jueves, 4 de julio de 2019
CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 49
Hacía mucho tiempo que Pedro no tocaba él solo delante de público. Pero el jueves por la noche le resultó sencillo. Quizás fue porque, a pesar de la multitud que se había congregado para despedir a La Tentación, él no se fijó más que en Paula.
Ella estaba preciosa. Había decidido hacer honor al nombre del bar y se había vestido de rojo intenso. Todos los hombres babeaban por ella, pero su lenguaje corporal indicaba que ya tenía pareja. Y su pareja era él.
Pedro esperaba que ella siguiera sintiendo lo mismo al día siguiente, cuando le contara la verdad. Quería aclararlo todo antes de acompañarla a la boda de su hermana. Si no, no se sentiría capaz de conocer a su familia sabiendo que llevaba mintiéndole varias semanas. Así que iba a llevarla a su casa y a contarle todo. Y luego le pediría que viviera con él. Como su esposa.
Esa noche, conforme desgranaba su repertorio de canciones apasionadas, Pedro cantó con más sinceridad que nunca, porque en realidad le estaba cantando a Paula. Estaba dándole lo que ella le había pedido, entretener a los clientes, pero cada palabra apasionada de cada canción iba dirigida a ella. Y especialmente las que había creado para ella.
En los últimos días, había escrito una canción titulada En el jardín y la había tocado sólo para sí. No tenía intención de tocarla en público, y menos cuando aún estaba tan reciente. Pero si el mundo se acababa al día siguiente y ella decidía que el que le gustaba era Alfonso y no Pedro, el informático, quería asegurarse de que ella conocía sus sentimientos.
En cuanto comentó a cantar, Pedro supo que había captado su atención. Paula levantó la cabeza de su tarea y lo miró desde el otro extremo de la sala, inmóvil, escuchando atentamente sus palabras.
Pedro esperaba que las recordara al día siguiente.
Cuando terminó la canción, ella esbozó una sonrisa cargada de intimidad que decía que había comprendido, y apreciado, cada palabra.
Después de un rato más, Pedro decidió hacer un descanso. Casi era la hora de cerrar y, tal y como Paula había previsto, se habían quedado sin bebida hacía horas. Pero la gente no se había marchado, querían disfrutar de la amistad y la camaradería un poco más.
Pedro atravesó el local aceptando el agradecimiento de la gente y despidiéndose de los clientes habituales a los que había llegado a conocer en pocas semanas. Pero nunca apartó sus ojos de su objetivo, que lo observaba atentamente mientras se acercaba.
—Ha sido increíble —le dijo Paula cuando él llegó a la barra—. Y esa canción del jardín... es fabulosa.
Pedro no sabía si era por la luz de las lámparas o el reflejo de su vestido, pero Paula tenía las mejillas encendidas.
—¿La has escrito hace poco? —añadió ella.
Pedro aceptó la botella de agua que ella le ofrecía y asintió con una sonrisa de complicidad.
—Sí, hace muy poco.
Ella se ruborizó aún más. Pedro no pudo contener una risita.
Él se quedó allí durante media hora, hasta que la gente comenzó a marcharse. Después de todo, al día siguiente había que madrugar para ir al trabajo. Paula recibió multitud de abrazos y la hucha de las propinas se llenó a rebosar.
Pronto se quedaron sólo unos pocos clientes, además de Vicki, Dina, Rafael y Zeke, que se sentaron en la barra con unas cervezas que Zeke había reservado para ellos.
—Ha sido genial, Paula. Caray, voy a echar de menos este lugar —oyó Paula a su espalda.
Se dio la vuelta y vio a un joven al que no conocía y que le sonreía amigablemente.
—Ha sido una suerte que me llamaras hoy para examinar esa moto, o no me hubiera enterado de esta fiesta de despedida del local —añadió el joven.
Paula deseó que la tragara la tierra.
—Me alegro de que hayas podido venir —murmuró.
Pedro se puso en tensión, tenía un mal presentimiento.
