viernes, 19 de julio de 2019
INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 15
—Que agradable sorpresa.
Paula se relajó un tanto cuando Mariano se levanto de su escritorio para saludarla. En el instante en que le dio un rápido beso en una mejilla, su anterior aprensión desapareció por completo. Y con ella las dudas que la habían acosado durante el trayecto al hospital.
A pesar de los problemas que habían tenido, no había ningún motivo para pensar que la extraña llamada que había recibido la víspera pudiera estar relacionada con Karen Tucker. Debía de haber sido simplemente una broma de mal gusto.
—Creía que Janice y tú ibais a pasar el día en el centro de Red River.
—No, solo la mañana.
—¿Que tal las actividades artísticas con los más pequeños?
—Bien, pero un poco cansado. Los críos de preescolar tienen demasiada energía.
—No me extraña. Debes de estar agotada.
—Y hambrienta. Esperaba convencerte de que comiéramos juntos.
—Es una pena, pero le prometí a Javier Castle que comería con él. Quiere pedirme consejo para comprarse una cámara fotográfica. Lo siento.
—Oh es igual. No importa.
Mariano le tomo las manos entre las suyas.
—¿Te pasa algo, corazón? Pareces un poquito alterada.
—Quería hablar contigo, pero podré esperar hasta la noche, cuando vuelvas a casa.
—Absurdo. Es Javier quien puede y debe esperar —le pasó un brazo por los hombros y la hizo sentarse al otro lado del escritorio—. Y ahora cuéntame que es lo que te pasa. ¿Se trata de Rodrigo? ¿Ha habido algún problema en el hogar?
—No.
Se sentó en el borde de la silla. Mariano volvió a tomar asiento frente a su escritorio, mirándola intensamente, pendiente de cada palabra suya.
—Si se trata de lo de anoche, no se me ocurre nada que decirte excepto que lo siento, Paula.
Intento con todas mis fuerzas volver a casa sin el estrés que me produce este trabajo, para que no afecte a nuestra relación, pero a veces no lo consigo.
—No, no tiene que ver con lo de anoche —vaciló, insegura—. Esta mañana recibí una visita en el centro.
—¿Quien era?
—Un inspector del departamento de policía de Shreveport.
Una sombra de preocupación cruzo por el rostro de Mariano, oscureciendo sus ojos grises.
—¿Que quería?
—Preguntarme si conocía a una mujer llamada Karen Tucker.
—¿Por qué?
—Fue asesinada anoche, y en un bolsillo de su pantalón encontraron una nota con mi nombre y el número de teléfono.
Mariano arqueó las cejas.
—¿Tú conocías a esa mujer?
—No, que yo recuerde. Eso fue lo que le dije a Pedro.
—¿Pedro?
—Pedro Alfonso, el inspector. Es un amigo, o al menos lo era. Hace unos años estuvo trabajando en una de las campañas electorales de mi padre.
—¿Cuánto tiempo hace de eso?
—Nueve años. En verano, cuando todavía estaba en segundo curso.
—¿Así que ese viejo amigo tuyo te siguió la pista hasta el centro para interrogarte?
—No fue así exactamente. Ayer me lo encontré cuando me estaba matriculando en la universidad. Estaba hablando con Matilda y se enteró de que hoy pensaba trabajar con los niños en el centro.
—Qué casualidad.
—Sí que lo fue.
—Ya. Así que ese policía coincidió contigo en la universidad a la misma hora. Y hoy fue a buscarte al centro de Red River.
—Está intentando averiguar todo lo posible acerca de la víctima.
—La víctima. Estás empezando a hablar como un policía. En cualquier caso, no me gusta que ese tipo te haga visitas sorpresa y te ponga en ese estado... de alteración.
—En cambio, a mí lo que más me preocupa es que mi número de teléfono estuviera en el bolsillo de esa mujer. Me preguntaba si a lo mejor la conocías tú...
—¿Fue eso lo que sugirió ese policía?
—No. Simplemente pensé que si esa mujer me conocía a mí, tal vez a ti también.
—¿Cómo dijiste que se llamaba?
—Karen Tucker.
—El nombre no me suena de nada —se alzó la manga de la bata y consultó su reloj—. Ahora sí que tengo que irme. ¿Por qué no te vuelves a casa y descansas un poco? Comeré rápido y estaré pronto de vuelta. Seguiremos hablando allí.
—De acuerdo —se levantó y se dirigió hacia la puerta.
