jueves, 4 de julio de 2019

CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 48




Paula estaba sentada en una silla junto a la ventana. Aún no podía creérselo. Se había preparado para clausurar el local después del fin de semana y había logrado convencerse de que todo iría bien.


Pero con las últimas noticias, el final había llegado antes de lo previsto y la había pillado desprevenida. Si no terminaban toda la bebida esa noche, lo harían la siguiente. Así que, irremediablemente, La Tentación terminaría su andadura en menos de veinticuatro horas.


No lloró. No tenía lágrimas. Sólo se sentó junto a la ventana y contempló el jardín que su abuela había creado veinte años antes. Miró la pared en la que ella escalaba de pequeña, mientras sus padres atendían el bar y su hermana estaba dentro estudiando, siendo la niña buena.


Paula había pasado casi toda su niñez en aquel lugar con una familia que dedicaba las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana, a su negocio. Se le había caído su primer diente al resbalarse de uno de los taburetes junto a la barra; había regresado allí todos los días después del colegio, había hecho las tareas del colegio en la cocina mientras su madre preparaba el asado irlandés por el que el Chaves’s Pub era famoso...


Su primera cita la había recogido al pie de aquellas escaleras, bajo la mirada atenta de sus padres y su tío Rafael. Y allí era donde había tenido su primer empleo... su único empleo. Y donde habían celebrado el velatorio de su padre, a la manera irlandesa, al que habían acudido unas trescientas personas, y que había durado toda la noche.


Eran muchos recuerdos, muchos fantasmas.


Seguía sin poder llorar, pero se dio cuenta de una cosa: no era el bar, ni el edificio, lo que iba a echar de menos. Ni tampoco a los clientes, ni el olor, ni los sonidos. Ni la libertad, la música o la diversión.


Era el pasado. Se había anclado tanto a ese lugar porque la unía a su pasado y a la gente que había significado tanto para ella y que la había abandonado. Era como si, quedándose en el lugar donde habían estado juntos por última vez, pudiera mantenerlos cerca de ella.


—Trabajar en el bar no es algo que te guste —se dijo en voz baja y supo que era cierto.


Lo que sucedía era que no había conocido ninguna otra forma de vida. Y había creído que, quedándose allí, mantenía viva a su familia. 


Pero una vez que sabía que iba a marcharse de allí, comenzaba a aceptar que todos esos recuerdos y esas vivencias que tenía tanto miedo de perder la acompañarían siempre, allá donde ella estuviera.


—¿Paula? —la llamó alguien a su espalda.


Era Alfonso. Había llegado tan silenciosamente, que ella no se había dado cuenta de que la había seguido hasta su apartamento.


—Hola.


—¿Estás bien? —preguntó él.


Ella asintió.


—Sí —dijo y soltó una risa forzada—. Al menos ahora no tengo que preocuparme de quién va a sustituirme la noche del sábado. No creo ni que tengamos bebida suficiente para toda esta noche.


Él se acuclilló al lado de ella y lo miró lleno de preocupación. La calidez de sus ojos y la ternura de su mirada la conmovieron profundamente.


No quería que aquel hombre se marchara de su lado. Lo amaba, aunque hubiera intentado convencerse de lo contrario. Y no estaba dispuesta a dejarlo salir de su vida.


—Me alegro mucho de que estés aquí —dijo ella al fin—. Has hecho que toda esta historia fuera más soportable para mí, ¿lo sabías?


—¿Puedo hacer algo más por ti?


Ella le acarició el cabello y le sonrió tímidamente.


—¿Qué te parece si me ayudas a hacer señales de «bebed hasta que se agoten las existencias»?


Él rió suavemente. Movió la cabeza hasta que la mano de ella estuvo sobre su mejilla y la besó en la palma.


—¿Harías algo más por mí, Alfonso?


—Cualquier cosa.


Paula quería que La Tentación se despidiera con elegancia.


—¿Tocarías esta noche? Sólo tú con tu guitarra, como si el bar fuera el Titanic y tú la orquesta...


Él no lo dudó un segundo.


—Por supuesto.


Ella sonrió y se lo agradeció con un movimiento de cabeza.


—¿Harías tú algo por mí? —le preguntó él—. Mañana, cuando todo haya terminado, ¿me acompañarás a un lugar? Quiero enseñarte una cosa... algo de lo que quiero hablarte. Creo que deberíamos aclarar algunas cosas.


Paula sintió curiosidad, pero estaba demasiado preocupada por salir adelante esa noche. Tenía que hacer muchas llamadas de teléfono e imprimir carteles. El rumor se extendería rápidamente, sólo necesitaba comenzarlo.



Ciertamente, tenía muchas cosas que hacer, pero una gran parte de ella quería quedarse junto a él un poco más.


—¿Qué dices, Paula? ¿Podremos hablar mañana?


Ella asintió.


—Claro que sí. Pero de momento...


—¿Sí?


Ella se arrodilló en el suelo frente a él y le rodeó el cuello con los brazos.


—De momento, quiero que me hagas el amor —dijo.


Se acercó a él y lo besó, intentando que el beso transmitiera todo lo que ella sentía pero que no sabía poner en palabras.


Sin decir nada, Alfonso se levantó, la subió en brazos y la llevó al dormitorio. Allí, la dejó suavemente sobre la cama y se tumbó junto a ella. Se sentía débil y hambriento, vacío y lleno al mismo tiempo.


Como siempre, Alfonso parecía saber justo lo que ella necesitaba y cómo lo necesitaba. Desde que se conocían, habían hecho el amor de muchas formas diferentes, y con muchos estados de ánimo distintos. Pero siempre desenfrenada y apasionadamente.


Esa vez fue increíblemente dulce.


Él la besó profundamente y fue quitándole la ropa poco a poco, acariciando cada centímetro de piel que quedaba al desnudo. Se concentró plenamente en darle todo el placer posible. Sus caricias eran perfectas, sus besos embriagadores. Paula sintió que todo su cuerpo se encendía de pasión, hasta que apenas pudo respirar por la intensidad de las emociones que él le provocaba.


—Todo va a salir bien, Paula, estarás bien —le susurró él, y se quitó su ropa.


—Lo sé —contestó ella.


Él la sujetó por la barbilla y la miró a los ojos mientras la penetraba lentamente. Paula se arqueó para acogerlo mejor y siguió sus movimientos, lentos y plenamente conscientes. 


Y se dio cuenta de que no había sabido lo que era hacer el amor hasta que lo había conocido a él.


Mientras salía y entraba de ella con dulce ansiedad, Pedro le besó la frente, las sienes, los párpados. Había tal belleza en sus acciones, que Paula se sintió abrumada. Por primera vez en muchos meses, Paula se entregó a las emociones que le llegaban de todas direcciones, sabiendo que estaba en los brazos de un hombre que la adoraba y la protegería.


Y por fin, se dejó ir. Dejó que todo fluyera. Incluidas las lágrimas que no había derramado en tanto tiempo.



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