasó en los Estados Unidos, fue a la casa de los Hunter en Massachusetts para celebrar el Día de Acción de Gracias con ellos.


Recordaba perfectamente cómo Barbara besaba a Damian antes de servir el pavo. Su hija, Pau, era entonces sólo una niña regordeta.


Paula había cambiado mucho desde entonces, pero en esos momentos el embarazo había redondeado su figura y él podía ver por primera vez la semejanza con la niña que había sido entonces… Dios mío, era el quien tenía amnesia, aunque, en su caso, por elección.


El escándalo que siguió a la muerte de Damian debió de terminar con todo el dinero. Barbara Hunter regresó a Inglaterra. Tras amar a Damian casi hasta la locura, se casó con Arturo Craig para asegurarse así un futuro para su hija.


No podía ser que hubiera muerto por problemas de corazón. No. Ya nadie moría por un corazón roto.


Miró de nuevo a Paula. Durante diez años, había moldeado su carácter y había cambiado su aspecto para poder pagarle con la misma moneda.


Había asistido al baile benéfico del brazo del mayor rival de él para poder seducirlo y luego darle una puñalada en el corazón.


Nunca en su vida habría podido imaginar que existiera un odio así.


No era de extrañar que hubiera estrellado su coche cuando descubrió que estaba embarazada. No era de extrañar que su traumatizada mente se hubiera quedado en blanco. Había sido por pura supervivencia, como una persona gravemente herida que entra en coma.


La observó mientras ella reía en el puesto con dos pares de patucos en las manos, uno rosa y otro azul. Al verla reír, reconoció perfectamente en ella la niña que había sido. Parecía tan viva, tan inteligente, tan inocente…


Durante todo aquel tiempo, había creído que aquella versión de Paula era una ilusión. Se había equivocado.




UN AMOR EN EL OLVIDO: CAPITULO 27




Pedro comenzó a caminar hacia ella, pero había dado sólo unos pasos cuando el teléfono volvió a sonar. Vio que era el número de su detective privado y contestó inmediatamente.


—Qué rapidez.


—Puedo hablarle del padre de su esposa ahora mismo, señor Alfonso —le dijo Barr—. ¿Le suena de algo el nombre de Damian Hunter?


Pedro se quedó completamente paralizado.


—¿Damian Hunter? —repitió.


—Murió en un accidente de coche cuando ella tenía catorce años. Unos meses después, su madre volvió a casarse con un rico aristócrata británico. Él la adoptó y ella tomó su apellido.


Pedro sintió que los latidos del corazón se le aceleraban. ¿Damian Hunter era el padre de Paula?


—¿Cómo es que nunca se me informó de esto?


—Hace meses que lo sabemos, pero usted nos dijo muy claramente que no quería saber nada de Paula. Sólo quería que la encontráramos.


Pedro apretó la mandíbula y miró a Paula.


—La madre no vivió mucho tiempo. Murió unos meses después de mudarse a Inglaterra con la niña. Problemas de corazón.


Pedro sabía exactamente cuándo empezaron los problemas de corazón de Barbara Hunter.


—Bien. Gracias por la información.


Colgó el teléfono. Se miró las manos, que había apretado hasta convertirlas en puños. Llevaba meses pensando que Paula lo había perseguido por dinero o por amor a Luis Skinner. Había pensado que era superficial y fría.


Se había equivocado.


Paula debía de llevar planeando aquello desde que tenía catorce años.


Pedro pensó de repente en todos los libros que había visto en su dormitorio de adolescente, como el de Cómo atrapar a un hombre.


Desde la muerte de su padre, su vida había estado centrada en vengarse del hombre que creía que había destruido a su padre y había arruinado a su familia.


Debía de haber estudiado a las modelos y las actrices con las que Pedro había salido.


Las había imitado. Todo había sido una fachada cuidadosamente construida. Lo había hecho perfectamente, hasta el último detalle, a excepción de una cosa. Al contrario de sus otras mujeres, siempre se había mantenido emocionalmente despegada.


Pedro ya sabía por qué. Debía de haberlo odiado tanto…




martes, 14 de julio de 2020

UN AMOR EN EL OLVIDO: CAPITULO 26




Nada había cambiado y, sin embargo, nada era igual. Mientras Pedro le miraba el hermoso rostro, ella tenía los ojos cerrados y los labios henchidos por sus besos.


Cuando él bajó la cabeza para volver a besarla, oyó que su teléfono móvil comenzaba a sonarle en el bolsillo.


Lo sacó y lo miró. Al ver que era su asistente, lanzó una maldición. Sin duda lo llamaba sobre el contrato de Sidney.


—Perdona, pero tengo que atender esta llamada.


Paula sonrió y asintió.


—No importa —susurró—. Yo… echaré un vistazo por el mercado hasta que tú hayas terminado —añadió, señalando el mercadillo junto al que se encontraban.


