jueves, 9 de enero de 2020

HEREDERO OCULTO: CAPITULO 26





Tía Helena y Paula llegaron con Dany a las cinco de la mañana a La Cabaña de Azúcar. Mientras tía Helena y ella se preparaban para abrir, Paula intentó no pensar en Pedro, aunque no pudo evitar preguntarse cómo había podido meterse en semejante lío.


Su vida parecía haberse convertido de repente en un culebrón, y lo peor era que sabía que esas historias eran interminables.


Por desgracia, antes de que pudiese darse cuenta, los vecinos más tempraneros de Summerville estaban entrando en la panadería para desayunar. Incluso antes de que diesen las ocho, pegó la mirada a la puerta, esperando la llegada de Pedro.


Pero dieron las ocho y no apareció. Las ocho y diez, y veinte, las nueve menos cuarto, y no estaba allí.


Tenía que haberse sentido aliviada, pero, en su lugar, empezó a preocuparse.


Pedro no solía llegar nunca tarde, y menos después de haberle advertido que iría a las ocho en punto.


Sirvió cuatro cafés y unos bollos con un ojo clavado en el reloj e intentó decidir si subir a disfrutar de unos minutos de tranquilidad al piso de arriba o llamar al hostal para preguntar por él.


A las nueve y media, no solo había decidido llamar al hostal, sino incluso ir a buscarlo y llamar a la policía si no estaba allí, pero antes de que le diese tiempo a quitarse el delantal y pedirle a la tía Helena que se quedase al frente
de la panadería, oyó la campanilla de la puerta y vio entrar a Pedro con una encantadora sonrisa en el rostro.


Lo cierto era que estaba imponente. En vez de ir vestido con el habitual traje, llevaba unos pantalones de color tostado y una camisa azul con el cuello desabrochado y remangada.


Avanzó entre las mesas como si el local fuese suyo y se acercó a ella.


–Buenos días –la saludó alegremente.


–Buenos días –respondió ella con mucho menos entusiasmo–. Llegas tarde. Me dijiste que vendrías a las ocho.


Pedro se encogió de hombros.


–Tenía que hacer unos recados.


Paula arqueó una ceja, pero no preguntó porque no estaba segura de querer conocer la respuesta.


–¿Tienes un minuto? –le preguntó él.


Paula calculó el número de clientes que había y asintió. Fue hacia la cocina y asomó la cabeza por la puerta.


–Tía Helena, ¿te importaría atender el mostrador un momento? Tengo que hablar con Pedro.


Tía Helena terminó lo que estaba haciendo y salió, limpiándose las manos en el delantal mientras Paula se quitaba el suyo y lo colgaba de un gancho en la pared. Helena miró a Pedro con cautela, pero, por suerte, no dijo nada.


Paula no le había contado lo sucedido la noche anterior con Pedro. Le había hecho un breve resumen de la cena, como si hubiesen estado hablando de la panadería, de temas profesionales. No le había dicho que había subido a su habitación ni que habían perdido el control.


Sabía que eso solo habría servido para que aumentase la animadversión que su tía sentía por Pedro. Había habido una época, hacía poco tiempo, que Paula le había agradecido su protección y tener con quien hablar de todo lo sucedido.


Pero las cosas habían cambiado. Y no necesariamente a mejor. Pedro sabía de la existencia de Dany, estaba decidido a formar parte de su vida y eso significaba que también iba a formar parte de la de ella. Para bien o para mal, tenía que encontrar la manera de hacer las paces con su exmarido, aunque fuese solo para evitar que su vida se convirtiese en un infierno a partir de entonces.


Por eso tenía que evitar hablar mal de él delante de su tía. Probablemente, no debía haberlo hecho nunca, pero se había sentido tan dolida, tan triste, que había tenido que hablar con alguien y tía Helena había sido el hombro perfecto en el que llorar.


Pedro la siguió, agarrándola por el codo, y ambos atravesaron la puerta que daba al local de al lado.


Paula pensó que iban allí solo para poder hablar en privado y se le encogió el estómago de pensar en cuál sería la bomba que le lanzaría su exmarido en esa ocasión, pero en vez de detenerse en el centro del local, Pedro siguió andando y la llevó hasta el escaparate, que daba a la calle.


–¿Tienes llave de esta puerta? –le preguntó, señalando la puerta de la calle.


–Sí. El dueño sabe que estoy interesada en alquilarlo y me deja utilizarlo de vez en cuando como almacén. Además, se lo enseño a otros posibles arrendatarios cuando él no puede hacerlo.


