lunes, 22 de junio de 2020

A TODO RIESGO: CAPITULO 26




—¿Cómo sabías que estaba aquí?


—Me lo dijo Joaquin.


—¿Llamabas para algo concreto?


—¿Es que no puede una madre llamar a su hija para charlar un poco?


La mayor parte de las madres así lo hacían, pero Mariana era un caso aparte. Paula esperó durante el tenso silencio que siguió a esas palabras, sabiendo que estaba a punto de revelarle el verdadero motivo de su llamada.


—La verdad, cariño, es que yo no llamé a Joaquin. Fue él quien lo hizo. Está muy preocupado por ti.


—Entonces te ha puesto al tanto de todo.


—Cuando me lo dijo, no me lo podía creer. Mi propia hija, embarazada, y yo sin saberlo. Aunque, por supuesto, no es como si el hijo fuera tuyo.


—¿Qué más te contó Joaquin?


—Oh, el pobrecito… Estaba tan preocupado por ti. Teme que estés a punto de cometer un error tremendo, querida.


—Ya es demasiado tarde para cambiar de idea acerca de tenerla. El veintisiete de diciembre salgo de cuentas.


—¿Has dicho tenerla? ¿Es una niña?


—Al menos eso dicen las ecografías.


—Me acuerdo de cuando tú naciste. Eras tan pequeñita que tenía miedo de tomarte en mis brazos.


En vano intentó imaginarse a su madre meciendo en sus brazos a una criatura recién nacida. Los recuerdos que tenía de ella estaban demasiado enraizados: los de una mujer hermosa, bailando, haciendo régimen…


—Estoy segura de que al final conseguirás recuperar tu figura. Pero no te he llamado por lo de tu embarazo. Lo que me preocupa es lo que hagas una vez que nazca la niña. Joaquin teme que estés pensando en quedártela en vez de entregarla en adopción.


—Así que Joaquin teme que pueda quedármela… ¿Sabes? Lo que no entiendo es por qué Joaquin se preocupa tanto de mi vida personal.


—La razón es obvia. Sigue enamorado de ti. Le rompiste el corazón cuando cancelaste la boda en el último momento. Ansel y yo ya habíamos reservado nuestros billetes de avión.


Paula se sonrió, irónica. Después de la ruptura, Joaquin había tardado solo unas pocas semanas en encontrar otra mujer. Lo cual a ella le parecía estupendo, ya que no había querido que sufriera. Simplemente no se había sentido preparada para contraer un compromiso semejante.


—Joaquin no está enamorado de mí, mamá. Más bien lo que le importa es que lo deje en la estacada con el proyecto que ahora mismo tiene entre manos.


—En cualquier caso, quien me preocupa no es Joaquin, sino tú. Sé lo mucho que te afectó la muerte de Juana, pero estoy segura de que ella jamás habría esperado que renunciaras a tu libertad y a tu estilo de vida para hacerte cargo de un bebé que…


—Que ni siquiera es mío —la interrumpió—. Millones de mujeres crían hijos, mamá. Y a algunas incluso les gusta. Pero no necesitas preocuparte. No tengo planes de quedarme con la niña.


Era verdad: no tenía ningún plan. Solo dar a luz y luego entregar a la recién nacida a alguien que la amara. Otra mujer que la arrullara para dormir, que la amamantara y la abrazara cuando se pusiera a llorar.


—Lo siento, pero tengo que dejarte, mamá.


—¿Necesitas que esté allí contigo cuando nazca el niño? Ansel ha planeado un viaje para mi cumpleaños y tendremos invitados por vacaciones, pero si me necesitas, abandonaré todas mis obligaciones y me reuniré contigo.


—No. Me las estoy arreglando bien. Tengo a una amistad conmigo. Tú quédate en casa y disfruta de las vacaciones con Ansel y con tus amigos.


—De acuerdo. Si necesitas algo, llámame. Y me alegro de que no estés pensando en quedarte con el bebé.


