lunes, 22 de junio de 2020

A TODO RIESGO: CAPITULO 25





13 de diciembre


Paula recorría nerviosa las habitaciones del Palo del Pelícano. Habían transcurrido ya cinco días desde el atentado contra su vida, cinco días de preguntarse cómo y cuándo Marcos Caraway volvería a atacar. Pedro estaba seguro de que lo haría, y ese convencimiento la llenaba de inquietud.


Estaba fuera, en alguna parte, esperando la ocasión adecuada, la mejor oportunidad. Un rápido ataque que mataría al hijo o hija de Benjamin Brewster, y a ella misma de paso. A un bebé que no tenía padres. Que solo tenía a Paula.


—Nunca imaginé que llegaría a encariñarme tanto contigo, pequeñita. Formas parte de mí ser. Respiramos el mismo aire y comemos la misma comida. Y me encanta sentir cómo te mueves dentro de mí.


La visita al médico había ido bien. El peso era el adecuado, el latido de su corazón firme y fuerte, y pensaba incluso que el parto podría adelantarse un par de días. Además, le había asegurado que su ficha era confidencial. Que podía estar segura de que no revelaría a nadie la identidad de los padres del bebé.


Caminó por el pasillo de la tercera planta, deteniéndose en cada habitación, intentando concentrarse en los buenos recuerdos que siempre había asociado con aquella casa, esperando que obrasen algún tipo de magia sobre sus martirizados nervios. Cada verano y cada Navidad su madre hacía las maletas para irse de viaje y la enviaba a casa de su abuela. 


Era una manera de desembarazarse de su hija, pero Paula se mostraba siempre tan contenta con la idea como ella. Con su abuela daba largos paseos por la mañana, recogiendo caracolas en la playa, y luego regresaban a casa para desayunar en la terraza, frente al Golfo. En verano nadaba y jugaba con las olas, montada en su enorme flotador de goma. Por Navidad siempre levantaban un gran árbol en el salón familiar, y lo decoraban con caracolas que pintaban ellas mismas.


Un árbol de Navidad era justo lo que necesitaba en aquel momento. Un signo de normalidad en un mundo completamente trastornado. Fue en busca de Pedro y lo encontró en el dormitorio en el que se había instalado, trabajando con su ordenador portátil. Permaneció por un instante observándolo antes de que él advirtiera su presencia. Lo apagó inmediatamente, como si no deseara que ella viera lo que estaba haciendo.


—No te había oído entrar.


—Estabas demasiado absorto en tu trabajo.


—Cuestiones rutinarias. Pero estoy dispuesto a hacer algo mucho más divertido. ¿Alguna idea?


—Sí. De hecho, estaba pensando en salir a comprar un árbol de Navidad.


—Una idea genial —se levantó—. Necesitamos crear ambiente navideño. Podríamos comprar también palomitas. Y algo de música. En mi casa, cuando decorábamos el árbol, siempre comíamos palomitas y escuchábamos villancicos —rebuscó en sus bolsillos y sacó unas llaves—. Podríamos ir en mi coche y traer el árbol en la baca.


—Pues en marcha.


Aquel hombre nunca dejaba de sorprenderla. Si alguien le hubiera dicho cinco días atrás que se acostumbraría tan rápidamente a vivir con un hombre, se habría reído a carcajadas. Le gustaba terriblemente el mar. Solo tenía que mencionarle que le gustaría dar un paseo para que aprovechara al vuelo la oportunidad de salir a la playa e incluso nadar un poco. Para cuando recogió su cazadora en el vestíbulo, Pedro la estaba esperando en la puerta. 


Desgraciadamente, el teléfono sonó en aquel mismo momento.


—¿Diga?


—Querida, menos mal que te encuentro. Hacía años que no hablábamos.


Se le subió el corazón a la garganta. Solo había vina explicación para aquella llamada. Su madre se había enterado de lo del bebé.



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