—Pero no he podido hacer nada —continuó el extraño, hablando en voz muy alta para que se le oyera por encima de los clientes que aún quedaban en el local.
Se acercó a Pedro y añadió:
—No he podido hacer nada con esa Harley. Es una preciosidad, está en perfecto estado y ronronea como una gata. No sé por qué creíste que tenía algún problema —añadió y dejó un juego de llaves demasiado familiar para Pedro sobre la barra del bar.
Eran unas llaves que no había vuelto a ver desde que Banks se las había dado junto con la bolsa de ropa andrajosa.
Maldición, aquel joven estaba hablando de la moto de Jeremias, sin duda.
—Paula... —comenzó Pedro.
—¿Qué quieres decir con que está en perfecto estado? —preguntó ella secamente, mirando alternativamente al chico y a Pedro—. Tú me dijiste que estaba estropeada.
—¿Has llamado a un mecánico? —fue todo lo que Pedro logró articular, poniéndose a la defensiva.
—Tú no querías que te pagara.
—Porque no acepto dinero de las mujeres con las que me acuesto —le espetó él.
El chico silbó.
—Bueno, yo me voy de aquí.
El resto de los presentes no fueron tan considerados. De pronto el bar se quedó en silencio.
Paula se dio cuenta de que estaban llamando la atención de todo el mundo. Hizo una seña a su tío para que la sustituyera detrás de la barra y, mirando fijamente a Pedro, le dijo:
—Ven conmigo.
Pedro la siguió al apartamento mientras intentaba pensar en cómo explicarse. Las cosas estaban llegando a su fin antes de lo previsto, y desde luego, no como él lo había previsto. Paula estaba tensa y ofendida. Pedro deseó no empeorar aún más las cosas.
—Me mentiste con lo de que la moto estaba estropeada —le reprochó ella en cuanto entraron en el apartamento.
Él cerró la puerta detrás de él y asintió.
—Es cierto.
Ella se cruzó de brazos.
—¿Por qué?
Él se dio cuenta de que sólo podía contestarle la verdad, la pura y maldita verdad.
Y eso fue lo que hizo.
CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 48
Paula estaba sentada en una silla junto a la ventana. Aún no podía creérselo. Se había preparado para clausurar el local después del fin de semana y había logrado convencerse de que todo iría bien.
Pero con las últimas noticias, el final había llegado antes de lo previsto y la había pillado desprevenida. Si no terminaban toda la bebida esa noche, lo harían la siguiente. Así que, irremediablemente, La Tentación terminaría su andadura en menos de veinticuatro horas.
No lloró. No tenía lágrimas. Sólo se sentó junto a la ventana y contempló el jardín que su abuela había creado veinte años antes. Miró la pared en la que ella escalaba de pequeña, mientras sus padres atendían el bar y su hermana estaba dentro estudiando, siendo la niña buena.
Paula había pasado casi toda su niñez en aquel lugar con una familia que dedicaba las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana, a su negocio. Se le había caído su primer diente al resbalarse de uno de los taburetes junto a la barra; había regresado allí todos los días después del colegio, había hecho las tareas del colegio en la cocina mientras su madre preparaba el asado irlandés por el que el Chaves’s Pub era famoso...
Su primera cita la había recogido al pie de aquellas escaleras, bajo la mirada atenta de sus padres y su tío Rafael. Y allí era donde había tenido su primer empleo... su único empleo. Y donde habían celebrado el velatorio de su padre, a la manera irlandesa, al que habían acudido unas trescientas personas, y que había durado toda la noche.
Eran muchos recuerdos, muchos fantasmas.
Seguía sin poder llorar, pero se dio cuenta de una cosa: no era el bar, ni el edificio, lo que iba a echar de menos. Ni tampoco a los clientes, ni el olor, ni los sonidos. Ni la libertad, la música o la diversión.
Era el pasado. Se había anclado tanto a ese lugar porque la unía a su pasado y a la gente que había significado tanto para ella y que la había abandonado. Era como si, quedándose en el lugar donde habían estado juntos por última vez, pudiera mantenerlos cerca de ella.
