sábado, 28 de marzo de 2020

RECUERDAME: CAPITULO 11





PERUZZI no estaría contento. El neurólogo le había pedido que contestase con sinceridad a las preguntas de Paula, pero sólo sobre las cuestiones que ella quisiera saber. Y le había dicho que no debía tener prisa para retomar la relación...


En teoría, todo eso parecía sencillo. En realidad, aplicar sus consejos era como caminar por un campo minado. Y besarla, Pedro se dio cuenta, era apresurar las cosas. Estaba loco de deseo por una mujer que no lo hubiera reconocido de haberse cruzado con ella por la calle y no sabía cómo contestar a aquella última pregunta.


Buscando tiempo, le dijo:
—¿Por qué crees que no éramos felices?


—Tú mismo me lo dijiste.


Desgraciadamente así era y Pedro deseó haber tenido el sentido común suficiente como para haber cerrado la boca.


—¿Estábamos a punto de divorciarnos? —


insistió ella.


¿Lo estaban? Sólo Paula sabía la respuesta a esa pregunta.


—No —contestó. Después de todo, ninguno de los dos había presentado una demanda, no se había llamado a un abogado para dividir sus posesiones establecer los derechos de custodia de Sebastian.


—¿Entonces cuál era el problema?


Un matrimonio... —Pedro buscó una respuesta que estuviera cerca de la verdad— pasa por momentos difíciles a veces.


Pero llevábamos muy poco tiempo casados, deberíamos estar todavía en nuestra luna de miel.


Hablar de la luna de miel y de las circunstancias de su boda no sería seguir el consejo de Peruzzi...


No creas que porque estuviéramos pasando por un bache nuestro matrimonio era un fracaso. Por cada desilusión había mil alegrías y para mí tenerte de nuevo en casa es la mayor de todas.


—Si te importo tanto, ¿por qué no fuiste a verme al hospital?


—Claro que fui, Paula. Estuve a tu lado día y noche durante semanas después del accidente, rezando para que vivieras.


—Pero luego dejaste de ir. ¿Por qué?


«Porque tenemos un hijo que también estaba hospitalizado y que me necesitaba».


—Tú no sabías que estaba allí y, como no podía hacer nada, me concentré en lo que sí podía hacer.


¿Te pusiste a trabajar para olvidarte del problema, quieres decir?


—Sí —mintió Pedro porque no podía contarle la verdad.


¿Y cuando desperté del coma?


—Habría ido a verte inmediatamente, pero el doctor Peruzzi me recomendó que no lo hiciera. No querían que nada interfiriese con tu recuperación.


¿Desde cuándo ver a un marido interfiere con la recuperación de una mujer?


Cuando ella no lo recuerda.


—Ah, claro —murmuró Paula.


Pedro decidió llevar la conversación a temas más seguros.


—Aunque te resulte difícil, tenemos que ir despacio. La última vez que hablamos, el doctor Peruzzi me advirtió que no debíamos apresurarnos. Si estuviera aquí ahora, te garantizo que se quedaría horrorizado al ver que no estás en la cama.


¡Pero hay tantas cosas que debo saber!


—Y tenemos muchos mañanas para descubrirlo. Lo que necesitas ahora es descansar.


Cuando llegaron a la casa, Pedro le dio un casto beso en la mejilla, pero incluso esa caricia lo excitó. La tela del vestido susurraba como una invitación, recordándole la piel suave y cremosa que había debajo. Y el color, tan rosado como la medianoche en el trópico, hacía que sus preciosos ojos pareciesen de color amatista.


—Voy a recordar nuestro matrimonio tarde o temprano, ¿verdad? —le preguntó Paula, con voz temblorosa.


Sí, seguro que sí.


¿Me lo prometes?


Tienes mi palabra —sonrió él—. Que duermas bien. Nos vemos por la mañana.


Cuando Paula desapareció, Pedro entró en su despacho y se sirvió un vaso de grappa. El alcohol le quemó la garganta, pero no logró saciar el deseo que lo consumía.


No había llegado a la cima siendo indeciso, pensó entonces, sino utilizando el sentido común y la habilidad para analizar a los demás Él podía ver la debilidad, detectar la falta de integridad en el oponente. Y, sin embargó, Paula lo dejaba lleno de dudas.


¿Se habría rendido al beso porque lo deseaba tanto como él o era una manera de suplicar su perdón por lo que había pasado antes del accidente?


Cuando habló de cumplir las promesas que se había hecho y él le había dado a entender que no era así, ¿su angustia habría sido sincera o un engaño?


No tenía respuesta alguna. Ni para Paula ni para sí mismo.




