viernes, 5 de octubre de 2018
SUGERENTE: CAPITULO 3
Doce años después
La expectación vibraba como un cable tenso por el sistema de Pedro al volverse por el sonido de un coche al detenerse junto al bordillo. Como una esbelta pantera negra, una limusina se plantó ante las majestuosas columnas dobles del Meadow Hills Country Club. De inmediato pensó que quizá asistiera alguna celebridad a la fiesta del cincuenta cumpleaños que Paula Chaves daba para su tía Eva.
Pero cuando de la limusina bajó la tía de Paula, la expectación que bullía en él desde que la tía lo invitara a la fiesta se convirtió en una bola dura en su estómago.
La tía de Paula lucía un hermoso vestido negro con lentejuelas brillantes que capturaban y reflejaban la luz. Llevaba el pelo rubio recogido en lo alto de la cabeza en un moño elaborado que resultaba favorecedor para una mujer que cumplía los cincuenta años.
De la limusina bajaron más personas. La madre de Paula, quien entrecerró los ojos al verlo, como si no terminara de situarlo; luego su padre y otras personas que sospechó que eran miembros de la familia a los que aún no había conocido. Todos se detuvieron junto al vehículo para esperar al que parecía el último pasajero.
Un paquete enorme con un lazo dorado apareció en la puerta de la limusina, sostenido por unas manos delicadas que terminaban en uñas plateadas.
Por el rabillo del ojo, vio a la madre de Paula tocar el brazo de su hermana e inclinarse hacia ella para hablar, pero la atención de Pedro estaba centrada en la pasajera que había detrás del regalo grande.
Como nadie se adelantó para ayudarla con el paquete, se acercó a la limusina y le quitó el regalo preciosamente envuelto que le bloqueaba la vista del asiento y de la dueña de esas manos delicadas.
Su expectación se elevó aún más. Uno de los miembros de la familia le dio las gracias y le quitó el paquete de las manos. Con un sobresalto, quedó cara a cara con Paula.
La oyó contener el aliento y vio que abría mucho los ojos. Un entusiasmo no contenido vibró en el aire cuando sus ojos se observaron en el breve espacio que había entre ellos. Durante un momento, no hicieron otra cosa, separados por doce años y un beso atrevido.
—Pedro —musitó ella, con un caudal de significado en su nombre.
Experimentó multiplicado por diez el recuerdo de su boca ardiente, su pérdida de control, el modo suave en que se fundió en él, a pesar de que todo eso había sucedido cuando tenía dieciséis años. Era evidente que también había sido su primer pensamiento, un recuerdo tan tentador que se reflejó en sus ojos.
—¿Vas a ayudarme?
—Lo siento —repuso bobamente, y le ofreció la palma de la mano. Ella se la tomó y la conmoción del encuentro con esa piel hizo que su mente cayera en barrena.
Paula sonrió.
—Pedro, tienes que retroceder.
—Cierto —dio un paso atrás para dejarla salir de la limusina.
Estaba deslumbrante con un vestido plateado… como si absorbiera la luz y la reflejara con una luminosidad cegadora. El corpiño se moldeaba sobre sus pechos como una segunda piel y las tiras le cruzaban las clavículas para unirse detrás del cuello, dejándole desnuda la espalda.
Aunque había visto su foto en demasiadas revistas, vestida de diferentes maneras, incluidas prendas que casi la dejaban desnuda, la absoluta magnitud de su presencia lo abrumó.
Ver a Paula en persona volvió a abrir las esclusas de las emociones y los deseos enmarañados. Permaneció allí con el corazón en zozobra, comprendiendo que ella se había alejado aún más de su alcance.
En ese momento, los separaba algo más que el tiempo.
SUGERENTE: CAPITULO 2
Los otros invitados empezaron a agruparse en un círculo. Paula cruzó la estancia y no pudo quitarle los ojos de encima. El modo en que se movía era un festín sensual. Se detuvo delante de él.
—Trivial Pursuit —dijo él, perdiéndose en sus enormes ojos azules.
—Atrevimiento o Verdad. Será mucho más divertido.
Se retrajo como si le hubiera echado un cubo de agua fría. Movió la cabeza y dijo:
—No. No estoy interesado.
—Vamos, Paula, deja al empollón en paz. No quiere jugar —dijo un chico rubio con el pelo de punta y que daba la impresión de que podía romper ladrillos con las manos.