No era la responsabilidad lo que más temía: era saber que nunca podría darle a la hija de Juana el tipo de amor y cuidados que se merecía. Ella era una mujer de carrera, una competente ejecutiva. Pero tendría unas palabras con Joaquin Hardison, porque no estaba dispuesta a tolerar intromisiones en su vida personal.


Cuando colgó el teléfono, se dio cuenta de que Pedro la estaba mirando fijamente.


—El querido Joaquin Hardison. La única vez que vio a mi madre fue en el funeral de mi abuela, pero aun así se ha tomado la libertad de llamarla para discutir sobre si debo o no conservar el bebé.


—¿Quieres hablar de ello?


—Cuando me tranquilice, tal vez. Pero Joaquin se va a enterar. Siempre he sido partidaria de atajar los problemas en el momento en que surgen.


—Bueno, creo que ya va siendo hora de que salgamos por ese árbol de Navidad —y tomándola del brazo mientras silbaba un villancico, se encaminó hacia la salida.


Un asesino, Joaquin, su madre… aquello era demasiado para sus nervios. Tenía todas las razones para hundirse en la desesperación. 


Pero le resultaba difícil con un hombre tan maravilloso a su lado.




A TODO RIESGO: CAPITULO 25





13 de diciembre


Paula recorría nerviosa las habitaciones del Palo del Pelícano. Habían transcurrido ya cinco días desde el atentado contra su vida, cinco días de preguntarse cómo y cuándo Marcos Caraway volvería a atacar. Pedro estaba seguro de que lo haría, y ese convencimiento la llenaba de inquietud.


Estaba fuera, en alguna parte, esperando la ocasión adecuada, la mejor oportunidad. Un rápido ataque que mataría al hijo o hija de Benjamin Brewster, y a ella misma de paso. A un bebé que no tenía padres. Que solo tenía a Paula.


—Nunca imaginé que llegaría a encariñarme tanto contigo, pequeñita. Formas parte de mí ser. Respiramos el mismo aire y comemos la misma comida. Y me encanta sentir cómo te mueves dentro de mí.


La visita al médico había ido bien. El peso era el adecuado, el latido de su corazón firme y fuerte, y pensaba incluso que el parto podría adelantarse un par de días. Además, le había asegurado que su ficha era confidencial. Que podía estar segura de que no revelaría a nadie la identidad de los padres del bebé.


Caminó por el pasillo de la tercera planta, deteniéndose en cada habitación, intentando concentrarse en los buenos recuerdos que siempre había asociado con aquella casa, esperando que obrasen algún tipo de magia sobre sus martirizados nervios. Cada verano y cada Navidad su madre hacía las maletas para irse de viaje y la enviaba a casa de su abuela. 


Era una manera de desembarazarse de su hija, pero Paula se mostraba siempre tan contenta con la idea como ella. Con su abuela daba largos paseos por la mañana, recogiendo caracolas en la playa, y luego regresaban a casa para desayunar en la terraza, frente al Golfo. En verano nadaba y jugaba con las olas, montada en su enorme flotador de goma. Por Navidad siempre levantaban un gran árbol en el salón familiar, y lo decoraban con caracolas que pintaban ellas mismas.


Un árbol de Navidad era justo lo que necesitaba en aquel momento. Un signo de normalidad en un mundo completamente trastornado. Fue en busca de Pedro y lo encontró en el dormitorio en el que se había instalado, trabajando con su ordenador portátil. Permaneció por un instante observándolo antes de que él advirtiera su presencia. Lo apagó inmediatamente, como si no deseara que ella viera lo que estaba haciendo.


—No te había oído entrar.


—Estabas demasiado absorto en tu trabajo.


—Cuestiones rutinarias. Pero estoy dispuesto a hacer algo mucho más divertido. ¿Alguna idea?


—Sí. De hecho, estaba pensando en salir a comprar un árbol de Navidad.


—Una idea genial —se levantó—. Necesitamos crear ambiente navideño. Podríamos comprar también palomitas. Y algo de música. En mi casa, cuando decorábamos el árbol, siempre comíamos palomitas y escuchábamos villancicos —rebuscó en sus bolsillos y sacó unas llaves—. Podríamos ir en mi coche y traer el árbol en la baca.