–Bien –respondió Pedro sin soltarle el codo–. Voy a necesitarla.


–¿Para qué?


–Para dejar entrar a esos tipos –le dijo Pedro, inclinando la cabeza en dirección a la calle–. Salvo que quieras que pasen por tu panadería con toda su suciedad y sus aparatos.


Paula siguió su mirada y parpadeó al ver la acera llena de hombres en vaqueros y camisas de trabajo, descargando cajas de herramientas, caballetes de serrar, maderos y varias herramientas para cortar de varios camiones que había aparcados en la curva.


–¿Quiénes son? –preguntó consternada.


–Son de la empresa de construcción.


Paula lo miró confundida y él no tardó en darle una explicación:
–Van a limpiar el local y a empezar a montar las estanterías y los mostradores.


–¿Qué? ¿Por qué?


La expresión de su exmarido pasó de la diversión a la exasperación.


–Forma parte del plan de ampliación, ¿recuerdas? Tenemos que reformar este local para que La Cabaña de Azúcar pueda empezar su distribución por correo, como tú habías pensado.





HEREDERO OCULTO: CAPITULO 25





Dios santo.


Paula se quedó sin aliento al oír aquello, se tambaleó.


¿En qué había estado pensando? Ya era malo que se hubiese acostado con su exmarido, pero que se le hubiese olvidado la protección era mucho peor.


Rezó porque no se hubiese quedado embarazada, porque no podía ni pensar en volver a pasar por otro embarazo inesperado, no planeado, y de su exmarido.


–No lo estoy –le dijo con toda la firmeza de la que fue capaz.


Pedro arqueó una ceja.


–¿Cómo puedes estar tan segura?


–Porque no lo estoy –insistió, poniéndose el vestido.


Daba igual que no pudiese subirse la cremallera de la espalda sola, iría hasta casa sujetándoselo para que no se le cayese antes de pedirle a Pedro que la ayudase.


–¿En qué estabas pensando? –inquirió, golpeando el suelo con un pie–. ¿Cómo has podido hacer… dejar que lo hiciésemos… sin tomar precauciones? No sabía que fueses tan irresponsable.


Pedro se encogió de hombros. No parecía preocupado.


–¿Qué quieres que te diga? Me he dejado llevar por la pasión y por la emoción de estar contigo después de tanto tiempo.


–Venga ya –dijo ella, mientras se ponía los zapatos.


–¿Tanto te cuesta creerlo? –le preguntó él con rostro inexpresivo.


Paula no tenía ni idea de lo que pensaba. 


¿Estaba disgustado porque no habían utilizado protección? ¿Estaba contento? ¿Enfadado? ¿Excitado? ¿Confundido?


Ella tenía náuseas. Y estaba disgustada, enfadada y confundida.


Si resultaba que se había quedado embarazada… Volvió a rezar porque no
fuese así.


Si se quedaba embarazada otra vez, ya sí que no podría deshacerse jamás de Pedro, que sería capaz incluso de mudarse a vivir a Summerville, o de insistir en que volviesen a casarse y en que ella volviese a Pittsburgh.


«No, no, no, no, no». Paula negó con la cabeza mientras miraba a su alrededor para asegurarse de que no se le olvidaba nada en aquella habitación. El bolso, el reloj, un pendiente…


–Creo que subestimas tu atractivo –comentó Pedro, al parecer, ajeno a su estado.


Ella lo miró una vez más antes de darse la vuelta y dirigirse hacia la puerta.


–Paula.


Ya tenía la mano en el pomo, pero se detuvo. No se giró a mirarlo, pero esperó a que Pedro continuase hablando.


–Te veré en la panadería mañana por la mañana a primera hora, a las ocho.


Quiero que Dany esté contigo.


Ella sintió un escalofrío, no supo si de asco por tener que volver a verlo, o de alivio porque solo le hubiese pedido aquello.


Asintió con brusquedad, abrió la puerta y salió al pasillo.


–Y quiero enterarme en cuanto te enteres tú –continuó él, haciendo que se detuviese por segunda vez.


–¿Enterarte? –repitió Paula.


–De si vamos a darle un hermano a nuestro hijo dentro de unos meses.



HEREDERO OCULTO: CAPITULO 24






Paula terminó de tirar de la tela, que se había quedado apresaba debajo del colchón, ignorando la desnudez de su exmarido. Luego tomó la colcha que estaba a los pies de la cama y se la echó por encima, tapándole la cabeza y todo. Él rio.


–Estamos divorciados, Pedro –espetó Paula, como si no lo supiese.


Luego recorrió la habitación furiosa, recogiendo su ropa prenda por prenda.