—Siento que hayas tenido una mañana tan mala —le comentó mientras la acompañaba.
—No ha sido culpa tuya.
—Lo sé, pero detesto verte así.
La besó en la nuca, lo cual solía provocarle un estremecimiento de deseo. Esa vez, sin embargo, no tuvo ningún efecto.
—Ah, una cosa más, Mariano...
—¿No puede esperar?
Podía esperar, pero aquel le parecía un buen momento para decírselo. Se volvió para mirarlo.
—Ayer por la mañana recibí la llamada de una mujer que se negó a identificarse.
—¿Se trata de la broma de la que me hablaste?
—Sí. Esa mujer se limitó a decirme que mi marido era un mentiroso y un impostor.
—¿Un mentiroso y un impostor? —se echó a reír—. ¿Qué diablos le habría hecho yo? ¿Cobrarle demasiado por una consulta?
—No me dijo nada más.
—Porque no sabría qué decirte. Espero que no hayas dado crédito a esas acusaciones...
—No, pero ahora, reflexionando sobre todo eso... ¿crees que esa mujer pudo haber sido Karen Tucker? Eso explicaría por qué llevaba encima una nota con mi nombre y mi número de teléfono.
—¿Se lo dijiste al inspector?
—No.
—Bien —Mariano la estrechó en sus brazos—. No te preocupes por Karen Tucker, querida. Lo que pueda haberle sucedido no tiene nada que ver con nosotros dos. Estoy convencido de que tu amigo policía llegará rápidamente a esa misma conclusión.
—Supongo que sí.
—¿Seguro que estarás bien? Puedo telefonear al restaurante y cancelar la cita con Javier. Estoy convencido de que lo comprenderá.
—No. Estaré bien, de verdad.
Mientras salía del despacho y se dirigía hacia los ascensores, se metió una mano en el bolsillo del pantalón y tocó la tarjeta que le había entregado Pedro. Ver a Mariano no la había ayudado. Cientos de preguntas y de dudas seguían acosándola. ¿Por qué no le había contado a Dallas lo de la llamada anónima? ¿Había tenido miedo de involucrar a Mariano en una investigación de la policía? ¿O acaso no había querido admitir, delante del hombre que la había abandonado años atrás, lo que aquella mujer había dicho de su marido?
Para cuando llegó al coche, estaba temblando.
Nada más sentarse al volante, sacó su teléfono móvil. Tenía que llamar a alguien que quisiera escucharla.
—Por favor, que esté en casa... —susurró.
INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 14
Paula intentó entablar una conversación superficial mientras se dirigían hacia su coche, pero fracasó miserablemente. Estaba con Pedro y, además, aquella no era la mejor de las circunstancias. Karen Tucker. Apenas el día anterior aquella mujer había estado viva, probablemente yendo a su trabajo, o quizá haciendo planes para el futuro. Hoy estaba muerta, y su cuerpo era un cadáver.
«¿Y no recuerdas haber recibido ninguna llamada extraña durante los últimos días?». La pregunta de Pedro seguía acosándola. La llamada que había recibido la mañana del día anterior solo había sido una broma, nada más.
No había motivo alguno para pensar que podía haberse tratado de Karen Tucker. ¿Pero entonces por qué no se la había mencionado a Pedro? ¿Por qué no le había dicho que una mujer la había telefoneado para acusar a su marido de ser un mentiroso y un impostor? Se abrazó, dándose cuenta de que estaba temblando.
—¿Te encuentras bien?
—Claro que estoy bien. ¿Por qué no habría de estarlo?
—Por ejemplo, porque hoy he venido a verte sin previo aviso.
—Estabas haciendo tu trabajo, ¿no?
—Cierto. Pero ahora te estoy hablando como un viejo amigo.
Continuó caminando sin molestarse en responder. Ambos sabían por qué estaba allí, y eso no tenía nada que ver con su pasado.
—¿Qué tal está Rodrigo?
—Bien.
—Me alegro. Siempre me cayó bien.
Era verdad. Pedro había sido uno de los pocos extraños, ajenos al círculo familiar, que parecía haber conectado bien con Rodrigo. Aun así, habría despreciado su amistad con Rodrigo de la misma manera que la había despreciado a ella. Y Paula se resintió que hubiera sacado a su hermano a colación.
—¿Sigue en aquel hogar de Kings Highway?
—Sí.
—¿Está contento?
—En general sí, aunque tiene días buenos y malos. Acoplarse a una rutina siempre le viene bien.
—Me gustaría volverlo a ver.