—Pues en marcha.


Aquel hombre nunca dejaba de sorprenderla. Si alguien le hubiera dicho cinco días atrás que se acostumbraría tan rápidamente a vivir con un hombre, se habría reído a carcajadas. Le gustaba terriblemente el mar. Solo tenía que mencionarle que le gustaría dar un paseo para que aprovechara al vuelo la oportunidad de salir a la playa e incluso nadar un poco. Para cuando recogió su cazadora en el vestíbulo, Pedro la estaba esperando en la puerta. 


Desgraciadamente, el teléfono sonó en aquel mismo momento.


—¿Diga?


—Querida, menos mal que te encuentro. Hacía años que no hablábamos.


Se le subió el corazón a la garganta. Solo había vina explicación para aquella llamada. Su madre se había enterado de lo del bebé.



A TODO RIESGO: CAPITULO 24




Pedro la hizo entrar en el coche. El restaurante estaba demasiado lleno para arriesgarse a que Paula montara una escena. Aquello era culpa suya. Había bajado la guardia e infringido una de las reglas básicas. No tenía que haberle revelado que el hombre que acababa de entrar en la Casa de las Ostras era un agente.


Mirando hacia el frente se dedicó a contemplar el inmenso mar, con sus maravillosas tonalidades de verdes y azules. De repente el reducido espacio del coche le resultó agobiante, el aire denso de tensión.


—¿Te apetece caminar?


—Con tal de que me lo cuentes todo, sí.


Salieron. Pedro intentó tomarla del brazo mientras se dirigían por el sendero que llevaba a la playa, pero ella lo rechazó. No sabía lo que estaba pasando por su cabeza, aparte de la convicción que tenía de que no había sido del todo sincero con ella. Una vez en la playa, Paula se quitó las sandalias. Pedro se agachó para recogérselas.


—Gracias.


—De nada.


—Ya las llevo yo —le espetó con tono furioso—.Y va puedes dejar de fingir tanta solicitud. Basta de desayunos en la cama y de tantas atenciones. Ya estoy harta de las simulaciones de Pedro Alfonso, harta de ser para ti simplemente un trabajo.


—Prepararte un desayuno no encaja precisamente con mi idea de trabajo. Lo hice porque quería hacerlo. ¿Qué quieres saber, Paula? Seré tan sincero contigo como pueda serlo.


—Ya. Es de mi vida y de la vida de mi bebé de lo que estamos hablando, pero tú serás tan sincero conmigo como puedas. ¿No te parece un tono demasiado pomposo y burocrático? Incluso tú deberías darte cuenta de ello.


Pedro suspiró, frustrado.


—Es mi trabajo. Eso es todo —un trabajo tan ingrato, peligroso y desagradable que a veces se preguntaba por qué seguía haciéndolo.


No. Sabía por qué lo hacía: era por Paula, por su bebé y por miles de personas inocentes que podían convertirse en víctimas de los asesinos como Caraway.


—Quiero saber por qué Benjamin y Juana Brewster fueron asesinados. Y no me repitas aquello de que había indicios de que su muerte no fue un accidente. Tú sabes más que eso. Si no fuera así, no habría tres agentes en el pueblo detrás de ese hombre. Y te lo advierto: no estoy dispuesta a que me uses como cebo para capturarlo.


—Tú no eres un cebo. Eres un objetivo. Hay una diferencia. Y Benjamin Brewster no era su nombre verdadero.


—Ya estamos otra vez. Otra mentira. Supongo que también estaba con el FBI.


—No. Hace años se acogió a un programa de testigos protegidos, cuando testificó en contra de un tipo llamado Marcos Caraway, más conocido como El Carnicero. El propio Benjamin formaba parte de la mafia, pero se salió y pidió protección cuando vio a Marcos matar a un hombre y de paso a toda su familia. La víctima era un agente del FBI.


—¿Lo conocías?


—Sí, muy bien. A él y a su familia.


—Lo siento. Lo siento de verdad, pero tengo que saberlo todo. Estoy harta de medias verdades. ¿Sabía Juana que Benjamin estaba en ese programa de testigos protegidos?