—Trabajar en el bar no es algo que te guste —se dijo en voz baja y supo que era cierto.
Lo que sucedía era que no había conocido ninguna otra forma de vida. Y había creído que, quedándose allí, mantenía viva a su familia.
Pero una vez que sabía que iba a marcharse de allí, comenzaba a aceptar que todos esos recuerdos y esas vivencias que tenía tanto miedo de perder la acompañarían siempre, allá donde ella estuviera.
—¿Paula? —la llamó alguien a su espalda.
Era Alfonso. Había llegado tan silenciosamente, que ella no se había dado cuenta de que la había seguido hasta su apartamento.
—Hola.
—¿Estás bien? —preguntó él.
Ella asintió.
—Sí —dijo y soltó una risa forzada—. Al menos ahora no tengo que preocuparme de quién va a sustituirme la noche del sábado. No creo ni que tengamos bebida suficiente para toda esta noche.
Él se acuclilló al lado de ella y lo miró lleno de preocupación. La calidez de sus ojos y la ternura de su mirada la conmovieron profundamente.
No quería que aquel hombre se marchara de su lado. Lo amaba, aunque hubiera intentado convencerse de lo contrario. Y no estaba dispuesta a dejarlo salir de su vida.
—Me alegro mucho de que estés aquí —dijo ella al fin—. Has hecho que toda esta historia fuera más soportable para mí, ¿lo sabías?
—¿Puedo hacer algo más por ti?
Ella le acarició el cabello y le sonrió tímidamente.
—¿Qué te parece si me ayudas a hacer señales de «bebed hasta que se agoten las existencias»?
Él rió suavemente. Movió la cabeza hasta que la mano de ella estuvo sobre su mejilla y la besó en la palma.
—¿Harías algo más por mí, Alfonso?
—Cualquier cosa.
Paula quería que La Tentación se despidiera con elegancia.
—¿Tocarías esta noche? Sólo tú con tu guitarra, como si el bar fuera el Titanic y tú la orquesta...
Él no lo dudó un segundo.
—Por supuesto.
Ella sonrió y se lo agradeció con un movimiento de cabeza.
—¿Harías tú algo por mí? —le preguntó él—. Mañana, cuando todo haya terminado, ¿me acompañarás a un lugar? Quiero enseñarte una cosa... algo de lo que quiero hablarte. Creo que deberíamos aclarar algunas cosas.
Paula sintió curiosidad, pero estaba demasiado preocupada por salir adelante esa noche. Tenía que hacer muchas llamadas de teléfono e imprimir carteles. El rumor se extendería rápidamente, sólo necesitaba comenzarlo.
Ciertamente, tenía muchas cosas que hacer, pero una gran parte de ella quería quedarse junto a él un poco más.
—¿Qué dices, Paula? ¿Podremos hablar mañana?
Ella asintió.
—Claro que sí. Pero de momento...
—¿Sí?
Ella se arrodilló en el suelo frente a él y le rodeó el cuello con los brazos.
—De momento, quiero que me hagas el amor —dijo.
Se acercó a él y lo besó, intentando que el beso transmitiera todo lo que ella sentía pero que no sabía poner en palabras.
Sin decir nada, Alfonso se levantó, la subió en brazos y la llevó al dormitorio. Allí, la dejó suavemente sobre la cama y se tumbó junto a ella. Se sentía débil y hambriento, vacío y lleno al mismo tiempo.
Como siempre, Alfonso parecía saber justo lo que ella necesitaba y cómo lo necesitaba. Desde que se conocían, habían hecho el amor de muchas formas diferentes, y con muchos estados de ánimo distintos. Pero siempre desenfrenada y apasionadamente.
Esa vez fue increíblemente dulce.
Él la besó profundamente y fue quitándole la ropa poco a poco, acariciando cada centímetro de piel que quedaba al desnudo. Se concentró plenamente en darle todo el placer posible. Sus caricias eran perfectas, sus besos embriagadores. Paula sintió que todo su cuerpo se encendía de pasión, hasta que apenas pudo respirar por la intensidad de las emociones que él le provocaba.