—Quédate donde Kefalas pueda verte.


—Está bien —dijo, aunque no le gustaba sentirse vigilada por el guardaespaldas.


Pedro la observó mientras ella se dirigía al mercado. Era bella y natural. Y lo amaba. Se lo había confesado.


—Alfonso —indicó, tras contestar por fin la llamada.


—Creo que podemos dar el negocio de Sidney por concluido —le anunció su asistente—. La junta acaba de votar a favor de la venta.


—Bien —afirmó, aunque en realidad no estaba prestando mucha atención a lo que su asistente le decía. No dejaba de observar a su hermosa esposa recorriendo el mercado. Parecía tan feliz. Estaba a punto de colgar cuando, de repente, dijo:
—Haz que Miguel Barr investigue a la señora Alfonso.


—¿Cómo?


—Haz que averigüe cómo murió su padre para ver si hay alguna razón que lo pudiera relacionar conmigo.


Cuando Pedro colgó el teléfono, miró de nuevo a Paula. Había cambiado mucho, y no sólo en su apariencia. Su rostro, que antes solía estar pálido, estaba comenzando a broncearse con el sol.


Antes había pensado en utilizar la amnesia en su contra. Jamás se habría imaginado que su inocencia y calidez lo afectarían de esa manera. Se sentía completamente abrumado por su ternura, por su amor…


Se había quedado completamente anonadado por el hecho de que ella aceptara tan fácilmente su culpa por una traición que ni siquiera podía recordar. Había elegido creerle a él. Confiar en él, cuando lo único que él había hecho había sido mentirle, engañarla y castigarla.


Aquello era suficiente para poner a cualquier hombre de rodillas.




UN AMOR EN EL OLVIDO: CAPITULO 25



El coche se detuvo. En silencio. Pedro bajó del coche y abrió la puerta. Al mirar al exterior, Paula vio un restaurante francés muy elegante.


—¿Esta es tu idea de salir a desayunar?


—Era tu restaurante favorito de Atenas. 


En el interior, los acompañaron como siempre a la mejor mesa. El elegante restaurante resultaba gélido y frío por el aire acondicionado.


Había muchos camareros, pero ningún cliente.


—Veo que este sitio no es muy popular los domingos por la mañana.


—He reservado toda la sala.


—¿Por qué?


—Quería que estuvieras cómoda. ¿Qué quieres tomar?


Con un suspiro, Paula abrió el menú. Estaba escrito en inglés y francés. Una vez más, pensó que el restaurante carecía de personalidad y que resultaba demasiado frío.


Por fin, un camarero se les acercó y anotó lo que iban a tomar.


Cuando se marchó, un camarero diferente les llevó las bebidas. Paula tomó un poco de zumo de naranja y luego se apoyó sobre la mesa.


—Está bien, Pedro. Dime cuál es la verdadera razón de que estemos aquí.


—El pasado verano, estuve a punto de perder mi negocio —dijo él, mirándola muy fijamente—. Se robó un documento de mi casa que sugería que yo podría estar engañando a mis accionistas y estafándoles una gran cantidad de dinero. Por supuesto, eso no era cierto, pero fue un golpe para mi reputación.


—¡Eso es terrible! ¿Descubriste quién lo hizo?


—Sí.


—¡Espero que lo metieras en la cárcel!


—Ese no es mi estilo —comentó Pedro después de tomar un sorbo de café.


—¿Y qué tiene eso que ver conmigo y con este restaurante?


—Este es el último lugar en el que te vi antes de tu accidente, Paula.


Ella frunció el ceño.


—¿Justo antes de que me marchara para el entierro de mi padrastro?


—Te marchaste mucho antes de eso. Casi tres meses antes.


—No lo comprendo…


—¿Reconoces esta mesa?


—No. ¿Acaso debería reconocerla?


—La última vez que te vi, estabas sentada aquí con Luis Skinner. Desayunando con él unas pocas horas después de hacer el amor conmigo.


—¿Qué?


—Kefalas te seguía para protegerte. Aquel día, yo tenía una cita a la que no podía faltar. Él me telefoneó y lo dejé todo. Vine corriendo aquí a pedirte una explicación. Trataste de quitarle importancia.


—Por eso querías que bailara con él… Fue una trampa.


—Quena que recordaras que me habías traicionado.


—¡Eso no es cierto!


—Desapareciste de la ciudad. A la mañana siguiente, me desperté y vi el nombre de mi empresa en todos los periódicos de la ciudad. Mi teléfono comenzó a sonar incesantemente. Eran llamadas de periodistas y de accionistas furiosos. Skinner le dio ese documento a la prensa, pero quien lo robó de mi casa… fuiste tú.


—¡Yo!


—He estado esperando que lo recordaras todo. Te he llevado a todos los sitios para conseguir que recordaras algo, para que pudieras explicarme por qué.