—Cállate, Mike, y métete en tus asuntos —afirmó, volviéndose hacia el chico con una mirada torva. Cuando volvió a girar la cabeza, musitó—: No le hagas caso. Puede ser un imbécil.
Pedro sospechaba que el chico era un imbécil, pero poco le importaba lo que el imbécil pensara de él. Se encogió de hombros.
—Pedro, no tienes que mirar desde un costado.
—No voy a jugar, Paula.
—Como quieras —convino con mirada intensa.
Pedro la miró con profundo interés.
—Paula ya que es tu fiesta, ¿por qué no eliges tú quién empieza? —dijo la chica del pelo oscuro.
Paula asintió y sonrió.
—¿Qué te parece tú, Stephanie?
—Vale —aceptó Stephanie, moviendo su mata de pelo rojo y ondulado—. Tonia. Atrevimiento o Verdad.
La joven reflexionó un momento y dijo:
—Atrevimiento.
Stephanie continuó:
—¡Los dos miembros más próximos del sexo opuesto podrán darte un cachete en el trasero tan fuerte como quieran! ¡Inclínate y acéptalo con una sonrisa!
Tonia rió entre dientes y miró a los dos chicos que tenía al lado. Dándose la vuelta les presentó el trasero y cada uno se lo abofeteó. Uno con más fuerza que el otro.
La pelirroja se volvió a dar la vuelta y preguntó:
—Brittany, ¿verdad o prueba?
La rubia pequeña sonrió con timidez.
—Verdad.
—¿Cuál ha sido el momento más apasionado que has vivido alguna vez? Descríbeselo al grupo.
Cuando la chica comenzó a hablar, Pedro observó a Paula, quien no paraba de lanzarle miradas subrepticias y ceñudas. A medida que el juego avanzaba, inevitablemente alguien pronunció su nombre y ella, desde luego, eligió Atrevimiento.
La persona que dijo su nombre, un chico que Pedro sabía que era amigo de Mike, dijo:
—Dale un beso de lengua a Mike durante quince segundos.
Pedro se puso tenso y apartó la espalda de la pared mientras cerraba las manos en los bolsillos.
—Es hora de un refrigerio —gritó su tía desde lo alto de la escalera, en advertencia, unos segundos antes de bajar.
Paula miró por encima del hombro, calculando el tiempo que tenía antes de que su tía llegara hasta abajo. Se volvió hacia el joven y luego miró a Pedro. Sus ojos se encontraron. Ella lo miró fijamente.
Él tuvo la certeza de que en sus ojos quedaba bien clara la intensa necesidad de causarle daño físico a un chico que lo doblaba en tamaño.
Por primera vez en la vida, el mecanismo de retirada le falló. Sus deseos más profundos resultaron visibles en su mirada y Paula al fin supo lo que sentía por ella. Lo que Pedro no sabía era lo que sentía ella.
Ella se apartó del avance del chico y se puso en cuclillas.
Su tía apareció y comenzó a guiar a todos arriba.
—¿Paula? —dijo, mirando a su sobrina.
—Subo en un minuto, tía.
Su tía miró una última vez a Pedro y asintió.
Siguió a los adolescentes.
Paula se incorporó con esa gracilidad sexy con que se movía y fue hacia él. Deteniéndose delante de Pedro, lo miró hondamente a los ojos.
—¿Atrevimiento o Verdad, Pedro?
Sorprendido, sólo pudo mirarla.
Ella se acercó más y bajó la voz.
—¿Atrevimiento o Verdad?
No supo qué lo impulso a decirlo. Salió de su boca en un susurro ronco.
—Atrevimiento.
Un fuego azul bailó en los ojos de Paula.
—Bésame.
Pedro tragó saliva, atrapado en esa llama azul hasta que lo tragó por completo. Alzó la mano y le tocó el costado del cuello. Su piel era como terciopelo cálido. Ella se humedeció los labios y él bajó la cabeza, despacio, con el fin de saborear cada segundo, de absorber su fragancia, el calor de su piel, anticipando el sabor de su boca.
—Pedro —susurró, besándolo con un calor intenso.
La sensación de sus labios fue exquisita e innegablemente exigente. Cuando las lenguas se tocaron y se acariciaron con el tacto de la seda, el fuego lo recorrió lenta y profundamente.