—Todo va a salir bien, Paula, estarás bien —le susurró él, y se quitó su ropa.
—Lo sé —contestó ella.
Él la sujetó por la barbilla y la miró a los ojos mientras la penetraba lentamente. Paula se arqueó para acogerlo mejor y siguió sus movimientos, lentos y plenamente conscientes.
Y se dio cuenta de que no había sabido lo que era hacer el amor hasta que lo había conocido a él.
Mientras salía y entraba de ella con dulce ansiedad, Pedro le besó la frente, las sienes, los párpados. Había tal belleza en sus acciones, que Paula se sintió abrumada. Por primera vez en muchos meses, Paula se entregó a las emociones que le llegaban de todas direcciones, sabiendo que estaba en los brazos de un hombre que la adoraba y la protegería.
Y por fin, se dejó ir. Dejó que todo fluyera. Incluidas las lágrimas que no había derramado en tanto tiempo.
CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 47
Cuando Pedro llegó a La Tentación el jueves por la tarde, encontró a Paula sumida en un mar de actividad.
Vicki, la amiga de Paula, que había estado de camarera unas semanas antes, había regresado. Junto a Paula había un anciano que parecía prestar atención a todo lo que ella decía.
En realidad, estaba más pendiente de las piernas de Vicki, que llevaba unos shorts vaqueros ajustados.
Pedro ahogó una risa. Escuchó un poco y supo que Paula le estaba enseñando al hombre cómo preparar un cóctel. Cuando ella agarró la botella de crema irlandesa, Pedro tosió fingidamente y se preguntó si le estaría enseñando a preparar la mezcla que él había derramado por encima y después limpiado del cuerpo de Paula otra noche.
—¡Ya has vuelto! —exclamó ella y una sonrisa le iluminó el rostro.
Menuda sonrisa... Él podría alimentarse de ella y de nada más durante el resto de su vida.
—Ya he vuelto —contestó él.
Atravesó el local y dejó sobre la barra un sobre muy grueso.
—Ese anticuario se ha vuelto loco con las dos máquinas de pinball que dijiste que estaban aquí desde la ley seca. Y también le ha encantado el caballo de tiovivo.
A Paula se le iluminaron los ojos.
—¿De veras?
Abrió el sobre y comenzó a contar el dinero.
Levantó la mirada anonadada.
—¿Tanto le han gustado las cosas?
Bueno quizás no «tanto», quizás él había añadido un poco de dinero extra. Pero aun así los objetos habían obtenido un buen precio.
—Había una pequeña fortuna en los objetos que el otro hombre se ofreció a «ayudarnos a deshacernos de ellos» por un precio exiguo.
Ella salió de detrás de la barra, se lanzó en sus brazos y le dio un beso delante de todos los demás.
—Ya tengo una razón más para estar agradecida de que atravesaras la puerta de mi bar hace dos semanas, Pedro Alfonso.
—Es Alfonso —murmuró él, dándose cuenta de pronto de que aún no le había dicho cuál era su nombre auténtico.
—Debería haberlo imaginado —comentó ella y lo besó de nuevo—. Gracias de nuevo, Pedro Alfonso.
Ella hizo amago se soltarse, pero él la sujetó firmemente por la cintura.
—Me alegro de estar siendo de ayuda. Y me quedaré aquí hasta que hayamos vendido la última silla y la última lámpara.
Ella desvió la mirada, como si las palabras de él la hubieran molestado en lugar de consolarla.
—¿Paula?
—¿Vais a pasaros así todo el día o vas a terminar de enseñarme cómo preparar estos cócteles para nenas? —preguntó el anciano tras la barra, con una expresión entre hosca y de diversión.
—Perdona, tío Rafael —dijo ella y se soltó de Pedro—.Pedro, éste es mi tío Rafael, atendía el bar junto con mi madre. Se jubiló sin haber aprendido los cócteles básicos.