–Se supone que las parejas divorciadas no se acuestan juntas.


–Tal vez, pero ambos sabemos que ocurre con frecuencia.


–Pues no debería –replicó ella mientras intentaba ponerse la ropa interior sin que se le cayese la sábana–. Además, tú me odias.


Había tensión en el ambiente.


–¿Quién ha dicho eso?


Paula se quedó inmóvil al oír aquello y levantó la vista para mirarlo a los ojos.


–¿No es cierto? Quiero decir, que me odias y lo sabes. O, al menos, deberías odiarme. No te conté que estaba embarazada. No te conté lo de Dany.


Él frunció el ceño y se puso muy serio al recordarlo. Se había esforzado mucho en olvidar que ese era, en parte, el motivo por el que estaba allí.


La observó, envuelta en una sábana como una diosa griega. Era evidente que tenía motivos para odiarla. Y que tenían todavía muchas cosas que aclarar, pero, por algún motivo, en esos momentos, no era capaz de enfadarse con ella.


–Te voy a dar un consejo –le dijo en su lugar, intentando no sonreír–. Cuando alguien se haya olvidado temporalmente de que tiene algún motivo para estar enfadado contigo, es mejor no recordárselo.


–Pero es que deberías estar enfadado conmigo –insistió Paula, dándole la espalda para seguir vistiéndose.


Pedro vio cómo luchaba con el sujetador y luego dejaba caer la sábana.


Contuvo las ganas de agarrarla y volver a llevársela a la cama. Al parecer, Paula quería que estuviese enfadado con ella.


Por una parte, al menos, sabía que no se había acostado con él con la intención de seducirlo y hacerle olvidar que había intentado ocultarle que tenía un hijo. Por otra parte, hasta entonces Paula había hecho todo lo posible para estar a buenas con él. Para evitar acritudes, una posible batalla por la custodia del niño o que él se lo llevase a Pittsburgh.


Era cierto que, hasta ese día, había estado un año sin hablar con ella. Y el hecho de que hubiese sido ella quien lo hubiese dejado, significaba que no la había sabido entender, para empezar, pero el único motivo que se le ocurría para que ella quisiese recordarle que debía estar enfadado era que necesitaba poner algo entre ambos. Un muro. Una barrera.


Si él la odiaba, no querría volver a estar con ella. 


Si la odiaba, tal vez se hartase y se volviese a Pittsburgh, solo, sin Dany.


Llegarían a un acuerdo con respecto a la custodia. Insistiría. Y estaba seguro de que Paula no se opondría. Lo menos que podría hacer sería permitir que viese a Dany de manera regular, o incluso que se lo llevase a Pittsburgh unos días para presentárselo a su familia.


No obstante, Pedro llevaba demasiado tiempo en el mundo de los negocios como para saber que, cuando alguien cedía con demasiada facilidad, era normalmente porque intentaba mantener o conseguir algo todavía más importante. Y Paula debía de querer mantener las distancias.


Se había mudado a Summerville nada más divorciarse, se había instalado con su tía y había montado La Cabaña de Azúcar.


Si el Destino no hubiese intervenido para llevarlo a él allí, jamás habría sabido dónde estaba Paula, ni que tenía un hijo. Su hijo.


Así que, eso era, quería mantener las distancias. 


Y si lo hacía enfadar, era más probable que se marchase, ¿no?


Eso hizo que Pedro desease todavía más estar allí.


Se movió hacia el borde de la cama y se sentó en él.


–Bueno, pues siento decepcionarte, pero no te odio.


Se levantó y se acercó a ella completamente desnudo.


Paula retrocedió y lo vio inclinarse y recoger sus pantalones y su ropa interior.


–No me gusta lo que hiciste –le aclaró Pedro mientras se vestía muy despacio–, y no puedo decir que no esté algo enfadado y resentido al respecto. Y no puedo asegurarte que ese enfado y ese resentimiento no vayan a salir a la superficie alguna vez, pero ya hemos hablado de eso. No estuvo bien que me ocultases a Dany. Es un tiempo que no voy a poder recuperar. No obstante, ahora que sé que tengo un hijo, las cosas van a cambiar. Voy a formar parte de su vida y, por lo tanto, también de la tuya.


Ella estaba a solo medio metro de él, con el vestido pegado al pecho para taparse.


–Deberías ir haciéndote a la idea –añadió–. Cuanto antes, mejor. Y hay otra cosa que deberías tener en cuenta –le dijo, cruzándose de brazos con decisión.


