jueves, 9 de enero de 2020

HEREDERO OCULTO: CAPITULO 24






Paula terminó de tirar de la tela, que se había quedado apresaba debajo del colchón, ignorando la desnudez de su exmarido. Luego tomó la colcha que estaba a los pies de la cama y se la echó por encima, tapándole la cabeza y todo. Él rio.


–Estamos divorciados, Pedro –espetó Paula, como si no lo supiese.


Luego recorrió la habitación furiosa, recogiendo su ropa prenda por prenda.


–Se supone que las parejas divorciadas no se acuestan juntas.


–Tal vez, pero ambos sabemos que ocurre con frecuencia.


–Pues no debería –replicó ella mientras intentaba ponerse la ropa interior sin que se le cayese la sábana–. Además, tú me odias.


Había tensión en el ambiente.


–¿Quién ha dicho eso?


Paula se quedó inmóvil al oír aquello y levantó la vista para mirarlo a los ojos.


–¿No es cierto? Quiero decir, que me odias y lo sabes. O, al menos, deberías odiarme. No te conté que estaba embarazada. No te conté lo de Dany.


Él frunció el ceño y se puso muy serio al recordarlo. Se había esforzado mucho en olvidar que ese era, en parte, el motivo por el que estaba allí.


La observó, envuelta en una sábana como una diosa griega. Era evidente que tenía motivos para odiarla. Y que tenían todavía muchas cosas que aclarar, pero, por algún motivo, en esos momentos, no era capaz de enfadarse con ella.


–Te voy a dar un consejo –le dijo en su lugar, intentando no sonreír–. Cuando alguien se haya olvidado temporalmente de que tiene algún motivo para estar enfadado contigo, es mejor no recordárselo.


–Pero es que deberías estar enfadado conmigo –insistió Paula, dándole la espalda para seguir vistiéndose.


Pedro vio cómo luchaba con el sujetador y luego dejaba caer la sábana.


Contuvo las ganas de agarrarla y volver a llevársela a la cama. Al parecer, Paula quería que estuviese enfadado con ella.


Por una parte, al menos, sabía que no se había acostado con él con la intención de seducirlo y hacerle olvidar que había intentado ocultarle que tenía un hijo. Por otra parte, hasta entonces Paula había hecho todo lo posible para estar a buenas con él. Para evitar acritudes, una posible batalla por la custodia del niño o que él se lo llevase a Pittsburgh.


Era cierto que, hasta ese día, había estado un año sin hablar con ella. Y el hecho de que hubiese sido ella quien lo hubiese dejado, significaba que no la había sabido entender, para empezar, pero el único motivo que se le ocurría para que ella quisiese recordarle que debía estar enfadado era que necesitaba poner algo entre ambos. Un muro. Una barrera.


Si él la odiaba, no querría volver a estar con ella. 


Si la odiaba, tal vez se hartase y se volviese a Pittsburgh, solo, sin Dany.


Llegarían a un acuerdo con respecto a la custodia. Insistiría. Y estaba seguro de que Paula no se opondría. Lo menos que podría hacer sería permitir que viese a Dany de manera regular, o incluso que se lo llevase a Pittsburgh unos días para presentárselo a su familia.


No obstante, Pedro llevaba demasiado tiempo en el mundo de los negocios como para saber que, cuando alguien cedía con demasiada facilidad, era normalmente porque intentaba mantener o conseguir algo todavía más importante. Y Paula debía de querer mantener las distancias.


Se había mudado a Summerville nada más divorciarse, se había instalado con su tía y había montado La Cabaña de Azúcar.


Si el Destino no hubiese intervenido para llevarlo a él allí, jamás habría sabido dónde estaba Paula, ni que tenía un hijo. Su hijo.


Así que, eso era, quería mantener las distancias. 


Y si lo hacía enfadar, era más probable que se marchase, ¿no?


Eso hizo que Pedro desease todavía más estar allí.


Se movió hacia el borde de la cama y se sentó en él.


–Bueno, pues siento decepcionarte, pero no te odio.


Se levantó y se acercó a ella completamente desnudo.


Paula retrocedió y lo vio inclinarse y recoger sus pantalones y su ropa interior.


–No me gusta lo que hiciste –le aclaró Pedro mientras se vestía muy despacio–, y no puedo decir que no esté algo enfadado y resentido al respecto. Y no puedo asegurarte que ese enfado y ese resentimiento no vayan a salir a la superficie alguna vez, pero ya hemos hablado de eso. No estuvo bien que me ocultases a Dany. Es un tiempo que no voy a poder recuperar. No obstante, ahora que sé que tengo un hijo, las cosas van a cambiar. Voy a formar parte de su vida y, por lo tanto, también de la tuya.


Ella estaba a solo medio metro de él, con el vestido pegado al pecho para taparse.


–Deberías ir haciéndote a la idea –añadió–. Cuanto antes, mejor. Y hay otra cosa que deberías tener en cuenta –le dijo, cruzándose de brazos con decisión.


Paula no respondió. En su lugar, inclinó la cabeza y tragó saliva con dificultad mientras esperaba, nerviosa, a que Pedro terminase de hablar.


–Que no hemos utilizado preservativo, lo que significa que podrías estar embarazada de nuestro segundo hijo.





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