—Dudo que se acuerde de ti.
—Tal vez sí. Solíamos tomar un banana split. Le encantaban los que tenían tres cerezas.
Paula suspiro de alivio cuando llegaron al coche. Pedro le abrió la puerta y ella se sentó al volante.
—Si más adelante recuerdas algo más, cualquier cosa relacionada con Karen Tucker, te agradecería que me llamaras —se sacó una tarjeta de un bolsillo de la camisa y se la entregó—. Llámame al móvil. Es la manera más directa.
—De acuerdo.
—Ah, y hablaba en serio acerca de lo de volver a ver a Rodrigo.
Paula vaciló, deseando que a Pedro se lo tragara la tierra. No ocurrió.
—La decisión es tuya, Paula. Si no quieres que lo vea, simplemente dímelo.
—No, si tú quieres visitar a Rodrigo, simplemente llámalo al hogar. La supervisora te concertará una cita. Pregunta por Tilda —sacó un papel, le apuntó el número de teléfono y se lo entregó.
—Gracias —le cerró la puerta de una vez, pero se apoyó en ella—. Insisto. Si te apetece decirme cualquier cosa, hablar de lo que sea, déjame un mensaje y me pondré en contacto contigo.
Aquellas palabras le suscitaron una enorme amargura. Ya habían pasado antes por aquello.
Nueve años atrás, una llamada de teléfono suya habría significado un mundo de diferencia para ella.
—Si se me ocurre algo que tenga que ver con Karen Tucker, te llamaré.
Pedro asintió y se apartó del coche, mientras ella arrancaba. Se marchó. Eso fue todo.
Pero Paula se dijo que su visita le había cambiado el día. Ya no necesitaba dormir ninguna siesta, y ardía en deseos de ver a su marido. Iría directamente al hospital y lo sorprendería. Lo invitaría a comer.
Y le preguntaría si conocía a Karen Tucker.
INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 13
Pedro ayudó a Paula a cambiar el mantel de papel que cubría la larga mesa plegable.
Trabajar con ella le resultaba incómodo. Siempre había sido así, pero en aquel momento no quería pensar en el pasado.
—¿Cómo supiste dónde encontrarme?
—Tu amiga Matilda comentó ayer que quizá te vería hoy aquí, en el centro de Red River.
—Al final no ha podido venir.
Apoyando las manos en el respaldo de una de las sillas de metal, lo miró. Pedro no pudo menos que admirar el reflejo del sol en aquellos ojos, que parecían brillar como gemas. Tragó saliva. Ahora era la esposa de otro hombre. Y aunque no lo hubiera sido, él había renunciado a ella años atrás.
—Bueno, ¿qué es lo que quieres decirme, Pedro?
Por toda respuesta, sacó una silla y la invitó a sentarse. Cuando lo hizo, le preguntó:
—¿Conoces a una mujer llamada Karen Tucker?
Paula entrecerró los ojos, desconfiada.
—¿Esto es un asunto profesional?
—Por supuesto.
—¿De la policía?
—Por desgracia, sí. ¿La conoces?
—No.
—Piénsalo bien. Puede que la conocieras de la universidad, o del mundo de la política. Tal vez fuera amiga de tu padre antes de que muriera, o la amiga de una amiga...
—Karen Tucker —repitió el nombre, esforzándose por recordar—. No me resulta familiar. ¿Vive en Shreveport?
—Vivía. La asesinaron anoche —observó el cambio que sufrió la expresión de Paula. Sus ojos vivaces se oscurecieron, antes de desviar la mirada. Era una típica reacción ante aquella clase de noticias, incluso cuando la persona en cuestión no conocía a la víctima.
—Lo siento —repuso—, pero no la conozco. ¿Qué te hace pensar que sí?
—Llevaba encima una nota con tu nombre y un número de teléfono. En un bolsillo del pantalón.
Paula sacudió la cabeza, asombrada.
—¿Qué más había escrito en la nota?
—Nada más. Solo tu nombre y el número de teléfono.
—¿Qué edad tenía?
—Veintiséis años.
—Tan joven... —Paula esbozó una mueca—. ¿Sabes quién la mató?
—Todavía no. Por eso necesito tu ayuda.
—No me llamó, eso desde luego. Si hubiera hablado con ella, me acordaría.
—Quizá Mariano recibió la llamada.
—No recuerdo que me mencionara a nadie llamada Karen.
—¿Y no recuerdas haber recibido ninguna llamada extraña durante los últimos días?