—No, a no ser que Benjamin se lo dijera. Se había salido del programa hacía unos pocos años.


—¿Cómo se le ocurrió hacer una cosa así?


—La gente lo hace constantemente. Supongo qué estaba cansado de someterse a tantas normas y restricciones cuando, al parecer, ya nadie lo estaba buscando.


—Evidentemente se equivocó.


—Lo último que esperaba era que Marcos Caraway estuviera en la calle. Se escapó de la prisión poco antes del atentado. El día en que lo sentenciaron, juró matar a Benjamin y a todos los miembros de su familia.


Paula se detuvo, volviéndose para contemplar el mar. Se cubrió los ojos con una mano para protegerse del sol.


—Así que por eso me seguiste. Vigilaste cada uno de mis movimientos, esperando una oportunidad de capturar a Marcos Caraway. ¿Nunca se te ocurrió pensar que yo tenía derecho a saber todo esto? Habría podido tomar precauciones para protegerme. Habría podido irme del país o contratar a un guardaespaldas.


—No podíamos estar seguros de que Caraway iría por ti. Ni siquiera sabíamos si estaba al tanto de lo del bebé. Hasta la otra noche, cuando intentó matarte, no estábamos seguros de nada.


—¿Cómo pudo descubrir lo del bebé?


—De la misma manera que yo. Preguntando a los vecinos después de la explosión.


—Eso fue bastante arriesgado por su parte, ¿no?


—Caraway es de los que disfrutan viendo el horror que han creado —explicó—.Y hay más. La vecina de Juana no sabía tu nombre. Solo sabía que la madre de alquiler era una amiga muy querida de Juana, originaria del mismo pueblo. Tuve que identificarme como agente del FBI ante el médico de Juana para que me facilitara tu nombre.


—¿Pero cómo llegó a saber ese Marcos Caraway quién era yo? —insistió Paula.


—La clínica del doctor de Juana fue forzada. No se llevaron nada excepto drogas, pero quienquiera que fuese pudo revisar la ficha de Juana.


—Y su ficha contenía mi nombre y que era receptora de su óvulo fertilizado.


—Así es.


—Después de pasarse ocho años en prisión —reflexionó en voz alta Paula, sentándose en la arena—, ese tipo se fuga solamente con el objetivo de matar de nuevo. Es difícil imaginarse lo que le puede pasar por la cabeza a una persona así.


—La venganza puede llegar a ser un móvil muy poderoso.


Se sentó a su lado. Ansiaba pasarle un brazo por los hombros, acercarla hacia sí, reconfortarla. Pero, aunque ella se lo permitiera, sabía que sería un error. Ya había dejado que ella se le metiese dentro de la piel, que le hiciera sentir y pensar cosas que no tenían cabida en una situación en la que el más mínimo error podía resultar mortal.


—¿Benjamin tiene más familiares? —le preguntó Paula con voz ahogada.


—Su madre. También está vigilada. Hasta ahora nadie ha atentado contra su vida.


—Susana. Así se llama la vecina que te dijo lo del bebé, ¿verdad? Juana y ella eran muy amigas. Estuvo a su lado cuando Juana tuvo los tres abortos y el médico le advirtió que con su diabetes podría ser muy peligroso que lo intentara otra vez.


—Sí, se llamaba Susana —admitió Pedro—. Me contó todo eso. Y que la explosión fue doblemente trágica teniendo en cuenta que Juana estaba a punto de tener el hijo que tanto había ansiado.


—¿Le dijiste a Susana que eras del FBI?


—No. Creyó que era periodista, pero me dijo que le habría dado esa misma información a cualquier otra persona.


—Todavía me despierto por las noches imaginando el cuerpo despedazado de Juana. ¿Cómo pudo hacerles eso a Juana y Benjamin? ¿Cómo pudo…?


Cerró los ojos. Pedro vio rodar las lágrimas por sus mejillas: no podía quedarse allí sentado, sin hacer nada. La abrazó con fuerza cuando empezó a sollozar.