Paula no respondió. En su lugar, inclinó la cabeza y tragó saliva con dificultad mientras esperaba, nerviosa, a que Pedro terminase de hablar.


–Que no hemos utilizado preservativo, lo que significa que podrías estar embarazada de nuestro segundo hijo.





miércoles, 8 de enero de 2020

HEREDERO OCULTO: CAPITULO 23




–Creo que ha sido una mala idea –murmuró Paula.


Pedro se había preguntado cuánto tiempo tardaría en empezar a arrepentirse.


Estaban tumbados boca arriba, el uno al lado del otro. Paula se había tapado con la sábana hasta el cuello. Él estaba un poco más relajado, con la sábana tapándole solo el abdomen.


En cualquier caso, no podía no estar de acuerdo con ella con respecto a que había sido mala idea. No se arrepentía. Jamás podría arrepentirse de hacer el amor con Paula, pero sabía que no había sido la decisión más inteligente de su vida.


Ni siquiera sabía qué lo había poseído para haberla besado en primer lugar.


Tal vez fuese que había estado toda la noche pensando en besarla.


O que no había logrado sacársela de la cabeza desde que había vuelto a verla, después de tanto tiempo, después de haber decidido que no volvería a verla jamás.


O que Paula era, sencillamente, irresistible. Para él, siempre lo había sido.


Casi no le sorprendía que hubiesen hecho un hijo juntos mientras su matrimonio se desmoronaba. A pesar de sus diferencias y problemas, siempre habían sido compatibles físicamente.


Y era un alivio saber que eso no había cambiado. Ya no estaban casados, ella le había ocultado a su hijo y ninguno de los dos estaba seguro de lo que les iba a deparar el futuro, pero al menos Pedro sabía que seguía habiendo pasión entre ellos. Más que pasión, un deseo y un anhelo irrefrenables.


Pedro le rozó la pierna y notó que su erección volvía a crecer. Ella, por su parte, se apartó.


–Tienes razón –le dijo Pedro–. Tal vez no haya sido lo más sensato. Al menos, dadas las circunstancias.


–Me temo que te quedas corto –protestó ella, girándose hacia el borde de la cama y sentándose.


Se quedó así un minuto, sin moverse, y Pedro aprovechó para admirar cómo le caía la corta melena sobre los hombros, la suave línea de su espalda.


Había engordado un poco con el embarazo, pero eso no le restaba ni un ápice de atractivo.


Sino que, en todo caso, hacía que fuese todavía más bella y sensual. Él había disfrutado mucho descubriendo sus nuevas curvas con las manos y con los labios.


Sonrió de medio lado, no solo por las vistas, sino por el tono de su voz.


Siempre le había gustado la manera de expresarse de Paula.


A ella siempre le había molestando verlo sonreír cuando estaba enfadada, regañándolo. 


Pero Pedro no sonreía porque no la escuchase o no se la tomase en serio, sino porque le encantaba observarla y escucharla, aunque fuese echándole la bronca.


Su manera de moverse, de ir de un lado a otro y mover los brazos. El modo en que subía y bajaba su pecho, agitado. Lo cierto era… que lo excitaba. Y nueve de cada diez veces, sus discusiones terminaban con un sexo estupendo.


A posteriori, Pedro se había dado cuenta de que tal vez aquello hubiese causado otros problemas que los habían llevado a separarse. Él no había pretendido burlarse de sus sentimientos ni de sus opiniones, solo había creído que su relación estaba tan afianzada que ninguna diferencia ni malentendido podría romperla.


Qué equivocado había estado. Y cuando había querido darse cuenta, ya había sido demasiado tarde.


–No puede volver a ocurrir –le dijo Paula, todavía dándole la espalda.


Por un momento, Pedro se quedó bloqueado y pensó que estaba hablando de su divorcio, que no podría volver a ocurrir y, que si él pudiese dar marcha atrás, jamás habría tenido lugar.


Entonces se dio cuenta de que se refería al sexo.


Pedro –añadió Paula al ver que no contestaba. Se giró ligeramente e inclinó la cabeza para poder verlo con el rabillo del ojo–. Esto no puede volver a ocurrir.


Él se tumbó de lado y se apoyó en un codo, dejando que el silencio inundase la habitación mientras la estudiaba.


–¿Qué quieres que te diga, Paula? –murmuró–. ¿Que me arrepiento de que hayamos hecho el amor? ¿Que no espero que vuelva a ocurrir? Lo siento, pero no puedo.


–¿Puede saberse qué te pasa? –inquirió ella.


Se puso de pie de un salto y se llevó la sábana, dejando a Pedro completamente al descubierto.