El sabor de Paula era prohibido y decadente, como una lujuria salvaje e indómita, y se sintió un joven al borde de dar el salto a la virilidad.
Gimió por la increíble oleada de deseo carnal que le subió la adrenalina. Se sintió primario, hambriento y posesivo; incapaz de tener suficiente de esa chica que lo afectaba no sólo sexualmente, sino en un plano más profundo que aún no había definido. Lo único que sabía era que debía tenerla.
—¡Paula! —exclamó su madre desde lo alto de las escaleras.
Paula se apartó de Pedro.
—Maldita sea. Nunca se rinde —le dedicó una mirada de disculpa antes de dirigirse hacia las escaleras.
Demasiado tarde. Su madre se materializó abajo. Miró a Pedro y a Paula. Su boca se tornó en una línea fina al lanzarle dagas con esos ojos terribles, asió a Paula por el brazo y la arrastró escaleras arriba.
Pedro pudo oír la reprimenda de que hubiera organizado una fiesta a sus espaldas.
Él permaneció en el sótano con la demoledora sensación de que no volvería a verla jamás. El miedo formó una bola de plomo en su estómago al apoyarse contra la pared y cerrar los ojos.
Había algo positivo en mirar y no tocar.
Una vez que había llegado a conocer lo que era tocarla, nunca más volvería a ser el mismo.
SUGERENTE: CAPITULO 1
Atrevimiento o Verdad. Doce años atrás
El rostro de Paula Chaves poseía una belleza clásica, e incluso desde cierta distancia su piel se veía blanca y perfecta. El cabello le caía hasta la cintura, del color del ámbar… toda ella una mujer en ciernes, una tentación de algodón de azúcar rosa y miel que hacía la boca agua.
El centro de las fantasías de Pedro Alfonso se hallaba al pie de las escaleras del sótano hablando con una chica de pelo oscuro.
Notó cada movimiento de su cuerpo mientras sonreía y asentía por algo que decía la otra.
La minifalda a rayas rosadas revelaba los muslos suaves y esbeltos y le avivaba la imaginación y las hormonas masculinas. Sabía que era adrede. La semana anterior le había mostrado el boceto de la falda, diciendo con suavidad que su madre lo consideraba un garabato. Hábil con aguja e hilo, había fabricado esa pieza rosa del patrón que ella misma había dibujado.
Pero no era la ropa lo que le interesaba mientras estudiaba la vista y su mirada ascendía. Se le resecó la boca al ver las caderas curvilíneas, la cintura fina y un top que moldeaba unos pechos generosos y perfectamente redondeados y que mostraba el leve contorno de unos pezones que se pegaban contra la tela elástica y rosada.
Con dieciséis años, ya era bastante consciente de lo que significaba desear a alguien en el sentido físico, con la excepción de que tenía un montón de sentimientos contenidos por ella que resultaban bastante molestos. Las hormonas ganaron, algo que le costó digerir, ya que se enorgullecía de su intelecto. Se dio un respiro. Después de todo, no era más que un adolescente.
Ella tenía unos labios suaves y plenos y una boca dulce diseñada para dar toda clase de placer erótico. El pensamiento hizo que su estómago se contrajera y también que otras partes de su anatomía se pusieran firmes.
Ella captó su mirada y sonrió como un ángel.
Pedro sintió que todo en su interior se tensaba.
La maraña de emociones y sentimientos lo confundían aún más, atrapado como estaba entre las necesidades de su cuerpo y la percepción de su mente.
Paula era una complicación que no sabía cómo llevar.
Paula era su amiga.
Una amiga muy hermosa y sexy que había pasado de ser un pequeño torbellino rubio a una adolescente esbelta y sofisticada de dieciséis años.
Se hallaban separados por mundos diferentes.
Ella se movía en el círculo de los concursos de belleza y él pensaba ir a una universidad prestigiosa. Los padres de ella eran ricos. Los suyos no lo eran. A él le gustaban las matemáticas y ella las odiaba. Una chica que se hallaba tan alejada de su liga… estaba loco por pensar que podía tener una oportunidad.
La fiesta se encontraba en pleno apogeo y todos iban a jugar al Trivial Pursuit. Con su actitud desinhibida, Paula había convencido a su tía de celebrar esa fiesta de adolescentes sin que se enterara su madre. No podía culpar a la tía.