Transcurrieron varios minutos antes de que Paula se apartara, frotándose los ojos.


—No sé por qué he hecho esto. Ni siquiera lloré cuando el funeral.


—Llora todo lo que quieras. Las lágrimas despejan el alma. Al menos eso es lo que dice mi madre.


—¿Te refieres a tu madre verdadera o a la que te has inventado para esta actuación?


—A mi madre verdadera. Es una gran mujer. Creo que te caería bien, y a ella le encantarías.


Paula se sacó un pañuelo del bolsillo para sonarse la nariz.


—Le gustan los llorones, ¿verdad?


Esbozó una sonrisa muy leve, pero suficiente para tranquilizar a Pedro.


—¿Nos vamos?


—Una pregunta más. ¿Cuándo fue forzada la clínica del doctor de Juana?


—El tres de diciembre.


—Un día antes de que abandonara Nueva Orleans de camino para Orange Beach. Apareciste muy rápidamente en escena.


—Si no hubiera sido así, ahora mismo no estarías viva.


—Pero yo soy el cebo, ¿verdad? —insistió—. Marcos Caraway probablemente figure en la infame lista de los asesinos más buscados y yo soy el cebo idóneo para atraerlo. Si os tomáis tantas molestias no es por mí ni por el bebé, sino por Caraway.


—En cierta forma sí, pero jamás he pretendido sacrificarte. Si ese hubiera sido el caso, la otra noche habría salido en su persecución en vez de rescatarte del agua.


—Eso se debió probablemente a tu instinto compasivo.


—Eres demasiado inteligente para tu propio bien —le puso un dedo bajo la barbilla, alzándole delicadamente la cabeza—. Por si sirve de algo, no me arrepiento de haberte salvado. Y si jamás consiguiéramos capturar a Marcos Caraway, tampoco me arrepentiría.


Leyó en sus ojos la duda, el miedo, el dolor, una serie de emociones que jamás habría debido sentir. Esperaba que su propia mirada no fuera tan transparente. Se incorporó y la ayudó a levantarse a su vez.


—Ojalá me hubieras contado la verdad desde el principio —le dijo Paula después de sacudirse la falda de arena.


—Voy a decirte una cosa que va contra el reglamento: no tenemos ninguna prueba efectiva de que Marcos Caraway esté detrás de eso. Fue solo una corazonada lo que me impulsó a atribuirle la autoría de la explosión. Pero el hecho de que forzaran la clínica del médico y el ataque del que fuiste víctima han otorgado mayor credibilidad a mi teoría.


—De acuerdo, Pedro Alfonso, o quienquiera que seas. Ese tipo no solamente mató a tu amigo, sino también a mi amiga. Así que no descansaremos hasta capturarlo.



domingo, 21 de junio de 2020

A TODO RIESGO: CAPITULO 23




—Mi cuñado se olvidó de decirme que el marisco de esta región es absolutamente fantástico.


Al principio Paula creyó que le estaba hablando de su familia. Hasta que se dio cuenta de que se refería a su cuñado imaginario, el de la falsa boda de Mobile. Se preguntó si existiría alguien que conociera realmente al hombre que se escondía detrás de aquella falsa identidad. 


Siguió picando la ensalada de marisco sin molestarse en comentar nada. Se habían decidido por La Casa de las Ostras para comer. 


La comida era estupenda, y además se encontraba en el pueblo de Gulf Shores, de camino a la consulta del doctor Brown.


—¿Qué es lo que hacen las ejecutivas como tú para divertirse en Nueva Orleans? —le preguntó Pedro, en un nuevo intento por entablar conversación.


—Sexo, drogas y rock and roll, naturalmente. ¿Qué te habías creído?


—Me estás tomando el pelo.


—¿No te parezco una chica divertida?


—Sí, pero también reservada. Probablemente enérgica y exigente en el trabajo, pero con tendencia a disfrutar tranquila y relajadamente de su tiempo libre.


—Eres tan sagaz como buen actor.


—Soy hombre de muchos talentos.