RECUERDAME: CAPITULO 10





Antes de que él pudiera contestar el ama de llaves apareció para anunciar que la cena estaba lista. Evidentemente aliviado por la interrupción, Pedro la tomó del brazo para llevarla hacia una zona de la terraza protegida de la lluvia y del viento por un toldo, en la que el ama de llaves había puesto una mesa para dos.


Era, pensó, como una escena de Las mil y una noches. Sobre la mesa había flores y velas en cuencos de cristal, servilletas de lino y cubiertos de plata. Una música suave salía de unos altavoces escondidos en la pared, pero la belleza del momento parecía teñida por la tensión que había entre ellos.


Antonia procedió a servir la cena: una ensalada de tomates, cebollas y alcaparras con aceite de oliva y queso fresco seguida de pez espada a la
plancha. Y, como permaneció cerca de ellos, la oportunidad de preguntarle a Pedro el porqué de ese cambio de humor tendría que esperar.


Afortunadamente, después de cenar se quedaron solos de nuevo y Paula lo interrumpió cuando estaba hablando de los efectos terapéuticos de los manantiales de la isla.


—Muy bien, ahora estamos solos y quiero que contestes a la pregunta que te he hecho antes... y te advierto que estoy harta de que la gente no sea sincera conmigo.


Pedro dejó escapar un suspiro.


—He conocido a muchos empresarios cuya idea de un acuerdo entre caballeros es tan falsa como un apretón de manos —dijo él, mirando el contenido de su copa—. Es una pena, pero eso ha hecho que dejase de creer en muchas cosas. Te pido disculpas si te he insultado, Paula. No era mi intención y entendería perfectamente que me dieras una patada por debajo de la mesa.


—Te perdonaré con una condición —sonrió ella—. Por el momento soy yo quien más ha hablado, pero me gustaría saber más cosas sobre ti.


—Muy bien.


—Y no me importaría que fuéramos a dar un paseo mientras hablamos.


¿Seguro que no estás cansada? Es tu primer día fuera del hospital.


Mientras no tenga que correr una maratón o escalar una montaña, estoy perfectamente.


Entonces iremos a dar un paseo.


Pedro la llevó hasta un camino de grava que rodeaba la villa y se perdía por una serie de jardincillos.


—¿Por qué están divididos así?


—Para protegerlos del viento. Estos limoneros, por ejemplo, nunca sobrevivirían si estuvieran expuestos al siroco.


Seguramente ella habría sabido eso, pensó Paula, junto con miles de cosas triviales que hacían la vida diaria de una persona, pero todo eso podía esperar.


Por el momento debía descubrir lo que era realmente importante.


Veo que tengo mucho que aprender, así que vamos a empezar.


—¿Por dónde empiezo?


—Por tu familia, que ahora es mi familia también. ¿Viven en Pantelleria?


Sí.


—¿Están aquí ahora?


—Sí.


—Pero no he visto a nadie.


No viven en mi casa.


—Ah, ya. ¿Y dónde viven?


—Somos vecinos. Mi hermana vive en la casa de al lado y mis padres muy cerca.


¿Y cuando no estás en la isla dónde vives?


—Tenemos casa en Milán, donde está el cuartel general de mi empresa. Pero no vivimos cerca unos de otros como aquí. En la ciudad, tú y yo tenemos un ático y mi hermana y su marido viven en las afueras.


—¿Sólo tienes una hermana?


Sí.


¿Y tiene hijos?


—Sí, pero no creo que sea buena idea confundirte ahora con tantos nombres —
murmuró Pedro, sin mirarla.


—Bueno, háblame de tu empresa. ¿A qué te dedicas?


—Empezó como una empresa familiar: Alfonso Industrie de Ricorso Internazionali. Puede que hayas oído hablar de ella.


—No, me parece que no.


La creó mi bisabuelo hace noventa años. Tras la destrucción de la I Guerra Mundial, juró ayudar a aquéllos que vivían en la pobreza y empezó a comprar tierras aquí, en Italia, haciendo parques en zonas que antes eran callejones infestados de ratas.


—Ah, entonces sabes que, al menos, un hombre cumplió su palabra.


—Sí, es cierto —asintió Pedro—. Con el tiempo, mi bisabuelo empezó a levantar campamentos para niños necesitados y para pagar por todo eso invirtió en campos de golf, estaciones de esquí, hoteles...


—Me habría gustado conocerlo. Debía ser una persona extraordinaria.