También él se hallaba bajo su hechizo.
Paula lo había invitado en persona. Como vivía al lado, él era un visitante frecuente siempre que ella iba a visitar a su tía. También la preparaba en matemáticas y la dejaba mirar por el telescopio que tenía.
Se hizo a un lado, con la espalda contra la pared, las manos enterradas en los bolsillos.
SUGERENTE: SINOPSIS
¿Había sido un error mezclar los negocios con el placer?
Completamente arruinada, humillada y desesperada por encontrar trabajo, la modelo Paula Chaves no desaprovechó la oportunidad de trabajar para Pedro Alfonso en su nueva empresa textil. Tenía que demostrarle que no podría pasar sin ella… bueno, sin sus servicios.
Pedro siempre había sido un hombre muy serio… y muy sexy, pero ahora estaba teniendo unas fantasías demasiado salvajes sobre Paula y el aspecto que tenía en ropa interior. Pronto la campaña publicitaria de Paula puso en peligro la reputación como científico serio de Pedro. Tenía que encontrar el modo de taparle la boca… quizá con un buen beso.
jueves, 4 de octubre de 2018
A TU MERCED: CAPITULO FINAL
Riendo, Pedro tiró a Paula sobre la cama del avión mientras ella se quitaba confeti del pelo.
Después de cerrar la puerta con el pie, se volvió hacia ella con una sonrisa que la llenó de anticipación.
—¿Te he dicho lo guapa que estás hoy? —murmuró con voz ronca, besándola en el cuello.
—Sólo unas cien veces —sonrió Paula—. Pero es un vuelo muy largo. Tendrás tiempo de decírmelo unas cuantas veces más antes de llegar a San Silvana.
Pedro alargó una mano para sacar la botella de champán del cubo de hielo donde Alberto la había dejado y ella suspiró de deseo observando sus largos y expertos dedos mientras la descorchaba.
—Voy a quitarte ese vestido en los próximos cinco minutos y la verdad es que no tenía en mente que hablásemos mucho durante las próximas quince horas.
—¿Ah, no? —sonrió ella.
—Te lo diré de un vez —Pedro se inclinó para besarla, su cálida mano bajando la cremallera del vestido—. Paula Chaves, eres la novia más guapa y más increíble del mundo.
Paula se levantó de la cama para dejar que el vestido cayera al suelo y él contuvo un gemido de deseo al verla sólo con unas medias de seda… y unas braguitas diminutas con las palabras «recién casados» bordadas en el frente.
—Ven aquí —dijo con voz ronca.
Paula temblaba entre sus brazos cuando por fin Pedro se apartó para buscar aire, inclinándose para abrir el cajón de la mesilla.
Pero ella no le dejó. Tumbándolo sobre la cama, se mordió los labios para disimular la deliciosa y perversa sonrisa que asomaba a sus labios.
—Cariño —le dijo, tomando su cara entre las manos—. ¿Qué te parece la idea de un niño engendrado durante la luna de miel?
A TU MERCED: CAPITULO 44
—Deben de ser las hormonas —se lamentó Soledad, apoyándose en la pared—. No recuerdo dónde me ha dicho Simón que iba a estar. ¿Has entrado en esa sala?
—No te preocupes, seguramente estará con los representantes oficiales. Vamos allí y…
—No, espera. Abre esa puerta, por favor.
Hasta el pasillo llegaban los gritos del público y la banda de música que tocaba en el campo.
—Voy, voy, pero no creo que esté aquí —exasperada. Paula abrió la puerta. La luz de la sala estaba apagada—. ¿Lo ves? No hay nadie…
No terminó la frase, llevándose una mano al corazón al ver a un hombre mirando por el cristal que daba al palco. Por un momento, su pelo oscuro y sus anchos hombros le habían recordado…
—¿Nadie? Esperaba que hubieras dejado de pensar en mí en esos términos.
Esa voz ronca la llenó de emoción y, en un segundo, su helado cuerpo volvió a la vida.
Podía sentir que sus mejillas enrojecían y el calor entre las piernas que seguía a cualquier encuentro con Pedro Alfonso.
Entonces él dio un paso adelante…
Y el mundo se detuvo.
Por un momento sólo pudo mirar su rostro de guerrero, ahora un poco pálido, incapaz de creer que estuviera realmente allí.