—No lo dudo. Pero, para responder a tu pregunta, los fines de semana me gusta patinar en el parque Audubon, ir al teatro, escuchar conciertos de todo tipo de música…


—No me disgustaría pasar unos cuantos fines de semana así.


—Vente a Nueva Orleans.


—Ya he estado allí una vez, para el Mardi Gras. Me lo pasé genial.


—Yo vivo en las afueras, en lo que normalmente se conoce como el Distrito de las Artes. Mi calle está llena de galerías pintura, cafés y restaurantes.


—Así que posees un lujoso apartamento en una zona residencial de Nueva Orleans y una gigantesca casa de playa en el paraíso. Una vida envidiable, desde luego.


—No es tan bonita como parece. La mayor parte del tiempo me lo paso trabajando. Por eso me gusta tanto venir al Palo del Pelícano. Es el único lugar donde puedo escaparme de todo. Por desgracia, esta vez no me ha funcionado.


—Pero tienes un nuevo amante en tu vida —se burló.


Paula no podía menos que envidiar esa capacidad que tenía para adoptar a voluntad un tono ligero, distendido. Estaba segura de que, cuando antes lo llamaron por teléfono, había sido para darle una mala noticia. En aquel instante Pedro pinchó un cangrejo de su plato de marisco y se lo enseñó.


—¿Se supone que esto hay que comérselo?


—Claro que sí. Déjamelo probar y te diré si está bueno.


Pedro le arrancó una pata y se la dio.


—Mmmm. Está exquisito.


—Creía que no te la ibas a comer.


—¿Estás de broma? El cangrejo es un manjar. ¿De verdad que no lo habías probado nunca?


—No, y tendrás que admitir que es una criatura de pésimo aspecto. Vosotras, las chicas del sur, sois capaces de comer cualquier cosa.


—No te rías. Eso es solo una fantasía de los chicos del norte.


Se echaron a reír a carcajadas, lo cual la sorprendió agradablemente. No podía recordar la última vez que se había reído tanto. Pedro se atrevió a probar el cangrejo.


—Buenísimo. Si seguimos comiendo así, me temo que nunca querré volver a casa.


—¿Y dónde está esa casa?


—Muy lejos de las cálidas costas de Alabama —le hizo un guiño.


Continuaron comiendo. Paula miró a su alrededor: el restaurante estaba lleno, pero no reconoció a nadie. Cuando Pedro terminó, hizo a un lado su plato.


—Bien. ¿Estás preparada para mirarme a los ojos con expresión seductora? Recuerda que tenemos que actuar.


Paula se humedeció los labios con la lengua, lenta, sensualmente, y se inclinó luego sobre la mesa… tanto como se lo permitió su prominente vientre… para lanzarle una coqueta sonrisa. Pedro le tomó las manos entre las suyas.


Apretándole las manos, la miró intensamente a los ojos. Decidida a no pestañear, Paula le sostuvo la mirada hasta que apareció la camarera para rellenar sus copas, y entonces se echaron a reír.


—¿Sabes? —le dijo Pedro cuando la camarera se hubo retirado—. Me gusta tu risa.


—A mí también. Lo que pasa es que no me rio a menudo —admitió.


—¿Por qué no?


—No lo sé. Quizá me inhiba el hecho de tener un asesino detrás de mí. O quizá se deba a lo cerca que estuve anoche de no volver a reír nunca más.


—Eso no es tan extraño. La sensación de peligro afecta a la gente de muchas formas distintas. Con algunas hace aflorar lo mejor de sus personas, haciéndolas mucho más fuertes y resistentes. Otras se derrumban.


—Dime, ¿no te cansas de tratar con asesinos y criminales día tras día?


—Sí, todo el tiempo, pero no me veo a mí mismo haciendo otra clase de trabajo. ¿Y tú?


—A mí me encanta mi trabajo. Nunca hay un momento de aburrimiento. Es tenso y agotador, pero jamás aburrido. También viajo mucho por motivos de negocios. De pequeña era un ratón de biblioteca, y ahora me gusta viajar a los lugares sobre los que he leído y fantaseado.