De repente, ella lo comprendió todo.


—Y no sólo eso. Querías castigarme. Llevas queriendo hacerlo desde el día en el que me encontraste en Londres. Querías venganza…


—Justicia.


—Entonces, descubriste que estaba embarazada y eso lo cambió todo, ¿verdad?
Decidiste que debías casarte conmigo porque yo estaba esperando un hijo tuyo. Nunca me amaste. Lo único que querías era hacerme daño.


—Me pasé meses tratando de encontrarte antes de que reaparecieras en el entierro de tu padrastro. Eres una mujer rica, Paula, por lo que no me traicionaste por dinero. Debiste hacerlo por amor. Estás enamorada de Luis Skinner. Esa debe de ser la única explicación.


—Yo jamás podría amar a ese hombre —afirmó.


—Entonces, ¿por qué? ¿Por qué lo hiciste?


—No lo sé…


—¿Acaso fue por odio? ¿Ofendí alguna vez a un amigo tuyo? ¿Le hice daño a alguna persona a la que apreciaras? ¿Por qué? ¿Por qué me entregaste tu virginidad para luego traicionarme?


—No lo sé… pero, si hice eso, lo siento.


—¿Y ya está? ¿Admites tu culpa?


—No recuerdo este restaurante. No recuerdo haberte traicionado. Ni siquiera me imagino haciendo algo tan horrible —susurró. Los ojos se le habían llenado de lágrimas—, pero sabía que tenías que tener alguna razón de peso para odiarme. Si tú dices que yo te traicioné, te creo.
Debo de haberlo hecho, pero no sé por qué ni te puedo ofrecer excusa alguna. Lo único que puedo hacer es decirte que lo siento. Que lo siento mucho.


Pedro la miraba fijamente, sin moverse. Sin decir nada.


—Debes de odiarme —añadió ella, suavemente.


—No. No eres tú a la que odio.


—Entonces, ¿a quién?


—Pensé que te acordarías de Skinner si lo volvías a ver. Estaba seguro de que recordarías que habías estado enamorada de él.


—¿De él? ¡No! Si dices que te traicioné, te creo, pero no por ese hombre. No. ¡Nunca!


Paula vio la sorpresa reflejada en el rostro de Pedro. Empezaba a tener dudas.


—¿Cómo puedes estar tan segura?


—¡Es horrible!


—Tal vez no siempre pensaras eso. Has cambiado mucho desde el accidente, Paula.


Ella se mordió los labios y se miró.


—¿Acaso te resultaba más atractiva antes?


Inesperadamente, él extendió la mano sobre la mesa y la colocó encima de la de ella.


—No. Entonces, eras fría y egoísta. Sólo estabas pendiente de ti misma. Ahora… ahora eres completamente diferente. Te preocupas por otras personas. Eres cariñosa, amable y sexy. He hecho todo lo posible por no desearte, Paula. He intentado que no me importes, pero he fracasado.


Ella lo miró con los ojos llenos de lágrimas. 


Respiró profundamente.


—Te amo, Pedro —susurró—. Fuera lo que fuera lo que sentí por ti el verano pasado… ahora estoy enamorada de ti.


La mano de él comenzó a temblar sobre la de ella. Comenzó a retirarla, pero ella se lo impidió.


—Y lo siento —añadió. Entonces, se llevó la mano a la mejilla y le dio un beso—Perdóname…


Sintió que Pedro comenzaba a temblar, pero, en vez de apartar la mano, tomó una de las de ella entre las dos suyas. Entonces, se aclaró la garganta y miró a su alrededor.


—Vayamos a desayunar a otro sitio.


Paula lo miró y el corazón se le llenó de alegría. 


De repente, supo que todo iba a salir bien. Se secó las lágrimas de los ojos y asintió.


Sin soltarle la mano, Pedro dejó un montón de billetes encima de la mesa.


Entonces, la sacó al exterior.


Comenzaron a andar por la calle, de la mano. 


Cada vez que cruzaban una calle, él la protegía con su cuerpo. De repente, Paula estuvo segura de que felicidad la estaba esperando a la vuelta de cada esquina.


—Siento haber hecho peligrar tu fortuna —dijo ella. 


Pedro la miró sorprendido.


Entonces, la tomó entre sus brazos con una repentina sonrisa en los labios. Le hacía parecer tan guapo, que la dejaba sin aliento.


—Trataste de arruinarme, pero, al final, la prensa terminó por revelar mi integridad. En estos momentos, mi empresa vale más que nunca.


—Entonces, en realidad, deberías darme las gracias.


Pedro la estrechó contra su cuerpo. De repente, todo quedó en un segundo plano. Los ojos de él se oscurecieron. Comenzó a acariciarle el rostro.


—Gracias…


Mientras bajaba la boca hasta encontrarse con la de ella para besarla profundamente, ella comprendió que lo amaría para siempre…