—¿Y sabe cómo preparar un Pezón Resbaladizo? —preguntó él bajando la voz.
—¿Ha dicho lo que creo que ha dicho? —preguntó tío Rafael.
Dina y Vicki sonrieron, pero ninguna dijo nada.
—No, no lo ha dicho —contestó Paula.
Se puso de puntillas y le susurró al oído a Pedro:
—Tiene mejor oído que mi madre cuando yo quería escabullirme de casa después del toque de queda.
Él rió, tal y como ella pretendía, pero después de oírla pronunciar su nombre auténtico por primera vez, estaba tenso. Si ella comenzaba a atar cabos, descubriría quién era él.
Aquello era una locura, tenía que aclarar las cosas con ella. Cada día que pasaba se acercaban al final de su vida en La Tentación, y al futuro. Un futuro que él quería pasar junto a ella.
«¿Entonces, por qué no se lo dices?», se preguntó.
Había muchas razones para no hacerlo. Todavía quedaba trabajo por hacer. Además, sospechaba que Paula lo necesitaría afectivamente cuando echara el cierre por última vez.
Y también estaba el hecho de que era un cobarde. No quería perderla. No quería ver su expresión de desilusión, o peor, de indiferencia, cuando supiera que él no se subiría ni borracho a la Harley que había en el aparcamiento.
—¿Y esta clase a qué viene? —preguntó él cuando Paula se reunió con su tío detrás de la barra de nuevo.
—Tío Rafael va a sustituirme el sábado por la noche.
Pedro se sentó en uno de los taburetes y la miró con curiosidad.
—¿Y qué sucede el sábado por la noche?
—Tengo que marcharme de la ciudad.
Pedro se quedó atónito. ¿Paula iba a marcharse de la ciudad y a dejarlo a él allí, dentro de dos días? ¿Y justo el último fin de semana que el bar iba a estar abierto?
—Es una broma, ¿no?
Ella se encogió de hombros.
—No tengo elección. La familia es lo primero.
Pedro se preocupó. Alguien de su familia debía de estar muy enfermo, era la única explicación que se le ocurría. Se sintió un egoísta por haber pensado sólo en su situación cuando Paula debía de estar atravesando una crisis familiar.
—Lo siento mucho. ¿Es grave?
—Es una locura.
—Yo también te sustituiré, haré lo que necesites.
Paula lo miró sorprendida y se sonrojó.
—Esperaba que vinieras conmigo, si tú quieres.
Él no dudó, contento de que ella lo quisiera a su lado durante su tragedia familiar. Era exactamente donde él deseaba estar.
—Por supuesto, te acompañaré a donde sea.
—Genial. ¿Tienes un traje?
¿Un traje? Eso significaba que alguien había muerto...
—¿Quién...?
—Luciana.
Luciana, su hermana. La fotógrafa que había ido a retratar los incendios de California... Pedro saltó de su asiento y abrazó a Paula por encima de la barra.
—Paula, cariño, lo siento mucho.
Paula se soltó y lo miró a los ojos como si se hubiera vuelto loco.
—Alfonso, mi hermana va a casarse.
Pedro cerró los ojos y contó hasta diez para saborear su alivio y ocultar su vergüenza por haber llegado a conclusiones precipitadas.
Cuando los abrió, vio que todo el mundo lo miraba.
—¡Menos mal, Paula, creí que estabas pidiéndome que te acompañara a un funeral!
Paula lo miró sorprendida.
—Lo siento, creo que me supera todo. Desde que ella ha telefoneado para anunciarme que se casa el sábado en Georgia, todo está siendo una locura.
—¿En Georgia? ¿Tu hermana se casa este fin de semana, y en otro estado?
Paula debió de advertir la indignación en su voz.
A juzgar por las expresiones de los demás, todos debían de estar preguntándose lo mismo: ¿cómo podía haberse olvidado su hermana, o haber ignorado, lo que ese fin de semana suponía para Paula?
—Está locamente enamorada —justificó Paula y se encogió de hombros—. ¿Y sabes qué? Le estoy agradecida.
