sábado, 28 de marzo de 2020

RECUERDAME: CAPITULO 9





Tienes un pelo precioso. Siempre me ha recordado al amanecer o al satén.


Es demasiado corto. A mí me gusta corto así se ve más tu cara que, como el resto de ti, es preciosa.


Paula sabía que no era cierto porque, después de ducharse, había buscado en el vestidor algo que le quedase bien y todo le quedaba ancho. 


Había ropa interior en cajones con la tapa de cristal a un lado, estantes para zapatos abajo. Frente a ellos, un montón de vestidos de día, faldas y pantalones, todo colocado en perchas forradas. A juzgar por la cantidad de ropa informal, Pantelleria no parecía ser un sitio en el que uno tuviera que arreglarse demasiado.


La calidad de la ropa, sin embargo, era innegable. Todos los vestidos eran de firma, con un bonito corte y hechos con telas caras. Paula llevaba la moda en la sangre y, aunque hubiese olvidado todo lo demás, seguía teniendo buen ojo para el estilo. Que la mayoría de los vestidos le quedasen grandes podría haber sido un problema para una persona que no tuviera experiencia en el mundo de la moda, pero cuando se trataba de tener buen aspecto ella estaba en terreno familiar. Por eso había elegido un conjunto de ropa interior de algodón y un caftán rosa que caía sobre su cuerpo como la brisa, disimulando sus delgadas caderas.


Pero, aunque eso le había dado valor para intentar sacarle información a Pedro, ahora que lo tenía tan cerca empezó a echarse atrás.


—Estás intentando animarme.


Eres tan encantadora como siempre —sonrió él—. Y no puedo ser yo el primer hombre que te lo diga.


—No, mi padre solía decírmelo también, pero eso es lógico —dijo Paula—. En realidad, de adolescente yo era un patito feo.


—Te creo.


—¿Ah, sí?


Desde luego. ¿Cómo si no ibas a ser el patito feo si luego te convertirte en un cisne?


Estaba bromeando y, de repente, Paula empezó a reír también.


Había pasado tanto tiempo desde la última vez que rió alegremente... y el resultado era increíble, como si hubiera abierto una puerta oculta. Por primera vez en semanas se sentía ligera y podía reír otra vez.


—Gracias por decir eso. Es muy amable.


Tú eres tu peor crítico —dijo él, acariciando su mano— ¿Por qué, Paula?


—Imagino que, estando casados, tú sabrás la respuesta.


—Es posible, pero como estamos empezando de nuevo... cuéntamelo otra vez.


Paula dejó escapar un suspiro.


—Siempre he sido tímida, pero nunca tanto como cuando llegué a la adolescencia. Me sentía paralizada cuando estaba rodeada de gente.


—¿No nos pasaba a todos a esa edad?


—Supongo que sí, pero mi adolescencia fue peor porque cuando cumplí los trece años mis padres me llevaron a un prestigioso colegio privado. El día que entré allí, entraba en un mundo diferente y desconocido para mí... un sitio en el que era una extraña.


¿No hiciste amigas?


No, la verdad es que no. Las adolescentes pueden ser muy crueles. Algunas me toleraban, otras me ignoraban por completo y yo lo compensaba haciéndome invisible, algo que no es fácil cuando eres más alta que las demás y horriblemente tímida Imagino que fue entonces cuando me obsesioné con llevar el pelo largo. Me escondía detrás del pelo todo el tiempo.


Paula tomó otro sorbo de champán mientras miraba el mar, recordando aquel tiempo tan deprimente.


Yo quería ser diferente, más valiente, más decidida, más interesante. Como las otras chicas, que parecían tan seguras de sí mismas Pero yo era yo, una chica corriente, aburrida. Sacaba buenas notas, pero socialmente era un desastre.


¿Y cuándo cambió todo eso?


¿Cómo sabes que cambió?


Porque la persona que estás describiendo no es la que yo conozco.


No por fuera quizá y normalmente tampoco por dentro. Hasta que alguien empezó a rascar cruelmente en esas heridas, haciéndolas sangrar. Y entonces volvió a ser esa niña otra vez, la que no era lo bastante buena, la que no encontraba su sitio.


¿Qué pasó para que empezaras a verte a ti misma de otra manera?


Paula lo recordaba como si hubiera ocurrido la semana anterior.


—Todo cambió el día que la jefa de estudios me pidió que subiera al escenario del salón de actos para que todas las alumnas mirasen a Paula Chaves y se fijaran bien en ella. Pensando que iba a castigarme por algo que había hecho, y para disimular que estaba temblando, yo me coloqué en el centro del escenario muy erguida y miré aquel mar de caras sin parpadear.


¿Y?


Y lo que dijo fue: cuando la gente vea a una alumna de este colegio caminando por la calle o esperando en la parada del autobús, esto es lo que espero que vean: alguien que no tiene necesidad de levantar la voz para llamar la atención, alguien que se comporta con dignidad. Una persona orgullosa de llevar nuestro uniforme, con la blusa metida bajo el elástico de la falda, los zapatos brillantes y el pelo bien arreglado —Paula se detuvo para mirarlo—. En caso de que te lo estés preguntando, eso fue durante el último año y para entonces me hacía todos los días una trenza en lugar de llevar el pelo en la cara. 


De modo que la chica que se veía como una extraña al final encontró su sitio.


Supongo que sí. No sé si yo era de verdad un ejemplo para nadie o si la jefa de estudios se dio cuenta de que necesitaba un empujón y ésa fue su manera de dármelo, pero después de ese día el resto de las alumnas me miraban de otra manera, con una especie de respeto.


—Lo que importa, cara, es cómo te veías tú a ti misma.


—Diferente —admitió ella. Esa noche se había mirado al espejo, algo que normalmente evitaba hacer, y descubrió no a una torpe adolescente de pecho plano sino a una chica de piernas largas y curvas suaves, dientes perfectos y ojos azules.


Pero no se lo dijo a Pedro porque habría sonado demasiado vanidosa.


—Me di cuenta entonces de que debía dejar de avergonzarme de quién era y enfrentarme al mundo con coraje. El momento de vivir con los ideales que mis padres me habían inculcado. En otras palabras, me prometí a mí misma valorar la honestidad, la lealtad y la decencia.


—Pero la gente no suele cumplir sus promesas, ¿no te parece?


Sorprendida por la nota de amargura que había en su voz, Paula contestó:
—No puedo hablar por otras personas, pero te aseguro que yo siempre he intentado cumplir las mías.


Él la miró, en silencio, durante un par de segundos, su expresión tan indescifrable como si su rostro estuviera hecho de granito.


—Si tú lo dices, querida —murmuró después, su tono tan distante y frío como las estrellas—. Hace una noche tan bonita que he pedido que nos sirvan aquí la cena. Espero que no te importe.


No, en absoluto, pero sí me importa que hayas cambiado de tema tan bruscamente.


Pedro se encogió de hombros.


—Era por hablar de algo.


No hagas eso —le suplicó Paula.


—¿A qué te refieres?


Parecías decir que estaba mintiendo y quiero saber por qué. ¿Qué he hecho para que no me creas?




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