—¿Extraña? ¿En qué sentido?
—No lo sé. Estoy abierto a todas las opciones.
Paula se levantó para recoger una caja de cartón, que colocó encima de la mesa.
—¿Crees que yo tuve algo que ver con el asesinato?
—No, claro que no. Pero el asesino no ha dejado muchas pistas —de hecho, no había dejado ninguna—. Esperaba que quizá conocieras a Karen y pudieras darme alguna información sobre ella.
—¿No tenía amigos, familiares, compañeros de trabajo?
—También pensaba hablar con ellos.
—¿Pero viniste a verme a mí primero?
—Me parecía tan buen comienzo como cualquier otro —no quiso mencionarle que el hecho de haber encontrado una nota con su nombre y su número de teléfono en el cadáver lo había dejado realmente impresionado.
Según acababa de asegurarle, Paula no tenía vínculo alguno con Karen. Ni siquiera la conocía de oídas. Y sin embargo había percibido cierto cambio en ella. Parecía preocupada, vulnerable.
¿Sería por algo que él había dicho o simplemente el tema de conversación la estaba afectando demasiado?
—Ojala pudiera ayudarte, Pedro, pero no conozco a ninguna Karen Tucker.
Empezó a desabrocharse el blusón. Pedro se colocó detrás de ella y la ayudó a quitárselo. Su cercanía despertó algún que otro indeseable impulso. De hecho, se demoró en la tarea más de lo debido.
Paula dobló el blusón y lo guardó en un pequeño bolso de lona.
—Tengo que irme.
—Claro —Pedro también necesitaba salir de allí. Forzó una sonrisa—. ¿Quieres que te lleve a algún sitio?
—Tengo coche.
—Entonces permíteme que te acompañe hasta el aparcamiento.
—¿Como policía o como viejo amigo?
—Como viejo amigo.
—Voy a por mi bolso.
Mientras la esperaba, cientos de desagradables pensamientos acribillaron su cerebro. Tenía un cadáver. Nada nuevo. Aquel asesinato se parecía mucho a los otros tres, pero no era exactamente igual. No había sido tan limpio. Esa vez la víctima no había sido despojada de su ropa, ni torturada. Pero la incisión del cuello era similar y la mujer encajaba en el modelo.
Morena. Menuda. Atractiva.
¿Qué vínculo habría podido tener aquella víctima con Paula? ¿Por qué se había mostrado tan incómoda cuando él le preguntó si había recibido alguna llamada extraña? ¿Y qué iba a hacer con el deseo que lo abrumaba cada vez que se acercaba a la mujer a la que había abandonado nueve años atrás?
—Ya estoy lista, Pedro.
Ya, pero... ¿lo estaba él?
jueves, 18 de julio de 2019
INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 12
Janice se hallaba sentada a la cabecera de una larga mesa, rodeada por una docena de alumnos de preescolar que se afanaban en untar con cola macarrones crudos, y de paso diversas partes de su cuerpo. Los macarrones los pegaban a las paredes exteriores de cajas cilíndricas, formando hileras. Cuando terminaron, las cajas se parecían a tambores de indios norteamericanos.
—¿Cómo has podido convencerme para que termine haciendo una cosa así? Te juro que no lo entiendo —protestó Janice, haciéndose oír por encima del griterío infantil.
Paula se detuvo a su lado mientras rompía otra bolsa de macarrones y los derramaba sobre la mesa.
—Pero si los niños son adorables...
—¿Adorables? Tan pronto como me doy la vuelta, me ponen la espalda perdida de pegamento.
—Eso solo ha ocurrido una vez...
—Dos veces. Y las dos protagonizadas por el mismo diablillo pelirrojo —Janice señaló con la cabeza al villano en cuestión—. Aquel de allá.
—Tiene poco más de tres años. En un duelo con él, probablemente le ganarías.
—Muy gracioso. Por cierto, ¿qué planes tienes para cuando termines de hacer tiempo aquí?
—No estoy haciendo tiempo, Janice. Ya sé que te cuesta entenderlo, pero yo disfruto con estas cosas.
—Ya. Tienes razón. Me cuesta entenderlo.
Pero había algo que inquietaba especialmente a Paula aquel día. Y su prima lo había notado. La tomó del brazo y se la llevó a un rincón, para que pudieran hablar tranquilamente.
—Vuelvo a mi pregunta original. ¿Tienes algo que hacer después de esto o podemos salir a comer juntas, quizás a algún restaurante donde no se permita la entrada a menores de cinco años?