Ella contempló la sala, las paredes desnudas, el lugar donde habían estado las máquinas de pinball y de nuevo a Pedro.
—Si me hubiera quedado aquí, habría estado todo el tiempo llorando y preocupándome. Pero ahora tengo algo maravilloso que hacer el sábado en lugar de lamentarme por algo que no puedo cambiar.
Habló con sinceridad y al final sonrió. Pedro supo que por fin Paula estaba preparada para despedirse del bar, y que ya tenía proyectos de futuro.
—De acuerdo —dijo él—. Puedo conseguir un traje. ¿Cuándo salimos?
—Voy a comprar los billetes de avión en cuanto hable con nuestro proveedor de bebidas. Llevo llamándole toda la mañana pero no doy con él —dijo ella y lo detuvo con un gesto—. Y seré yo quien pague tu billete de avión. Estás haciéndome el favor de acompañarme y así me sentiré mejor. Aunque es una minucia en comparación con la cantidad de horas que has trabajado y lo bien que lo has hecho. De no ser por ti, habría sacado mucho menos dinero por las cosas.
Él no estaba dispuesto a volver a tener esa discusión, y menos delante de todo el mundo.
Pero en cuanto le confesara quién era en realidad, se aseguraría de devolverle el dinero.
—Tú mandas. Entonces, ¿estaremos de regreso el domingo para el día oficial de clausura del bar?
Ella asintió.
—He pensado que podíamos volar el sábado por la mañana y regresar el domingo por la mañana. Dina, Vicki, Zeke y tío Rafael pueden sustituirnos el sábado por la noche. Estaremos aquí el domingo por la tarde para la clausura oficial. Y luego tendremos la gran fiesta de despedida el lunes.
Paula lo había planeado todo. A Pedro le admiraba su capacidad para adaptarse a los cambios inesperados.
—Has diseñado un buen plan, ¿eh?
Vicki carraspeó.
—Paula, ¿qué proveedor de alcohol utilizas?
—Texas Todd’s —dijo ella acercándose al teléfono—. Aunque, si van a ser tan poco de fiar, debería repensármelo. Lo cual sería una tarea complicada, ya que son los únicos proveedores en cien kilómetros a la redonda.
Vicki la miró preocupada.
—¿No has seguido las noticias últimamente? —le preguntó.
—No, he estado muy ocupada. ¿Por qué? ¿Qué ha sucedido? —preguntó Paula mientras devolvía el auricular a su sitio y miraba a su amiga con prevención.
Pedro vio que Paula apretaba la mandíbula y supo que estaba preparándose para otro desastre. Un desastre enorme. Pedro se puso tenso. ¿Qué iba a caerle encima a Paula esa vez?
—Odio decírtelo —comenzó Vicki, incómoda—, pero en las noticias han dicho que el almacén de Texas Todd’s de Kendall explotó la noche del domingo. Se produjo un cortocircuito y todo el lugar ardió en llamas. Ha quedado completamente destruido.
Se produjo un silencio mientras todos miraban las baldas semivacías de botellas. Pedro respiró hondo mientras procesaba la situación. Aunque Paula lograra encontrar otro proveedor en Texas que pudiera suministrarle la bebida a tiempo para el fin de semana, ¿qué empresa estaría dispuesta a movilizarse por un bar que iba a cerrar al día siguiente? Él sabía que había que rellenar multitud de papeleo y cumplir muchas normas gubernamentales para poder vender alcohol, y ella tendría que negociar duramente las condiciones con un nuevo proveedor. Eso llevaría su tiempo, un tiempo que ella sencillamente no tenía.
A juzgar por la perplejidad y la desilusión en los rostros de los demás, todos habían llegado a la misma conclusión. Pero nadie decía nada. Por fin, tío Rafael carraspeó.
—Supongo que eso significa que no tengo que aprender a preparar cócteles de nenas, después de todo —dijo en tono filosófico.
Paula no respondió. Sólo se dio media vuelta y salió del bar a grandes zancadas.
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