—Sí, desde luego. Cuando murió a mediados de los años sesenta, AIR Internazionali era un nombre muy reconocido en Italia. Hoy es conocida en el mundo entero y apoya muchas organizaciones que ayudan a niños necesitados.
¿Y qué haces tú en la empresa? Mi padre es el presidente y yo soy el vicepresidente. Específicamente, me encargo de las operaciones en Europa y Estados Unidos.


—De modo que estoy casada con un gigante de las finanzas


—Sí, algo así —para entonces habían llegado a unos escalones de piedra y Pedro tomó su mano—. Ten cuidado aquí.


Salvo por las luces de la casa y las lámparas solares que iluminaban el camino, todo lo demás estaba en sombras, creando una sensación tal de aislamiento que, instintivamente, Paula apretó su mano.


Parece como si fuéramos las únicas personas en el mundo.


Él apretó su otra mano un poco más. Estaban tan cerca que, aunque sus cuerpos no se tocaban, sintió como si una corriente eléctrica los recorriera.


—¿Te molestaría si lo fuéramos?


No —contestó Paula, levantando la cara—. No se me ocurre ninguna otra persona con la que me gustaría estar sola en el mundo.


Pedro hizo entonces lo que llevaba deseando hacer desde que la vio bajando del avión: inclinó la cabeza y la besó. No en la mejilla como había hecho antes sino en la boca. No fríamente, como una persona saludando a otra, sino como un hombre poseído por un ansia que apenas podía contener.


Y Paula cerró los ojos, mareada, al sentir el roce de su lengua, saboreando su deseo. El de Pedro, el de ella, más embriagador que el champán. Y durante el tiempo que duró el beso, el vacío que la había atenazado desde que llegó a la villa desapareció.


Pero volvió enseguida, en cuanto la soltó. 


Levantando la cabeza, Pedro se apartó
un poco, respirando agitadamente.


Creo que ya sabes suficiente sobre mí.


—No, no es verdad —musitó Paula—. Tengo que hacerte una pregunta más.


—¿Cuál?


Si podemos besarnos así, ¿cómo es posible que el nuestro no fuera un matrimonio feliz?


RECUERDAME: CAPITULO 9





Tienes un pelo precioso. Siempre me ha recordado al amanecer o al satén.


Es demasiado corto. A mí me gusta corto así se ve más tu cara que, como el resto de ti, es preciosa.


Paula sabía que no era cierto porque, después de ducharse, había buscado en el vestidor algo que le quedase bien y todo le quedaba ancho. 


Había ropa interior en cajones con la tapa de cristal a un lado, estantes para zapatos abajo. Frente a ellos, un montón de vestidos de día, faldas y pantalones, todo colocado en perchas forradas. A juzgar por la cantidad de ropa informal, Pantelleria no parecía ser un sitio en el que uno tuviera que arreglarse demasiado.


La calidad de la ropa, sin embargo, era innegable. Todos los vestidos eran de firma, con un bonito corte y hechos con telas caras. Paula llevaba la moda en la sangre y, aunque hubiese olvidado todo lo demás, seguía teniendo buen ojo para el estilo. Que la mayoría de los vestidos le quedasen grandes podría haber sido un problema para una persona que no tuviera experiencia en el mundo de la moda, pero cuando se trataba de tener buen aspecto ella estaba en terreno familiar. Por eso había elegido un conjunto de ropa interior de algodón y un caftán rosa que caía sobre su cuerpo como la brisa, disimulando sus delgadas caderas.


Pero, aunque eso le había dado valor para intentar sacarle información a Pedro, ahora que lo tenía tan cerca empezó a echarse atrás.


—Estás intentando animarme.


Eres tan encantadora como siempre —sonrió él—. Y no puedo ser yo el primer hombre que te lo diga.


—No, mi padre solía decírmelo también, pero eso es lógico —dijo Paula—. En realidad, de adolescente yo era un patito feo.


—Te creo.


—¿Ah, sí?


Desde luego. ¿Cómo si no ibas a ser el patito feo si luego te convertirte en un cisne?


Estaba bromeando y, de repente, Paula empezó a reír también.


Había pasado tanto tiempo desde la última vez que rió alegremente... y el resultado era increíble, como si hubiera abierto una puerta oculta. Por primera vez en semanas se sentía ligera y podía reír otra vez.


—Gracias por decir eso. Es muy amable.


Tú eres tu peor crítico —dijo él, acariciando su mano— ¿Por qué, Paula?


—Imagino que, estando casados, tú sabrás la respuesta.


—Es posible, pero como estamos empezando de nuevo... cuéntamelo otra vez.


Paula dejó escapar un suspiro.