—Hoy no.
—¿Por qué no? ¿Alguna cita caliente?
—Sí, en una mullida e invitadora cama.
—Cuéntame más.
—No es lo que estás pensando. Mariano sale temprano los viernes y estaba pensando en dormir una buena siesta antes de que vuelva a casa.
—Una siesta. Eso no es para ti. Tú no estás enferma, estás... ¡estás embarazada! Es eso, ¿verdad?
—Para nada. ¿Cómo se te ha ocurrido semejante cosa?
—Esas cosas pasan. ¿Estás segura?
—No estoy embarazada.
—¿Entonces qué te ocurre?
—Nada. De verdad. Es solo que anoche no dormí bien y estoy un poquito cansada. Ya comeremos juntas un día de la semana que viene. Te lo prometo.
Janice se volvió en el instante en que sintió la punta de una barra de pegamento en el centro de la espalda. Una aguda vocecilla gritó:
—¡Otra vez!
Aquello era la guerra. Janice se levantó y obligó a su precoz enemigo a sentarse en su silla. Su caja estaba prácticamente vacía de macarrones.
Obviamente, el crío no había estado en absoluto interesado en llevarse aquel grotesco recuerdo a casa. Y, ahora que pensaba sobre ello, tal vez fuera el más inteligente de todos...
Janice se sentó a su lado para ocuparse personalmente de que decorara la caja. Poco después Paula anunciaba que había llegado la hora de lavarse. Su prima la bendijo en silencio.
Haciendo sonar sus tambores, los niños salieron de la sala. Sus madres los estaban esperando en la puerta.
«Libre al fin», pensó Janice, pero se detuvo en seco al descubrir a uno de los hombres que estaban esperando. Fue un reconocimiento inmediato, acompañado de una oleada de furia.
Pedro Alfonso seguía con la mirada cada uno de los movimientos de Paula. Si aquel energúmeno había vuelto a la vida de su prima, entonces eso explicaba definitivamente su extraño humor.
Mientras se limpiaba las manos con un trapo húmedo, se dirigió directamente hacia él.
—¿Qué diablos estás haciendo tú aquí? —le espetó, bajando la voz.
—Yo también me alegro de verte, Janice.
—Limítate a responder a la pregunta.
—He venido a ver a Paula.
—Está casada, Pedro. Con un hombre de verdad, no con alguien que aparece y al momento echa a correr.
—Eso he oído.
—Entonces haz algo bueno por una vez. Sal de aquí y aléjate de ella.
—¿No te parece que Paula ya es lo suficientemente mayor como para decidir con quién quiere hablar y a quién mandar a paseo?
—No es un problema de edad, sino de sentido común.
—¿Estás sugiriendo que Paula no es tan sensata como tú?
—Por lo que a ti se refiere, no.
—La subestimas —replicó él, sacudiendo la cabeza—. Además, no he venido a causarle ningún problema.
—¿Entonces a qué has venido? No me digas que alguna de estas criaturas es tuya.
No contestó. No tenía ninguna necesidad. Paula se reunió en aquel instante con ellos. La tensión del ambiente casi se podía tocar.
—Vaya, dos veces en dos días —comentó Paula.
—Necesito hablar contigo. En privado.
Paula hundió las manos en los bolsillos del blusón rosa que se había puesto encima de la ropa, para no mancharse.
—No sé qué es lo que tendríamos que hablar tú y yo que mi prima no pudiera escuchar.
—Eso, chico listo —intervino Janice—. ¿Qué es lo que tanto interés tienes de decirle a mi prima casada... que yo no debo oír?
—Es un asunto profesional.
—¿Qué tipo de asunto, Pedro?
Pero Pedro continuó ignorándola, obstinado. Y Paula, finalmente, cedió.
—Está bien, Janice. Ya me encargo yo de esto.
—Pero no tienes ninguna obligación de...
—Si Pedro dice que es un asunto profesional, no tengo ninguna razón para dudarlo —volviéndose hacia él, añadió—: Tengo que quedarme aquí y preparar unas cosas para las clases de la tarde, pero podemos hablar mientras tanto.
—Me gustaría.
Pedro siguió a Paula. Janice se quedó mirándolos. Aquella conversación no presagiaba nada bueno. Pensó en advertir por última vez a su prima, pero luego cambió de idea. ¿Qué sentido tenía esperar que Paula siguiera sus consejos por lo que se refería a los hombres? Ni siquiera ella misma los seguía. Para su desgracia.
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