—Perdona, no sabía… pensé que no había nadie. De haber sabido que estabas aquí… —Paula se dio la vuelta para salir, pero Pedro se lo impidió.
—Entonces habría viajado catorce mil kilómetros para nada.
—Has venido a ver el partido.
—No. he venido a verte a ti.
—¿A mí? Si querías verme, podrías haberme devuelto las llamadas.
Pedro puso las manos sobre sus hombros, mirándola a los ojos.
—¿Devolverte las llamadas…? ¿Es que me has llamado?
—Le dejé varios mensajes a Giselle.
El bajó las manos, suspirando.
—Debió de ser hace tiempo. Despedí a Giselle unos días después de que te fueras. ¿Cuál era el mensaje?
—Llamé para pedirte disculpas… por haber sacado conclusiones equivocadas. Por no confiar en ti.
—Evidentemente, eso debía de ser demasiado difícil de entender para Giselle —dijo Pedro, sarcástico—. ¿Alguna cosa más?
—Sí, le dije que te diera las gracias de mi parte por lo que habías hecho por Coronet. Yo no sabía que Raquel estuviera tras las copias de los diseños y, si tú no hubieras intervenido, lo habría perdido todo… —Paula se pasó una mano por el brazo, percatándose de la ironía de esas palabras.
Estaba sin él y lo había perdido todo.
—¿Nada más?
—Hay más, pero… ya no tiene importancia.
—¿No le dirías a Giselle que estabas loca por mí, que no podías vivir sin mí?
—No te preocupes, no le dije eso. Sé que me he portado mal contigo y lo siento mucho. Nos separan muchas cosas y lo nuestro no podría funcionar…
Se le rompió la voz al decir eso. Pero, a través de las lágrimas, vio ternura en su rostro mientras abría la puerta que daba al palco.
—En ese caso, estoy a punto de ser humillado públicamente.
Los jugadores del equipo de Los Pumas estaban saltando al campo en ese momento y el público empezó a aplaudir. Pero, de repente, uno por uno los jugadores se volvieron para mirar hacia el palco donde estaban ellos. En sus camisetas, en el sitio donde debería estar el nombre del patrocinador, cada uno llevaba escrita una palabra. Cuando el decimoquinto jugador, cuya camiseta llevaba un signo de interrogación, se unió a la fila, la frase estuvo completa:
PAULA CHAVES TE QUIERO CON TODA MI ALMA ¿QUIERES CASARTE CONMIGO AMOR MÍO?
Los jugadores esperaban, impasibles, con su mensaje de amor impreso en las camisetas mientras el público se quedaba en silencio, expectante. Paula se volvió para mirar a Pedro con los ojos llenos de lágrimas y abrió la boca para decir algo, pero ningún sonido salía de su garganta.
El tomo su cara entre las manos.
—No sabes lo que he tenido que cavilar para crear ese mensaje exactamente con trece palabras y dos signos de interrogación —murmuró antes de buscar sus labios en un beso lleno de desesperada ternura.
Cuando se apartó, en sus ojos había un brillo de amor que la emocionó.
—Cariño…
—Lo único que he querido hacer durante estos cuatro meses era besarte, pero… ¿te das cuenta de que además de mí, otras cincuenta mil personas están esperando tu respuesta?
—Sí —murmuró Paula—. Mi respuesta es sí. Y ahora, por favor, ¿te importaría volver a besarme?
Y Pedro lo hizo. Apretándola fuertemente contra su pecho, sujetó su cabeza con una mano mientras hacía el signo de la victoria con la otra para que lo vieran los jugadores y las cámaras de televisión.
El público rugió, encantado con la romántica escena y Los Pumas se abrazaron unos a otros, contentos con su hazaña. En el palco de los mandatarios de la federación de rugby alguien descorchó una botella de champán y empezó a mojar a todos los presentes, como al término de una carrera de Formula 1, mientras los miembros de la delegación argentina estrechaban la mano de los Chaves.
Sin apartarse un centímetro, Pedro tomó a Paula en brazos para llevarla de vuelta a la sala y cerró la puerta mientras abajo empezaban a sonar los himnos.
—Sé que es poco respetuoso —le dijo con voz ronca—. Pero estoy seguro de que a nadie le importará que no me levante para escuchar el himno nacional.
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