—Siempre he sido tímida, pero nunca tanto como cuando llegué a la adolescencia. Me sentía paralizada cuando estaba rodeada de gente.


—¿No nos pasaba a todos a esa edad?


—Supongo que sí, pero mi adolescencia fue peor porque cuando cumplí los trece años mis padres me llevaron a un prestigioso colegio privado. El día que entré allí, entraba en un mundo diferente y desconocido para mí... un sitio en el que era una extraña.


¿No hiciste amigas?


No, la verdad es que no. Las adolescentes pueden ser muy crueles. Algunas me toleraban, otras me ignoraban por completo y yo lo compensaba haciéndome invisible, algo que no es fácil cuando eres más alta que las demás y horriblemente tímida Imagino que fue entonces cuando me obsesioné con llevar el pelo largo. Me escondía detrás del pelo todo el tiempo.


Paula tomó otro sorbo de champán mientras miraba el mar, recordando aquel tiempo tan deprimente.


Yo quería ser diferente, más valiente, más decidida, más interesante. Como las otras chicas, que parecían tan seguras de sí mismas Pero yo era yo, una chica corriente, aburrida. Sacaba buenas notas, pero socialmente era un desastre.


¿Y cuándo cambió todo eso?


¿Cómo sabes que cambió?


Porque la persona que estás describiendo no es la que yo conozco.


No por fuera quizá y normalmente tampoco por dentro. Hasta que alguien empezó a rascar cruelmente en esas heridas, haciéndolas sangrar. Y entonces volvió a ser esa niña otra vez, la que no era lo bastante buena, la que no encontraba su sitio.


¿Qué pasó para que empezaras a verte a ti misma de otra manera?


Paula lo recordaba como si hubiera ocurrido la semana anterior.


—Todo cambió el día que la jefa de estudios me pidió que subiera al escenario del salón de actos para que todas las alumnas mirasen a Paula Chaves y se fijaran bien en ella. Pensando que iba a castigarme por algo que había hecho, y para disimular que estaba temblando, yo me coloqué en el centro del escenario muy erguida y miré aquel mar de caras sin parpadear.


¿Y?


Y lo que dijo fue: cuando la gente vea a una alumna de este colegio caminando por la calle o esperando en la parada del autobús, esto es lo que espero que vean: alguien que no tiene necesidad de levantar la voz para llamar la atención, alguien que se comporta con dignidad. Una persona orgullosa de llevar nuestro uniforme, con la blusa metida bajo el elástico de la falda, los zapatos brillantes y el pelo bien arreglado —Paula se detuvo para mirarlo—. En caso de que te lo estés preguntando, eso fue durante el último año y para entonces me hacía todos los días una trenza en lugar de llevar el pelo en la cara. 


De modo que la chica que se veía como una extraña al final encontró su sitio.


Supongo que sí. No sé si yo era de verdad un ejemplo para nadie o si la jefa de estudios se dio cuenta de que necesitaba un empujón y ésa fue su manera de dármelo, pero después de ese día el resto de las alumnas me miraban de otra manera, con una especie de respeto.


—Lo que importa, cara, es cómo te veías tú a ti misma.


—Diferente —admitió ella. Esa noche se había mirado al espejo, algo que normalmente evitaba hacer, y descubrió no a una torpe adolescente de pecho plano sino a una chica de piernas largas y curvas suaves, dientes perfectos y ojos azules.


Pero no se lo dijo a Pedro porque habría sonado demasiado vanidosa.


—Me di cuenta entonces de que debía dejar de avergonzarme de quién era y enfrentarme al mundo con coraje. El momento de vivir con los ideales que mis padres me habían inculcado. En otras palabras, me prometí a mí misma valorar la honestidad, la lealtad y la decencia.


—Pero la gente no suele cumplir sus promesas, ¿no te parece?


Sorprendida por la nota de amargura que había en su voz, Paula contestó:
—No puedo hablar por otras personas, pero te aseguro que yo siempre he intentado cumplir las mías.


Él la miró, en silencio, durante un par de segundos, su expresión tan indescifrable como si su rostro estuviera hecho de granito.


—Si tú lo dices, querida —murmuró después, su tono tan distante y frío como las estrellas—. Hace una noche tan bonita que he pedido que nos sirvan aquí la cena. Espero que no te importe.


No, en absoluto, pero sí me importa que hayas cambiado de tema tan bruscamente.


Pedro se encogió de hombros.


—Era por hablar de algo.


No hagas eso —le suplicó Paula.


—¿A qué te refieres?


Parecías decir que estaba mintiendo y quiero saber por qué. ¿Qué he hecho para que no me creas?