—No te imagino como un ratón de biblioteca —le acarició suavemente una mejilla—. Pareces demasiado entusiasmada con la vida para contentarte con los libros.


—Es que no tenía otra opción. Mi madre era bailarina y viajábamos de ciudad en ciudad, de espectáculo en espectáculo. Nunca nos quedábamos en un solo lugar el tiempo suficiente para que hiciera muchos amigos, pero siempre que abría un libro, ya no me sentía sola.


—¿Seguro que ya no te sentías sola?


Ya lo había hecho otra vez: ver a través de la imagen que quería proyectar.


—¿Te dedicas a leer la buenaventura o simplemente tienes telepatía?


—Ni una cosa ni otra. Lo que pasa es que mientes muy mal.


—Nadie es perfecto.


—Debiste de llevar una vida bastante poco convencional, como hija de una bailarina.


—No solo bailarina, sino ex Miss Alabama. Todavía hoy es una mujer espectacularmente bella.


—¿Os llevabais bien?


—En aquel entonces no discutíamos, pero siempre fui consciente de que el hecho de mi existencia le amargaba su estilo de vida.


—¿Entonces por qué te tuvo?


—No quiso tenerme. Fui un error, el fruto de una breve aventura con un hombre que se marchó nada más enterarse de que estaba embarazada. Por eso me apellido Chaves.


—¿Alguna vez sentiste curiosidad por conocer a tu padre o intentaste localizarlo?


—Últimamente no. Ya tengo suficientes problemas con mi madre. Además, él no me conoce ni quiere conocerme. Por lo que a mí respecta, es como si no hubiera tenido padre. ¿Por qué ese súbito interés por mi familia?


—Simple curiosidad.


Paula lo dudaba. Aquello solo era un trabajo para él. Ella era un trabajo para él, y necesitaba tenerlo bien presente. Alzó la mirada cuando un hombre extremadamente atractivo entró en el restaurante, solo. Llevaba vaqueros y una camisa de algodón con el cuello abierto. Barrió con la vista la sala hasta que se fijó en Paula. 


Luego siguió a la camarera hasta una mesa situada a unos cuantos metros de la suya.


—¿Has visto a ese hombre? —le preguntó a Pedro, nerviosa.


—Sí. ¿Qué le pasa?


—Nunca lo había visto antes por aquí. No sé por qué, pero me hace sentirme incómoda.


—No te preocupes por él.


Pero estaba preocupada. Estaba segura de que se había fijado en ella nada más entrar, y que luego, al pasar al lado de su mesa, había evitado deliberadamente mirarla.


—Podría tratarse del hombre que intentó matarme, Pedro. Fíjate bien.


—No es él.


—No puedes estar seguro de eso. Tú mismo dijiste que la otra noche no pudiste verlo bien. Venga, vámonos de aquí —sabía que estaba exagerando, pero no podía evitarlo. Era como si estuviese sintiendo de nuevo sus manos en la cabeza, intentando ahogarla en el mar.


—Relájate, Paula. No es ese tipo.


—Te repito que tú no lo sabes, y no utilices ese arrogante tono de FBI conmigo.


—Lo siento por el tono, pero lo sé —le susurró—. Es uno de los nuestros.


—¿Otro agente?


—Sí. Y ahora que has accedido a una información confidencial, no hagas nada para ahuyentarlo, por favor.


—¿Cuántos más hay en el pueblo?


—En total somos tres.


Paula se alarmó. Tres agentes del FBI estaban allí para protegerla a ella y a su bebé.


—En esta historia hay más cosas de las que me has contado, ¿verdad? El objetivo de todo esto no es protegerme a mí —había levantado la voz, pero no le importaba. La estaban manipulando, y quería conocer todos los hechos. 


Inmediatamente.


—Este no es lugar adecuado para hablar de esto, Paula. Déjame pagar la cuenta y salgamos de aquí.


—Pues entonces hablaremos en el coche, porque si no tienes una muy buena razón para haberme mentido, para retenerme aquí y jugar al escondite con un asesino, te juro que me vuelvo a Nueva Orleans.